sábado, 29 de junio de 2013

Solemnidad de San Pedro y San Pablo


Homilía en la Catedral de Melo

El Papa Francisco celebró hoy en Roma esta solemnidad de San Pedro y San Pablo, junto a nuevos arzobispos de diferentes lugares del mundo y a delegaciones de Iglesias Ortodoxas. Contemplando esa diversidad, Francisco dijo hoy:
“La variedad en la Iglesia, que es una gran riqueza, se funde siempre en la armonía de la unidad, como un gran mosaico en el que las piezas se juntan para formar el único gran diseño de Dios. Y esto debe impulsar a superar siempre todo conflicto que hiere el cuerpo de la Iglesia. Unidos en las diferencias.”

La celebración de hoy, precisamente, une en la misma veneración a dos hombres diferentes: dos grandes apóstoles y mártires, Pedro y Pablo.

La liturgia, en el prefacio que rezaremos después, nos habla de la “doble misión” de ambos en la Iglesia:
“Pedro fue el primero en confesar la fe,
Pablo, el insigne maestro que la interpretó;
aquél formó la primitiva Iglesia con el resto de Israel,
éste la extendió entre los paganos llamados a la fe.
Ambos congregaron, por diversos caminos
a la única familia de Cristo,
y coronados por un mismo martirio,
son igualmente venerados por tu pueblo.”

Dos grandes columnas de la Iglesia. Dos hombres muy diferentes. Judíos ambos, sí, pero de distinto origen.
Pedro es de Galilea, la provincia del Norte en el país de Jesús, llamada a veces con menosprecio “la Galilea de los Gentiles” (Mt 4,15), como diciendo que es más pagana que judía. Pedro habla arameo, con un acento que delata su origen galileo, como vemos en el relato de la pasión, cuando entra al patio de la casa donde está Jesús y pretende que no tiene nada que ver con ese hombre y le dicen "tú también eres galileo, tu acento te delata" (Mt 26,73).
Pablo es de Tarso, en aquella época un puerto sobre el mar Mediterráneo, en lo que hoy es Turquía. Es un judío de la diáspora, es decir, de ese Pueblo de Dios que se ha desparramado por el mundo de aquella época. Habla griego y también arameo. Tuvo un tiempo de estudio en Jerusalén, con el gran maestro Gamaliel. Pertenece al movimiento Fariseo.

A la hora de ganarse la vida, nos encontramos con dos hombres de trabajo.
Pedro es pescador. Es un oficio que lo relaciona con sus compañeros de labor: su padre, su hermano Andrés, Zebedeo y sus dos hijos, Santiago y Juan. Pescan en el mar de Galilea, un mar cerrado pero extenso, donde no faltan las tormentas que sacuden la barca y pueden hacerla zozobrar. Juntos comparten un trabajo que se hace en equipo, compartiendo riesgos, fatigas y alegrías.
Pablo es artesano. Fabrica y arregla carpas. Se mueve de un lugar a otro con herramientas livianas, principalmente agujas. Instala su taller en lugares públicos. Como muchos artesanos de su tiempo, mientras hace su trabajo conversa con sus clientes o con la gente que se detiene a mirar.

¿Cómo entra Jesús en la vida de cada uno?

Los cuatro pescadores de Galilea son los primeros llamados por Jesús para formar el grupo de los doce. Son una buena base para formar una comunidad: se conocen, se llevan bien, tienen una vida compartida, y Jesús les abre un nuevo horizonte: serán “pescadores de hombres”. Entre ellos está Pedro. Los Evangelios se detienen especialmente a contarnos el camino de discipulado de Pedro. No esconden sus “metidas de pata”, propias de un carácter generoso pero también impulsivo. Pero Jesús ha visto el corazón de Pedro, que se irá moldeando a través de ese largo proceso hasta dejarse conducir por Jesús.

Para Pablo, la "secta" de los cristianos es una plaga. Están deformando la fe de Israel. Están destruyendo la Ley. Hay que perseguirlos… pero en el camino de Damasco, adonde va con poder para detener a los cristianos, es “alcanzado por Cristo”, como lo expresa él mismo. Encuentra al Señor resucitado: cae en tierra y queda enceguecido por la luz que hasta entonces no había sabido ver. Su vida da un giro, un cambio de dirección: es la conversión. La reorientación de la vida. Cristo pasa a ser su tesoro: todo lo que hasta entonces le había parecido tan valioso, ahora lo ve como pérdida y estiércol (Flp 3,8).

Estas dos maneras de encontrarse con Cristo nos ponen frente a dos caminos que aún hoy recorren muchos cristianos: quienes se abren a la fe desde niños, en el seno familiar, van haciendo su proceso en la comunidad, creciendo de a poco, son como Pedro; quienes, en cambio, tomaron otro camino pero a una altura de la vida son “alcanzados por Cristo” y se convierten son como Pablo. “Los de Pedro”, por llamarlos de ese modo, suelen ser prudentes, cuidadosos de la tradición, defensores de una marcha lenta pero segura; “los de Pablo” son los emprendedores, los que toman el riesgo, los audaces. El riesgo de los primeros es volverse tan conservadores que terminen perdiendo lo que quieren guardar, porque una comunidad demasiado quieta, demasiado tranquila, se enferma, como nos ha advertido el Papa Francisco. El riesgo más grave de los segundos no es el de accidentarse (“prefiero una Iglesia accidentada y no una Iglesia enferma”, dice Francisco) sino el de avanzar hasta el punto de desprenderse de la comunidad, alejarse del camino del Pueblo de Dios. Por eso necesitamos a Pedro y a Pablo. La unidad que ellos representan

Pedro: la roca sólida, el cimiento sobre el que se edifica la Iglesia. El que confirma en la fe a sus hermanos, el que cuida la unidad, la comunión. Esto está expresado en la fiesta propia que tiene Pedro, que se celebra el 22 de febrero: la Cátedra de San Pedro. La cátedra es la silla desde donde se enseña. Pedro sentado, enseñando, confirmando en la fe.

Pablo: el que pone en movimiento a la Iglesia o, más bien, se deja llevar por el Espíritu Santo en los caminos de la misión, de la extensión de la fe más allá de las fronteras que parecían naturales. También Pablo tiene su fiesta, el 25 de enero: la Conversión de San Pablo. Pablo caído, al ser alcanzado por Cristo, pero con su corazón en el más profundo movimiento que reorientará su vida y le hará poner toda su energía en el anuncio del Evangelio hasta donde pueda llegar.

Podríamos seguir con esta comparación, tomando otros aspectos, pero vamos a terminar con el símbolo con el que cada uno es representado en las imágenes: las llaves de Pedro y la espada de Pablo.

Si encontramos la figura de un santo con llaves en la mano, sabemos que ése es Pedro, y recordamos las palabras de Jesús: "Te daré las llaves del reino de los cielos, y lo que tú ates en la Tierra quedará atado en los cielos, y lo que tú desates en la Tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16,19). Pedro ha recibido las llaves para administrar, es decir, para entregar los bienes de la Gracia, según las palabras de Jesús: “¿Quién es el administrador fiel y prudente, al cual el señor pondrá sobre su familia, para repartirles la comida a tiempo?” (Lc 12,42).

Pablo, en cambio, es representado con una espada en la mano. Eso hace alusión a la forma de su martirio, ya que, según la tradición, usó de su privilegio de ciudadano romano para ser decapitado y no crucificado. Pero la espada tiene otro significado. Una pequeña anécdota. En el año 2004 participé en un encuentro para nuevos obispos. Allí había un obispo ucraniano. Los obispos de los diferentes ritos orientales tienen ornamentos diferentes a los nuestros, y a mí me llamó la atención una especie de cuadrado de tela que el obispo llevaba sobre la cadera izquierda, atado con una cinta que apoyaba en el hombro derecho. Los dos hablábamos muy poquito italiano, pero yo llegué a preguntar “¿Qué es esto?”
– “¿Esto? –me dijo– “esto es la espada del Obispo”.
Yo lo miré con los ojos bien grandes de asombro y entonces él agregó:
– “pero la espada del Obispo es la Palabra de Dios”
Esa es la espada de Pablo, como dice la carta a los Hebreos: “La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las coyunturas y las médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón” (Hb 4,12).

Queridas hermanas, queridos hermanos, celebremos con mucho cariño esta gran solemnidad, dando gracias al Señor por el testimonio de estos dos grandes apóstoles y, animados por sus enseñanzas y por su entrega generosa, sigamos en los caminos de la fe.

+ Heriberto

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