domingo, 28 de marzo de 2010

Domingo de Ramos
en Melo y Treinta y Tres

Procesión de Ramos en Melo


Homilía de Mons. Bodeant

Hemos escuchado el relato de la pasión de Jesús en el Evangelio de Lucas.
Cada uno de los evangelistas nos ha contado los mismos acontecimientos, pero cada uno le ha puesto su propio color, de acuerdo al aspecto que quiere resaltar de la entrega de Jesús.
Todo el Evangelio de Lucas pone un fuerte acento en la misericordia. Lo mismo sucede en el relato de la pasión.
Un largo relato, del que podemos resaltar esos detalles donde el amor misericordioso del Padre, que no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva, se manifiesta vivamente en los gestos y las palabras de Jesús.
El amor misericordioso se manifiesta a través de la entrega de amor de Jesús. Esa entrega ha comenzado ya en la encarnación, que celebramos el jueves pasado [25 de marzo], donde el Hijo de Dios dice al Padre “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Esa entrega ha continuado a lo largo de la vida entera de Jesús, tanto en su vida oculta en Nazaret, como en su ministerio público a lo largo de tres años.
Ahora Jesús va a llevar esa entrega a su total cumplimiento.
Su primer gesto, enorme gesto, es dejar a sus discípulos y, a través de ellos, a nosotros, el gran signo de su amor: la Eucaristía.
“Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes”
“Esta es mi sangre, que se derrama por ustedes”
El cuerpo entregado, la sangre derramada “por ustedes”, es decir por nosotros.
En la Eucaristía, Jesús nos hace participar de su pasión para que en común-unión con Él lleguemos a la Resurrección.

En esa cena, Jesús anuncia que va a ser traicionado por Judas y negado por Pedro.
No denuncia a Judas, no pronuncia su nombre. Tal vez hay allí un último llamado al arrepentimiento. ¿Era realmente necesario que hubiera un traidor en los discípulos para que Jesús fuera crucificado? Difícilmente la máquina de muerte se hubiera detenido aunque no contara con esa ayuda.
Jesús reza por Pedro. Sabe que va a ser tentado duramente. Pedro está confiando en sus propias fuerzas… tiene que aprender a apoyarse en Jesús y no en sí mismo. Jesús le anuncia su caída, pero le anuncia también su regreso, y su misión: “después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos”.
La negación llegará, y Pedro recibirá la mirada silenciosa de Jesús que, junto al recuerdo de sus palabras, lo llevará al inmediato arrepentimiento.

Los discípulos siguen sin entender el mensaje de Jesús. Se han preparado para resistir. Tienen dos espadas. En el momento en que Jesús es detenido, una de esas espadas corta la oreja de un servidor del Sumo Sacerdote. Jesús frena la reacción y, tocando la oreja del hombre, la sanó. Es el Jesús que ha dicho “amen a sus enemigos”.

Ese mismo amor que enfrenta al odio se sigue manifestando para quienes lo crucifican: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

Y ese amor misericordioso se abre todavía para recibir a uno de los criminales que está crucificado con él. Se suele hablar de este hombre como de “el buen ladrón”. Nadie era llevado a la cruz por robar, sino por delitos de sangre. Mientras otros se burlan de Jesús y lo desafían a que se salve a sí mismo, ese hombre reconoce su culpa, manifiesta su arrepentimiento, y reconoce a Jesús como Salvador. Por eso escuchará a Jesús decir “hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Finalmente, Jesús manifiesta aquello que ha dado sentido a toda su vida, y que ahora da sentido a su muerte. Su total unión con el Padre, su total confianza en Él: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

Hemos contemplado la pasión y la muerte de Jesús. Sabemos que Él resucitó. Lo celebraremos el próximo sábado por la noche, en la solemne vigilia pascual. No se trata simplemente de un recuerdo histórico. Se trata de unirnos al Resucitado. Participar de la Eucaristía en esta Semana Santa, en la Misa crismal del miércoles [en la catedral de Melo], en la evocación de la última cena, el jueves, en la celebración de la pasión y muerte del Señor el viernes y, desde luego, de la vigilia o de la misa del domingo no es simplemente cumplir con un precepto o repetir rutinariamente un antiguo rito. Es el encuentro con el Resucitado, al que queremos unirnos y que quiere unirnos a Él.

Es hacer nuestra la Pascua. Dar en nuestro corazón un paso de la muerte a la vida. Dejar atrás todo aquellos que nos reduce, que nos destruye, para abrirnos a la fuerza transformadora del Resucitado, la única que puede realmente cambiar nuestra vida.

Bendición de Ramos y Misa en San José Obrero, Treinta y Tres

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