domingo, 26 de enero de 2014

En la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, Zaragoza


Homilía


Queridas hermanas, queridos hermanos:
 
En sus primeras palabras al salir al balcón de la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco dijo:
“Vosotros sabéis que el deber del Cónclave es dar un Obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo”.
Quien les habla hoy es un vecino de ese barrio, de ese fin del mundo, pero de la otra orilla del Río de la Plata, no de la Argentina sino, del pequeño Uruguay.
Allí soy Obispo en la Diócesis de Melo, que tiene como patrona a Nuestra Señora del Pilar.
Y por eso, como muchos de ustedes, he venido hoy como peregrino, a agradecer a Nuestra Señora su presencia de Madre a lo largo de mi vida y a encomendarle las 140.000 almas que habitan los 25.000 km2 de nuestra Diócesis, en la que solo contamos con diez sacerdotes, cuatro diáconos permanentes, unas treinta religiosas y junto a ellos, gracias a Dios, muchos fieles laicos también comprometidos en la tarea pastoral y misionera.
 
El nombre de María del Pilar me es familiar desde pequeño, porque así se llamaba una de las hermanas de mi madre, hijas ambas de una familia asturiana que emigró a Uruguay a comienzos de los años 30.
Cuando fui ordenado sacerdote, hace 27 años, la primera parroquia a la que fui enviado tenía como patrona a la Virgen del Pilar. Años más tarde, cuando fui nombrado párroco en otra ciudad, me tocó construir una capilla, ya proyectada por mi predecesor, y con su patrona ya elegida: nuestra Señora del Pilar. Ya hace cinco años que celebro en Melo nuestra fiesta diocesana, en el domingo más cercano al 12 de octubre, y desde entonces ha ido creciendo en mí el anhelo de llegar hasta Zaragoza. Y aquí estoy, muy feliz de celebrar esta Eucaristía con vosotros.

Y vamos ahora a lo que nos dice la Palabra de Dios.
Hace 15 días celebramos la fiesta del Bautismo del Señor. El domingo pasado escuchamos a Juan el Bautista presentándolo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Hoy, el evangelista Mateo nos presenta el inicio de la misión de Jesús.
Meditemos estos tres aspectos de este comienzo:
  1. el lugar donde esto sucede
  2. el mensaje que Jesús comunica
  3. los trabajadores que Él llama a colaborar en la misión

1) El lugar no es el centro religioso de Israel. No es Jerusalén, no es la colina de Sión donde se encuentra el templo. El lugar es Galilea, al norte, lejos de la capital. El profeta Isaías -primera lectura- la llamaba “Galilea de las naciones”, lo cual no es precisamente un elogio, porque significa “Galilea de los paganos”, de los que no pertenecen al Pueblo de Dios. Es más, se la describe como un lugar donde se camina en las tinieblas; donde se vive en la oscuridad, en las oscuras regiones de la muerte.
Isaías anuncia que para toda esa gente, mezcla de judíos y paganos, “ha brillado una luz” y Mateo cita a Isaías para hacernos ver que esa luz es Jesucristo mismo. La misión del Señor comienza en la periferia.
Al final del mismo evangelio de Mateo, Jesús resucitado convoca a sus discípulos en Galilea. Allí donde él empezó, los discípulos pasan a ser apóstoles, es decir “enviados”: allí comienza la misión de ellos. También en la periferia.
Allí seguimos siendo enviados los discípulos de Cristo: a las Galileas de hoy, o, como suele decir el Papa Francisco, “a las periferias, no sólo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria” (*).

2) El Mensaje que Jesús comunica es resumido por Mateo de este modo: “Convertíos, porque el Reino de los Cielos está cerca”.
“Convertíos”. La conversión es un cambio profundo del corazón. Es una reorientación de la vida. Es darse vuelta hacia Dios. Es poner a Dios en el centro, buscando su voluntad para nuestra vida. No es la observación de algunos preceptos o el cumplimiento de unos ritos: es vivir en presencia de Dios, con todas sus consecuencias.
El Señor da un motivo para la conversión: el Reino de los Cielos, es decir, el Reino de Dios, “está cerca”. ¿Qué es lo que anuncia Jesús? El hoy Papa emérito, Benedicto XVI, en su libro “Jesús de Nazaret” lo explicaba de esta manera:
“hablando del Reino de Dios, Jesús anuncia simplemente a Dios, es decir, al Dios vivo, que es capaz de actuar en el mundo y en la historia de un modo concreto, y precisamente ahora lo está haciendo. Nos dice: Dios existe. Y además: Dios es realmente Dios, es decir, tiene en sus manos los hilos del mundo.”
Pero hay algo nuevo en lo que Jesús anuncia. Continúa diciendo Benedicto XVI:
“El aspecto nuevo y totalmente específico de su mensaje consiste en que Él nos dice: Dios actúa ahora, ésta es la hora en que Dios, de una manera que supera cualquier modalidad precedente, se manifiesta en la historia como su verdadero Señor, como el Dios vivo.” (**).
¿Y cómo actúa Dios? ¿Cómo se hace presente? ¿Cómo se acerca su Reino a nosotros?
La respuesta a estas preguntas es el propio Jesús. Él es la presencia del Dios vivo. Él es el que realiza la voluntad de salvación del Padre. Él es el don de Dios a los hombres. Es cuando descubrimos ese don, cuando vivimos nuestro encuentro con Jesucristo vivo que es posible nuestra conversión.

3) El llamado a los primeros discípulos. Jesús elige y llama a sus primeros cuatro discípulos en las orillas del mar de Galilea. Son dos pares de hermanos. Los cuatro son compañeros en el oficio de la pesca. El Señor los llama a ser “pescadores de hombres”. Ellos, dejándolo todo, lo siguieron.
Desde el comienzo el Señor llamó a hombres y mujeres a participar en su misión.
Él sigue llamando. Las Galileas se multiplican, toman formas diversas... así también la misión. Como lo han  subrayado hace ya siete los Obispos de América Latina y el Caribe, en la conferencia celebrada en el santuario de Nuestra Señora Aparecida, Brasil, ser discípulo de Jesús va profundamente unido con ser misionero. Todos los bautizados estamos llamados a ser discípulos misioneros de Jesucristo, para seguir proclamando la cercanía de Dios, la cercanía de su amor misericordioso que sigue ofreciéndose al mundo.

Invoquemos a nuestra Señora.  A ella, la primera discípula misionera de su hijo; la que escuchó la Palabra de Dios y la puso en práctica. A ella, que salió al encuentro del apóstol Santiago para reanimarlo y reencaminarlo en la Misión. A ella le pedimos renovar cada día nuestra unión con su Hijo, tenerlo en el centro de nuestra vida y salir al encuentro de quienes esperan hoy el anuncio de la Misericordia del Señor. Así sea.

(*) El Papa Francisco se ha referido muchas veces a las “periferias existenciales”. Esta lista aparece en el manuscrito que, durante el Cónclave de marzo de 2013, el todavía Cardenal Bergoglio entregó al Cardenal Ortega, Arzobispo de La Habana, y que éste hizo público luego de la elección de Francisco.
(**) Joseph Ratzinger Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Capítulo 3: “El Evangelio del Reino de Dios”.

 

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