jueves, 30 de junio de 2016

Beata Annunciata Cocchetti, fundadora de las Hermanas Doroteas. 25 años de su beatificación.


La Parroquia Jesús Buen Pastor de la ciudad de Melo se prepara a celebrar el próximo domingo los 25 años de la beatificación de Annunciata Cocchetti, fundadora de las Hermanas de Santa Dorotea de Cemmo, conocidas en la Diócesis sencillamente como "las Doroteas".
Las Doroteas tienen en la Diócesis de Melo dos comunidades: en la ciudad de Treinta y Tres, en el barrio 25 de Agosto, donde tienen la animación pastoral de las capillas San Francisco Javier y María Auxiliadora y en la ciudad de Melo, en la Parroquia Jesús Buen Pastor, de cuya animación pastoral son responsables.

Annunciata Cocchetti nació en Rovato, provincia de Brescia, en el norte de Italia, el 9 de mayo de 1800 y falleció en Cemmo, el 23 de marzo de 1882. Fue proclamada beata por San Juan Pablo II el 21 de abril de 1991.
Fue la tercera de los seis hijos de Marcantonio Cocchetti y Giulia Albarelli. A los siete años quedó huérfana. Primero murió su madre, víctima de neumonía y poco después su padre, que fue soldado de Napoleón. Tres hermanos murieron también antes que la madre.
Un tío se quedó con los dos hermanos que sobrevivieron y la abuela se llevó a Annunciata a su casa.
A los 17 años empezó a enseñar a niñas pobres en la casa de su abuela. A la muerte de su abuela, en 1823, va a casa de su tío en Milán. Allí se relacionó con el Beato Luca Passi, que estaba creando una congregación religiosa dedicada a la enseñanza. Esa amistad se mantuvo hasta la muerte de él en 1886.
Los caminos de su vida le fueron mostrando a Annunciata la voluntad de Dios. Descubrió su vocación y misión: dedicar su vida a la educación de los pobres. Pero esto no lo haría sola. En 1842 inicia la congregación con otras dos mujeres que sintieron el mismo llamado. La congregación fue aprobada en 1855 por el Obispo de Brescia.
Su beatificación fue posible por el milagro de la curación de una niña de 13 años, Bortolina Milesi, que sufría severos problemas en el intestino que hubieran sido fatales de no ser por la intercesión de Annunciata. El milagro, después del largo proceso de investigación fue reconocido como genuino por Juan Pablo II en 1990.

miércoles, 29 de junio de 2016

Comunión y Misión: San Pedro y San Pablo

San Pedro y San Pablo. Ícono ruso, S. XVIII
Cada año, la Iglesia celebra el 25 de enero la fiesta de la Conversión de San Pablo y el 22 de febrero la fiesta de la Cátedra de San Pedro.
De esa manera, en esos días (que, la verdad, en nuestro hemisferio sur pasan a veces un poco diluidos en los calores del verano) celebramos un aspecto importante de la vida de cada uno de esos dos santos.
Alguien ha señalado que son aspectos contrapuestos (no opuestos, pero sí diferentes y que pueden ser complementarios)
La cátedra, es decir la silla desde la que se enseña (de ahí viene “catedral”, es decir la Iglesia donde está la cátedra del Obispo) nos habla de estabilidad, y nos recuerda la particular misión confiada por Jesús a Pedro: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18); “he rogado por ti, para que tu fe no falle; y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos.” (Lc 22,32). Es la misión de confirmar, asegurar, fortalecer la comunión en la misma fe. Es la fe en la que Pedro ha proclamado “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mt 16,16).
Si la cátedra sugiere la estabilidad, la conversión es cambio, dinamismo: un movimiento en lo más profundo del ser, un “dar vuelta” la vida. Pablo pasa de perseguir a Cristo (“Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”, Hch 9,4) a entregar a Cristo su vida al punto de decir “Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).

Así pues, celebramos la Cátedra de San Pedro y la Conversión de San Pablo; pero en el día de hoy celebramos solemnemente y conjuntamente a los dos santos.
¿Por qué juntos? El prefacio de la Misa de este día nos da una explicación: “Ambos congregaron, por diversos caminos, a la única familia de Cristo y, coronados por un mismo martirio, son igualmente venerados por tu pueblo.”
Cuando los Obispos somos convocados a Roma para encontrarnos con el Santo Padre y con los diferentes organismos que colaboran con él en el gobierno de la Iglesia, se nos invita a una visita “ad limina apostolorum” es decir “a los umbrales de los apóstoles” para indicar las basílicas donde están las tumbas de los dos grandes santos: la basílica de San Pedro, en el Vaticano y la basílica de San Pablo “extramuros”, dentro de Roma. En esta convocatoria, que es expresión de comunión, de catolicidad, San Pedro y San Pablo están también unidos y presentes.

Podríamos pensar que en Pedro se acentúa la comunión y en Pablo la misión. En Pedro, el servicio a la unidad; en Pablo el servicio al crecimiento de la Iglesia.
Pero pueden ser acentos: comunión y misión van siempre juntas, y cuando se separan se desvirtúan.
Cuando Pedro es llamado por Jesús, junto a su hermano Andrés, es para ser hechos “pescadores de hombres”: misioneros. El prefacio de la Misa nos dice que Pedro “formó la primera Iglesia con el resto de Israel”. Se acentúa su misión hacia su propio pueblo. De Pablo se dice a continuación que extendió la Iglesia “entre los paganos llamados a la fe”. Los dos aparecen como misioneros. También vemos como Pedro tiene su misión entre los paganos (Hechos, capítulo 10) con su episodio en casa del centurión Cornelio. Por otra parte, Pablo empieza su misión buscando en cada ciudad a sus hermanos de raza y de fe en el Dios único, dispersos por el mundo de la época, para luego dirigirse a los llamados “gentiles”, es decir, al mundo no judío. Sin embargo, en la carta a los Romanos (11,13-14) Pablo confiesa estos sentimientos: “Por ser yo verdaderamente apóstol de los gentiles, hago honor a mi ministerio, pero es con la esperanza de despertar celos en los de mi raza y salvar a alguno de ellos”.
Si los dos son misioneros, los dos son hombres preocupados también por la unidad de la Iglesia. Pedro, como ya hemos visto, ha recibido explícitamente de Jesús la misión de “confirmar” a sus hermanos en la fe; pero Pablo lucha por la unidad de sus comunidades y sufre las divisiones, como en aquella problemática comunidad de Corinto a la que escribe “me han contado que hay discordias entre ustedes (...) ¿Acaso Cristo está dividido?” (cf. 1 Co 1,10-17).

Comunión y Misión se fortalecen. Un grupo eclesial, un movimiento, una pequeña comunidad, una comunidad eclesial de base, una parroquia, una diócesis, no pueden acentuar un aspecto y olvidar el otro.
Si nos decimos “tenemos primero que fortalecer la unidad del grupo, después veremos cómo encaramos la misión”, la comunidad corre el riesgo de encerrarse y puede llegar hasta a intoxicarse o, como diría el Papa Francisco, volverse “autorreferencial”, vivir para sí misma… y morir.
Pero tampoco la misión puede encararse sin que, al mismo tiempo, se construya la comunión, la identidad; de otro modo, los misioneros podrían distanciarse, diluirse y perderse en los caminos.
La Conferencia de Aparecida (2007) en la que el Cardenal Bergoglio, hoy Papa Francisco, fue un importante actor, nos recuerda que los cristianos somos discípulos misioneros de Jesucristo. Discípulos para estar con Él, en común-unión con Él, porque no hay comunión si no es por Él, con Él y en Él. Misioneros, enviados también por Él, para llevar a todo el mundo el Evangelio, la Buena Noticia de la Salvación.
Pedro y Pablo apóstoles, es decir enviados, nos ayuden a ser hoy en Cerro Largo y Treinta y Tres discípulos y misioneros de Jesucristo, viviendo como Iglesia diocesana nuestra comunión y misión.

+ Heriberto

domingo, 26 de junio de 2016

Enfoques Dominicales - La fundación de Melo

Pedro Melo de Portugal, Virrey del Río de la Plata
1795-1797
Mañana, 27 de junio, se cumplen 221 años de la fundación de Melo, acto realizado, como dice el acta firmada por el Capitán Agustín de la Rosa: “invocando el Santo nombre de Dios, principio, medio y fin de todas las cosas”.

A pesar de que más de dos siglos han pasado desde entonces, los documentos de la época nos permiten acercarnos al pensamiento del fundador, porque en sus escritos se reflejan las inquietudes de alguien que no está simplemente cumpliendo órdenes, sino que tiene una visión.

Así, tenemos un informe de Agustín de la Rosa al Virrey Pedro Melo. El 7 de mayo de 1795 escribió al Virrey recomendando la fundación de la que hoy es capital de Cerro Largo. Así decía:
“El establecimiento de poblaciones en el cordón de la frontera es (...) el remedio (...) no sólo para asegurar las fértiles campañas (...) teniendo siempre a raya la nación fronteriza, sino también para arreglar enteramente aquellos campos, para limpiarlos de ladrones fascinerosos y contrabandistas, para reducir los ganados a rodeo, para evitar los desórdenes que hasta ahora han experimentado y lo que es más que todo para asegurar la inmensa riqueza de esta provincia (...)
(...) mientras no se adopte el sistema de poblar la frontera y repartir los campos en suertes de estancia es imposible disipar todos los desórdenes (...) sólo de este modo se asegurará con la riqueza del país todo cuanto puede apetecerse para el mejor servicio de Dios y del Rey.”
Cuando uno lee esas líneas, no puede menos que admirarse de la visión de estadista que hay allí. Son varias las cosas que preocupan a Agustín de la Rosa, precisamente por esa amplitud de miras.
Le preocupa:
  • cuidar la frontera con los dominios de Portugal, que se habían ido extendiendo dentro de América del Sur desde que los portugueses pusieron un pie en Brasil.
  • la seguridad: limpiar los campos de ladrones, fascinerosos y contrabandistas (que eran fundamentalmente contrabandistas de ganado).
  • “asegurar”, esa es la palabra que emplea, “asegurar las fértiles campañas”, asegurar “la riqueza del país”.
Pero junto con esta preocupación por la seguridad –una preocupación también de nuestros días- está también la preocupación social, la preocupación por una recomposición de la sociedad. Señala que los "hombres sueltos" de nuestra campaña
"no pueden ocuparse en las estancias ya establecidas" y propone para ellos "un indulto general (...) ofreciéndoles suertes de tierras para su establecimiento".
Y en esa misma línea de preocupación social considera que con las formas habituales de adjudicación de tierras, con todas sus exigencias
"sólo logran establecer estancias los acaudalados, avasallando y precisando a los pobres o a que los sirvan por el triste interés de un conchabo o a que es lo más común se abandonen al robo y al contrabando donde hallan firmes apoyos para subsistir".
Agustín de la Rosa apuesta a que la propiedad de la tierra y el afincamiento en ella para trabajarla cambie los malos hábitos de los hombres entregados a la delincuencia y dé una oportunidad a las "gentes pobres y honradas". De todo ello, se derivará seguridad en la frontera, seguridad en la campaña y crecimiento de la riqueza para felicidad de todos.

Todo esto se lo planteaba Agustín de la Rosa ya antes de la fundación de Melo.
Pero también estaba presente en él la inquietud espiritual. Al organizar el plano de la fundación, el capitán había señalado un sitio de 25 varas por frente por 50 de fondo, apropiado para construir la iglesia y la casa del cura.
Seguramente eso es lo que correspondía hacer, pero el capitán va más lejos. El 29 de abril de 1796, de la Rosa escribe al Virrey, expresándole la falta que hacía en la villa la iglesia y un sacerdote que suministrara el alimento espiritual del que carecía la población. Con un sacerdote, los habitantes de Melo podrían cumplir el precepto pascual (confesarse y comulgar por lo menos una vez al año y en tiempo de Pascua), bautizar a sus hijos y enterrar cristianamente a sus parientes y allegados. Señala además de la Rosa que la población más cercana donde podían encontrar servicios religiosos los pobladores de Melo, estaba a 75 leguas de distancia. Esa localidad era el pueblo del Pintado, en el departamento de Florida, donde se veneraba una virgen conocida como “Virgen del Pintado”. La misma que conocemos hoy como Virgen de los Treinta y Tres, que se encuentra en la catedral de Florida.

En marzo de 1797 el Virrey, en acuerdo con el obispo de Buenos Aires, nombra “capellán de la nueva Población y Guardia del Cerro Largo”, al presbítero doctor Benito Ducós de la Hitte. El Padre Ducós llegó a Melo en abril de 1797, siendo así el primer sacerdote residente en Melo. Como capilla encontró un modesto rancho, prestado por un vecino; pero, con su llegada, Melo tuvo por primera vez sacerdote y capilla, como había deseado Agustín de la Rosa.

Mons. Benito Lué
Obispo de Buenos Aires
Vamos a terminar esta evocación histórica recordando que no pasaron diez años antes de que a Melo llegara un Obispo. Fue Monseñor Benito Lué y Riega, obispo de Buenos Aires, que llegó en visita pastoral el 3 de agosto de 1804. En 1805, después de terminar su visita a la vasta diócesis que le había sido encomendada, Monseñor Lué creó varias parroquias, siete de ellas en territorio oriental. El 8 de febrero de 1805 creó la parroquia Nuestra Señora del Pilar y San Rafael, dándole como territorio lo que hoy correspondería aproximadamente a los departamentos de Cerro Largo y Treinta y Tres, es decir, a nuestra actual Diócesis de Melo.

Todo esto es historia… pero la historia se sigue haciendo cada día.
Y en eso estamos, los que seguimos hoy. Como decía Juan Pablo II, estamos invitados “a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro”. (Novo Millennio Ineunte, 1)

Bibliografía:
- Aníbal Barrios Pintos, Historia de los Pueblos Orientales, tomo II
- Tomás Sansón Corbo, Crónicas para una historia de la Diócesis de Melo y Treinta y Tres.

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Enfoques Dominicales es un programa que se emite por 1340 AM La Voz de Melo, los domingos a las 11:50. La versión escrita que presenta el Blog no necesariamente es la versión literal de lo emitido, pero sí su contenido esencial. 

domingo, 19 de junio de 2016

Enfoques Dominicales - "Cual retazo de los cielos..."


¡Cuántas cosas se juntan este 19 de junio!
  • Es Domingo, día del Señor, día en que los católicos estamos especialmente convocados por Jesús a encontrarlo en la Misa, a escuchar su Palabra, a recibirlo en la comunión.
  • Es el aniversario del nacimiento de Artigas: 252 años. Se agranda con el tiempo la distancia de los días que vivió nuestro prócer, pero sigue también agrandándose su figura, sus luchas, sus valores.
  • Es el día, según corresponda, de la promesa o de la jura de fidelidad a la bandera nacional (1).
  • Finalmente, es también el día del abuelo.

Ayer, en el programa ¡Qué bien se está aquí! de Radio María, me preguntaron qué significa para mí la jura de la bandera. La pregunta me tomó un poco de sorpresa.
Me hice otra pregunta: ¿qué significa la jura de la bandera para un chico de 12 años, en primero de Liceo? ¿qué representa, realmente, para él ese acto que se le pide que haga?
Es un tema que ha sido discutido (2), y no me entusiasma meterme en esa discusión que tiene que ver con la mayoría de edad, con el valor jurídico de los juramentos y otras cosas, pero que toca también nuestros sentimientos como uruguayos frente a nuestra bandera.
La jura de la bandera es un acto jurídico, necesario para el ciudadano uruguayo a algunos efectos (3). Pero es también un acto simbólico.

Fue por ese lado que se encaminó mi reflexión. No tanto sobre el significado del acto de jurar la bandera, sino sobre lo que significa la bandera misma, que es lo que en realidad importa.

De pronto, recordé algo que me sucedió la primera vez que salí del país. La primera vez que estuve fuera del Uruguay fue por un tiempo más o menos largo. En el año 1972, de enero a julio, unos seis meses, estuve en Estados Unidos como estudiante de intercambio.
Salí de aquí con 16 años. Había terminado mi primer año de magisterio y me fui a vivir con una familia norteamericana en el estado de Dakota del Norte, en la frontera con Canadá. Enero, allí, quiere decir invierno, 60 cm de nieve… uno no se puede olvidar de aquel paisaje blanco por todos lados.
Hice lo que se hace normalmente: convivir con la familia (padre, madre, tres hijos) e ir al Liceo, a lo que sería el equivalente a un sexto año de secundaria nuestro.
Una vez, hablando con la madre de la familia con la que yo vivía, ella me preguntó si no quería quedarme a vivir allí, en Estados Unidos, o como dicen ellos “in America”.
Le respondí que no, que Uruguay era mi país, y que quería volver allá.
Hoy pienso lo que era el Uruguay de 1972, aquel mes de abril de violencia y muerte. “¿Cuándo, mi vida, ay sí, / ay, pero cuándo / la sangre en las veredas / se irá borrando?”, cantaban Los Olimareños al año siguiente (4).
Pero yo no pensaba en nada de eso, aunque de mi casa me habían mandado los diarios que hacían la crónica de aquellos días de veredas ensangrentadas en lo que fue nuestro último enfrentamiento armado entre orientales.
Volviendo a la conversaciòn con la madre de la familia estadounidense, cuando le digo que quiero volver a Uruguay, ella me dice: “Pero, ¿tú no quieres lo mejor? Yo quiero lo mejor. Si America no fuera lo mejor, yo me iría donde estuviera lo mejor”.
Me sorprendió mucho esa manera de pensar.
Pero para mí, lo mejor seguía siendo “lo mío”.
Y hoy diría, más que "mi" lugar, como lugar que me pertenece, diría el lugar al que pertenezco. Y ese lugar sigue estando aquí, y es el Uruguay.

Tengo que decir, también, que yo no estaría aquí si un día, a finales del siglo XIX, mi bisabuelo Dominique Beaudean no hubiera dejado los Pirineos franceses para encontrar en Piñera, al este de Paysandù su lugar en el mundo… o si mi madre, que nació en Asturias, no hubiera salido en 1932 con su familia de España para Uruguay… La migración es una realidad. A veces una elección pensada, a veces la manera de pasar de la desesperación a la esperanza. La tragedia de los refugiados que sacude el mundo de hoy nos dice que hay mucha gente que ya no tiene dónde volver.
Pero yo volví aquella vez, y he vuelto otras veces.
¿Por qué? ¿Para qué?
No porque esto sea “lo mejor”, ni o mais grande do mundo. Los uruguayos tenemos la suerte de estar llamados permanentemente a la humildad, a la modestia, por eso de ser un país chico y poco poblado, con algunas cosas que nos dan satisfacción y nos permiten tener tambièn nuestro pequeño orgullo.
Como suele decirse “la Patria son los afectos”. Por eso hablamos de “querencia”, que no es necesariamente el lugar donde nacimos, pero sí el lugar al que sentimos que pertenecemos. Querencia, que viene de “amar, de querer bien”.

Pero, como decía un poeta, la Patria es mucho más que la tierra que se pisa. Déjenme compartirles lo que decía Antonio Machado de su Patria, pero que vale también para la nuestra:
“la patria es algo que se hace constantemente y se conserva sólo por la cultura y el trabajo. El pueblo que la descuida o abandona, la pierde, aunque sepa morir. […] no es patria el suelo que se pisa, sino el suelo que se labra; […] allí donde no existe huella del esfuerzo humano no hay patria […] sino una tierra estéril” (5).

Entonces, ¿cuál es el sentido de elegir esta tierra oriental, que nuestra bandera representa? ¿Cuál es el sentido de quedarnos en este suelo, donde nacimos o donde llegamos y encontramos un lugar?
Algo de eso nos dice la pregunta en la jura de la bandera, al pedirnos el compromiso de una vida digna consagrada al ejercicio del bien para nosotros y para los demás.
Una vida, entonces, dedicada no sólo al propio bien, individual, familiar, o para mi grupo de intereses: una vida en la que tengo siempre como horizonte el bien común.

Yo creo que ése fue el horizonte de la vida de José Artigas, cuyo nacimiento recordamos hoy y que, más allá de cómo pensara él el lugar de la Provincia Oriental en el mundo, miraba siempre más allá, como cuando nos hablaba de “la felicidad pública”, o de “la libertad de América”…
En esta fiesta patria, y desde este Cerro Largo donde en otros tiempos muchos se sintieron convocados a “hacer Patria” defendiendo con las armas derechos y libertades, sigamos buscando hoy “hacer Patria” por los caminos de la paz, del encuentro, del diálogo, de la reconciliación, de la integración, de la superación, del crecimiento, que hacen a aquella “pública felicidad” que soñó Artigas. Y en esto estamos todos los cristianos que buscamos ser, como decía San Juan Bosco "buenos cristianos y buenos ciudadanos".

+ Heriberto

(1) Establecido por la ley N° 9.943, del 20 de julio de 1940.
(2) Ver, por ejemplo, Los anacronismos de la jura de la bandera, tertulia en radio El Espectador con el Prof. Leonardo Borges, autor del libro Cual retazo. Anacronismos de jurar la bandera, Montevideo, 2005.
(3) Ver ¿Para qué sirve la jura de la Bandera? artículo en el diario El Observador, 19 de junio de 2012.
(4) ¿Cuándo? Letra de Carlos María Gutiérrez, música de Braulio López, en el LP Rumbo, 1973.
(5) La Prensa de Soria al 2 de Mayo de 1808, Soria, 2 mayo 1908; en Antonio Machado, Escritos dispersos (1893-1936), Barcelona, Octaedro, 2009, pp. 118-20. 

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domingo, 12 de junio de 2016

Enfoques Dominicales - Junio, Mes Vocacional en el Uruguay.


La Iglesia que peregrina en Uruguay celebra en junio, todos los años, un Mes Vocacional. Este año lo hacemos con el lema "¿Quieres ser testigo de la Misericordia?".
En este mes recordamos muy especialmente el mandato de Jesús: "pidan al dueño del campo que envíe trabajadores para la cosecha" (Mt 9,37-38). Un mes, entonces, para orar por las vocaciones.
Sin embargo, como decía el viejo párroco del que fui sucesor en Paysandú, "Dios ayuda a los que rezan... y trabajan".
Entonces, además de rezar ¿cuál es el trabajo que podemos hacer, entonces, para que florezcan las vocaciones en nuestra Diócesis?
Si estamos convencidos de que Dios sigue llamando, tenemos que hacer lo posible para que esa voz de Dios pueda ser audible entre tantos ruidos y distracciones del mundo de hoy.
Para eso, necesitamos, ante todo, crear en nuestras comunidades un ambiente vocacional, es decir, un lugar donde sea posible percibir el llamado.
¿Cómo podemos ayudar a alguien a preguntarse si ha sido llamado? Tal vez esa no sea la mejor pregunta... Mejor: ¿Cómo podemos ayudar a alguien a preguntarse a qué ha sido llamado?
Podemos hacerlo si vivimos nuestra vida como respuesta a una vocación. Y no estoy hablando de lo que suele llamarse "vocación" y "orientación vocacional", que suelen referirse más bien a una orientación sobre qué hacer en la vida, a qué dedicarse, partiendo de las capacidades que un joven o una joven tienen.
Aquí se trata de preguntarse qué estoy llamado a ser en la vida.
Ante todo estoy llamado a ser lo que soy: un ser humano, una persona. Ese llamado viene de la vida misma. La vida que he recibido de quienes me engendraron, sí, pero más allá de ellos, de Dios mismo, creador y fuente de la vida.

La vocación cristiana

Estoy llamado a ser cristiano: esa vocación nace desde el Bautismo, donde recibo la vida nueva que viene de Dios. Me voy haciendo cristiano creciendo en la fe, aprendiendo a seguir a Jesús, desarrollando los dones que el Espíritu Santo me ha comunicado. Estoy llamado a ser discípulo misionero de Jesús, para "estar con Él" y para ser por Él "enviado a predicar", es decir a anunciar el Evangelio con las palabras y, sobre todo, con la propia vida.
Como cristiano, estoy llamado a una vocación específica dentro de la Iglesia, dentro del Pueblo de Dios. Básicamente, hay tres grandes vocaciones: la vida laical, la vida consagrada y la vida sacerdotal y agregamos también la vocación al diaconado permanente.

La vocación laical

Cuando en la Iglesia decimos "un laico", "una laica", estamos indicando un miembro del Pueblo de Dios (o sea, no es lo mismo que cuando decimos "Estado laico" o "escuela laica", que quiere decir otra cosa, aunque sea la misma palabra). El cristiano laico, la cristiana laica, están llamados a vivir como miembros de la Iglesia su vocación cristiana en el mundo. A ellos les toca, como enseña el Concilio Vaticano II, "convertirse en constante fermento para animar y ordenar los asuntos temporales según el Evangelio de Cristo" (1). Los "asuntos temporales" abarcan los distintos aspectos de la vida humana, desde la vida familiar a la política, pasando por el trabajo, la educación, la salud... 
El campo para la tarea de los laicos es inmenso, está erizado de dificultades y supone muchas veces ir a contracorriente. Formar una familia cristiana basada en el amor y la fidelidad en esta sociedad donde "es más fácil divorciarse que borrarse del telecable"; trabajar con espíritu de servicio y entrega generosa donde prima la ley del mínimo esfuerzo; defender la honestidad donde muchos buscan la coima y el soborno; defender la vida en gestación, la dignidad del anciano, del enfermo... ¡del preso! Y así podríamos seguir. Doy gracias a Dios por todos los hombres y mujeres que en Cerro Largo y Treinta y Tres viven cristianamente su vida familiar, laboral y civil, siendo "sal y luz" para esta tierra.
Pero los laicos y laicas son hombres y mujeres de Iglesia en el corazón del mundo y hombres y mujeres del mundo en el corazón de la Iglesia (2). Por eso también están llamados a diferentes servicios dentro de la comunidad cristiana, como ministros, animadores, catequistas, miembros del consejo económico, etc.

La vocación a la vida consagrada

En nuestra Diócesis, gracias a Dios, están presentes muchas personas consagradas. Religiosas de diferentes congregaciones, pero también laicos y laicas de diferentes asociaciones de fieles que consagran su vida a Dios. El Concilio Vaticano II nos enseña que "Ya desde los orígenes de la Iglesia hubo hombres y mujeres que se esforzaron por seguir con más libertad a Cristo por la práctica de los consejos evangélicos y, cada uno según su modo peculiar, llevaron una vida dedicada a Dios, muchos de los cuales bajo la inspiración del Espíritu Santo, o vivieron en la soledad o erigieron familias religiosas a las cuales la Iglesia, con su autoridad, acogió y aprobó de buen grado" (3).
Estas personas consagradas prestan muchos buenos servicios en la sociedad trabajando en obras sociales, en la educación, en la salud, en el cuidado de personas ancianas... pero la razón de ser de su consagración no es ésa: es dar testimonio de que hemos sido creados para Dios, que Dios es el fin de nuestra vida. La consagración a Dios se hace a través de tres votos. Pobreza, renunciando a los bienes personales, compartiendo en comunidad lo que se tiene, pero sobre todo, viviendo con Dios como el mayor bien que podemos tener. Obediencia, eligiendo libremente buscar y obedecer la voluntad de Dios a través de la Iglesia y de la orden, congregación o asociación a la que se ingresa. Castidad, dejando de formar una familia de sangre para vivir en fraternidad con todos los hijos e hijas de Dios, es decir, con toda persona humana. La castidad expresa la consagración total de la persona, con alma y cuerpo a Dios.

La vocación al sacerdocio

Jesús dejó a los hombres muchas formas de su presencia. Una de las formas más privilegiadas de esa presencia está en los sacramentos, muy especialmente en la Eucaristía. De entre los fieles cristianos, Jesús llama a algunos hombres a consagrarse enteramente a Él para el servicio de la comunidad. El sacerdote es "el hombre de la Eucaristía": el que hace presente a Cristo con su Cuerpo y con su Sangre para alimentar la fe, la esperanza y el amor en la comunidad. Es el que trasmite y explica la Palabra para ayudar a que todos los miembros de la comunidad crezcan como discípulos misioneros de Jesús. Es el que ayuda a la comunidad a descubrir y organizar los diferentes dones que el Espíritu Santo entrega a sus miembros, dones entregados para el servicio de la comunidad.
Nuestra Diócesis tiene una especial necesidad de sacerdotes. Agradecemos a los que, surgidos de en medio de nuestro pueblo, han respondido al llamado y también a quienes, con mucha generosidad, dejaron su tierra y su gente para venir a compartir nuestro peregrinar. Pero necesitamos rezar y trabajar muy especialmente para tener más sacerdotes que sean verdaderos hombres de Dios para la vida de nuestro pueblo.

La vocación al diaconado permanente

A partir del Concilio Vaticano II, la Iglesia retomó una práctica que había ido quedando en desuso: ordenar diáconos a hombres casados. Hasta entonces, el diaconado era un paso previo, obligatorio, antes del sacerdocio. El Diácono Permanente es un hombre casado ordenado para el servicio en este ministerio por el cual puede regularmente celebrar Bautismos, presidir la celebración de Matrimonios, animar una celebración de la Palabra de Dios, distribuir la Comunión y realizar otras tareas pastorales como miembro del clero diocesano, sin ser sacerdote.

La verdadera vocación viene de Dios

En la Carta a los Hebreos (5,1.4) se nos dice que "todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados" y que "nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios".
Esto último, "nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios", vale para todas las vocaciones. La vocación es un llamado de Dios al que respondemos. No es simplemente algo que "sentimos", algo que "nos gusta", algo que “queremos”. Es mucho más profundo. En la Biblia encontramos muchos relatos de vocaciones, y es característico que la persona llamada se sienta pequeña, incapaz, indigna de la misión para la que Dios llama. Y Dios responde a esas dudas asegurando "Yo estaré contigo".
Hoy Jesucristo nos sigue diciendo "Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo" (4). Animados por Él, seguimos pidiendo que envíe trabajadores para su campo, para su cosecha.
+ Heriberto
1) Ad Gentes 15
2) Cfr. Puebla 786, Lumen Gentium, capítulo IV
3) Perfectae Caritatis, 1
4) Mateo 28,20

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sábado, 11 de junio de 2016

Diócesis de Melo - Organizando jornada de formación y fiesta diocesana


En el día de hoy, en la parroquia San José Obrero de la ciudad de Treinta y Tres se reunió la Vicaría Pastoral de la Diócesis de Melo.
Junto con el Obispo y el Vicario Pastoral, los integrantes de la Vicaría reflexionaron sobre la actual realidad eclesial y prepararon dos eventos importantes a realizarse en los próximos meses: una jornada de formación y la fiesta diocesana. También se conversó sobre la posibilidad de realizar una Asamblea Diocesana.

Jornada de Formación. El domingo 24 de julio se hará una jornada de formación en el marco del Proyecto Semería para la Formación y el Discipulado. El Proyecto Semería tiene ese nombre en homenaje a Mons. José Marcos Semería, primer Obispo de Melo, de cuya llegada a la Diócesis se cumplirán cien años en 2019.
La jornada será orientada por el Pbro. Edgardo Rodríguez, de la Diócesis de Mercedes y el tema será "Misericordiosos como el Padre... volvemos al camino".
Se hará en la Parroquia San José Obrero de Treinta y Tres, comenzando a las 8:30 y culminando a las 17 horas. Más detalles en la página de Facebook "Semería: Formación y Discipulado".

Fiesta diocesana. El domingo 9 de octubre (domingo cercano al 12, fiesta de Nuestra Señora del Pilar, patrona de la Diócesis) se celebrará en Melo la fiesta diocesana, en el marco del Año de la Misericordia. Se ha confirmado la presencia del Cardenal Daniel Sturla SDB. El Cardenal celebrará la Misa en la Catedral de Melo, lugar elegido para que los peregrinos de toda la Diócesis puedan también pasar por la Puerta de la Misericordia.
Se está gestionando la actuación del grupo de parodistas Aristóphanes (que ya estuvo en la fiesta diocesana del año pasado presentando la vida de Don Bosco) con una representación de la vida de Mons. Jacinto Vera.

Asamblea diocesana. El año próximo, los obispos uruguayos irán en visita Ad Limina Apostolorum ("A la tumba de los apóstoles") es decir, a Roma, donde tendrán un encuentro con el Papa Francisco y reuniones con los diferentes organismos de la Curia Romana. Con ese motivo, la Diócesis debe redactar un informe de la situación de la Iglesia en los departamentos de Cerro Largo y Treinta y Tres desde el último informe presentado, que fue preparado en 2007.
En la reunión de la Vicaría se consideró que sería bueno que, una vez elaborado ese informe, con esa visión de la realidad diocesana y la perspectiva de los próximos años, los sacerdotes, diáconos permanentes, religiosas y laicos representantes de cada una de las 16 parroquias, se reunieran con el Obispo para revisar el proyecto diocesano y reorganizar los diferentes aspectos de la vida pastoral diocesana. La idea será consultada, apuntando como fecha tentativa un sábado a fines del mes de noviembre.

domingo, 5 de junio de 2016

Enfoques Dominicales - Sagrado Corazón de Jesús, fiesta patronal en la Parroquia de Cerro Chato


En este domingo, nuestro programa radial no se emite por La Voz de Melo debido a la realización de un raid. Nos limitamos a esta versión escrita.
El viernes pasado, la Iglesia celebró la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.
En la Diócesis de Melo, la parroquia de Cerro Chato está dedicada al Sagrado Corazón. En este domingo la comunidad celebra su fiesta patronal.
Así pues, van estas líneas desde esta ciudad que está ubicada en el punto de unión de los departamentos de Treinta y Tres, Durazno y Florida. La iglesia parroquial se encuentra en Treinta y Tres y el territorio parroquial toma toda la ciudad (además de una buena parte de campaña). Es así que aquí la Diócesis de Melo se extiende un poquito más allá de los departamentos de Cerro Largo y Treinta y Tres.
Hoy, a las 15 horas, tendremos la Santa Misa y luego chocolate y tortas fritas (espero) que suele ser la tradición de esta fiesta.

La Iglesia parroquial de Cerro Chato
Pero ahora, vayamos al Evangelio que nos propone este año la Iglesia en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas (15, 3-7).
Jesús dijo a los fariseos y a los escribas esta parábola: Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: «Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido». Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. .
Los antiguos filósofos griegos, entre ellos Aristóteles, que murió 300 años antes de Cristo, llegaron por la razón a convencerse de la existencia de Dios. Con la razón imaginaron también cómo sería ese Dios, dándole características o atributos.
Entre esos atributos o características de Dios hay uno que puede llamarnos hoy la atención: un Dios impasible, apático.
Esto no es tan feo como suena, porque esa impasibilidad y esa apatía no son las características humanas que nos resultan tan desagradables. Son lenguaje humano aplicado para tratar de entender a Dios… pero, de todos modos, marcan una separación profunda entre el hombre y Dios.
Cuando abrimos las páginas de la Biblia, la imagen de Dios que encontramos es completamente diferente… Vemos un Dios apasionado, un Dios que sufre… pero también un Dios que se alegra.
El Evangelio de hoy nos habla de esa alegría: “Habrá más alegría en el Cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.
En esta fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, sintámonos invitados a ser motivo de alegría para Dios.
Ante este pasaje del Evangelio, uno se puede sentir un poco incómodo.
Se puede hacer la pregunta: “¿seré yo la oveja perdida? ¿Seré yo el pecador que está llamado a convertirse?”
Y miro mi vida y, sí… veo una cosita por acá, alguna otra por allá, y no encuentro grandes cosas de las que tenga que convertirme. A lo mejor tengo que emprolijar un poco mi vida, pero no mucho más… O a lo mejor, estoy siendo ciego y no veo “la viga en mi ojo”…
Pero entonces, escucho la otra parte de lo que dice Jesús, y me hago ahora la pregunta: “pero, ¿es que soy uno de los noventa y nueve justos que no necesitan convertirse?
Convertirse significa algo así como “darse vuelta”. Pero no darse vuelta para cualquier lado, sino darse vuelta hacia Dios, orientar toda mi vida hacia Dios.
Entonces, ¿está orientada toda mi vida hacia Dios? ¿O está orientada hacia Dios una parte de mi vida?
Y esa parte de mi vida, ¿está realmente orientada hacia Dios o, más bien, estoy tratando con eso de orientar a Dios hacia mi vida? Es decir, buscar que Dios me escuche, que haga lo que yo le pido, que atienda mis deseos… Orientar la vida hacia Dios es escucharlo a Él, es ver lo que Él me pide… o mejor, lo que Él me da, porque Dios no me pide nada. Dios no pide. Dios da. Pero entonces, ¿qué hago con lo que he recibido? ¿Cómo está orientada mi vida hacia Dios, cómo estoy respondiendo a su amor?
Hoy cada uno de nosotros puede ser “alegría en el Cielo”, porque podemos hacer las cosas mejor. Eso es ya un gran cambio, si nos lo tomamos en serio.
Convertirse es dejar el error y empezar a hacer el bien, a hacer mejor las cosas.
Podemos dejar de lado esas actitudes, esas reacciones, esas palabras, esos pensamientos que provocan tristeza en los demás y en nosotros mismos.
¿Qué tal si trato mejor a los demás? ¿Qué tal si mañana hago mejor mi trabajo? ¿Qué tal si hablo de mejor manera, más amable, más simpática, en mi encuentro con las personas con las que convivo cada día?
A través de esas pequeñas cosas, de esos actos de conversión y de amor, podré ser alegría en el Cielo… pero encontraré también alegría en mi corazón.
Pidamos a Jesús: “Señor Jesús, manso y humilde de corazón, haz nuestros corazones semejantes al tuyo”. Amén.

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Enfoques Dominicales es un programa que se emite por 1340 AM La Voz de Melo, los domingos a las 11:50. La versión escrita que presenta el Blog no necesariamente es la versión literal de lo emitido, pero sí su contenido esencial.

sábado, 4 de junio de 2016

Melo - Jubileo de las Comunidades Eclesiales de Base


Integrantes de Comunidades Eclesiales de Base y otras pequeñas comunidades de diferentes parroquias de la Diócesis de Melo se reunieron ayer en la Casa de Retiros para su retiro anual, en el marco del Año Jubilar de la Misericordia, con el lema "Donde nosotros vemos un error, Dios ve algo para sanar".
Estuvieron presentes comunidades de Melo, Treinta y Tres, Río Branco y Fraile Muerto.
En la mañana el programa comenzó con un saludo de Mons. Heriberto, quien retomó la parábola de la oveja perdida, una de las parábolas de la Misericordia del Evangelio de Lucas.
El Obispo recordó las palabras de Jesús: "hay más alegría en el Cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse" e invitó a los presentes a ser "motivo de alegría para Dios", dando pasos de conversión, y encontrando así también la alegría del perdón.
Después de un tiempo de reflexión en grupos y el aporte del Padre Nacho, hubo tiempo para la celebración personal del Sacramento de la Reconciliación y también para un gesto penitencial, quemando en un brasero la lista de pecados que cada uno escribió en un momento de examen de conciencia.
En la tarde, luego del almuerzo compartido y de un breve tiempo de preparación, los participantes se dirigieron en procesión a la Catedral de Melo.
La procesión fue animada por una serie de meditaciones preparadas por integrantes de las comunidades, que invitaban a "construir comunidades que sepan ver la realidad, descubrir a los heridos de las cunetas, vendar heridas, curar vidas rotas, sanar corazones heridos, acoger a quienes no conocen el amor ni la amistad, dar calor a las almas abandonadas...."
Al llegar a la Catedral, los peregrinos fueron entrando, uno a uno, por la Puerta Santa, expresando con algún signo su deseo de recibir las indulgencias del Año Jubilar.
Mons. Heriberto presidió la Eucaristía. Comentando el Evangelio (Lucas 15,3-7), señaló que los participantes del encuentro habían venido en procesión, para encontrarse ahora con otras dos procesiones: la procesión de la muerte, formada por quienes acompañan a una viuda que va a enterrar a su hijo y la procesión de la vida, formada por Jesús, sus discípulos y la muchedumbre que los sigue. "Es Jesús quien resucita la esperanza, y nos saca de la procesión de la muerte, para caminar con Él en la procesión de la vida", subrayó el pastor.
Al despedir a los participantes, la Hna. Stella agradeció a todos su presencia, agradeció el aporte del P. Nacho y la presencia del Obispo a lo largo de la jornada, e invitó a todos a seguir rezando por la Iglesia Diocesana para que siga creciendo en comunión y fortaleciéndose.