jueves, 19 de mayo de 2016

Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote



Meditaciones en la fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, Jueves después de Pentecostés.
La primera vez que recibí una invitación para una ordenación sacerdotal, hace ya muchos, descubrí la costumbre de acompañar la invitación con un pasaje bíblico que era como el lema que había elegido quien iba a ser ordenado.
En esa tarjeta, el lema estaba tomado del capítulo 5 de la carta a los Hebreos y lo recuerdo más o menos así: “Tomado de entre los hombres para servirlos en lo que respecta a Dios” (v. 1).
Muchos años después, ya ordenado Diácono, fui invitado a preparar la ordenación sacerdotal de un compañero, en la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús de Paysandú. Tenía que hablar del sacerdocio y tomé como punto de partida ese versículo, y lo fui explicando parte por parte. El párroco, el P. Hugo Caballero, de quien algunos años más tarde yo llegaría a ser sucesor, escuchó pacientemente mi charla y cuando terminé, se paró, miró a la gente y dijo: “el sacerdote es el hombre de la Eucaristía” y con dos o tres conceptos más, cerró el tema y la velada.
Hoy, esta fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote me ha hecho reencontrar con el texto de Hebreos. Está propuesto en el Oficio de Lecturas.
La carta a los Hebreos logra hacer un difícil equilibrio entre el sacerdocio del Antiguo Testamento y el sacerdocio de Cristo. Para el autor de la carta, el sacerdocio antiguo ha quedado perimido; el viejo culto ya no tiene lugar; a partir del sacrificio y del sacerdocio de Cristo ya no tiene sentido. Pero el autor, con mucha delicadeza, da su valor al sacerdocio de la Antigua Alianza y, entendiéndolo como figuración del auténtico sacerdocio, el de Cristo, pone en relieve los aspectos más importantes y hace ver cómo, de alguna forma, continúan presentes en el sacerdocio de la Nueva Alianza.
Vamos a leer más despacio este versículo 5,1:

“Todo Sumo Sacerdote, tomado de entre los hombres, es constituido en favor de los hombres en lo tocante a las relaciones de éstos con Dios, a fin de que ofrezca dones y sacrificios por los pecados”.
Me llama la atención la expresión “tomado”. Es voz pasiva, pero es esta voz pasiva que Jesús emplea tantas veces en el Evangelio para indicar una acción de Dios: ¿por quién es “tomado” el sacerdote, sino por Dios?
El verbo griego es lambanó, que significa “tomar”, pero también “recibir”. Tiene que ver con aceptar lo que es ofrecido; pero aceptar activamente. El que recibe quiere, efectivamente, recibir lo que es ofrecido.
Entonces, en este “es tomado” hay dos movimientos. El que predomina es el de Dios, que es quién toma, pero está también el movimiento de quien se ofrece a él. Lo interesante es que aquí no hay “una ofrenda” que es tomada, sino que la ofrenda es la misma persona que es tomada por Dios.
Esto se realiza plenamente si la persona que se ofrece, se ofrece totalmente, sin reservas. Dios toma toda su vida, todo su ser: cuerpo, mente, alma. El sacerdocio no es un aspecto de la persona, es su totalidad. Jesús es quien hace la ofrenda perfecta: Él se da enteramente al Padre, sin ningún retaceo, y el Padre “lo toma” enteramente. Toda la vida de Jesús, desde su Encarnación es un mismo proceso de ofrenda, de donación al Padre. En ese sentido, toda su vida es sacerdotal, desde el principio al final, con la cruz como culminación.
Por ese camino estamos llamados a hacer nuestra propia vida sacerdotal, ofreciéndonos cada día más enteramente al Padre por medio de Jesucristo. Dejándonos tomar totalmente por Él. Dejando de ofrecer retazos de nuestra alma, de nuestra mente, de nuestro cuerpo a otros dioses, a los ídolos del placer, del tener y del poder que nos reclaman todo y no nos dan más que una ilusión de felicidad.
Un segundo aspecto es el “de entre los hombres”. No dice “de entre el Pueblo de Dios” o “de entre la Iglesia”, sino “de entre los hombres”. Se subraya la humanidad del sacerdote. Jesús asume nuestra humanidad, toma nuestra carne, se hace semejante a nosotros en todo, menos en el pecado. Nosotros no hemos sido llamados porque seamos una especie aparte. Somos humanos, y como hombres débiles y mortales estamos llamados a hacer de nuestra vida una ofrenda en unión a la ofrenda de Jesucristo.

“Puesto en favor de los hombres”. Jesús se hizo servidor de todos, y la expresión de su servicio es “dar la vida en rescate por muchos”. Nosotros estamos llamados a configurarnos con Él en esa entrega en favor de los hombres, de la humanidad. Otra vez, el lenguaje es abierto: no es “en favor de los miembros del Pueblo de Dios” o “en favor de los miembros de la Iglesia”.

“En lo tocante a las relaciones de éstos con Dios”. Se podría traducir “en relación a Dios”, pero me gusta esta traducción que hace pensar, con justicia, en el servicio sacerdotal a las relaciones de los hombres con Dios.
Para el Pueblo de Dios, la relación con Dios es la Alianza. El sacerdote es un servidor de la Alianza. Cuando el hombre con su pecado rompe la Alianza, el servicio sacerdotal es el de la Reconciliación. La celebración del día de la Expiación era una función especialísima del Sumo Sacerdote, como lo recuerda la carta a los Hebreos.
Jesucristo, como queda expresado cada vez que en la Misa el sacerdote dice las palabras de la consagración “sangre de la nueva y eterna Alianza / que será derramada por ustedes y por muchos / para el perdón de los pecados”, es el sacerdote de la Nueva Alianza. Su entrega está al servicio de las relaciones entre los hombres y Dios. Precisamente, su servicio es restablecer esa relación por su sangre derramada en la cruz, sellando “la nueva y eterna Alianza”.
Desde luego, ahí está nuestro ministerio en la Reconciliación… pero más allá de ese servicio medicinal, que restablece la Alianza, Jesús nos ha mostrado una vida entregada a llamar a los hombres a la nueva Alianza, que tiene su expresión en el Reino de Dios. Entrar en Alianza con Dios pasa por vivir en unión con Él, meditando y practicando su Palabra, participando en la vida de la Comunidad y viviendo la Eucaristía como culminación y fuente de esa vida de fe, no como un elemento aislado del conjunto de la vida.
Los sacerdotes no podemos fomentar una actitud “utilitaria” o “consumista” con Dios, es decir, la de recurrir a Él en función de nuestras necesidades y de nuestros objetivos particulares y luego retraernos, sin reparar en los dones que Él nos ha entregado para ponerlos al servicio de los demás, dentro de su proyecto de Salvación.
Somos, pues, responsables del llamado a nuevos miembros del Pueblo de la Nueva Alianza y de su crecimiento en la fe. ¿A quién dirigía Jesús sus parábolas? ¿A quién escribía Pablo sus cartas? Eso no era para una élite. Jesús hablaba abiertamente, a todo el que se acercara a escuchar. Con sus discípulos tomaba algo más de tiempo para profundizar su mensaje. Pablo no escribía a los dirigentes, sino a toda la comunidad a la que estaba destinada su carta y esa comunidad compartió el mensaje con otras comunidades. La fe de nuestras comunidades se alimenta de la Palabra y de los Sacramentos, dos formas privilegiadas que tenemos de encuentro con Jesucristo vivo.

Finalmente, tomo el versículo 5,4: “nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios”. Volvemos a la iniciativa de Dios, que es quien llama. La vocación no viene de mi yo, de mi ego, de mi deseo de ser tal o cual cosa. Viene de un horizonte que me trasciende. Viene del Dios vivo. Es penoso ver personas que “quieren ser” sacerdotes o diáconos permanentes y se consideran especialmente meritorios para ello… pero no han sido llamados.
El ministerio sacerdotal no es un premio. Es un Don, es una Gracia, pero ante todo, lo es para la comunidad.
Una tarea importante de la Pastoral Vocacional primero y del Seminario después es la de discernir las vocaciones. Hay signos que confirman ese llamado pero también signos que muestran contradicciones. Sobre esos signos se va haciendo el discernimiento, dentro de un proceso que permite ver si los signos positivos se mantienen y profundizan o al revés.
Hace años, cuando era párroco, hicimos un proceso en la comunidad para tener algunos ministros laicos. Fueron varios los propuestos. Con cada uno tuve una entrevista para ver si aceptaban y así entrar en un camino de formación. Una señora empezó diciéndome que no, “porque yo no soy digna”. Me pareció un muy buen signo, y así se lo dije. María, la Elegida por excelencia, dice, ante el anuncio del ángel, que el Señor “ha puesto los ojos en la humildad de su esclava”.

En esta fiesta le pedimos a Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, todos aquellos que hemos sido llamados a participar de su sacerdocio en favor de los hombres, poder configurarnos cada día más a Él, unirnos a Él en su eterna ofrenda al Padre.
+ Heriberto

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