domingo, 17 de julio de 2016

Enfoques dominicales - En casa de Marta y María

Jan Vermeer: Cristo en casa de Marta y María

Visitando a la tía Eleodora

Mis hermanos y yo recordamos que, cuando éramos chicos, en Young, íbamos a veces a visitar a nuestra tía Eleodora. Ella y su esposo, el tío Toto, no habían podido tener hijos. No sé si ella creía aquellos que se dice: “al que Dios no le da hijos, el diablo le da sobrinos”, porque no era raro que, cuando llegábamos su saludo era algo como esto: “llegan ahora, justo cuando termino de lavar los pisos”. O sea, nuestra visita caía siempre como inoportuna. Por suerte, como niños, teníamos cierta inmunidad frente a esas cosas, pasábamos muy orondos, le dábamos un beso y la tía nos mostraba su otra cara, yendo a buscar algunas frutillas de su quinta para nosotros, o convidándonos con el pan casero que ella hacía en su horno de primus.
A veces, nuestra manera de recibir a los demás es un poco contradictoria.
La llegada de la visita, o del que llega pero no es “visita” nos desacomoda.
Nos saca de nuestro plan de vida, de nuestra organización, nos desconcentra…
Por eso, cada vez la visita es menos espontánea; la organizamos, la comunicamos… no podemos caer de sorpresa, de pasada…

"Cayendo" de visita: la travesura del Papa Francisco

Días atrás el Papa Francisco hizo un gesto de ese tipo. Salió para ir al dentista y, antes de volver al Vaticano, le pidió al chofer que lo llevara hasta la sede de la Comisión para América Latina, que está a cargo de un uruguayo, el Dr. Guzmán Carriquiry. Y por allí “cayó” Francisco, a charlar un poco, y después se quedó a tomar un café con los funcionarios.
Muchos lo han comentado como una “travesura” del Papa. Tal vez hay que leerlo como un gesto profético, una invitación a una mayor espontaneidad en las relaciones humanas, que se van encerrando en rígidas agendas o rutinas.


La visita en el campo: un acontecimiento

Lectura del libro del Génesis (18, 1-10a).
El Señor se apareció a Abraham junto al encinar de Mamré, mientras él estaba sentado a la entrada de su carpa, a la hora de más calor. Alzando los ojos, divisó a tres hombres que estaban parados cerca de él. Apenas los vio, corrió a su encuentro desde la entrada de la carpa y se inclinó hasta el suelo, diciendo: “Señor mío, si quieres hacerme un favor, te ruego que no pases de largo delante de tu servidor. Yo haré que les traigan un poco de agua. Lávense los pies y descansen a la sombra del árbol. Mientras tanto, iré a buscar un trozo de pan, para que ustedes reparen sus fuerzas antes de seguir adelante. ¡Por algo han pasado junto a su servidor!”. Ellos respondieron: “Está bien. Puedes hacer lo que dijiste”. Abraham fue rápidamente a la carpa donde estaba Sara y le dijo: “¡Pronto! Toma tres medidas de la mejor harina, amásalas y prepara unas tortas”. Después fue corriendo hasta el corral, eligió un ternero tierno y bien cebado, y lo entregó a su sirviente, que de inmediato se puso a prepararlo. Luego tomó cuajada, leche y el ternero ya preparado, y se los sirvió. Mientras comían, él se quedó de pie al lado de ellos, debajo del árbol. Ellos le preguntaron: “¿Dónde está Sara, tu mujer?”. “Ahí en la carpa”, les respondió. Entonces uno de ellos le dijo: “Volveré a verte sin falta en el año entrante, y para ese entonces Sara habrá tenido un hijo”.
Palabra de Dios.

La Palabra de Dios de este domingo nos pone frente a diferentes formas de recibir a una visita.
En la primera lectura, nos transportamos a un escenario parecido al que podríamos encontrar en nuestra campaña. Estamos lejos de la vida de una ciudad, donde nos encontramos a lo largo del día con muchas personas diferentes, en una relación muchas veces de anonimato, y a veces con ganas de un remanso de intimidad o de liso y llano aislamiento.
No. Aquí estamos en el campamento de Abraham, que vive con su clan, un grupo reducido de personas, cuidando sus rebaños… pocos viajeros pasan por el camino. La llegada de viajeros es un acontecimiento. Abraham ve a tres hombres que pasan y corre hacia ellos y les pide que no pasen de largo. Les ofrece su hospitalidad, les prepara comida. Él, que es el jefe de familia, no delega a ningún servidor para atender a los huéspedes. Él mismo se queda de pie, al lado de ellos, atento a cualquier cosa que fuera necesaria.
¿Por qué hace eso Abraham? Porque esa visita es para él y su gente un regalo de Dios
Y Dios se manifiesta a través de esos viajeros. Abraham recibe de ellos el anuncio de que un cambio sobrevendrá en su vida: él y su esposa tendrán finalmente el hijo que tanto han deseado y buscado a lo largo de años.

La visita de Dios

Este relato que está en el primer libro de la Biblia nos presenta algo que se seguirá repitiendo. Dios se revela, se manifiesta a los hombres a través de todas las circunstancias y situaciones de la vida; pero Dios se manifiesta de una manera privilegiada a través de las personas. A Dios le gusta hablar al hombre por medio de otro hombre, le gusta actuar en la vida humana mediante otras personas. Él es Dios; pero se vale de un intermediario humano.
En ese sentido, cada encuentro con el otro, con el que nos visita, con el que pasa por nuestra vida, es también una oportunidad de encuentro conmigo mismo y de encuentro con Dios.
El pasado 11 de julio recordamos a San Benito de Nursia, fundador de los monjes benedictinos, que se han distinguido siempre por su hospitalidad.
Un monje benedictino decía algo que se puede aplicar tanto a las personas con las que convivimos y nos encontramos todos los días, como aquellos que a veces nos acompañan en un tramo de nuestro camino:
“Alguien que es totalmente diferente de ti camina junto a ti,
y parece que no es nada útil para ti;
y a pesar de todo, tú has sido confiado a él, y él a ti,
para que se encuentren el uno al otro,
y el uno se convierta en don para el otro,
cada uno para la salvación del otro”.
(Rapahel Hombach OSB)

Acción y contemplación

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas (10, 38-42)
Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude”. Pero el Señor le respondió: “Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, una sola cosa es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada”.
Palabra del Señor.


Y bien, esto es lo que viven Marta y María, tal como nos lo cuenta el Evangelio que escuchamos en las Misas de hoy.
A través de su visita, estas dos hermanas reciben a Dios, en la persona de su Hijo, el hombre Jesús de Nazaret.
Las dos hermanas lo reciben, pero la actitud es diferente. Marta se desvive por tener la casa en orden. No es como mi tía Eleodora, que recién había terminado de lavar los pisos cuando llegaba la visita; parece que Marta está lavando los pisos, está cocinando, está haciendo de “mujer orquesta” para que todo esté impecable…
En cambio, María se sienta a los pies de Jesús.
Nosotros no captamos toda la importancia que tiene ese gesto.
A los pies del Maestro se sientan los discípulos.
María recibe a Jesús como Maestro, se sienta ante Él como discípula, con los oídos y el corazón abiertos para que no se escape nada de lo que Jesús le puede comunicar.
Por eso Jesús dice que María ha elegido la parte más importante.
Sin embargo, la enseñanza de este pasaje del Evangelio no es oponer la acción y la oración, el arremangarnos y ponernos a la obra, frente a la meditación de la Palabra de Dios. El Papa Francisco, comentando este pasaje, dice:
“…la escucha de la Palabra del Señor, la contemplación, y el servicio concreto al prójimo, no son dos actitudes contrapuestas, sino, al contrario, son dos aspectos, ambos esenciales para nuestra vida cristiana; aspectos que nunca se han de separar, sino vivir en profunda unidad y armonía.”
El problema de Marta es que consideró esencial lo que estaba haciendo. Se dejó absorber por las cosas que había que hacer.
En cambio, la fuente principal de nuestra acción como cristianos, la fuente de nuestro servicio al prójimo está en la oración, en la escucha de la Palabra de Dios. Eso es lo que está haciendo Marta: está cayendo en el “activismo”, desconectada de la fuente. Y cuando uno se desconecta de la fuente, si no se conecta de nuevo, se seca, se queda sin agua.
María, a los pies de Jesús, está bebiendo de la fuente. Ella es quien lo está recibiendo profundamente.
Podríamos decir también: Marta quiere “alimentar” a Jesús, y no piensa que Jesús quiere alimentarla a ella.
María, en cambio, está recibiendo de Jesús el alimento que le dará las fuerzas para trabajar en servicio de su prójimo.

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