martes, 22 de marzo de 2016

"Me ha consagrado por la unción". Homilía en la Misa Crismal


“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor.”

Acabamos de escuchar estas palabras en el Evangelio. Las pronuncia Jesús, leyendo el libro del Profeta Isaías ante la comunidad reunida en la sinagoga de Nazaret.
Lo que Jesús hace no es una simple lectura, que recuerda lo que en otro tiempo dijo el profeta. Después de haber proclamado la Palabra, Jesús afirma: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”.

De esta forma, Jesús indica que él ha venido para realizar una misión. Él ha venido para llevar a todo su pueblo, especialmente a los más débiles, a los heridos, a los desconsolados, la alegría del Evangelio.

“Hoy se ha cumplido” dice Jesús, y se sigue cumpliendo. Jesús nos espera hoy. Más aún, hoy sale a nuestro encuentro. Por eso el Papa Francisco, en su carta Evangelii Gaudium, nos invita, de esta manera, “a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él” (EG 3).

Y sigue diciéndonos Francisco: “¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar; somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez” (EG 3).

Si todo momento es bueno y toda ocasión es propicia para renovar nuestro encuentro con Jesucristo o de ir al encuentro con Él, cuanto más esta Semana Santa y este Año de la Misericordia.

A partir del encuentro con Jesucristo, quienes lo hemos encontrado, somos enviados a compartir el don de la misericordia y el perdón de Dios, a compartir la alegría que provoca en nosotros el encuentro con el Señor.

Este encuentro con Jesucristo es posible hoy de muchas formas, pero de un modo privilegiado en los Sacramentos. Cada uno de los Sacramentos nos da la posibilidad de un encuentro personal con Jesucristo. Este encuentro no es solamente para nuestro beneficio y consuelo, sino para enviarnos en misión.

El Santo Crisma, aceite preparado con bálsamo, que va a ser consagrado en esta Misa, se utiliza en tres sacramentos. Tres sacramentos que, de un modo particular, preparan al cristiano para la misión.

El primero de ellos es el Bautismo. Cuando recibimos el agua bautismal nos unimos a la muerte y resurrección de Cristo, es decir, al misterio pascual, centro de nuestra fe, que celebramos en esta Semana Santa. Por el Bautismo todos los fieles estamos llamados a ser discípulos misioneros de Jesucristo (Documento de Aparecida 10). Inmediatamente después de recibir el agua del Bautismo, somos ungidos en la frente con el Santo Crisma, para que incorporados al Pueblo de Dios y permaneciendo unidos a Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey, tengamos en nosotros la semilla de la vida eterna (cf. Ritual del Bautismo). En la Vigilia Pascual renovaremos nuestras promesas bautismales, que expresan nuestro compromiso con Jesucristo.

El segundo sacramento en el que se emplea el Santo Crisma es la Confirmación. Aquí el óleo es muy importante: es la materia propia del sacramento. Nuestros hermanos brasileños llaman a la Confirmación “a crisma”, precisamente aludiendo a la unción con aceite por la que el cristiano recibe el don del Espíritu Santo. Ese don perfecciona el carácter bautismal, fortalece la pertenencia a la iglesia y hace avanzar en la madurez apostólica (DA 175). En suma, por la Confirmación estamos llamados a profundizar nuestra identidad de discípulos misioneros de Jesucristo.

Finalmente, el Santo Crisma se emplea también en el Sacramento del Orden. En la ordenación del presbítero, se ungen sus manos, que estarán al servicio de los sacramentos. En la ordenación del obispo, se unge su cabeza, expresando así que recibe la plenitud del sacerdocio. Nuevamente, la unción está acompañando la entrega de una misión.

Por eso, porque el Santo Crisma se usa también en las ordenaciones, es que en este día los miembros del Clero presentes en nuestra Diócesis, los miembros del Clero que estamos al servicio de todo el Pueblo de Dios que peregrina en Cerro Largo y Treinta y Tres, renovamos públicamente nuestras promesas ministeriales.

Así pues, al consagrar hoy el Santo Crisma y al bendecir el óleo de los catecúmenos y el de la Unción de los Enfermos que se emplearán en toda la Diócesis por todo un año, recordamos que todos los sacramentos -no solamente los que emplean estos óleos- todos los sacramentos son ocasión de encuentro personal con Jesucristo, con su amor, con su misericordia. Muy especialmente el sacramento de la Eucaristía, donde el mismo Jesús alimenta nuestra vida con su Palabra y entregándose como Pan de Vida.

Una vez más, recordemos que esos encuentros sacramentales no son sólo para nuestro bien personal, sino para enviarnos en misión en medio de nuestro pueblo.

Por eso, en esta Misa Crismal, que ha convocado a toda la Diócesis a través de las delegaciones de cada una de las comunidades, se nos envía en misión a nuestras ciudades, nuestros barrios, nuestros pueblos, nuestra campaña, para ser testigos de la Misericordia, testigos de Jesucristo. Así sea.

+ Heriberto, Obispo de Melo

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