martes, 1 de marzo de 2011

La situación de la Iglesia en Cuba

Virgen de la Caridad del Cobre,
Patrona de Cuba
 Desde el año pasado, el segundo Obispo emérito de Melo, Mons. Luis del Castillo SJ, se encuentra en Cuba, ejerciendo el ministerio sacerdotal en una parroquia confiada a la Compañía de Jesús en Santiago de Cuba. Periódicamente Mons. Luis nos hace llegar sus crónicas, que nos acercan a la realidad cotidiana de la vida de la Iglesia en Cuba. Es por eso que pienso que puede ser de especial interés para los lectores de nuestra Diócesis este pasaje de una conferencia que pronunció el 20 de febrero el cardenal Jaime Ortega Alamino, arzobispo de La Habana. El texto completo de la conferencia puede leerse en esta página de ZENIT.

El Cardenal viene hablando de la naturaleza de la Iglesia, como premisa para "comprender la actuación de los pastores de la Iglesia en la conducción del rebaño del Señor en Cuba durante estos más de 50 años", es decir, los 52 años de la Revolución Cubana.
A continuación presenta las diferentes etapas vividas por la Iglesia en esos años.

Primera:
Una fácil aceptación del triunfo revolucionario por encontrar en él valores cristianos. Esto por parte de jerarquía y pueblo en general.
Rápidamente después (al año del triunfo), comienza un tiempo de fuerte confrontación: presencia de sacerdotes en la invasión de Bahía de Cochinos, expulsión de sacerdotes, cierre de las escuelas católicas, partida de muchas religiosas y religiosos que abandonaron sus obras ante el temor a que perdieron sus obras, ataques a las iglesias por parte de los grupos exaltados, etc. Este momento, con su impacto negativo en los fieles católicos, marcó la memoria de un sinnúmero de personas mayores que residen ahora en Cuba o que viven fuera del país. Esta huella es difícil de ser borrada, sobre todo para quienes emigraron y no vivieron la evolución posterior.
Actitud de los obispos en este primer momento: expresar su queja y su dolor y pedir a los cristianos firmeza en la fe y lealtad a la Iglesia.
La Iglesia como organización quedó disminuida y sin medios para comunicar con el pueblo y con los fieles.
Segunda etapa:
Terminada aquella primera confrontación clamorosa la comunidad cristiana vivió como una iglesia del silencio, con su memoria poblada de malos recuerdos y viendo las huellas del distanciamiento, y aún del desprecio, en muchos hermanos del pueblo cubano.
La actitud de la Iglesia en esta etapa fue la paciencia, la perseverancia y la prudencia. Durante esta etapa que se extiende desde 1962 en adelante hubo momentos de recrudecimiento de la confrontación. El año 1966 fue ocupado el Seminario Nacional de La Habana. Un sacerdote fue enviado a la cárcel, donde pasó 10 años; se crearon campos de trabajo a los cuales fueron llevados los hombres jóvenes de la Iglesia Católica y de otras iglesias y comunidades cristianas, incluyendo sacerdotes y ministros de culto de esas iglesias; se suspendieron los permisos de entrada de sacerdotes a Cuba, se exigió que sólo los padres podían llevar a sus niños a la catequesis. Este segundo asalto dejó a la Iglesia más aislada, más atemorizada. Era una Iglesia centrada en el culto, que predicaba a los cristianos jóvenes y adultos que dieran testimonio de su fe con su vida. Esta etapa que se extiende hasta los inicios de la década de los 80 se caracterizó por el testimonio admirable de los laicos: hombres y mujeres. No fueron pocos los que optaron por permanecer en Cuba a causa de su fe católica. No agradeceremos nunca suficientemente este testimonio laical, pues se dio en condiciones de estrechez material, de pobreza extrema, de discriminación en los trabajos y en los estudios, sobre todo universitarios. Hay que subrayar que este testimonio logró impactar muchos ambientes laborales y estudiantiles y fue uno de los principales factores para que la gente viera que la Iglesia no era dañina, que los miembros de la Iglesia eran fiables, que la Iglesia hacía el bien, que ayudaba al prójimo en sus dificultades, los escuchaba en sus angustias y problemas. 
Tercera etapa:
Con estos laicos comienza en 1981 el proceso de la Reflexión eclesial cubana, que culminó con el Encuentro Eclesial Cubano en 1986. Estos cinco años de reflexión en cada comunidad, en cada diócesis, con el Encuentro que los culminó, constituyeron una etapa decisiva  en la historia de la Iglesia en Cuba en todos los tiempos. En el período de estos 52 años en que nos hallamos hoy, la Iglesia considera el Encuentro Eclesial Cubano como un hito decisivo que divide este período en antes y después de ese encuentro.
Cuarta etapa:
Se inicia así un período que va, con sus altas y bajas, pero siempre en ritmo ascendente, desde 1986 hasta nuestros días. Un momento saliente y único también de este período en la historia de la Iglesia en Cuba fue la visita del Papa Juan Pablo II.
Esta visita pudo ser preparada gracias a las líneas de acción de la Iglesia en Cuba surgidas del Encuentro Eclesial Cubano: la Iglesia reunida en una gran Asamblea integrada por la Conferencia Episcopal en pleno, sacerdotes, religiosas y sobre todo laicos de todas las diócesis de Cuba reflexionó sobre la Iglesia en la Historia de Cuba, su papel en el surgimiento de la nacionalidad cubana, los prohombres, sacerdotes y laicos del siglo XIX, la Iglesia en la República, su resurgimiento después de  las guerras de Independencia, y la Iglesia del período revolucionario, la Iglesia en relación con la fe popular, con la cultura, etc. 
De una Iglesia temerosa, replegada sobre sí misma, centrada sólo en el culto, la propuesta del ENEC fue la de una Iglesia misionera, que debía salir a anunciar a Jesucristo, una Iglesia acogedora de quienes llegan, sean "revolucionarios" o no. Una Iglesia que ora, pero encarnada aquí, es decir que sabe que existe para nuestro pueblo y vive en nuestro pueblo y no se repliega. La actitud propia de esta época  es el diálogo. Debemos dialogar entre creyentes y no creyentes, entre la Iglesia y las autoridades, entre los católicos de Cuba y los que viven en el extranjero.
Con sus altas y bajas esta etapa de la vida de la Iglesia cambió su perspectiva y tiene su punto culminante de apertura y de diálogo con la visita de Juan Pablo II a Cuba. La Iglesia en Cuba, en esa visita, se dio a conocer al mundo, apareció en los medios nacionales de comunicación: prensa, radio y televisión. Los mismos cubanos captaron que había en Cuba una Iglesia viva y dinámica. Vino después la celebración de la Navidad como día de fiesta civil, comenzaron las visitas de sacerdotes, diáconos y religiosas a las cárceles, se conceden con facilidad los permisos para que sacerdotes y religiosas extranjeros vengan a trabajar en Cuba, para que los seminaristas o sacerdotes cubanos vayan a estudiar a Roma, España u otros países. Las publicaciones católicas tienen una buena difusión y aceptación por católicos y no católicos, se hace más fluido el diálogo entre la Iglesia y las autoridades, se extienden la manifestaciones públicas de la fe católica, etc. 

En el futuro inmediato en nuestro país se proyectan concretamente cambios fundamentales en la organización económica del Estado. Esto nos implica a todos, y la buena marcha de estas transformaciones no depende solamente de las autoridades nacionales, provinciales o municipales en sus decisiones, sino de la comprensión adecuada, por parte del pueblo, de las medidas que comienzan a tomarse, y de nuestra capacidad crítica para expresar claramente nuestras divergencias o señalar cuanto nos parezca que debe ser modificado. Esa es una de las importantes responsabilidades que los gobernados deben asumir ante Dios. La Iglesia tiene también una alta responsabilidad en estos esfuerzos, incluyendo la oración por la buena marcha de este proceso y el acompañamiento del pueblo durante el mismo.
La Iglesia en Cuba, en su acción pastoral, se ha propuesto que un trienio preparatorio anteceda la celebración, el próximo año 2012, de los 400 años del hallazgo y presencia de la Virgen de la Caridad en la historia y en la vida del pueblo cubano. Como parte de este programa, desde mediados del año 2010,   comenzó el recorrido misionero de la bendita imagen de la Virgen de la Caridad, conocida como la Mambisa, por todas las ciudades, pueblos, caseríos y campos del país. Es realmente conmovedor contemplar las imágenes de la acogida multitudinaria a la Virgen de la Caridad, tanto en ciudades, como en poblados y cruces de caminos en las provincias orientales.
Además del número extraordinario de personas, es la calidad espiritual de la acogida lo que nos impresiona, pues incluye a diferentes grupos humanos sin distinción de práctica religiosa o de militancia política. Hemos verificado así una parte importante del lema que preside este tiempo preparatorio: "La Caridad nos une". 
En noviembre del pasado año se hizo realidad el sueño de terminar la construcción de un nuevo seminario nacional en La Habana, donde se preparan al sacerdocio jóvenes de toda Cuba. Damos gracias a Dios que ha bendecido grandemente esta obra.
También el pasado año en el mes de abril,  habiendo solicitado la Conferencia de obispos de Cuba a las más altas autoridades del país un diálogo, ante todo sobre la situación de los 53 prisioneros del año 2003 que aún estaban en prisión, fue acogida nuestra gestión humanitaria de modo positivo. La Iglesia en Cuba se había interesado siempre por estos prisioneros y por otros de condiciones parecidas, pero el hecho novedoso y positivo fue que en esta ocasión recibimos una respuesta concreta a nuestros reclamos y el gobierno pidió la mediación de la Iglesia Católica con los familiares de esos presos. Comenzó así un proceso de mejoramiento de las condiciones de estos reclusos, que ha incluido finalmente la excarcelación de la mayoría de ellos para viajar con sus familias a España. Quedan de este grupo seis en prisión, de los cuales algunos desean viajar a los Estados Unidos y otros permanecer en Cuba. Existe la promesa clara y formal del gobierno cubano de que todos esos prisioneros serán puestos en libertad. Así lo he repetido en más de una ocasión y es un compromiso personal que tengo ante la opinión pública nacional e internacional. Tengo además la certeza moral de que próximamente serán puestos en libertad tanto esos prisioneros como otros de un  grupo mayor de reclusos sancionados por algún tipo de hecho relacionado con posturas o acciones políticas.

Ha tenido y tiene, pues, la Iglesia en Cuba una participación pública en la dimensión humanitaria y servicial de su acción pastoral que no había tenido en muchos años. Esto, como las expresiones públicas y comunitarias de fe y devoción religiosa, como la difusión de las  publicaciones católicas, constituye un modo muy positivo de afianzar la libertad religiosa, que se ha visto ampliada progresivamente en estos últimos años en nuestro país.
La libertad religiosa es siempre relevante en la vida de una nación. Explica el Santo Padre  la importancia de este derecho fundamental del hombre al decir que "en la libertad religiosa se expresa la especificidad de la persona humana, por la que puede ordenar la propia vida personal y social a Dios, a cuya luz se comprende plenamente la identidad, el sentido y el fin de la persona. Negar o limitar de manera arbitraria esa libertad, significa cultivar una visión reductiva de la persona humana. Oscurecer el papel público de la religión significa generar una sociedad injusta" (Mensaje del Papa Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz 2010).

Procesión de la Virgen de la Caridad del Cobre,
en su visita a toda Cuba.
Cardenal Jaime Ortega: "Cuba para mí es mi patria"
Hablo desde la Iglesia, como un cercano colaborador del Santo Padre Benedicto XVI por mi condición de Cardenal. Amo a la Iglesia con todo mi corazón. Sufro sus miserias, me duele cuando la atacan, incluso si soy atacado en mi persona me duele por la Iglesia, no en primer lugar por mí.  Me regocijo de haber participado en la elección del Papa que tenemos, que ha sido  otro regalo del Señor para nuestro tiempo confundido, de gente floja, de pensamiento débil, de predomino  del color gris  en el paisaje humano de políticos y hombres de estado y pensadores y artistas. Y creo que nadie que no sienta pasión por la Iglesia puede hablar de ella sin errar o sin mentir. La verdad tiene que ver con el amor. El Logos es también amor: Deus caritas est. (Cf. primera encíclica del Papa Benedicto XVI). A mi pertenencia no sólo estructural, sino íntimamente cordial a la Iglesia, se une mi condición de cubano que vive en Cuba, que todo su ministerio sacerdotal y episcopal lo ha desarrollado en este país durante 47 años, cabalgando entre el siglo XX y el XXI, en el período de más de cincuenta años de esta historia que ha hecho de nuestro país un caso singular en este mundo. Un país que quiero con el alma. Nunca deseé vivir fuera de Cuba. Cuando a los dos años de ser sacerdote, fui llamado a campos de trabajo donde pasé ocho meses, no soñé en ese tiempo con irme de Cuba. Cuando me dieron de baja y llegué a mi casa, mi padre me esperaba con un viaje a España que él había conseguido para que fuera a vivir allí. Todo el que salía de aquellos campos tenía facilidades del gobierno para abandonar el país. Le dije a mi padre que no me iría, se entristeció porque estaba preocupado por mí y mi futuro. Pero yo no quería irme de Cuba. Cuba es para mí más  que la Cuba de Martí y Maceo, que la Cuba de Gerardo Machado, de Grau San Martín, de Batista, de Fidel o de Raúl. Cuba para mí es mi patria, tan mía que la siento en los olores del ambiente, en los cielos amenazantes de un ciclón, en las tardes dulces de su falso invierno, en el hablar de su gente, en su música. Tanto es así,  que a veces temo participar de esa arrogancia del cubano de todas partes, del de Cuba y del de fuera de Cuba de creernos los mejores. Quizás este rasgo negativo sea el que más nos une a los cubanos de aquí y de allá.
Todo esto para decirles que quien les va a hablar de la Iglesia en Cuba es un obispo cubano. 

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