miércoles, 16 de abril de 2014

Misa Crismal en la Catedral de Melo - Homilía de Mons. Bodeant



Queridas hermanas, queridos hermanos, fieles laicos de las diferentes comunidades parroquiales de nuestra Diócesis; queridas religiosas y consagrados; queridos diáconos permanentes; queridos presbíteros; querido Mons. Cáceres:
Nuevamente estamos reunidos para celebrar esta Misa que tiene características únicas: se celebra sólo una vez al año y en un único lugar, que es habitualmente nuestra catedral, y con la participación de todo el clero presente en la Diócesis.

Este Miércoles Santo coincide felizmente con el día en que Mons. Roberto Cáceres cumple 93 años. Es una alegría poder celebrarlos con él de esta forma.
Nos hacen llegar sus saludos el P. Thomas, desde Escocia, el P. David, desde México y el P. Gabriel desde el Hogar Sacerdotal. Los tenemos presentes en nuestra oración.
La Misa Crismal nos congrega como Pueblo de Dios que peregrina en Cerro Largo y Treinta y Tres para implorar del Señor que bendiga los óleos para los catecúmenos y la Unción de los Enfermos y consagre el Santo Crisma que, a lo largo de este año y hasta la próxima Semana Santa, utilizaremos en la celebración de los Sacramentos del Bautismo y de la Confirmación en cada comunidad parroquial.
En el Evangelio que hemos escuchado, el Señor Jesús se presenta como aquel que ha sido ungido por Dios, llenándolo del Espíritu Santo. Así, lleno del Espíritu, ha venido para traer el Evangelio a los pobres, vendar los corazones heridos, dar la vista a los ciegos, anunciar la liberación a los oprimidos.
Jesús continúa realizando hoy su obra de salvación por medio de su cuerpo, la Iglesia, por medio de todo el Pueblo de Dios. Junto a su Palabra, Jesús nos ha dejado los sacramentos, signos en los que Él mismo se hace presente con su amor, con su gracia, con su fuerza salvadora. Porque cuando los ministros celebramos los sacramentos en Nombre de Jesús, es ante todo Él mismo quien bautiza, quien entrega el Espíritu Santo, quien sana y perdona.
En distintos momentos, a lo largo de su primer año de pontificado, el Papa Francisco ha llamado a la Iglesia, a todo el Pueblo de Dios, a todos sus miembros, a prestar una especial atención a las personas que sufren. No solo recibiéndolas, sino también saliendo a su encuentro.
Así, cuando estuvo en Río para la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa le dijo a los Obispos latinoamericanos:
“Después de una batalla, lo primero que hay que hacer en un hospital de campaña es curar las heridas. Creo que hoy día la pastoral tiene que plantearse seriamente eso” (1).
Poco después, ya en Roma, el Papa retomó la idea:
“Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es la capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, la cercanía, la proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Es inútil preguntarle a un herido grave si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Después podemos hablar de todo el resto. Curar las heridas, curar las heridas… empezando desde abajo” (2).
En nuestras recientes Orientaciones Pastorales, los Obispos del Uruguay hemos recogido esta visión del Papa Francisco y hemos asumido, entre otros, un desafío para toda la Iglesia: “buscar y recibir a la gente herida”. “Fuera y dentro de la Iglesia encontramos personas heridas, desanimadas, desmotivadas, desencantadas…”. Jesús nos llama a “ir al encuentro de las personas que están en «las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria»”.
Si pensamos en personas que van por la vida sangrando de sus heridas, no podemos menos que recordar la parábola del Buen Samaritano: el herido del camino, los que pasan de largo, el samaritano que se detiene y comienza por curarlo con lo que tiene a mano: el vino que limpia las heridas, el aceite que alivia el dolor.
Ya los primeros cristianos veían en el Buen Samaritano a Cristo mismo que baja de lo alto para sanar y levantar a la humanidad herida por todas sus miserias.
Muchos de nosotros, todos nosotros, de una u otra forma, somos también heridos del camino. Y a un hermano nuestro, el P. Gabriel, le ha tocado ser herido por alguien a quien prestó ayuda. Pero a veces no hay mejor sanador que el sanador herido. Del corazón herido, del corazón traspasado de Jesús brotan el agua y la sangre del Bautismo y de la Eucaristía que dan vida a la Iglesia. Detrás del compromiso y de la entrega generosa de muchos fieles cristianos, de muchos de ustedes, hay una experiencia de dolor, de pérdida, en la que, sin embargo, no se quedaron encerrados, sino que les ensanchó el corazón y la capacidad de amar.
En esta Misa en la que recordamos la institución del sacerdocio, en la que los presbíteros y los diáconos permanentes renuevan sus respectivas promesas de ordenación y en la que son bendecidos los óleos de los catecúmenos y de la Unción de los Enfermos y es consagrado el Santo Crisma, es bueno que recordemos que hay dos sacramentos que son llamados “sacramentos de curación” o “sacramentos de sanación”: el sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación y el sacramento de la Unción de los Enfermos.
Son sacramentos de curación, porque en ellos actúa Jesús como médico de nuestras almas y nuestros cuerpos. Jesús, que perdonó los pecados al paralítico y le devolvió la salud del cuerpo (3). En estos sacramentos el Señor continúa su obra de curación y de salvación, con la fuerza del Espíritu Santo y por medio de la Iglesia (4).
¿Por qué decimos que el sacramento de la Penitencia y la Reconciliación es un sacramento de sanación? El Papa Francisco lo explicaba hace muy poco (5), con palabras que podría decir cualquiera que se haya confesado:
“Cuando yo voy a confesarme, es para sanarme: sanarme el alma, sanarme el corazón por algo que hice que no está bien. (…) el perdón de nuestros pecados no es algo que podemos darnos nosotros mismos: yo no puedo decir: ‘Yo me perdono los pecados’; el perdón se pide, se pide a otro, y en la Confesión pedimos perdón a Jesús. (…) sólo si nos dejamos reconciliar en el Señor Jesús con el Padre y con los hermanos podemos estar verdaderamente en paz. Y esto lo hemos sentido todos, en el corazón, cuando vamos a confesarnos, con un peso en el alma, un poco de tristeza. Y cuando sentimos el perdón de Jesús ¡estamos en paz! Con aquella paz del alma tan bella, que sólo Jesús puede dar, ¡sólo Él!”.
Y sigue diciendo Francisco:
“En la celebración de este Sacramento, el sacerdote no representa solamente a Dios, sino a toda la comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que escucha conmovida su arrepentimiento, que se reconcilia con Él, que lo alienta y lo acompaña en el camino de conversión y de maduración humana y cristiana.”
Durante este tiempo de Cuaresma, en nuestras parroquias, en la peregrinación a la Cruz del Cerro Largo, muchos hemos podido celebrar el Sacramento de la Reconciliación… y si no lo hemos hecho, todavía hay otros momentos que podremos aprovechar. “¡Cada vez que nos confesamos, Dios nos abraza, Dios hace fiesta!”, dice Francisco. Dejémonos abrazar por el Padre Dios.
Pero vamos ahora al otro Sacramento al que nos queríamos referir hoy. La Unción de los Enfermos, en otro tiempo llamada la Extremaunción, porque se lo entendía como un consuelo espiritual ante la cercanía de la muerte. Hoy, el nombre de Unción de los Enfermos nos ayuda a ver mejor su relación con la enfermedad y el sufrimiento bajo la misericordia de Dios.
También a este sacramento se refirió recientemente el Papa Francisco en una de sus catequesis (6):
“Hay una imagen bíblica que expresa en toda su profundidad el misterio que trasluce en la Unción de los enfermos: es la parábola del «buen samaritano», en el Evangelio de Lucas (10, 30-35). Cada vez que celebramos ese sacramento, el Señor Jesús, en la persona del sacerdote, se hace cercano a quien sufre y está gravemente enfermo, o es anciano. Dice la parábola que el buen samaritano se hace cargo del hombre que sufre, derramando sobre sus heridas aceite y vino. El aceite nos hace pensar en el que bendice el obispo cada año, en la misa crismal del Jueves Santo, precisamente en vista de la Unción de los enfermos. El vino, en cambio, es signo del amor y de la gracia de Cristo que brotan del don de su vida por nosotros y se expresan en toda su riqueza en la vida sacramental de la Iglesia. Por último, se confía a la persona que sufre a un hotelero, a fin de que pueda seguir cuidando de ella, sin preocuparse por los gastos. Bien, ¿quién es este hotelero? Es la Iglesia, la comunidad cristiana, somos nosotros, a quienes el Señor Jesús, cada día, confía a quienes tienen aflicciones, en el cuerpo y en el espíritu, para que podamos seguir derramando sobre ellos, sin medida, toda su misericordia y la salvación.”
Hasta ahí las palabras del Papa Francisco. Quiero terminar con un testimonio. En Uruguay tuvimos un sacerdote que, allá por los años 70, se fue a vivir entre los pobres: el Padre Cacho. Ruben Isidro Alonso se llamaba, pero fue conocido así: “el Padre Cacho”. Vivió por los cantegriles de Bulevar Aparicio Saravia, en Montevideo, en una casilla de lata, igual a la de sus vecinos. Allí hizo presente el amor de Jesús por los más pobres y allí hay hoy un barrio de viviendas que reemplazaron aquellos ranchitos de lata. Cacho murió de cáncer el 4 de setiembre de 1992.
Ya en la etapa terminal de su enfermedad, recibió en el Hogar Sacerdotal la visita de una vecina del barrio, con la que había trabajado mucho. Viendo que la vida de él se estaba apagando, ella le preguntó, con mucho cariño: “¿Cómo estás, Cacho?”. Y el P. Cacho, que había aprendido a vivir en el espíritu de las bienaventuranzas le respondió: “estoy curado”. Pocos días después murió, pero él sabía bien lo que decía. Estaba curado. Había sido sanado de todas sus heridas. Podía entrar a la Casa del Padre.
Le damos gracias al Señor porque sigue dispuesto a curarnos, a sanarnos, a perdonarnos. Le damos gracias porque nos llama a todos a ser testigos y portadores de su misericordia  y le pedimos poder siempre celebrar sus Sacramentos confiados en que allí, Él se hace presente con todo su amor. Así sea.
1. Discurso al Comité de Coordinación del CELAM, Río de Janeiro, 28 de julio de 2013.
2. Entrevista en La Civiltà Cattolica, Nº 3918, 19 de setiembre de 2013.
3. Cf. Mc 2,1-12.
4. Cf. CIC 1421.
5. Catequesis del miércoles 19 de febrero de 2014.
6. Catequesis del miércoles 26 de febrero de 2014.

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