viernes, 25 de diciembre de 2015

Navidad en el Año de la Misericordia


"Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas,
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz."

En cada Navidad recordamos el cumplimiento de estas palabras proféticas pronunciadas por el sacerdote Zacarías, padre de Juan el Bautista (Lucas 1,78-79).
"Por las entrañas de misericordia de nuestro Dios" (traducción de la Biblia de Jerusalén), la luz de Cristo ha entrado en la historia, en la vida de la humanidad.
Por el misterio de su encarnación, el hijo de Dios se ha unido en cierta forma a cada persona que viene a este mundo (Cfr. Gaudium et Spes 22).
En este Año de la Misericordia que estamos viviendo desde el pasado 8 de diciembre, contemplamos el misterio de la Navidad como manifestación del amor misericordioso del Padre.

La Misericordia de Dios se expresa en la compasión y el perdón.
El amor del Padre sale en busca del hombre extraviado desde el primer momento.
Es la misericordia la que hace que Dios llame al hombre que se ha escondido de su presencia, preguntándole “¿dónde estás?” (Génesis 3,9), para que el hombre perdido, reencontrando a su Creador, pueda reencontrarse a sí mismo.

Dios se compadece de todos nuestros sufrimientos, pero se compadece también de nuestra realidad de pecadores, necesitados de perdón, de reconciliación.

Nuestra palabra misericordia traduce dos palabras del hebreo bíblico.
La primera de esas palabras (rahamín), significa compasión y hace referencia a la matriz, al útero y, por extensión, a las entrañas, especialmente al corazón.
Esa compasión es “visceral”, es decir, no es un sentimiento liviano, sino que repercute físicamente, se “siente”. Es la compasión de la madre ante su hijo…
Pero Dios dice, “¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido.” (Isaías 19,15).

Pero esa compasión no se queda en el impulso ni en el momento. Se hace obra en favor del sufriente y del extraviado, pero esa obra continúa en el tiempo. La segunda palabra (hesed) expresa fidelidad. La fidelidad se une a la compasión dando continuidad a la acción salvadora de Dios.

Al contemplar el pesebre, no dejemos de mirar al niño Jesús como luz del mundo, manifestación de la misericordia del Padre.
Él ha bajado del Cielo, Él se ha hecho hombre, Él ha venido por nosotros y por nuestra salvación.
Cada uno de nosotros ha sido mirado por la misericordia de Dios y ha sido amado, porque la venida de Jesús es para todos, y lo recibimos cuando nos damos cuenta de que también nosotros necesitamos del perdón y de la reconciliación que Él viene a traernos.

Tocados por la Misericordia de Dios, estamos nosotros a la vez llamados a ser portadores, testigos, obreros de la Misericordia en favor de nuestros hermanos.
Al Dios compasivo y fiel le pedimos que también nosotros podamos sentir esa compasión hacia los demás y actuar en bien de ellos con fidelidad al amor misericordioso de Dios.

+ Heriberto

domingo, 20 de diciembre de 2015

La vocación sacerdotal. Releyendo la Carta a los Hebreos


A propósito de un aniversario sacerdotal, vuelvo a leer y a meditar el comienzo del capítulo 5 de la Carta a los Hebreos:
1 Porque todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados; 2 y puede sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados, por estar también él envuelto en flaqueza. 3 Y a causa de esa misma flaqueza debe ofrecer por los pecados propios igual que por los del pueblo. 4 Y nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón.
(Hebreos 5,1-4)

Llamados por Dios

Se dice del sacerdote que "es tomado", "está puesto" y, más adelante, que es "llamado por Dios". La voz pasiva indica la acción de Dios, que es quien llama, toma y dispone de aquél que Él ha llamado.
Es tomado "de entre los hombres". No nos imaginemos esos "hombres" como una multitud de individualidades que deambula sin rumbo, cada uno en lo suyo. El mundo antiguo, pero más aún el mundo del Pueblo de Dios es una comunidad. "De entre los hombres" puede significar esa comunidad. En la perspectiva cristiana, esa comunidad es mediadora del llamado de Dios. La comunidad discierne si el llamado es de Dios.

Que nos hace dignos

"Nadie se arroga tal dignidad". No hay "auto-vocación". El llamado es de Dios, quien ha recibido la vocación lo siente y la comunidad confirma. ¿Quién puede pretender ser digno de ese llamado? La liturgia nos recuerda a los sacerdotes que no somos dignos, sino que es Dios quien nos concede la dignidad: "Te damos gracias porque nos haces dignos de servir en tu presencia", reza el sacerdote en la Plegaria Eucarística II; y el obispo, cuando no tiene a su lado un concelebrante y reza por el Papa y por sí mismo, dice "y por mí, indigno servidor tuyo".

Por su Misericordia

"De entre los hombres" también hace referencia a la fragilidad propia de la condición humana. El hombre es sarx, carne, debilidad. Por eso el sacerdote "puede sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados, por estar también él envuelto en flaqueza". En este Año de la Misericordia, este versículo resuena especialmente. Cabe aquí recordar el lema del Papa Francisco: "Miserando atque eligendo" ("Lo miró con misericordia y lo eligió") tomado de una homilía de San Beda el Venerable, en referencia a la vocación de San Mateo. Los sacerdotes, los obispos, el Papa, somos elegidos por Misericordia y llamados a ser testigos de la Misericordia de Dios experimentada en nuestra propia vida.

Para hacer presente su Sacrificio único

"Debe ofrecer [sacrificios] por los pecados propios igual que por los del pueblo". El sacerdote del Antiguo Testamento tenía como función principal ofrecer los diversos tipos de sacrificios que se hacían en el templo de Jerusalén. La Carta a los Hebreos muestra que ese culto es "sombra y figura" (Hebreos 8,5) de la verdadera liturgia, que acontece en el Santuario del Cielo, donde Cristo, que se ofreció a sí mismo, "de una vez para siempre" (Hebreos 7,27), entrando en el Santuario "no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna" (Hebreos 9,12).
El sacerdote del Nuevo Testamento es el hombre de la Eucaristía. La Eucaristía es memorial (no simple recuerdo) del único sacrificio de Cristo. Cuando se celebra la Misa, la comunidad participa del sacrificio del Señor y de la redención por el obtenida.
El sacerdote está llamado no sólo a celebrar ritualmente la Eucaristía, sino a hacer eucarística su propia existencia, configurándose con Aquel que "se ofreció a sí mismo". En la ordenación sacerdotal, al entregarnos la patena con pan y el cáliz con vino y un poco de agua, el Obispo nos dice: “Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz de Cristo”.
Este llamado dirigido especialmente al sacerdote, toca también a los demás fieles, llamados también a vivir una existencia eucarística. El Evangelio está lleno de invitaciones a que nuestra vida de seguimiento de Cristo sea profunda, nazca desde muy adentro. En este Año de la Misericordia, no podemos dejar de pensar que cada una de las obras que emprendamos tiene que ser una verdadera obra de Misericordia.
El Papa Francisco, en su mensaje para la fiesta de San Cayetano en Buenos Aires, 2013, hace unas simples preguntas que marcan esa diferencia: "cuando da limosnas, ¿mira a los ojos de la gente que le da las limosnas? (... ) ¿toca la mano o le tira la moneda?" No hay verdadera Misericordia sin reconocimiento del otro, sin encuentro.

En acción de gracias con María

María canta la grandeza del Señor, cuya misericordia "alcanza de generación en generación a los que le temen" (Lucas 1,50).  En ella encontramos una vida hecha eucaristía, como lo expresara hermosamente San Juan Pablo II: " María es mujer « eucarística » con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio." (Ecclesia de Eucharistia, 53).
Termino con este párrafo de la misma encíclica:
María, con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el Calvario, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía. Cuando llevó al niño Jesús al templo de Jerusalén « para presentarle al Señor » (Lc 2, 22), oyó anunciar al anciano Simeón que aquel niño sería « señal de contradicción » y también que una « espada » traspasaría su propia alma (cf. Lc 2, 34.35). Se preanunciaba así el drama del Hijo crucificado y, en cierto modo, se prefiguraba el « stabat Mater » de la Virgen al pie de la Cruz. Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de « Eucaristía anticipada » se podría decir, una « comunión espiritual » de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles, como « memorial » de la pasión. (Ibídem, 56)
+ Heriberto 

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Votos perpetuos en los Voluntarios de la Esperanza

 
Saludo del Obispo de Melo

Ayer, 8 de diciembre, en la ciudad de Lamezia, en el sur de Italia, pronunció sus votos definitivos en la Asociación privada de Fieles Voluntarios de la Esperanza Aurora Montano. Aurora es hermana de Rosa, a quien conocemos bien en Melo, también consagrada en la misma asociación. Este es el saludo que el Obispo dirigió a Aurora, a su familia y al P. Domenico Baldo (Padre Mimmo), fundador de la Asociación.
 
Melo, 27 de noviembre de 2015
Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa
Querido P. Mimmo,
Querida familia Montano,
Querida Aurora:

¡Cómo quisiera estar con ustedes compartiendo esta jornada de alegría y esperanza!
Desde Melo, les hago llegar un cariñoso saludo y me uno en espíritu y de corazón a la Eucaristía durante la cual Aurora pronunciará sus votos definitivos como miembro de los Voluntarios de la Esperanza.

En estos días, ya cercanos al Adviento, he meditado las palabras del poeta Charles Péguy sobre las virtudes, y me he detenido contemplando la fuerza de la pequeña Esperanza:

La Fe es una esposa fiel.
La Caridad es una madre ardiente.
La Esperanza,  una niñita de nada,
que vino al mundo la Navidad del año pasado,
que juega todavía con  el abuelo Enero.
Y, sin embargo, esta niñita es la que atravesará los mundos,
esta niñita de nada.
Ella sola, llevando a las otras, es la que atravesará el mundo entero.


Semilla de mostaza, levadura en la masa, pizca de sal… el Evangelio nos recuerda permanentemente la fuerza que está dentro de las cosas pequeñas.

Aurora: gracias por tu entrega, gracias por tu testimonio de Esperanza. Gracias a tu familia, que te acompaña y apoya. Gracias al P. Mimmo, que te ha ayudado en tu caminar.

El Señor los bendiga y la Madre de la Esperanza los acompañe siempre.

Con todo afecto en Cristo,

+ Heriberto, Obispo de Melo

martes, 8 de diciembre de 2015

Francisco abrió hoy la Puerta Santa en el Jubileo de la Misericordia


En la mañana de hoy, 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, el Papa Francisco ha inaugurado el Jubileo Extraordinario de la Misericordia y ha pasado por la Puerta Santa abierta en la Basílica de San Pedro.

El próximo domingo, aquí, en nuestra catedral de Melo, se abrirá también una Puerta de la Misericordia, para que todos nuestros diocesanos, a lo largo del Año Jubilar, puedan peregrinar hasta aquí y realizar también este gesto de cruzar la puerta, el cual, realizado con la debida preparación, permite obtener la indulgencia jubilar.

Olvida el hombre a su Señor y poco a poco se desvía
Y entre angustia y cobardía va perdiéndose el amor…
Dios le habla como amigo: huye el hombre de su voz.


Esta vieja canción del P. Zezinho (“Estoy pensando en Dios”) describe la situación de la humanidad herida por el pecado. “Dios le habla como amigo: huye el hombre de su voz”.

En la primera lectura, tomada del libro del Génesis, escuchamos la historia del primer pecado, el pecado original. El pecado de aquella primera pareja humana no consistió solo en la desobediencia sino en algo más profundo: no confiaron en la Palabra que Dios les había dirigido y se dejaron seducir por el tentador, “la antigua serpiente”.

Por eso, cuando Dios les habla como amigo que llama y pregunta “¿Dónde estás?”, la pareja huye y se esconde. Los dos han roto la amistad, han perdido la familiaridad y la cercanía con Dios.
Pero Dios no ha retirado su amor ni su amistad. Dios les pregunta, y sigue preguntándonos: “¿Dónde estás?”. No porque Él no lo sepa, sino porque a veces somos nosotros los que no sabemos dónde estamos, donde nos hemos perdido.

El amor de Dios es ahora el amor misericordioso.
Como lo recordaba el Papa Francisco esta mañana en Roma:

La fiesta de la Inmaculada Concepción expresa la grandeza del amor Dios.
Él no sólo perdona el pecado, sino que en María llega a prevenir la culpa original que todo hombre lleva en sí cuando viene a este mundo.
Es el amor de Dios el que previene, anticipa y salva.
El comienzo de la historia del pecado en el Jardín del Edén desemboca en el proyecto de un amor que salva.
Las palabras del Génesis nos remiten a la experiencia cotidiana de nuestra existencia personal. Siempre existe la tentación de la desobediencia, que se manifiesta en el deseo de organizar nuestra vida al margen de la voluntad de Dios.
Esta es la enemistad que insidia continuamente la vida de los hombres para oponerlos al diseño de Dios.
Y, sin embargo, también la historia del pecado se comprende sólo a la luz del amor que perdona.
El pecado sólo se entiende con esta luz.
Si todo quedase relegado al pecado, seríamos los más desesperados de entre las criaturas, mientras que la promesa de la victoria del amor de Cristo encierra todo en la misericordia del Padre.
La palabra de Dios que hemos escuchado no deja lugar a dudas a este propósito.
La Virgen Inmaculada es para nosotros testigo privilegiado de esta promesa y de su cumplimiento.

Hasta ahí las palabras del Santo Padre, y agrego yo:
Mientras el hombre se esconde cuando Dios pregunta “¿Dónde estás?”, su hijo hecho hombre responde “Aquí estoy”.
“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”, es decir, para realizar la salvación de los hombres.
Pero ese “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” es posible gracias a las palabras de María que hemos escuchado también hoy:
“Yo soy la servidora del Señor: hágase en mí según tu palabra”.
Demos gracias al Señor por su amor, demos gracias al Señor por su Misericordia, manifestada en su hijo Jesús, el hijo de María y dispongámonos a lo largo de este año y de toda nuestra vida a recibir y a obrar misericordia. Amén.

+ Heriberto, Obispo de Melo (Homilía en la Solemnidad de la Inmaculada)