martes, 30 de diciembre de 2014

Ordenación Diaconal de Juan Fernando Gómez - Homilía

Aeropuerto de Carrasco, 23 de febrero de 2010.
Fernando, Juan y Reinaldo: un equipaje de expectativas e ilusiones.

Queridas hermanas, queridos hermanos,

Desde distintos lugares de la Diócesis, nos hemos reunido esta tarde en nuestra Catedral para celebrar la ordenación diaconal de Juan Fernando Gómez Carmona.

Con muchas ilusiones y expectativas Juan Fernando llegó a Uruguay el 23 de febrero de 2010, junto a otros tres seminaristas colombianos. De ellos, permanecieron en nuestra Diócesis el P. Reinaldo Medina y el P. Luis Fernando Ospina.

Juan hizo un camino más largo, con algunos paréntesis que le fueron necesarios. En ese andar pausado fue conociendo nuestra gente, nuestro Uruguay, nuestra Diócesis, con nuestras riquezas y pobrezas. Aprendiendo a saborear el mate amargo fue también aprendiendo a querernos y fue viéndose también querido por nosotros.

Por eso está hoy, aquí, dando este paso decisivo en respuesta al llamado del Señor.

Diácono significa “servidor”. Y Juan nos ha manifestado que eso es lo que desea: servir. En abril del año pasado nos escribía diciendo: “mi meta es Cristo, mi deseo es ser su servidor,  y servir donde más se necesite. Sé muy bien que la diócesis de Melo necesita operarios para trabajar en la construcción del Reino de Dios. (…) me presento una vez más y digo: ¡Aquí estoy! ¡Aquí están mis manos dispuestas a trabajar!”

Pero el servicio de Jesús va mucho más allá del trabajo, más allá de las obras y de las palabras. Jesús nos dice “Yo no he venido a ser servido sino a servir y a dar la vida en rescate por muchos” (Mt 20,28).

El servicio de Jesús es la entrega de su vida. Cuando habla, cuando enseña, cuando limpia al leproso, cuando devuelve la vista al ciego y el oído al sordo, cuando hace andar al paralítico, cuando muestra en el perdón el rostro misericordioso del Padre no sólo está “haciendo algo”: está efectivamente, realmente, entregando su propia vida. Y esa entrega culmina con lo que Él mismo define como el amor más grande: dar la vida por sus amigos. La cruz es la culminación de una vida entregada totalmente al Padre y a los hermanos. La cruz es la expresión del Amor mayor, que en la Resurrección muestra su triunfo sobre el mal y la muerte.

Esto también lo sabe Juan, y lo ha querido expresar en el versículo que acompaña su invitación, que es como el lema bajo el cual quiere asumir el ministerio diaconal que hoy recibe: “Quisiera entregarles no sólo el Evangelio, sino mi propia vida”, palabras de San Pablo a la comunidad de Tesalónica (1 Tes 2,8).

Entregar la propia vida, entregarla cada día, significa que el ministerio que recibe el diácono, el presbítero, el obispo, no es una profesión, una ocupación, algo que se desempeña como tarea dentro de unos tiempos, sino el Amor y la Gracia de Dios que nos inunda, que empapa nuestra existencia, que nos hace suyos y que, a pesar de nuestra indignidad, nos hace signo, sacramento de su presencia.

¿Cómo es posible vivir esta entrega en fidelidad a pesar de la fragilidad humana? Es posible con la Gracia de Dios. Es posible cuando es Él quien nos ha llamado. No es lo mismo querer ser sacerdote que haber sido llamado por Dios. ¿Es la voluntad de Dios o es simplemente la tuya? Esa es una pregunta que se suele hacer en el discernimiento de una vocación. Esa pregunta se la hice a Juan en un momento, y ésta fue su respuesta:
“cada vez estoy más convencido que Dios en verdad sembró una grandísima inquietud vocacional en mi corazón y me llama al ministerio consagrado; no por estatus, no por intereses de cualquier tipo; tan solo porque mi deseo es amarlo a Él, a Jesús, con un amor de predilección que trate de responder todos los días de mi vida a ese amor con el que Él me amó primero.”

Jesús nos dice hoy en el Evangelio: “Ustedes no me eligieron a Mí, sino que Yo los elegí a ustedes, y los designé para que vayan y den fruto, y que su fruto permanezca” (Jn 15,16).

Juan, esas palabras son para ti hoy. Jesús te ha elegido, no por tus méritos y cualidades (que también los tienes), sino desde su amor gratuito y misericordioso.

Te ha elegido para que lo sirvas, sirviendo a tus hermanos y hermanas, ahora como diácono, en comunión con todos los que en esta Diócesis somos también servidores. Participando en el proyecto de este Pueblo de Dios que peregrina por tierras arachanas y olimareñas. Anunciando el Evangelio y entregando tu vida cada día por todos los que viven en estos departamentos de Cerro Largo y Treinta y Tres.

Que el Señor que ha comenzado en ti su buena obra, la lleve a su perfección. (cf. Fil 1,6). ¡Amén!

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