jueves, 16 de febrero de 2017

Enfoques Dominicales. Amen a sus enemigos (Mateo 5,38-48). VII domingo durante el año, ciclo A.

Soldados alemanes e ingleses en la tregua de Nochebuena, Ypres, 1914



En la Nochebuena de 1914 Europa estaba en guerra. Una guerra que había estallado el 28 de julio, con el asesinato del heredero del Imperio Austrohúngaro. “Va a ser una guerra corta” creyeron muchos. Europa estaba en medio del verano y los soldados creyeron que volverían a casa para Navidad.

Sin embargo, la Nochebuena los encontró en las trincheras. En Ypres, Bélgica, los soldados ingleses vieron a los alemanes armar los arbolitos de Navidad y luego los oyeron cantar “Noche de Paz”.

Desde sus trincheras, los ingleses les respondieron con otro villancico. De a poco, de un lado y del otro algunos se animaron a abandonar sus puestos y se encontraron en la tierra de nadie. Hubo saludos y se compartió algo de lo que algunos habían recibido de sus casas para esa Navidad tan dura que los esperaba. Los hombres se encontraron como personas, más allá de su uniforme. Se reconocieron como gente de familia, de trabajo, de fe. (1)

La guerra continuó y se extendió por tres años más, volviéndose mundial y dejando un saldo de nueve millones de combatientes muertos. La tregua de Navidad, aunque breve, dejó encendida la esperanza de que finalmente "los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano y los pueblos busquen la unión". (2)

La guerra es la situación donde aparece más claro quién es el enemigo. Es el que está enfrente, el que tiene por misión matarme, así como yo tengo la misión de matarlo a él. Es terriblemente simple.

Hoy Jesús nos dice
“Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores, así serán hijos del Padre que está en el Cielo (…) Si ustedes aman solamente a quienes los aman ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?”.

Los procesos de paz, de reconciliación, son difíciles. Difíciles entre los pueblos y difíciles entre las personas. La paz significa convivir con el otro, escucharlo, entenderlo, llegar a construir una confianza mutua. Y Jesús nos pide más: nos pide llegar a amar al enemigo.

Hay gente que piensa que no tiene enemigos, al menos en sus relaciones personales; otros en cambio, están en guerra con todo el mundo (tal vez, porque, en primer lugar, ya están en guerra consigo mismos).

En nuestro mundo de relaciones personales, amistad y enemistad se mezclan. En Estados Unidos se inventó la palabra “frienemy”, una mezcla de friend (amigo) y enemy (enemigo) para describir a las personas que viven esa complicada relación. Nosotros, latinos, más pasionales, hablamos, en esos casos, de una relación de amor y odio. Pero Jesús nos llama a desterrar el odio y hacer prevalecer el amor en cualquiera de nuestras relaciones con los demás.

Vamos ahora a mirar nuestro mundo más cercano de relaciones. Voy a seguir en esto lo que nos propone una persona que tiene una larga experiencia de vida en comunidad. Se trata de Jean Vanier, un católico suizo que fundó las comunidades llamadas El Arca, donde conviven personas con diversas discapacidades ayudándose mutuamente. (3)

Jean Vanier con miembros de El Arca
Desde su experiencia de comunidad, Jean Vanier nos invita a mirar nuestro pequeño mundo y preguntarnos quiénes son nuestros amigos y quiénes son nuestros enemigos. Muchas veces, las personas que consideramos amigas son aquellas que nos gustan, que tienen nuestras mismas ideas, la misma manera de concebir la vida, el mismo sentido del humor. Sin duda, son esas las personas que inmediatamente percibimos como amigas. Nos sentimos bien juntos… pero a veces, esas amistades se convierten en un círculo cerrado, donde las personas ya no cambian, porque se consideran maravillosos, inteligentes, listos, así como son… y entonces, no se crece; el círculo cerrado se vuelve un círculo de mediocres. Esos amigos pueden volverse, sin quererlo, enemigos de mi desarrollo como persona.

En nuestro mundo de relaciones hay también antipatías. Allí aparecen los que podríamos llamar “enemigos”:
  • Por un lado, personas que no me entienden, que me bloquean, que me contradicen y ahogan el impulso de mi vida y de mi libertad. Su presencia parece amenazarme. Me hacen poner nervioso y hasta agresivo. En su presencia no soy capaz de expresarme y vivir.
  • Otras personas hacen nacer en mí sentimientos de envidia y celos. Son lo que yo quisiera ser, y su presencia me recuerda que no lo soy. Su inteligencia, su capacidad hacen que me sienta pobre e incapaz.
  • De otros, siento que me piden demasiado. Son muy demandantes. No puedo responder a su búsqueda de respuestas, de afecto, porque parecen insaciables; nada parece ser suficiente y me reprochan que no les dé más atención. Me veo obligado a rechazarlos.
Todas estas personas son mis “enemigos”: me ponen en peligro y, aunque no quiera admitirlo o no quiera ponerle ese nombre, el sentimiento que tengo por ellas es una forma de odio. No quisiera que existieran. Si no los viera más, si se fueran lejos, si se murieran, sería para mí una liberación.

El enemigo hace aparecer la oscuridad que hay en mi corazón: agresividad, celos, miedo, dependencia, apegos… odio.

¿Cómo pasar de ese “odio al enemigo” que tengo cerca, con quien me veo todos o casi todos los días, a una relación de amor, de amistad?

El primer paso es tomar conciencia de mi propia fragilidad, de mi falta de madurez, de una pobreza en mi interior. Eso es lo que me niego a entender. Los defectos que critico en los demás son a menudo mis propios defectos, esos que no quiero reconocer. Si no los veo, si no me entiendo a mí mismo, viviré en la falsa ilusión de pertenecer a “los mejores” (bueno… los que se creen mejores) y me quedaré en mi inmadurez, sin crecer.

Mientras no acepte que soy una mezcla de luz y tinieblas, de cualidades y defectos, de amor y odio, de altruismo y egocentrismo, de madurez e inmadurez, seguiré dividiendo el mundo en enemigos y amigos, en malos y buenos. Seguiré encerrándome, construyendo muros a mi alrededor.

Cuando acepte, por fin, que tengo debilidades y defectos y también que puedo progresar hacia la libertad interior y un amor más verdadero, entonces podré aceptar los defectos y debilidades de los demás. Podré aceptar que tanto yo como ellos podemos crecer, podemos desarrollarnos espiritualmente, podemos caminar hacia la verdadera libertad y el verdadero amor.

Así podré mirar a cada persona con realismo y amor. Así podré llegar a “amar a mi enemigo”, como me pide Jesús. Así llegaré a comprender que todos somos personas mortales y frágiles, pero con esperanza, porque podemos crecer. 

1. Una película francesa de 2005 recuerda este episodio: Joyeux Noël (Feliz Navidad), de Christian Carlon. También se puede escuchar aquí un programa de 40 minutos sobre La Tregua de Navidad.
2.  Prefacio de la Plegaria Eucarística Eucarística “de la Reconciliación” II.
3.  Jean Vanier, “Comunidad: lugar de perdón y fiesta”, Narcea, Madrid 1981, p. 19. Simpatías y antipatías.

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