miércoles, 29 de junio de 2016

Comunión y Misión: San Pedro y San Pablo

San Pedro y San Pablo. Ícono ruso, S. XVIII
Cada año, la Iglesia celebra el 25 de enero la fiesta de la Conversión de San Pablo y el 22 de febrero la fiesta de la Cátedra de San Pedro.
De esa manera, en esos días (que, la verdad, en nuestro hemisferio sur pasan a veces un poco diluidos en los calores del verano) celebramos un aspecto importante de la vida de cada uno de esos dos santos.
Alguien ha señalado que son aspectos contrapuestos (no opuestos, pero sí diferentes y que pueden ser complementarios)
La cátedra, es decir la silla desde la que se enseña (de ahí viene “catedral”, es decir la Iglesia donde está la cátedra del Obispo) nos habla de estabilidad, y nos recuerda la particular misión confiada por Jesús a Pedro: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18); “he rogado por ti, para que tu fe no falle; y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos.” (Lc 22,32). Es la misión de confirmar, asegurar, fortalecer la comunión en la misma fe. Es la fe en la que Pedro ha proclamado “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mt 16,16).
Si la cátedra sugiere la estabilidad, la conversión es cambio, dinamismo: un movimiento en lo más profundo del ser, un “dar vuelta” la vida. Pablo pasa de perseguir a Cristo (“Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”, Hch 9,4) a entregar a Cristo su vida al punto de decir “Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).

Así pues, celebramos la Cátedra de San Pedro y la Conversión de San Pablo; pero en el día de hoy celebramos solemnemente y conjuntamente a los dos santos.
¿Por qué juntos? El prefacio de la Misa de este día nos da una explicación: “Ambos congregaron, por diversos caminos, a la única familia de Cristo y, coronados por un mismo martirio, son igualmente venerados por tu pueblo.”
Cuando los Obispos somos convocados a Roma para encontrarnos con el Santo Padre y con los diferentes organismos que colaboran con él en el gobierno de la Iglesia, se nos invita a una visita “ad limina apostolorum” es decir “a los umbrales de los apóstoles” para indicar las basílicas donde están las tumbas de los dos grandes santos: la basílica de San Pedro, en el Vaticano y la basílica de San Pablo “extramuros”, dentro de Roma. En esta convocatoria, que es expresión de comunión, de catolicidad, San Pedro y San Pablo están también unidos y presentes.

Podríamos pensar que en Pedro se acentúa la comunión y en Pablo la misión. En Pedro, el servicio a la unidad; en Pablo el servicio al crecimiento de la Iglesia.
Pero pueden ser acentos: comunión y misión van siempre juntas, y cuando se separan se desvirtúan.
Cuando Pedro es llamado por Jesús, junto a su hermano Andrés, es para ser hechos “pescadores de hombres”: misioneros. El prefacio de la Misa nos dice que Pedro “formó la primera Iglesia con el resto de Israel”. Se acentúa su misión hacia su propio pueblo. De Pablo se dice a continuación que extendió la Iglesia “entre los paganos llamados a la fe”. Los dos aparecen como misioneros. También vemos como Pedro tiene su misión entre los paganos (Hechos, capítulo 10) con su episodio en casa del centurión Cornelio. Por otra parte, Pablo empieza su misión buscando en cada ciudad a sus hermanos de raza y de fe en el Dios único, dispersos por el mundo de la época, para luego dirigirse a los llamados “gentiles”, es decir, al mundo no judío. Sin embargo, en la carta a los Romanos (11,13-14) Pablo confiesa estos sentimientos: “Por ser yo verdaderamente apóstol de los gentiles, hago honor a mi ministerio, pero es con la esperanza de despertar celos en los de mi raza y salvar a alguno de ellos”.
Si los dos son misioneros, los dos son hombres preocupados también por la unidad de la Iglesia. Pedro, como ya hemos visto, ha recibido explícitamente de Jesús la misión de “confirmar” a sus hermanos en la fe; pero Pablo lucha por la unidad de sus comunidades y sufre las divisiones, como en aquella problemática comunidad de Corinto a la que escribe “me han contado que hay discordias entre ustedes (...) ¿Acaso Cristo está dividido?” (cf. 1 Co 1,10-17).

Comunión y Misión se fortalecen. Un grupo eclesial, un movimiento, una pequeña comunidad, una comunidad eclesial de base, una parroquia, una diócesis, no pueden acentuar un aspecto y olvidar el otro.
Si nos decimos “tenemos primero que fortalecer la unidad del grupo, después veremos cómo encaramos la misión”, la comunidad corre el riesgo de encerrarse y puede llegar hasta a intoxicarse o, como diría el Papa Francisco, volverse “autorreferencial”, vivir para sí misma… y morir.
Pero tampoco la misión puede encararse sin que, al mismo tiempo, se construya la comunión, la identidad; de otro modo, los misioneros podrían distanciarse, diluirse y perderse en los caminos.
La Conferencia de Aparecida (2007) en la que el Cardenal Bergoglio, hoy Papa Francisco, fue un importante actor, nos recuerda que los cristianos somos discípulos misioneros de Jesucristo. Discípulos para estar con Él, en común-unión con Él, porque no hay comunión si no es por Él, con Él y en Él. Misioneros, enviados también por Él, para llevar a todo el mundo el Evangelio, la Buena Noticia de la Salvación.
Pedro y Pablo apóstoles, es decir enviados, nos ayuden a ser hoy en Cerro Largo y Treinta y Tres discípulos y misioneros de Jesucristo, viviendo como Iglesia diocesana nuestra comunión y misión.

+ Heriberto

No hay comentarios: