miércoles, 28 de agosto de 2013

"Yo tengo un sueño": 50 años del discurso de Martin Luther King en Washington


El 28 de agosto de 1963 Martin Luther King brindó su discurso "Yo tengo un sueño" en los escalones del monumento a Lincoln en Washington D.C. En la foto: vista de la multitud.

“Estoy orgulloso de reunirme con ustedes hoy, en la que será ante la historia la mayor manifestación por la libertad en la historia de nuestro país”.

Hace cien años, un gran estadounidense, cuya simbólica sombra nos cobija hoy, firmó la Proclama de la emancipación. Este trascendental decreto significó como un gran rayo de luz y de esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados en las llamas de una marchita injusticia. Llegó como un precioso amanecer al final de una larga noche de cautiverio.

Pero, cien años después, el negro aún no es libre; cien años después, la vida del negro es aún tristemente lacerada por las esposas de la segregación y las cadenas de la discriminación; cien años después, el negro vive en una isla solitaria en medio de un inmenso océano de prosperidad material; cien años después, el negro todavía languidece en las esquinas de la sociedad estadounidense y se encuentra desterrado en su propia tierra.

Por eso, hoy hemos venido aquí a dramatizar una condición vergonzosa. En cierto sentido, hemos venido a la capital de nuestro país, a cobrar un cheque.

Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y de la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del que todo estadounidense habría de ser heredero.

Este documento era la promesa de que a todos los hombres, les serían garantizados los inalienables derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

Es obvio hoy en día, que Estados Unidos ha incumplido ese pagaré en lo que concierne a sus ciudadanos negros. En lugar de honrar esta sagrada obligación, Estados Unidos ha dado a los negros un cheque sin fondos; un cheque que ha sido devuelto con el sello de "fondos insuficientes".

Pero nos rehusamos a creer que el Banco de la Justicia haya quebrado. Rehusamos creer que no haya suficientes fondos en las grandes bóvedas de la oportunidad de este país. Por eso hemos venido a cobrar este cheque; el cheque que nos colmará de las riquezas de la libertad y de la seguridad de justicia.

También hemos venido a este lugar sagrado, para recordar a Estados Unidos de América la urgencia impetuosa del ahora. Este no es el momento de tener el lujo de enfriarse o de tomar tranquilizantes de gradualismo. Ahora es el momento de hacer realidad las promesas de democracia. Ahora es el momento de salir del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el camino soleado de la justicia racial.

Ahora es el momento de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios. Ahora es el momento de sacar a nuestro país de las arenas movedizas de la injusticia racial hacia la roca sólida de la hermandad.

Sería fatal para la nación pasar por alto la urgencia del momento y no darle la importancia a la decisión de los negros. Este verano, ardiente por el legítimo descontento de los negros, no pasará hasta que no haya un otoño vigorizante de libertad e igualdad.

1963 no es un fin, sino el principio. Y quienes tenían la esperanza de que los negros necesitaban desahogarse y ya se sentirá contentos, tendrán un rudo despertar si el país retorna a lo mismo de siempre. No habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que a los negros se les garanticen sus derechos de ciudadanía.

Los remolinos de la rebelión continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que surja el esplendoroso día de la justicia. Pero hay algo que debo decir a mi gente que aguarda en el cálido umbral que conduce al palacio de la justicia. Debemos evitar cometer actos injustos en el proceso de obtener el lugar que por derecho nos corresponde.

No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio. Debemos conducir para siempre nuestra lucha por el camino elevado de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas donde se encuentre la fuerza física con la fuerza del alma.

La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a la comunidad negra, no debe conducirnos a la desconfianza de toda la gente blanca, porque muchos de nuestros hermanos blancos, como lo evidencia su presencia aquí hoy, han llegado a comprender que su destino está unido al nuestro y su libertad está inextricablemente ligada a la nuestra. No podemos caminar solos. Y al hablar, debemos hacer la promesa de marchar siempre hacia adelante. No podemos volver atrás.

Hay quienes preguntan a los partidarios de los derechos civiles, "¿Cuándo quedarán satisfechos?"

Nunca podremos quedar satisfechos mientras nuestros cuerpos, fatigados de tanto viajar, no puedan alojarse en los moteles de las carreteras y en los hoteles de las ciudades. No podremos quedar satisfechos, mientras los negros sólo podamos trasladarnos de un gueto pequeño a un gueto más grande. Nunca podremos quedar satisfechos, mientras un negro de Misisipí no pueda votar y un negro de Nueva York considere que no hay por qué votar. No, no; no estamos satisfechos y no quedaremos satisfechos hasta que "la justicia ruede como el agua y la rectitud como una poderosa corriente".

Sé que algunos de ustedes han venido hasta aquí debido a grandes pruebas y tribulaciones. Algunos han llegado recién salidos de angostas celdas. Algunos de ustedes han llegado de sitios donde en su búsqueda de la libertad, han sido golpeados por las tormentas de la persecución y derribados por los vientos de la brutalidad policíaca. Ustedes son los veteranos del sufrimiento creativo. Continúen trabajando con la convicción de que el sufrimiento que no es merecido, es emancipador.

Regresen a Misisipí, regresen a Alabama, regresen a Georgia, regresen a Louisiana, regresen a los barrios bajos y a los guetos de nuestras ciudades del Norte, sabiendo que de alguna manera esta situación puede y será cambiada. No nos revolquemos en el valle de la desesperanza.

Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño "americano".

Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: "Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales".

Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad.

Sueño que un día, incluso el estado de Misisipí, un estado que se sofoca con el calor de la injusticia y de la opresión, se convertirá en un oasis de libertad y justicia.

Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad.

¡Hoy tengo un sueño!

Sueño que un día, el estado de Alabama cuyo gobernador escupe frases de interposición entre las razas y anulación de los negros, se convierta en un sitio donde los niños y niñas negras, puedan unir sus manos con las de los niños y niñas blancas y caminar unidos, como hermanos y hermanas.

¡Hoy tengo un sueño!

Sueño que algún día los valles serán cumbres, y las colinas y montañas serán llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y los torcidos serán enderezados, y la gloria de Dios será revelada, y se unirá todo el género humano.

Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la cual regreso al Sur. Con esta fe podremos esculpir de la montaña de la desesperanza una piedra de esperanza. Con esta fe podremos trasformar el sonido discordante de nuestra nación, en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, defender la libertad junta, sabiendo que algún día seremos libres.

Ese será el día cuando todos los hijos de Dios podrán cantar el himno con un nuevo significado, "Mi país es tuyo. Dulce tierra de libertad, a tí te canto. Tierra de libertad donde mis antecesores murieron, tierra orgullo de los peregrinos, de cada costado de la montaña, que repique la libertad". Y si Estados Unidos ha de ser grande, esto tendrá que hacerse realidad.

Por eso, ¡que repique la libertad desde la cúspide de los montes prodigiosos de Nueva Hampshire! ¡Que repique la libertad desde las poderosas montañas de Nueva York! ¡Que repique la libertad desde las alturas de las Alleghenies de Pensilvania! ¡Que repique la libertad desde las Rocosas cubiertas de nieve en Colorado! ¡Que repique la libertad desde las sinuosas pendientes de California! Pero no sólo eso!: ¡Que repique la libertad desde la Montaña de Piedra de Georgia! ¡Que repique la libertad desde la Montaña Lookout de Tennesse! ¡Que repique la libertad desde cada pequeña colina y montaña de Misisipí! "De cada costado de la montaña, que repique la libertad".

Cuando repique la libertad y la dejemos repicar en cada aldea y en cada caserío, en cada estado y en cada ciudad, podremos acelerar la llegada del día cuando todos los hijos de Dios, negros y blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, puedan unir sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro: "¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias a Dios omnipotente, ¡somos libres al fin!"

martes, 27 de agosto de 2013

35 años de la elección de Albino Luciani, Juan Pablo I

 
No se puede usar champagne para hacer andar un auto, ni ponerle al motor mermelada en vez de aceite... con estas imágenes, el Papa Juan Pablo I expresaba en su primera "catequesis de los miércoles" que los mandamientos de la Ley de Dios tienen que ver con la naturaleza humana, con el buen orden de las cosas... en definitiva, con nuestra felicidad.
 
JUAN PABLO I
AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 6 de septiembre de 1978
La gran virtud de la humildad
A mi derecha y a mi izquierda hay cardenales y obispos, hermanos míos en el episcopado. Yo soy sólo su hermano mayor. Mi saludo afectuoso a ellos y también a sus diócesis.
Hace un mes justo moría en Castelgandolfo Pablo VI, un gran Pontífice, que ha prestado servicios enormes a la Iglesia durante quince años. Los efectos se notan ya ahora en parte, pero creo yo que se verán sobre todo en el futuro. Todos los miércoles venía aquí y hablaba a la gente.
En el Sínodo de 1977 muchos obispos dijeron: «Los discursos de los miércoles que pronuncia el Papa Pablo son una auténtica catequesis adecuada al mundo moderno».
Trataré de imitarlo, con la esperanza de poder yo también ayudar de alguna manera a la gente a hacerse más buena. Pero para ser buenos es necesario estar en regla con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos.
Ante Dios, la postura justa es la de Abrahán cuando decía: «Soy sólo polvo y ceniza ante ti, Señor» Tenemos que sentirnos pequeños ante Dios. Cuando digo: «Señor, creo», no me avergüenzo de sentirme como un niño ante su madre; a la madre se le cree; yo creo al Señor y creo lo que Él me ha revelado.
Los mandamientos son un poco más difíciles de cumplir, a veces muy difíciles; pero Dios nos los ha dado no por capricho ni en interés suyo, sino muy al contrario, en interés nuestro.
Una vez, una persona fue a comprar un automóvil. El vendedor le hizo notar algunas cosas: Mire que el coche posee condiciones excelentes, trátelo bien: ¿sabe?, gasolina súper en el depósito, y para el motor, aceite del fino. El otro le contestó: No; para que sepa le diré que de la gasolina no soporto ni el olor, ni tampoco del aceite; en el depósito pondré champagne que me gusta tanto, y el motor lo untaré de mermelada. Haga Ud. como le parezca, pero no venga a lamentarse si termina con el coche en un barranco. El Señor ha hecho algo parecido con nosotros: nos ha dado este cuerpo, animado de un alma inteligente, y una bella voluntad. Y ha dicho: esta máquina es buena, pero trátala bien.
Estos son los mandamientos. Honra al padre y a la madre, no matarás, no te enfadarás, sé delicado, no digas mentiras, no robes... Si fuéramos capaces de cumplir los mandamientos, andaríamos mejor nosotros y andaría mejor también el mundo.
Y luego, el prójimo... Pero el prójimo está a tres niveles: unos están por encima de nosotros, otros están a nuestro nivel, y otros debajo. Sobre nosotros están nuestros padres. El catecismo decía: respetarlos, amarlos, obedecerles. El Papa debe inculcar respeto y obediencia de los hijos a los padres.
Me dicen que están aquí los monaguillos de Malta. Que venga uno, por favor... Los monaguillos de Malta, que han prestado servicio durante un mes en San Pedro. Veamos ¿cómo te llamas? —James.—¡James! Dime, ¿no has estado enfermo alguna vez? —No.—¿Nunca? —No.—¿Nunca has estado malo? —No. — ¿Ni siquiera con un poco de fiebre? —No.—¡Qué afortunado! Pero, cuando un niño se pone enfermo, ¿quién le da un poco de sopa, alguna medicina? ¿No es la madre? Pues bien, tú te haces mayor y tu madre envejece; tú te conviertes en un gran señor y tu pobre madre estará enferma en la cama. Entonces, ¿quien le dará un poco de leche y medicinas? ¿Quién? —Mis hermanos y yo.—¡Estupendo! Sus hermanos y él, ha dicho. Me gusta. ¿Has entendido?
Pero no sucede así siempre. Yo, de obispo en Venecia, solía ir a veces a visitar asilos de ancianos. Una vez encontré a una enferma, anciana. Señora, ¿Cómo está? . —Bah, comer, como bien; Calor, bien también, hay calefacción. —Entonces, está contenta ¿verdad? —No, y casi se echó a llorar—. Pero, ¿por qué llora? —Es que mi nuera y mi hijo no vienen nunca a visitarme. Yo quisiera ver a los nietecitos. No bastan la calefacción, la comida: hay un corazón; es menester pensar igualmente en el corazón de nuestros ancianos. El Señor ha dicho que los padres deben ser respetados y amados, también cuando son ancianos.
Y además de los padres, está el Estado, están los Superiores. ¿Puede aconsejar el Papa la obediencia? Bossuet, que era un gran obispo, escribió: “Donde ninguno manda, todos mandan. Donde todos mandan, no manda nadie ya sino el caos”. Se ve algo parecido a veces también en este mundo. Respetemos, pues, a los que son superiores.
Luego están nuestros iguales. Y aquí de costumbre hay dos virtudes que practicar: la justicia y la caridad. Pero la caridad es el alma de la justicia. Hay que amar al prójimo, ¡el Señor nos lo ha recomendado tanto! Yo recomiendo siempre no sólo las grandes caridades, sino las caridades menudas. En un libro titulado “El arte de ganarse amigos”, escrito por el americano Carnegie, he leído este episodio insignificante: Una señora tenía cuatro hombres en casa: el marido, el hermano y dos hijos ya mayores. Ella se ocupaba de la compra, de lavar y planchar la ropa, de la cocina... todo ella. Un domingo, llegan a casa. La mesa está preparada, pero en los platos hay sólo un puñado de heno. Protestan y dicen: ¡Oh!, pero qué, ¿heno? Y ella dice: No, todo está preparado. Pero dejadme deciros esto: yo cambio el menú, tengo todo limpio, atiendo todo. Y jamás me habéis dicho ni siquiera una vez: “Nos has preparado una comida estupenda”. No soy de piedra. Se trabaja más a gusto cuando se ve agradecimiento. Estas son las caridades menudas. En casa todos tenemos alguna persona que espera un detalle nuestro.
Están además los que son más pequeños que nosotros; están los niños, los enfermos, y hasta los pecadores. Como obispo, he estado muy cerca incluso de los que no creen en Dios. ¡Cuánta misericordia hay que tener! Me he convencido de que muchas veces éstos rechazan no a Dios, sino a la idea errónea que de Dios tienen. ¡Cuánta misericordia hay que tener! Y también los que se equivocan... Es necesario de verdad estar en regla con nosotros mismos.
Me limito a recomendaros una virtud muy querida del Señor: ha dicho “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”.
Corro el riesgo de decir un despropósito. Pero lo digo: el Señor ama tanto la humildad que a veces permite pecados graves. ¿Para qué? Para que quienes los han cometido —estos pecados, digo— después de arrepentirse lleguen a ser humildes. No viene gana de creerse medio santos cuando se sabe que se han cometido faltas graves.
¡El Señor ha recomendado tanto ser humildes! Aun si habéis hecho cosas grandes, decid: siervos inútiles somos. En cambio la tendencia de todos nosotros es más bien lo contrario: ponerse en primera fila. Humildes, humildes: es la virtud cristiana que a todos toca.

viernes, 23 de agosto de 2013

Bergoglio: 'Voy a rezarle a Dios que si alguien tiene que morir ese sea yo'

El Padre Pepe junto con Mons. Bergoglio, entrando a una Misa en la Villa 21
Al cura antidroga de la Villa 21: "Ustedes tienen que seguir el trabajo". 
Entrevista con el padre José María "Pepe" Di Paola, con temas inéditos
Por H. Sergio Mora

RIMINI, 22 de agosto de 2013 (Zenit.org) - 

El padre José María 'Pepe' Di Paola, párroco de la Villa 21 en Buenos Aires, en el marco del Meeting de Rimini para la Amistad entre los Pueblos dialogó con ZENIT. Sobre el papa Francisco cuando era arzobispo de Buenos Aires y esa amistad que creció, del deseo de Bergoglio de que se trabaje en las periferias, participando en primera línea, y también cuando al párroco 'Pepe' le amenazaron los narcos. Además, sobre su estilo que no imponía sino que incentivaba los buenos proyectos. Habló de los barrios marginales en donde no existe la fiesta cívica, en donde la festividad del pueblo es la religiosa. Celebraron, dijo, la elección de Bergoglio con la alegría de un mundial de fútbol. Fueron diversos temas, algunos inéditos, y que presentamos aquí a nuestros lectores.

¿Cómo nació su amistad con el papa Francisco?
Padre Pepe: Yo soy diocesano, Bergoglio es jesuita. Llegó en los años noventa y algo. Me conoció porque yo trabajaba con los niños y los jóvenes, también buscando esta opción por los pobres. El me fue acercando a la villa, a la ciudad oculta, y después me nombró párroco en la Villa 21. Y pude llevar mi sacerdocio con mucha plenitud porque allí convergían el trabajo de los jóvenes con los pobres. No es que te decía "vayan que les apoyo", porque él se implicaba con el trabajo en la villa. Él venía, caía inesperadamente para tomar mate. Entre el 97 y el 2001, la única persona importante que visitaba las villas era Bergoglio. Hasta ese momento había gente que se dedicaba a la política y mandaba representantes, pero el único importante era él. Después del 2001 inició a vivirse otra situación con más interés del mundo social y político.

¿Cómo seguía Bergoglio el trabajo de ustedes?
--Padre Pepe: Escuchaba nuestras propuestas. 'Si lo ven, empiecen' decía, como cuando fundamos el centro de recuperación de adictos. Cuando veía que nos jugábamos por alguna cosa que valía la pena y que tenía que ver con nuestras convicciones, inmediatamente nos apoyaba. Y nos dejaba. Confió mucho en nosotros.

La droga en las villas: se diría que los narcos la venden a los ricos
--Padre Pepe: El narcotráfico en América Latina tiene diseñado planes para gente de clase alta, media y baja. Para los pobres ofrecen el estiramiento de la cocaína, que la llaman 'el paco'.

Ud. ha indicado hoy que que los resultados que obtuvieron deberían hacer reflexionar a quienes consideran que la religión es el opio de los pueblos
--Padre Pepe: Sí, por ejemplo la lucha por las escuelas, la superación de la propia vida de las personas, muchas que vinieron sin nada y que de pronto aprendieron un oficio, se pusieron a trabajar. Y todo es en base a la espiritualidad, no en base a un Estado que le dijo 'tenés que hacer esto'.

¿Por qué los habitantes se quedan en la villa?
--Padre Pepe: A veces se quedan allí porque es el barrio que les vio nacer, le tienen afecto aunque querrían que fuera de otra forma. La superación individual y grupal se da en la vida comunitaria de la villa cuando tiene como motor la fe, ni siquiera el factor económico es suficiente. Más aún, todo lo que son planes pueden funcionar un tiempo pero después... Lo que les hace perseverar es cuando hay una Iglesia que les da realmente un contenido, un ámbito de encuentro para esta gente que viene de otros países o provincias. Y porque encuentran una Iglesia que los reúne como familia y les da la posibilidad que ellos hagan su propia historia.

¿Cómo están las cosas ahora?
--Padre Pepe: Se salió de la emergencia. Hay programas que son buenos, pero en cuanto superación estamos muy lejos. No soy economista y no sé si se puede hacer. Entretanto, creo que las realidades argentinas no podemos medirlas sin entender lo que pasa en el Cono Sur, porque si muchos van a Argentina es porque tiene una salud pública, instrucción. etc.

¿Hay algún hecho particular que le haya quedado impreso junto al obispo Bergoglio?
--Padre Pepe: Cuando yo le comenté: 'monseñor me amenazaron de muerte', estábamos así conversando como nosotros ahora. Él estaba muy atento, se puso la mano en la cabeza y dijo: 'lo único que le voy a pedir a Dios es que si tiene que morir alguien, que ese sea yo y no ustedes. Porque ustedes tienen que seguir en las villas haciendo lo que hacen'. Y eso me lo dijo a mi, no delante de la gente para quedar bien. Realmente son cosas que uno no se puede olvidar nunca.

Y entonces ¿qué pasó?
--Padre Pepe: Me quedé un año y medio más. Me nombró vicario de las villas, y después vi que las amenazas ponían el peligro la vida de quienes me acompañaban, de mis colaboradores. Ahí le dije, monseñor, tengo que irme porque temo que pase algo, no conmigo visto que todos ya me conocen, pero, ¿quién defiende a un niño de las villas ante estos tipos que no tienen ningún tipo de escrúpulos?

¿El problema se arregló?
Es difícil decirlo pero al menos se descomprimió. Y ahora volví a trabajar en este carisma.

En el video durante su conferencia en el Meeting se veía que en las villas se realizaban fiestas religiosas con una fuerte devoción popular típica del mundo andino.
--Padre Pepe: Las villas de Capital Federal sobre todo tienen una gran componente de migración de los países limítrofes, sean paraguayos, bolivianos y peruanos. En cambio en la villa de San Martín, en donde estoy ahora, hay más componentes del norte argentino.

¿Cómo celebran sus fiestas la gente de las villas?
--Padre Pepe: En estas villas de Capital no existe la fiesta cívica, la fiesta del pueblo es la fiesta religiosa. El 8 de diciembre por ejemplo todo se para para celebrar. Es una caminata que dura todo el día en todo el barrio y la gente sale para festejar. Al menos en las villas de la Capital. Ahora estoy empezando a conocer las villas de San Martín pero allí me parece que la realidad es diversa.

¿Y Bergoglio como se movía en la villa?
--Padre Pepe: El arzobispo en la villa se movía con libertad absoluta, si uno le decía: 'lo vamos a buscar al colectivo'  al máximo le dábamos el consejo porque si no se enojaba. Recuerdo que una vez lo esperaba en un sector del barrio que se llama Zavaleta, Estábamos armando un escenario improvisado y me llamó la atención que Bergoglio aún no hubiera llegado. Cuando terminamos lo veo salir de un pasillo donde vivía un grupo bastante complicado. Le pregunté y me dijo: 'llegué hace un rato, los vi trabajando y como ellos me pidieron que bendijera las casas, fui'. Y esa gente solamente se dio cuenta que era el obispo cuando Bergoglio se puso la mitra. Ellos pensaban que era un cura mayor que había venido a acompañar la misa. Todas estas cosas durante años, hicieron que cuando lo eligieron Papa la gente dijera, 'este es el Papa villero'.
Cuando fui a la plaza de Mayo en la vigilia de la misa de inicio del pontificado, mucha gente había llevado la foto del momento en el que Bergoglio les confirmaba, les bautizaba etc. Era una alegría, se festejó como si fuera el mundial de fútbol. La gente salía a festejar, ponía música, un festejo muy grande en la Villa 21, porque lo sentían como alguien del lugar.

Desde el punto de vista espiritual cómo les trataba?
--Padre Pepe: Tenía un gran respeto por nosotros, solamente nos preguntaba. Yo hablaba mucho con él porque era coordinador del grupo, me tocó estar muchas veces a su lado hablando, consultándolo, manifestando inquietudes, él sugería.

¿Les organizaba retiros, por ejemplo?
--Padre Pepe: No, él esperaba que nosotros lo hiciéramos. De hecho hicimos retiros, le invitamos a alguna reunión. Eramos un grupo de gente grande. No era un tipo que viniera a imponerte nada, esperaba que la iniciativa viniera de nosotros.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Encuentro Diocesano de Pastoral Familiar


Con participación de matrimonios (y en más de un caso, de toda la familia) de las parroquias de Melo (Catedral, Carmen, San José Obrero), Treinta y Tres (San José Obrero, Virgen de los Treinta y Tres), Tupambaé, Santa Clara, Fraile Muerto, Aceguá, y Río Branco, se realizó el domingo 18 el encuentro diocesano de Pastoral Familiar, en la Casa de Retiros de Melo.

Luego de la bienvenida y oración inicial se escucharon testimonios de la Jornada Mundial de la Juventud y de un matrimonio de Treinta y Tres. En grupos, los participantes reflexionaron sobre la necesidad de promover el valor de la vida humana desde su concepción y en todas sus etapas, en las actuales circunstancias del Uruguay.

En la Eucaristía, que presidió Mons. Heriberto, el Obispo, partiendo de la encíclica
Lumen Fidei del Papa Francisco, destacó el lugar de la familia en el Proyecto de Dios y en la vocación humana.

 Luego del almuerzo, nuevamente en grupos, se buscaron caminos para la Pastoral Diocesana.
A lo largo de la jornada se vivió un ambiente de fe y fraternidad y todos los presentes regresaron reconfortados y fortalecidos.


 

Papa Francisco: Fe y Familia

52. En el camino de Abrahán hacia la ciudad futura, la Carta a los Hebreos se refiere a una bendición que se transmite de padres a hijos (cf. Hb 11,20-21). El primer ámbito que la fe ilumina en la ciudad de los hombres es la familia. Pienso sobre todo en el matrimonio, como unión estable de un hombre y una mujer: nace de su amor, signo y presencia del amor de Dios, del reconocimiento y la aceptación de la bondad de la diferenciación sexual, que permite a los cónyuges unirse en una sola carne (cf. Gn 2,24) y ser capaces de engendrar una vida nueva, manifestación de la bondad del Creador, de su sabiduría y de su designio de amor. Fundados en este amor, hombre y mujer pueden prometerse amor mutuo con un gesto que compromete toda la vida y que recuerda tantos rasgos de la fe. Prometer un amor para siempre es posible cuando se descubre un plan que sobrepasa los propios proyectos, que nos sostiene y nos permite entregar totalmente nuestro futuro a la persona amada. La fe, además, ayuda a captar en toda su profundidad y riqueza la generación de los hijos, porque hace reconocer en ella el amor creador que nos da y nos confía el misterio de una nueva persona. En este sentido, Sara llegó a ser madre por la fe, contando con la fidelidad de Dios a sus promesas (cf. Hb 11,11).
 
53. En la familia, la fe está presente en todas las etapas de la vida, comenzando por la infancia: los niños aprenden a fiarse del amor de sus padres. Por eso, es importante que los padres cultiven prácticas comunes de fe en la familia, que acompañen el crecimiento en la fe de los hijos. Sobre todo los jóvenes, que atraviesan una edad tan compleja, rica e importante para la fe, deben sentir la cercanía y la atención de la familia y de la comunidad eclesial en su camino de crecimiento en la fe. Todos hemos visto cómo, en las Jornadas Mundiales de la Juventud, los jóvenes manifiestan la alegría de la fe, el compromiso de vivir una fe cada vez más sólida y generosa. Los jóvenes aspiran a una vida grande. El encuentro con Cristo, el dejarse aferrar y guiar por su amor, amplía el horizonte de la existencia, le da una esperanza sólida que no defrauda. La fe no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la vida. Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades.
 
(Encíclica Lumen Fidei, "La luz de la Fe")

viernes, 9 de agosto de 2013

El Mensaje de Nuestra Señora Aparecida. Meditación del Papa Francisco



En su discurso durante el encuentro con los Obispos brasileños, el sábado 27 de julio, el Papa hizo una meditación sobre el misterio de Aparecida (es decir, sobre Nuestra Señora Aparecida, la patrona del Brasil, no sobre el Documento de la Conferencia de Aparecida). Compartimos esa meditación con nuestros lectores. El discurso completo puede leerse en el sitio oficial de la Santa Sede, haciendo click AQUÍ.

Aparecida: clave de lectura para la misión de la Iglesia

En Aparecida, Dios ha ofrecido su propia Madre al Brasil. Pero Dios ha dado también en Aparecida una lección sobre sí mismo, sobre su forma de ser y de actuar. Una lección de esa humildad que pertenece a Dios como un rasgo esencial, y que está en el ADN de Dios. En Aparecida hay algo perenne que aprender sobre Dios y sobre la Iglesia; una enseñanza que ni la Iglesia en Brasil, ni Brasil mismo deben olvidar.

En el origen del evento de Aparecida está la búsqueda de unos pobres pescadores.
Mucha hambre y pocos recursos. La gente siempre necesita pan. Los hombres comienzan siempre por sus necesidades, también hoy.

Tienen una barca frágil, inadecuada; tienen redes viejas, tal vez también deterioradas, insuficientes.
En primer lugar aparece el esfuerzo, quizás el cansancio de la pesca, y, sin embargo, el resultado es escaso: un revés, un fracaso. A pesar del sacrificio, las redes están vacías.

Después, cuando Dios quiere, él mismo aparece en su misterio. Las aguas son profundas y, sin embargo, siempre esconden la posibilidad de Dios; y él llegó por sorpresa, quizás cuando ya no se lo esperaba. Siempre se pone a prueba la paciencia de los que le esperan. Y Dios llegó de un modo nuevo, porque siempre Dios es sorpresa: una imagen de frágil arcilla, ennegrecida por las aguas del río, y también envejecida por el tiempo.

Dios aparece siempre con aspecto de pequeñez.
Así apareció entonces la imagen de la Inmaculada Concepción. Primero el cuerpo, luego la cabeza, después cuerpo y cabeza juntos: unidad. Lo que estaba separado recobra la unidad. El Brasil colonial estaba dividido por el vergonzoso muro de la esclavitud. La Virgen de Aparecida se presenta con el rostro negro, primero dividida y después unida en manos de los pescadores.

Hay aquí una enseñanza que Dios nos quiere ofrecer. Su belleza reflejada en la Madre, concebida sin pecado original, emerge de la oscuridad del río. En Aparecida, desde el principio, Dios nos da un mensaje de recomposición de lo que está separado, de reunión de lo que está dividido. Los muros, barrancos y distancias, que también hoy existen, están destinados a desaparecer. La Iglesia no puede desatender esta lección: ser instrumento de reconciliación.

Los pescadores no desprecian el misterio encontrado en el río, aun cuando es un misterio que aparece incompleto. No tiran las partes del misterio. Esperan la plenitud. Y ésta no tarda en llegar. Hay algo sabio que hemos de aprender. Hay piezas de un misterio, como partes de un mosaico, que vamos encontrando. Nosotros queremos ver el todo con demasiada prisa, mientras que Dios se hace ver poco a poco. También la Iglesia debe aprender esta espera.

Después, los pescadores llevan a casa el misterio. La gente sencilla siempre tiene espacio para albergar el misterio. Tal vez hemos reducido nuestro hablar del misterio a una explicación racional; pero en la gente, el misterio entra por el corazón. En la casa de los pobres, Dios siempre encuentra sitio.

Los pescadores «agasalham»: arropan el misterio de la Virgen que han pescado, como si tuviera frío y necesitara calor. Dios pide que se le resguarde en la parte más cálida de nosotros mismos: el corazón. Después será Dios quien irradie el calor que necesitamos, pero primero entra con la astucia de quien mendiga. Los pescadores cubren el misterio de la Virgen con el pobre manto de su fe.

Llaman a los vecinos para que vean la belleza encontrada, se reúnen en torno a ella, cuentan sus penas en su presencia y le encomiendan sus preocupaciones. Hacen posible así que las intenciones de Dios se realicen: una gracia, y luego otra; una gracia que abre a otra; una gracia que prepara a otra. Dios va desplegando gradualmente la humildad misteriosa de su fuerza.

Hay mucho que aprender de esta actitud de los pescadores. Una iglesia que da espacio al misterio de Dios; una iglesia que alberga en sí misma este misterio, de manera que pueda maravillar a la gente, atraerla. Sólo la belleza de Dios puede atraer. El camino de Dios es el de la atracción. A Dios, uno se lo lleva a casa. Él despierta en el hombre el deseo de tenerlo en su propia vida, en su propio hogar, en el propio corazón. Él despierta en nosotros el deseo de llamar a los vecinos para dar a conocer su belleza. La misión nace precisamente de este hechizo divino, de este estupor del encuentro.
Hablamos de la misión, de Iglesia misionera. Pienso en los pescadores que llaman a sus vecinos para que vean el misterio de la Virgen. Sin la sencillez de su actitud, nuestra misión está condenada al fracaso.

La Iglesia siempre tiene necesidad apremiante de no olvidar la lección de Aparecida, no la puede desatender. Las redes de la Iglesia son frágiles, quizás remendadas; la barca de la Iglesia no tiene la potencia de los grandes transatlánticos que surcan los océanos. Y, sin embargo, Dios quiere manifestarse precisamente a través de nuestros medios, medios pobres, porque siempre es él quien actúa.

Queridos hermanos, el resultado del trabajo pastoral no se basa en la riqueza de los recursos, sino en la creatividad del amor. Ciertamente es necesaria la tenacidad, el esfuerzo, el trabajo, la planificación, la organización, pero hay que saber ante todo que la fuerza de la Iglesia no reside en sí misma sino que está escondida en las aguas profundas de Dios, en las que ella está llamada a echar las redes.

Otra lección que la Iglesia ha de recordar siempre es que no puede alejarse de la sencillez, de lo contrario olvida el lenguaje del misterio, y se queda fuera, a las puertas del misterio, y, por supuesto, no consigue entrar en aquellos que pretenden de la Iglesia lo que no pueden darse por sí mismos, es decir, Dios. A veces perdemos a quienes no nos entienden porque hemos olvidado la sencillez, importando de fuera también una racionalidad ajena a nuestra gente. Sin la gramática de la simplicidad, la Iglesia se ve privada de las condiciones que hacen posible «pescar» a Dios en las aguas profundas de su misterio.

Una última anotación: Aparecida se hizo presente en un cruce de caminos. La vía que unía Río de Janeiro, la capital, con San Pablo, la provincia emprendedora que estaba naciendo, y Minas Gerais, las minas tan codiciadas por las Cortes europeas: una encrucijada del Brasil colonial. Dios aparece en los cruces. La Iglesia en Brasil no puede olvidar esta vocación inscrita en ella desde su primer aliento: ser capaz de sístole y diástole, de recoger y difundir.

jueves, 8 de agosto de 2013

Presbíteros y Obispos del Uruguay, en encuentro de diálogo, reflexión y oración

Jacinto Vera: quería sacerdotes "santos, sabios y apostólicos"
Los días 6 y 7 de agosto se realizó en Florida el XIX Encuentro de Obispos y Presbíteros del Uruguay. Se trata de una instancia de reflexión y diálogo, organizada por la Comisión Nacional del Clero, organismo de la Conferencia Episcopal del Uruguay, presidido por Mons. Julio Bonino, Obispo de Tacuarembó y cuyo secretario ejecutivo es el P. Luis Fariello, párroco de Santiago Vázquez, Montevideo.

El objetivo de este encuentro fue buscar caminos para implementar una Pastoral del Clero, es decir, el acompañamiento a los sacerdotes en su vida espiritual, en el ejercicio de su ministerio y en su formación permanente.

Junto a los Obispos estuvieron los integrantes de la Comisión (un sacerdote por cada una de las diez diócesis) y tres delegados de cada diócesis, tanto del clero secular como de los religiosos.
La representatividad de la asamblea no estuvo limitada a lo territorial: participaron sacerdotes de diversas generaciones, desde los que tienen apenas unos meses de ordenados hasta los veteranos que siguen en la brecha, como Mons. Roberto Cáceres, Obispo emérito de Melo. También la diversidad se refleja en las nacionalidades. Junto a la mayoría de uruguayos aparecen italianos, españoles, argentinos, mexicanos y colombianos.

Luego de la oración inicial, y de la bienvenida de Mons. Bonino, la primera mañana se ocupó en la escucha de testimonios de vida: Mons. Jacinto Vera, primer Obispo uruguayo, que quería sacerdotes “santos, sabios y apostólicos”; el Padre Cacho (Isidro Alonso) “cruzador de fronteras”, conocido por su compromiso vital con los más pobres; el P. Miguel Matonte, párroco de la Catedral de Florida, figura muy querida por el clero nacional. Todo ellos fueron evocados por quienes los estudiaron o conocieron. Luego, Mons. Cáceres habló en representación de la generación mayor, y los Padres Leonel Cassarino y Jorge Armas, con cinco años de ordenados, en nombre de los jóvenes.

A partir de lo escuchado, en cinco grupos, presbíteros y obispos analizaron las fortalezas y debilidades de la vida de los presbíteros.

Aparecieron así testimonios de vidas entregadas con mucha generosidad y alegría, pero también signos
de fatiga y necesidad de renovación. Preocupa también la soledad de muchos sacerdotes a cargo de grandes parroquias, sin posibilidades de encuentro con otros presbíteros para la oración en común y el diálogo.

La jornada culminó con la Eucaristía presidida por Mons. Wirz, presidente de la CEU.

El trabajo de la mañana del martes, luego de un tiempo de oración, se inició con una exposición del P. Carlos Silva, de la Diócesis de Salto, quien presentó una propuesta de formación permanente cuyo eje es la fidelidad, marcando contenidos adecuados a cada etapa de la vida sacerdotal. Espiritualidad sacerdotal, afectividad y castidad son temas centrales en un camino de fidelidad. Sugirió adoptar en la formación permanente el itinerario de formación propuesto en el Documento de Aparecida (Nº 278) para todos los “discípulos-misioneros”, con sus cinco pasos: encuentro con Jesucristo vivo, conversión, seguimiento, comunidad-comunión y misión.

Fray Jerónimo Bórmida ofm cap expuso, en su personal estilo, los desafíos del cambio de época: cambio “axial”. Señaló las posibles tentaciones del “repliegue”, una afirmación cerrada de la identidad o la del “subsistir a toda costa”, en una apertura indiscriminada donde todo se desdibuja.
A partir de las exposiciones, los presbíteros y obispos continuaron su reflexión, concluyendo con una serie de propuestas y recomendaciones en orden a formular una pastoral para “cuidar a los que cuidan”, es decir para el acompañamiento y la formación permanente de los sacerdotes.

Las jornadas concluyeron con la Misa presidida por Mons. Julio Bonino, Obispo de Tacuarembó, presidente de la Comisión Nacional del Clero, quien tuvo palabras muy cargadas de emoción al dirigirse a los participantes y animarlos no solo en su servicio y entrega cotidiana, sino en esta complementaria y necesaria tarea de “cuidarnos unos a otros”.