jueves, 25 de agosto de 2011

José Reinaldo, nuevo sacerdote para la Diócesis de Melo

Promesa de obediencia al Obispo y a sus sucesores.

Postración durante el canto de las letanías.

La imposición de manos de Mons. Heriberto

La imposición de manos de Mons. Roberto

El abrazo del nuevo presbítero con su obispo.

El abrazo con el P. Álvaro, su amigo de Colombia.

Concelebrando por primera vez.

Agradeciendo...

Homilía de Mons. Heriberto

En este año de celebración del Bicentenario del proceso de Emancipación Oriental, esta significativa fecha, que es uno de los jalones más relevantes del largo itinerario del que finalmente surge nuestro Uruguay, nos encuentra reunidos para celebrar una ordenación sacerdotal y orar por la Patria, invocando la intercesión de María, Virgen de los Treinta y Tres Orientales.
El 25 de agosto de 1825, en la Villa de San Fernando de la Florida, la Sala de representantes de la Provincia Oriental, integrada por 14 miembros y presidida por el Pbro. Juan Francisco de Larrobla, cura párroco de Nuestra Señora de Guadalupe y delegado del departamento que hoy se llama Canelones, aprobó tres leyes fundamentales: ley de independencia, ley de unión y ley del pabellón.
Aquella ley de independencia no era una declaración teórica ni abstracta. Era una decidida manifestación de libertad frente al poder imperial que había impuesto con violencia su voluntad a los orientales. Todos recordamos el solemne comienzo:
Declara írritos, nulos, disueltos y de ningún valor para siempre, todos los actos de incorporación, reconocimientos, aclamaciones y juramentos arrancados a los pueblos de la Provincia Oriental.
Pero las palabras que siguen nos hacen comprender más aún lo que los orientales vivían, porque nos hablan de
“la violencia de la fuerza unida a la perfidia de los intrusos poderes de Portugal y el Brasil que la han tiranizado, hollado y usurpado sus inalienables derechos, y sujetándole al yugo de un absoluto despotismo desde el año de 1817 hasta el presente de 1825”.
Eran las palabras de los representantes de un pueblo en lucha. Un pueblo en guerra de liberación.
La segunda ley que aprobaron los representantes ha sido objeto de muchos debates e interpretaciones. Se sancionó la unión de la Provincia Oriental con las demás del Río de la Plata. Más allá de lo que sucedió después, importa recordar que esta unión era un ejercicio de soberanía. En las palabras de la ley, se estaba expresando “la libre y espontánea voluntad” de los pueblos de la Banda Oriental.
Dos leyes, dos expresiones de un pueblo que está recuperando su libertad y que quiere ejercerla.
Pero este pueblo que reclama su libertad y que quiere unirse a otros, no renuncia a su identidad.
Esa identidad la expresó en la tercera ley, que estableció un pabellón, la bandera propia. Es la que hoy llamamos la “bandera de los Treinta y Tres”, con sus tres franjas horizontales “celeste, blanca y punzó”.
Una vieja tradición, conservada en la parroquia de Florida, dice que aquel 25 de agosto, los representantes, antes de ir a la Piedra Alta para la lectura solemne de las actas aprobadas, asistieron a la misa y al Te Deum, oficiados ante el altar de la Virgen.
La Virgen era aquella pequeña imagen tallada en cedro, llegada desde las misiones jesuíticas entre los guaraníes y que hoy es la patrona del Uruguay: la Virgen de los Treinta y Tres.
Ante ella, los asambleístas se encomendaron al Señor y pusieron en sus manos las graves decisiones que acababan de tomar.
Ante ella: la que por un don inmenso del Padre Dios, fue concebida inmaculada. Inmaculada para ser libre, plenamente libre y disponible para el Señor. “Yo soy la servidora del Señor: hágase en mí según tu palabra”.
Por ese sí de María, por ese “hágase”, entró el hijo de Dios en este mundo.
Jesucristo ha venido a traernos la más profunda liberación que el ser humano haya jamás conocido.
“Por medio de su cruz y resurrección, ha realizado nuestra redención que es la liberación en su sentido más profundo, ya que ésta nos ha liberado del mal más radical, es decir, del pecado y del poder de la muerte” (1).
Jesucristo ha venido para conducirnos a la vida en abundancia, a la vida en plenitud.
Liberándonos de los poderes que quieren atarnos, sojuzgarnos, encerrarnos en nuestro egoísmo, se hace, él mismo, camino; para que por él lleguemos al Padre y entremos en la Comunión de la Santísima Trinidad, con toda la humanidad reconciliada.
Pero mientras cada sigue nuestro camino y nuestra lucha, estamos cada día llamados a tomar decisiones, a ejercer nuestra libertad y a abrazar una bandera.
Muchas veces se ha representado a Cristo resucitado saliendo del sepulcro y llevando en las manos una bandera, un estandarte en el que está estampada la cruz. Esa es nuestra bandera de discípulos, de seguidores de Jesús.
Y ahora, en este 25 de agosto, en esta ciudad cuyo nombre recuerda a aquéllos que con su lucha hicieron posible la expresión soberana de los orientales, vamos a participar en la ordenación sacerdotal de José Reinaldo.
José Reinaldo: este marco que tiene tu ordenación nos invita a reflexionar y a contemplar algunos aspectos.
Vas a ser ordenado, dentro de instantes, en esta fiesta patria del Uruguay, en este año del Bicentenario. Para ti, que has dejado tu Colombia natal para vivir entre nosotros el llamado de Jesús a servirlo en el ministerio sacerdotal, es una invitación a que, sin borrar tu historia y tu cariño por tu tierra, te hagas cada día más nuestro, cada día más “oriental”.
Has pedido ser ordenado sacerdote porque has escuchado la voz del Señor, y has respondido libremente. Como aquellos orientales de 1825, como María, estás ejerciendo tu libertad.
Discerniendo y aceptando esa decisión, la Iglesia diocesana te va a recibir como presbítero. Te unes a esta Diócesis de Melo, pueblo de Dios que peregrina en Cerro Largo y Treinta y Tres, para estar al servicio de tus hermanos, ejerciendo el ministerio sacerdotal. Adquieres una nueva identidad, que el mismo Cristo te da, a través de la imposición de manos del Obispo, uniéndote a Él, nuestro buen pastor.
El Señor, que se compadeció de la multitud, te llama a compadecerte de tus hermanos más necesitados, y quiere darte un corazón semejante al suyo.
El Señor, que dejó a sus apóstoles el poder “de atar y desatar”, te hace testigo de su misericordia para que desates a tus hermanos por medio del Sacramento de la Reconciliación.
El Señor, que dio su vida por nosotros, se pone en tus manos para que lo hagas realmente presente en medio de la asamblea y lo entregues como Pan de Vida a la comunidad. Más aún, él quiere que cada día te asimiles más a él, no sólo celebrando diariamente la Eucaristía, sino uniendo cada momento de tu vida a la acción de gracias de Jesús al Padre.
Él Señor, que te ha llamado “amigo”, te asegura ahora: “Yo estaré contigo”. Y para que lo sientas aún más cercano, para que te sientas más unido a Él, te señala a María y te dice: “ahí está tu madre”.
María, Virgen de los Treinta y Tres Orientales, te acompañe en el nuevo camino que hoy emprendes y sea siempre tu consuelo y alegría.

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(1) Libertatis Conscientia 3

1 comentario:

Mauro Cardozo dijo...

Un saludo a el nuevo presbítero desde la triple frontera de Bella Unión.

MAURO CARDOZO. Pbro