miércoles, 22 de octubre de 2014

En camino hacia el 30° Encuentro de Diócesis de Frontera, Encarnación (Paraguay) 2015

 
En la ciudad de Uruguaiana, Río Grande do Sul, se reunió hoy un equipo formado por 14 personas  de las Diócesis de Encarnación, Santo Ângelo, Concordia, Salto, Melo y la iglesia anfitriona, para preparar el 30° encuentro de Diócesis de Frontera que será en Encarnación, Paraguay del 18 al 19 de mayo de 2015. La ciudad paraguaya estará celebrando los 400 años de su fundación por San Roque González, el mártir de las Misiones Jesuiticas que abarcaron parte de los territorios de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Los 50 años de la clausura del Concilio Vaticano II serán motivo de celebración y reflexión, en especial en lo que concierne a la vocación y misión del laico, con testimonios laicales de los cuatro países.
 
De esta forma, los vecinos hemos comenzado la preparación del 30° Encuentro de Diócesis de Frontera, a realizarse en Encarnación, Paraguay, en los días 18, 19 y 20 de mayo de 2015.

Se trata de un acontecimiento siempre muy esperado por todos, teniendo en perspectiva la importancia del encuentro cordial y fraternal de hermanos y hermanas que integran nuestras Iglesias particulares, en el cual se reflexiona sobre temas de relevancia para nuestras acciones pastorales y misioneras.

Pretendemos estrechar los lazos de amistad de nuestros pueblos y compartir problemas y desafíos que nos envuelven y nos afectan. En nombre de la fe cristiana, movimos y sostenidos por el Espíritu Santo, habremos de encontrar caminos viables para nuestras urgencias.

El Concilio Vaticano II continúa desafiándonos a ser una Iglesia auténticamente misionera, que responda positivamente a los anhelos y necesidades de las poblaciones que viven clamando por más vida, libertad, colegialidad, corresponsabilidad, participación y comunión. El Documento de Aparecida, contextualizando aún mejor los desafíos del mismo Concilio, en su número 370, habla con mucho énfasis de tener una conversión pastoral, cuando afirma textualmente:
La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera. Así será posible que “el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial”  (NMI 12) con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera.
Desde estas consideraciones, en la presencia del Señor, fuimos buscando fuerza y luz para encaminarnos, de la mejor manera posible al encuentro del próximo año, a fin de que sea fructuoso para todos nosotros, que buscamos caminar juntos en este rincón del mundo.

Así hemos definido como tema:
Los vecinos se encuentran para compartir, reflexionar y celebrar
la vocación y misión del laico
a partir de la eclesiología del Vaticano II
en tiempos de conversión pastoral
por una vida más plena y digna de nuestros pueblos
 Como texto inspirador hemos tomado el pasaje de Mateo 5,13-16: Sal y Luz de la Tierra:
Ustedes son la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres.
Ustedes son la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo de la mesa, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.
Brille así su luz delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
También enmarcarán nuestra reflexión dos textos del Magisterio:
Los seglares, cuya vocación específica los coloca en el corazón del mundo y a la guía de las más variadas tareas temporales, deben ejercer por lo mismo una forma singular de evangelización.
Su tarea primera e inmediata no es la institución y el desarrollo de la comunidad eclesial —esa es la función específica de los Pastores—, sino el poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y activas en las cosas del mundo. El campo propio de su actividad evangelizadora, es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento, etc. Cuantos más seglares hayan impregnados del Evangelio, responsables de estas realidades y claramente comprometidos en ellas, competentes para promoverlas y conscientes de que es necesario desplegar su plena capacidad cristianas, tantas veces oculta y asfixiada, tanto más estas realidades —sin perder o sacrificar nada de su coeficiente humano, al contrario, manifestando una dimensión trascendente frecuentemente desconocida— estarán al servicio de la edificación del reino de Dios y, por consiguiente, de la salvación en Cristo Jesús. (Evangelii Nuntiandi, 70)
Los fieles laicos son “los cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el pueblo de Dios y participan de las funciones de Cristo: sacerdote, profeta y rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo”. Son “hombres de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia”.
Su misión propia y específica se realiza en el mundo, de tal modo que, con su testimonio y su actividad, contribuyan a la transformación de las realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio. “El ámbito propio de su actividad evangelizadora es el mismo mundo vasto y complejo de la política, de realidad social y de la economía, como también el de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los ‘mass media’, y otras realidades abiertas a la evangelización, como son el amor, la familia, la educación de los niños y adolescentes, el trabajo profesional y el sufrimiento”. Además, tienen el deber de hacer creíble la fe que profesan, mostrando autenticidad y coherencia en su conducta.
(Documento de Aparecida, 209-210).

lunes, 20 de octubre de 2014

En el cumpleaños de María del Carmen

Hoy, 20 de octubre, mi madre, María del Carmen Fernández de Bodeant, estaría cumpliendo sus 94 años. Falleció con 93, el 11 de diciembre del año pasado. Quiero compartir con Uds. este relato que ella escribió y llegó a publicar en un periódico de Young. Son recuerdos de los tiempos en que era "la" Nurse en el Hospital y Centro de Salud del entonces Pueblo Young, que al año siguiente (1958) pasaría a ser Villa Young.
+ Heriberto


La oportunidad perdida


Hay tres cosas que no vuelven:
la flecha lanzada, la palabra dicha,
y la oportunidad perdida.

W. Barclay

En aquella tarde de verano del año 57, los parlantes callejeros anunciaban la proyección de la película Arroz Amargo con Sofía Loren (*) y Silvana Mangano, como oportunidad única, para esa noche.
En el mismo día, el camión de la Junta Municipal había regado las entoscadas calles, aplacando el polvo y paliando algo el agobiante calor, así que con mi esposo resolvimos concurrir al Cine al aire libre en la calle Montevideo, disfrutar el espectáculo y la frescura que suponíamos traería la noche..
A poco de iniciada la acción, se acercó el acomodador para informarnos que me llamaban del Hospital para una emergencia. Dejando que mi esposo siguiera solo con el “Arroz”, acudí al llamado.
La vieja sala de operaciones en el actual pasillo del teléfono estaba pronta. Doña Margarita (Margarita Damasco de García) se afanaba en los mínimos detalles. Sobre una vitrina había colocado un ventilador y bajo él una fuente con hielo, buscando refrescar el pesado y tormentoso ambiente.
En la salita contigua los dos cirujanos se preparaban, ofreciendo vivo contraste.. El Dr. José Levín con el torso desnudo y el Dr. Carlos Fischer con camiseta afelpada, cuyas mangas lucía arrolladas por encima de los codos, procedían al enérgico cepillado de manos y antebrazos, mientras a través de los respectivos tapabocas hacían breves comentarios.
El paciente con un cuadro de apendicitis aguda, estaba sujeto de manos y piernas a la mesa y mientras Doña Margarita ayudaba a los médicos a vestir la túnica estéril, atársela en la espalda y ofrecerles los guantes, preparé la anestesia consistente en una inyección de Pentotal seguida de la careta con éter, como era el uso de la época.
Pese al sistema de “refrigeración” de Doña Margarita, el calor era sofocante y por los mal ajustados cierres de las banderolas comenzaron a ingresar a la sala miríadas de pequeños insectos verdes, atraídos por la intensa luz de la lámpara que pendía sobre la mesa de operaciones.
En aquella época las lamparillas utilizadas para esa gran lámpara eran comunes, por lo que, además de luz irradiaban calor. Los insectos que hacían contacto caían abrasados sobre las cabezas de los cirujanos, inclinados sobre el paciente, y sobre sus espaldas. El Dr. Fischer con su camiseta afelpada no se daba por enterado, en cambio el Dr. Levín se estremecía cada vez que uno o varios insectos caían en las aberturas que quedaban entre uno y otro lazo de la túnica atada en la espalda. Bastaba ese gesto para que Doña Margarita corriera con una compresa mojada a solucionar el problema.
Localizado tras laboriosa búsqueda el muy escondido apéndice y resuelto satisfactoriamente el motivo de la intervención, ambos cirujanos levantaron sus cabezas y los insectos caían en la aún abierta cavidad abdominal.
El Dr. Fischer emitía un shhhhh tratando de espantarlos acompañándose de un gesto de la mano.
El Dr. Levín se limitó a pedir suero a Doña Margarita; suero que ella misma preparaba en la antigua farmacia y esterilizaba en un autoclave calentado con dos primus de doble boquilla, y que durante la operación mantenía tibio al baño María. Mientras Doña Margarita regaba abundante suero, el aspirador manejado por el Dr. Levín se llevaba el suero del lavado y los insectos que habían caído Entonces el Dr. Levín nos dio “su clase”.
“Supongamos -dijo- que tuviéramos aquí millones de bacterias. Con el lavado las hemos reducido a cientos de miles primero, a miles después y con otro litro de suero las llevamos a sólo unos pocos cientos. Pero sigamos lavando y tal vez quede solo una decena o ninguna, pero por las dudas espolvoreamos abundante polvo antibiótico y no necesitamos dejar tubos de drenaje porque ya no quedan rastros de infección”.
A su vez el Dr. Fischer también nos dio su clase. “Mire Nurse -me dijo- Ud. se habrá asombrado de que en este día de calor yo use camiseta. Pues sí, la uso invierno y verano. En invierno me evita el frío y en verano absorbe la transpiración. Yo no sufrí las molestias por el calor y los insectos que sufrió nuestro joven cirujano y tampoco suelo resfriarme”.
La operación había terminado y salí a sala de espera. Allí estaba mi esposo y compañero de toda una vida y juntos emprendimos el regreso a casa acompañados por la luz de las estrellas y los zumbidos de los numerosos insectos de todo tipo que parecían presagiar la lluvia refrescante que anhelábamos.
Nunca más tuve oportunidad de ver “Arroz Amargo”, que no fue más que ficción. En cambio, sí tuve oportunidad real de formar parte de un equipo de trabajo, con la invalorable e incansable Doña Margarita y con dos grandes médicos cirujanos, cada uno en un extremo opuesto de su carrera profesional, pero ambos responsables y prestos a cualquier hora si se trataba de salvar una vida.
 Años más tarde regresaba una fría madrugada a mi casa en el auto del Dr. Zeballos. Había administrado anestesia ligera para solucionar un parto de mellizos que “venían de pie”, atendido por el Dr. Zeballos. Se llaman Jesús y David...
A pesar de la hora, el Doctor me manifestó que no estaba cansado, porque cuando las cosas salen bien, no importa lo que se haya luchado: el cuerpo siente el optimismo del ánimo y descansa sin necesidad de ayuda, por la sola satisfacción de haber contribuido a que alguien sea feliz. Y así era, en efecto.
María del Carmen F. de Bodeant

(*) En realidad, en esa película no actuaba Sofía Loren; sí Silvana Mangano.

domingo, 19 de octubre de 2014

Beatificación del Papa Pablo VI - homilìa del Papa Francisco

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Plaza de San Pedro
Domingo 19 de octubre de 2014

Acabamos de escuchar una de las frases más famosas de todo el Evangelio: «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mt 22,21).
Jesús responde con esta frase irónica y genial a la provocación de los fariseos que, por decirlo de alguna manera, querían hacerle el examen de religión y ponerlo a prueba. Es una respuesta inmediata que el Señor da a todos aquellos que tienen problemas de conciencia, sobre todo cuando están en juego su conveniencia, sus riquezas, su prestigio, su poder y su fama. Y esto ha sucedido siempre.
Evidentemente, Jesús pone el acento en la segunda parte de la frase: «Y [dar] a Dios lo que es de Dios». Lo cual quiere decir reconocer y creer firmemente –frente a cualquier tipo de poder– que sólo Dios es el Señor del hombre, y no hay ningún otro. Ésta es la novedad perenne que hemos de redescubrir cada día, superando el temor que a menudo nos atenaza ante las sorpresas de Dios.
¡Él no tiene miedo de las novedades! Por eso, continuamente nos sorprende, mostrándonos y llevándonos por caminos imprevistos. Nos renueva, es decir, nos hace siempre “nuevos”. Un cristiano que vive el Evangelio es “la novedad de Dios” en la Iglesia y en el mundo. Y a Dios le gusta mucho esta “novedad”.
«Dar a Dios lo que es de Dios» significa estar dispuesto a hacer su voluntad y dedicarle nuestra vida y colaborar con su Reino de misericordia, de amor y de paz.
En eso reside nuestra verdadera fuerza, la levadura que fermenta y la sal que da sabor a todo esfuerzo humano contra el pesimismo generalizado que nos ofrece el mundo. En eso reside nuestra esperanza, porque la esperanza en Dios no es una huida de la realidad, no es un alibi: es ponerse manos a la obra para devolver a Dios lo que le pertenece. Por eso, el cristiano mira a la realidad futura, a la realidad de Dios, para vivir plenamente la vida –con los pies bien puestos en la tierra– y responder, con valentía, a los incesantes retos nuevos.
Lo hemos visto en estos días durante el Sínodo extraordinario de los Obispos –“sínodo” quiere decir “caminar juntos”–. Y, de hecho, pastores y laicos de todas las partes del mundo han traído aquí a Roma la voz de sus Iglesias particulares para ayudar a las familias de hoy a seguir el camino del Evangelio, con la mirada fija en Jesús. Ha sido una gran experiencia, en la que hemos vivido la sinodalidad y la colegialidad, y hemos sentido la fuerza del Espíritu Santo que guía y renueva sin cesar a la Iglesia, llamada, con premura, a hacerse cargo de las heridas abiertas y a devolver la esperanza a tantas personas que la han perdido.
Por el don de este Sínodo y por el espíritu constructivo con que todos han colaborado, con el Apóstol Pablo, «damos gracias a Dios por todos ustedes y los tenemos presentes en nuestras oraciones» (1 Ts 1,2). Y que el Espíritu Santo que, en estos días intensos, nos ha concedido trabajar generosamente con verdadera libertad y humilde creatividad, acompañe ahora, en las Iglesias de toda la tierra, el camino de preparación del Sínodo Ordinario de los Obispos del próximo mes de octubre de 2015. Hemos sembrado y seguiremos sembrando con paciencia y perseverancia, con la certeza de que es el Señor quien da el crecimiento (cf. 1 Co 3,6).
En este día de la beatificación del Papa Pablo VI, me vienen a la mente las palabras con que instituyó el Sínodo de los Obispos: «Después de haber observado atentamente los signos de los tiempos, nos esforzamos por adaptar los métodos de apostolado a las múltiples necesidades de nuestro tiempo y a las nuevas condiciones de la sociedad» (Carta ap. Motu proprio Apostolica sollicitudo).
Contemplando a este gran Papa, a este cristiano comprometido, a este apóstol incansable, ante Dios hoy no podemos más que decir una palabra tan sencilla como sincera e importante: Gracias. Gracias a nuestro querido y amado Papa Pablo VI. Gracias por tu humilde y profético testimonio de amor a Cristo y a su Iglesia.
El que fuera gran timonel del Concilio, al día siguiente de su clausura, anotaba en su diario personal: «Quizás el Señor me ha llamado y me ha puesto en este servicio no tanto porque yo tenga algunas aptitudes, o para que gobierne y salve la Iglesia de sus dificultades actuales, sino para que sufra algo por la Iglesia, y quede claro que Él, y no otros, es quien la guía y la salva» (P. Macchi, Paolo VI nella sua parola, Brescia 2001, 120-121). En esta humildad resplandece la grandeza del Beato Pablo VI que, en el momento en que estaba surgiendo una sociedad secularizada y hostil, supo conducir con sabiduría y con visión de futuro –y quizás en solitario– el timón de la barca de Pedro sin perder nunca la alegría y la fe en el Señor.
Pablo VI supo de verdad dar a Dios lo que es de Dios dedicando toda su vida a la «sagrada, solemne y grave tarea de continuar en el tiempo y extender en la tierra la misión de Cristo» (Homilía en el inicio del ministerio petrino, 30 junio 1963: AAS 55 [1963], 620), amando a la Iglesia y guiando a la Iglesia para que sea «al mismo tiempo madre amorosa de todos los hombres y dispensadora de salvación» (Carta enc. Ecclesiam Suam, Prólogo).

viernes, 17 de octubre de 2014

Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de las Misiones



MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES 2014

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy en día todavía hay mucha gente que no conoce a Jesucristo. Por eso es tan urgente la misión ad gentes, en la que todos los miembros de la iglesia están llamados a participar, ya que la iglesia es misionera por naturaleza: la iglesia ha nacido “en salida”. La Jornada Mundial de las Misiones es un momento privilegiado en el que los fieles de los diferentes continentes se comprometen con oraciones y gestos concretos de solidaridad para ayudar a las iglesias jóvenes en los territorios de misión. Se trata de una celebración de gracia y de alegría. De gracia, porque el Espíritu Santo, mandado por el Padre, ofrece sabiduría y fortaleza a aquellos que son dóciles a su acción. De alegría, porque Jesucristo, Hijo del Padre, enviado para evangelizar al mundo, sostiene y acompaña nuestra obra misionera. Precisamente sobre la alegría de Jesús y de los discípulos misioneros quisiera ofrecer una imagen bíblica, que encontramos en el Evangelio de Lucas (cf.10,21-23).

1. El evangelista cuenta que el Señor envió a los setenta discípulos, de dos en dos, a las ciudades y pueblos, a proclamar que el Reino de Dios había llegado, y a preparar a los hombres al encuentro con Jesús. Después de cumplir con esta misión de anuncio, los discípulos volvieron llenos de alegría: la alegría es un tema dominante de esta primera e inolvidable experiencia misionera. El Maestro Divino les dijo: «No estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo. En aquella hora, Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra...” (…) Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: “¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis!”» (Lc 10,20-21.23).
Son tres las escenas que presenta san Lucas. Primero, Jesús habla a sus discípulos, y luego se vuelve hacia el Padre, y de nuevo comienza a hablar con ellos. De esta forma Jesús quiere hacer partícipes de su alegría a los discípulos, que es diferente y superior a la que ellos habían experimentado.

2. Los discípulos estaban llenos de alegría, entusiasmados con el poder de liberar de los demonios a las personas. Sin embargo, Jesús les advierte que no se alegren por el poder que se les ha dado, sino por el amor recibido: «porque vuestros nombres están inscritos en el cielo» (Lc 10,20). A ellos se le ha concedido experimentar el amor de Dios, e incluso la posibilidad de compartirlo. Y esta experiencia de los discípulos es motivo de gozosa gratitud para el corazón de Jesús. Lucas entiende este júbilo en una perspectiva de comunión trinitaria: «Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo», dirigiéndose al Padre y glorificándolo. Este momento de profunda alegría brota del amor profundo de Jesús en cuanto Hijo hacia su Padre, Señor del cielo y de la tierra, el cual ha ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las ha revelado a los pequeños (cf. Lc 10,21). Dios ha escondido y ha revelado, y en esta oración de alabanza se destaca sobre todo el revelar. ¿Qué es lo que Dios ha revelado y ocultado? Los misterios de su Reino, el afirmarse del señorío divino en Jesús y la victoria sobre Satanás.

Dios ha escondido todo a aquellos que están demasiado llenos de sí mismos y pretenden saberlo ya todo. Están cegados por su propia presunción y no dejan espacio a Dios. Uno puede pensar fácilmente en algunos de los contemporáneos de Jesús, que Él mismo amonestó en varias ocasiones, pero se trata de un peligro que siempre ha existido, y que nos afecta también a nosotros. En cambio, los “pequeños” son los humildes, los sencillos, los pobres, los marginados, los sin voz, los que están cansados y oprimidos, a los que Jesús ha llamado “benditos”. Se puede pensar fácilmente en María, en José, en los pescadores de Galilea, y en los discípulos llamados a lo largo del camino, en el curso de su predicación.

3. «Sí, Padre, porque así te ha parecido bien» (Lc 10,21). Las palabras de Jesús deben entenderse con referencia a su júbilo interior, donde la benevolencia indica un plan salvífico y benevolente del Padre hacia los hombres. En el contexto de esta bondad divina Jesús se regocija, porque el Padre ha decidido amar a los hombres con el mismo amor que Él tiene para el Hijo. Además, Lucas nos recuerda el júbilo similar de María: «Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador » (Lc 1,47). Se trata de la Buena Noticia que conduce a la salvación. María, llevando en su vientre a Jesús, el Evangelizador por excelencia, encuentra a Isabel y cantando el Magnificat exulta de gozo en el Espíritu Santo. Jesús, al ver el éxito de la misión de sus discípulos y por tanto su alegría, se regocija en el Espíritu Santo y se dirige a su Padre en oración. En ambos casos, se trata de una alegría por la salvación que se realiza, porque el amor con el que el Padre ama al Hijo llega hasta nosotros, y por obra del Espíritu Santo, nos envuelve, nos hace entrar en la vida de la Trinidad.
El Padre es la fuente de la alegría. El Hijo es su manifestación, y el Espíritu Santo, el animador. Inmediatamente después de alabar al Padre, como dice el evangelista Mateo, Jesús nos invita: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (11,28-30). «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 1).

De este encuentro con Jesús, la Virgen María ha tenido una experiencia singular y se ha convertido en “causa nostrae laetitiae”. Y los discípulos a su vez han recibido la llamada a estar con Jesús y a ser enviados por Él para predicar el Evangelio (cf. Mc 3,14), y así se ven colmados de alegría. ¿Por qué no entramos también nosotros en este torrente de alegría?

4. «El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 2).  Por lo tanto, la humanidad tiene una gran necesidad de aprovechar la salvación que nos ha traído Cristo. Los discípulos son los que se dejan aferrar cada vez más por el amor de Jesús y marcar por el fuego de la pasión por el Reino de Dios, para ser portadores de la alegría del Evangelio. Todos los discípulos del Señor están llamados a cultivar la alegría de la evangelización. Los obispos, como principales responsables del anuncio, tienen la tarea de promover la unidad de la Iglesia local en el compromiso misionero, teniendo en cuenta que la alegría de comunicar a Jesucristo se expresa tanto en la preocupación de anunciarlo en los lugares más distantes, como en una salida constante hacia las periferias del propio territorio, donde hay más personas pobres que esperan.
En muchas regiones escasean las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. A menudo esto se debe a que en las comunidades no hay un fervor apostólico contagioso, por lo que les falta entusiasmo y no despiertan ningún atractivo. La alegría del Evangelio nace del encuentro con Cristo y del compartir con los pobres. Por tanto, animo a las comunidades parroquiales, asociaciones y grupos a vivir una vida fraterna intensa, basada en el amor a Jesús y atenta a las necesidades de los más desfavorecidos. Donde hay alegría, fervor, deseo de llevar a Cristo a los demás, surgen las verdaderas vocaciones. Entre éstas no deben olvidarse las vocaciones laicales a la misión. Hace tiempo que se ha tomado conciencia de la identidad y de la misión de los fieles laicos en la Iglesia, así como del papel cada vez más importante que ellos están llamados a desempeñar en la difusión del Evangelio. Por esta razón, es importante proporcionarles la formación adecuada, con vistas a una acción apostólica eficaz.

5. «Dios ama al que da con alegría» (2 Co 9,7). La Jornada Mundial de las Misiones es también un momento para reavivar el deseo y el deber moral de la participación gozosa en la misión ad gentes. La contribución económica personal es el signo de una oblación de sí mismos, en primer lugar al Señor y luego a los hermanos, porque la propia ofrenda material se convierte en un instrumento de evangelización de la humanidad que se construye sobre el amor.

Queridos hermanos y hermanas, en esta Jornada Mundial de las Misiones mi pensamiento se dirige a todas las Iglesias locales. ¡No dejemos que nos roben la alegría de la evangelización! Os invito a sumergiros en la alegría del Evangelio y a nutrir un amor que ilumine vuestra vocación y misión. Os exhorto a recordar, como en una peregrinación interior, el “primer amor” con el que el Señor Jesucristo ha encendido los corazones de cada uno, no por un sentimiento de nostalgia, sino para perseverar en la alegría. El discípulo del Señor persevera con alegría cuando  está con Él, cuando hace su voluntad, cuando comparte la fe, la esperanza y la caridad evangélica.

Dirigimos nuestra oración a María, modelo de evangelización humilde y alegre, para que la Iglesia sea el hogar de muchos, una madre para todos los pueblos y haga posible el nacimiento de un nuevo mundo.

Vaticano, 8 de junio de 2014, Solemnidad de Pentecostés


martes, 7 de octubre de 2014

Salud, ciencia y fe: Salus Hominis en Melo

Pablo Picasso, Ciencia y Caridad

En 1895, con sólo quince años, Pablo Picasso plasmó su obra “Ciencia y Caridad”. Contemplando ese cuadro, la mirada es atraída al centro, ocupado por una mujer enferma en su lecho, flanqueada por el médico (la ciencia) que controla el pulso de la paciente y una religiosa (la caridad) ofreciendo un vaso y sosteniendo con su otra mano al hijo de la mujer yaciente. La ciencia y la caridad (con sus compañeras inseparables, la fe y la esperanza) se unen en la atención de la persona sufriente.

La enfermedad no acontece solamente en el cuerpo o solamente en la mente. Afecta la totalidad de la persona: su cuerpo, su mente y también su vida espiritual, su alma. En latín, la palabra SALUS significa tanto “salud” como “salvación”: el bienestar de la persona, la “salud”, pero también su participación en la vida de Dios, la “salvación”.

P. Claudio Berardi
Con esa perspectiva fue creado en 2003, en el norte de Italia, el Centro de estudios Salus Hominis, en cuyo fundamento está el reconocimiento “de un particular valor a la relación ciencia y fe y a la promoción y valoración de la acción coordinada entre médicos, psicólogos y sacerdotes”.

El P. Claudio Berardi, de la Diócesis de Asti, es el fundador de este centro. Durante dos días estará en Melo y Treinta y Tres, para encuentros con las religiosas y los sacerdotes, pero también ofrecerá una charla abierta en el salón de la Parroquia Nuestra Señora del Carmen, el viernes 10 de octubre a las 20 horas: “Escuchar las propias heridas, escuchar las heridas de los demás; para sanar, escuchar las heridas de Cristo”. Quienes se interesen en el tema están cordialmente invitados.