domingo, 31 de marzo de 2013

Testigos de la Fe: Pascua y fiesta patronal en San José Obrero, Treinta y Tres


La Parroquia San José Obrero de Treinta y Tres, que habitualmente celebra su fiesta patronal el 19 de marzo, la trasladó este año al Domingo de Resurrección. En una Eucaristía presidida por Mons. Heriberto, acompañado por el párroco P. Luis Arturo y el P. Reinaldo. En el marco del Año de la Fe se recordó a ocho testigos de la fe de significativa presencia en la ya larga vida parroquial. Así fueron evocados:



Padre José Reventós. Nacido en tierras aragonesas, llegó al Uruguay como misionero Escolapio. En 1840 fue enviado como cura ayudante a la Parroquia Nuestra Señora de Pilar y San Rafael de la villa de Melo. Desde allí comenzó a visitar el Paso Real del Olimar, celebrando los sacramentos y realizando misiones. De esta forma, poco a poco, fue gestando la fundación de la Villa de los Treinta y Tres en el año 1853. Fue el constructor de la primera capilla en lo que ahora es la Escuela N° 2.

Monseñor Jacinto Vera. Fue el primer obispo del Uruguay; gran misionero y evangelizador. Fundador de esta parroquia con el nombre de San Vicente y San Salvador el 27 de agosto 1865. Nos visitó en dos oportunidades: 1876 y 1867, dejando el testimonio escrito de su visita, en el cual manifiesta a la comunidad de Treinta y Tres, con amor de pastor: “los quiero mucho”. Este año celebramos los 200 años de su nacimiento y pedimos al Señor que pronto lo contemos entre los santos de la Iglesia.

Padre Pascacio Bresque. De origen floridense, llegó a Treinta y Tres para hacerse cargo de la comunidad. En 1955 durante un paseo con niños de la Parroquia, dos pequeños que corrían peligro de ahogarse fueron rescatados del agua por el P. Bresque, quien al llegar a la orilla falleció a causa del esfuerzo realizado. "No hay amor más grande que dar la vida por amigos".

Padre Gabriel Gallinal. Sacerdote uruguayo que vivió sus últimos años en Treinta y Tres, primero como párroco de El Salvador y luego aquí en San José. Su testimonio de bondad y amor; su sentido de servicio lo llevó a buscar una alternativa solidaria ante la dura crisis económica del 2002. Fue el impulsor del trueque entre vecinos y allí dio la vida, nos dejó en año 2003.

Hermana Celia Becaría, Salesiana. Llegó al Colegio desde su fundación y de allí no se fue más. Dio la vida por los niños a quienes enseñó a conocer a Cristo, con alegría y amor, por más de 25 años. ¿Quién no la recuerda caminando, ya con sus casi 90 años, rodeada de pequeños y con su entusiasmo desbordante? El reino de Dios es de los que son como niños.

María Elida Méndez. Ministra de la eucaristía, con una gran sensibilidad por el sufrimiento de los enfermos. La caminante de Dios: recorría kilómetros por la ciudad para consolar a los enfermos y llevarles a Cristo. El que entregue la vida por mí la ganará.

Ñeca Macedo. Mujer de una familia de fuerte arraigo olimareño, fue un puntal como testimonio de Fe y amor. Su casa fue centro de la vida de una pequeña comunidad que lideró hasta su Pascua. 

Cacha Olascoaga; nació en una familia olimareña y amó profundamente esta tierra. Fue profesora de literatura y comprometida cristiana, en especial en tiempo del gobierno de facto. Integrante de las comunidades de base, fundadora del grupo con humor autodenominado "El Catolismo”, al servicio del párroco y de la parroquia. Fue un bastión de la comunidad parroquial. Cuando nos dejó todos nos preguntamos "y ahora ¿quién va a hacer la intervención incisiva o la pregunta removedora? Predicó con su vida, que solo la verdad nos hará libres.

Son ellos algunos de los nombres de hombres y mujeres, testigos de la fe del Resucitado, que nos han dejado su legado de esperanza y amor. Ellos nos desafían a acrecentar nuestra fe, en nuestro Treinta y Tres y en estos  tiempos que vivimos. Demos gracias por estos testimonios.

sábado, 30 de marzo de 2013

Mensaje de Pascua del Obispo de Melo

Jerónimo Cósida, Noli me tangere, ca. 1570. Museo del Prado de Madrid


Al Pueblo de Dios que peregrina en Cerro Largo y Treinta y Tres

Queridos Diocesanos:

En esta Semana Santa que se ubica en el marco del Año de la Fe y en el comienzo del servicio del Papa Francisco como sucesor de Pedro, estamos celebrando el Paso de la muerte a la vida de quien está en el centro de nuestra fe: ¡Cristo ha resucitado! ¡Su entrega de amor en la cruz ha vencido a la muerte!

Leemos en la Palabra de Dios: 

“He aquí lo que revolveré en mi corazón para cobrar confianza:
Que el amor del Señor no se ha acabado, ni se ha agotado su ternura; cada mañana se renuevan. ¡Grande es tu fidelidad! «¡Mi porción es el Señor, dice mi alma, por eso en él esperaré!»” (Lamentaciones 3,21-24, Oficio de Lecturas del Viernes Santo)

Cuando vamos haciendo un camino en la fe, aunque todavía no sea muy largo, vamos guardando en nuestro corazón, como María, nuestra experiencia de encuentro con el amor de Dios. Pero también es posible que en nuestro corazón se acumulen muchas otras cosas: sufrimientos, amarguras, desencantos; también resentimientos, envidia, soberbia… entonces necesitamos “revolver” en nuestro corazón para encontrar los signos del paso de Dios en nuestra vida y redescubrir que “cada mañana se renuevan” el amor y la ternura del Señor.

“No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura”, nos decía el Santo Padre en su homilía del 19 de marzo, al iniciar su ministerio. Nos invitaba a buscarlas dentro de nuestro corazón y a hacerlas salir, aflorar, preocupándonos por los demás, cuidándonos unos a otros. Esa bondad, esa ternura, nos dice el Papa, “no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor”. Esa bondad y esa ternura las encontramos en primer lugar en el Señor, en Jesús, que pasó haciendo el bien y que las siembra en nuestro corazón.

Es en el encuentro con Jesucristo vivo; con Jesucristo resucitado que vive en la Iglesia, que nuestra fe se renueva. Es en ese encuentro donde experimentamos de nuevo el amor y la ternura de Dios. Es a partir de ese encuentro que podemos también nosotros pasar por la vida haciendo el bien, con la fuerza del Espíritu Santo.

Que esta Pascua del Año de la Fe nos encuentre celebrando con el corazón abierto al amor misericordioso del Señor. Que nos encuentre con un deseo profundo de renovación de nuestra unión con Cristo. Que nos encuentre con el intenso anhelo de dar testimonio con nuestras palabras y con toda nuestra vida que, de verdad, Jesús ha resucitado. ¡Feliz Pascua de Resurrección!

Con mi bendición,

+ Heriberto, Obispo de Melo

jueves, 28 de marzo de 2013

Tres Obispos uruguayos se pronunciaron sobre el llamado "matrimonio igualitario"

El próximo 10 de abril se votará en el Senado el proyecto de ley que pretende establecer el matrimonio entre personas del mismo sexo, el llamado "matrimonio igualitario".

Tres Obispos uruguayos se pronunciaron al respecto.

Mons. Jaime Fuentes, Obispo de Minas, lo hizo en su Blog "Desde el Verdún", en una entrada titulada Guerra a la familia.

Mons. Alberto Sanguinetti, Obispo de Canelones, por su parte, publicó en su propio blog "Amicus Sponsi" un comentario y una referencia a la gran marcha que tuvo lugar en París en defensa del matrimonio y la familia, bajo el título: En Francia defienden el matrimonio: ¿Qué nos pasa a los uruguayos?.

Por su parte, el Obispo de Salto, Pablo Galimberti, realizó una declaración titulada Duro golpe a la institución matrimonial en el Uruguay.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Misa Crismal en la Catedral de Melo

El clero diocesano en pleno:
1 seminarista, 4 diáconos permanentes,
15 sacerdotes (11 diocesanos, 1 Fidei Donum, 2 salesianos, 1 Fazenda de la Esperanza),
1 Obispo emérito, 1 Obispo Diocesano = 22
La consagración del Santo Crisma

La entrega de los óleos y del Proyecto Diocesano a las parroquias


Homilía de Mons. Heriberto

Queridos fieles, laicas y laicos de todas las comunidades de la diócesis.
Queridas religiosas, que enriquecen nuestra vida diocesana con el testimonio de sus diferentes carismas.
Querido  Helmuth, nuestro seminarista, que has llegado desde Bogotá para compartir este año con nosotros y juntos discernir los caminos del Señor.
Queridos diáconos, que nos hacen presente a Cristo servidor de todos.
Queridos presbíteros, “necesarios colaboradores y consejeros [del Obispo] en el ministerio y función de enseñar, santificar y apacentar al Pueblo de Dios” (PO 7).
Querido Mons. Roberto, nuestro Padre Conciliar, que sigues entregándonos el aire fresco de esa primavera de la Iglesia que fue el Concilio Vaticano II.

“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido”. Son palabras del profeta Isaías, que escuchamos en la primera lectura. El profeta decía esas palabras acerca de sí mismo. Él estaba viviendo la experiencia de haber sido tocado por el Espíritu Santo. Para explicar eso al Pueblo de Dios, el profeta dice que el Señor lo ha ungido, es decir, lo ha consagrado, ungiéndolo con un aceite santo. Así se hacía con todos los que eran elegidos por Dios para una misión especial al servicio de su Pueblo: los reyes, los sacerdotes y los profetas.

Cientos de años después, Jesús lee esas mismas palabras en la Sinagoga de Nazaret, como nos relata el Evangelio de Lucas, que el diácono acaba de proclamar. Leyendo esas palabras, Jesús se las aplica a sí mismo. Pero Jesús no es uno más de los muchos que han sido ungidos. No es un rey más, o un sacerdote más, o un profeta más. Jesús es “el ungido”. Ése es su título, que se convierte en su nombre, porque “ungido” se dice en hebreo “Mesías” y en griego “Cristo”.
Él no es un rey más: él es EL Rey; el Rey del Universo.
No es un sacerdote más: él es EL único y verdadero sacerdote, sacerdote para siempre.
No es uno más de los profetas: él es EL enviado del Padre.

Y Jesús sigue haciendo suyas las palabras proféticas de Isaías: El Señor lo ha enviado. No ha venido por sí mismo: él ha venido enviado por el Padre, para realizar la voluntad del Padre, con toda la fuerza y el poder del Espíritu Santo.
Pero ¿para qué ha venido Jesús? ¿Para qué toda la fuerza del Espíritu Santo?
Jesús viene a llevar adelante un programa. Un plan de Salvación.
Lo expresa con las palabras de Isaías:
“El [Señor] me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres,
            a anunciar la liberación a los cautivos
            y la vista a los ciegos,
            a dar la libertad a los oprimidos
            y proclamar un año de Gracia del Señor”.

Y para que no queden  dudas, después de leer al profeta, agrega:
     Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oir”.

Así Jesús inaugura su ministerio. A partir de allí, pasará “haciendo el bien”.
Serán muchos los que crean en su Palabra, los que abran el corazón a la Fe.
Los que lo reconozcan como el Mesías, el Cristo.
Serán muchos los que vivirán un encuentro con Él, y verán sus vidas transformadas. Muchos dejarán atrás una vida sin Dios, sin sentido, sin esperanza, sin amor, y se dejarán abrazar y envolver por la misericordia de Dios. Encontrarán en Jesús la Vida, el Perdón, la Reconciliación con el Padre. Encontrarán una comunidad de hermanos y hermanas, de discípulos y discípulas que comienzan a seguir a Jesús.

Pero Jesús es el hijo de Dios hecho hombre. Hecho mortal. La muerte llegará para Jesús en forma brutal y violenta. En el vasto imperio romano, desde muchos años antes de Cristo, la crucifixión era la pena que esperaba a los peores criminales y a quienes osaban levantarse contra la autoridad de Roma. Miles y miles fueron crucificados a lo largo de décadas al costado de los caminos.
Pero entre esos miles hubo un hombre que venció a la muerte. Vendido por uno de sus amigos, entregado por las autoridades de su pueblo a las autoridades romanas, hizo de su muerte una entrega de amor: “nadie ama más que quien da la vida por sus amigos”.

Poniendo su vida en manos del Padre, por amor a sus amigos, Jesús venció a la muerte. Desde entonces, quienes creemos en Él, nos unimos por el Bautismo a su muerte y a su resurrección. Ungidos con el Santo Crisma en los Sacramentos del Bautismo y, especialmente, de la Confirmación, cada uno de nosotros es hecho miembro del Cuerpo de Cristo y recibe la fuerza del Espíritu Santo para continuar llevando adelante la misión de Jesús; su plan, su programa.

Como Pueblo de Dios, ungidos para ser en Cristo Pueblo de Reyes, Pueblo Sacerdotal, Pueblo de profetas, bajo la guía del sucesor de Pedro y de los Obispos, sucesores de los apóstoles, continuamos la misión de Jesús: llevar la luz del Evangelio, tanto hasta el confín más marginal de la tierra como al rincón más oscuro del corazón humano.

Y así estamos nosotros, Diócesis de Melo, Pueblo de Dios que peregrina en Cerro Largo y Treinta y Tres, participando, como porción de la Iglesia que somos, de la misión de Cristo.

La misión de Evangelizar es siempre la misma, pero cada lugar y cada tiempo le plantea exigencias diferentes. Por eso, buscamos la luz del Espíritu Santo para que nos muestre por dónde sembrar, cómo preparar la tierra, qué semilla usar.

El Espíritu Santo le mostró al Papa Juan Pablo II el camino de la Evangelización Nueva “en sus métodos, en su expresión, en su ardor”. En sus dos visitas a Uruguay, nos animó a profundizar ese camino. En mayo se cumplirán 25 años del segundo de esos viajes, que llegó incluso hasta nuestra Diócesis. Una oportunidad para revalorizar ese legado que nos fue confiado.

El Papa Benedicto XVI continuó ese programa, y convocó el Año de la Fe que estamos celebrando, para que renovemos nuestro encuentro con Cristo y confirmemos, comprendamos y profundicemos de manera nueva los contenidos fundamentales de la fe.

Con el Papa Francisco, la voz y el camino de la Iglesia en América Latina llegan al corazón de la Cristiandad. Nuestro nuevo Papa fue decidido participante en la Conferencia de Aparecida, que en el año 2007 marcó los caminos para la Iglesia en nuestro continente. Desde allí somos llamados a reafirmar nuestra identidad de discípulos-misioneros de Jesucristo. A comprometernos en una profunda conversión pastoral, para ser una Iglesia que recibe, con las puertas abiertas, a quien se acerca, pero, sobre todo, sale como misionera al encuentro de los alejados. Una Iglesia que hace una opción preferencial por los pobres, porque esa es la opción de Jesucristo, “enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres”. Una Iglesia que se compromete en la Misión Continental que consiste en ponerse en un estado permanente de misión.

Todo eso es lo que quiere ayudarnos a realizar nuestro Proyecto Pastoral Diocesano, que hoy estamos entregando a las dieciséis parroquias de la Diócesis. Un proyecto que tenemos que hacerlo realidad juntos. Que tenemos que llevarlo adelante entre todos: fieles laicos y laicas, religiosas, diáconos, seminarista, sacerdotes, obispo emérito y obispo diocesano.

Así lo expresa nuestro objetivo:

Fortalecer nuestra identidad de discípulos-misioneros de Jesucristo
en nuestra Iglesia Diocesana,
relanzando y renovando nuestras acciones y servicios
desde la conversión pastoral y en actitud de Misión permanente
en comunión con toda la Iglesia en América Latina
al servicio de la Vida en estos tiempos de cambios
y con la opción preferencial por los más pobres.

Con la mística que nos dan la conversión y la misión; con un sentido del servicio y de la familia que quiere estar presente en todo nuestro actuar; con la catequesis, las Comunidades Eclesiales de Base, los Cursillos de Cristiandad y otras formas de vida en comunidad; con la Pastoral Juvenil; la Pastoral educativa; la Pastoral social; los Ministerios confiados a los Laicos; la formación de discípulos-misioneros y, sobre todo, con la fuerza del Espíritu Santo, esperamos poder también decir con el Señor que “hoy se cumplen las palabras de la Escritura que acaban de oír”. Así sea.

La dulce y confortadora alegría de evangelizar

San Francisco repara la Iglesia de San Damián
En los días previos al cónclave, en una de las congregaciones de preparación, el Cardenal Jorge Bergoglio tuvo una intervención que impresionó mucho al Cardenal Ortega, Arzobispo de La Habana. Éste le pidió al argentino el texto, pero la intervención no estaba escrita. Sin embargo, al otro día, Bergoglio entregó a Ortega un manuscrito con un resumen de lo que recordaba de su alocución. Esto es lo que escribió quien luego sería elegido Sumo Pontífice.  

Se hizo referencia a la evangelización. Es la razón de ser de la Iglesia. - “La dulce y confortadora alegría de evangelizar” (Pablo VI). - Es el mismo Jesucristo quien, desde dentro, nos impulsa.

1.- Evangelizar supone celo apostólico. Evangelizar supone en la Iglesia la parresía (1) de salir de sí misma. La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria.

2.- Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma (cfr. La mujer encorvada sobre sí misma del Evangelio) (2). Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teológico. En el Apocalipsis Jesús dice que está a la puerta y llama (3). Evidentemente el texto se refiere a que golpea desde fuera la puerta para entrar… Pero pienso en las veces en que Jesús golpea desde dentro para que le dejemos salir. La Iglesia autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir.

3.- La Iglesia, cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia; deja de ser el mysterium lunae (4) y da lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad espiritual (Según De Lubac, el peor mal que puede sobrevenir a la Iglesia) (5). Ese vivir para darse gloria los unos a otros. Simplificando; hay dos imágenes de Iglesia: la Iglesia evangelizadora que sale de sí; la Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans (6), o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí. Esto debe dar luz a los posibles cambios y reformas que haya que hacer para la salvación de las almas.

4.- Pensando en el próximo Papa: un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de “la dulce y confortadora alegría de la evangelizar”.

Notas del blog:

(1) La palabra griega parresía se deriva de dos raíces: pan (todo) y rhésis (discurso). El significado fundamental «libertad para decirlo todo», franqueza, valentía, libertad confiada. En el NT aparece 31 veces, por ejemplo en Efesios 6,19.

(2) Lucas 13,10-17

(3) Apocalipsis 3,20

(4) "misterio de la luna": la luna como metáfora tanto de la Virgen como de la Iglesia, según lo cual, así como la luna refleja la luz del sol, María y la Iglesia reflejan la luz de Dios en medio de la noche.

(5) Ya el Cardenal Bergoglio había citado esta expresión del teólogo francés De Lubac, en una homilía en la Conferencia Episcopal Argentina: “el mayor peligro, la tentación más pérfida, la que siempre renace -insidiosamente- cuando todas las demás han sido vencidas y cobra nuevo vigor con estas mismas victorias... Si esta mundanidad espiritual invadiera la Iglesia y trabajara para corromperla atacándola en su mismo principio, sería infinitamente más desastrosa que cualquiera otra mundanidad simplemente moral. Peor aún que aquella lepra infame que, en ciertos momentos de la historia, desfiguró tan cruelmente a la Esposa bienamada, cuando la religión parecía instalar el escándalo en el mismo santuario”. (cfr. De Lubac, Meditaciones sobre la Iglesia, Desclée, Pamplona 2ª ed. pg. 367-368).

(6) Palabras iniciales de la Constitución dogmática Dei Verbum, sobre la Divina Revelación, del Concilio Vaticano II: "escuchando religiosamente la palabra de Dios y proclamándola confiadamente".

domingo, 24 de marzo de 2013

Domingo de Ramos: homilía del Papa Francisco


"Jesús entra en Jerusalén. La muchedumbre de los discípulos lo acompañan festivamente, se extienden los mantos ante él, se habla de los prodigios que ha hecho, se eleva un grito de alabanza: «¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto» (Lc 19,38).

Gentío, fiesta, alabanza, bendición, paz. Se respira un clima de alegría. Jesús ha despertado en el corazón tantas esperanzas, sobre todo entre la gente humilde, simple, pobre, olvidada, esa que no cuenta a los ojos del mundo. Él ha sabido comprender las miserias humanas, ha mostrado el rostro de misericordia de Dios, se ha inclinado para curar el cuerpo y el alma.

Este es Jesús. Este es su corazón que nos mira a todos, que mira nuestras enfermedades, nuestros pecados. Es grande el amor de Jesús. Y así entra en Jerusalén con este amor, y nos mira a todos. Es una bella escena, llena de luz -la luz del amor de Jesús, el de su corazón-, de alegría, de fiesta.

Al comienzo de la Misa, también nosotros la hemos repetido. Hemos agitado nuestras palmas. También nosotros hemos acogido al Señor; también nosotros hemos expresado la alegría de acompañarlo, de saber que nos es cercano, presente en nosotros y en medio de nosotros como un amigo, como un hermano, también como rey, es decir, como faro luminoso de nuestra vida. Jesús es Dios, pero se ha abajado a caminar con nosotros. Es nuestro amigo, nuestro hermano. Aquí nos ilumina en el camino. Y así hoy lo hemos acogido. Y esta es la primera palabra que quería deciros: alegría.

No seáis nunca hombres y mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Nunca os dejéis vencer por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas cosas, sino que nace de haber encontrado a una persona, Jesús, que está en medio de nosotros, nace de saber que, con él, nunca estamos solos, incluso en los momentos difíciles, aun cuando el camino de la vida tropieza con problemas y obstáculos que parecen insuperables..., y ¡hay tantos!

Y en este momento viene el enemigo, viene el diablo, tantas veces disfrazado de ángel, y de modo insidioso nos dice su palabra. ¡No lo escuchéis! ¡Sigamos a Jesús! Nosotros acompañamos, seguimos a Jesús, pero sobre todo sabemos que él nos acompaña y nos carga sobre sus hombros: en esto reside nuestra alegría, la esperanza que hemos de llevar en este mundo nuestro. Y por favor, ¡no os dejéis robar la esperanza! ¡No dejéis que os roben la esperanza! La que nos da Jesús.

Segunda palabra. ¿Por qué Jesús entra en Jerusalén? O, tal vez mejor, ¿cómo entra Jesús en Jerusalén? La multitud lo aclama como rey. Y él no se opone, no la hace callar (cf. Lc 19,39-40). Pero, ¿qué tipo de rey es Jesús? Mirémoslo: montado en un pollino, no tiene una corte que lo sigue, no está rodeado por un ejército, símbolo de fuerza. Quien lo acoge es gente humilde, sencilla, que tiene el buen sentido de ver en Jesús algo más; tiene el sentido de la fe, que dice: éste es el Salvador. Jesús no entra en la Ciudad Santa para recibir los honores reservados a los reyes de la tierra, a quien tiene poder, a quien domina; entra para ser azotado, insultado y ultrajado, como anuncia Isaías en la Primera Lectura (cf. Is 50,6); entra para recibir una corona de espinas, una caña, un manto de púrpura: su realeza será objeto de burla; entra para subir al Calvario cargando un madero. Y, entonces, he aquí la segunda palabra: cruz. Jesús entra en Jerusalén para morir en la cruz.

Y es precisamente aquí donde resplandece su ser rey según Dios: su trono regio es el madero de la cruz. Pienso en lo que Benedicto XVI decía los cardenales: "Sois príncipes, pero de un rey crucificado. Ése es el trono de Jesús. Jesús toma sobre sí... ¿por qué la Cruz? Porque Jesús toma sobre sí el mal, la suciedad, el pecado del mundo, también el nuestro, el de todos nosotros, y lo lava, lo lava con su sangre, con la misericordia, con el amor de Dios. Miremos a nuestro alrededor: ¡cuántas heridas inflige el mal a la humanidad! Guerras, violencias, conflictos económicos que se abaten sobre los más débiles, la sed de dinero, que luego nadie puede llevarse consigo, debe dejarlo. Mi abuela nos decía cuando éramos niños: el sudario no tiene bolsillos. Amor al dinero, poder, la corrupción, las divisiones, los crímenes contra la vida humana y contra la creación.

Y también -cada uno de nosotros lo sabe y lo conoce- nuestros pecados personales: las faltas de amor y de respeto a Dios, al prójimo y a toda la creación. Y Jesús en la cruz siente todo el peso del mal, y con la fuerza del amor de Dios lo vence, lo derrota en su resurrección. Este es el bien que Jesús nos hace a todos sobre el trono de la Cruz. La cruz de Cristo, abrazada con amor, nunca conduce a la tristeza, sino a la alegría, a la alegría de ser salvados y de hace un poquito lo que Él hizo el día de su muerte.

Hoy están en esta plaza tantos jóvenes: desde hace 28 años, el Domingo de Ramos es la Jornada de la Juventud. Y esta es la tercera palabra: jóvenes. Queridos jóvenes, os he visto en la procesión, cuando entrabais; os imagino haciendo fiesta en torno a Jesús, agitando ramos de olivo; os imagino mientras aclamáis su nombre y expresáis la alegría de estar con él. Vosotros tenéis una parte importante en la celebración de la fe. Nos traéis la alegría de la fe y nos decís que tenemos que vivir la fe con un corazón joven, siempre, un corazón joven, incluso a los setenta, ochenta años. ¡Corazón joven!

Con Cristo el corazón nunca envejece. Pero todos sabemos, y vosotros lo sabéis bien, que el Rey a quien seguimos y nos acompaña es un Rey muy especial: es un Rey que ama hasta la cruz y que nos enseña a servir, a amar. Y vosotros no os avergonzáis de su cruz. Más aún, la abrazáis porque habéis comprendido que la verdadera alegría está en el don de sí mismo, en el don de sí, en salir de sí mismos y que con el amor de Dios Él ha triunfado sobre el mal precisamente con el amor.

Lleváis la cruz peregrina a través de todos los continentes, por las vías del mundo. La lleváis respondiendo a la invitación de Jesús: «Id y haced discípulos de todos los pueblos» (Mt 28,19), que es el tema de la Jornada Mundial de la Juventud de este año. La lleváis para decir a todos que, en la cruz, Jesús ha derribado el muro de la enemistad, que separa a los hombres y a los pueblos, y ha traído la reconciliación y la paz.

Queridos amigos, también yo me pongo en camino con vosotros, desde hoy, sobre las huellas del beato Juan Pablo II y Benedicto XVI. Ahora estamos ya cerca de la próxima etapa de esta gran peregrinación de la cruz. Miro con alegría al próximo mes de julio, en Río de Janeiro. Os doy cita en aquella gran ciudad de Brasil. Preparaos bien, sobre todo espiritualmente en vuestras comunidades, para que este encuentro sea un signo de fe para el mundo entero ¡Los jóvenes deben decir al mundo: es bueno ir con Jesús! ¡es bueno andar con Jesús! ¡es bueno el mensaje de Jesús!... ¡es bueno salir de sí mismos, ir a la periferia del mundo y de la existencia para llevar a Jesús! Tres palabras: alegría, cruz, jóvenes.

Pidamos la intercesión de la Virgen María. Ella nos enseña el gozo del encuentro con Cristo, el amor con el que debemos mirarlo al pie de la cruz, el entusiasmo del corazón joven con el que hemos de seguirlo en esta Semana Santa y durante toda nuestra vida. Así sea."

martes, 19 de marzo de 2013

Inauguración del ministerio petrino del Papa Francisco - Homilía

El Papa Francisco con los dos signos que recibió hoy:
el palio blanco con cruces rojas que rodea su cuello
y el anillo del pescador en su mano derecha

Queridos hermanos y hermanas:

Doy gracias al Señor por poder celebrar esta Santa Misa de comienzo del ministerio petrino en la solemnidad de San José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal: es una coincidencia muy rica de significado, y es también el onomástico de mi venerado predecesor: le estamos cercanos con la oración, llena de afecto y gratitud.

Saludo con afecto a los hermanos cardenales y obispos, a los presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas y a todos los fieles laicos. Agradezco por su presencia a los representantes de las otras iglesias y comunidades eclesiales, así como a los representantes de la comunidad judía y otras comunidades religiosas. Dirijo un cordial saludo a los Jefes de Estado y de Gobierno, a las delegaciones oficiales de tantos países del mundo y al Cuerpo Diplomático.

Hemos escuchado en el Evangelio que "José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer" (Mt 1,24). En estas palabras se encierra ya la misión que Dios confía a José, la de ser custos, custodio. Custodio ¨de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia, como ha señalado el beato Juan Pablo II: "Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo" (Exhort. ap. Redemptoris Custos, 1).

¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad y total, aun cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento con esmero y amor. Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos de la vida como los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y en las horas temblorosas y gozosas del parto; en el momento dramático de la huida a Egipto y en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; y después en la vida cotidiana en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús.

¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia? Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio; y eso es lo que Dios le pidió a David, como hemos escuchado en la primera lectura: Dios no quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; y es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu. Y José es "custodio" porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas. En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, salvaguardar la creación.

Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra San Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos. Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón. Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres. Es vivir con sinceridad las amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el respeto y en el bien. En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios de los dones de Dios.

Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad, cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido. Por desgracia, en todas las épocas de la historia existen "Herodes" que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer.

Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos "custodios" de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro. Pero, para "custodiar", también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura.

Y aquí añado entonces una ulterior anotación: el preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura. En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura.

Hoy, junto a la fiesta de San José, celebramos el inicio del ministerio del nuevo Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que comporta también un poder. Ciertamente, Jesucristo ha dado un poder a Pedro, pero ¨de qué poder se trata? A las tres preguntas de Jesús a Pedro sobre el amor, sigue la triple invitación: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas. Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar.

En la segunda lectura, San Pablo habla de Abraham, que "apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza" (Rm 4,18). Apoyado en la esperanza, contra toda esperanza. También hoy, ante tantos cúmulos de cielo gris, hemos de ver la luz de la esperanza y dar nosotros mismos esperanza. Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor; es abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza. Y, para el creyente, para nosotros los cristianos, como Abraham, como san José, la esperanza que llevamos tiene el horizonte de Dios, que se nos ha abierto en Cristo, está fundada sobre la roca que es Dios.

Custodiar a Jesús con María, custodiar toda la creación, custodiar a todos, especialmente a los más pobres, custodiarnos a nosotros mismos; he aquí un servicio que el Obispo de Roma está llamado a desempeñar, pero al que todos estamos llamados, para hacer brillar la estrella de la esperanza: protejamos con amor lo que Dios nos ha dado.

Imploro la intercesión de la Virgen María, de San José, de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, de San Francisco, para que el Espíritu Santo acompañe mi ministerio, y a todos vosotros os digo: Recen por mí. Amén".

jueves, 14 de marzo de 2013

Chiara Lubich: a cinco años de su muerte (2008)


Hoy se cumplen cinco años de la muerte de Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares. Presentamos algunos datos de su vida tomados de Wikipedia.

Chiara Lubich (Trento, Italia, 22 de enero de 1920 - Rocca di Papa, Italia, 14 de marzo de 2008) fue la fundadora y presidenta del Movimiento de los Focolares.

A principios de los años 40, una joven llamada Silvia Lubich, de poco más de veinte años, enseñaba como maestra en Trento, su ciudad natal. Se había matriculado también en la Facultad de Filosofía de la Università Ca' Foscari de Venecia, pues quería llegar a la verdad más profunda de las cosas y de la vida. Sin embargo, llegaron los amargos y difíciles años de la Segunda Guerra Mundial, donde el entorno de odio, muerte y violencia le impidió continuar sus estudios.

A causa de sus ideas políticas, su padre, Gino Lubich, se queda sin trabajo, y la familia queda sumida en graves estrecheces económicas. Chiara tiene que ponerse a trabajar para poder costearse sus estudios universitarios. Así, desde muy joven, comienza a dar clases particulares.

Va creciendo en su interior su deseo de consagrarse totalmente a Dios y el día 7 de diciembre de 1943, pronuncia para siempre sus votos de pobreza, castidad y obediencia en una capilla de su ciudad, con la sola presencia de un sacerdote. Esta fecha marca oficialmente el inicio del Movimiento de los Focolares, que más tarde fue aprobado por la Iglesia Católica con el nombre oficial de Obra de María.

Su casa fue destruida el 13 de mayo de 1944, durante uno de los más bombardeos más violentos que sufrió Trento durante la Segunda Gran Guerra. Su familia busca amparo en las montañas cercanas. Habiendo nacido ya la primera comunidad, Chiara decide quedarse en la ciudad. Abrazando entre los escombros a una madre enloquecida por la muerte de sus cuatro hijos, siente que debe abrazar el dolor de la humanidad, y así, junto a un pequeño grupo de personas que la siguen en su decisión, trata de vivir el Evangelio al pie de la letra, privilegiando a los pobres de su ciudad. Reuniéndose con sus primeras compañeras en los refugios durante los bombardeos, lleva consigo el pequeño libro del Evangelio. Quedan impresionadas especialmente leyendo esa página en la que Jesús habla de su Testamento: "Padre, que todos sean uno". Chiara descubre que para esa página había sido creada y experimenta, ante el derrumbamiento de todo, que el Evangelio vivido es la más potente revolución social.

En el año 1948 Chiara conoce en el Parlamento italiano a Igino Giordani, un prestigioso político, diputado, escritor, periodista y padre de cuatro hijos. Fue él quien ayudó a Chiara en los años siguientes a encarnar en la sociedad la espiritualidad de la unidad, por lo que es considerado cofundador del Movimiento. Giordani fue pionero del ecumenismo. La Iglesia católica inició hace unos años su causa de beatificación.

En el año 1949 Chiara Lubich conoce a Pasquale Foresi, un joven seminarista deseoso de conjugar evangelio y vida en la Iglesia. Ordenado presbítero en 1954, el P. Foresi se convierte en el primer focolarino sacerdote.

En 1956 nacen los "Voluntarios", nueva rama de su Movimiento, constituida por personas adultas comprometidas libremente en todos los ámbitos sociales: política, economía, justicia, salud, educación, arte, medios de comunicación, etc.

En 1966 propone a los jóvenes la radicalidad del Evangelio y nace el "Movimiento Gen" (Generación Nueva).

En 1991, en Brasil, se siente impactada por el contraste social y la miseria de las "favelas", y empujada por su Carisma nace la Economía de Comunión, un proyecto que actualmente se ha convertido en una realidad en creciente desarrollo de esta novedosa teoría y praxis económica. Sobre ella se publican tesis y trabajos de investigación en universidades de todo el mundo, y centenares de empresas ya la aplican concretamente en todas las latitudes.

Entre 1997 y 1998 se abren nuevas perspectivas en el diálogo interreligioso: Chiara Lubich es invitada a hablar de su experiencia interior en Tailandia a 800 monjes y monjas budistas; en Nueva York de EEUU, a 3.000 musulmanes negros en la mezquita de Harlem, y en Argentina a la comunidad hebrea de Buenos Aires.

A principios de marzo de 2008, internada con insuficiencia respiratoria grave en el Policlínico Gemelli, recibe la visita del Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I. Pocos días después, agravándose su estado, regresa por expreso deseo suyo a su residencia habitual de Rocca di Papa, donde acompañada por sus hijos espirituales de todo el mundo, fallece serenamente el 14 de marzo de 2008 a las 2 de la mañana.

Tras conocer la noticia, S. S. Benedicto XVI, dijo: "He recibido con emoción la noticia de la muerte de Chiara Lubich, al final de una vida larga y fecunda caracterizada incansablemente por su amor a Jesús abandonado. En esta hora de separación dolorosa estoy cercano espiritualmente y expreso mi cariño a los familiares y a toda la Obra de María -Movimiento de los Focolares-, que ella fundó, así como a todos los que han apreciado su compromiso constante por la comunión en la Iglesia, el diálogo ecuménico y la hermandad entre todos los pueblos. Doy gracias a Dios por el testimonio de su existencia dedicada a la escucha de las necesidades del ser humano contemporáneo en la total fidelidad a la Iglesia y al Papa. Mientras confío su alma a la Bondad Divina para que la acoja en el seno del Padre, deseo que cuantos la conocieron y encontraron, admirando las maravillas que Dios ha cumplido a través de su entrega misionera, sigan sus huellas manteniendo vivo su carisma. Con esos votos invoco la intercesión materna de María e imparto a todos mi bendición apostólica".