miércoles, 28 de noviembre de 2012

Catequesis de Benedicto XVI en el Año de la Fe (7) ¿Cómo hablar de Dios hoy?

San Pablo (pintura de El Greco):
"No quise saber entre ustedes sino a Jesucristo, y éste crucificado"

Queridos hermanos y hermanas:
La pregunta central que nos hacemos hoy es la siguiente: ¿cómo hablar de Dios en nuestro tiempo? ¿Cómo comunicar el Evangelio para abrir caminos a su verdad salvífica, en aquellos corazones con frecuencia cerrados de nuestros contemporáneos, y a esas mentes a veces distraídas por los tantos fulgores de la sociedad? Jesús mismo, nos dicen los evangelistas, al anunciar el Reino de Dios se preguntó acerca de esto: "¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos?" (Mc. 4,30).
¿Cómo hablar de Dios hoy? La primera respuesta es que podemos hablar de Dios, porque Él habló con nosotros. La primera condición para hablar de Dios es, por lo tanto, escuchar lo que dijo Dios mismo. ¡Dios nos ha hablado! Dios no es una hipótesis lejana sobre el origen del mundo; no es una inteligencia matemática lejos de nosotros. Dios se preocupa por nosotros, nos ama, ha entrado personalmente en la realidad de nuestra historia, se ha autocomunicado hasta encarnarse. Por lo tanto, Dios es una realidad de nuestras vidas, es tan grande que aún así tiene tiempo para nosotros, nos cuida. En Jesús de Nazaret encontramos el rostro de Dios, que ha bajado de su Cielo para sumergirse en el mundo de los hombres, en nuestro mundo, y enseñar el "arte de vivir", el camino a la felicidad; para liberarnos del pecado y hacernos hijos de Dios (cf. Ef. 1,5; Rom. 8,14). Jesús vino para salvarnos y enseñarnos la vida buena del Evangelio.
Hablar de Dios significa, ante todo, tener claro lo que debemos llevar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo: no un Dios abstracto, una hipótesis, sino un Dios concreto, un Dios que existe, que ha entrado en la historia y que está presente en la historia; el Dios de Jesucristo como respuesta a la pregunta fundamental del por qué y del cómo vivir. Por lo tanto, hablar de Dios requiere una familiaridad con Jesús y con su Evangelio, supone nuestro conocimiento personal y real de Dios y una fuerte pasión por su proyecto de salvación, sin ceder a la tentación del éxito, sino de acuerdo con el método de Dios mismo. El método de Dios es el de la humildad --Dios se ha hecho uno de nosotros--, es el método de la Encarnación en la simple casa de Nazaret y en la gruta de Belén, como aquello de la parábola del grano de mostaza. No debemos temer a la humildad de los pequeños pasos y confiar en la levadura que penetra en la masa y poco a poco la hace crecer (cf. Mt. 13,33). Al hablar de Dios, en la obra de la evangelización, bajo la guía del Espíritu Santo, necesitamos una recuperación de la simplicidad, un retorno a lo esencial del anuncio: la Buena Nueva de un Dios que es real y concreto, un Dios que se interesa por nosotros, un Dios-Amor que se acerca a nosotros en Jesucristo hasta la cruz, y que en la resurrección nos da la esperanza y nos abre a una vida que no tiene fin, la vida eterna, la vida verdadera.
Ese comunicador excepcional que fue el apóstol Pablo, nos da una lección que va directo al centro de la fe del problema "cómo hablar de Dios", con gran sencillez. En la primera carta a los Corintios escribe: "Cuando fui a ustedes, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciarles el misterio de Dios, pues no quise saber entre ustedes sino a Jesucristo, y éste crucificado" (2,1-2). Así, el primer hecho es que Pablo no está hablando de una filosofía que él ha desarrollado, no habla de ideas que ha encontrado en otro lugar o ha inventado, sino que habla de una realidad de su vida, habla de Dios, que entró en su vida; habla de un Dios real que vive, que ha hablado con él y hablará con nosotros, habla de Cristo crucificado y resucitado.
La segunda realidad es que Pablo no es egoísta, no quiere crear un equipo de aficionados, no quiere pasar a la historia como el director de una escuela de gran conocimiento, no es egoísta, sino que san Pablo anuncia a Cristo y quiere ganar a las personas para el Dios verdadero y real. Pablo habla solo con el deseo de predicar lo que hay en su vida y que es la verdadera vida, que lo conquistó para sí en el camino a Damasco. Por lo tanto, hablar de Dios quiere decir dar espacio a Aquél que nos lo hace conocer, que nos revela su rostro de amor; significa privarse del propio yo ofreciéndolo a Cristo, sabiendo que no somos capaces de ganar a otros para Dios, sino que debemos esperarlo del mismo Dios, pedírselo a Él. Hablar de Dios viene por lo tanto de la escucha, de nuestro conocimiento de Dios que se realiza en la familiaridad con él, en la vida de oración y de acuerdo con los mandamientos.
Comunicar la fe, para san Pablo, no quiere decir presentarse a sí mismo, sino decir abierta y públicamente lo que ha visto y oído en el encuentro con Cristo, lo que ha experimentado en su vida ya transformada por aquel encuentro: es llevar a aquel Jesús que siente dentro de sí y que se ha convertido en el verdadero sentido de su vida, para que quede claro a todos que Él es lo que se requiere para el mundo, y que es decisivo para la libertad de cada hombre. El apóstol no se contenta con proclamar unas palabras, sino que implica la totalidad de su vida en la gran obra de la fe. Para hablar de Dios, tenemos que hacerle espacio, en la esperanza de que es Él quien actúa en nuestra debilidad: dejarle espacio sin miedo, con sencillez y alegría, en la profunda convicción de que cuanto más lo pongamos al medio a Él, y no a nosotros, tanto más fructífera será nuestra comunicación. Esto también es válido para las comunidades cristianas: ellas están llamadas a mostrar la acción transformadora de la gracia de Dios, superando individualismos, cerrazón, egoísmos, indiferencia, sino viviendo en las relaciones cotidianas el amor de Dios. Preguntémonos si son realmente así nuestras comunidades. Tenemos que reorientarnos para así, convertirnos en anunciadores de Cristo y no de nosotros mismos.
A este punto debemos preguntarnos cómo comunicaba Jesús mismo. Jesús en su unicidad habla de su padre –Abbà--, y del Reino de Dios, con la mirada llena de compasión por los sufrimientos y las dificultades de la existencia humana. Habla con gran realismo y, diría yo, el anuncio más importante de Jesús es que deja claro que el mundo y nuestra vida valen ante Dios. Jesús muestra que en el mundo y en la creación aparece el rostro de Dios y nos muestra cómo en las historias cotidianas de nuestra vida, Dios está presente. Tanto en las parábolas de la naturaleza, del grano de mostaza, del campo con diferentes semillas, o en nuestra vida, pensamos en la parábola del hijo pródigo, de Lázaro y de otras parábolas de Jesús. En los evangelios vemos cómo Jesús se interesa de toda situación humana que encuentra, se sumerge en la realidad de los hombres y de las mujeres de su tiempo, con una confianza plena en la ayuda del Padre. Y que de verdad en esta historia, escondido, Dios está presente; y si estamos atentos podemos encontrarlo.
Y los discípulos, que viven con Jesús, las multitudes que lo encuentran, ven su reacción ante diferentes problemas, ven cómo habla, cómo se comporta; ven en Él la acción del Espíritu Santo, la acción de Dios. En Él, anuncio y vida están entrelazados: Jesús actúa y enseña, partiendo siempre de un relación íntima con Dios Padre. Este estilo se convierte en una indicación fundamental para nosotros los cristianos: nuestro modo en que vivimos la fe y la caridad, se convierten en un hablar de Dios en el presente, porque muestra con una vida vivida en Cristo, la credibilidad, el realismo de lo que decimos con las palabras, que no son solo palabras, sino que muestran la realidad, la verdadera realidad. Y en esto hay que tener cuidado al leer los signos de los tiempos en nuestra época, es decir, identificar el potencial, los deseos, los obstáculos que se encuentran en la cultura contemporánea, en particular el deseo de autenticidad, el anhelo de trascendencia, la sensibilidad por la integridad de la creación, y comunicar sin miedo las respuestas que ofrece la fe en Dios. El Año de la Fe es una oportunidad para descubrir, con la imaginación animada por el Espíritu Santo, nuevos caminos a nivel personal y comunitario, a fin de que en todas partes la fuerza el evangelio sea sabiduría de vida y orientación de la existencia.
También en nuestro tiempo, un lugar privilegiado para hablar de Dios es la familia, la primera escuela para comunicar la fe a las nuevas generaciones. El Concilio Vaticano II habla de los padres como los primeros mensajeros de Dios (cf. Const. Dogm. Lumen Gentium, 11; Decr. Apostolicam actuositatem, 11), llamados a redescubrir su misión, asumiendo la responsabilidad de educar, y en el abrir las conciencias de los pequeños al amor de Dios, como una tarea esencial para sus vidas, siendo los primeros catequistas y maestros de la fe para sus hijos. Y en esta tarea es importante ante todo ‘la supervisión’, que significa aprovechar las oportunidades favorables para introducir en familia el discurso de la fe y para hacer madurar una reflexión crítica respecto a las muchas influencias a las que están sometidos los niños. Esta atención de los padres es también una sensibilidad para acoger las posibles preguntas religiosas presentes en la mente de los niños, a veces obvias, a veces ocultas.
Luego está ‘la alegría’; la comunicación de la fe siempre debe tener un tono de alegría. Es la alegría pascual, que no calla u oculta la realidad del dolor, del sufrimiento, de la fatiga, de los problemas, de la incomprensión y de la muerte misma, pero puede ofrecer criterios para la interpretación de todo, desde la perspectiva de la esperanza cristiana. La vida buena del Evangelio es esta nueva mirada, esta capacidad de ver con los mismos ojos de Dios cada situación. Es importante ayudar a todos los miembros de la familia a comprender que la fe no es una carga, sino una fuente de alegría profunda, es percibir la acción de Dios, reconocer la presencia del bien, que no hace ruido; sino que proporciona una valiosa orientación para vivir bien la propia existencia. Por último, ‘la capacidad de escuchar y dialogar’: la familia debe ser un ámbito donde se aprende a estar juntos, para conciliar los conflictos en el diálogo mutuo, que está hecho de escuchar y hablar, entenderse y amarse, para ser un signo, el uno para el otro, de la misericordia de Dios.
Hablar de Dios, por lo tanto, significa entender con la palabra y con la vida que Dios no es un competidor de nuestra existencia, sino que es el verdadero garante, el garante de la grandeza de la persona humana. Así que volvemos al principio: hablar de Dios es comunicar, con fuerza y sencillez, con la palabra y con la vida, lo que es esencial: el Dios de Jesucristo, aquel Dios que nos ha mostrado un amor tan grande hasta encarnarse, morir y resucitar para nosotros; ese Dios que nos invita a seguirlo y dejarse transformar por su inmenso amor, para renovar nuestra vida y nuestras relaciones; aquel Dios que nos ha dado la Iglesia, para caminar juntos y, a través de la Palabra y de los sacramentos, renovar la entera Ciudad de los hombres, con el fin de que pueda convertirse en Ciudad de Dios.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Importante avance en la Causa de Canonización de Mons. Jacinto Vera


Hace mucho tiempo que se viene trabajando por la causa de canonización de Mons. Jacinto Vera. Desde sus sucesores en la sede episcopal de Montevideo, quienes fueron los primeros en recoger toda la documentación y testimonios, luego de la muere con fama de santidad de Don Jacinto, pasando por el proceso diocesano y luego la aceptación de la causa en Roma, con los sucesivos postuladores y vice- postuladores que tuvo la misma, todo ha contribuido a una azarosa historia en la que ha habido avances, retrocesos, detenciones, obstáculos, etc. Pero lo que es obra de Dios siempre continúa; sale adelante superando las barreras, y la causa de Jacinto sin duda lo es.
Se ha recorrido un camino muy largo y muy dificultoso. Sin embargo, hoy, con gran alegría, estamos en condiciones de decir que la causa de Jacinto se encuentra muy avanzada. Casi 80 años han pasado desde su inicio formal hasta culminar una etapa muy importante, en este año 2012, con la conclusión de la Positio. Precisamente, en 1935 se da comienzo al proceso informativo ordinario de Montevideo, que se concluyó en 1942. Todo lo obrado (abundante documentación y declaraciones de testigos), reunido en 6 volúmenes, fue enviado a la Congregación para las causas de los Santos. Posteriormente se agregó en 1955 un pequeño proceso para explicar las razones por las que el proceso se había iniciado tardíamente (más de 30 años después de la muerte del Siervo de Dios). Reconocido y aprobado por la Congregación cuanto antecede, se procede a la fase apostólica del proceso en Roma, cuya base es la Positio.
¿Qué es la Positio? Es un alegato fundado que, con documentos fidedignos, muestra tanto las virtudes, signos y prodigios que se le atribuyen, la santidad en vida de Don Jacinto y su fama hasta el presente, como la devoción que le tienen los fieles. Un trabajo verdaderamente monumental, realizado con las declaraciones de los testigos, documentos, biografía, cartas, testimonios de prensa, visitas pastorales, misiones, escritos, sermones, gracias y favores, etc. La gran cantidad de documentos recogidos y las múltiples investigaciones posteriores contribuyeron a que el Vice-Postulador de la causa, luego de un arduo trabajo de casi 15 años, compusiera este escrito de más de 2000 páginas.
Este trabajo que, sin duda, es el más arduo en todo el proceso que sigue la causa de canonización, se ha culminado este año, como se ha dicho, y desde hace unos meses se encuentra en Roma. Ahora seguirá su curso el proceso apostólico, comenzando una nueva fase, en el que la Positio será evaluada por distintas instancias para probar la santidad de Jacinto y así la Iglesia dé su veredicto, reconociéndolo como modelo de vida cristiana e intercesor ante Dios.
Por tanto, luego de muchos años y mucho esfuerzo, buena parte del trabajo ya está hecho. Pero eso no es todo. Hay otra tarea también fundamental en la que todos, como Iglesia uruguaya, estamos comprometidos. Se trata de hablar, exhortar, difundir el conocimiento del Siervo de Dios y la devoción a él. Cada uno, individualmente o en comunidad (grupos parroquiales, colegios, grupos de oración, etc.) debe ser en este momento parte de la causa, acercando a Mons. Vera a todos los que no lo conocen. Esta es la causa de todos los miembros de la Iglesia en el Uruguay.

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Para comunicar las gracias recibidas y donaciones para la causa, así como para solicitar material de difusión sobre el Siervo de Dios (Novena, oraciones, estampas, posters, libros, boletines, etc.) dirigirse a los e-mails: jverapostulación@arquidiocesis.net y ggmerlano@gmail.com.
Para saber más, click en siguiente link: Jacinto Vera
También en Facebook: Difusión Jacinto Vera

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Catequesis de Benedicto XVI en el Año de la Fe (6) La fe católica es razonable y brinda confianza a la razón humana

San Agustín: "Comprender para creer
y creer para comprender"
Queridos hermanos y hermanas:
Avanzamos en este Año de la fe, llevando en el corazón la esperanza de volver a descubrir cuánta alegría hay en el creer, y en encontrar el entusiasmo de comunicar a todos las verdades de la fe. Estas verdades no son un simple mensaje sobre Dios, una información particular acerca de Él. Sino que expresan el acontecimiento del encuentro de Dios con los hombres, encuentro salvífico y liberador, que cumple con las aspiraciones más profundas del hombre, su anhelo de paz, de fraternidad, de amor. La fe conduce a descubrir que el encuentro con Dios mejora, perfecciona y eleva lo que es verdadero, bueno y bello en el hombre. Es así que, mientras Dios se revela y se deja conocer, el hombre llega a saber quién es Dios y, conociéndolo, se descubre a sí mismo, su propio origen, su destino, la grandeza y la dignidad de la vida humana.
La fe permite un conocimiento auténtico de Dios, que implica a toda la persona: se trata de un "saber", un conocimiento que le da sabor a la vida, un nuevo gusto de existir, una forma alegre de estar en el mundo. La fe se expresa en el don de sí mismo a los demás, en la fraternidad que se vuelve la solidaria, capaz de amar, venciendo a la soledad que nos pone tristes. Es el conocimiento de Dios mediante la fe, que no es solo intelectual, sino vital; es el conocimiento de Dios-Amor, gracias a su mismo amor.
Después el amor de Dios nos hace ver, abre los ojos, permite conocer toda la realidad, más allá de las estrechas perspectivas del individualismo y del subjetivismo que desorientan las conciencias. El conocimiento de Dios es, por tanto, experiencia de fe, e implica, al mismo tiempo, un camino intelectual y moral: profundamente conmovido por la presencia del Espíritu de Jesús en nosotros, podemos superar los horizontes de nuestro egoísmo y nos abrimos a los verdaderos valores de la vida.
Hoy en esta catequesis, quisiera centrarme sobre la racionalidad de la fe en Dios. Desde el principio, la tradición católica ha rechazado el llamado fideísmo, que es la voluntad de creer en contra de la razón. Credo quia absurdum (creo porque es absurdo) no es una fórmula que interprete la fe católica. De hecho, Dios no es absurdo, cuanto más es misterio. El misterio, a su vez, no es irracional, sino sobreabundancia de sentido, de significado y de verdad.
Si, observando el misterio, la razón ve oscuro, no es porque no haya luz en el misterio, sino más bien porque hay demasiada. Al igual que cuando los ojos del hombre se dirigen directamente al sol para mirarlo, solo ven la oscuridad; pero ¿quién diría que el sol no es brillante, aún más, fuente de luz? La fe permite ver el "sol", Dios, porque es la acogida de su revelación en la historia y, por así decirlo, recibe realmente todo el brillo del misterio de Dios, reconociendo el gran milagro: Dios se ha acercado al hombre, se ha dado para que acceda a su conocimiento, consintiendo el límite de su razón como creatura (cf. Conc. Vat. II, Const. Dogm. Dei Verbum, 13).
Al mismo tiempo, Dios, con su gracia, ilumina la razón, abre nuevos horizontes, inconmensurables e infinitos. Por eso, la fe es un fuerte incentivo para buscar siempre, a no detenerse nunca y a no evadir nunca el descubrimiento inagotable de la verdad y de la realidad. Es falso el prejuicio de algunos pensadores modernos, según los cuales la razón humana estaría bloqueada por los dogmas de la fe. Es todo lo contrario, como los grandes maestros de la tradición católica lo han demostrado.
San Agustín, antes de su conversión, busca con mucha ansiedad la verdad, a través de todas las filosofías disponibles, encontrándolas todas insatisfactorias. Su investigación minuciosa racional es para él una significativa pedagogía para el encuentro con la Verdad de Cristo. Cuando dice, "comprender para creer y creer para comprender" (Discurso 43, 9: PL 38, 258), es como si estuviera contando su propia experiencia de vida. Intelecto y fe, de frente a la revelación divina no son extraños o antagonistas, sino son las dos condiciones para comprender el significado, para acoger el mensaje auténtico, acercándose al umbral del misterio. San Agustín, junto a muchos otros autores cristianos, es testigo de una fe que es ejercida con la razón, que piensa y nos invita a pensar. Sobre este camino, san Anselmo dirá en su Proslogion que la fe católica es fides quaerens intellectum, donde la búsqueda de la inteligencia es un acto interno al propio creer. Será especialmente santo Tomás de Aquino –sólido en esta tradición--, quien hará frente a la razón de los filósofos, mostrando cuánta nueva y fecunda vitalidad racional deriva del pensamiento humano, en la introducción de los principios y de las verdades de la fe cristiana.
La fe católica es, pues, razonable y brinda confianza también a la razón humana. El Concilio Vaticano I, en la Constitución dogmática Dei Filius, dijo que la razón es capaz de conocer con certeza la existencia de Dios por medio de la vía de la creación, mientras que solo corresponde a la fe la posibilidad de conocer "fácilmente, con absoluta certeza y sin error" (DS 3005) la verdad acerca de Dios, a la luz de la gracia. El conocimiento de la fe, más aún, no va contra la recta razón. El beato Papa Juan Pablo II, en la encíclica Fides et ratio, resumió: "La razón del hombre no queda anulada ni se envilece dando su asentimiento a los contenidos de la fe, que en todo caso se alcanzan mediante una opción libre y consciente" (n. 43). En el irresistible deseo por la verdad, solo una relación armoniosa entre la fe y la razón es el camino que conduce a Dios y a la plenitud del ser.
Esta doctrina es fácilmente reconocible en todo el Nuevo Testamento. San Pablo, escribiendo a los cristianos de Corinto, sostiene, como hemos escuchado: "Mientras los judíos piden signos y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura para los gentiles" (1 Cor. 1, 22-23). De hecho, Dios ha salvado al mundo no con un acto de fuerza, sino a través de la humillación de su Hijo único: de acuerdo a los estándares humanos, el modo inusual ejecutado por Dios,contrastacon las exigencias de la sabiduría griega.
Sin embargo, la cruz de Cristo tiene una razón, que san Pablo llama: ho lògos tou staurou, "la palabra de la cruz" (1 Cor. 1,18). Aquí, el término lògossignifica tanto la palabra como la razón, y si alude a la palabra, es porque expresa verbalmente lo que la razón elabora. Por lo tanto, Pablo ve en la Cruz no un evento irracional, sino un hecho salvífico, que tiene su propia racionalidad reconocible a la luz de la fe. Al mismo tiempo, tiene tal confianza en la razón humana, hasta el punto de asombrarse por el hecho de que muchos, a pesar de ver la belleza de la obra realizada por Dios, se obstinan a no creer en Él. Dice en la Carta a los Romanos "Porque lo invisible [de Dios], es decir, su poder eterno y su divinidad, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras" (1,20).
Así, incluso san Pedro exhorta a los cristianos de la diáspora a adorar "al Señor, Cristo, en sus corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que les pida razón de su esperanza" (1 Pe. 3,15). En un clima de persecución y de fuerte necesidad de dar testimonio de la fe, a los creyentes se les pide que justifiquen con motivaciones sólidas su adhesión a la palabra del Evangelio; de dar las razones de nuestra esperanza.
Sobre esta base que busca el nexo profundo entre entender y creer, también se funda la relación virtuosa entre la ciencia y la fe. La investigación científica conduce al conocimiento de la verdad siempre nueva sobre el hombre y sobre el cosmos, lo vemos. El verdadero bien de la humanidad ,accesible en la fe, abre el horizonte en el que se debe mover su camino de descubrimiento.Por lo tanto, deben fomentarse, por ejemplo, la investigación puesta al servicio de la vida, y que tiene como objetivo erradicar las enfermedades. También son importantes las investigaciones para descubrir los secretos de nuestro planeta y del universo, a sabiendas de que el hombre está en la cumbre de la creación, no para explotarla de modo insensato, sino para cuidarla y hacerla habitable.
Es así como la fe, vivida realmente, no está en conflicto con la ciencia, más bien coopera con ella, ofreciendo criterios básicos que promuevan el bien de todos, pidiéndole que renuncie solo a aquellos intentos que, oponiéndose al plan original de Dios, puedan producir efectos que se vuelvan contra el hombre mismo. También por esto es razonable creer: si la ciencia es un aliado valioso de la fe para la comprensión del plan de Dios en el universo, la fe permite al progreso científico actuar siempre por el bien y la verdad del hombre, permaneciendo fiel a este mismo diseño.
Por eso es crucial para el hombre abrirse a la fe y conocer a Dios y su designio de salvación en Jesucristo. En el Evangelio, se inaugura un nuevo humanismo, una verdadera "gramática" del hombre y de toda realidad. El Catecismo de la Iglesia Católica lo afirma: "La verdad de Dios es su sabiduría que rige todo el orden de la creación y del gobierno del mundo. Dios, único Creador del cielo y de la tierra (cf. Sal. 115,15), es el único que puede dar el conocimiento verdadero de todas las cosas creadas en su relación con Él" (n. 216).
Esperamos entonces que nuestro compromiso en la evangelización ayude a dar una nueva centralidad del Evangelio en la vida de tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo. Y oramos para que todos encuentren en Cristo el sentido de la vida y el fundamento de la verdadera libertad: sin Dios, de hecho, el hombre se pierde.
Los testimonios de aquellos que nos han precedido y han dedicado sus vidas al Evangelio lo confirma para siempre. Es razonable creer, está en juego nuestra existencia. Vale la pena gastarse por Cristo, solo Él satisface los deseos de verdad arraigados en el alma de cada hombre: ahora, en el tiempo que pasa, y en el día sin fin de la beata Eternidad. Gracias.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Catequesis de Benedicto XVI en el año de la Fe (5) El mundo, el hombre, la fe

Albert Einstein dijo que en las leyes de la naturaleza
"se revela una razón tan superior, que todo pensamiento racional
y las leyes humanas son una reflexión comparativamente muy insignificante"

Queridos hermanos y hermanas:
El miércoles hemos reflexionado sobre el deseo de Dios que el ser humano lleva en lo más profundo de sí mismo. Hoy me gustaría continuar y profundizar este aspecto, meditando con ustedes brevemente sobre algunas maneras de llegar a conocer a Dios.
Debo mencionar, sin embargo, que la iniciativa de Dios precede siempre a cualquier acción del hombre, y también en el camino hacia Él, es Él el primero que nos ilumina, nos orienta y nos guía, respetando siempre nuestra libertad. Y siempre es Él quien nos hace entrar en su intimidad, revelándonos y dándonos la gracia de poder acoger en la fe esa revelación. No olvidemos nunca la experiencia de san Agustín: no somos nosotros los que poseemos la Verdad después de haberla buscado, sino que es la verdad la que nos encuentra y nos toma.
Sin embargo, hay formas que pueden abrir el corazón del hombre al conocimiento de Dios, hay indicios que llevan a Dios. Por supuesto, a menudo se corre el riesgo de ser deslumbrado por el brillo del mundo, que nos hace menos capaces de viajar esas rutas o leer esos signos. Sin embargo, Dios no se cansa de buscarnos, es fiel al hombre que ha creado y redimido, se mantiene cerca de nuestras vidas, porque nos ama. Y esta es una certeza que nos debe acompañar todos los días, a pesar de que ciertas mentalidades difundidas hacen más difícil para la Iglesia y para el cristiano comunicar la alegría del Evangelio a todas las criaturas y conducir a todos al encuentro con Jesús, único Salvador del mundo. Esta, sin embargo, es nuestra misión, es la misión de la Iglesia y cada creyente debe vivirla con alegría, sintiéndola como propia, a través de una vida verdaderamente animada por la fe, marcada por la caridad, en el servicio a Dios y a los demás, y capaz de irradiar esperanza. Esta misión brilla especialmente en la santidad a la que todos estamos llamados.
Hoy --lo sabemos--, no faltan las dificultades y las pruebas para la fe, a menudo mal entendida, protestada, rechazada. San Pedro decía a sus cristianos: "Estén siempre dispuestos a dar respuesta, pero con mansedumbre y respeto, a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en sus corazones" (1 Pe. 3,15). En el pasado, en Occidente, en una sociedad considerada cristiana, la fe era el ambiente en el que nos movíamos; la referencia y la pertenencia a Dios fueron, en su mayoría, parte de la vida cotidiana. Más bien, era aquel que no creía, el que debía justificar su incredulidad. En nuestro mundo, la situación ha cambiado y, cada vez más, el creyente debe ser capaz de dar razón de su fe. El beato Juan Pablo II, en la encíclica Fides et Ratio, hizo hincapié en que la fe se pone a prueba en estos tiempos, atravesada por formas sutiles e insidiosas de ateísmo teórico y práctico (cf. nn. 46-47).
A partir de la Ilustración, la crítica a la religión se ha intensificado; la historia se ha caracterizado también por la presencia de sistemas ateos, en los que Dios se consideraba una mera proyección de la mente humana, una ilusión, y el producto de una sociedad ya distorsionada por muchas enajenaciones. El siglo pasado fue testigo de un fuerte proceso de secularismo, en nombre de la autonomía absoluta del hombre, considerado como medida y artífice de la realidad, pero reducido en su ser creado "a imagen y semejanza de Dios". En nuestros tiempos hay un fenómeno particularmente peligroso para la fe: hay una forma de ateísmo que se define como "práctico", en el que no se niegan las verdades de la fe o los rituales religiosos, sino que simplemente se consideran irrelevantes para la existencia cotidiana, separados de la vida, inútiles. A menudo, por lo tanto, se cree en Dios de una manera superficial y se vive "como si Dios no existiera" (etsi Deus non daretur). Al final, sin embargo, esta forma de vida es aún más destructiva, porque conduce a la indiferencia hacia la fe y hacia la cuestión de Dios.
En realidad, el hombre separado de Dios, se reduce a una sola dimensión, aquella horizontal; y justamente este reduccionismo es una de las causas fundamentales de los totalitarismos que han tenido consecuencias trágicas en el siglo pasado, así como de la crisis de valores que vemos en la realidad actual. Oscureciendo la referencia a Dios, también se ha oscurecido el horizonte ético, para dejar espacio al relativismo y a una concepción ambigua de la libertad, que en lugar de liberadora, termina por atar al hombre a los ídolos. Las tentaciones que Jesús enfrentó en el desierto antes de su vida pública, representan aquellos "ídolos" que fascinan al hombre, cuando va más allá de sí mismo.
Cuando Dios pierde su centralidad, el hombre pierde su justo lugar, no encuentra más su lugar en la creación, en las relaciones con los demás. No se ha disminuido lo que la sabiduría antigua evoca como el mito de Prometeo: el hombre cree que puede llegar a ser él mismo "dios", dueño de la vida y la muerte.
Ante esta realidad, la Iglesia, fiel al mandato de Cristo, no cesa de afirmar la verdad sobre el hombre y sobre su destino. El Concilio Vaticano II afirma claramente así: "La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y solo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador".(Gaudium et Spes, 19).
¿Qué respuestas está llamada a dar ahora la fe, con "gentileza y respeto", al ateísmo, al escepticismo y a la indiferencia frente la dimensión vertical, de modo que el hombre de nuestro tiempo pueda seguir cuestionándose sobre la existencia de Dios y a recorrer los caminos que conducen a Él? Me gustaría mencionar algunos aspectos, que provienen de la reflexión natural, o del mismo poder de la fe. Quisiera resumirlo muy brevemente en tres palabras: el mundo, el hombre, la fe.
La primera: el mundo. San Agustín, que en su vida ha buscado durante mucho tiempo la Verdad y se aferró a la Verdad, tiene una página bella y famosa, en la que dice así: "Interroga a la belleza de la tierra, del mar, del aire enrarecido que se expande por todas partes; interroga la belleza del cielo..., interroga todas estas realidades. Todas te responderan: míranos y observa cómo somos hermosas. Su belleza es como un himno de alabanza. Ahora bien, estas criaturas tan hermosas, que siguen cambiando, ¿quién las hizo, si no que es uno que es la belleza de modo inmutable?"(Sermo 241, 2: PL 38, 1134). Creo que tenemos que recuperar y devolver al hombre contemporáneo la capacidad de contemplar la creación, su belleza, su estructura. El mundo no es una masa informe, sino que cuanto más lo conocemos y más descubrimos sus maravillosos mecanismos, más vemos un diseño, vemos que hay una inteligencia creadora. Albert Einstein dijo que en las leyes de la naturaleza "se revela una razón tan superior, que todo pensamiento racional y las leyes humanas son una reflexión comparativamente muy insignificante" (El mundo como lo veo yo, Roma 2005). Una primera manera que conduce al descubrimiento de Dios es contemplar con ojos atentos a la creación.
La segunda palabra: el hombre. Siempre san Agustín, quien tiene una famosa frase que dice que Dios está más cerca de mí que yo a mí mismo (cf. Confesiones, III, 6, 11). A partir de aquí se formula la invitación: "No vayas fuera de ti, entra en ti mismo: en el hombre interior habita la verdad" (De vera religione, 39, 72). Este es otro aspecto que corremos el riesgo de perder en el mundo ruidoso y disperso en el que vivimos: la capacidad de pararnos y mirar en lo profundo de nosotros mismos, y de leer esta sed de infinito que llevamos dentro, que nos impulsa a ir más allá y nos refiere a Alguien que la pueda llenar.
El Catecismo de la Iglesia Católica afirma así: "Con su apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido del bien moral, con su libertad y la voz de su conciencia, con su aspiración al infinito y a la dicha, el hombre se interroga sobre la existencia de Dios" (n. 33).
La tercera palabra: la fe. Sobre todo en la realidad de nuestro tiempo, no debemos olvidar que un camino hacia el conocimiento y el encuentro con Dios es la vida de fe. El que crea se une con Dios, está abierto a su gracia, a la fuerza del amor. Así, su existencia se convierte en un testimonio no de sí mismo, sino de Cristo resucitado, y su fe no tiene miedo de mostrarse en la vida cotidiana, está abierta al diálogo que expresa profunda amistad para el camino de cada hombre, y sabe cómo abrir luces de esperanza a la necesidad de la redención, de la felicidad y del futuro.
La fe, de hecho, es un encuentro con Dios que habla y actúa en la historia y que convierte nuestra vida cotidiana, transformando en nosotros mente, juicios de valor, decisiones y acciones concretas. No es ilusión, escape de la realidad, cómodo refugio, sentimentalismo, sino que es el involucramiento de toda la vida y es proclamación del Evangelio, Buena Nueva capaz de liberar a todo el hombre. Un cristiano, una comunidad donde son laboriosos y fieles al designio de Dios que nos ha amado primero, son una vía privilegiada para aquellos que son indiferentes o dudan acerca de su existencia y de su acción. Esto, sin embargo, pide a todos a hacer más transparente su testimonio de fe, purificando su vida para que sea conforme a Cristo. Hoy en día muchos tienen una comprensión limitada de la fe cristiana, porque la identifican con un mero sistema de creencias y de valores, y no tanto con la verdad de un Dios revelado en la historia, deseoso de comunicarse con el hombre cara a cara, en una relación de amor con él.
De hecho, el fundamento de toda doctrina o valor es el acontecimiento del encuentro entre el hombre y Dios en Cristo Jesús. El cristianismo, antes que una moral o una ética, es el acontecimiento del amor, es el aceptar a la persona de Jesús. Por esta razón, el cristiano y las comunidades cristianas, ante todo deben mirar y hacer mirar a Cristo, el verdadero camino que conduce a Dios.

sábado, 10 de noviembre de 2012

En camino hacia el XXVIII Encuentro de Diócesis de Frontera: Chapecó, Brasil, 2013

Parroquia Divino Espíritu Santo, ciudad de Dionisio Cerqueira
La ciudad de Dionisio Cerqueira, en la Diócesis de Chapecó (Santa Catarina, Brasil) recibirá, del 20 al 22 de mayo de 2013, a los miembros de unas diecisiete diócesis de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, que desde hace veinte años participan en los "Encuentros de Diócesis de Frontera".

Este XXVIII encuentro (al principio se hacían dos encuentros por año) estará dedicado a la temática relacionada con el mundo juvenil, ante la perspectiva de la realización unos meses después de la Jornada Mundial de la Juventud, en Río de Janeiro.

En el estilo en que habitualmente se presenta el tema, haciendo alusión al encuentro de vecinos, la invitación dice:
“Los vecinos se encuentran para compartir y reflexionar sobre situaciones que amenazan la vida y el futuro de la juventud: desafíos y propuestas pastorales.” 

Junto a ese tema hay un texto bíblico inspirador, del Evangelio de Marcos 5,22-24.35-43, que narra la forma en que Jesús vuelve a la vida a una jovencita, diciéndole « Talitá kum », que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate».

Dionisio Cerqueira es una ciudad de unos 15.000 habitantes. Limita al norte con el municipio de Barracão (9.700 habitantes, Estado de Paraná, Diócesis de Palmas-Francisco Beltrão) y al oeste con la ciudad argentina de Bernardo de Irigoyen (5.500 habitantes, Provincia de Misiones, Diócesis de Puerto Iguazú). La zona es conocida como “Tres Fronteras”.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Catequesis de Benedicto XVI en el año de la Fe (4) Educarse en el deseo ensancha el alma y la hace más capaz de recibir a Dios

El Greco, El caballero de la mano en el pecho.
"El deseo de Dios está inscripto en el corazón del hombre."

Queridos hermanos y hermanas:

El camino de reflexión que estamos haciendo juntos en este Año de la fe nos lleva a meditar hoy sobre un aspecto fascinante de la experiencia humana y cristiana: el hombre porta en sí mismo un misterioso anhelo de Dios. De una manera significativa, el Catecismo de la Iglesia Católica se abre con la siguiente declaración:
"El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar" (n. 27).

Tal declaración, que aún hoy en muchos contextos culturales parece bastante aceptable, casi obvia, podría parecer más bien una provocación en la cultura secularizada occidental. Muchos de nuestros contemporáneos podrían, de hecho, objetar que no sienten nada de ese deseo de Dios. Para amplios sectores de la sociedad, Él no es el esperado, el deseado, sino más bien una realidad que pasa desapercibida, frente a la cual no se debería hacer ni siquiera el esfuerzo de comentar. De hecho, lo que hemos definido como "el deseo de Dios", no ha desaparecido por completo, y se ve aún hoy en día, en muchos sentidos, en el corazón del hombre.

El deseo humano tiende siempre a ciertos bienes concretos, a menudo espirituales, y sin embargo, se encuentra de frente a la cuestión de qué es realmente "el" bien, y por lo tanto, a confrontarse con algo que es distinto de sí mismo, que el hombre no puede construir, pero que está llamado a reconocer. ¿Qué puede realmente satisfacer el deseo del hombre?

En mi primera encíclica Deus Caritas Est, traté de analizar cómo esta dinámica se realiza en la experiencia del amor humano, experiencia que en nuestra época es más fácilmente percibida como un momento de éxtasis, fuera de sí mismo, como un lugar donde el hombre se sabe atravesado por un deseo que lo supera. A través del amor, el hombre y la mujer experimentan de un modo nuevo, el uno gracias al otro, la grandeza y la belleza de la vida y de la realidad. Si lo que experimento no es una mera ilusión, si realmente deseo el bien del otro como un bien también mío, entonces debo estar dispuesto a des-centrarme, para ponerme a su servicio, hasta la renuncia de mí mismo.
La respuesta a la pregunta sobre el sentido de la experiencia del amor pasa por tanto, a través de la purificación y la sanación de la voluntad, requerida por el bien mismo que se quiere del otro. Debemos practicar, prepararnos, incluso corregirnos para que aquel bien pueda ser realmente querido.

El éxtasis inicial se traduce así en peregrinación, "camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios" (Encíclica Deus Caritas Est, 6). A través de este camino, el hombre podrá gradualmente profundizar el conocimiento del amor que había experimentado al principio.

Y se irá vislumbrando también el misterio de lo que es: ni siquiera el ser querido, de hecho, es capaz de satisfacer el deseo que habita en el corazón humano, es más, tanto más auténtico es el amor por el otro, más se deja abierta la pregunta sobre su origen y su destino, sobre la posibilidad de que eso vaya a durar para siempre.

Así, la experiencia humana del amor tiene en sí un dinamismo que conduce más allá de sí mismo, es la experiencia de un bien que lleva a salir de sí mismo y a encontrarse de frente al misterio que rodea a toda la existencia.

Consideraciones similares se pueden hacer también con respecto a otras experiencias humanas, tales como la amistad, la experiencia de la belleza, el amor por el conocimiento: todo bien experimentado por el hombre, va hacia el misterio que rodea al hombre mismo; cada deseo se asoma al corazón del hombre, se hace eco de un deseo fundamental que nunca está totalmente satisfecho.

Sin lugar a dudas que de tal deseo profundo, que también esconde algo enigmático, no se puede llegar directamente a la fe. El hombre, después de todo, sabe lo que no lo sacia, pero no puede imaginar o definir lo que le haría experimentar la felicidad que trae como nostalgia en el corazón. No se puede conocer a Dios solo a partir del deseo del hombre. De este punto de vista permanece el misterio: es el hombre el buscador del Absoluto, un buscador a pequeños e inciertos pasos. Y, sin embargo, ya la experiencia del deseo, el "corazón inquieto" como lo llamaba san Agustín, es muy significativo. Eso nos dice que el hombre es, en el fondo, un ser religioso (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 28), un "mendigo de Dios".

Podemos decir, en palabras de Pascal: "El hombre supera infinitamente al hombre" (Pensieri, 438; ed. Chevalier; ed. Brunschvicg 434). Los ojos reconocen los objetos cuando son iluminados por la luz. De ahí el deseo de conocer la misma luz que hace brillar las cosas del mundo y que les da el sentido de la belleza.

En consecuencia, debemos creer que es posible aún en nuestro tiempo, aparentemente refractario a la dimensión trascendente, abrir un camino hacia el auténtico sentido religioso de la vida, que muestra cómo el don de la fe no es absurdo, no es irracional. Sería muy útil para este fin, promover una especie de pedagogía del deseo, tanto para el camino de aquellos que aún no creen, como para aquellos que ya han recibido el don de la fe. Una pedagogía que incluye al menos dos aspectos. En primer lugar, aprender o volver a aprender el sabor de la alegría auténtica de la vida. No todas las satisfacciones producen en nosotros el mismo efecto: algunas dejan una huella positiva, son capaces de pacificar el ánimo, nos hacen más activos y generosos.

Otras en cambio, después de la luz inicial, parecen decepcionar las expectativas que había despertado y dejan detrás de sí amargura, insatisfacción o una sensación de vacío. Educar desde una edad temprana para saborear las alegrías verdaderas, en todos los ámbitos de la vida, esto es, la familia, la amistad, la solidaridad con los que sufren, la renuncia del propio yo para servir al otro, el amor por el que carece de conocimientos, por el arte, por la belleza de la naturaleza, todo lo que signifique ejercer el sabor interior y producir anticuerpos efectivos contra la banalización y el abatimiento predominante hoy.

Incluso los adultos necesitan descubrir estas alegrías, desear las realidades auténticas, purificándose de la mediocridad en la que se hallan envueltos. Entonces será más fácil evitar o rechazar todo aquello que, aunque en principio parezca atractivo, resulta ser bastante soso, fuente de adicción y no de libertad. Y por tanto hará emerger ese deseo de Dios del que estamos hablando.

Un segundo aspecto, que va de la mano con el anterior, es nunca estar satisfecho con lo que se ha logrado. Solo las alegrías verdaderas son capaces de liberar en nosotros esa ansiedad que lleva a ser más exigentes --querer un bien superior, más profundo--, para percibir más claramente que nada finito puede llenar nuestro corazón.

Por lo tanto vamos a aprender a someternos, sin armas, hacia el bien que no podemos construir o adquirir por nuestros propios esfuerzos; a no dejarnos desalentar de la fatiga y de los obstáculos que provienen de nuestro pecado.

En este sentido, no debemos olvidar que el dinamismo del deseo está siempre abierta a la redención. Incluso cuando nos envía por caminos desviados, cuando sigue paraísos artificiales y parece perder la capacidad de anhelar el verdadero bien. Incluso en el abismo del pecado no se apaga en el hombre aquella chispa que le permite reconocer el verdadero bien, para saborearlo, iniciando así un camino de salida, al cual Dios, con el don de su gracia, no deja de dar su ayuda. Todos, por otra parte, tenemos necesidad de seguir un camino de purificación y de curación del deseo. Somos peregrinos hacia la patria celestial, hacia aquel pleno bien, eterno, que nada nos podrá arrebatar jamás.

No se trata, por lo tanto, de sofocar el deseo que está en el corazón del hombre, sino de liberarlo, para que pueda alcanzar su verdadera altura. Cuando en el deseo se abre la ventana hacia la voluntad de Dios, esto ya es un signo de la presencia de la fe en el alma, fe que es una gracia de Dios. Decía siempre san Agustín:
"Con la expectativa, Dios amplía nuestro deseo, con el deseo, ensancha el alma y dilatándola la vuelve más capaz" (Comentario a la Primera Epístola de Juan, 4,6: PL 35, 2009).

En esta peregrinación, sintámonos hermanos de todos los hombres, compañeros de viaje, incluso de aquellos que no creen, de los que están en busca, de los que se dejan interrogar con sinceridad sobre el propio deseo de verdad y de bien. Recemos, en este Año de la fe, para que Dios muestre su rostro a todos aquellos que lo buscan con corazón sincero. Gracias.

martes, 6 de noviembre de 2012

Encuentro de los sacerdotes Fidei Donum de la Diócesis de Brescia en La Paloma, Uruguay





Desde anoche se encuentran en la Diócesis de Maldonado sacerdotes de la Diócesis de Brescia, Italia, acompañados por su Obispo, Mons. Luciano Monari. 
Se trata de sacerdotes misioneros "Fidei Donum" que prestan ayuda pastoral en Brasil, Venezuela, Ecuador, Argentina y Uruguay. 
Dos de ellos fueron nombrados obispos, uno en Ecuador y otro en Brasil. 
La elección de la Diócesis de Maldonado se debe a la presencia allí de los Padres Santo Bacherassi y Tonino Zatti, que estuvieron también en la Diócesis de Melo. 
Esta mañana Mons. Rodolfo Wirz les dio la bienvenida. A continuación, Mons. Heriberto Bodeant, que concurrió a agradecer la presencia de algunos sacerdotes de Brescia durante mucho tiempo en Melo, les presentó las orientaciones pastorales de la CEU y la Sra. Nené Noguez, de la Vicaría Pastoral, les presentó la pastoral de la Diócesis de Maldonado. 
Los sacerdotes continuarán su encuentro hasta el sábado por la mañana, en jornadas matizadas por la reflexión, la oración y la gratuidad del encuentro fraterno.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Decreto sobre Indulgencias con motivo del Año de la Fe en la Diócesis de Melo


HERIBERTO ANDRÉS BODEANT FERNÁNDEZ,
POR LA GRACIA DE DIOS Y DE LA SEDE APOSTÓLICA,
OBISPO DE MELO EN URUGUAY

En su Carta Apostólica en forma de Motu Proprio “Porta Fidei”, el Papa Benedicto XVI ha recordado “la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo” (n. 2).

Con el fin de "desarrollar en sumo grado en cuanto sea posible en esta tierra la santidad de vida y de obtener, por lo tanto, en el grado más alto la pureza del ama, será útil el gran don de las Indulgencias", dice la Penitenciaría Apostólica en el Decreto del 14 de setiembre de 2012 por el que "se enriquece del don de las Sagradas Indulgencias particulares ejercicios de piedad durante el Año de la Fe".

En aplicación de dicho Decreto de la Penitenciaría Apostólica para nuestra Diócesis de MELO, por el presente,

DECRETO

Que podrán lucrar la Indulgencia Plenaria de la pena temporal por los propios pecados o en sufragios de las almas de los fieles difuntos, todos los fieles verdaderamente arrepentidos, que cumplan las tres condiciones siguientes:
  1. se hayan confesado debidamente
  2. hayan comulgado sacramentalmente
  3. oren por las intenciones del Sumo Pontífice:

A.- Aquellos fieles que participen en las siguientes celebraciones diocesanas:

-          17 de marzo de 2013, V Domingo de Cuaresma: Peregrinación a la Cruz del Cerro Largo.
-          27 de marzo de 2013, Miércoles Santo: Celebración de la Misa Crismal.
-          Octubre de 2013 (fecha a determinar) Eucaristía en la Fiesta Diocesana en honor a Nuestra Señora del Pilar, Patrona de la Diócesis.

En estas tres celebraciones impartiré, de acuerdo a lo indicado en el citado Decreto de la Penitenciaría Apostólica, la Bendición Papal con la Indulgencia plenaria, lucrable por parte de todos los fieles que reciban tal Bendición con devoción.

B.- Aquellos fieles que participen en la Eucaristía en las fiestas patronales de cada una de las parroquias.

C.- En los siguientes días, en todas las parroquias, los participantes de la Eucaristía:

-          en celebraciones de inicio del Mes de María (8 de Noviembre de 2012 y 2013, Nuestra Señora de los Treinta y Tres) y clausura del Mes (Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, 8 de diciembre de 2012);
-          en la Solemnidad de la Natividad del Señor (25 de diciembre de 2012);
-          en el Domingo de Pascua de Resurrección (31 de marzo de 2013);
-          en la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi, 2 de junio de 2013)
-          y en la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo (Domingo 24 de noviembre de 2013), clausura del Año de la Fe.

D.- Cada vez que los fieles visiten la Santa Iglesia Catedral en la ciudad de Melo y la Parroquia Nuestra Sra. de los Treinta y Tres en la homónima ciudad, y los templos Parroquiales en las demás ciudades y pueblos y allí participen en alguna celebración sagrada o, al menos, se detengan en un tiempo de recogimiento meditando la Palabra de Dios y concluyendo con el rezo del Padre Nuestro, la Profesión de Fe en cualquiera de sus formas legítimas y las invocaciones a la Santísima Virgen María y/o Patronos.

E.- Cada vez que participen en al menos tres lecciones o conferencias sobre los Documentos del Concilio Vaticano II o sobre el Catecismo de la Iglesia Católica en cualquier iglesia o lugar idóneo.

F.- Un día, durante el Año de la Fe, elegido por cada fiel, para realizar una visita al baptisterio o lugar en el que recibió el Sacramento del Bautismo y allí renueve las promesas bautismales en cualquier forma legítima.

G.- En cuanto a aquellos fieles verdaderamente arrepentidos que por graves motivos no puedan participar de las solemnes celebraciones jubilares, como es el caso de los enfermos, ancianos y encarcelados, lucrarán la Indulgencia Plenaria con las mismas condiciones, si, unidos con el espíritu y el pensamiento a los fieles presentes, particularmente en los momentos en que las palabras del Sumo Pontífice o del obispo diocesano se transmitan por televisión y radio, recitan en el lugar que se encuentren, el Padrenuestro, la Profesión de Fe en cualquier forma legítima, y otras oraciones conforme a las finalidades del Año de la Fe, ofreciendo sus sufrimientos o los malestares de la propia vida.

Para que todos los fieles puedan acceder al Sacramento de la Penitencia PIDO a los sacerdotes que organicen y den a conocer los horarios en que se les atenderá en la sede penitencial. Con motivo de las celebraciones diocesanas y de las fiestas patronales, pueden también organizarse celebraciones penitenciales comunitarias, en las que se ayude a los fieles a un adecuado examen de conciencia, la comunidad exprese en forma comunitaria su pedido de perdón y se asegure la presencia de varios sacerdotes para hacer posible la confesión y absolución en forma individual.

Publíquese el presente Decreto.

En Melo, a 3 de Noviembre de 2012.
[firmado y sellado]
+ Heriberto, Obispo de Melo

Por mandato de S.E. Rvdma.
[firmado]
Pbro. Dr. Freddy Martínez,

Canciller y Vicario General