martes, 30 de diciembre de 2014

Ordenación Diaconal de Juan Fernando Gómez - Homilía

Aeropuerto de Carrasco, 23 de febrero de 2010.
Fernando, Juan y Reinaldo: un equipaje de expectativas e ilusiones.

Queridas hermanas, queridos hermanos,

Desde distintos lugares de la Diócesis, nos hemos reunido esta tarde en nuestra Catedral para celebrar la ordenación diaconal de Juan Fernando Gómez Carmona.

Con muchas ilusiones y expectativas Juan Fernando llegó a Uruguay el 23 de febrero de 2010, junto a otros tres seminaristas colombianos. De ellos, permanecieron en nuestra Diócesis el P. Reinaldo Medina y el P. Luis Fernando Ospina.

Juan hizo un camino más largo, con algunos paréntesis que le fueron necesarios. En ese andar pausado fue conociendo nuestra gente, nuestro Uruguay, nuestra Diócesis, con nuestras riquezas y pobrezas. Aprendiendo a saborear el mate amargo fue también aprendiendo a querernos y fue viéndose también querido por nosotros.

Por eso está hoy, aquí, dando este paso decisivo en respuesta al llamado del Señor.

Diácono significa “servidor”. Y Juan nos ha manifestado que eso es lo que desea: servir. En abril del año pasado nos escribía diciendo: “mi meta es Cristo, mi deseo es ser su servidor,  y servir donde más se necesite. Sé muy bien que la diócesis de Melo necesita operarios para trabajar en la construcción del Reino de Dios. (…) me presento una vez más y digo: ¡Aquí estoy! ¡Aquí están mis manos dispuestas a trabajar!”

Pero el servicio de Jesús va mucho más allá del trabajo, más allá de las obras y de las palabras. Jesús nos dice “Yo no he venido a ser servido sino a servir y a dar la vida en rescate por muchos” (Mt 20,28).

El servicio de Jesús es la entrega de su vida. Cuando habla, cuando enseña, cuando limpia al leproso, cuando devuelve la vista al ciego y el oído al sordo, cuando hace andar al paralítico, cuando muestra en el perdón el rostro misericordioso del Padre no sólo está “haciendo algo”: está efectivamente, realmente, entregando su propia vida. Y esa entrega culmina con lo que Él mismo define como el amor más grande: dar la vida por sus amigos. La cruz es la culminación de una vida entregada totalmente al Padre y a los hermanos. La cruz es la expresión del Amor mayor, que en la Resurrección muestra su triunfo sobre el mal y la muerte.

Esto también lo sabe Juan, y lo ha querido expresar en el versículo que acompaña su invitación, que es como el lema bajo el cual quiere asumir el ministerio diaconal que hoy recibe: “Quisiera entregarles no sólo el Evangelio, sino mi propia vida”, palabras de San Pablo a la comunidad de Tesalónica (1 Tes 2,8).

Entregar la propia vida, entregarla cada día, significa que el ministerio que recibe el diácono, el presbítero, el obispo, no es una profesión, una ocupación, algo que se desempeña como tarea dentro de unos tiempos, sino el Amor y la Gracia de Dios que nos inunda, que empapa nuestra existencia, que nos hace suyos y que, a pesar de nuestra indignidad, nos hace signo, sacramento de su presencia.

¿Cómo es posible vivir esta entrega en fidelidad a pesar de la fragilidad humana? Es posible con la Gracia de Dios. Es posible cuando es Él quien nos ha llamado. No es lo mismo querer ser sacerdote que haber sido llamado por Dios. ¿Es la voluntad de Dios o es simplemente la tuya? Esa es una pregunta que se suele hacer en el discernimiento de una vocación. Esa pregunta se la hice a Juan en un momento, y ésta fue su respuesta:
“cada vez estoy más convencido que Dios en verdad sembró una grandísima inquietud vocacional en mi corazón y me llama al ministerio consagrado; no por estatus, no por intereses de cualquier tipo; tan solo porque mi deseo es amarlo a Él, a Jesús, con un amor de predilección que trate de responder todos los días de mi vida a ese amor con el que Él me amó primero.”

Jesús nos dice hoy en el Evangelio: “Ustedes no me eligieron a Mí, sino que Yo los elegí a ustedes, y los designé para que vayan y den fruto, y que su fruto permanezca” (Jn 15,16).

Juan, esas palabras son para ti hoy. Jesús te ha elegido, no por tus méritos y cualidades (que también los tienes), sino desde su amor gratuito y misericordioso.

Te ha elegido para que lo sirvas, sirviendo a tus hermanos y hermanas, ahora como diácono, en comunión con todos los que en esta Diócesis somos también servidores. Participando en el proyecto de este Pueblo de Dios que peregrina por tierras arachanas y olimareñas. Anunciando el Evangelio y entregando tu vida cada día por todos los que viven en estos departamentos de Cerro Largo y Treinta y Tres.

Que el Señor que ha comenzado en ti su buena obra, la lleve a su perfección. (cf. Fil 1,6). ¡Amén!

domingo, 28 de diciembre de 2014

No esclavos, sino hermanos. Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de la Paz 2015

 
MENSAJE DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
XLVIII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
1 DE ENERO DE 2015
NO ESCLAVOS, SINO HERMANOS

1. Al comienzo de un nuevo año, que recibimos como una gracia y un don de Dios a la humanidad, deseo dirigir a cada hombre y mujer, así como a los pueblos y naciones del mundo, a los jefes de Estado y de Gobierno, y a los líderes de las diferentes religiones, mis mejores deseos de paz, que acompaño con mis oraciones por el fin de las guerras, los conflictos y los muchos de sufrimientos causados por el hombre o por antiguas y nuevas epidemias, así como por los devastadores efectos de los desastres naturales. Rezo de modo especial para que, respondiendo a nuestra común vocación de colaborar con Dios y con todos los hombres de buena voluntad en la promoción de la concordia y la paz en el mundo, resistamos a la tentación de comportarnos de un modo indigno de nuestra humanidad.
En el mensaje para el 1 de enero pasado, señalé que del «deseo de una vida plena… forma parte un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunión con los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a los que acoger y querer».[1] Siendo el hombre un ser relacional, destinado a realizarse en un contexto de relaciones interpersonales inspiradas por la justicia y la caridad, es esencial que para su desarrollo se reconozca y respete su dignidad, libertad y autonomía. Por desgracia, el flagelo cada vez más generalizado de la explotación del hombre por parte del hombre daña seriamente la vida de comunión y la llamada a estrechar relaciones interpersonales marcadas por el respeto, la justicia y la caridad.Este fenómeno abominable, que pisotea los derechos fundamentales de los demás y aniquila su libertad y dignidad, adquiere múltiples formas sobre las que deseo hacer una breve reflexión, de modo que, a la luz de la Palabra de Dios, consideremos a todos los hombres «no esclavos, sino hermanos».
A la escucha del proyecto de Dios sobre la humanidad
2. El tema que he elegido para este mensaje recuerda la carta de san Pablo a Filemón, en la que le pide que reciba a Onésimo, antiguo esclavo de Filemón y que después se hizo cristiano, mereciendo por eso, según Pablo, que sea considerado como un hermano. Así escribe el Apóstol de las gentes: «Quizá se apartó de ti por breve tiempo para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido» (Flm 15-16). Onésimo se convirtió en hermano de Filemón al hacerse cristiano. Así, la conversión a Cristo, el comienzo de una vida de discipulado en Cristo, constituye un nuevo nacimiento (cf. 2 Co 5,17; 1 P 1,3) que regenera la fraternidad como vínculo fundante de la vida familiar y base de la vida social.
En el libro del Génesis, leemos que Dios creó al hombre, varón y hembra, y los bendijo, para que crecieran y se multiplicaran (cf. 1,27-28): Hizo que Adán y Eva fueran padres, los cuales, cumpliendo la bendición de Dios de ser fecundos y multiplicarse, concibieron la primera fraternidad, la de Caín y Abel. Caín y Abel eran hermanos, porque vienen del mismo vientre, y por lo tanto tienen el mismo origen, naturaleza y dignidad de sus padres, creados a imagen y semejanza de Dios.
Pero la fraternidad expresa también la multiplicidad y diferencia que hay entre los hermanos, si bien unidos por el nacimiento y por la misma naturaleza y dignidad. Como hermanos y hermanas, todas las personas están por naturaleza relacionadas con las demás, de las que se diferencian pero con las que comparten el mismo origen, naturaleza y dignidad. Gracias a ello la fraternidad crea la red de relaciones fundamentales para la construcción de la familia humana creada por Dios.
Por desgracia, entre la primera creación que narra el libro del Génesis y el nuevo nacimiento en Cristo, que hace de los creyentes hermanos y hermanas del «primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8,29), se encuentra la realidad negativa del pecado, que muchas veces interrumpe la fraternidad creatural y deforma continuamente la belleza y nobleza del ser hermanos y hermanas de la misma familia humana. Caín, además de no soportar a su hermano Abel, lo mata por envidia cometiendo el primer fratricidio. «El asesinato de Abel por parte de Caín deja constancia trágicamente del rechazo radical de la vocación a ser hermanos. Su historia (cf. Gn 4,1-16) pone en evidencia la dificultad de la tarea a la que están llamados todos los hombres, vivir unidos, preocupándose los unos de los otros».[2]
También en la historia de la familia de Noé y sus hijos (cf. Gn 9,18-27), la maldad de Cam contra su padre es lo que empuja a Noé a maldecir al hijo irreverente y bendecir a los demás, que sí lo honraban, dando lugar a una desigualdad entre hermanos nacidos del mismo vientre.
En la historia de los orígenes de la familia humana, el pecado de la separación de Dios, de la figura del padre y del hermano, se convierte en una expresión del rechazo de la comunión traduciéndose en la cultura de la esclavitud (cf. Gn 9,25-27), con las consecuencias que ello conlleva y que se perpetúan de generación en generación: rechazo del otro, maltrato de las personas, violación de la dignidad y los derechos fundamentales, la institucionalización de la desigualdad. De ahí la necesidad de convertirse continuamente a la Alianza, consumada por la oblación de Cristo en la cruz, seguros de que «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia... por Jesucristo» (Rm 5,20.21). Él, el Hijo amado (cf. Mt 3,17), vino a revelar el amor del Padre por la humanidad. El que escucha el evangelio, y responde a la llamada a la conversión, llega a ser en Jesús «hermano y hermana, y madre» (Mt 12,50) y, por tanto, hijo adoptivo de su Padre (cf. Ef 1,5).
No se llega a ser cristiano, hijo del Padre y hermano en Cristo, por una disposición divina autoritativa, sin el concurso de la libertad personal, es decir, sin convertirse libremente a Cristo. El ser hijo de Dios responde al imperativo de la conversión: «Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hch 2,38). Todos los que respondieron con la fe y la vida a esta predicación de Pedro entraron en la fraternidad de la primera comunidad cristiana (cf. 1 P 2,17; Hch 1,15.16; 6,3; 15,23): judíos y griegos, esclavos y hombres libres (cf. 1 Co 12,13; Ga 3,28), cuya diversidad de origen y condición social no disminuye la dignidad de cada uno, ni excluye a nadie de la pertenencia al Pueblo de Dios. Por ello, la comunidad cristiana es el lugar de la comunión vivida en el amor entre los hermanos (cf. Rm 12,10; 1 Ts 4,9; Hb 13,1; 1 P 1,22; 2 P 1,7).
Todo esto demuestra cómo la Buena Nueva de Jesucristo, por la que Dios hace «nuevas todas las cosas» (Ap 21,5),[3] también es capaz de redimir las relaciones entre los hombres, incluida aquella entre un esclavo y su amo, destacando lo que ambos tienen en común: la filiación adoptiva y el vínculo de fraternidad en Cristo. El mismo Jesús dijo a sus discípulos: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15,15).
Múltiples rostros de la esclavitud de entonces y de ahora
3. Desde tiempos inmemoriales, las diferentes sociedades humanas conocen el fenómeno del sometimiento del hombre por parte del hombre. Ha habido períodos en la historia humana en que la institución de la esclavitud estaba generalmente aceptada y regulada por el derecho. Éste establecía quién nacía libre, y quién, en cambio, nacía esclavo, y en qué condiciones la persona nacida libre podía perder su libertad u obtenerla de nuevo. En otras palabras, el mismo derecho admitía que algunas personas podían o debían ser consideradas propiedad de otra persona, la cual podía disponer libremente de ellas; el esclavo podía ser vendido y comprado, cedido y adquirido como una mercancía.
Hoy, como resultado de un desarrollo positivo de la conciencia de la humanidad, la esclavitud, crimen de lesa humanidad,[4] está oficialmente abolida en el mundo. El derecho de toda persona a no ser sometida a esclavitud ni a servidumbre está reconocido en el derecho internacional como norma inderogable.
Sin embargo, a pesar de que la comunidad internacional ha adoptado diversos acuerdos para poner fin a la esclavitud en todas sus formas, y ha dispuesto varias estrategias para combatir este fenómeno, todavía hay millones de personas –niños, hombres y mujeres de todas las edades– privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud.
Me refiero a tantos trabajadores y trabajadoras, incluso menores, oprimidos de manera formal o informal en todos los sectores, desde el trabajo doméstico al de la agricultura, de la industria manufacturera a la minería, tanto en los países donde la legislación laboral no cumple con las mínimas normas y estándares internacionales, como, aunque de manera ilegal, en aquellos cuya legislación protege a los trabajadores.
Pienso también en las condiciones de vida de muchos emigrantes que, en su dramático viaje, sufren el hambre, se ven privados de la libertad, despojados de sus bienes o de los que se abusa física y sexualmente. En aquellos que, una vez llegados a su destino después de un viaje durísimo y con miedo e inseguridad, son detenidos en condiciones a veces inhumanas. Pienso en los que se ven obligados a la clandestinidad por diferentes motivos sociales, políticos y económicos, y en aquellos que, con el fin de permanecer dentro de la ley, aceptan vivir y trabajar en condiciones inadmisibles, sobre todo cuando las legislaciones nacionales crean o permiten una dependencia estructural del trabajador emigrado con respecto al empleador, como por ejemplo cuando se condiciona la legalidad de la estancia al contrato de trabajo... Sí, pienso en el «trabajo esclavo».
Pienso en las personas obligadas a ejercer la prostitución, entre las que hay muchos menores, y en los esclavos y esclavas sexuales; en las mujeres obligadas a casarse, en aquellas que son vendidas con vistas al matrimonio o en las entregadas en sucesión, a un familiar después de la muerte de su marido, sin tener el derecho de dar o no su consentimiento.
No puedo dejar de pensar en los niños y adultos que son víctimas del tráfico y comercialización para la extracción de órganos, para ser reclutados como soldados, para la mendicidad, para actividades ilegales como la producción o venta de drogas, o para formas encubiertas de adopción internacional.
Pienso finalmente en todos los secuestrados y encerrados en cautividad por grupos terroristas, puestos a su servicio como combatientes o, sobre todo las niñas y mujeres, como esclavas sexuales. Muchos de ellos desaparecen, otros son vendidos varias veces, torturados, mutilados o asesinados.
Algunas causas profundas de la esclavitud
4. Hoy como ayer, en la raíz de la esclavitud se encuentra una concepción de la persona humana que admite el que pueda ser tratada como un objeto. Cuando el pecado corrompe el corazón humano, y lo aleja de su Creador y de sus semejantes, éstos ya no se ven como seres de la misma dignidad, como hermanos y hermanas en la humanidad, sino como objetos. La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la constricción física o psicológica; es tratada como un medio y no como un fin.
Junto a esta causa ontológica –rechazo de la humanidad del otro­– hay otras que ayudan a explicar las formas contemporáneas de la esclavitud. Me refiero en primer lugar a la pobreza, al subdesarrollo y a la exclusión, especialmente cuando se combinan con la falta de acceso a la educación o con una realidad caracterizada por las escasas, por no decir inexistentes, oportunidades de trabajo. Con frecuencia, las víctimas de la trata y de la esclavitud son personas que han buscado una manera de salir de un estado de pobreza extrema, creyendo a menudo en falsas promesas de trabajo, para caer después en manos de redes criminales que trafican con los seres humanos. Estas redes utilizan hábilmente las modernas tecnologías informáticas para embaucar a jóvenes y niños en todas las partes del mundo.
Entre las causas de la esclavitud hay que incluir también la corrupción de quienes están dispuestos a hacer cualquier cosa para enriquecerse. En efecto, la esclavitud y la trata de personas humanas requieren una complicidad que con mucha frecuencia pasa a través de la corrupción de los intermediarios, de algunos miembros de las fuerzas del orden o de otros agentes estatales, o de diferentes instituciones, civiles y militares. «Esto sucede cuando al centro de un sistema económico está el dios dinero y no el hombre, la persona humana. Sí, en el centro de todo sistema social o económico, tiene que estar la persona, imagen de Dios, creada para que fuera el dominador del universo. Cuando la persona es desplazada y viene el dios dinero sucede esta trastocación de valores».[5]
Otras causas de la esclavitud son los conflictos armados, la violencia, el crimen y el terrorismo. Muchas personas son secuestradas para ser vendidas o reclutadas como combatientes o explotadas sexualmente, mientras que otras se ven obligadas a emigrar, dejando todo lo que poseen: tierra, hogar, propiedades, e incluso la familia. Éstas últimas se ven empujadas a buscar una alternativa a esas terribles condiciones aun a costa de su propia dignidad y supervivencia, con el riesgo de entrar de ese modo en ese círculo vicioso que las convierte en víctimas de la miseria, la corrupción y sus consecuencias perniciosas.
Compromiso común para derrotar la esclavitud
5. Con frecuencia, cuando observamos el fenómeno de la trata de personas, del tráfico ilegal de los emigrantes y de otras formas conocidas y desconocidas de la esclavitud, tenemos la impresión de que todo esto tiene lugar bajo la indiferencia general.
Aunque por desgracia esto es cierto en gran parte, quisiera mencionar el gran trabajo silencioso que muchas congregaciones religiosas, especialmente femeninas, realizan desde hace muchos años en favor de las víctimas. Estos Institutos trabajan en contextos difíciles, a veces dominados por la violencia, tratando de romper las cadenas invisibles que tienen encadenadas a las víctimas a sus traficantes y explotadores; cadenas cuyos eslabones están hechos de sutiles mecanismos psicológicos, que convierten a las víctimas en dependientes de sus verdugos, a través del chantaje y la amenaza, a ellos y a sus seres queridos, pero también a través de medios materiales, como la confiscación de documentos de identidad y la violencia física. La actividad de las congregaciones religiosas se estructura principalmente en torno a tres acciones: la asistencia a las víctimas, su rehabilitación bajo el aspecto psicológico y formativo, y su reinserción en la sociedad de destino o de origen.
Este inmenso trabajo, que requiere coraje, paciencia y perseverancia, merece el aprecio de toda la Iglesia y de la sociedad. Pero, naturalmente, por sí solo no es suficiente para poner fin al flagelo de la explotación de la persona humana. Se requiere también un triple compromiso a nivel institucional de prevención, protección de las víctimas y persecución judicial contra los responsables. Además, como las organizaciones criminales utilizan redes globales para lograr sus objetivos, la acción para derrotar a este fenómeno requiere un esfuerzo conjunto y también global por parte de los diferentes agentes que conforman la sociedad.
Los Estados deben vigilar para que su legislación nacional en materia de migración, trabajo, adopciones, deslocalización de empresas y comercialización de los productos elaborados mediante la explotación del trabajo, respete la dignidad de la persona. Se necesitan leyes justas, centradas en la persona humana, que defiendan sus derechos fundamentales y los restablezcan cuando son pisoteados, rehabilitando a la víctima y garantizando su integridad, así como mecanismos de seguridad eficaces para controlar la aplicación correcta de estas normas, que no dejen espacio a la corrupción y la impunidad. Es preciso que se reconozca también el papel de la mujer en la sociedad, trabajando también en el plano cultural y de la comunicación para obtener los resultados deseados.
Las organizaciones intergubernamentales, de acuerdo con el principio de subsidiariedad, están llamadas a implementar iniciativas coordinadas para luchar contra las redes transnacionales del crimen organizado que gestionan la trata de personas y el tráfico ilegal de emigrantes. Es necesaria una cooperación en diferentes niveles, que incluya a las instituciones nacionales e internacionales, así como a las organizaciones de la sociedad civil y del mundo empresarial.
Las empresas,[6] en efecto, tienen el deber de garantizar a sus empleados condiciones de trabajo dignas y salarios adecuados, pero también han de vigilar para que no se produzcan en las cadenas de distribución formas de servidumbre o trata de personas. A la responsabilidad social de la empresa hay que unir la responsabilidad social del consumidor. Pues cada persona debe ser consciente de que «comprar es siempre un acto moral, además de económico».[7]
Las organizaciones de la sociedad civil, por su parte, tienen la tarea de sensibilizar y estimular las conciencias acerca de las medidas necesarias para combatir y erradicar la cultura de la esclavitud.
En los últimos años, la Santa Sede, acogiendo el grito de dolor de las víctimas de la trata de personas y la voz de las congregaciones religiosas que las acompañan hacia su liberación, ha multiplicado los llamamientos a la comunidad internacional para que los diversos actores unan sus esfuerzos y cooperen para poner fin a esta plaga.[8] Además, se han organizado algunos encuentros con el fin de dar visibilidad al fenómeno de la trata de personas y facilitar la colaboración entre los diferentes agentes, incluidos expertos del mundo académico y de las organizaciones internacionales, organismos policiales de los diferentes países de origen, tránsito y destino de los migrantes, así como representantes de grupos eclesiales que trabajan por las víctimas. Espero que estos esfuerzos continúen y se redoblen en los próximos años.
Globalizar la fraternidad, no la esclavitud ni la indiferencia
6. En su tarea de «anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad»,[9] la Iglesia se esfuerza constantemente en las acciones de carácter caritativo partiendo de la verdad sobre el hombre. Tiene la misión de mostrar a todos el camino de la conversión, que lleve a cambiar el modo de ver al prójimo, a reconocer en el otro, sea quien sea, a un hermano y a una hermana en la humanidad; reconocer su dignidad intrínseca en la verdad y libertad, como nos lo muestra la historia de Josefina Bakhita, la santa proveniente de la región de Darfur, en Sudán, secuestrada cuando tenía nueve años por traficantes de esclavos y vendida a dueños feroces. A través de sucesos dolorosos llegó a ser «hija libre de Dios», mediante la fe vivida en la consagración religiosa y en el servicio a los demás, especialmente a los pequeños y débiles. Esta Santa, que vivió entre los siglos XIX y XX, es hoy un testigo ejemplar de esperanza[10] para las numerosas víctimas de la esclavitud y un apoyo en los esfuerzos de todos aquellos que se dedican a luchar contra esta «llaga en el cuerpo de la humanidad contemporánea, una herida en la carne de Cristo».[11]
En esta perspectiva, deseo invitar a cada uno, según su puesto y responsabilidades, a realizar gestos de fraternidad con los que se encuentran en un estado de sometimiento. Preguntémonos, tanto comunitaria como personalmente, cómo nos sentimos interpelados cuando encontramos o tratamos en la vida cotidiana con víctimas de la trata de personas, o cuando tenemos que elegir productos que con probabilidad podrían haber sido realizados mediante la explotación de otras personas. Algunos hacen la vista gorda, ya sea por indiferencia, o porque se desentienden de las preocupaciones diarias, o por razones económicas. Otros, sin embargo, optan por hacer algo positivo, participando en asociaciones civiles o haciendo pequeños gestos cotidianos –que son tan valiosos–, como decir una palabra, un saludo, un «buenos días» o una sonrisa, que no nos cuestan nada, pero que pueden dar esperanza, abrir caminos, cambiar la vida de una persona que vive en la invisibilidad, e incluso cambiar nuestras vidas en relación con esta realidad.
Debemos reconocer que estamos frente a un fenómeno mundial que sobrepasa las competencias de una sola comunidad o nación. Para derrotarlo, se necesita una movilización de una dimensión comparable a la del mismo fenómeno. Por esta razón, hago un llamamiento urgente a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y a todos los que, de lejos o de cerca, incluso en los más altos niveles de las instituciones, son testigos del flagelo de la esclavitud contemporánea, para que no sean cómplices de este mal, para que no aparten los ojos del sufrimiento de sus hermanos y hermanas en humanidad, privados de libertad y dignidad, sino que tengan el valor de tocar la carne sufriente de Cristo,[12] que se hace visible a través de los numerosos rostros de los que él mismo llama «mis hermanos más pequeños» (Mt 25,40.45).
Sabemos que Dios nos pedirá a cada uno de nosotros: ¿Qué has hecho con tu hermano? (cf. Gn 4,9-10). La globalización de la indiferencia, que ahora afecta a la vida de tantos hermanos y hermanas, nos pide que seamos artífices de una globalización de la solidaridad y de la fraternidad, que les dé esperanza y los haga reanudar con ánimo el camino, a través de los problemas de nuestro tiempo y las nuevas perspectivas que trae consigo, y que Dios pone en nuestras manos.
Vaticano, 8 de diciembre de 2014

FRANCISCO

[1] N. 1. [2] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2014, 2.
[3] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 11.
[4] Cf. Discurso a la Asociación internacional de Derecho penal, 23 octubre 2014: L’Osservatore Romano, Ed. lengua española, 31 octubre 2014, p. 8.
[5] Discurso a los participantes en el encuentro mundial de los movimientos populares, 28 octubre 2014: L’Osservatore Romano, Ed. lengua española, 31 octubre 2014, p. 3.
[6] Cf. Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz, La vocazione del leader d’impresa. Una riflessione, Milano e Roma, 2013.
[7] Benedicto XVI, Cart. enc. Caritas in veritate, 66.
[8] Cf. Mensaje al Sr. Guy Ryder, Director general de la Organización internacional del trabajo, con motivo de la Sesión 103 de la Conferencia de la OIT, 22 mayo 2014: L’Osservatore Romano, Ed. leng. española 6 junio 2014, p. 3.
[9] Benedicto XVI, Carta. enc. Caritas in veritate, 5.
[10] «A través del conocimiento de esta esperanza ella fue “redimida”, ya no se sentía esclava, sino hija libre de Dios. Entendió lo que Pablo quería decir cuando recordó a los Efesios que antes estaban en el mundo sin esperanza y sin Dios» (Benedicto XVI, Carta. enc. Spe salvi, 3).
[11] Discurso a los participantes en la II Conferencia internacional sobre la Trata de personas: Church and Law Enforcement in partnership, 10 abril 2014: L’Osservatore Romano, Ed. leng. española 11 abril 2014, p. 9; cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 270.
[12] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24; 270.

martes, 23 de diciembre de 2014

Un Niño nos ha sido dado. Mensaje de Navidad del Obispo de Melo


“Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado”

Palabras sencillas, que expresan un acontecimiento que transforma la vida de una familia. Un niño nos ha nacido. Una vida humana nueva ha entrado a este mundo. Ha terminado felizmente su gestación y ha sido dado a luz por su madre.
Llega y trastoca alegremente la vida de la casa. Sus ojos exploran ese universo que se abre ante ellos, poblados de cosas totalmente nuevas y de otros ojos que lo contemplan.
El niño recién nacido nos invita a hacernos niños con él, a crecer con él. A darnos una segunda oportunidad en la vida. Volver a empezar.
Un hijo nos ha sido dado. Ha llegado como un don. Es nuestro, pero lo hemos recibido. No podemos hacer de él cualquier cosa. Lo recibimos con gratitud y respeto, con inquietud y esperanza. ¿Qué llegará a ser de este niño? ¿Quiénes están preparados para su misión de padres, su misión de primeros educadores de sus hijos? Nadie está bien preparado… pero nadie lo hará mejor que ellos. Nadie puede amarlo más que ellos. El don trae una misión.

“Encontrarán a un recién nacido envuelto en pañales, acostado en un pesebre”

El niño que llega para María y José es perfectamente humano. No hay ninguna apariencia. Los pañales no son un adorno. Tienen su función a cumplir. El pesebre no es un detalle pintoresco: es el cajón de madera donde se coloca la comida de los animales. El niño que reposa en la improvisada y humilde cuna es el Hijo de Dios Padre. La Palabra eterna del Padre que se ha hecho carne. Se ha hecho uno de los nuestros. Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado. No sólo para María y José: para toda la familia humana.
Ya sucedió, hace más de dos mil años. Pero recordarlo, celebrarlo, es volver a introducirnos en ese misterio de la Navidad. ¿Por qué, para qué, Dios se ha hecho hombre? ¿Por qué ha tomado ese camino de humildad para llegar a nosotros?
Se ha hecho hombre para, de ese modo, unirse a cada uno y cada una de nosotros. Para decirnos así lo importante que es para Dios cada persona humana, cada uno de sus hijos e hijas, sin distinción ninguna.
Como niño pequeño que se ha hecho, necesita del amor de sus padres. Como Dios que se ha hecho niño, nos está mostrando hasta dónde llega el amor de Dios. Y llegaría aún mucho más lejos. Ese nacimiento en la periferia está anunciando también la muerte en los márgenes de la ciudad.

“Les anuncio una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo”

La noticia es para todos, pero quienes la reciben primero son los humildes. Y los que están despiertos, hay que añadir. Los pastores que, por turnos, vigilaban sus rebaños durante la noche.
Nace humilde, se anuncia a los humildes, para desde allí llegar a todo el pueblo. Muchas veces Jesús repetirá su consejo: estén despiertos, manténgase en vela.
Jesús sigue llegando a nosotros en cada persona (amigable o aún odiosa) y en cada acontecimiento (grato o aún ingrato). Sólo estando despiertos es posible reconocer esa Presencia, a veces escondida a los sentidos y sólo visible a la mirada de la fe.
Sólo estando despiertos es posible reconocerlo y servirlo. En su meditación sobre el nacimiento de Jesús, San Ignacio de Loyola nos propone introducirnos en la escena, como “un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplándolos y sirviéndoles en sus necesidades”. En criollo, como un gurí o una gurisa para los mandados, expectantes, atentos a la indicación, al pedido. Acerquémonos, igual que los pastores, al misterio de Belén, y preguntémonos qué “mandado” tiene el Señor para nosotros. Es posible que el camino que tengamos que recorrer para cumplirlo esté en primer lugar, dentro de nuestro propio corazón. Tal vez nos mande buscar dónde pusimos el respeto, la consideración, la solidaridad… el amor por los semejantes, por el prójimo. Vayamos a buscarlos y pongámoslos otra vez en juego. En nuestra familia en primer lugar, pero también en la gran familia humana de la que formamos parte. Hagamos que sea para todos una Feliz Navidad.

+ Heriberto Bodeant, Obispo de Melo




sábado, 20 de diciembre de 2014

Los niños nacen (una reflexión para estos tiempos de Adviento y Navidad)


He “atendido” a muchos chicos y chicas entre sus 18 y 25 años, como profesor y confidente. Los he visto sufrir al extremo su búsqueda del amor sincero, sus expectativas frustradas, sus problemas vocacionales, sus peleas con sus padres, sus angustias, sus obsesiones, sus fobias, sus corazones abiertos, heridos y anhelantes, y su escepticismo, su desencanto, su rabia, su llanto.

Diez o veinte años después, los veo, a muchos de ellos, felices, radiantes, colocando las fotos de sus hijos en Facebook. Es como si todo hubiera sido curado, redimido, por esos dos ojitos indescriptiblemente bellos. Y no es que nacieran de una primera relación perfecta. Muchos de ellos nacieron cuando no eran deseados, de la pareja odiada o repentina, de la situación difícil, del imbécil con el que no sé cómo me casé, de la loca esa, etc. Otros nacen de una mejor relación, pero después de muchos años de frustración y búsqueda en todo sentido.

Pero nacen.

La vida se abre paso. Allí, en el medio de todos nosotros, los neuróticos woodyallinescos que lo trajimos al mundo, está él, el divino perverso polimorfo, poli-morfando todo y mirando divertido a estos locos adultos que constituyen su insólito mundo. Allí, en medio del abuelo con pañales, de la tía soltera e histeroide que dice “suerte que no me casé”, del padre que no entiende nada, de la madre que abraza desesperadamente a su niño, su único hombre confiable; en medio de tíos con cara de poker y sobrinos mirando todo el día a su celular, en medio de todo ellos, en medio de todos nosotros, con nuestro presente pintoresco y nuestro pasado angustioso, está el. El niño. El nació. Y con su vida, con sus llantos, sonrisas y miradas, con el pipí que sale para cualquier lado y su olorosa y adorable caquita, con sus gu-gu, ga-ga, gue-gue, que anuncian el habla que está aprendiendo, con su fiebre que sube y que baja, con su quedarse dormido en nuestros brazos, derritiendo nuestras entrañas, con todo eso, parece decirnos que… Basta. Que la vida sigue, que no hay tiempo para angustias. El bebé parece redimir nuestro aferramiento a la neurosis. El pone las cosas en su lugar y le da a todo su justa importancia. Ya no hay tiempo para nuestros pequeños odios, rencores y pases de factura; algunos parientes que parecían ser una molestia de repente dejarán de serlo y otros se borrarán de golpe, y sabremos apreciar la diferencia entre ayudar y molestar, entre hablar y decir sandeces, entre tomar decisiones o vivir paralizados en duelos no resueltos. No, ya no hay tiempo: ellos mandan y si somos neuróticos normales sabremos obedecer.

Pero cuidado, no es automático, y no es mágico. Si nos distraemos, puede ser un parche que dure un buen tiempo, pero cuando el último pájaro vuele del nido, volveremos a lo de siempre. ¿No era un tiempo para recomenzar? Cuando ese bebé tenga 40 y sea igual de tonto que nosotros, ¿no habremos pasado nuestra amargura de una generación a otra? Ese nacimiento, ¿no era un momento para crecer nosotros también? Y de ese crecimiento, ¿no saldrá acaso un diálogo cotidiano, diario, permanente, al principio como canción de cuna y luego como la mirada verdaderamente adulta que el hijo necesita? Y de ese crecimiento, de ese haberse dejado transformar por la vida, ¿no saldrán años con más sabiduría? También he visto amigos de mi edad que han convertido su paternidad en una ofrenda y aunque estén más gordos, su mirada ha aligerado el peso de sus neurosis juveniles. Y sus hijos, aunque humanos, tienen la mirada hacia adelante.

Los niños nacen. Como la luz del sol en una mañana de verano, ellos limpian y cauterizan las heridas de nuestro corazón: sus ojos limpian los nuestros. Pero no mágicamente. Cuando nazca tu niño, hazte niño y crece con él. Es una segunda vida, una segunda oportunidad, una bendición, una verdadera redención.

Gabriel Zanotti
Filósofo y docente argentino.
Reflexión tomada de su blog Filosofía para mí.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Recordando a María del Carmen: Vacunación en Merinos (Paysandú - Río Negro)

Camino cerca de Merinos (Foto: Andrés Álvaro Rodríguez)
En el día de hoy se cumple un año del fallecimiento de mi madre, María del Carmen Fernández de Bodeant. Como lo hiciera el 20 de octubre, día de su cumpleaños, comparto con Uds. uno de sus relatos. Este pertenece a los años en que los centros de salud de Fray Bentos y Young, en actuación coordinada, completaron al 100 % la vacunación del departamento.
Si bien la localidad de Merinos se encuentra en su mayor parte en el departamento de Paysandú, la vacunación de los niños correspondía a Río Negro, de modo que hasta allá marcharon las vacunadoras. Esto es lo que cuenta María del Carmen.

“El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar”
Salmo 22

Cuando comenzamos a vacunar la zona rural, solicitamos la lista de escuelas de Río Negro y entre ellas estaba Merinos, cuya población está compartida con Paysandú y a más de 100 Km de Young.
Llegar a Merinos sólo fue posible gracias a la colaboración de la IMRN. En los primeros tiempos aún no contábamos con el Volkswagen que luego nos fue asignado, ni tampoco con nuestro chofer Omar.
En la primera visita nos acercamos a la policlínica de Salud Pública que depende de Paysandú y su encargada, Sra. Argentina Torres, nos brindó el lugar para trabajar, su colaboración para citar a vacunación a los niños que aún no iban a la escuela y el calor de su simpatía.
Al comenzar a fichar los numerosos niños, nos sorprendieron sus nombres tomados de la Biblia, desde Dina (*) hasta Azarael, "corredor de Dios" (**) y los grupos familiares de hasta tres menores de 5 años, además de un lactante. Pero cuando solicitamos los carnés de vacuna, el 90% no tenía. Simplemente no estaban vacunados. El resto sólo tenía la BCG recibida al nacer.
Una madre nos explicó la causa. La mayoría de los niños nacían en domicilio en Merinos asistidos por la abuela paterna. “Pero” –señaló dos familias– “en estos casos, la suegra está enferma y ya no parterea más, por eso tuvieron que ir al Hospital de Guichón y fueron vacunados al nacer.”
“Pero si ustedes pueden ir a Guichón, ¿por qué no llevan sus hijos a vacunar?”
“El Señor nos protege”, fue la respuesta.
“De acuerdo, pero nosotras hemos tenido que vencer muchas dificultades para llegar hasta aquí, y debemos suponer que fue la voluntad de Dios que lo lográramos, de modo que en adelante esperamos que concurran a las citas”.
Nunca tuvimos problemas para vacunar en Merinos. Respetamos su Fe, educamos sin menoscabar su forma de vida y las madres nos demostraron su confianza. También visitamos al Pastor del grupo religioso y vacunamos sus hijos, después que él nos declarara:
"Mis hijos no necesitan ser vacunados, porque el Señor los protege; pero nosotros cumplimos las leyes" (***).
Habíamos llevado, como una exageración, 20 dosis de vacuna triple viral (sarampión, rubéola, paperas) que se administra al año de vida y no alcanzó para todos los menores de tres años.
Lo que nos maravilló fue que no tuvieron ningún caso de sarampión, porque en esa época aún se veían epidemias.
Por razón de distancia, no podíamos ir todos los meses, así que se acordó con Paysandú de alternar las visitas y algunas mamás fueron a Guichón.
Y entonces comenzaron los problemas con la sección Computación. En Merinos la división entre ambos departamentos se hace por la vía férrea. Del lado rionegrense están la escuela, el juzgado y pocas viviendas, el resto pertenece a Paysandú.
Paysandú y Guichón empleaban su código (K) para registrar a todo habitante de Merinos, y nosotras a todo inscripto en nuestro juzgado con la (L) de Río Negro.
Frente al número de boletas rechazadas por la computadora, y aprovechando que mensualmente concurría al MSP, solicité de CHLA autorización y comenzamos a trabajar con su personal, mediante el fichero de Merinos y el cuaderno de Juzgado, eliminando dudas y clarificando la respectiva dependencia departamental, lo que redundó en trabajo armónico.
En 1988 la CHLA impuso el uso de fichero, visitas a juzgado y el uso de la “ficha viajera” para comunicar datos de niños trasladados, fallecidos, o que hubiesen sido vacunados fuera de su lugar habitual.
El 30 de noviembre de 1989, fueron citados todos los vacunadores de seis departamentos, incluyendo Río Negro, para recibir un “Testimonio de Reconocimiento” otorgado por MSP, OMS y OPS (Oficina Panamericana de la Salud) por haber logrado el 100% de vacunación de los niños nacidos en 1987 y 1988, base para cumplir el lema de “Salud para todos en el año 2000”.
Cuando Young pasó a recibir sus testimonios, fue aclamado, haciendo que el Dr. Raúl Ugarte preguntase el motivo.
“Por ser tan colaboradores, Sr. Ministro” fue la respuesta.
Hoy, como ayer y tal vez mañana, Young, seguirá obteniendo reconocimientos, porque todo el equipo de la salud trabaja para el bien de la población, y porque lo hace como “amigo”, “fraterno”, “solidario” y sobre todo con calidez humana ¡Adelante Young!

 NOTAS:
(*) Hija de Jacob y Lía, Génesis 30,21

(**) Jefe de la tribu de Dan, hijo de Yerojam. Primer libro de las Crónicas, 27,22

(***) Pocos años antes de esto, creo que en enero del 82, siendo yo seminarista, visité Merinos en una misión y conocí al pastor. Su congregación era "Asamblea Apostólica de la Fe en Cristo Jesús", y tenía una hija llamada Damaris. "¿En qué lugar de la Biblia está ese nombre?" nos preguntó a los seminaristas... no supimos. "Aparece una sola vez, en Hechos 17,34". Efectivamente, esa es la mujer que, junto con un hombre llamado Dionisio, está entre los pocos que se convierten después de escuchar la predicación de San Pablo en Aréopago de Atenas.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Mensaje a los jóvenes que egresan de 4º año (Bachillerato), generación 2014

Tener, Hacer, Ser

Queridos jóvenes:

En estos días, Uds. están cerrando una etapa de su vida.
Culminan su tiempo de estudio en esta casa.
Algunos de Uds. han recorrido aquí todo su camino educativo, desde la educación inicial. Otros se fueron agregando en primaria y finalmente en secundaria.
Pero, más allá de eso, están terminando juntos y eso los convierte, para nuestro Liceo, en la generación 2014.

Para la totalidad o la mayor parte de Uds. los estudios continuarán en otros ámbitos. Pero lo que vivieron aquí, en esta etapa de su vida, quedará como un sello, una marca que compartirán, como compañeros y como ex alumnos de esta institución.

Los próximos años los harán entrar en un proceso de hacerse plenamente dueños de sus vidas, responsables de su propio sustento y aún capaces de sostener la familia que formen.

En esta tarde yo quisiera dejarles tres preguntas, para que Uds. se las lleven. Tres preguntas, pero también alguna pista para responder, aunque la respuesta definitiva la dará cada uno de Uds. con aquello que vaya eligiendo a lo largo de la vida.

La primera pregunta no es la que me gusta más, pero creo que es bueno hacérsela: ¿Qué quiero tener? Es una pregunta que tiene que ver con las cosas, con el lugar de las cosas en mi vida, con el lugar de las cosas en mi relación con los demás. ¿Han tenido hasta hoy todo lo que han querido tener? Estoy hablando de cosas: ropa, calzado, aparatos… ¿Cómo lo han conseguido? ¿Ha alcanzado con pedirlo y, sin más, recibirlo? ¿Les ha tocado ya saber esperar, saber elegir, saber dar algo a cambio, o incluso han llegado a ganar algo de lo que tienen? Por otro lado, ustedes ya han vivido lo suficiente para saber que muchas cosas que parecían tan lindas, tan interesantes, cuando llegamos a tenerlas no nos dieron lo que parecían prometer. No nos hicieron más felices. La generación de ustedes sabe bien que las pequeñas maravillas tecnológicas muy pronto se hacen obsoletas. Hay tantas cosas que quisiera tener… pero ¿realmente las necesito? Puede que sí, puede que tenga que hacer un esfuerzo para tenerlas. Puede ser también que empiece a descubrir que hay cosas grandes que no se obtienen sin mucho esfuerzo. ¿Cómo voy a llegar a tener un día mi propia casa? Sí, hay que hacerse la pregunta “¿Qué quiero tener?”.

La segunda pregunta tiene, en parte, que ver con la primera. Porque para tener algunas cosas, tengo que hacer algo. La pregunta es, precisamente: ¿Qué quiero hacer? Pero es una pregunta más grande. ¿Qué quiero hacer en la vida? ¿A qué me voy a dedicar? ¿En qué voy a trabajar? ¿Cómo me voy a ganar la vida? Resolver eso es importante. No seré realmente adulto hasta que pueda decir que soy capaz de sustentarme, que no dependo de mi familia, que puedo, incluso, pensar en formar una familia. Pero hay todavía más. Puedo pensar qué hacer para resolver eso, o puedo pensar en hacer algo que valga la pena, que deje una huella en la sociedad. Dejar algo construido, dejar el recuerdo de una manera de trabajar, llegar a un nivel de excelencia en lo que haga. Sentirme realizado a través de lo que hago.

Y esto lleva a la tercera pregunta, que es la más profunda. ¿Qué quiero ser? A veces se confunde lo que quiero ser con lo que quiero hacer, pero no es lo mismo. Lo que soy es lo que le da su valor más alto a mi persona.

Entonces ¿qué quiero ser? Cada ser humano que viene a este mundo está llamado a ser persona. Cada uno de nosotros es alguien único, con talentos, capacidades, posibilidades a desarrollar. Nos vamos haciendo personas en la medida en que vamos abriendo, desenvolviendo todo aquello que traemos en nuestra relación con los demás.

Cada uno de nosotros tiene delante la tentación de encerrarse dentro de sí mismo, de mirar solamente para sí. La tentación de ver a los demás como cosas, que puedo utilizar para lo que me conviene.

Crezco como persona cuando me abro a los demás, cuando descubro el valor que tiene cada uno, cuando voy aprendiendo a expresarme y a darme en la colaboración, la solidaridad, la amistad, el amor. Ser parte viva, activa, de una familia, de una comunidad, de una sociedad.

Crezco como persona cuando en esa relación con los demás me voy descubriendo también a mí mismo. Me voy conociendo. Conozco mis límites y mis posibilidades. Descubro donde estoy realmente, para mirar más lejos, para ir más allá. En la antigüedad los romanos, que construyeron un gran imperio, creían que el mundo terminaba en el lugar que el mar Mediterráneo sale al océano. En ese lugar del mapa, los romanos escribían “non plus ultra”: no más allá. De ahí para adelante ya no se puede ir. Y así fue, hasta que alguien dijo “plus ultra”. Sí, se puede ir más allá. Y por eso América es lo que es hoy. Cada uno tiene que descubrir su “plus ultra”, ese más allá hacia dónde ir, ese horizonte que se pone en la vida para seguir caminando, siempre un poco más cerca, lo alcance del todo o no.

Crezco como persona cuando descubro y me relaciono con el que está más allá de todo: con Dios. Para quienes somos cristianos, hay alguien que nos ha traído cerca a ese Dios que puede parecer tan lejano: Jesucristo, el hijo de Dios. En la Navidad que ya está cerca, celebramos eso: el Dios-con-nosotros. La fe que pudimos tener cuando niños tiene que crecer con nosotros. Tenemos un alma, tenemos una vida espiritual que también tiene que crecer, tiene que ser alimentada.

Queridos jóvenes, no tengan miedo de hacer preguntas, pero, sobre todo, no tengan miedo de hacerse preguntas, de buscar ustedes mismos sus respuestas. Que todo eso los ayude a tomar buenas decisiones para su vida, para que lleguen a ser personas que dejen en esta ciudad, en este país o aún en el mundo, una huella que haga que los recuerden siempre con respeto, admiración y cariño, como personas de las que de verdad se pueda decir que fueron personas de bien.

Muchas gracias.

+ Heriberto, Obispo de Melo

martes, 2 de diciembre de 2014

Declaración conjunta del Papa Francisco y el Patriarca Bartolomé


"Nosotros, el Papa Francisco y el Patriarca Ecuménico Bartolomé I, expresamos nuestra profunda gratitud a Dios por el don de este nuevo encuentro que, en presencia de los miembros del Santo Sínodo, del clero y de los fieles del Patriarcado Ecuménico, nos permite celebrar juntos la fiesta de san Andrés, el primer llamado y hermano del Apóstol Pedro.
Nuestro recuerdo de los Apóstoles, que proclamaron la buena nueva del Evangelio al mundo mediante su predicación y el testimonio del martirio, refuerza en nosotros el deseo de seguir caminando juntos, con el fin de superar, en el amor y en la verdad, los obstáculos que nos dividen.
Durante nuestro encuentro en Jerusalén del mayo pasado, en el que recordamos el histórico abrazo de nuestros venerados predecesores, el Papa Pablo VI y el Patriarca Ecuménico Atenágoras, firmamos una declaración conjunta. Hoy, en la feliz ocasión de este nuevo encuentro fraterno, deseamos reafirmar juntos nuestras comunes intenciones y preocupaciones.
Expresamos nuestra resolución sincera y firme, en obediencia a la voluntad de nuestro Señor Jesucristo, de intensificar nuestros esfuerzos para promover la plena unidad de todos los cristianos, y sobre todo entre católicos y ortodoxos.
Además, queremos apoyar el diálogo teológico promovido por la Comisión Mixta Internacional que, instituida hace exactamente treinta y cinco años por el Patriarca Ecuménico Dimitrios y el Papa Juan Pablo II aquí, en el Fanar, está actualmente tratando las cuestiones más difíciles que han marcado la historia de nuestra división, y que requieren un estudio cuidadoso y detallado.
Para ello, aseguramos nuestra ferviente oración como Pastores de la Iglesia, pidiendo a nuestros fieles que se unan a nosotros en la común invocación de que ‘todos sean uno,... para que el mundo crea’.
Expresamos nuestra preocupación común por la situación actual en Irak, Siria y todo el Medio Oriente. Estamos unidos en el deseo de paz y estabilidad, y en la voluntad de promover la resolución de los conflictos mediante el diálogo y la reconciliación.
Si bien reconocemos los esfuerzos realizados para ofrecer ayuda a la región, hacemos al mismo tiempo un llamamiento a todos los que tienen responsabilidad en el destino de los pueblos para que intensifiquen su compromiso con las comunidades que sufren, y puedan, incluidas las cristianas, permanecer en su tierra nativa.
No podemos resignarnos a un Medio Oriente sin cristianos, que han profesado allí el nombre de Jesús durante dos mil años. Muchos de nuestros hermanos y hermanas están siendo perseguidos y se han visto forzados con violencia a dejar sus hogares. Parece que se haya perdido hasta el valor de la vida humana, y que la persona humana ya no tenga importancia y pueda ser sacrificada a otros intereses. Y, por desgracia, todo esto acaece por la indiferencia de muchos.
Como nos recuerda san Pablo: ‘Si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él’. Esta es la ley de la vida cristiana, y en este sentido podemos decir que también hay un ecumenismo del sufrimiento. Así como la sangre de los mártires ha sido siempre la semilla de la fuerza y la fecundidad de la Iglesia, así también el compartir los sufrimientos cotidianos puede ser un instrumento eficaz para la unidad.
La terrible situación de los cristianos y de todos los que están sufriendo en el Medio Oriente, no sólo requiere nuestra oración constante, sino también una respuesta adecuada por parte de la comunidad internacional.
Los retos que afronta el mundo en la situación actual, necesitan la solidaridad de todas las personas de buena voluntad, por lo que también reconocemos la importancia de promover un diálogo constructivo con el Islam, basado en el respeto mutuo y la amistad. Inspirados por valores comunes y fortalecidos por auténticos sentimientos fraternos, musulmanes y cristianos están llamados a trabajar juntos por el amor a la justicia, la paz y el respeto de la dignidad y los derechos de todas las personas, especialmente en aquellas regiones en las que un tiempo vivieron durante siglos en convivencia pacífica, y ahora sufren juntos trágicamente por los horrores de la guerra.
Además, como líderes cristianos, exhortamos a todos los líderes religiosos a proseguir y reforzar el diálogo interreligioso y de hacer todo lo posible para construir una cultura de paz y la solidaridad entre las personas y entre los pueblos. También recordamos a todas las personas que experimentan el sufrimiento de la guerra.
En particular, oramos por la paz en Ucrania, un país con una antigua tradición cristiana, y hacemos un llamamiento a todas las partes implicadas a que continúen el camino del diálogo y del respeto al derecho internacional, con el fin de poner fin al conflicto y permitir a todos los ucranianos vivir en armonía.
Tenemos presentes a todos los fieles de nuestras Iglesias en el todo el mundo, a los que saludamos, encomendándoles a Cristo, nuestro Salvador, para que sean testigos incansables del amor de Dios. Elevamos nuestra ferviente oración para que el Señor conceda el don de la paz en el amor y la unidad a toda la familia humana.
‘Que el mismo Señor de la paz os conceda la paz siempre y en todo lugar. El Señor esté con todos vosotros’.
El Fanar, 30 de noviembre de 2014".