domingo, 16 de agosto de 2009

Homilía en la Fiesta de Hispanoamérica, Sydney





Ayer, domingo 16 de agosto, celebramos en Scalabrini Village, en Austral, una población cercana a Sydney, la fiesta que anualmente realizan las comunidades hispanas de Sydney, motivo de la invitación que me trajo hasta aquí.
En la mañana tuvimos la misa, luego almuerzo, y en la tarde, muchísimos artistas de la colectividad hispana. Allí me alcanzaron una guitarra y también hice mi aporte a la fiesta.
He aquí mi homilía durante la misa, a partir de las lecturas correspondientes a la Asunción de María:

María, Misionera de Hispanoamérica
Sydney, 16 de agosto de 2009


Hemos escuchado el relato que conocemos como “la visitación”. La Santísima Virgen María, en cuyo seno ha comenzado a gestarse el Hijo de Dios, visita a Isabel, su prima, que ya está en su sexto mes de embarazo, esperando al que será Juan el Bautista.
Les invito a que meditemos esta Palabra del Señor colocándonos en dos situaciones:
primero, la de la visitada, la que recibe la visita, es decir, Isabel;
segundo, la de la visitante, la que hace la visita, es decir, María.

La visitada

¿Qué sucede cuando alguien nos visita? ¿Qué es lo que hace que una visita sea realmente grata y le abramos de par en par las puertas del corazón?
Una visita puede ser esperada o inesperada.
En nuestro mundo de hoy, no tenemos mucho lugar para las sorpresas.
Cuando alguien nos anuncia con tiempo su visita, podemos prepararnos a recibirlo en nuestra casa o incluso irlo a buscar. Podemos disponer nuestra casa de la mejor forma, preparar bien lo que queremos ofrecerle.
Cuando la visita llega sin avisar, o nos avisa con una llamada desde el aeropuerto, diciendo “ven a buscarme”... puede complicarnos enormemente la vida, obligarnos a hacer arreglos de último momento para poder irla a buscar o ver quien lo haga, para poder estar en la casa. Tenemos que entrar en gastos no previstos. No dejamos de sentir cierta incomodidad...
Pero lo que verdaderamente cambia el significado de una visita, lo que la hace realmente grata, no es que sea esperada o inesperada, sino, sobre todo, que sea una visita deseada. Que sea la llegada, anunciada o no, de alguien a quien deseamos recibir, a quien queremos recibir.
Deseamos la visita de alguien, cuando esa persona que viene es especialmente valiosa para nosotros.
Valiosa, porque esperamos mucho de ella, porque es alguien que nos puede trasmitir un saber, o que de un modo u otro siempre nos ayuda, o nos ha ayudado... O, lo mejor de todo, porque simplemente es alguien a quien queremos mucho.
Cuando llega esa visita deseada, es un verdadero acontecimiento.
El hecho de que llegue habiendo avisado o de sorpresa, pasa a un segundo plano.
Se deja todo de lado para recibirla. La alegría de su llegada compensa cualquier inconveniente.

Es muy posible que María haya llegado a la casa de Isabel sin avisar. ¿Cómo podría haberlo hecho? Simplemente, María fue hasta allí.
Las palabras de Isabel al recibirla se pueden interpretar como expresión de humildad, pero también de sorpresa: “¿Qué he hecho yo para que venga a visitarme la madre de mi Señor?”
En todo caso, Isabel nos enseña a recibir la visita de María:
Isabel recibe la visita de María como un verdadero regalo, un regalo totalmente inmerecido: “¿Qué he hecho yo...?
Con humildad, Isabel se coloca en segundo plano, y da toda su importancia a María.
Con fe, reconoce a María como la madre del Señor
Deja que la alegría la invada, la inunde, y se comunique al niño que ella lleva en su seno, al futuro Juan Bautista.
Por otra parte, Isabel no se complica en lo más mínimo. No le escuchamos decir frases como “Ay, justo ahora, que tengo que hacer quietud y no te puedo atender bien” o “Perdona que la casa esté desarreglada”. Isabel habla. Sus palabras son sencillas, pero el Evangelio nos dice que habla “llena del Espíritu Santo”.
Isabel, pues, no sólo se deja invadir por la alegría, sino que se deja guiar por el Espíritu Santo.
De esta forma, Isabel aparece como un modelo para la Iglesia que recibe.
Isabel, recibiendo a María que llega de visita, es el modelo para toda comunidad que quiera abrir sus puertas, recibir a los hermanos y hermanas y a todo el que llega.

Una comunidad a la que llegan personas, una comunidad que recibe visitas, las recibe cuando es una comunidad que atrae. El Papa Benedicto XVI dijo en Brasil, en el año 2007, que “La Iglesia crece, no por proselitismo, sino “por ‘atracción’: como Cristo ‘atrae todo a sí’ con la fuerza de su amor”1.
La Iglesia “atrae” cuando vive en comunión, pues los discípulos de Jesús serán reconocidos si se aman los unos a los otros como Él nos amó (cf. Rm 12, 4-13; Jn 13, 34).2
Una Iglesia que atrae, una Iglesia que quiere recibir a los demás, es, ante todo, una comunidad unida, una comunidad que celebra festivamente, una comunidad que vive y profundiza su fe.
Pero es también una comunidad que se prepara para recibir: que tiene, por ejemplo, un Ministerio de la Bienvenida, de la acogida, ministerio del que se siente responsable toda la comunidad. Un grupo o movimiento de Iglesia que atrae está abierto a nuevos miembros, los recibe. Una pequeña comunidad eclesial que atrae le ofrece un lugar al que llega, le hace sentir que se le esperaba, aunque nadie lo conociera todavía.
La Iglesia que recibe al que llega valora su visita como un regalo de Dios.
La llegada de otros es motivo de alegría.
¡Qué hermoso que nuestras comunidades puedan hacerse acogedoras como Isabel para el hermano o la hermana que nos visitan! ¡Qué hermoso que esas personas que se acercan a nuestras comunidades buscando la presencia del Señor, aunque lleguen sin avisar, aunque ese encuentro no esté en el schedule, en la agenda, se sientan recibidas y valoradas!

La visitante

Vamos ahora a colocarnos en el lugar de la que sale de visita, en el lugar de María.
¿Qué es lo que lleva a la Santísima Virgen a salir de visita?
María ha recibido en su casa a un ángel del Señor. Ángel significa mensajero, portador de un mensaje. El mensaje que ha recibido María es bueno; realmente, muy bueno. Es una buena noticia: lo que en la Biblia se llama Evangelio: la Buena Noticia.
Lo fundamental del mensaje que ha recibido María es que ella va a ser la madre del Salvador largamente anunciado y esperado.
María recibe ese mensaje, que la compromete, con confianza y total disponibilidad: “He aquí la servidora del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

Junto a ese mensaje, a ese Evangelio que la ha sido anunciado a María, viene otro mensaje; secundario, pero también importante: su prima Isabel, que no podía tener hijos, está en su sexto mes, porque “nada es imposible para Dios”.
Oído esto, María se pone en camino.
María va a visitar a Isabel para compartir el mensaje que ha recibido.
Va a llevarle la buena noticia de Jesús, y a alegrarse con la buena noticia que Isabel ya tiene.
María se pone en camino sin demora, inmediatamente.
Es un camino de montaña, un camino por el que hay que subir, por lo tanto, dificultoso.
Pero el encuentro bien vale el esfuerzo.

Hay otra intención de María que no está expresada en el texto evangélico, pero que se puede suponer sin dificultad. María no va solamente “de visita”. Isabel está en su sexto mes, y no es una jovencita. Posiblemente ese embarazo reclame cuidados especiales, reposo, quietud. María, servidora del Señor, va a ponerse al servicio de su prima en esos tres meses que faltan para el nacimiento de Juan Bautista.

De esta forma María, es modelo de una Iglesia misionera, una Iglesia que no sólo espera al que llega, sino que sale al encuentro de los demás, para compartir la Buena Noticia.
Los Obispos latinoamericanos, reunidos en el Santuario de Nossa Senhora Aparecida en el Brasil en 2007, nos hablaban de la necesidad de una “conversión pastoral” de nuestras comunidades. Así nos decían:
“La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera (...) con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro3.

Así vemos a María misionera, modelo de una Iglesia misionera:
Ella es la madre que sale al encuentro de sus hijos, a llevarles la Buena Noticia, a llamarlos, a invitarlos, a reunirlos.
Ella es la servidora del Señor, que se pone al servicio de los hombres con generosidad, con disponibilidad.

¡Qué hermoso que desde nuestras parroquias, nuestras comunidades hispanas, cada día más salgamos al encuentro de nuestros hermanos, llevando esta presencia de María!
¡Qué hermoso que les hagamos presente una Iglesia que no los olvida ni los abandona, precisamente cuando más necesitan esa presencia, en los momentos de enfermedad y de duelo, en los momentos de conflictos familiares, en las situaciones más desesperadas!
¡Qué hermoso que todos los fieles cristianos sintamos que ésa es nuestra misión, que todos somos Iglesia, que todos formamos la Iglesia que atrae y recibe, la Iglesia que sale al encuentro!

Que la Santísima Virgen, aquélla que el Señor nos entregó como madre, a cuyo cuidado nos confió, la mujer revestida de sol, nos cubra con su manto de luz.
Que su amor de madre nos anime, nos fortalezca, nos ayude a vivir como una verdadera familia de hermanos, una familia que atrae.
Que su presencia de Servidora nos haga disponibles y diligentes para recibir a quienes llegan, y a salir presurosos al encuentro de quienes esperan que alguien les lleve la palabra de Vida, de Amor y de Esperanza. Así sea.

Notas
1. Benedicto XVI, Homilía en la Eucaristía de inauguración de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, 13 de mayo de 2007, Aparecida, Brasil.
2. Aparecida, 59
3. Aparecida, 70

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