jueves, 31 de octubre de 2013

Jornadas de Catequesis en la Diócesis de Melo



40 catequistas de la diferentes parroquias de la Diócesis de Melo se dieron cita el lunes 28 para escuchar una presentación sobre Metodología de la Catequesis, a cargo del P. Fabián Silveira, sac (Palottino), catequeta y párroco en la ciudad de Durazno.
El martes fue el turno del Clero de Melo. Los Presbíteros y los Diáconos escucharon e intercambiaron puntos de vista sobre los desafíos actuales de la Catequesis con el P. Fabián, especialmente en los aspectos de la corresponsabilidad de toda la comunidad cristiana en la tarea de formar en la fe y en la creación del sentido de pertenencia a la comunidad, a la que contribuye la catequesis.
El P. Fabián trajo a la Diócesis un poco del aire fresco recogido en su reciente visita a Roma, donde participó en el Congreso Internacional de Catequesis, en el que hubo también un momento de encuentro de los participantes con el Papa Francisco.

"Catequista es una vocación: “ser catequista”, ésta es la vocación, no trabajar como catequista. ¡Cuidado!, no he dicho «hacer» de catequista, sino «serlo», porque incluye la vida. Se guía al encuentro con Jesús con las palabras y con la vida, con el testimonio."
Papa Francisco
Para leer más
Discurso del Santo Padre a los participantes del Congreso Internacional de Catequesis.

domingo, 27 de octubre de 2013

Revista Propuestas, Melo, Octubre 2013: Nota sobre Fazenda de la Esperanza, Cerro Chato



La "Fazenda de la Esperanza", que funciona en Cerro Chato, es un centro de rehabilitación para jóvenes con problemas de adicción al alcohol y otras drogas.
Impulsada por la Iglesia Católica, actualmente el trabajo que realiza se hace a través de una red dispersa a través de diferentes países del mundo.
A mediados de setiembre, estuvo de visita en Melo un grupo de jóvenes con diferentes experiencias en la Fazenda, acompañados por el Padre Gabriel Tojo, quien describe la modalidad de trabajo en el centro y además de refiere a los orígenes de esta obra:
"La Fazenda de la esperanza nace en Brasil, hace 30 años, y desde ahí se ha ido propagando a distintos lugares. Un amigo, un sacerdote uruguayo que estaba de visita en Brasil mandó una carta para ver si alguien acá en Uruguay estaba Interesado en el tema de adicciones, recuperación y demás. Tiene una particularidad la Fazenda, que es el hecho de que no trabajamos con médicos, psiquiatras, o psicólogos, porque creemos realmente que la persona tiene que ser libre.”

Así se Ingresa a "la Fazenda"


La modalidad de ingreso al proyecto consiste en el reconocimiento del joven de su adicción, y la voluntad de recuperarse. Para ello debe escribir una carta de su puño y letra dirigida al centro, la que debe pasar por una evaluación para el comienzo del proceso de acompañamiento.
Gabriel "cuando querés contar tu historia, ves un poco las macanas que has hecho, los dolores que has provocado en tu familia, esposa, hijos, madre, padre, o sea, hay toda una historia que es interesante para cuando ellos hagan crisis, releer la carta y valorar un poco el camino que se va haciendo, ¿no?".

Recordar a la gente que funciona en Cerro Chato


Sobre el propósito de la visita a Melo, el P. Tojo sostuvo: "Visitar un poco los colegios, difundir nuevamente la Fazenda, ya que hace 5 años que estamos en Cerro Chato y fue - al decir de uno de sus fundadores – la primera Fazenda que arrancó con toda su capacidad completa, 16 era el cupo y arrancamos con 16; luego, han habido épocas de 16, de 12, de 8 ... en este momento hay 5, entonces lo que queremos es recordarle a la gente que estamos ahí, para prestar un servicio y ayudar".

Una "Fazenda" autosustentable


Uno de los jóvenes que ha pasado por procesos positivos dentro del proyecto es Hassen Sánchez, nacido en Paraguay, que es uno de los voluntarios y el principal referente en Cerro Chato:
"La obra es de todos nosotros, pero en este momento estoy yo como referente, soy el que vive las 24 horas con los gurises; es una tarea difícil, pero sabiendo que todos juntos llevamos esta obra adelante, con la ayuda de Dios. Nosotros tenemos un triángulo en el que nos basamos, que está constituido por el trabajo, la espiritualidad, y la convivencia. Nos auto sustentamos, y el trabajo también forma parte de la recuperación, hacemos cosas para vender, ya sea alfajores, rosarios y cosas de artesanías".

Abiertos a recibir visitas


La propuesta está abierta a toda la comunidad y a las empresas que quieran colaborar con el proyecto:
Hassen: "está abierto a toda persona que quiera conocer el lugar durante un fin de semana, compartir un poco con los gurises, los internos, que se sienten contentos, tranquilos, y amados.

El Testimonio de Francisco:


"QUE SEAN LEGALES NO QUIERE DECIR QUE NO SEAN MALAS"

El apoyo recibido de la familia y de todos sus amigos de La Fazenda, fueron fundamentales para que Francisco pudiera realizar un proceso positivo y abandonar el oscuro mundo de las drogas. Hoy, este joven Cordobés es uno de los voluntarios de esta obra social:

“Lo que me llevó a la Fazenda fue darme cuenta que estaba perdiendo a mi familia.
Sobre Octubre de 2012 la cosa en mi casa se estaba haciendo insoportable... yo en realidad era insoportable con mis hermanos, con mis padres, los hacia pasar vergüenza, malos momentos, cortando todo tipo de relación con mi familia, mis padres ya no me aguantaban más; ya había vivido un tiempo solo afuera de mi casa, pero ya había vuelto. [ ... ]Empecé con marihuana a los 13 años y de a poco me fui metiendo en la cocaína, los ácidos, pastillas, alcohol y demás. Gracias a Dios no llegué a cosas como la heroína, inyectables y otros”.

Encontrar la salida


“La situación de perder a mi familia fue lo que me llevó a querer recuperarme. A querer buscar una salida, y así llegué a conocer la Fazenda, el lugar me pareció increíble, la verdad que se respiraba un aire muy puro... había una luz en el lugar, ¿no? que es la presencia de Dios. Me llamó la atención. Era Católico, bautizado, fui a escuela católica, pero después estuve 9 años alejado de Dios y bueno, me llamó un poco eso y me decidí a internarme”.

Su mensaje a los jóvenes


“Decirles primero, que se vean; que realmente estamos en un problema, en un vicio, en algo que realmente, si hacen la prueba de querer salir no es muy fácil. Que miren el mal que hacen a su alrededor, a su familia sobretodo; no es fácil salir, no sé si algunos lo intentan o no, yo en mi caso necesitaba ayuda, no podía salir. Estaba muy enviciado, el grupo del que me rodeaba era muy difícil salir. Por eso les digo que prueben, la vida sin la droga también es vida, se puede conseguir la alegría, se puede reír sin drogarse, se pueden pasar muy lindos momentos. Y por lo menos en mi caso, recuperé mi familia y eso la verdad que me está haciendo muy feliz”.

Finalmente. Francisco no dejó pasar la oportunidad de remarcar el peligro de drogas socialmente aceptadas, como el alcohol y el tabaco, puertas de ingreso a otras drogas:

“Con lo primero que empecé fue fumando un cigarrillo a los 11 años y creo que fue un puente, pasar del cigarrillo al alcohol y del alcohol a la marihuana, y de la marihuana a una droga más potente, es todo una cadena ... que sean legales no quiere decir que no sean malas”.

domingo, 20 de octubre de 2013

Fiesta Diocesana de Melo

Homilía de Mons. Heriberto


Queridos fieles, laicas y laicos, que han venido hasta aquí peregrinando desde todas las comunidades parroquiales de la diócesis.
Queridos jóvenes, que iniciaron ayer esta fiesta con su "acampada" en Villa Betania.
Queridas religiosas, queridos consagrados, que con la riqueza de sus distintos carismas marchan junto a nuestro pueblo.
Queridos diáconos permanentes, que caminan haciendo presente a Cristo servidor.
Queridos presbíteros, llamados por el Señor para guiar y acompañar al Pueblo de Dios en el camino de la fe.
Querido Mons. Roberto: el año pasado te extrañamos en esta fiesta, porque estabas en Roma, participando en la celebración de los 50 años del Concilio Vaticano II, que te tuvo como activo protagonista. Hoy tenemos la alegría de ver que sigues caminando y celebrando con nosotros.

En fin, queridas hermanas y queridos hermanos: el año pasado, en esta celebración diocesana, abríamos el Año de la Fe, convocado por el Papa Benedicto XVI y entregábamos a la Parroquia de Cerro Chato la Cruz peregrina, la Cruz de la fe, que hemos traído hasta aquí desde la Parroquia Catedral, luego de su recorrido por toda la Diócesis.
A lo largo de ese recorrido, que pasó por todas las parroquias y por muchas de las capillas, colegios y obras sociales, cada comunidad parroquial fue escribiendo, en el lugar de la Cruz que estaba indicado para eso, un versículo del Evangelio que expresa un aspecto de la fe de esa comunidad. Al mismo tiempo, distintas personas que se hallaron en los lugares donde la cruz pasó fueron escribiendo en este libro la crónica de ese paso, su testimonio de fe y muchas veces su oración.
Hay oraciones de niños, de jóvenes, de mujeres, de hombres, de ancianos y ancianas.
Una niña de Noblía: “Jesús, te pido por mi familia y por todos los que no tienen ni hogar ni familia”.
Un niño de Melo: “te pido por toda la gente que te necesita, para que la cuides, la protejas y que no le pase nada”.
Una joven estudiante: “te pido por estas dos semanas de pruebas para que me des toda la luz que necesito y me vaya bien”.
Una mamá de Treinta y Tres: “que Dios guíe a la gente que me quiere ayudar a terminar mi casa y así poder vivir en paz con todos mis hijos”.
Otra mamá: “mi pedido para la Cruz de la fe es conseguir un trabajo fijo, paz y amor para mi familia y que el padre de mis hijos les preste más atención”.
Un hombre de Cerro Chato: “Señor, te pido por todos los privados de libertad y por los que están con problemas de adicción”.
Otro hombre: “pido por mi familia, para que se hablen y se perdonen y no haya más violencia”.
Una abuela de Fraile Muerto: “pido por los enfermos de la familia y de la comunidad”.
Otra oración: “te pido que crezca en mí la fe, la confianza y la alegría. Acompáñame en mi caminar, para que pueda comprender que no todo es incertidumbre, que siempre hay esperanza”.
Así pedimos por esas cosas necesarias como el pan de cada día: la familia, la paz en la familia; la salud, el trabajo. Pedimos para que crezca nuestra fe. Pedimos por la Paz en el mundo. Pedimos para que el Reino de Dios se siga extendiendo, para que “venga a nosotros”…

Vamos a reflexionar un poco sobre esas oraciones de petición que hacemos…
Hay algunos que piensan que no es necesario presentarle a Dios nuestras peticiones. No estoy hablando de gente que no cree, sino de gente que no cree en esta forma de oración. Nos dicen “¿para qué voy a presentarle mis necesidades a Dios, si Él ya las conoce?”. “Dios es bondadoso y no necesita de nuestros ruegos para compadecerse de nosotros.” “¿No es una idea muy pobre de Dios pedirle que intervenga en nuestros asuntos, en nuestros negocios, a veces en cosas muy pequeñas?”
Sin embargo, nosotros, rezamos presentándole a Dios nuestras necesidades, pidiéndole que tenga misericordia de nosotros y pidiéndo que intervenga en nuestra vida. Y lo vamos a seguir haciendo.
La oración es un acto de fe. La fe es como la madre de la oración. Pero, a veces, la fe también pide la oración. Tenemos que pedir “aumenta nuestra fe”. Sí, es verdad que la fe es la madre de la oración, pero, como decía un filósofo cristiano, a veces la hija tiene que darle de comer a la madre. La oración tiene que alimentar a la fe.
Rezamos porque tenemos fe. La fe es la forma de nuestra relación con Dios. Rezamos porque es nuestra forma natural de vivir la relación de fe y confianza en Dios, que está presente cuando estamos en peligro, necesidad o angustia.
Santa Teresa de Jesús decía que la oración es “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”. Y otro gran amigo de Dios, el Santo Cura de Ars decía: “La oración es la elevación de nuestro corazón a Dios, una dulce conversación entre la criatura y su Creador”.
¿Y qué nos dice Jesús?
-    “orar siempre, sin desanimarse” (Lc 18,1);
-    “no multipliquen las palabras, como hacen los paganos que piensan que por mucho hablar serán atendidos” (Mt. 6:7)
-    “todo lo que pidan con fe en la oración, lo recibirán” (Mt 21,22).
-    “todo lo que pidan al Padre en mi nombre, yo lo haré” (Jn 14:13)

Entonces, todo puede ser motivo de oración, si se pide con fe y si se pide en el nombre de Jesús.
Pedir con fe no es pedir convencido de que voy a conseguir lo que pido. Si rezamos así, estamos poniendo la atención en las cosas que queremos. Y eso no es oración. La oración es levantar el corazón a Dios, poner la atención en Él. Pedir con fe es decirle a Dios que tenemos una confianza incondicional en Él. Es saber que estamos en buenas manos, que no estamos amenazados por ningún mal irremediable y que el Dios en quien confiamos nos llevará siempre hacia nuestro bien.
Pedir en el nombre de Jesús es pedir en unión con Él, en una actitud de confianza. Es la confianza en el Resucitado, en el vencedor de la muerte. Pidiendo ser liberados del hambre, de la injusticia, de la violencia, lo que estamos pidiendo es la Salvación. Pero la Salvación no es otra cosa que Dios mismo, así que lo que pedimos en toda oración de petición es a Dios mismo.
Hace años, en Paysandú, conocí a una señora que sufría de la columna. Todos los años hacía una peregrinación en ómnibus a Buenos Aires; muchas horas, al santuario de San Pantaleón, que es un santo médico y mártir. Nunca volvió curada de su enfermedad. Al contrario, las horas de viaje no le hacían bien… pero siempre volvía con un gran consuelo y mucha fuerza para seguir luchando. Dios escuchaba su oración. Como dice un salmo: “si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo libra de todas sus angustias”. A través de su petición, ella lograba lo más grande: encontrar a Dios mismo en su vida.

Hemos sido convocados con el lema "vengan y vean... vayan y anuncien". Antes de hablar a los hombres de Dios, tenemos que hablar con Dios, tenemos que orar.
En María, en Nuestra Señora del Pilar, tenemos nuestra maestra de oración. Mujer de fe: “feliz de ti por haber creído”, le dice su prima Isabel, reconociéndola como creyente.
Mujer de oración: “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1,38). Esa es la petición de María: que se cumpla en ella la Palabra de Dios.
Ahora nosotros, comunidad creyente, comunidad orante, junto con María y en el nombre de Jesús, vamos a expresar la fe que nos anima y luego vamos a presentar nuestras peticiones al Señor.

viernes, 18 de octubre de 2013

Encuentro de Cono Sur sobre Realidad Social, organizado por Departamento de Justicia y Solidaridad del CELAM


Mons. Pablo Galimberti (Obispo de Salto), Mons. Rodolfo Wirz (Obispo de Maldonado), Mons. Martín PérezScremini (Obispo de Florida) y Mons. Heriberto Bodeant (Obispo de Melo) participaron, del 15 al 17 de octubre, en Santiago de Chile, en el Encuentro Regional sobre Realidad Social y Política de los Países del Cono Sur, convocado por el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM.

Mons. Galimberti participó del Encuentro en su carácter de Miembro de la Comisión Episcopal del Departamento de Justicia y Solidaridad del CELAM, representando a esta región Cono Sur;Mons. Rodolfo Wirz, en su condición de Presidente de la CEU; Mons. Martín Pérez, como Presidente del Departamento de Pastoral Social de la CEU y Mons. Heriberto Bodeant, Secretario General de la CEU.

Participaron por Uruguay, asimismo, Agustina Landwagen, Directora de Cáritas Uruguay, y José Arocena, sociólogo, como experto.

El objetivo del evento residió en acompañar a las Conferencias Episcopales en el estudio de la realidad socio-política de la región, en la iluminación evangélica y en la búsqueda de caminos pastorales para hacer frente a los desafíos del mundo hoy. (Plan Global, Programa 3).

Los Objetivos específicos del Encuentro fueron los siguientes:
a) Estudiar el momento socio-político por el que atraviesa la región, con la asesoría de expertos, para contribuir a una adecuada presencia de la Iglesia en las actuales circunstancias;
b) iluminar desde la fe a la luz del Evangelio, la situación socio-política de cada región;
c) buscar caminos pastorales que den respuesta a los desafíos presentados.


Conclusiones del grupo integrado por los Obispos


Obispos de Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay hemos estado viviendo en estos días un encuentro junto con sacerdotes, laicos (y una laica) que han sido invitados como expertos en cuestiones sociales o porque tienen en nuestros países responsabilidades en Pastoral Social o en Cáritas.

En estos días nos hemos sentido profundamente unidos a toda la Iglesia en América Latina, comunidad de discípulos misioneros, más que nunca llamada por el Señor a ser sal y luz de la tierra (1)  y levadura en la masa (2). Esta Iglesia, comprometida en la Misión Continental como estado de misión permanente, es urgida por el amor del Señor a que el anuncio de Jesucristo, vivo, también se manifieste en el servicio a los pobres, los desheredados, los últimos.

Mirando la realidad de los países del Cono Sur no podemos menos que alegrarnos con el crecimiento económico de nuestros países y la mejora de la situación de muchos de nuestros pobres. Sin embargo, no dejamos de ver que no pocas veces se mantiene o aún se acrecienta la distancia entre quienes han consolidado grandes fortunas y los que comienzan cada día sin la seguridad de contar en su mesa con el pan cotidiano.

La Conferencia de Aparecida nos ha hecho ver nuevos rostros de pobres en los que no podemos dejar de ver el rostro de Cristo que nos llama a reconocerlo, servirlo y amarlo en ellos: las comunidades indígenas y afroamericanas; muchas mujeres, excluidas en razón de su sexo, raza o situación socioeconómica; jóvenes, que reciben una educación de baja calidad y no tienen oportunidades de progresar en sus estudios ni de entrar en el mercado del trabajo para desarrollarse y constituir una familia; muchos pobres, desempleados, migrantes, desplazados, campesinos sin tierra, quienes buscan sobrevivir en la economía informal; niños y niñas sometidos a la prostitución infantil; los dependientes de las drogas; las personas con capacidades diferentes; los portadores  y víctima de enfermedades graves como la malaria, la tuberculosis y VIH – SIDA; las víctimas de la violencia y de la inseguridad ciudadana; los ancianos; los presos, que también necesitan de nuestra presencia solidaria y de nuestra ayuda fraterna. (3)

Con el Papa Pablo VI hemos recordado los estrechos vínculos antropológicos, teológicos y eminentemente evangélicos entre evangelización y promoción humana (desarrollo, liberación) que hacen que ya no sea posible aceptar “que la obra de evangelización pueda o deba olvidar las cuestiones extremadamente graves, tan agitadas hoy día, que atañen a la justicia, a la liberación, al desarrollo y a la paz en el mundo. Si esto ocurriera, sería ignorar la doctrina del Evangelio acerca del amor hacia el prójimo que sufre o padece necesidad” .(4)

Es que se trata de la Vida de nuestros pueblos. La Vida como un todo, que abarca la vida de cada persona, la vida de cada familia, la vida de la sociedad y la vida del planeta. Para eso el Señor nos ha hecho sus discípulos misioneros: para que nuestros pueblos en Él tengan Vida.

La mayor parte de los miembros de la comunidad de discípulos misioneros son los fieles laicos. No es ni será posible la transformación del mundo sin su presencia fermental en medio de la masa, actuando en los campos de la política, la economía, la educación, la salud. Por eso debemos continuar los esfuerzos en brindar a los laicos una formación de calidad a todos los niveles, como lo exige la situación actual. Un cometido que los Obispos no podemos delegar. (5)

En el campo del laicado, como lo ha señalado recientemente el Papa Francisco, la mujer aporta su sensibilidad particular por las cosas de Dios, “sobre todo cuando se trata de ayudarnos a entender la misericordia, la ternura y el amor que Dios tiene por nosotros” (6). También hay un amplio espacio de participación para los jóvenes que no se resignan ante el mal, la injusticia y las dificultades, y quieren predicar el Evangelio con su testimonio.

Cercana ya la culminación del Año de la Fe, hacemos nuestras las palabras del Papa Francisco: “En unidad con la fe y la caridad, la esperanza nos proyecta hacia un futuro cierto, que se sitúa en una perspectiva diversa de las propuestas ilusorias de los ídolos del mundo, pero que da un impulso y una fuerza nueva para vivir cada día. No nos dejemos robar la esperanza, no permitamos que la banalicen con soluciones y propuestas inmediatas que obstruyen el camino, que «fragmentan» el tiempo, transformándolo en espacio. El tiempo es siempre superior al espacio. El espacio cristaliza los procesos; el tiempo, en cambio, proyecta hacia el futuro e impulsa a caminar con esperanza.” (7).

Animamos a nuestros hermanos Obispos en nuestras respectivas Conferencias Episcopales a unirnos cada día más en ese “caminar con esperanza”, viviendo y ayudando a descubrir la belleza y la alegría de la fe en esta Iglesia que hoy, más que nunca, quiere salir al encuentro del hermano pobre y excluido para invitarlo a participar en la mesa de la Vida.

Confiamos a María, nuestra madre, venerada en nuestros pueblos bajo las advocaciones del Luján, de Aparecida, del Carmen, de Caacupé y de los Treinta y Tres, el caminar de nuestras Iglesias en el Cono Sur.

Mons. Enrique Eguía, Obispo auxiliar de Buenos Aires, Secretario General de la CEA
Dom Guilherme Werlang, Obispo de Ipameri, Presidente Pastoral Social CNBB
Dom Leonardo Ulrich Steiner, OFM, Obispo auxiliar de Brasilia, Secretario General CNBB
Mons. Ignacio Ducasse, Obispo de Valdivia, Secretario General de la CECH
Monseñor     Edmundo Valenzuela, SDB, Arzobispo coadjutor de Asunción, Miembro Dpto. Cultura y Educación CELAM
Mons. Pablo Galimberti, Obispo de Salto, Miembro Dpto. Departamento de Justicia y Solidaridad CELAM
Mons. Rodolfo Wirz, Obispo de Maldonado-Punta del Este, Presidente de la CEU
Mons. Martín Pérez Scremini, Obispo de Florida, Presidente del Departamento de Pastoral Social – Cáritas de la CEU
Mons. Heriberto Bodeant, Obispo de Melo, Secretario General de la CEU.

Santiago de Chile, 16 de octubre de 2013

1  Mt 5,13-16
2  Mt 13,33
3  Cfr. DA 65 y 393
4  EN 31
5  Cfr. Papa Francisco, discurso en el encuentro con el Episcopado brasileño, Río de Janeiro, 27 de julio de 2013.
6  Papa Francisco, a los participantes en el seminario de estudios “Dios confía el ser humano a la mujer”, promovido por el Pontificio Consejo para los Laicos, 12 de octubre de 2013.
7  Lumen Fidei 57

sábado, 12 de octubre de 2013

Jornada Mundial de las Misiones 2013. Mensaje del Papa Francisco


Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de las Misiones, que se celebra el domingo 20 de octubre, coincidiendo con la Fiesta Diocesana de Melo.

Queridos hermanos y hermanas:

Este año celebramos la Jornada Mundial de las Misiones mientras se clausura el Año de la fe, ocasión importante para fortalecer nuestra amistad con el Señor y nuestro camino como Iglesia que anuncia el Evangelio con valentía. En esta prospectiva, querría plantear algunas reflexiones.

1. La fe es un don precioso de Dios, el cual abre nuestra mente para que lo podamos conocer y amar, Él quiere relacionarse con nosotros para hacernos participes de su misma vida y hacer que la nuestra esté más llena de significado, que sea más buena, más bella. ¡Dios nos ama! Pero la fe, necesita ser acogida, es decir, necesita nuestra respuesta personal, el coraje de poner nuestra confianza en Dios, de vivir su amor, agradecidos por su infinita misericordia. Es un don que no se reserva sólo a unos pocos, sino que se ofrece a todos generosamente. ¡Todo el mundo debería poder experimentar la alegría de ser amados por Dios, el gozo de la salvación! Y es un don que no se puede conservar para uno mismo, sino que debe ser compartido. Si queremos guardarlo sólo para nosotros mismos, nos convertiremos en cristianos aislados, estériles y enfermos. El anuncio del Evangelio es parte del ser discípulos de Cristo y es un compromiso constante que anima toda la vida de la Iglesia.

«El impulso misionero es una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial» (Benedicto XVI, Exhort. ap. Verbum Domini, 95). Toda comunidad es “adulta”, cuando profesa la fe, la celebra con alegría en la liturgia, vive la caridad y proclama la Palabra de Dios sin descanso, saliendo del propio ambiente para llevarla también a los “suburbios”, especialmente a aquellos que aún no han tenido la oportunidad de conocer a Cristo. La fuerza de nuestra fe, a nivel personal y comunitario, también se mide por la capacidad de comunicarla a los demás, de difundirla, de vivirla en la caridad, de dar testimonio a las personas que encontramos y que comparten con nosotros el camino de la vida.

2. El Año de la fe, a cincuenta años de distancia del inicio del Concilio Vaticano II, es un estímulo para que toda la Iglesia reciba una conciencia renovada de su presencia en el mundo contemporáneo, de su misión entre los pueblos y las naciones.

La misionariedad no es sólo una cuestión de territorios geográficos, sino de pueblos, de culturas e individuos independientes, precisamente porque los “límites” de la fe no sólo atraviesan lugares y tradiciones humanas, sino el corazón de cada hombre y cada mujer. El Concilio Vaticano II destacó de manera especial como la tarea misionera, la tarea de ampliar los límites de la fe es un compromiso de todo bautizado y de todas las comunidades cristianas: «Viviendo el Pueblo de Dios en comunidades, sobre todo diocesanas y parroquiales, en las que de algún modo se hace visible, a ellas pertenece también dar testimonio de Cristo delante de las gentes» (Decr. Ad gentes, 37). Por tanto, se pide y se invita a toda comunidad a hacer propio el mandato confiado por Jesús a los Apóstoles de ser sus «testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8), no como un aspecto secundario de la vida cristiana, sino como un aspecto esencial: todos somos enviados por los senderos del mundo para caminar con nuestros hermanos, profesando y dando testimonio de nuestra fe en Cristo y convirtiéndonos en anunciadores de su Evangelio. Invito a los Obispos, a los Sacerdotes, a los Consejos presbiterales y pastorales, a cada persona y grupo responsable en la Iglesia a dar relieve a la dimensión misionera en los programas pastorales y formativos, sintiendo que el propio compromiso apostólico no está completo si no contiene el propósito de “dar testimonio de Cristo ante las naciones”, ante todos los pueblos. La misionariedad no es sólo una dimensión programática en la vida cristiana, sino también una dimensión paradigmática que afecta a todos los aspectos de la vida cristiana.

3. A menudo, la obra de evangelización encuentra obstáculos no sólo fuera, sino dentro de la comunidad eclesial. A veces el fervor, la alegría, el coraje, la esperanza en anunciar a todos el mensaje de Cristo y ayudar a la gente de nuestro tiempo a encontrarlo son débiles; en ocasiones todavía se piensa que llevar la verdad del Evangelio es violentar la libertad. Pablo VI usa palabras iluminadoras al respecto: «Sería... un error imponer cualquier cosa a la conciencia de nuestros hermanos. Pero proponer a esa conciencia la verdad evangélica y la salvación ofrecida por Jesucristo, con plena claridad y con absoluto respeto hacia las opciones libres que luego pueda hacer... es un homenaje a esta libertad» (Exhort, Ap. Evangelii nuntiandi, 80). Siempre debemos tener el valor y la alegría de proponer, con respeto, el encuentro con Cristo, de hacernos heraldos de su Evangelio, Jesús ha venido entre nosotros para mostrarnos el camino de la salvación, y nos ha confiado la misión de darlo a conocer a todos, hasta los confines de la tierra. Con frecuencia vemos que son la violencia, la mentira, el error las cosas que destacan y se proponen. Es urgente hacer que resplandezca en nuestro tiempo la vida buena del Evangelio con el anuncio y el testimonio, y esto desde el interior mismo de la Iglesia. Porque, en esta perspectiva, es importante no olvidar un principio fundamental de todo evangelizador: no se puede anunciar a Cristo sin la Iglesia. Evangelizar nunca es un acto aislado, individual, privado, sino que es siempre eclesial. Pablo VI escribía que «Cuando el más humilde predicador, catequista o Pastor, en el lugar más apartado, predica el Evangelio, reúne su pequeña comunidad o administra un sacramento, aun cuando se encuentra solo, ejerce un acto de Iglesia», Este no actúa «por una misión que él se atribuye o por inspiración personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre» (Exhort, ap. Evangelii nuntiandi, 60).Y esto da fuerza a la misión y hace sentir a cada misionero y evangelizador que nunca está solo, que forma parte de un solo Cuerpo animado por el Espíritu Santo.

4. En nuestra época, la movilidad general y la facilidad de comunicación a través de los nuevos medios de comunicación han mezclado entre sí los pueblos, el conocimiento, las experiencias. Por motivos de trabajo familias enteras se trasladan de un continente a otro; los intercambios profesionales y culturales, así como el turismo y otros fenómenos análogos empujan a un gran movimiento de personas. A veces es difícil, incluso para las comunidades parroquiales, conocer de forma segura y profunda a quienes están de paso o a quienes viven de forma permanente en el territorio. Además, en áreas cada vez más grandes de las regiones tradicionalmente cristianas crece el número de los que son ajenos a la fe, indiferentes a la dimensión religiosa o animados por otras creencias. Por tanto, no es raro que algunos bautizados escojan estilos de vida que les alejan de la fe, convirtiéndolos en necesitados de una “nueva evangelización”.A esto se suma el hecho de que a una gran parte de la humanidad todavía no le ha llegado la buena noticia de Jesucristo. Y que vivimos en una época de crisis que afecta a muchas áreas de la vida, no sólo la economía, las finanzas, la seguridad alimentaria, el medio ambiente, sino también la del sentido profundo de la vida y los valores fundamentales que la animan. La convivencia humana está marcada por tensiones y conflictos que causan inseguridad y fatiga para encontrar el camino hacia una paz estable. En esta situación tan compleja, donde el horizonte del presente y del futuro parece estar cubierto por nubes amenazantes, se hace aún más urgente el llevar con valentía a todas las realidades, el Evangelio de Cristo, que es anuncio de esperanza, reconciliación, comunión, anuncio de la cercanía de Dios, de su misericordia, de su salvación, anuncio de que el poder del amor de Dios es capaz de vencer las tinieblas del mal y conducir hacia el camino del bien.

El hombre de nuestro tiempo necesita una luz fuerte que ilumine su camino y que sólo el encuentro con Cristo puede darle. ¡Traigamos a este mundo, a través de nuestro testimonio, con amor, la esperanza donada por la fe! La naturaleza misionera de la Iglesia no es proselitista, sino testimonio de vida que ilumina el camino, que trae esperanza y amor.

La Iglesia -lo repito una vez más- no es una organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de profunda alegría, compartir el mensaje de salvación que el Señor nos ha dado. Es el Espíritu Santo quién guía a la Iglesia en este camino.

5. Quisiera animar a todos a ser portadores de la buena noticia de Cristo y estoy agradecido especialmente a los misioneros y misioneras, a los presbíteros fidei donum, a los religiosos y religiosas y a los fieles laicos -cada vez más numerosos- que, acogiendo la llamada del Señor, dejan su patria para servir al Evangelio en tierras y culturas diferentes de las suyas. Pero también me gustaría subrayar que las mismas iglesias jóvenes están trabajando generosamente en el envío de misioneros a las iglesias que se encuentran en dificultad -no es raro que se trate de Iglesias de antigua cristiandad- llevando la frescura y el entusiasmo con que estas viven la fe que renueva la vida y dona esperanza. Vivir en este aliento universal, respondiendo al mandato de Jesús «Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones» (Mt. 28, 19) es una riqueza para cada una de las iglesias particulares, para cada comunidad, y donar misioneros y misioneras nunca es una pérdida sino una ganancia. Hago un llamamiento a todos aquellos que sienten la llamada a responder con generosidad a la voz del Espíritu Santo, según su estado de vida, y a no tener miedo de ser generosos con el Señor. Invito también a los obispos, las familias religiosas, las comunidades y todas las agregaciones cristianas a sostener, con visión de futuro y discernimiento atento, la llamada misionera ad gentes y a ayudar a las iglesias que necesitan sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos para fortalecer la comunidad cristiana. Y esta atención debe estar también presente entre las iglesias que forman parte de una misma Conferencia Episcopal o de una Región: es importante que las iglesias más ricas en vocaciones ayuden con generosidad a las que sufren de escasez. Al mismo tiempo exhorto a los misioneros y a las misioneras, especialmente los sacerdotes fidei donum y a los laicos, a vivir con alegría su precioso servicio en las iglesias a las que son destinados, y a llevar su alegría y su experiencia a las iglesias de las que proceden, recordando cómo Pablo y Bernabé, al final de su primer viaje misionero «contaron todo lo que Dios había hecho a través de ellos y cómo había abierto la puerta de la fe a los gentiles» (Hechos 14:27). Ellos pueden llegar a ser un camino hacia una especie de “restitución” de la fe, llevando la frescura de las Iglesias jóvenes, de modo que las Iglesias de antigua cristiandad redescubran el entusiasmo y la alegría de compartir la fe en un intercambio que enriquece mutuamente en el camino de seguimiento del Señor.

La solicitud por todas las Iglesias, que el Obispo de Roma comparte con sus hermanos en el episcopado, encuentra una actuación importante en el compromiso de las Obras Misionales Pontificias, que tienen como propósito animar y profundizar la conciencia misionera de cada bautizado y de cada comunidad, ya sea llamando a la necesidad de una formación misionera más profunda de todo el Pueblo de Dios, ya sea alimentando la sensibilidad de las comunidades cristianas a ofrecer su ayuda para favorecer la difusión del Evangelio en el mundo.

Por último, dirijo un pensamiento a los cristianos que, en diversas partes del mundo, se encuentran en dificultades para profesar abiertamente su fe y ver reconocido el derecho a vivirla con dignidad. Ellos son nuestros hermanos y hermanas, testigos valientes - aún más numerosos que los mártires de los primeros siglos - que soportan con perseverancia apostólica las diversas formas de persecución actuales. Muchos también arriesgan su vida para permanecer fieles al Evangelio de Cristo. Deseo asegurarles que me siento cercano en la oración a las personas, a las familias y a las comunidades que sufren violencia e intolerancia y les repito las palabras consoladoras de Jesús: «Confiad, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).

Benedicto XVI exhortaba: «Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero» (Carta Ap. Porta fidei, 15). Este es mi deseo para la JOrnada Mundial de las Misiones de este año. Bendigo de corazón a los misioneros y misioneras y a todos los que acompañan y apoyan este compromiso fundamental de la Iglesia para que el anuncio del Evangelio pueda resonar en todos los rincones de la tierra, y nosotros, ministros del Evangelio y misioneros, experimentaremos “la dulce y confortadora alegría de evangelizar” (Pablo VI, Exhort. Ap. Evangelii nuntiandi, 80).

Vaticano, 19 de mayo de 2013, Solemnidad de Pentecostés