jueves, 31 de diciembre de 2009

Mensaje del Papa Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz


SI QUIERES PROMOVER LA PAZ,
PROTEGE LA CREACIÓN

1. Con ocasión del comienzo del Año Nuevo, quisiera dirigir mis más fervientes deseos de paz a todas las comunidades cristianas, a los responsables de las Naciones, a los hombres y mujeres de buena voluntad de todo el mundo. El tema que he elegido para esta XLIII Jornada Mundial de la Paz es: Si quieres promover la paz, protege la creación. El respeto a lo que ha sido creado tiene gran importancia, puesto que «la creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios»,[i] y su salvaguardia se ha hecho hoy esencial para la convivencia pacífica de la humanidad. En efecto, aunque es cierto que, a causa de la crueldad del hombre con el hombre, hay muchas amenazas a la paz y al auténtico desarrollo humano integral – guerras, conflictos internacionales y regionales, atentados terroristas y violaciones de los derechos humanos–, no son menos preocupantes los peligros causados por el descuido, e incluso por el abuso que se hace de la tierra y de los bienes naturales que Dios nos ha dado. Por este motivo, es indispensable que la humanidad renueve y refuerce «esa alianza entre ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos».[ii]

2. En la Encíclica Caritas in veritate he subrayado que el desarrollo humano integral está estrechamente relacionado con los deberes que se derivan de la relación del hombre con el entorno natural, considerado como un don de Dios para todos, cuyo uso comporta una responsabilidad común respecto a toda la humanidad, especialmente a los pobres y a las generaciones futuras. He señalado, además, que cuando se considera a la naturaleza, y al ser humano en primer lugar, simplemente como fruto del azar o del determinismo evolutivo, se corre el riesgo de que disminuya en las personas la conciencia de la responsabilidad.[iii] En cambio, valorar la creación como un don de Dios a la humanidad nos ayuda a comprender la vocación y el valor del hombre. En efecto, podemos proclamar llenos de asombro con el Salmista: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?» (Sal 8,4-5). Contemplar la belleza de la creación es un estímulo para reconocer el amor del Creador, ese amor que «mueve el sol y las demás estrellas».[iv]

3. Hace veinte años, al dedicar el Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz al tema Paz con Dios creador, paz con toda la creación, el Papa Juan Pablo II llamó la atención sobre la relación que nosotros, como criaturas de Dios, tenemos con el universo que nos circunda. «En nuestros días aumenta cada vez más la convicción –escribía– de que la paz mundial está amenazada, también [...] por la falta del debido respeto a la naturaleza», añadiendo que la conciencia ecológica «no debe ser obstaculizada, sino más bien favorecida, de manera que se desarrolle y madure encontrando una adecuada expresión en programas e iniciativas concretas».[v] También otros Predecesores míos habían hecho referencia anteriormente a la relación entre el hombre y el medio ambiente. Pablo VI, por ejemplo, con ocasión del octogésimo aniversario de la Encíclica Rerum Novarum de León XIII, en 1971, señaló que «debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, [el hombre] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación». Y añadió también que, en este caso, «no sólo el ambiente físico constituye una amenaza permanente: contaminaciones y desechos, nuevas enfermedades, poder destructor absoluto; es el propio consorcio humano el que el hombre no domina ya, creando de esta manera para el mañana un ambiente que podría resultarle intolerable. Problema social de envergadura que incumbe a la familia humana toda entera».[vi]

4. Sin entrar en la cuestión de soluciones técnicas específicas, la Iglesia, «experta en humanidad», se preocupa de llamar la atención con energía sobre la relación entre el Creador, el ser humano y la creación. En 1990, Juan Pablo II habló de «crisis ecológica» y, destacando que ésta tiene un carácter predominantemente ético, hizo notar «la urgente necesidad moral de una nueva solidaridad».[vii] Este llamamiento se hace hoy todavía más apremiante ante las crecientes manifestaciones de una crisis, que sería irresponsable no tomar en seria consideración. ¿Cómo permanecer indiferentes ante los problemas que se derivan de fenómenos como el cambio climático, la desertificación, el deterioro y la pérdida de productividad de amplias zonas agrícolas, la contaminación de los ríos y de las capas acuíferas, la pérdida de la biodiversidad, el aumento de sucesos naturales extremos, la deforestación de las áreas ecuatoriales y tropicales? ¿Cómo descuidar el creciente fenómeno de los llamados «prófugos ambientales», personas que deben abandonar el ambiente en que viven –y con frecuencia también sus bienes– a causa de su deterioro, para afrontar los peligros y las incógnitas de un desplazamiento forzado? ¿Cómo no reaccionar ante los conflictos actuales, y ante otros potenciales, relacionados con el acceso a los recursos naturales? Todas éstas son cuestiones que tienen una repercusión profunda en el ejercicio de los derechos humanos como, por ejemplo, el derecho a la vida, a la alimentación, a la salud y al desarrollo.

5. No obstante, se ha de tener en cuenta que no se puede valorar la crisis ecológica separándola de las cuestiones ligadas a ella, ya que está estrechamente vinculada al concepto mismo de desarrollo y a la visión del hombre y su relación con sus semejantes y la creación. Por tanto, resulta sensato hacer una revisión profunda y con visión de futuro del modelo de desarrollo, reflexionando además sobre el sentido de la economía y su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones. Lo exige el estado de salud ecológica del planeta; lo requiere también, y sobre todo, la crisis cultural y moral del hombre, cuyos síntomas son patentes desde hace tiempo en todas las partes del mundo.[viii] La humanidad necesita una profunda renovación cultural; necesita redescubrir esos valores que constituyen el fundamento sólido sobre el cual construir un futuro mejor para todos. Las situaciones de crisis por las que está actualmente atravesando –ya sean de carácter económico, alimentario, ambiental o social– son también, en el fondo, crisis morales relacionadas entre sí. Éstas obligan a replantear el camino común de los hombres. Obligan, en particular, a un modo de vivir caracterizado por la sobriedad y la solidaridad, con nuevas reglas y formas de compromiso, apoyándose con confianza y valentía en las experiencias positivas que ya se han realizado y rechazando con decisión las negativas. Sólo de este modo la crisis actual se convierte en ocasión de discernimiento y de nuevas proyecciones.

6. ¿Acaso no es cierto que en el origen de lo que, en sentido cósmico, llamamos «naturaleza», hay «un designio de amor y de verdad»? El mundo «no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar [...]. Procede de la voluntad libre de Dios que ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad».[ix] El Libro del Génesis nos remite en sus primeras páginas al proyecto sapiente del cosmos, fruto del pensamiento de Dios, en cuya cima se sitúan el hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza del Creador para «llenar la tierra» y «dominarla» como «administradores» de Dios mismo (cf. Gn 1,28). La armonía entre el Creador, la humanidad y la creación que describe la Sagrada Escritura, se ha roto por el pecado de Adán y Eva, del hombre y la mujer, que pretendieron ponerse en el lugar de Dios, negándose a reconocerse criaturas suyas. La consecuencia es que se ha distorsionado también el encargo de «dominar» la tierra, de «cultivarla y guardarla», y así surgió un conflicto entre ellos y el resto de la creación (cf. Gn 3,17-19). El ser humano se ha dejado dominar por el egoísmo, perdiendo el sentido del mandato de Dios, y en su relación con la creación se ha comportado como explotador, queriendo ejercer sobre ella un dominio absoluto. Pero el verdadero sentido del mandato original de Dios, perfectamente claro en el Libro del Génesis, no consistía en una simple concesión de autoridad, sino más bien en una llamada a la responsabilidad. Por lo demás, la sabiduría de los antiguos reconocía que la naturaleza no está a nuestra disposición como si fuera un «montón de desechos esparcidos al azar»,[x] mientras que la Revelación bíblica nos ha hecho comprender que la naturaleza es un don del Creador, el cual ha inscrito en ella su orden intrínseco para que el hombre pueda descubrir en él las orientaciones necesarias para «cultivarla y guardarla» (cf. Gn 2,15).[xi] Todo lo que existe pertenece a Dios, que lo ha confiado a los hombres, pero no para que dispongan arbitrariamente de ello. Por el contrario, cuando el hombre, en vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios, lo suplanta, termina provocando la rebelión de la naturaleza, «más bien tiranizada que gobernada por él».[xii] Así, pues, el hombre tiene el deber de ejercer un gobierno responsable sobre la creación, protegiéndola y cultivándola.[xiii]

7. Se ha de constatar por desgracia que numerosas personas, en muchos países y regiones del planeta, sufren crecientes dificultades a causa de la negligencia o el rechazo por parte de tantos a ejercer un gobierno responsable respecto al medio ambiente. El Concilio Ecuménico Vaticano II ha recordado que «Dios ha destinado la tierra y todo cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos».[xiv] Por tanto, la herencia de la creación pertenece a la humanidad entera. En cambio, el ritmo actual de explotación pone en serio peligro la disponibilidad de algunos recursos naturales, no sólo para la presente generación, sino sobre todo para las futuras.[xv] Así, pues, se puede comprobar fácilmente que el deterioro ambiental es frecuentemente el resultado de la falta de proyectos políticos de altas miras o de la búsqueda de intereses económicos miopes, que se transforman lamentablemente en una seria amenaza para la creación. Para contrarrestar este fenómeno, teniendo en cuenta que «toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral»,[xvi] es también necesario que la actividad económica respete más el medio ambiente. Cuando se utilizan los recursos naturales, hay que preocuparse de su salvaguardia, previendo también sus costes –en términos ambientales y sociales–, que han de ser considerados como un capítulo esencial del costo de la misma actividad económica. Compete a la comunidad internacional y a los gobiernos nacionales dar las indicaciones oportunas para contrarrestar de manera eficaz una utilización del medio ambiente que lo perjudique. Para proteger el ambiente, para tutelar los recursos y el clima, es preciso, por un lado, actuar respetando unas normas bien definidas incluso desde el punto de vista jurídico y económico y, por otro, tener en cuenta la solidaridad debida a quienes habitan las regiones más pobres de la tierra y a las futuras generaciones.

8. En efecto, parece urgente lograr una leal solidaridad intergeneracional. Los costes que se derivan de la utilización de los recursos ambientales comunes no pueden dejarse a cargo de las generaciones futuras: «Herederos de generaciones pasadas y beneficiándonos del trabajo de nuestros contemporáneos, estamos obligados para con todos y no podemos desinteresarnos de los que vendrán a aumentar todavía más el círculo de la familia humana. La solidaridad universal, que es un hecho y beneficio para todos, es también un deber. Se trata de una responsabilidad que las generaciones presentes tienen respecto a las futuras, una responsabilidad que incumbe también a cada Estado y a la Comunidad internacional».[xvii] El uso de los recursos naturales debería hacerse de modo que las ventajas inmediatas no tengan consecuencias negativas para los seres vivientes, humanos o no, del presente y del futuro; que la tutela de la propiedad privada no entorpezca el destino universal de los bienes;[xviii] que la intervención del hombre no comprometa la fecundidad de la tierra, para ahora y para el mañana. Además de la leal solidaridad intergeneracional, se ha de reiterar la urgente necesidad moral de una renovada solidaridad intrageneracional, especialmente en las relaciones entre países en vías de desarrollo y aquellos altamente industrializados: «la comunidad internacional tiene el deber imprescindible de encontrar los modos institucionales para ordenar el aprovechamiento de los recursos no renovables, con la participación también de los países pobres, y planificar así conjuntamente el futuro».[xix] La crisis ecológica muestra la urgencia de una solidaridad que se proyecte en el espacio y el tiempo. En efecto, entre las causas de la crisis ecológica actual, es importante reconocer la responsabilidad histórica de los países industrializados. No obstante, tampoco los países menos industrializados, particularmente aquellos emergentes, están eximidos de la propia responsabilidad respecto a la creación, porque el deber de adoptar gradualmente medidas y políticas ambientales eficaces incumbe a todos. Esto podría lograrse más fácilmente si no hubiera tantos cálculos interesados en la asistencia y la transferencia de conocimientos y tecnologías más limpias.

9. Es indudable que uno de los principales problemas que ha de afrontar la comunidad internacional es el de los recursos energéticos, buscando estrategias compartidas y sostenibles para satisfacer las necesidades de energía de esta generación y de las futuras. Para ello, es necesario que las sociedades tecnológicamente avanzadas estén dispuestas a favorecer comportamientos caracterizados por la sobriedad, disminuyendo el propio consumo de energía y mejorando las condiciones de su uso. Al mismo tiempo, se ha de promover la búsqueda y las aplicaciones de energías con menor impacto ambiental, así como la «redistribución planetaria de los recursos energéticos, de manera que también los países que no los tienen puedan acceder a ellos».[xx] La crisis ecológica, pues, brinda una oportunidad histórica para elaborar una respuesta colectiva orientada a cambiar el modelo de desarrollo global siguiendo una dirección más respetuosa con la creación y de un desarrollo humano integral, inspirado en los valores propios de la caridad en la verdad. Por tanto, desearía que se adoptara un modelo de desarrollo basado en el papel central del ser humano, en la promoción y participación en el bien común, en la responsabilidad, en la toma de conciencia de la necesidad de cambiar el estilo de vida y en la prudencia, virtud que indica lo que se ha de hacer hoy, en previsión de lo que puede ocurrir mañana.[xxi]

10. Para llevar a la humanidad hacia una gestión del medio ambiente y los recursos del planeta que sea sostenible en su conjunto, el hombre está llamado a emplear su inteligencia en el campo de la investigación científica y tecnológica y en la aplicación de los descubrimientos que se derivan de ella. La «nueva solidaridad» propuesta por Juan Pablo II en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990,[xxii] y la «solidaridad global», que he mencionado en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2009,[xxiii] son actitudes esenciales para orientar el compromiso de tutelar la creación, mediante un sistema de gestión de los recursos de la tierra mejor coordinado en el ámbito internacional, sobre todo en un momento en el que va apareciendo cada vez de manera más clara la estrecha interrelación que hay entre la lucha contra el deterioro ambiental y la promoción del desarrollo humano integral. Se trata de una dinámica imprescindible, en cuanto «el desarrollo integral del hombre no puede darse sin el desarrollo solidario de la humanidad».[xxiv] Hoy son muchas las oportunidades científicas y las potenciales vías innovadoras, gracias a las cuales se pueden obtener soluciones satisfactorias y armoniosas para la relación entre el hombre y el medio ambiente. Por ejemplo, es preciso favorecer la investigación orientada a determinar el modo más eficaz para aprovechar la gran potencialidad de la energía solar. También merece atención la cuestión, que se ha hecho planetaria, del agua y el sistema hidrogeológico global, cuyo ciclo tiene una importancia de primer orden para la vida en la tierra, y cuya estabilidad puede verse amenazada gravemente por los cambios climáticos. Se han de explorar, además, estrategias apropiadas de desarrollo rural centradas en los pequeños agricultores y sus familias, así como es preciso preparar políticas idóneas para la gestión de los bosques, para el tratamiento de los desperdicios y para la valorización de las sinergias que se dan entre los intentos de contrarrestar los cambios climáticos y la lucha contra la pobreza. Hacen falta políticas nacionales ambiciosas, completadas por un necesario compromiso internacional que aporte beneficios importantes, sobre todo a medio y largo plazo. En definitiva, es necesario superar la lógica del mero consumo para promover formas de producción agrícola e industrial que respeten el orden de la creación y satisfagan las necesidades primarias de todos. La cuestión ecológica no se ha de afrontar sólo por las perspectivas escalofriantes que se perfilan en el horizonte a causa del deterioro ambiental; el motivo ha de ser sobre todo la búsqueda de una auténtica solidaridad de alcance mundial, inspirada en los valores de la caridad, la justicia y el bien común. Por otro lado, como ya he tenido ocasión de recordar, «la técnica nunca es sólo técnica. Manifiesta quién es el hombre y cuáles son sus aspiraciones de desarrollo, expresa la tensión del ánimo humano hacia la superación gradual de ciertos condicionamientos materiales. La técnica, por lo tanto, se inserta en el mandato de cultivar y guardar la tierra (cf. Gn 2,15), que Dios ha confiado al hombre, y se orienta a reforzar esa alianza entre ser humano y medio ambiente que debe reflejar el amor creador de Dios».[xxv]

11. Cada vez se ve con mayor claridad que el tema del deterioro ambiental cuestiona los comportamientos de cada uno de nosotros, los estilos de vida y los modelos de consumo y producción actualmente dominantes, con frecuencia insostenibles desde el punto de vista social, ambiental e incluso económico. Ha llegado el momento en que resulta indispensable un cambio de mentalidad efectivo, que lleve a todos a adoptar nuevos estilos de vida, «a tenor de los cuales, la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un desarrollo común, sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones».[xxvi] Se ha de educar cada vez más para construir la paz a partir de opciones de gran calado en el ámbito personal, familiar, comunitario y político. Todos somos responsables de la protección y el cuidado de la creación. Esta responsabilidad no tiene fronteras. Según el principio de subsidiariedad, es importante que todos se comprometan en el ámbito que les corresponda, trabajando para superar el predominio de los intereses particulares. Un papel de sensibilización y formación corresponde particularmente a los diversos sujetos de la sociedad civil y las Organizaciones no gubernativas, que se mueven con generosidad y determinación en favor de una responsabilidad ecológica, que debería estar cada vez más enraizada en el respeto de la «ecología humana». Además, se ha de requerir la responsabilidad de los medios de comunicación social en este campo, con el fin de proponer modelos positivos en los que inspirarse. Por tanto, ocuparse del medio ambiente exige una visión amplia y global del mundo; un esfuerzo común y responsable para pasar de una lógica centrada en el interés nacionalista egoísta a una perspectiva que abarque siempre las necesidades de todos los pueblos. No se puede permanecer indiferentes ante lo que ocurre en nuestro entorno, porque la degradación de cualquier parte del planeta afectaría a todos. Las relaciones entre las personas, los grupos sociales y los Estados, al igual que los lazos entre el hombre y el medio ambiente, están llamadas a asumir el estilo del respeto y de la «caridad en la verdad». En este contexto tan amplio, es deseable más que nunca que los esfuerzos de la comunidad internacional por lograr un desarme progresivo y un mundo sin armas nucleares, que sólo con su mera existencia amenazan la vida del planeta, así como por un proceso de desarrollo integral de la humanidad de hoy y del mañana, sean de verdad eficaces y correspondidos adecuadamente.

12. La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y se siente en el deber de ejercerla también en el ámbito público, para defender la tierra, el agua y el aire, dones de Dios Creador para todos, y sobre todo para proteger al hombre frente al peligro de la destrucción de sí mismo. En efecto, la degradación de la naturaleza está estrechamente relacionada con la cultura que modela la convivencia humana, por lo que «cuando se respeta la “ecología humana” en la sociedad, también la ecología ambiental se beneficia».[xxvii] No se puede pedir a los jóvenes que respeten el medio ambiente, si no se les ayuda en la familia y en la sociedad a respetarse a sí mismos: el libro de la naturaleza es único, tanto en lo que concierne al ambiente como a la ética personal, familiar y social.[xxviii] Los deberes respecto al ambiente se derivan de los deberes para con la persona, considerada en sí misma y en su relación con los demás. Por eso, aliento de buen grado la educación de una responsabilidad ecológica que, como he dicho en la Encíclica Caritas in veritate, salvaguarde una auténtica «ecología humana» y, por tanto, afirme con renovada convicción la inviolabilidad de la vida humana en cada una de sus fases, y en cualquier condición en que se encuentre, la dignidad de la persona y la insustituible misión de la familia, en la cual se educa en el amor al prójimo y el respeto por la naturaleza.[xxix] Es preciso salvaguardar el patrimonio humano de la sociedad. Este patrimonio de valores tiene su origen y está inscrito en la ley moral natural, que fundamenta el respeto de la persona humana y de la creación.

13. Tampoco se ha de olvidar el hecho, sumamente elocuente, de que muchos encuentran tranquilidad y paz, se sienten renovados y fortalecidos, al estar en contacto con la belleza y la armonía de la naturaleza. Así, pues, hay una cierta forma de reciprocidad: al cuidar la creación, vemos que Dios, a través de ella, cuida de nosotros. Por otro lado, una correcta concepción de la relación del hombre con el medio ambiente no lleva a absolutizar la naturaleza ni a considerarla más importante que la persona misma. El Magisterio de la Iglesia manifiesta reservas ante una concepción del mundo que nos rodea inspirada en el ecocentrismo y el biocentrismo, porque dicha concepción elimina la diferencia ontológica y axiológica entre la persona humana y los otros seres vivientes. De este modo, se anula en la práctica la identidad y el papel superior del hombre, favoreciendo una visión igualitarista de la «dignidad» de todos los seres vivientes. Se abre así paso a un nuevo panteísmo con acentos neopaganos, que hace derivar la salvación del hombre exclusivamente de la naturaleza, entendida en sentido puramente naturalista. La Iglesia invita en cambio a plantear la cuestión de manera equilibrada, respetando la «gramática» que el Creador ha inscrito en su obra, confiando al hombre el papel de guardián y administrador responsable de la creación, papel del que ciertamente no debe abusar, pero del cual tampoco puede abdicar. En efecto, también la posición contraria de absolutizar la técnica y el poder humano termina por atentar gravemente, no sólo contra la naturaleza, sino también contra la misma dignidad humana.[xxx]

14. Si quieres promover la paz, protege la creación. La búsqueda de la paz por parte de todos los hombres de buena voluntad se verá facilitada sin duda por el reconocimiento común de la relación inseparable que existe entre Dios, los seres humanos y toda la creación. Los cristianos ofrecen su propia aportación, iluminados por la divina Revelación y siguiendo la Tradición de la Iglesia. Consideran el cosmos y sus maravillas a la luz de la obra creadora del Padre y de la redención de Cristo, que, con su muerte y resurrección, ha reconciliado con Dios «todos los seres: los del cielo y los de la tierra» (Col 1,20). Cristo, crucificado y resucitado, ha entregado a la humanidad su Espíritu santificador, que guía el camino de la historia, en espera del día en que, con la vuelta gloriosa del Señor, serán inaugurados «un cielo nuevo y una tierra nueva» (2 P 3,13), en los que habitarán por siempre la justicia y la paz. Por tanto, proteger el entorno natural para construir un mundo de paz es un deber de cada persona. He aquí un desafío urgente que se ha de afrontar de modo unánime con un renovado empeño; he aquí una oportunidad providencial para legar a las nuevas generaciones la perspectiva de un futuro mejor para todos. Que los responsables de las naciones sean conscientes de ello, así como los que, en todos los ámbitos, se interesan por el destino de la humanidad: la salvaguardia de la creación y la consecución de la paz son realidades íntimamente relacionadas entre sí. Por eso, invito a todos los creyentes a elevar una ferviente oración a Dios, Creador todopoderoso y Padre de misericordia, para que en el corazón de cada hombre y de cada mujer resuene, se acoja y se viva el apremiante llamamiento: Si quieres promover la paz, protege la creación.

Vaticano, 8 de diciembre de 2009

BENEDICTUS PP XVI

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[i] Catecismo de la Iglesia Católica , 198.

[ii] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2008, 7.

[iii] Cf. n. 48.

[iv] Dante Alighieri, Divina Comedia, Paraíso, XXXIII, 145.

[v] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 1.

[vi] Carta ap. Octogesima adveniens, 21.

[vii] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 10.

[viii] Cf. Carta enc. Caritas in veritate, 32.

[ix] Catecismo de la Iglesia Católica , 295.

[x] Heráclito de Éfeso ( 535 a .C. ca. – 475 a .C. ca.), Fragmento 22B124, en H. Diels-W. Kranz, Die Fragmente der Vorsokratiker, Weidmann, Berlín 19526.

[xi] Cf. Carta enc. Caritas in veritate, 48.

[xii] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 37.

[xiii] Cf. Carta enc. Caritas in veritate, 50.

[xiv] Const. past. Gaudium et spes, 69.

[xv] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 34.

[xvi] Carta enc. Caritas in veritate, 37.

[xvii] Pontificio Consejo «Justicia y Paz», Compendio de la Doctrina social de la Iglesia, 467; cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 17.

[xviii] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 30-31.43.

[xix] Carta enc. Caritas in veritate, 49.

[xx] Ibíd.

[xxi] Cf. Santo Tomás de Aquino, S. Th., II-II, q. 49, 5.

[xxii] Cf. n. 9.

[xxiii] Cf. n. 8.

[xxiv] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 43.

[xxv] Carta enc. Caritas in veritate, 69.

[xxvi] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 36.

[xxvii] Carta enc. Caritas in veritate, 51.

[xxviii] Cf. ibíd., 15.51.

[xxix] Cf. ibíd., 28.51.61; Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 38.39.

[xxx] Cf. Carta enc. Caritas in veritate, 70.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Retorno de Misioneros de Melo en Bolivia


El P. Nacho y María, misioneros de la diócesis de Melo en el Vicariato de Camiri, Bolivia, saludaron a Mons. Heriberto al regreso de María.
El P. Nacho estuvo durante varios años como sacerdote misionero en Bolivia, al servicio de las comunidades guaraníes. En 2010 se integrará de firme en el trabajo pastoral en la diócesis.
María, joven maestra melense, participó en su equipo itinerante en los últimos seis meses. Para ella fue una experiencia muy importante en su vida. Volvió impresionada por la fe y el espíritu comunitario de los guaraníes.

domingo, 27 de diciembre de 2009

Fiesta de la Sagrada Familia

La Sagrada Familia en el pesebre viviente de la Parroquia San José Obrero el 24 de diciembre.



Homilía de Mons. Heriberto Bodeant en la fiesta patronal de la Capilla Sagrada Familia, Parroquia San José Obrero, Diócesis de Melo

Queridas hermanas, queridos hermanos,
Aquí presentes, o siguiendo esta celebración a través de Radio María:
¡Feliz Navidad!

Jesús ha nacido en el hogar que forman María y José. Ese nacimiento hace de los tres una familia, la Sagrada Familia, cuya fiesta celebramos hoy, primer domingo después de Navidad.

El Evangelio que hemos escuchado culmina diciendo que “Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres”.

La familia se manifiesta así no sólo como el ámbito que recibe a un niño que nace de ella y en ella, sino como el lugar adecuado para su crecimiento integral.

El crecimiento que más inmediatamente se manifiesta es el crecimiento físico: el Evangelio dice que Jesús iba creciendo “en estatura”.

Pero no se trata sólo de aumentar de tamaño y de peso. Al crecer, se va adquiriendo conocimiento del propio cuerpo, explorando sus funciones. Para el ser humano es un proceso lento. Cuando nace un potrillo, es muy poco el tiempo que necesita para pararse sobre sus patas, y apenas un poco más para empezar a andar y trotar… ¿cuánto tiempo necesitamos nosotros, después de nacer, para poder andar sobre nuestros pies? Y cuando podemos andar así, dando vueltas por toda la casa o asomándonos a la puerta, no es que seamos ahora independientes… al contrario: necesitamos otra forma de cuidado y vigilancia.

También necesitamos ser alimentados. El crecimiento sano está relacionado a una alimentación adecuada, que comienza por la leche materna para irse poco a poco diversificando y enriqueciendo. Alimentar a los hijos moviliza a la familia. Es la necesidad más básica. Muchos padres han comprobado que los hijos vienen “con un pan abajo del brazo”, pero saben también que ese pan se gana “con el sudor de la frente”. El trabajo toma otro sentido cuando se realiza por la familia, para alimentar, vestir, dar una vivienda adecuada a esos hijos que crecen. El trabajo se hace así una generosa y concreta entrega de amor y de vida.

Junto al crecimiento físico, se va dando el desarrollo de la personalidad: “Jesús crecía en sabiduría”.

Aprendemos a hablar y así podemos nombrar a las personas y a las cosas, y expresar lo que conocemos y lo que sentimos. Se comienza a configurar el pensamiento. Los recuerdos encuentran su forma de ser expresados y registrados por medio del lenguaje.

Así vamos aprendiendo. Pero la sabiduría no es cualquier aprendizaje. Como dice el Martín Fierro “Es mejor que aprender mucho el aprender cosas buenas”. Cosas buenas. Allí está la sabiduría. Aprender lo bueno, lo que es realmente importante para la vida, lo que le da sentido. Conocer las propias raíces, la historia de la familia. Aprender a caer y levantarse; a ganar y a perder; a enfrentar las contradicciones y las frustraciones; a reconocer y a agradecer; a ser humilde sin dejarse humillar; a perdonar y a pedir perdón; a estar atento al prójimo y a sus necesidades: “a no dar de lo que sobra, sino de lo que falta”, como dice una vieja canción. Fundamentalmente, se trata de aprender a amar, a salir de sí mismo, del egocentrismo o del egoísmo, para abrirse a los demás en el amor, empezando por casa.

Cuando llegamos a ser adultos, ya no es necesaria esa protección que nos dio la familia para hacer posible nuestro crecimiento inicial; pero siguen siendo necesarios esos vínculos que nos siguen enriqueciendo a lo largo de la vida. El amor paterno, el amor materno, el amor filial, el amor fraterno, no se agotan, sino que siguen teniendo nuevos desafíos a medida que la familia se desarrolla en el tiempo. Hoy de mañana, en “Rueda de Amigos” de radio María, recordábamos el rol especial de los abuelos, trasmitiendo sus vivencias de otro tiempo, ayudando a forjar una sabiduría de vida.

La sabiduría de Jesús está en remontarse a su origen más profundo: el Padre, de quien Él viene, y hacia quien Él va. Así Jesús podrá decir un día: “mi alimento es hacer la voluntad del Padre”. Jesús descubre el amor de su Padre Dios, y responde a Él, sin que eso menoscabe su amor por su familia de la tierra.

No es casual que las primeras palabras de Jesús en el Evangelio de Lucas sean las que hemos escuchado hoy: “¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?”. Ocuparse de las cosas de su Padre: esa es la misión que colma la vida de Jesús.

Y todo esto es lo que expresa el tercer aspecto del crecimiento que es señalado en Jesús. El Evangelio nos dice que crecía “en sabiduría, en estatura y en Gracia”.

Ese crecimiento “en Gracia” significa que Jesús madura su experiencia de Dios, su experiencia del Padre. El niño es capaz de Dios, como lo afirma el título de un libro del que me habló una mamá de Salto. Es posible para el niño ser educado en la fe y crecer en ella desde el comienzo de su vida.

No es posible, ni sería muy bueno, que siguiéramos creciendo en estatura indefinidamente (aunque algunos podrían querer tener algunos centímetros más). Sin embargo, es posible seguir creciendo siempre en sabiduría y en Gracia.

La sabiduría humana y más aún, la vida en el Espíritu, la vida en la Gracia, siempre puede ser acrecentada. Todo lo de Dios es un misterio, pero eso no significa que esté cerrado o sea imposible conocerlo. Lo que significa realmente es que siempre podemos meternos más y más en el corazón de ese Misterio sin terminar de conocerlo, sin agotarlo. Siempre podemos conocer más a Dios, siempre podemos amarlo más.

Le pedimos a la Sagrada Familia, especialmente a María y a José, que tuvieron en su hogar el misterio vivo del Dios hecho hombre, que nos ayuden, a nosotros y a nuestras familias, a crecer como ellos en su conocimiento y amor de Dios.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Feliz Navidad


Queridos amigos de este blog:
¡Que tengan Uds. una muy Feliz y Santa Navidad!

De los Sermones de san León Magno, papa

Nuestro Salvador, amadísimos hermanos, ha nacido hoy;

alegrémonos.

No puede haber, en efecto,
lugar para la tristeza,
cuando nace aquella vida que viene a destruir
el temor de la muerte y a darnos la esperanza
de una eternidad dichosa.

Que nadie se considere
excluido de esta alegría,

pues el motivo de este gozo es común para todos;
nuestro Señor, en efecto,
vencedor del pecado y de la muerte,
así como no encontró a nadie libre de culpa,
así ha venido para salvarnos a todos.

Alégrese, pues, el justo,
porque se acerca a la recompensa;
regocíjese el pecador,
porque se le brinda el perdón;
anímese el pagano,
porque es llamado a la vida.

Al llegar el momento dispuesto de antemano por los
impenetrables designios divinos, el Hijo de Dios quiso
asumir la naturaleza humana para reconciliarla con su
Creador; así el diablo, autor de la muerte, sería vencido
mediante aquella misma naturaleza sobre la cual él mis-
mo había reportado su victoria.

Por eso, al nacer el Señor, los ángeles cantan llenos de gozo:

Gloria a Dios en el cielo,

y proclaman:

y en la tierra paz
a los hombres
que ama el Señor.

Ellos Ven, en efecto,
que la Jerusalén celestial se va edificando por medio de
todas las naciones del orbe. ¿Cómo, pues, no habría de
alegrarse la pequenez humana ante esta obra inenarrable
de la misericordia divina,
cuando incluso los coros sublimes de los ángeles
encontraban en ella un gozo tan intenso?

Demos, por tanto, amadísimos hermanos, gracias a
Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo,
pues, por la inmensa misericordia con que nos amó, ha
tenido piedad de nosotros y, cuando estábamos muertos
por nuestros pecados, nos vivificó con Cristo, para que
fuésemos en él una nueva creatura, una nueva obra de
sus manos. Despojémonos, por tanto, del hombre viejo y
de sus acciones y, habiendo sido admitidos a participar
del nacimiento de Cristo, renunciemos a las obras de la carne.

Reconoce, oh cristiano,
tu dignidad

y, ya que ahora participas de la misma naturaleza divina,
no vuelvas a tu antigua vileza con una vida depravada.
Recuerda de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro.
Ten presente que has sido arrancado
del dominio de las tinieblas
y transportado al reino y a la claridad de Dios.

Por el sacramento del bautismo
te has convertido en
templo del Espíritu Santo;
no ahuyentes, pues, con acciones pecaminosas
un huésped tan excelso, ni te entregues otra vez
como esclavo del demonio, pues

el precio con que has sido comprado
es la sangre de Cristo.


Natividad del Señor, Oficio de Lecturas, Segunda lectura.

martes, 22 de diciembre de 2009

Parroquia San Luis María Grignon de Monfort, Bello Oriente, Medellín








El barrio Bello Oriente está en la parte alta de Medellín. Desde allí puede verse casi toda la ciudad.
El barrio se conformó con terrenos ocupados, casas que se fueron construyendo sin planificación, gente venida de diferentes rincones de Colombia, muchos de ellos desplazados por los conflictos armados.
En medio del barrio, la Parroquia San Luis María Grignon de Monfort es una presencia viva de fe y de alegría, y una presencia atenta a las muchas necesidades de la gente. En su comedor almuerzan diariamente 200 niños. Se dictan cursos técnicos. Hay talleres de aprendizaje de costura.
El párroco, P. Jorge cuenta de años difíciles a causa de la violencia, que ahora ha mermado o se ha desplazado a otras zonas de la ciudad. "Nos tenemos que mantener neutrales", dice el P. Jorge. Para la misa de Navidad o del 31 les digo: "Aquí tienen que estar todos". Y todos vienen, a pesar de sus rivalidades y enfrentamientos.
En esta parroquia presta su servicio Luis Fernando, otro de los jóvenes de Medellín que se prepara a partir rumbo a Melo.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Misa en el Santuario Arquidiocesano de Guadalupe, Medellín






Juan Fernando, otros de los jóvenes de Medellín que se prepara para partir al Uruguay, desarrolla sus tareas pastorales en el Santuario Arquidiocesano Nuestra Señora de Guadalupe.
Hoy, a las 18 horas, mientras se jugaba la final del campeonato colombiano, que finalizaría con el triunfo del Medellín sobre el Huila, Mons. Bodeant celebró la Eucaristía.
Al final de la misa, muchas personas se acercaron al obispo para pedir su bendición.
En la foto de abajo, Juan Fernando y su madre.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Visita a la Parroquia San Blas




Después de mediodía Mons. Bodeant visitó la Parroquia San Blas, donde realiza su servicio pastoral José Reinaldo, uno de los cuatro colombianos que irán el próximo año a Melo.
José Reinaldo aparece primero a la izquierda en la foto de arriba.

Misa en Iglesia El Calvario, Medellín







Hoy al mediodía Mons. Bodeant celebró la Eucaristía en el templo parroquial de El Calvario, en Medellín. El Párroco, P. Leonardo, es el Vicario Pastoral de la Arquidiócesis.

Ordenación diaconal de Wilson Zapata (1)




La ciudad de Medellín está dividida en 16 comunas. La comuna Nº 2, Santa Cruz, se encuentra al noreste de la ciudad y esta constituida por 11 barrios, entre ellos Andalucía y La Francia.
Allí se encuentra la parroquia Nuestra Señora de las Victorias. Ese es el lugar de origen de Wilson: su barrio, su comunidad. Un barrio popular, densamente poblado, con subidas sumamente empinadas y casas construidas adaptándose a las irregularidades del terreno.
Desde la mañana del sábado 19 de diciembre, al lado del templo parroquial, se desarrolla una fiesta con música atronadora, que cesará a las 15 horas, al comenzar la ordenación, no sin dificultosas gestiones del párroco y de la familia de Wilson.
La Iglesia está hermosamente iluminada en su interior, marcando la cercanía de la Navidad. En realidad, todo el barrio está engalanado. Hasta la casa más pobre se adorna con no pocas guirnaldas de variados colores y gustos, e incluso algunas figuras luminosas. Es que ésa es una tradición de Medellín: las iluminaciones navideñas son algo digno de ser contemplado. Y tuvimos la oportunidad de hacerlo, luego de la ordenación, al caer la noche. Las del barrio y las del centro, éstas últimas impresionante despliegue de las empresas públicas de la ciudad.
Junto a las luces, las flores: grandes, hermosos y armoniosos ramos, convenientemente distribuidos. Otra expresión de esta ciudad, ciudad de las flores.
Cerca de las tres de la tarde, se va congregando la gente que participará en la ordenación: los familiares de Wilson, los miembros de la comunidad, seminaristas, entre ellos los cuatro que partirán rumbo a Melo en febrero. Dos diáconos, varios sacerdotes, el maestro de ceremonias de la Arquidiócesis, el Obispo... Todo transcurrirá serenamente y, al final de la celebración, la diócesis de Melo contará con un nuevo diácono que será pronto, Dios mediante, uno de sus sacerdotes.

Ordenación diaconal de Wilson Zapata (2) Homilía de Mons. Heriberto






Luego de la proclamación del Evangelio, cantado por uno de los diáconos presentes, Wilson es llamado y presentado por el párroco de Nuestra Señora de las Victorias, P. Fernando Palacio.
El P. Fernando lee la evaluación de Wilson realizada por el Consejo de Presbiterio de Melo, recomendando al Obispo la ordenación de Wilson.
El P. Álvaro Mejía, formador y testigo del camino vocacional de Wilson da también su testimonio favorable.
Mons. Heriberto se dirige entonces a la asamblea y en particular al ordenando en estos términos.

Homilía de Mons. Heriberto Bodeant,
obispo de Melo,
en la ordenación diaconal de
Wilson Zapata

Queridas hermanas, queridos hermanos,

Ante todo quiero expresar mi agradecimiento a Mons. Alberto Giraldo Jaramillo, arzobispo de Medellín, por permitirme realizar esta ordenación diaconal en su Iglesia diocesana. Agradezco también al P. Fernando Palacio, párroco de Nuestra Señora de las Victorias, por abrirnos las puertas de su templo parroquial para que un hijo de esta comunidad reciba esa ordenación. Mi gratitud también al maestro de ceremonias, P. Diego Uribe, delegado para la liturgia de la Arquidiócesis de Medellín, por su delicada y cuidadosa preparación de esta ceremonia. Agradezco muy especialmente al P. Álvaro Mejía, testigo de la vocación y activo protagonista de la formación del futuro diácono.

El acontecimiento que estamos viviendo me trae el inmediato recuerdo de estas palabras del libro del Génesis:

“Deja tu casa... anda a la tierra que Yo te mostraré... te bendeciré... y tú serás una bendición” (Génesis 12,1-2).

Esa promesa de Dios, recibida con fe por Abraham, abre la historia de los creyentes en el único Dios. Creyendo en la promesa de Dios, Abraham se hace padre de los creyentes.
Estamos en el Adviento, el tiempo en que recordamos las promesas del Señor y, sobre todo, celebramos su cumplimiento en la Encarnación y el Nacimiento de su Hijo, hecho hombre para salvarnos.

Así, en el primer versículo de la primera lectura del primer domingo de este Adviento, el Señor nos declaró, por boca del profeta Jeremías: “Llegarán los días […] en que yo cumpliré la promesa que pronuncié”.

En el último versículo de la última lectura de este último domingo de Adviento, el último versículo del Evangelio que se acaba de proclamar, escuchamos a Isabel, quien llena del Espíritu Santo proclama a la Santísima Virgen feliz “por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.

Así, este Adviento nos ha llevado, a través de estos cuatro domingos, desde el anuncio del cumplimiento de una promesa del Señor, a la verificación de que esa promesa se ha cumplido.
Esto nos dice algo muy importante: ¡Dios es fiel! ¡El Señor cumple sus promesas!

¡La venida de Jesucristo fue anunciada por los profetas y Jesucristo vino! Su segunda venida es anunciada por el Señor: ¡Jesucristo vendrá! Como lo afirmamos en el Credo: “de nuevo vendrá con Gloria / para juzgar a los vivos y a los muertos / y su Reino no tendrá fin”.

Entre esa primera y esa última, definitiva venida, Jesucristo “viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino” [Prefacio de Adviento II].

Si creemos esto, podemos leer desde la fe el significado de este acontecimiento en el que un hombre joven se pone a entera disposición del Señor, para servirlo sirviendo a sus hermanos como diácono.

Wilson, lo mismo que Abraham, escuchó el llamado y la promesa del Señor, y salió de su casa, rumbo a una tierra desconocida. El Uruguay lo esperaba, y dentro de él, los departamentos de Cerro Largo y Treinta y Tres: la diócesis de Melo.

Esos nombres un poco extraños comenzaron a hacérsele familiares. El Cerro resultó por cierto largo, pero no muy alto, en esta tierra donde las alturas mayores rondan apenas los 500 m.
Los Treinta y Tres resultaron treinta y tres hombres que, en 1825, se jugaron por la causa de la independencia del Uruguay. Los mismos que pusieron bajo la protección de una pequeña y hermosa imagen de la Virgen la patria naciente, imagen que desde entonces fue conocida como “la Virgen de los Treinta y Tres” y es la patrona del Uruguay.

Lo mismo que a Abraham, le tocó a Wilson deambular por esa tierra que le había sido prometida. Recaló así en otro Cerro, no Largo sino Chato, en el más lejano rincón de la diócesis. Allí se ganó el respeto y cariño de todos por su sencillez y su cercanía, relacionándose, en la actitud de Jesús Buen Pastor, con los niños, con los jóvenes, con los mayores, con las familias de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús.

De esa parroquia de pueblo fue llamado luego a Nuestra Señora del Carmen, en la ciudad de Melo, donde se movió entre el centro y los barrios, cumpliendo satisfactoriamente los servicios pastorales que se le confiaron.

El Consejo de Presbiterio evaluó positivamente el camino recorrido por Wilson, y junto con el Obispo se decidió abrirle la posibilidad de que pidiera ser ordenado diácono. Nada demoró Wilson en presentar su pedido, y aquí estamos, en esta tierra y en esta comunidad de las que salió un día, para realizar y celebrar este paso decisivo en su vida.

La promesa de Dios a Abraham no era únicamente la de una nueva tierra donde vivir. Dios le dijo también: “te bendeciré... y tú serás una bendición”.

Al recibir el Sacramento del Orden en el grado de Diácono, Wilson comienza a experimentar esa segunda parte de la promesa. El Señor lo bendice, lo consagra, lo hace suyo, para hacerlo bendición. Bendición para un pueblo que necesita de la presencia de los Ministros del Señor: servidores que anuncien su Palabra, que lo entreguen en sus Sacramentos, que animen la comunión y la misión.

Querido Wilson: el Señor te ha llamado, tú has respondido. El Señor te ha dado su promesa, tú has creído en ella. Unido a Jesús desde tu bautismo, puedes decir ahora con Él: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Y esto, has de decirlo y repetirlo siempre con Él, siempre unido a Jesús, porque sin Él, nada podemos hacer. Unidos a Él, en cambio, frente a todas nuestras debilidades, frente a nuestras insuficiencias y aún frente a nuestras infidelidades, su amor nos sostendrá. Wilson, como dice el salmista: “Confía en el Señor, sé valiente. Ten ánimo, confía en el Señor” [Salmo 26].

Ordenación diaconal de Wilson Zapata (3) La imposición de manos






Luego de la invocación a los santos con el canto de las letanías, Wilson es ordenado por la imposición de manos del obispo.
Recibe luego los ornamentos propios del diácono: la estola cruzada y la dalmática, que le son entregados por su padrino de ordenación, el P. Álvaro, con quien se confunde en un afectuoso abrazo. Saluda también a su obispo y recibe su abrazo.

Ordenación diaconal de Wilson Zapata (4) Los saludos




Con sentidas palabras, el nuevo diácono agradeció a todos los que lo acompañaron en su camino vocacional. Su padre, sus padrinos de bautismo, allí presentes, el P. Álvaro, los párrocos de las diferentes parroquias por las que pasó en Medellín. Tuvo también un emotivo recuerdo para su madre ya fallecida.
Mons. Heriberto entrega a la comunidad una pequeña imagen de la Virgen de los Treinta y Tres. "Nos llevamos a Uruguay un miembro de esta comunidad... queremos dejarle esta presencia de nuestra iglesia y de nuestra tierra en esta pequeña imagen de nuestra patrona, la Virgen de los Treinta y Tres".

Ordenación diaconal de Wilson Zapata (5) Corona de Adviento




Al final de la ordenación de Wilson, Mons. Bodeant encendió la cuarta vela de la corona de Adviento y pronunció la oración que acompaña ese momento. La corona, colocada en lo alto, fue bajada y subida a través de un sistema de poleas.

sábado, 19 de diciembre de 2009

De Medellín a Melo

De izquierda a derecha: Juan Fernando, Luis Fernando, Carlos Mario y Wilson. Los tres primeros, junto a José Reynaldo, que no está en la foto, son los cuatro seminaristas colombianos que en febrero partirán de Medellín rumbo a Melo. Cada uno de ellos irá a una parroquia de la diócesis, iniciando un camino de integración a este mundo nuevo que se les abre, en miras a una posible ordenación sacerdotal. Wilson, que ya ha realizado la experiencia, será ordenado diácono esta tarde.
Medellín es la capital del departamento de Antioquia. La gente de Antioquia y de otros departamentos vecinos que conforman la zona cafetera de Colombia son conocidos como paisas.
Esta palabra es un apócope de paisano.

¿Cómo es un paisa? Un artículo de Wikipedia lo describe de esta forma, totalmente opinable, como se señala en el encabezado del propio artículo (http://es.wikipedia.org/wiki/Paisa):
Fundamentalmente, un paisa auténtico posee un espíritu productivo, ahorrativo, emprendedor y andariego. Asimismo es muy apegado a su tierra y su cultura, pero al tiempo audaz para la exploración y la innovación, irreverente cuando de inventar se trata, y disidente. El paisa ama mucho la libertad, concepto emblema de uno de sus himnos departamentales, el sonado Himno de Antioquia.
La personalidad del paisa es jovial, le gusta hablar, es alegre y vivaz. A los paisas se les conoce por su habilidad para hacer negocios. Citando la crónica escrita por el poeta Fidel Torres: "El Paisa todo lo vende, lo cambalachea todo, lo juega todo, todo lo "quema", menos la navaja de barba. Y recorre todos los caminos del mundo cantando, "descrestando", envolatando a media humanidad".
El paisa posee también un carácter un tanto francote, arisco y de talante igualitarista, es decir, paisa es paisa dondequiera que esté. Esta población es peculiar en Colombia en cuanto a su historia. Al haber sido pobladores de regiones casi imposibles de colonizar debido a una de las geografías más montañosas y abruptas del mundo, los paisas se mantuvieron encerrados en sí mismos durante muchos siglos y generaciones, a diferencia de las demás poblaciones colombianas que alcanzaron a inter-comunicarse y mezclarse entre sí, y a desarrollar modelos feudales de la colonia española.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Entrega de diplomas en Fundación Universitaria Luis Amigó, Medellín





Luis Fernando, uno de los cuatro jóvenes colombianos que partirán a comienzos del año próximo a Uruguay, para un año de experiencia pastoral en la diócesis de Melo, con miras a su posible ordenación sacerdotal para esa diócesis, recibió hoy su diploma de Teólogo, al haber culminado sus estudios en la Fundación Universitaria Luis Amigó de Medellín. En la foto de abajo, Luis Fernando junto al P. Álvaro y a Mons. Heriberto.