domingo, 8 de abril de 2012

Mensaje de Pascua del Obispo de Melo


Éste es el día que hizo el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo (Sal 117).

No es un día más en la cuenta de los días, no es otro día en el que, como tantas veces, el Señor interviene con su Providencia en la historia de los hombres. Es un Día Nuevo. Es el comienzo de una Nueva Creación. Es el Primer Día, no ya de una semana más, sino de un tiempo enteramente nuevo.

Con la Resurrección de su Hijo Jesucristo, el Padre Dios comienza la re-creación del mundo. Si la creación del hombre en el sexto día fue la culminación de la obra creadora, la creación del Hombre Nuevo, Cristo, germen y cabeza de la Humanidad Nueva es la obra de este Día Nuevo, que seguimos recordando y celebrando como Día del Señor en cada Domingo.

Desde aquel lejano sexto día, hemos recorrido como Humanidad un largo camino. El Creador nos hizo a su imagen y semejanza. Nos hizo capaces de crear, de hacer cosas nuevas a partir de lo que Él creó de la nada. La ciencia y la técnica nos han permitido realizar cosas maravillosas y aún veremos muchas más en nuestro tiempo de avances vertiginosos. También, lo sabemos, hemos hecho cosas terribles. Creación y destrucción están en nuestras manos de criaturas.

Sin embargo, la Resurrección de Jesucristo nos pone ante lo que no podemos recibir sino como don. Tenemos la capacidad de prolongar la vida humana, e incluso de darle una calidad notable. Pero no tenemos la capacidad de darnos la Vida Eterna.

La Resurrección de Jesucristo nos abre a una posibilidad radicalmente Nueva. “Algo diferente de todo lo conocido, pero también de todo lo desconocido”. Se trata de acceder a la misma Vida de Dios. Resucitado, Jesús nos abre la Puerta de la Casa del Padre. En realidad, Él mismo es la Puerta; Él mismo es el Camino que lleva hasta allí; Él mismo nos da esa Vida.

A partir de la Resurrección, las palabras de Jesús en el Evangelio de Juan toman toda su fuerza y su sentido:
“Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (3,16).
“El que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna” (4,14)
“El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día” (6,54).
“Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano” (10,27-28).
“Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (17,3).

Dejemos que la alegría y la fuerza de la Pascua inunden nuestro corazón. Dejemos que la Vida nueva que el Resucitado nos comunica renueve totalmente nuestra vida. ¡Feliz Pascua de Resurrección!

+ Heriberto, Obispo de Melo

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