domingo, 28 de agosto de 2016

Enfoques Dominicales - San Agustín, constructor de paz

San Agustín bautizado por San Ambrosio
Obra de Benozzo Gozzoli, c. 1465
Hoy es 28 de agosto, y el calendario marca que es el día de San Agustín. Aunque hoy es Domingo y eso hace que en las Misas la fiesta de un santo pase a segundo plano, en este espacio sí vamos a tomar un momento para recordar a este gran santo, que la Iglesia reconoce como Doctor, es decir, como alguien que tuvo una rica enseñanza.

Este hombre nació en el norte de África, en una pequeña ciudad llamada Tagaste, que hoy se llama Souk Ahras y está ubicada en Argelia; pero en tiempos del nacimiento de Agustín, año 354, era parte de la provincia de Numidia, dentro del Imperio Romano. Se hablaba, pues, el latín, el idioma del imperio. En ese idioma Agustín estudió y desarrolló sus conocimientos.

Fue un hombre sumamente estudioso y un escritor prolífico. Escribió fundamentalmente sobre filosofía y teología, en diálogo con la cultura y con los acontecimientos de su tiempo. Escribió obras monumentales como “La Ciudad de Dios”, obras autobiográficas como sus “Confesiones” y numerosísimas cartas y homilías, que abarcan varios tomos de sus obras completas.

Sin embargo, no nos imaginemos un intelectual rodeado de libros, siempre abstraído en sus pensamientos. La vida de Agustín tiene dos etapas fundamentales, y ninguna de ellas fue la de un hombre quieto. Todo lo contrario.

La primera etapa de su vida fue la de un buscador. Agustín nació de un padre pagano y de una madre cristiana, y se movió durante mucho tiempo entre esos dos mundos tan diferentes. Desde el norte de África se trasladó a Milán. Pasó por varias escuelas filosóficas, buscando la verdad sin encontrarla. Se adhirió a la secta de los Maniqueos. Se convirtió en un orador apreciado, que rivalizaba con el Obispo San Ambrosio. Por otra parte, vivió una vida que podríamos llamar “desordenada”. En sus confesiones dice “lo más incurable de mi pecado es que no me tenía por pecador”; “mi impiedad me había dividido contra mí mismo”. Esa vida de Agustín provocó muchas lágrimas a su madre, Santa Mónica (cuya fiesta se celebra el día 27, o sea en la víspera de este día 28; por supuesto, la madre viene antes que el hijo).

Las lágrimas y las oraciones de Mónica fueron escuchadas. Con la ayuda de San Ambrosio, Agustín se convierte al cristianismo y es bautizado por San Ambrosio en el año 387, a los treinta y tres años de edad.

En sus Confesiones, Agustín cuenta su proceso de conversión. Reconoce que su vida ha sido una búsqueda de Dios, muchas veces sin saber dónde buscarlo… para encontrarlo dentro de él mismo. Así dice:
“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; (…) Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo.”

Después de su bautismo regresa a Numidia, y se establece en la ciudad de Hipona, que hoy se llama Annaba y está también en Argelia. Allí comienza una vida de monje, pero en el año 391, cuatro años después de su bautismo, es llamado al sacerdocio y recibe la ordenación. Otros cuatro años después, en el 395, es nombrado Obispo de Hipona. Ahí comienza la segunda gran etapa de su vida.

¿Cómo fue la vida de Obispo de San Agustín? En su obra La Sal de la Tierra, el Cardenal Ratzinger, después Benedicto XVI, describe la actividad pastoral de San Agustín como un trabajo por la paz. Él mismo Agustín decía: “no basta desear la paz, es necesario ser constructor de paz”. Corrían tiempos violentos, y al decir esto uno no puede menos que pensar que el mundo no ha cambiado mucho.

El trabajo por la paz de Agustín estaba en su tarea día a día, en un lugar muy especial: el tribunal. Después del edicto de Milán, el emperador Constantino concedió a los obispos el derecho de juzgar no sólo en lo concerniente a lo religioso, sino también en las causas civiles. Y aunque había tribunales civiles, el pueblo prefería ir al tribunal del Obispo, porque encontraba allí más justicia. Para Agustín, el tribunal era un servicio a la paz en la vida de cada día.

Como Obispo, Agustín intercedió muchas veces por los condenados a muerte y por la supresión de la pena capital. Se conservan sus cartas con su amigo Macedonio, que era algo así como el Virrey de África. Macedonio le decía que no correspondía que el Obispo interviniera en esos asuntos, pero Agustín contestaba que era necesaria la prédica del Evangelio contra los excesos de crueldad, que provocarían más injusticia y en nada ayudarían a la reforma de los criminales.

Frente a un grupo de ciudadanos que quiere linchar a un oficial romano corrupto, Agustín señala que si los cristianos quieren verdaderamente crear una sociedad más justa, deben antes que nada renunciar al deseo de ser como sus enemigos, renunciando al uso de la violencia.

De esa forma, Agustín se mueve dentro del mundo en el que vive, analizándolo finamente y planteando desde el Evangelio su posición frente a problemas como la pena de muerte, la justicia social, la esclavitud, el derecho de asilo y otros derechos previstos por la ley. Escribe a Flavio Marcelino y a Nectario, autoridades del Imperio, contra el uso de la tortura.

Todas estas cosas van apareciendo en las numerosas cartas de Agustín. Pero en su obra La Ciudad de Dios, hace una profunda crítica del Imperio Romano y de las causas que han ido llevando a su destrucción. Agustín critica sobre todo la mentalidad que fue llevando al endiosamiento de los emperadores, al imperialismo basado en el miedo y a la constitución de una moral basada en la mentira, en la dificultad de reconocer la fragilidad humana y en el deseo de perpetuar el recuerdo personal y del Imperio en sus grandes obras y conquistas. A ese “modelo de ciudadanía” basado en la mentira y en la corrupción, Agustín opone el modelo de una nueva ciudadanía, basada en la verdad, el reconocimiento de las propias culpas y el valor frente al mundo que pasa y a la muerte, protagonizado por los apóstoles y mártires.

Para terminar, quiero citar al Papa Benedicto, en el final de una catequesis sobre Agustín:
Queridos hermanos y hermanas, quiero decir a todos, también a quienes atraviesan un momento de dificultad en su camino de fe, a quienes participan poco en la vida de la Iglesia o a quienes viven «como si Dios no existiese», que no tengan miedo de la Verdad, que no interrumpan nunca el camino hacia ella, que no cesen nunca de buscar la verdad profunda sobre sí mismos y sobre las cosas con el ojo interior del corazón. Dios no dejará de dar luz para hacer ver y calor para hacer sentir al corazón que nos ama y que desea ser amado.
Para saber más...
San Agustín, Confesiones (libro completo en pdf)
Frei Luiz Antônio Pinheiro, OSA. A atualidade de Santo Agostinho: uma perspectiva teológico-pastoral (artículo en portugués, 12 páginas en pdf).

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Enfoques Dominicales es un programa que se emite por
1340 AM La Voz de Melo,
los domingos a las 11:50.

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