domingo, 28 de agosto de 2016

Enfoques Dominicales - San Agustín, constructor de paz

San Agustín bautizado por San Ambrosio
Obra de Benozzo Gozzoli, c. 1465
Hoy es 28 de agosto, y el calendario marca que es el día de San Agustín. Aunque hoy es Domingo y eso hace que en las Misas la fiesta de un santo pase a segundo plano, en este espacio sí vamos a tomar un momento para recordar a este gran santo, que la Iglesia reconoce como Doctor, es decir, como alguien que tuvo una rica enseñanza.

Este hombre nació en el norte de África, en una pequeña ciudad llamada Tagaste, que hoy se llama Souk Ahras y está ubicada en Argelia; pero en tiempos del nacimiento de Agustín, año 354, era parte de la provincia de Numidia, dentro del Imperio Romano. Se hablaba, pues, el latín, el idioma del imperio. En ese idioma Agustín estudió y desarrolló sus conocimientos.

Fue un hombre sumamente estudioso y un escritor prolífico. Escribió fundamentalmente sobre filosofía y teología, en diálogo con la cultura y con los acontecimientos de su tiempo. Escribió obras monumentales como “La Ciudad de Dios”, obras autobiográficas como sus “Confesiones” y numerosísimas cartas y homilías, que abarcan varios tomos de sus obras completas.

Sin embargo, no nos imaginemos un intelectual rodeado de libros, siempre abstraído en sus pensamientos. La vida de Agustín tiene dos etapas fundamentales, y ninguna de ellas fue la de un hombre quieto. Todo lo contrario.

La primera etapa de su vida fue la de un buscador. Agustín nació de un padre pagano y de una madre cristiana, y se movió durante mucho tiempo entre esos dos mundos tan diferentes. Desde el norte de África se trasladó a Milán. Pasó por varias escuelas filosóficas, buscando la verdad sin encontrarla. Se adhirió a la secta de los Maniqueos. Se convirtió en un orador apreciado, que rivalizaba con el Obispo San Ambrosio. Por otra parte, vivió una vida que podríamos llamar “desordenada”. En sus confesiones dice “lo más incurable de mi pecado es que no me tenía por pecador”; “mi impiedad me había dividido contra mí mismo”. Esa vida de Agustín provocó muchas lágrimas a su madre, Santa Mónica (cuya fiesta se celebra el día 27, o sea en la víspera de este día 28; por supuesto, la madre viene antes que el hijo).

Las lágrimas y las oraciones de Mónica fueron escuchadas. Con la ayuda de San Ambrosio, Agustín se convierte al cristianismo y es bautizado por San Ambrosio en el año 387, a los treinta y tres años de edad.

En sus Confesiones, Agustín cuenta su proceso de conversión. Reconoce que su vida ha sido una búsqueda de Dios, muchas veces sin saber dónde buscarlo… para encontrarlo dentro de él mismo. Así dice:
“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; (…) Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo.”

Después de su bautismo regresa a Numidia, y se establece en la ciudad de Hipona, que hoy se llama Annaba y está también en Argelia. Allí comienza una vida de monje, pero en el año 391, cuatro años después de su bautismo, es llamado al sacerdocio y recibe la ordenación. Otros cuatro años después, en el 395, es nombrado Obispo de Hipona. Ahí comienza la segunda gran etapa de su vida.

¿Cómo fue la vida de Obispo de San Agustín? En su obra La Sal de la Tierra, el Cardenal Ratzinger, después Benedicto XVI, describe la actividad pastoral de San Agustín como un trabajo por la paz. Él mismo Agustín decía: “no basta desear la paz, es necesario ser constructor de paz”. Corrían tiempos violentos, y al decir esto uno no puede menos que pensar que el mundo no ha cambiado mucho.

El trabajo por la paz de Agustín estaba en su tarea día a día, en un lugar muy especial: el tribunal. Después del edicto de Milán, el emperador Constantino concedió a los obispos el derecho de juzgar no sólo en lo concerniente a lo religioso, sino también en las causas civiles. Y aunque había tribunales civiles, el pueblo prefería ir al tribunal del Obispo, porque encontraba allí más justicia. Para Agustín, el tribunal era un servicio a la paz en la vida de cada día.

Como Obispo, Agustín intercedió muchas veces por los condenados a muerte y por la supresión de la pena capital. Se conservan sus cartas con su amigo Macedonio, que era algo así como el Virrey de África. Macedonio le decía que no correspondía que el Obispo interviniera en esos asuntos, pero Agustín contestaba que era necesaria la prédica del Evangelio contra los excesos de crueldad, que provocarían más injusticia y en nada ayudarían a la reforma de los criminales.

Frente a un grupo de ciudadanos que quiere linchar a un oficial romano corrupto, Agustín señala que si los cristianos quieren verdaderamente crear una sociedad más justa, deben antes que nada renunciar al deseo de ser como sus enemigos, renunciando al uso de la violencia.

De esa forma, Agustín se mueve dentro del mundo en el que vive, analizándolo finamente y planteando desde el Evangelio su posición frente a problemas como la pena de muerte, la justicia social, la esclavitud, el derecho de asilo y otros derechos previstos por la ley. Escribe a Flavio Marcelino y a Nectario, autoridades del Imperio, contra el uso de la tortura.

Todas estas cosas van apareciendo en las numerosas cartas de Agustín. Pero en su obra La Ciudad de Dios, hace una profunda crítica del Imperio Romano y de las causas que han ido llevando a su destrucción. Agustín critica sobre todo la mentalidad que fue llevando al endiosamiento de los emperadores, al imperialismo basado en el miedo y a la constitución de una moral basada en la mentira, en la dificultad de reconocer la fragilidad humana y en el deseo de perpetuar el recuerdo personal y del Imperio en sus grandes obras y conquistas. A ese “modelo de ciudadanía” basado en la mentira y en la corrupción, Agustín opone el modelo de una nueva ciudadanía, basada en la verdad, el reconocimiento de las propias culpas y el valor frente al mundo que pasa y a la muerte, protagonizado por los apóstoles y mártires.

Para terminar, quiero citar al Papa Benedicto, en el final de una catequesis sobre Agustín:
Queridos hermanos y hermanas, quiero decir a todos, también a quienes atraviesan un momento de dificultad en su camino de fe, a quienes participan poco en la vida de la Iglesia o a quienes viven «como si Dios no existiese», que no tengan miedo de la Verdad, que no interrumpan nunca el camino hacia ella, que no cesen nunca de buscar la verdad profunda sobre sí mismos y sobre las cosas con el ojo interior del corazón. Dios no dejará de dar luz para hacer ver y calor para hacer sentir al corazón que nos ama y que desea ser amado.
Para saber más...
San Agustín, Confesiones (libro completo en pdf)
Frei Luiz Antônio Pinheiro, OSA. A atualidade de Santo Agostinho: uma perspectiva teológico-pastoral (artículo en portugués, 12 páginas en pdf).

o0o0o0o0o0o0o
Enfoques Dominicales es un programa que se emite por
1340 AM La Voz de Melo,
los domingos a las 11:50.

domingo, 21 de agosto de 2016

Enfoques Dominicales - "Firme es su Misericordia con nosotros" Día de la Catequesis


Hoy, domingo 21 de agosto, la Iglesia recuerda al Papa San Pío X y se celebra el Día de la Catequesis. Estas dos celebraciones están profundamente unidas, y vamos a ver porqué.

Primero, veamos qué es la catequesis, catecismo, catequista. Segundo, recordemos quien fue San Pío X y cuál fue su relación con la catequesis. Finalmente, vamos a hablar de este Día de la Catequesis en el Año de la Misericordia.

Tal vez la palabra “catequesis” suene un poco rara para algunos oyentes, aunque no tanto otras parecidas como “catecismo” o “catequista”.

El “Catecismo” es un libro que contiene en forma ordenada las enseñanzas de la Iglesia sobre la fe. Cuando yo era niño, llegué a tener en mis manos un librito, de pocas páginas, que era de mi abuela, de tapa verde. En su interior tenía preguntas y respuestas. La primera pregunta era “¿Sois cristiano?” y la respuesta: “Sí, soy cristiano, por la Gracia de Dios”.
En el siglo XVI, los misioneros españoles que llegaron a América se preocuparon por presentar a los pueblos originarios la fe cristiana en la lengua propia de cada pueblo. Así, estudiaron cada idioma, le dieron forma escrita y escribieron los catecismos en lengua náhuatl, quechua, aimara guaraní, por mencionar algunas de las principales. Claro que tuvieron también que enseñar a los indios a leer, de modo que el catecismo se hizo también un pequeño manual de lectura.
En el año 1992, precisamente en el Quinto Centenario del encuentro de los mundos europeo y americano, Juan Pablo II publicó el Catecismo de la Iglesia Católica, una voluminosa obra que presenta un resumen de la fe católica, preparado bajo la dirección del Cardenal Joseph Ratzinger, luego Papa Benedicto XVI. Después se publicó un Compendio del mismo catecismo, que permite un acceso más rápido a lo esencial de la doctrina católica.
Existen hoy muchos Catecismos católicos, pero el Catecismo de la Iglesia Católica es la referencia para todos ellos y es un valioso documento de consulta para quien quiera saber qué cree y enseña la Iglesia Católica.

Quienes alguna vez, siendo niños, se prepararon para la Primera Comunión, suelen guardar un buen recuerdo de su catequista. La catequista o el catequista es la persona que va guiando y acompañando a los catequizandos o catecúmenos en su camino de conocimiento de la fe. Muchos catequistas han sido personas profundamente creyentes, con un testimonio de vida cristiana ejemplar. Ser catequista es prestar en la Iglesia un servicio muy importante, porque es nada menos que la formación de los nuevos cristianos. En nuestra Diócesis hay numerosos catequistas, en su mayoría mujeres, pero también algunos varones, que desarrollan la catequesis en las diferentes parroquias, en relación con el sacerdote o la persona responsable de la comunidad. Existe también el Oficio Catequístico Diocesano, servicio que se ocupa de la formación de los catequistas y de la coordinación general de la catequesis, para que esa tarea se haga en comunión.

La catequesis, pues, es esta actividad primordial de la Iglesia que viene de la misión que Jesús confió a sus apóstoles, al decirles “Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado” (Mt 28,19-20).

Hay muchas formas de catequesis, para diferentes destinatarios: casi todos conocen la catequesis de niños, que está asociada a la Primera Comunión. Hay también una catequesis para los adultos, personas que no están bautizadas, que se han acercado a Dios; se le suele llamar Catecumenado. Ningún adulto debería ser bautizado sin pasar antes por el catecumenado, que suele llevar al menos algunos meses. Hay también una catequesis para los más chiquitos: en la catedral de Melo funciona la Catequesis del Buen Pastor, con una metodología especial, apropiada para los más pequeños.
Cualquier pequeña comunidad cristiana tiene vida si tiene catequesis, aunque sean pocos los niños o adultos que participen en ella. En la catequesis se están formando, o al menos deberían estarse formando, discípulos y discípulas de Jesús.

Y a todo esto: ¿quién fue el Papa San Pío X? Es el Papa de los comienzos del siglo XX. Su pontificado empezó en 1903 y terminó con su muerte, el 20 de agosto de 1914, un mes después que estallara la Primera Guerra Mundial.
Su servicio como Papa se destacó por la importancia que dio a la catequesis y a la pastoral. Promovió la comunión frecuente y determinó las formas de preparación para que los niños accedieran al sacramento. Redactó un catecismo y se preocupó de la formación de los sacerdotes. También incentivó los diversos movimientos y asociaciones de laicos que estaban surgiendo en la Iglesia.
De esa forma la catequesis, sobre todo en la preparación a los sacramentos fue adquiriendo un lugar destacado en la vida de las comunidades, incorporando a laicos y laicas a una tarea que antes era ejercida casi únicamente por sacerdotes y religiosas.
Por todo eso, a San Pío X se le conoce como “el Papa de la catequesis” y el día de la Catequesis o del catequista en algunos países se asocia con su fiesta litúrgica, el 21 de agosto.

Y bien, llegamos a este “Día de la Catequesis”. ¿Cómo se celebra en Uruguay? Se lo celebra en relación al Año de la Misericordia. Dos pasajes bíblicos son inspiradores para esta celebración. El primero está tomado del Evangelio de Lucas (13,22): “Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén”. Eso se convierte en un lema: “Recorran ciudades y pueblos”, o sea, misioneros como Jesús y sus discípulos. El segundo pasaje está tomado de un Salmo: “Firme es su misericordia con nosotros” (116,2). Eso es lo que hay que anunciar: Dios es misericordioso, Dios es fiel.

Damos gracias por todos los buenos catequistas que han sido testigos de la misericordia y la fidelidad de Dios.

Más información sobre el Día Nacional de la Catequesis haciendo click aquí:
Conferencia Episcopal del Uruguay - Departamento de Catequesis - Día Nacional de la Catequesis 2016.

o0o0o0o0o0o0o
Enfoques Dominicales es un programa que se emite por 1340 AM La Voz de Melo,
los domingos a las 11:50.

domingo, 14 de agosto de 2016

Enfoques Dominicales - Fiesta patronal en Santa Clara de Olimar

Imagen de S. Clara de Asís,
Parroquia S. Clara de Olimar
El pasado jueves 11 de agosto, la Iglesia celebró la fiesta de Santa Clara de Asís. Esta santa falleció el 11 de agosto de 1253, hace 763 años.
Esta mujer, junto a San Francisco de Asís, fue fundadora de la segunda orden franciscana, llamada en su origen de las “Señoras o Damas pobres” y hoy “Hermanas Clarisas”, en reconocimiento a su fundadora.
Clara pertenecía a una familia de la aristocracia de Asís. Renunció a todos sus bienes y a la posibilidad de un matrimonio muy conveniente, para elegir como esposo a Jesús y vivir junto a sus hermanas en la pobreza evangélica.
El primer Convento de las Clarisas, donde vivió y murió Santa Clara, fue construido junto a la Iglesia de San Damián, la misma Iglesia que San Francisco y sus hermanos habían encontrado en ruinas y habían reconstruido.
En esa Iglesia de San Damián, cuando todavía estaba derrumbada, había un crucifijo, del cual Francisco oyó salir una voz que le decía “Francisco, reconstruye mi iglesia”. Francisco y sus hermanos, como hemos dicho, se empeñaron en reconstruir San Damián. Sin embargo, la palabra de Jesús que habían escuchado iba más lejos: se trataba de reconstruir la Iglesia de piedras vivas, el Cuerpo místico de Cristo, la comunidad cristiana, herida por las divisiones.

En este domingo, les estoy hablando desde Santa Clara de Olimar. Aquí estamos celebrando hoy la fiesta patronal de esta parroquia, dedicada a Santa Clara de Asís.
Es una buena ocasión para recordar como la Iglesia se fue asentando en esta localidad, aunque podría decirse que primero llegó la Iglesia y en torno a ella se fue armando el pueblo.
Hacia el año 1865 una familia de origen español construyó la primera capilla, dedicada a Santa Clara porque era el nombre de pila de la dueña del lugar, Doña Clara Polanco.
Según cuenta Omar Medina Soca, en su libro “Santa Clara del Olimar Grande, 1878-1978”, el 12 de agosto de 1873 el Padre Joaquín Vázquez inicia el primer libro de bautismos y el primer libro de casamientos de la capilla “Santa Clara del Olimar Grande”. Todavía no es parroquia; es una capilla, pero hay un sacerdote y hay libros que comienzan a registrar la vida religiosa de una comunidad que se está formando.
Cinco años más tarde, siempre según el documentado relato de Medina Soca, encontramos lo que podríamos llamar la “partida de nacimiento” de Santa Clara: la autorización dada por el gobierno nacional a Don Modesto Polanco “para la formación de un pueblo… que se denominará Olimar”. La fecha es el 7 de marzo de 1878.
Todavía antes de esa fecha, a partir del 20 de octubre de 1874, la capilla pasa a ser Vice Parroquia. Años después, el 5 de agosto de 1932, Mons. Miguel Paternain firma en Melo el decreto por el que eleva la Vice parroquia a Parroquia. A esa altura han pasado varios sacerdotes, entre ellos Bartolomé Pons Sintes, un sacerdote español nacido en la Isla de Menorca, en las Baleares.

Bartolomé Pons llegó a nuestra Diócesis en 1919, a tiempo para estar presente en la llegada del primer Obispo, Mons. José Marcos Semería. Después de un año y medio en la parroquia de Rivera, que entonces hacía parte de la Diócesis de Melo, el P. Pons fue enviado a Santa Clara. Allí encontró la iglesia nueva que había sido inaugurada en 1917, la iglesia construida en piedra que, lamentablemente, se derrumbó hace poco, después que por años se dejara de utilizar precisamente por riesgo de derrumbe. La parroquia entonces abarcaba una zona más grande que hoy en día, incluyendo a Cerro Chato, Tupambaé y varios centros poblados menores. Las crónicas de la época cuentan que la vida parroquial era intensa, con buena presencia de jóvenes. Mons. Semería hizo una prolongada visita pastoral con una semana de misión en Santa Clara y otra en Tupambaé. Pero el P. Bartolomé fue llamado a España por su familia y en 1926 dejó la misión en Uruguay y se estableció en la Diócesis de Barcelona. Allí fue asesinado el 29 de julio de 1936, en plena guerra civil, solamente por el hecho de ser sacerdote. Así lo cuenta el P. Guillermo Pons, pariente de Bartolomé, en su libro biográfico “Bartolomé Pons Sintes. Configurado con Cristo en su muerte”. Mons. Cáceres me ha dicho muchas veces que espera que un día el martirio del P. Bartolomé sea reconocido por la Iglesia y podamos venerarlo en los altares.

Muchos sacerdotes pasaron por Santa Clara. Son particularmente recordados los Padres Félix García Álvarez y Omar Alonso. Hoy, la animación pastoral de la parroquia está confiada a una congregación religiosa, Misioneras de Jesús Verbo y Víctima. Las “Madres”, como las llamamos, fueron fundadas en la prelatura de Caravelí, en Perú, para atender parroquias en las que no hubiera sacerdote permanente. Ellas tienen a su cargo dos parroquias: Santa Clara y Tupambaé.

Hablamos al principio de Santa Clara, de San Francisco y de la Iglesia de San Damián. Recordamos la visión de Francisco, del Cristo crucificado que le dice “Francisco, reconstruye mi iglesia”. Pienso en esa Iglesia de Santa Clara, derrumbada… pero, ante todo, lo primero es siempre construir el templo de piedras vivas. De poco sirven los edificios de las Iglesias si la comunidad cristiana se dispersa, si quienes hemos sido bautizados no nos sentimos llamados a congregarnos, a encontrarnos, a vincularnos como miembros del Cuerpo de Cristo. Una fiesta patronal es, ante todo, una fiesta de comunidad, de encuentro, de comunión. No es una mera reunión social. Es el encuentro de hermanos y hermanas en Cristo, que renuevan su común-unión con Él y se abren, disponibles a la misión en la que Él quiera enviarlas.

Nuevamente, desde Santa Clara, les reitero mi cordial saludo. Gracias por su sintonía y hasta el próximo domingo si Dios quiere.

Dos libros:
Omar Medina Soca, Santa Clara del Olimar Grande 1878-1978. Edición del autor. Montevideo, 1978.
Guillermo Pons Pons, Bartolomé Pons Sintes. Configurado con Cristo en su muerte. BAC. Biografías. Madrid, 1999.

o0o0o0o0o0o0o
Enfoques Dominicales es un programa que se emite por 1340 AM La Voz de Melo,
los domingos a las 11:50.

domingo, 7 de agosto de 2016

Enfoques dominicales - "Estén prevenidos"


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas (12, 32-48)
Jesús dijo a sus discípulos: “No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino. Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla. Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón. Estén preparados, ceñidas las vestiduras y con las lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta. ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así! Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”. Pedro preguntó entonces: “Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?”. El Señor le dijo: “¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno? ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentra ocupado en este trabajo! Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. Pero si este servidor piensa: ‘Mi señor tardará en llegar’, y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse, su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles. El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo. Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más”.
Palabra del Señor.


“Hombre prevenido vale por dos”, dice el viejo refrán.
“Estén prevenidos”, nos dice Jesús en el Evangelio que escuchamos en las Misas de este domingo.
“Prevenir”, en el diccionario de la Real Academia Española, es, primero “Preparar, aparejar y disponer con anticipación lo necesario para un fin.”
Eso ya nos dice algo interesante. El hombre prevenido está mirando hacia un fin, una meta, un propósito y se prepara para eso, consiguiendo los medios, las herramientas, los instrumentos; planificando, pensando los pasos. La mirada está puesta en esa meta y se van tomando las previsiones.
El segundo significado de prevenir es “Prever, ver, conocer de antemano o con anticipación un daño o perjuicio”.
En el camino de la vida no está solo la meta que se quiere alcanzar: están los obstáculos, las amenazas...
Frente a una tarea importante, un buen equipo de trabajo toma precauciones frente a lo que pueda interponerse en el camino, imagina los peores escenarios, elabora un “plan B”…

Lo contrario de “estar prevenidos” es estar dormidos, aturdidos. Es estar viviendo el momento sin mirar más allá.
Es olvidar que la vida tiene un término. Aunque nuestra vida tuvo un comienzo, nos parece que hemos vivido “desde siempre”, y acaso pensamos que también viviremos “para siempre”.
Pero no es así. En esta vida, nada es para siempre.
El evangelio del domingo pasado nos ponía dramáticamente frente a la realidad de la muerte.
A aquel hombre que estaba planificando lo que iba a hacer con los resultados de su espléndida cosecha, Dios le dice “¡Insensato! Esta misma noche vas a morir”.
Es curioso.
El hombre está haciendo previsiones, planes, proyectos… pero no cuenta con el final inexorable.
Es verdad, no podemos vivir pensando en la muerte. No es sano. Puede ser un pensamiento atormentante, mortificante.
Sin embargo, la muerte está en el horizonte de nuestra vida. Más aún, es el horizonte al que caminamos.
Entonces ¿cómo vivir nuestra vida en este mundo y, al mismo tiempo, no olvidarnos de que no es definitiva, y que aquí somos peregrinos?
Una clave la encontramos en la divisa de la familia Zorrilla de San Martín, la de don José Zorrilla, el autor de Tabaré, el poeta de la patria. Dice ese lema “Velar se debe la vida / de tal suerte / que viva quede en la muerte”.
“Velar” es estar despierto, atento: prevenido.
¿Qué significa que la vida “viva quede en la muerte”?
Por un lado, dejar una buena huella de nuestro paso por este mundo, para que seamos recordados con aprecio por quienes nos conocieron y, tal vez, todavía se trasmita ese recuerdo a las generaciones siguientes. Un amigo fraybentino, que trabajó muy cerca de un intendente de Río Negro me decía, viendo el empeño cotidiano de su jefe por atender a la gente, por resolver problemas, por hacer obras que perduraran, que lo que el intendente quería era que algún día una calle de Fray Bentos llevara su nombre. Quedar en el recuerdo de la gente. Aun así, esos recuerdos se van borrando con el tiempo.
Hay que ver lo que está por el otro lado, el de la eternidad, el de la memoria de Dios.
Para eso podemos tener presente lo que decía otro poeta, Jorge Manrique, en las “Coplas a la muerte de su padre”. Decía Manrique:
“Este mundo es el camino
para el otro, que es morada sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada sin errar.”
San Pablo, en muchas de sus cartas, nos invita a mirar hacia esa vida. Así como Jesús nos dice que “amontonemos tesoros en el Cielo”, San Pablo nos dice de “buscar las cosas de arriba”, es decir, de lo alto, las cosas de la casa de Dios.
Entre esas cosas están la fe, la esperanza y la caridad.
De las tres, la caridad, el amor, no pasa nunca (1 Co 13,8).
Esto significa que cada acto de amor concreto, cada gesto de verdadero amor que hacemos en nuestra vida queda en la memoria de Dios, entra ya en la eternidad, se hace parte de nuestro “tesoro en el Cielo”.

Entonces, “donde está tu tesoro, está tu corazón”. ¿Dónde está puesto nuestro corazón? ¿Qué es aquello que buscamos con más ahínco, con más entusiasmo cada día? ¿Seguimos deslumbrados por lo que reluce, lo que nos atrae, lo que nos distrae?
¿O buscamos vivir profundamente cada jornada, dejando nuestra huella en el camino que Jesús ha abierto y que Él nos llama a recorrer?
¿Vamos sin rumbo en nuestra vida, distraídos, dispersos, mareados o como Pablo podemos decir “sigo adelante, a fin de poder alcanzar aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús”? (Fil 3,12). “Nuestra alma espera en el Señor, Él es nuestra ayuda y nuestro escudo”. Amén. (Salmo 32,1)

+ Heriberto, Obispo de Melo
 
o0o0o0o0o0o0o
Enfoques Dominicales
es un programa que se emite por
1340 AM La Voz de Melo, los domingos a las 11:50.