sábado, 18 de diciembre de 2010

Celebración de los sesenta años de presencia de las Misioneras Franciscanas del Verbo Encarnado en Fraile Muerto

Algunas de las Hnas. MFVE presentes: Lorenza, Amancia, Lina, Isabel,
Mercedes, Alda, Shirley, Zulema, Rosa María, Graciela.

Al comienzo de la Eucaristía, Mons. Roberto evocó algunos
momentos de estos 60 años

Una cinta recorre la asamblea en el momento penitencial,
invitándonos a dejar nuestro egoísmo para unirnos en la solidaridad

Acompañada por los niños, la Hna. Lina introduce la Palabra de Dios

Los niños obsequiaron a las MFVE un retrato de la Madre Giovanna

Los ancianos del Hogar acercan su expresiva ofrenda:
la pelota que anima momentos de juego y la radio que acompaña


El libro de ingresos de la Sala de Auxilios fue presentado también en las ofrendas
historias de enfermedad y salud, de muerte y vida...


Al final de la Eucaristía, la Hna. Lina habla en nombre de las MFVE

Homilía de Mons. Heriberto Bodeant, Obispo de Melo, en la celebración de los sesenta años de presencia de las Misioneras Franciscanas del Verbo Encarnado en Fraile Muerto

Estamos celebrando en esta tarde de sábado, el IV domingo de Adviento, el último de estos cuatro domingos que nos preparan a la celebración de la Navidad. El nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, es un mensaje de amor de Dios.
Y más todavía que ese nacimiento, ese mismo Niño es el mensaje del amor de Dios. Ese Niño es el Verbo Encarnado, la Palabra de Dios hecha carne. Ese Niño–Palabra es la palabra de amor de Dios para toda la humanidad.
Celebrar la Navidad es decirle al Padre Dios que hemos recibido su mensaje, que hemos conocido su amor, que queremos que su Hijo siga naciendo, siga viniendo a cada uno de nuestros corazones, y que nuestros corazones sean tocados, transformados por su amor.
A lo largo de este Adviento cada domingo nos fue proponiendo una una manera de actuar en nuestra vida para estar bien preparados:
-    estar atentos y vigilantes,
-    convertirnos,
-    alegrarnos y
-    disponernos a servir al que viene, a Jesús, el Verbo Encarnado, el Dios-con-nosotros.
Pero hoy, en Fraile Muerto, el IV domingo de Adviento se junta con la celebración de estos 60 años de presencia de las Misioneras Franciscanas del Verbo Encarnado en esta ciudad centenaria.
Ya Mons. Roberto Cáceres, Obispo de Melo durante muchos de estos 60 años, nos recordó algunos momentos de esta historia llena de nombres, de personas muy queridas por todos: mujeres consagradas que dejaron aquí sus huellas. Esas huellas que uno encuentra cada vez que conversa con alguien de Fraile Muerto. Hoy, no más, por la ruta 44, llevé unos kilómetros a un hombre joven que es de acá. Nos pusimos a hablar y aparecieron los nombres de la Hna. Rita, la Hna. Mariana, asociados a su niñez, a su adolescencia, en la catequesis y en los grupos de jóvenes.
Pero yo quisiera volver sobre esas cuatro actitudes que nos propone este adviento, que son, en realidad, actitudes para todo el camino de la vida cristiana, y mirar, en ese espejo, el camino de la fundadora de las MFVE y de la congregación que fundó.
La Palabra de Dios del primer domingo de Adviento nos hacía un llamado a estar atentos y vigilantes: ¿para qué? Para descubrir al Señor que viene a nosotros en cada persona y en cada acontecimiento, si sabemos mirar a las personas y a los acontecimientos con los ojos de la fe.
La madre Giovanna fue una mujer atenta y vigilante, y eso le permitió descubrir a Jesús viniendo a su vida, con un llamado grande, intenso; con un regalo enorme para ella y en ella para toda la Iglesia.
Y esa misma actitud de vigilancia, de atención, permitió que otras mujeres descubrieran que ese carisma, ese don que había recibido la madre Giovanna era también un camino para ellas, como “Esposas del Verbo”. Así se llamaron en los comienzos, allá por diciembre de 1929, cuando hicieron su consagración la fundadora y seis hermanas más.
En el segundo domingo de Adviento, la palabra de Dios nos decía con mucha fuerza “conviértanse”. Convertirse quiere decir “darse vuelta”, pararse en la vida de manera que uno pueda estar de frente a Dios, mirando hacia Él con amor, dejándose mirar por Él con amor.
Muchas veces la conversión empieza por darnos cuenta de todo lo que nos separa de Dios. De todo lo que nos hace bajar la mirada delante de Él. Son nuestros pecados, es decir, todo aquello que en nuestra vida es como un rechazo del amor de Dios, un “no” a Dios que se hace egoísmo, mentira, maldad…
Dejar atrás nuestros pecados, recibir el perdón de Dios es el primer paso, gran paso, de nuestra conversión. Pero la conversión sigue. Sigue, porque nunca terminamos de “dar vuelta” nuestra vida, de hacer que toda nuestra vida se encamine hacia Dios.
Lo bueno es que Dios nos ofrece muchos caminos posibles para ir “dando vuelta” nuestra vida hacia él. Algunos de esos caminos tienen historia. Están bien probados, son buenos caminos. Caminos que no son siempre fáciles, pero que son seguros.
La madre Giovanna encontró uno de esos caminos. Un camino exigente pero seguro: el de San Francisco de Asís, un hombre enamorado de Cristo, que vivió una vida de pobreza, de desprendimiento, acercándose a Cristo en el hermano pobre, incluso en aquel que, como el leproso, nadie quiere tocar ni ver.
En las Cartas circulares de la Madre Giovanna está siempre presente esa mirada cristiana y franciscana hacia los hermanos más pobres, que para ella tienen los nombres de diferentes formas de pobreza: “los oprimidos, los rebeldes, los desviados, los abandonados, los pobres, los desesperados”; “los enfermos, los sufrientes”, “los sin Dios, los drogados, los anormales, los perdidos”.
Todos ellos están en el corazón de esta mujer que alienta a sus hijas a llevar con amor el Evangelio para “sostener a quien vacila, a quien duda, a quien desespera, a quien flaquea, a quien llora, a quien cede, a quien cae”. Que las anima a dar “fraterno y solícito amor, cantando con el alma las curaciones, las oraciones, las atenciones, los consejos, los consuelos, las caricias, las esperanzas, las gentilezas, más animadoras, más fascinantes, más convincentes, más transformadoras, para conducirlos a la Fe”.
A esas dos actitudes de vigilancia y conversión, el III domingo de Adviento le sumó otra: la alegría.
Y la alegría viene naturalmente al corazón cuando uno ha estado atento y por eso ha descubierto a Dios que viene. La alegría viene porque al encontrar a Dios uno ha entrado en un camino de conversión, en ese irse “dando vuelta” hacia Dios que siempre nos lleva a crecer en el amor a Él y a los hermanos. Cuando uno ha hecho ese camino, descubre la alegría más profunda.
Volviendo a las cartas de la Madre Giovanna, esa alegría aparece a cada momento. Y en esa alegría invita a vivir a sus hijas. Es más, les dice que esa alegría se haga canción, que su vida misma sea una canción de alegría, aún en medio de los momentos más difíciles.
Miren lo que decía la Madre Giovanna:
“Hijas mías ¡estos tiempos dan miedo! [y lo dice una mujer que vivió dos guerras mundiales] ¡Coraje! ¡Sean eco de la Palabra de Dios en la tormenta!”. Vivan “con aquella digna alegría que conviene a las almas consagradas”. “Fíjense en el "Cantor" por excelencia: nuestro Padre San Francisco, el cantor de Dios y de su Santísima Madre, el cantor del Cielo y de las criaturas, del mundo sideral y del mundo inanimado, el cantor del Amor y de la Cruz, de la Vida y de la Muerte, del Bien y de la Paz!
¡Canten, canten a Dios en todos los tonos, vuestro inmenso, eterno amor, repitiendo a El y a la Virgen Santa, Reina del Coro de los Ángeles, vuestra total inmolación para la más filial reparación, el más pronto socorro, el más sincero dolor, la más ardiente oración, la más inquebrantable esperanza, la más firme confianza, la más consoladora espera!”
Y, desde esta alegría, nos abrimos a la actitud que nos propone este último domingo de Adviento: disponernos a servir al Verbo Encarnado.
El Evangelio nos presenta hoy la figura de San José, un hombre llamado por Dios para un servicio muy especial y muy delicado: ser, en la tierra, el padre del Hijo de Dios. José recibe en su casa como esposa a María Virgen, que espera el Hijo que el Espíritu Santo ha engendrado en ella. José le da a ese hijo el nombre de Jesús. Poniéndole nombre lo adopta, lo hace hijo suyo. Lo hace parte de su familia que viene del Rey David.
José será el hombre que estará junto a María y a Jesús, protegiéndolos en los peligros, cuidando de ellos, sosteniéndolos con su trabajo. Pero todo eso lo hará respondiendo de corazón al llamado de Dios que recibió. Se puso al servicio del Salvador, del Hijo de Dios, del Verbo Encarnado. Su servicio hizo posible que la Palabra de Amor de Dios, que es Jesús, llegara a los hombres, fuera escuchada como Palabra de Salvación.
Dando gracias por estos 60 años de presencia de las hermanas en Fraile Muerto; dando gracias por las siete hijas de esta ciudad que descubrieron y siguieron su vocación en las MFVE, le pedimos al Señor que siga bendiciendo a las Misioneras, animándolas a seguir atentas y vigilantes, poniendo cada día más su vida en el Señor y en el hermano pobre, contagiándonos de alegría franciscana y manteniéndose incansables en el servicio al Hijo de Dios presente en los desamparados.
Que todos nosotros las sigamos apoyando y acompañando, expresando nuestra gratitud por su entrega.
Que todos nosotros también, cada uno en su propia vocación cristiana, nos animemos a buscar siempre al Señor en nuestra vida, a convertirnos cada día más a Él, a dejarnos llenar de su alegría y a servirlo con todo nuestro corazón. Así sea.

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