domingo, 25 de septiembre de 2016

Enfoques dominicales - Encontrarnos y ayudarnos. El rico y el pobre Lázaro.

El rico y el pobre Lázaro, por Jacopo Da Ponte
En los pasados domingos, venimos escuchando diferentes parábolas de Jesús.
Hace quince días, la hermosa parábola de la Misericordia que es el hijo pródigo.
El domingo pasado, la desconcertante parábola del administrador astuto.
Hoy, la del rico y el pobre Lázaro.

Historias muy diferentes, pero dónde aparece algo en común: el manejo del dinero.
El hijo pródigo lo dilapida. Cuando pierde todo su dinero, descubre lo único que tiene valor verdadero: la casa del Padre. Así, emprende el regreso.
El administrador lo roba; pero luego, lo usa para ganar amigos. Eso le vale el extraño elogio de Jesús: “el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente.” Y Jesús agrega un consejo: “Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que éste les falte, ellos los reciban en las moradas eternas.”

Ahora tenemos la historia de un hombre rico, que gasta fundamentalmente en darse una buena vida. Se nos dice que “se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes”
A su puerta está el pobre Lázaro “cubierto de llagas… ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico”
El pobre Lázaro y el rico están muy cerca, pero los dos nunca se ven. Hay un abismo, un abismo económico y social.
A la muerte, los dos quedan separados por otro abismo.
Jesús ubica a Lázaro en “el seno de Abraham”. El mejor lugar donde podía estar un creyente en “las moradas eternas”.
El rico está en “la morada de los muertos, en medio de los tormentos” y ruega por recibir a través de Lázaro al menos una gota de agua. Pero ya no es posible cruzar ese abismo que los separa por toda la eternidad.

Aquí podría Jesús repetir: “Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que éste les falte, ellos los reciban en las moradas eternas.”
Si queremos, saquémosle lo de la injusticia. De lo que se trata es de ganar esos amigos que nos reciban en las moradas eternas.

El hombre rico no lo hizo. Su vida terrena transcurrió en darse todos los gustos, sin pensar en nadie más. No es condenado por ser rico; es condenado por haber sido egoísta.
Más atrás, en el mismo Evangelio de Lucas, otro hombre tiene que escuchar la voz de Dios. El hombre ha tenido una cosecha muy grande. Planea demoler sus graneros, hacer otros más grandes y después “darse buena vida”. Dios le dice: “Insensato, esta misma noche vas a morir ¿y para quién será lo que has acumulado?”

Todos estos pasajes del Evangelio y, especialmente, el de hoy, nos llaman a vivir la solidaridad con el pobre y desamparado.

Es verdad, la sociedad ha cambiado desde los tiempos de Jesús.
En tiempos de Jesús, una persona que no podía ganar su sustento, por la razón que fuera, dependía completamente de la caridad de los demás. Muchas veces en la Biblia se nombra a “la viuda, el huérfano y el extranjero” como un trío de pobres desamparados, a los que todos deben ayudar. Hoy existen muchas formas de ayuda institucional pública y privada a los más pobres o carenciados.
En estos años, en Uruguay ha disminuido, por lo menos estadísticamente, la pobreza y la indigencia.
El problema es que muchas veces la pobreza sigue instalada en la cabeza de las personas. Siguen viviendo en una actitud pasiva, dependiente, con una dignidad humana disminuida.
Siempre podemos hacer algo por los más pobres. Y aunque nos consideremos pobres, siempre hay alguien más pobre que nosotros. Siempre habrá alguien a quien podamos ayudar.
Pero lo mejor que podemos hacer es algo que ayude al cambio de las personas, que les ayude a salir de su situación de pobreza. Eso va por los caminos de la educación y del trabajo.
Todo aquello que ayude al ser humano a crecer como persona es superación de pobreza.
El Papa Pablo VI escribió sobre esto en su carta “Sobre el Progreso de los Pueblos”, describiendo el desarrollo como “el paso, para cada uno y para todos de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas”.

Condiciones menos humanas: las carencias materiales, pero también el egoísmo, la explotación, la opresión, la injusticia. Más humanas: “el remontarse de la miseria a la posesión de lo necesario, la victoria sobre las calamidades sociales, la ampliación de los conocimientos, la adquisición de la cultura.” Y así, hasta llegar por fin y especialmente a “la fe, don de Dios acogido por la buena voluntad de los hombres, y la unidad de la caridad de Cristo, que nos llama a todos a participar, como hijos, en la vida de Dios vivo, Padre de todos los hombres” (PP 21).

Entonces, se trata de mucho más que de poder comer cada día, que siempre será necesario; se trata de crecer como persona, de crecer en dignidad, de poder valerse por sí mismo y de aportar al conjunto de la sociedad.

Puedo vivir la solidaridad con los más pobres acercándome a instituciones que trabajan en bien de ellos. Puedo colaborar con un aporte económico que, anónimamente, llegará de alguna manera a un grupo o a una persona necesitados.

Pero no basta con eso, si ignoro a mi prójimo, como le ocurrió al hombre rico. Nunca reparó en Lázaro, que estaba a su puerta. La sociedad solidaria se construye con vínculos interpersonales, que empiezan muchas veces por poder llamar a la otra persona por su nombre, o por lo menos mirarla a los ojos. La sociedad solidaria se construye en el encuentro.

Como decía Francisco en su mensaje para la fiesta de San Cayetano en 2013:
Usted, cuando da limosna, ¿mira a los ojos de la gente a la que le da limosna? Cuando da la limosna, ¿toca la mano o le tira la moneda? Si no lo miraste… si no lo tocaste, no te encontraste con él. Lo que Jesús nos enseña es primero encontrarnos y en el encuentro ayudar.

Mensaje del Papa Francisco para 
la fiesta de S. Cayetano, 2013.

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Enfoques Dominicales
es un programa que se emite por 
1340 AM La Voz de Melo, los domingos a las 11:50

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