miércoles, 8 de junio de 2011

Mirando hacia el 19 de junio...

Este 19 de junio de 2011 no es una conmemoración más del natalicio de Artigas. Es en el marco del Bicentenario de los hechos de 1811 que estamos recordando a uno de sus protagonistas centrales. En torno a José Artigas nuestro pueblo se aglutinó, encontró un conductor - que, a veces, supo también dejarse conducir - y sintió nacer la conciencia de la identidad oriental, de una capacidad de autonomía que, mucho después, cristalizaría en nuestra independencia.
Desde este blog queremos recordar, con la ayuda de un texto que tiene ya sus años, a los sacerdotes que estuvieron junto a Artigas. Se trata de un artículo escrito por un sabio sacerdote salesiano, el P. Baldomero Vidal SDB, publicado en Tribuna Católica, (Año XVI, Nº 3, Oct-Nov. 1950, año del Centenario de la muerte de Artigas). Para los que quieran conocer un poco más sobre los personajes mencionados, los enlaces de sus nombres (cuando los hay) remiten a artículos de Wikipedia.

Los grandes Sacerdotes que rodearon a Artigas

En estos días de euforia artiguista se han recordado a cada paso, como rodeando la figura del Prócer, otras muchas que, con toda justicia merecen estar a su lado o en su derredor, como estrellas de una misma constelación o planetas del mismo sistema solar. ¿Cómo no pronunciar, en efecto, junto al de Artigas, el nombre de aquellos ínclitos comandantes que siguieron sus huellas, que con él lucharon y con él también fueron calumniados?

Fernando Otorgués, sobre el que cargaron a veces injustamente las tintas de la leyenda negra... Andresito, el indio extraordinario de las gestas heroicas... BIas Basualdo, cuya muerte tan honda impresión produjo en el ánimo del Prócer… Campbell, el extravagante irlandés, convertido en jefe de la escuadrilla fluvial de Artigas... y tantos otros, cuyos destellos se encienden en estos días al conjuro del nombre radiante de Artigas, que se nos aparece lleno de vida desde el borde de su tumba centenaria.

Pero junto a esta pléyade de nombres gloriosos es necesario, es de toda justicia necesario, evocar otros que, calculada o inconscientemente, quedan en la oscuridad o en la penumbra del olvido, cuando debieran resonar en el concierto recordatorio como tañidos de címbalos sonoros. Hablo de la falange rutilante de sacerdotes patriotas que siguieron a Artigas, que le apoyaron, que se sacrificaron por sus ideas, que iluminaron sus iniciativas, que secundaron sus proyectos, que combatieron por su sistema.

Hallamos una revelación de sus actividades en el oficio que eleva Vigodet al Obispo de Buenos Aires, Don Benito de Lué y Riega, quejándose amargamente de aquellas actitudes: 
Así es (dice) que he recibido reiteradas quejas de los vecinos del Canelón, cuyo cura escribe desde esta ciudad a uno de ellos, amenazándole con estas palabras: Eche vm. la vista al tiempo venidero... y al freír de los huevos, no sé quién ha de perder. El de la Colonia y el clérigo Alobleya que estubo en el Colla, y cuyo actual paradero ignoro, promueven con instancia la división: el de las Vívoras hace lo mismo; el de Santo Domingo Soriano le imita; el de San José es tan reprensible como ellos: y de una vez todos, si exceptuamos el del Arroyo de la China, y al que hoy está interino en la Colonia en lugar del revolucionario Henrique de la Peña.
Los religiosos mercedarios Fr. Casimiro Rodríguez, y el maestro Fr. Ramón Irrazabal, y el dominico Fr. José Rizo, el primero teniente de S. Ramón, y el último de Canelones, abandonados a su capricho y locura, obran como los párrocos a quienes sirven: de modo que las ovejas de la grey de S.S.I. se hallan entregadas a lobos carniceros. (Oficio de Vigodet al Obispo Lué - 14 de diciembre de 1811).
Como para corroborar esta actitud patriótica del clero, la misma Gazeta de Buenos Aires, que publica el oficio de Vigodet, había reproducido pocos números antes (10 de enero de 1812) este suelto del Observador:
Entretanto debe anunciarse a la faz del mundo que los párrocos, y sacerdotes en general, están íntimamente convencidos de la justicia de las pretensiones de América, del acierto con que los pueblos libres sé han constituido un gobierno provisorio, y el derecho incontestable con que pueden dictarse una constitución que afianze la seguridad e independencia de la nación. Los de la Banda Oriental han dado ya testimonio de esta verdad, y los inmortales Curas D. Santiago Figueredo, y el P. Fr. Manuel Vveda (Úbeda), cuyos nombres pronunciará con asombro, y veneración, la más remota posteridad: nos dicen desde las márgenes del Uruguay, que saben ser párrocos sin dexar de ser ciudadanos, y que respetan los derechos de la patria a la par de los augustos derechos de la religión. A estos principios tan brillantes corresponde la instrucción y la doctrina, que ofrecen incesantemente a los soldados, y familias del exercito del valiente Artigas: de ese exercito mas glorioso que el de los atenienses baxo las ordenes del bravo Temístocles, quando Atenas fue desgraciadamente ocupada por las armas de los persas".
Al nombre del P. Manuel Úbeda, añade dicho suelto la siguiente apostilla:
"Dicho religioso, Cura de la Parroquia de los Porongos, es español, del reyno de Valencia, y de edad de 50 a 60 años, a quien han seguido todos sus feligreses".
La airada denuncia de Vigodet y el citado suelto del Observador son el reflejo fiel de la posición que desde el principio había adoptado el clero oriental. Cuando Artigas se decidió a abandonar el servicio español y pasó a Buenos Aires para buscar apoyo a sus proyectos, halló eficaz colaboración en el nombrado Cura de la Colonia, Henrique de la Peña (o más exactamente, José M. Henríquez de la Peña), y al iniciarse los primeros movimientos patrióticos que culminaron con el nombramiento de Artigas como Jefe de los Orientales, fueron el Pbro. Silverio Antonio Martínez y el P. Fr. Ignacio Maestre, dominico, Cura y Teniente Cura respectivamente, de Paysandú, los que provocaron la reunión de Casa Blanca, el 20 de enero de 1811, malograda por la intervención del capitán de navío español, Juan Angel Michelena.
Inmediatamente después, en la batalla de Las Piedras, nos encontramos con los Pbros, D. Santiago Figueredo y D. José Valentín Gómez, Curas de San José y de Canelones, de los cuales dice el mismo Artigas que actuaron
como bravos campeones, siendo los primeros que avanzaron sobre las líneas enemigas con desprecio del peligro y como verdaderos militares.
Al segundo de ellos encarga Artigas al final de la batalla, que reciba en su nombre, la espada del vencido jefe español, Posadas.

Juan Luis y Juan Manuel Blanes, La acción de Las Piedras, óleo inconcluso.
En el centro, el Pbro. Valentín Gómez se acerca a recibir la espada del jefe español

Pero la empresa necesita dinero y, ni tardos ni perezosos, contribuyen a proporcionarlo en la medida de sus fuerzas, los PP. Javier Faramiñán, José Valentín Gómez, Casimiro Rodríguez, José Rizo, Bartolomé Muñoz, Juan José Ortíz, Juan J. Ximénez, Hipólito Sepúlveda, y el citado Dr. Santiago Figueredo renuncia a su sueldo de capellán, poniéndolo en manos de Artigas para que disponga de él según sus necesidades.
Nada hay más satisfactorio para quien de veras ama a la patria (dice en su nota), que haberla servido con desinterés. El sueldo de capellán castrense del Regimiento de Blandengues y Ejército Oriental con que V. E. me ha honrado, no me es absolutamente necesario para mantenerme; en esa virtud lo cedo íntegro para las exigencias de la patria, por el término de un año, reservándome extender la misma, si, en lo sucesivo no variasen las circunstancias, y espero que tenga V. E. la bondad de aceptar esta pequeña demostración de mi amor patrio.
Es este sacerdote el que, en calidad de Capellán, acompaña al pueblo oriental en el memorable Éxodo, juntamente con otros, como el P. Fr. José Funes, a quien los soldados llaman "el Padre de la Patria". El Pbro. José Valentín Gómez, además de dar lo que puede de su peculio, levanta una suscripción, y su teniente, Fr. José Rizo, se suscribe con cuarenta doblones y se ofrece como ranchero.

Nadie ignora que en el célebre congreso de Tres Cruces, en abril del año 1813, tomaron parte varios sacerdotes patriotas y que de él salieron elegidos para diputados ante el Congreso de Buenos Aires, los Pbros. Dámaso Antonio Larrañaga, Mateo Vidal, Francisco Bruno de Rivarola y Marcos Salcedo, además del capitán Felipe Cardoso; es decir, que de los cinco diputados, cuatro eran sacerdotes. Rechazados estos en Buenos Aires por fútiles pretextos, como se sabe, y reunido el Congreso de la Capilla Maciel, bajo la presidencia de Rondeau, son elegidos tres diputados, todos ellos sacerdotes, o sea, los ya nombrados Larrañaga y Salcedo, y el Dr. Luis Chorroarín.

No olvidemos que, arrojados de Montevideo por Elío los franciscanos simpatizantes con Artigas, éstos se acogieron al ejército sitiador y fueron activos y eficaces colaboradores de Artigas en el desempeño de sus ministerios sacerdotales y en la instrucción religiosa de los soldados y sus familias, como lo indica el suelto del Observador que hemos reportado más arriba .
Creado el Pueblo de Purificación, dotósele de capilla para el culto divino, - dice De María, -cometiéndose a los religiosos fray José Ignacio Otazú y fray José Benito Lamas, naturales de la Provincia, el servicio espiritual.
En la fundación de pueblos, - añade Orestes Araujo, - no descuidó Artigas la creación de iglesias o capillas, como lo justifica el documento extendido por el mismo ordenando la traslación del pueblo de Víboras al paraje donde actualmente se levanta el Carmelo, en cuyo documento dispone que los escombros y ruinas del primero se apliquen a la construcción de la iglesia para el segundo; iglesia que puso bajo la advocación de la Virgen del Carmen, de que era devoto Artigas, según asevera el señor De-María.
La figura del más notable de los colaboradores eclesiásticos de Artigas, - hablo del P. Dámaso Antonio Larrañaga, - ha sido suficientemente estudiada y ensalzada por las más capacitadas autoridades, así eclesiásticas como seglares, al celebrarse hace dos años el centenario de su fallecimiento. Nada de nuevo, pues, podríamos añadir en este momento para ilustrar o ensalzar la personalidad del primer Vicario Apostólico del Uruguay, o sus relaciones con Artigas. Fueron dos almas excelsas "que se comprendieron bien desde los albores de la revolución", como dice el mismo Larrañaga.

Es de lamentar que en obra reeditada hace poco, en la que se incluye tanta copia de documentos para reivindicar la memoria de Artigas, de las calumnias de sus enemigos, al hablar de las relaciones del Prócer con la Iglesia, no se cite otra cosa que un incidente que pudo tener consecuencias desagradables, provocado por la conducta inconsulta del Provisor eclesiástico de Buenos Aires, incidente que, precisamente por la prudencia de Larrañaga y la comprensión de Artigas, no tuvo mayor transcendencia; mientras se dejan de lado tan numerosos documentos que prueban la religiosidad del Héroe, su empeño por la instrucción religiosa del pueblo y su interés por el ejercicio del culto católico.

Tampoco nos extenderemos en esbozar la personalidad del que fue más tarde nuestro tercer Vicario Apostólico y hubo de ser nuestro primer Obispo, el P. Fray José Benito Lamas. Nombrado por Artigas para que atendiera las necesidades espirituales de Purificación y dirigiera la escuela de la misma localidad, y trasladado después a Montevideo, por concesión del mismo, para ponerse al frente de la escuela pública, fue también Lamas uno de los sacerdotes a quien más apreciaba Artigas y que más colaboraron con él para bien de la patria en gestación.
No ha faltado quien, - dice Zorrilla de San Martín, - haya querido presentar a Artigas como inspirado, si no sojuzgado, por frailes apóstatas y malvados. Los nombres de los virtuosos sacerdotes que le acompañaron, Peña, Larrañaga, Lamas, Pérez Castellano, Ortiz, Figueredo, Monterroso, Barreiro, Gómez, y los de todos esos curas párrocos del país, sin excepción, que, como habéis visto, fueron sus entusiastas auxiliares, protestan contra esa inconsistente invención. Nadie ejerció ni pretendió ejercer influencia política predominante sobre el espíritu de Artigas, por otra parte. 
Pero si de influencias hablamos, deberemos decir que fue el clero oriental, todo el clero oriental, el que recibió y aceptó la influencia del espíritu de Artigas, y por eso se puso siempre de su lado.

Para terminar esta rápida reseña de los clérigos que rodearon a Artigas, es preciso recordar a los que alguna vez actuaron como sus secretarios. Tuvo Artigas un cuidado especial en elegir sus secretarios: los quería entendidos y de buena letra. Escribía en cierta ocasión a Rivera:
Usted me ha escrito dos (cartas) y tengo la fortuna de que su letra se va componiendo tanto que cada día la entiendo menos. Es preciso que mis comandantes vayan siendo más políticos y más inteligibles. 
En consecuencia, cuando topaba alguna persona que pudiera serIe útil para su numerosa correspondencia, se aprovechaba de ella. Así le sirvió de secretario el poeta Bartolomé Hidalgo, cuando le acompañó en el Éxodo, y otras personas de ilustración en diversos casos; y claro está que los clérigos eran los que mejores condiciones reunían para este menester. Recordemos que cuando tuvo que desprenderse de su gran secretario Don Manuel Barreiro, puso en su lugar al formidable fray José Benito Monterroso, hombre de profunda erudición y de excelente caligrafía: de él diremos más adelante.

Queremos entretanto recordar aquí, ya que se trata también de un sacerdote, a uno de sus secretarios eventuales, aunque de él se haya hecho poca mención: me refiero al P. Solano García, que fue después el segundo Cura Párroco de Paysandú, y más tarde Constituyente y Senador de la República en dos períodos.

Oriundo de Chile, había dado su nombre a la Orden de San Francisco y pronto, al producirse los movimientos de emancipación de aquel país, sentó plaza de capellán en los ejércitos de los hermanos Carreras, y en ese carácter asistió a la toma de Talcahuano en 1813 y a la de Talca en 1814. Cuando se eclipsó la estrella de aquellos inquietos caudillos, Solano García, con otros ilustres chilenos, después de la acción de Rancagua, emigró al Río de la Plata. Y así en 1816 lo encontramos en Concepción del Uruguay, ofreciendo sus servicios a Artigas. Allí fundó una escuela lancasteriana, la primera de que se tenga noticia en Sud América. Era D. Solano García hombre sumamente ingenioso y dinámico, y ocupó sus actividades, entre otras cosas, en fabricar naipes para el ejército de Artigas, adornándolos con leyendas alusivas, como por ejemplo: "Con la constancia y fatigas - Salvó la Patria Artigas". Esto, según B. Vicuña Mackenna, de quien tomamos la noticia, le atrajo "el afecto del caudillo oriental, que gustaba fomentar los vicios de sus soldados (!!!)". En 1818 el P . Solano viajó a Roma para gestionar directamente de la Santa Sede su exclaustración y dar su nombre al clero secular, ofreciéndose a su vuelta al Vicario Apostólico, D. Dámaso A .Larrañaga, el que le confió la Parroquia de Paysandú, que rigió desde 1821 hasta su muerte en 1845. Fué en este tiempo, como se dijo, Constituyente en 1830 y Senador en dos períodos.

Citamos más arriba al P. José Benito Monterroso, que sustituyó en la secretaría de Artigas a D. Manuel Barreiro. Mucho se ha dicho de este personaje, envolviéndole en la leyenda negra que se forjó contra el Prócer y pintándole con negras tintas. Se le llamó fraile apóstata, monje renegado y perdulario, pero sin aducir hechos concretos que le condenen. Si se le puede achacar que haya tardado en regularizar su posición de exclaustrado, no es ello suficiente motivo para condenarle absolutamente y lanzar sobre él dicterios que los sucesos no confirman. Lo cierto es que como secretario de Artigas fue su verdadero brazo derecho. Inconfundible es el estilo enérgico, fogoso a veces, y siempre incisivo, de las comunicaciones y oficios que Artigas le encomendaba, y su letra cIara, caligráfica y característica.

Artigas dictando a su secretario Monterroso, óleo de Pedro Blanes Viale

Después de la retirada de Artigas al Paraguay, Monterroso cayó prisionero de Ramírez, el cual le utilizó también como secretario, aunque sin fiarse demasiado de él. Desaparece después por largo tiempo del escenario rioplatense y vuelve al país en 1834, siendo entonces extrañado de la patria por motivos políticos (Monterroso era cuñado de Lavalleja), hasta que, regularizada completamente su situación por medio del Vicario Apostólico, vivió tranquilo en su casa en Montevideo. Murió en marzo de 1838, después de lo cual todavía hubo quien afirmaba haberle visto en no sabemos qué lejano pueblo de Chile.

Con esta rápida reseña de los colaboradores eclesiásticos de Artigas, damos fin a nuestro cometido, no sin reconocer que no hemos hecho un trabajo completo y que son muchas las cosas que sobre este tópico se pueden añadir. La premura del tiempo ha sido motivo principal de dejar a un lado muchos datos que podrían ilustrar lo dicho hasta aquí; pero con ello tendremos suficiente para comprobar la absoluta armonía que reinó siempre entre Artigas y el clero católico. Y concluyamos con estas gráficas palabras del autor de "La Epopeya de Artigas":
Al revés de lo que pasará con nuestras diferencias políticas, aquella unión de la Iglesia y el Estado continuará sin tropiezo hasta ser consagrada en la constitución de la República; las mayores vicisitudes no la conmoverán. La misma conquista extranjera, la portuguesa, fugaz pero inteligente, dejará intacto este eslabón entre la patria nueva y la primitiva heroica; al hacer declarar por un congreso "ad-hoc" la incorporación de esta Provincia Cisplatina a su corona, el rey de Portugal no tocará esta jurisdicción delegada en Larrañaga, ni se atribuirá facultades pontificias; acordará, por el contrario. en el acta misma de la incorporación, recurrir a la Santa Sede en demanda de jurisdicción directa para el prelado oriental. Y, sin solución alguna, esa autoridad espiritual pasará, de mano en mano, de Larrañaga, nuestro primer prelado nacional que desempeña el Vicariato Apostólico creado en 1832, a ese Lamas que celebra la primera misa en Purificación y que muere en 1857, ya preconizado primer Obispo de Montevideo, y al insigne don Jacinto Vera, que, en 1878, ocupa la sede episcopal de la nación. Y en la persona, por fin, de don Mariano Soler, varón esclarecido, si los hay en América, la iglesia aquella a que Artigas quiso dar su primer templo en Purificación será incorporada, como iglesia metropolitana, al concierto del mundo cristiano. El 19 de abril de 1898, en el aniversario precisamente del desembarque, en la Agraciada, de los treinta y tres hombres a quienes veremos terminar nuestra epopeya, el sucesor de Larrañaga recibirá en Roma, de manos de León XIII. el palio de arzobispo de Montevideo.
La historia, pues, de la Iglesia en la República Oriental del Uruguay comienza con su fundador; no sonaron sus campanas en "la nueva iglesia que pensaba levantar en su villa"; pero uno cree reconocerlas en las que hoy suenan en las torres de la catedral de Montevideo como si salieran del fondo de las olas en que estuvieron sumergidas con el nombre y la gloria del héroe".

Baldomero M. VIDAL, S. D. B.

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