lunes, 4 de octubre de 2010

San Francisco y la verdadera alegría

Lo leí hace tiempo. Lo voy a escribir como lo recuerdo... 

Una noche de invierno, el hermano Francisco y el hermano León regresan al convento, con frío y con hambre.
Francisco pregunta a León:
- Dime, hermano León ¿cuál es la verdadera alegría?
- Hermano Francisco, la verdadera alegría es que al tocar a la puerta del convento, el hermano portero nos abra inmediatamente, entremos a la sala calentada por el fuego, tomemos un buen plato de sopa y nos vayamos a dormir satisfechos y calentitos.
Pero Francisco replicó:
- No, hermano León: la verdadera alegría consiste en que el hermano portero tarde en abrir, cuando abra no nos reconozca y nos cierre la puerta en la cara, y tengamos que pasar la noche entera con frío y con hambre.

Y el relato terminaba así. Sin conclusión, sin moraleja, Como un desafío al sentido común. No lo entendí, pero me quedó grabado, como muchas cosas que no he entendido de primera oída.
Años después, empecé a entenderlo un poco... de a poco, creo que lo voy entendiendo.

Hoy, día de San Francisco, encontré en un sitio web de los franciscanos ésta, que parece la versión original, de los escritos de Francisco, y aquí sí hay una explicación:

DE LA VERDADERA Y PERFECTA ALEGRÍA
El mismo fray Leonardo refirió allí mismo que cierto día el bienaventurado Francisco, en Santa María, llamó a fray León y le dijo:
– «Hermano León, escribe.»
El cual respondió:
– «Heme aquí preparado.»
– «Escribe –dijo– cuál es la verdadera alegría.
Viene un mensajero y dice que todos los maestros de París han ingresado en la Orden. Escribe: No es la verdadera alegría.
Y que también, todos los prelados ultramontanos, arzobispos y obispos; y que también, el rey de Francia y el rey de Inglaterra. Escribe: No es la verdadera alegría.
También, que mis frailes se fueron a los infieles y los convirtieron a todos a la fe; también, que tengo tanta gracia de Dios que sano a los enfermos y hago muchos milagros: Te digo que en todas estas cosas no está la verdadera alegría.
Pero ¿cuál es la verdadera alegría?
Vuelvo de Perusa y en una noche profunda llegó acá, y es el tiempo de un invierno de lodos y tan frío, que se forman canelones del agua fría congelada en las extremidades de la túnica, y hieren continuamente las piernas, y mana sangre de tales heridas.
Y todo envuelto en lodo y frío y hielo, llego a la puerta, y, después de haber golpeado y llamado por largo tiempo, viene el hermano y pregunta: ¿Quién es? Yo respondo: El hermano Francisco.
Y él dice: Vete; no es hora decente de andar de camino; no entrarás.
E insistiendo yo de nuevo, me responde: Vete, tú eres un simple y un ignorante; ya no vienes con nosotros; nosotros somos tantos y tales, que no te necesitamos.
Y yo de nuevo estoy de pie en la puerta y digo: Por amor de Dios recogedme esta noche.
Y él responde: No lo haré.
Vete al lugar de los Crucíferos y pide allí.
Te digo que si hubiere tenido paciencia y no me hubiere alterado, que en esto está la verdadera alegría y la verdadera virtud y la salvación del alma.

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