viernes, 31 de marzo de 2017

Es cuestión de Fe. Quinto Domingo de Cuaresma. Desátenlo para que pueda caminar.

"Desátenlo para que pueda caminar" (Juan 11,1-45). V Domingo de Cuaresma.




Hace muchos años, o más bien siglos, se solía inmovilizar a los bebés. Se les envolvía el cuerpo con una tela y se ataba con cuerdas o tiras de tela, de modo que las piernas quedaran extendidas y los brazos al costado del cuerpo, sin movimiento. Esto se puede ver en esta antigua imagen de la virgen niña -más que niña, una beba-, que está vestida y atada de esa forma.

La Virgen Niña en la Capilla de un colegio de Trento, Italia

Se pensaba que eso ayudaba a los bebés a dormir bien y que inmovilizados de esa manera crecerían sin las piernas arqueadas y con figura esbelta.Todo esto se fue abandonando. Hoy se deja libre al bebé y se le estimula a que se mueva, así como se estimula su vista, su oído y su gusto. Eso se llama “estimulación oportuna”, y tiene como finalidad proporcionar al bebé las mejores oportunidades de desarrollo físico, intelectual y social.

¿A qué viene todo esto?
Quiero relacionarlo con un aspecto del Evangelio, pero vayamos despacio.
El Evangelio de este domingo nos cuenta la resurrección de Lázaro. Es el capítulo 11 del Evangelio según San Juan. (11,1-45)
Lázaro, amigo de Jesús, hermano de Marta y María estaba enfermo.
Las hermanas le avisaron a Jesús, pero Jesús estaba lejos y demoró en llegar.
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba cuatro días muerto y sepultado.
A su llegada, Marta salió a encontrarse con Jesús. Marta lamentó que Jesús no hubiera llegado antes, pero le expresó su confianza: “Aún ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas”.

Entonces Jesús le dijo:
- Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá;
y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?
Ella respondió:
- Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo.
(Juan 11,25-27)
No nos olvidemos de esa respuesta de fe de Marta. La pregunta de Jesús es también para nosotros: “¿Crees esto?”

Finalmente Jesús llegó ante la tumba de Lázaro. Allí, Jesús lloró.

Jesús, que va a manifestar que es el Hijo de Dios, reviviendo a Lázaro, manifiesta antes su humanidad, llorando a su amigo muerto.
A veces se nos dice que no lloremos ante nuestros seres queridos muertos, que llorando es como si expresáramos que no tenemos esperanza…
La esperanza no mitiga el dolor y el dolor necesita ser desahogado. Es necesario vivir el duelo, y el mismo Jesús, que iba a traer a Lázaro de nuevo a esta vida, se tomó el tiempo de expresar su pena.

Jesús pide una primera ayuda para lo que va a hacer: “quiten la piedra”.
En tiempo de Jesús, los sepulcros eran cuevas naturales o excavadas en la roca. La entrada se cerraba con una gran piedra que no podía ser removida por una persona sola. En una tumba como ésta sería sepultado Jesús y allí permanecería durante todo el descanso del sábado. El día de la resurrección de Jesús, el Domingo, las mujeres discípulas de Jesús fueron a la tumba para arreglar mejor el cuerpo y se preguntaban “¿Quién nos moverá la piedra?”. Ante la tumba de Lázaro, Jesús pide ayude: “quiten la piedra”.

La tumba está abierta y Jesús pide de nuevo ayuda. Pero no a la gente. Este es el momento en que Jesús invoca a su Padre, como hace toda vez que está a punto de hacer algo importante.

Luego, dice con voz fuerte: “Lázaro, sal fuera”

Y Lázaro revive, vuelve a la vida. No es todavía la resurrección final, la entrada en la vida eterna. Es el regreso a esta vida, donde todavía tiene un lugar y una misión, y dos hermanas y muchos amigos que lo esperan.

Y aquí Jesús pide otra vez ayuda a la gente: “Desátenlo para que pueda caminar”.
El cuerpo de Lázaro, tal como lo estará después el de Jesús en el sepulcro, está envuelto en vendas… tal como se hacía con los bebés de los que hablábamos al principio. Al igual que ellos, necesita ser desatado.

Sólo Jesús puede dar de nuevo la vida a Lázaro; pero quienes están allí, han podido colaborar con Él. Han movido la piedra. Han desatado a Lázaro.

Desde el comienzo, desde que llama a sus primeros discípulos, Jesús manifiesta que Él quiere realizar su obra salvadora con la participación de hombres y de mujeres que colaboran con Él.

Para una realidad tan profunda y tan delicada, como es el perdón de los pecados, Jesús dejó a la Iglesia, en los sacerdotes: la misión de atar y desatar:
“Todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el Cielo y todo lo que ustedes desaten en la tierra, quedará desatado en el Cielo” (Mateo 18,18)
“a los que ustedes les perdonen los pecados, les serán perdonados; a quienes ustedes se los retengan, les quedarán retenidos” (Juan 20,23).
Ése es el sentido del sacramento de la Reconciliación o Confesión: perdonar los pecados y así desatar a las personas para que crezcan en su vida de fe.

¿Qué cosas nos atan hoy? ¿De qué necesitamos ser desatados?
Estamos atados a cosas innecesarias, a malos sentimientos en los que nos encerramos, a adicciones que no controlamos, a malas acciones que repetimos una y otra vez…
Jesús ha venido a desatarnos de todo lo que nos deshumaniza, de todo lo que nos mata, de todo lo que menoscaba nuestra dignidad de personas.
Desatar a las personas que están atadas, que ven su vida reducida, es obra de Jesús; pero, como aquellos que estaban junto a la tumba de Lázaro, podemos también colaborar con Él en esa obra de liberación y sanación.
Colaborar sin hipocresías, como nos pide Jesús: “retira la viga de tu ojo y así podrás ver para quitar la pelusa del ojo de tu hermano” (Mateo 7,5)
O, dicho de acuerdo a lo que venimos meditando: pide ser desatado para encontrar en Jesús la vida y poder ayudar a desatar a tus hermanos.

&&&&&&&&&&&&

En nuestra Diócesis hemos vivido dos hermosas jornadas en Melo: la ordenación de Fray Adeíldo el sábado pasado y la visita de la reliquia de San Juan Pablo II el lunes. Fue hermoso ver en las dos ocasiones la Catedral completamente colmada.
Ahora, miramos hacia el Cerro Largo: allí nos encontraremos el próximo domingo, en peregrinación, llevando como lema precisamente las palabras de Jesús: “Desátenlo para que pueda caminar”. Hasta el domingo, en el Cerro, si Dios quiere.

sábado, 25 de marzo de 2017

Estar "como el que sirve". Homilía de Mons. Heriberto Bodeant en la ordenación sacerdotal de Fray Adeíldo Dos Santos SIA


Un misionero que estuvo muchos años en Asia me dijo una vez: cuando uno vive un cambio cultural tan grande, como es ir de Italia a Japón, es como nacer de nuevo.
Un recién nacido tiene que aprender a comer, aprender a moverse, aprender a hablar. Un misionero en una cultura diferente es como un recién nacido porque tiene que aprender todo de nuevo. La comida es completamente diferente pero también lo es la forma de comerla; el idioma no tiene relación ninguna con el que yo hablo; mis gestos, mis movimientos más comunes pueden expresar cosas muy distintas de las que yo quiero manifestar.

El misterio de la encarnación que hoy celebramos, tiene relación con eso. El Verbo de Dios viene a vivir entre los hombres. Se hace uno de nosotros.

Cuando Juan el Bautista está en prisión, después de haber anunciado la llegada inminente del Cordero de Dios, oye hablar de Jesús. Lo que oye hace que se inquiete, y manda a preguntar “¿Eres tú el que debía venir o debemos esperar a otro?”.
Juan esperaba que el Mesías se manifestara con el juicio inmediato, donde el árbol malo sería derribado con el hacha. En cambio Jesús se manifiesta con las obras de misericordia.

La encarnación cubre al Hijo de Dios con el velo de la humanidad.
El himno de la carta a los Filipenses (2,6-11) lo expresa muy bien:

[El Hijo de Dios] “… se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.”

Cuidado: la humanidad de Jesús es real. Él es hombre verdadero, sin dejar de ser Dios verdadero. Pero esa realidad humana esconde su realidad divina.
Decir que la humanidad de Jesús es como un velo que cubre su divinidad es una buena comparación, porque la realidad divina de Jesús se va a ir “re-velando”; es decir, el velo se va a ir corriendo hasta que lleguemos a contemplar en su rostro humano el rostro de Dios.

Pero, de la misma forma que el Hijo de Dios hecho hombre nos revela el rostro de Dios, “el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado”; “Cristo… en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación.” (cfr. Gaudium et Spes 22).

Así pues, contemplando a Jesucristo Verbo encarnado, descubrimos a un tiempo el misterio de Dios y el misterio del hombre.

Todo esto comienza en un instante en el que el proyecto salvador de Dios es puesto en las manos de una joven. Allá por el siglo XII San Bernardo nos ubica en el brevísimo pero casi eterno silencio que está entre el anuncio del ángel y la respuesta de María. Imaginando ese momento decisivo el santo implora a la Virgen:
“Mira que el ángel aguarda tu respuesta (…). También nosotros (…) esperamos, Señora, tu palabra de misericordia. En tus manos está el precio de nuestra salvación (…) si tú das una breve respuesta, seremos renovados y llamados nuevamente a la vida (…). Apresúrate a dar tu consentimiento, Virgen, responde sin demora (…). Di una palabra y recibe al que es la Palabra, pronuncia tu palabra humana y concibe al que es la Palabra divina (…) ¿Por qué tardas? ¿Por qué dudas? Cree, acepta y recibe (…). Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por el amor, abre por el consentimiento. “Aquí está” –dice la Virgen– “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. (Oficio de lecturas del 20 de diciembre).

“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”, hemos rezado nosotros respondiendo a las estrofas del salmo 39.
Fray Adeíldo, tal vez esas palabras del Salmo, que anticipan las palabras de María, pero que se vuelven un eco de ella en labios de su Hijo, expresen bien tu lugar hoy en esta Catedral. Tú puedes decir, de un modo particular, de un modo único, entre todos nosotros “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.

Efectivamente, estás aquí como resultado de tu camino vocacional, es decir, la búsqueda de la voluntad de Dios para tu vida. Nadie puede arrogarse la dignidad del sacerdocio “si no es llamado por Dios” (Hebreos 5,4). Este llamado ha sido confirmado por tus hermanos de la Congregación Misionera de San Ignacio de Antioquía junto a su superior Frei Guilherme Pereira y por el Obispo de Baurú, Dom Frei Caetano Ferrari, quienes me han pedido que te ordene sacerdote.

El misterio de la Encarnación que estamos celebrando ilumina las circunstancias en las que recibes el orden sagrado.
Tú ya has vivido ese “nacer de nuevo” cuando dejaste tu mundo del Nordeste brasileño, donde compartiste muchos años con tu primo Reginaldo, que representa aquí a tu familia, para vivir tu vocación en el estado de São Paulo. Los vínculos que allí creaste nos traen la presencia de numerosos hermanos y hermanas de la Diócesis de Baurú. Volviste a “nacer de nuevo” al internarte en las selvas del Chocó, en Colombia, en la Diócesis de Istmina-Tadó, de la cual también han venido a acompañarte en este día. Y de tu Nordeste llegas finalmente a este Noreste uruguayo, donde la frontera es un mundo rico y misturado que se expresa a veces en una lengua que no es ni el portugués ni el español, sino el portuñol.

A partir de mañana iniciarás tu ministerio sacerdotal en la parroquia San Juan Bautista de Río Branco, con la actitud que tú mismo has señalado en el lema que has elegido, en el que expresas tu deseo de configurarte con Cristo servidor: “Estoy entre ustedes como el que sirve” (Lucas 22,27).

“Como el que sirve”, entonces, buscarás “encarnarte” en la realidad de esa comunidad de comunidades y de toda la comunidad humana que vive en el territorio parroquial. Harás como San Pablo que supo hacerse “esclavo de todos”: judío con los judíos, gentil con los gentiles, débil con los débiles; en suma, que supo “hacerse todo para todos” para “ganar al mayor número posible” para Cristo (Cfr. 1 Corintios 9,19-22).

“Como el que sirve”, a partir de hoy, celebrarás diariamente la Eucaristía en las diferentes comunidades y para las escuelas católicas, de modo de acercar la Palabra y el Cuerpo de Cristo a todos aquellos que lo necesitan y lo buscan.

“Como el que sirve”, harás parte de una “Iglesia en salida”, junto a tu comunidad parroquial, a tus hermanas ignacianas y a las hermanas Misioneras de la Doctrina Cristiana. Saldrás al encuentro de todo aquel que sufre en la enfermedad, en el duelo, en el menoscabo de su dignidad humana, en la carencia de los bienes elementales, en las “periferias existenciales” y en las “periferias geográficas” de hoy.

“Como el que sirve”, procurarás que la comunidad parroquial de San Juan Bautista crezca en “Comunión y participación”, esa expresión de los Obispos latinoamericanos reunidos en Puebla (1979) tan cara al P. Gino Serafino, fundador de la congregación ignaciana. Comunión que se inserta en la comunión de la Iglesia Diocesana y en su proyecto pastoral; desde allí en la Iglesia Católica toda, bajo la guía del Sucesor de Pedro, nuestro Papa Francisco.

Una comunidad participa cuando, junto a su pastor, busca en la realidad el llamado de Cristo, lo discierne a la luz de la Palabra y se deja impulsar y guiar por el Espíritu Santo en la acción. El Consejo Pastoral Parroquial, el Equipo Económico, así como los demás equipos, grupos y comunidades de la parroquia están llamados a ser, ante todo, lugares y organismos de comunión y participación.

La comunidad cristiana impulsa también la participación solidaria y corresponsable en la vida social y en la vida ciudadana, sin olvidar que toda la humanidad está llamada, en definitiva, a participar de la vida misma de Dios, ya que “Por Cristo, único Mediador, la humanidad participa de la vida trinitaria” y “Por Cristo, con Él y en Él, entramos a participar en la comunión de Dios” (DP 213-214).

“Como el que sirve”, llamarás con tu voz y con tu ejemplo a vivir la comunión, con las palabras de San Ignacio de Antioquía: “El acuerdo y concordia de ustedes en el amor es como un himno a Jesucristo. Procuren todos ustedes formar parte de este coro, de modo que, por su unión y concordia en el amor, sean como una melodía que se eleva a una sola voz por Jesucristo al Padre, para que los escuche y los reconozca, por sus buenas obras, como miembros de su Hijo. Les conviene, por tanto, mantenerse en una unidad perfecta, para que sean siempre partícipes de Dios”.

Jesús nos ha dicho que Él no ha venido a ser servido “sino a servir y a dar la vida en rescate por la multitud” (Mateo 20,28). Para Él servir y dar la vida no son dos cosas diferentes. Como discípulos de Jesús, todos los bautizados estamos llamados a seguirlo llevando nuestra propia cruz, pero también, como enseña San Pablo, ayudándonos unos a otros a llevar nuestras cargas (Gálatas 6,2).

Los sacerdotes conocemos muchas veces la soledad que nos une a Jesús abandonado. Como todo ser humano, experimentamos en la vida cotidiana dolores, problemas, fracasos, contrastes. Pero al presentar en cada Eucaristía la ofrenda del pueblo, nos conforta recordar las palabras que escuchamos al recibir la patena y el cáliz “considera lo que realizas e imita lo que conmemoras y conforma tu vida con la cruz del Señor”. Conformando cada día nuestra vida con la cruz del Señor, podemos estar en medio de nuestros hermanos “como el que sirve”, como el que ayuda a llevar las cargas de la vida, como el que anuncia la alegría de la Pascua, la gloria del Resucitado, porque, como enseña el Papa Francisco “con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” y “nadie queda excluido de la alegría que nos trae el Señor” (Evangelii Gaudium, 1 y 3).

viernes, 24 de marzo de 2017

Es cuestión de Fe. Cuarto Domingo de Cuaresma. Yo soy la Luz del mundo.

Yo soy la luz del mundo (Juan 9,1-41). IV Domingo de Cuaresma.




“Un ciego pidiendo al sol / un ciego pidiendo un sol”, cantaba hace ya muchos años Jaime Roos. La inspiración para este “Huayno del ciego” nació en una gira del músico uruguayo por Perú, donde la moneda es el Sol. Un ciego pidiendo un Sol es también un hombre pidiendo luz.

Desde aquí vamos al capítulo nueve del evangelio según san Juan, que nos cuenta el encuentro de Jesús con un hombre ciego de nacimiento al que le devuelve la vista.

En los otros evangelios encontramos también relatos en los que Jesús devuelve la vista a un ciego. Es famoso el ciego Bartimeo, que, cuando Jesús va pasando grita “Jesús, hijo de David, ten piedad de mí”. Lo quieren hacer callar, pero grita más fuerte hasta que Jesús se acerca a él y le devuelve la vista. Bartimeo, de inmediato, se pone a seguir a Jesús.


Sin embargo, nuestra historia es muy distinta. El ciego del que nos habla el evangelio de Juan es un hombre que está, como el ciego de Jaime, sentado pidiendo una moneda. La palabra para describir la situación de este hombre es que vive una situación “desgraciada”.
  • Primero, porque es ciego de nacimiento. Nunca conoció con sus ojos este mundo.
  • Segundo, porque esa situación, especialmente en aquel tiempo, lo hace depender totalmente de los demás. Todo lo que puede hacer es pedir limosna. Para eso, alguien lo lleva allí donde se sienta y lo vuelve a buscar más tarde.
  • Pero hay algo más. Para la gente religiosa de aquel tiempo, este hombre está así por castigo de Dios. Nació ciego como consecuencia de algún pecado. Tal vez un pecado de sus padres: Dios los castigó enviándoles un hijo ciego. Pero algunos también se preguntan si antes de nacer no pecó… ¡en el vientre de su madre! Y por eso nació ciego.
Por eso podemos decir de él que para los hombres de su tiempo es un “desgraciado”, alguien privado de la Gracia de Dios, del amor de Dios, dejado de la mano de Dios.

Pero Jesús dice que esto no es así. Jesús se manifiesta diciendo “Yo soy la luz del mundo” y le devuelve la vista al ciego.


Aquí viene algo curioso. Jesús no devuelve la vista al ciego de inmediato, sino a través de un proceso, en el que el ciego tiene que hacer algo.

Primero, Jesús hace barro con su saliva, y se lo pone al ciego en los ojos. Después lo manda a lavarse a la piscina de Siloé. El ciego creyó. Fue, se lavó y comenzó a ver. Pero Jesús no lo acompañó: no está allí, de manera que el que dejó de ser ciego no pudo ver en ese momento al que lo había curado.

Otro problema aparece. El día en que Jesús hace eso, era sábado. La ley religiosa señalaba que esas cosas no se debían hacer en sábado, el día de descanso, el día dedicado a Dios. Nosotros mismos no podríamos dejar de reconocer que esto podría haber sido al día siguiente ¿por qué no? Pero Jesús quiso actuar ese mismo día, ese sábado.

Todo esto desata una polémica y el ciego se ve pronto envuelto en ella. Le van a preguntar sobre Jesús. Es interesante ver como, poco a poco, el ciego va “abriendo los ojos”, pero aquí se trata de los ojos de la fe, y va viendo más claramente quién es Jesús.

La primera vez que le preguntan cómo se le abrieron los ojos, el que había sido ciego habla de “ese hombre al que llaman Jesús”.
La segunda vez, quieren hacerle decir que ese hombre, Jesús, es un pecador, porque no respeta el sábado. El ex ciego se defiende bien: “yo no sé si es pecador o no, lo que sé es que yo no veía y ahora veo”, que es como decir “explíquenme esto”.

Le insisten, y él sigue creciendo en su fe en ese Jesús al que todavía no ha visto. En un momento, le dice a los que lo interrogan “¿Acaso ustedes también quieren hacerse discípulos suyos?” Ese “ustedes también” está indicando que él ya se considera un discípulo de Jesús.

Le siguen argumentando, pero él va afinando cada vez más la respuesta: "Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada" (Jn 9:32-33).

Es entonces, finalmente, que aparece Jesús. Y Jesús le pregunta “¿Crees en el Hijo del Hombre?”. El ciego, a su vez: “¿Quién es, Señor, para que crea en Él?” Y Jesús: “Tú lo has visto, el que está hablando contigo”.

En nuestro programa anterior habíamos oído a Jesús en su diálogo con la mujer samaritana decir “Yo soy, el que habla contigo”. Ahora, de nuevo, parecido: “Tú lo has visto, el que está hablando contigo”.

Jesús es la Palabra de Dios al hombre. A través de Jesús, el Padre Dios comunica su amor a la humanidad. Es el que habla con la Samaritana, el que habla con el ciego, el que sigue queriendo establecer ese diálogo con cada persona que viene a este mundo.

En nuestro espacio anterior, yo les compartía la invitación que nos hace el Papa Francisco: “a renovar ahora mismo nuestro encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarnos encontrar por Él”.

Encontrarse con Jesucristo Vivo hoy sigue siendo posible, por muchos caminos.
Todos podemos encontrarlo en la Biblia, en la Palabra de Dios. Toda la Biblia nos habla de Él.
  • Podemos encontrarlo en los sacramentos: el bautismo, la eucaristía, la reconciliación o confesión… cada uno de los siete sacramentos, vivido en la fe, es un encuentro personal y comunitario con Jesucristo.
  • Podemos encontrarlo en la Iglesia, en la comunidad, donde Él se hace presente, según su promesa: “donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Dos o más: una pareja de novios o de esposos, una familia, un pequeño grupo de oración… dos o más personas que se reúnen para rezar juntos.
  • Podemos encontrarlo finalmente en el hermano necesitado, porque él mismo nos dijo: cada vez que hicieron esto: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar al preso o al enfermo, dar cobijo al extranjero, cada vez que lo hicieron, lo hicieron conmigo.

Que en estos días, especialmente en este Domingo, podamos encontrarnos con Jesús.
Que Él, luz del mundo, sea nuestro sol, nuestra luz.

Finalizó asamblea de la Conferencia Episcopal del Uruguay. Vocaciones, catequesis, educación, juventud estuvieron entre los temas tratados.


COMUNICADO DE PRENSA
Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal del Uruguay
20 al 24 de marzo de 2017

1. Los obispos de la Conferencia Episcopal del Uruguay hemos estado reunidos desde el lunes 20 hasta el viernes 24 de marzo, en la Casa de Retiros Jesús Buen Pastor de Florida. 

2. Comenzamos la reunión con un tiempo de retiro predicado por el Nuncio Apostólico Mons. George Panikulam. También concelebramos con él la Eucaristía agradeciendo sus bodas de oro sacerdotales.

3. Analizamos la realidad de la sociedad uruguaya, con el asesoramiento de expertos.

4. El P. Julio Fernández sj, junto con dos de sus colaboradores, nos presentó los logros y proyectos de futuro de la Fundación Sophia. Esta Fundación tiene como finalidad ayudar a los colegios católicos de barrios populares para que puedan sostenerse y dar una formación de calidad. Este año está llevando adelante 17 colegios entre la capital y el interior del país.

5. Recibimos al Secretario Ejecutivo de la Comisión Nacional de Pastoral Juvenil, Leonel Altesor, quien nos informó sobre la próxima jornada mundial en Panamá, y sobre la preparación de la Asamblea nacional de animadores de Pastoral Juvenil que tendrá lugar en Montevideo del 13 al 16 de octubre del presente año.

6. Los obispos dialogaron sobre el material preparatorio para el próximo Sínodo sobre Jóvenes y Vocaciones convocado por el Papa Francisco para octubre del 2018. Este material se encuentra disponible en la página web del Vaticano, con algunas preguntas específicas para cada continente. (http://www.vatican.va/roman_curia/synod/index_sp.htm).

7. El P. Luis Fariello, secretario ejecutivo de la Comisión del Clero, nos informó sobre las nuevas normas para la formación inicial y permanente de los sacerdotes, transmitiendo lo recibido en el curso realizado en Roma donde fue como delegado de Uruguay.

8. Mons. Milton Tróccoli informó sobre el encuentro realizado en Bogotá de la directiva del CELAM (Conferencia del Episcopado Latinoamericano) con los secretarios de Conferencias Episcopales de América Latina y el Caribe. Allí se trabajó bajo el lema “Una iglesia pobre para los pobres”, tomado de una alocución del Papa Francisco.
Entre los informes recibidos de los distintos países destacó la penosa situación que vive Venezuela y la Iglesia de esta nación hermana. Hay falta de alimentos y de medicinas básicas, unido a la dificultad para que las ayudas internacionales lleguen a destino. 

9. El Sector Palabra de Dios de la Conferencia Episcopal presentó su plan de acción para el presente año, y el próximo diplomado en catequesis a realizarse en nuestro país con la colaboración del instituto de formación del CELAM (CEBITEPAL). Esto ayudará en la formación y actualización de los catequistas de nuestra Iglesia en Uruguay.

10. Los obispos continuamos con la preparación del encuentro que tendremos en el mes de noviembre con el Papa y con los organismos de la Santa Sede, para hacerles presente la realidad de todas las diócesis del Uruguay.

11. Hemos recordado con especial agradecimiento los treinta años de la primera visita del Papa Juan Pablo II a nuestro país. Este acontecimiento será recordado con distintas celebraciones en las diócesis.

Florida, 24 de marzo de 2017
Los obispos de Uruguay

miércoles, 22 de marzo de 2017

Ordenación sacerdotal en la Catedral de Melo


Una ordenación sacerdotal tendrá lugar en la Catedral de Melo, el próximo sábado 25 de marzo, a las 17 horas. Mons. Heriberto Bodeant, Obispo de Melo (Cerro Largo y Treinta y Tres) ordenará sacerdote al diácono Fray Adeíldo Dos Santos SIA.

Adeíldo Dos Santos es brasileño, religioso, perteneciente a la Congregación Misionera San Ignacio de Antioquía. Nació hace 38 años en Pindoba Grande, en el estado de Alagoas, en el Nordeste de Brasil. A partir de su ordenación se hará cargo de la parroquia San Juan Bautista de Río Branco. El lema que ha elegido para su ordenación es “Estoy entre ustedes como el que sirve” (Lucas 22,27).

De esta forma se afianza la presencia de esta congregación brasileña que inició el año pasado su colaboración con la Diócesis de Melo con el envío de Fray Adeíldo y luego de dos religiosas de la rama femenina de la congregación, las Hermanas Aldilene Santos y Conceiçao Marques, que llegaron en enero de este año a Río Branco. Está previsto que en el correr del año, algún otro miembro de la congregación se integre temporalmente al servicio pastoral en la parroquia de Río Branco.

Los Frailes Ignacianos fueron fundados en Brasil en 1991, por el P. Gino Serafino, un misionero italiano. La congregación define su misión como “Evangelizar con renovado ardor misionero, dando testimonio de Jesucristo en comunión fraterna, a la luz del Evangelio, para formar el Pueblo de Dios y participar en la construcción de una sociedad justa y solidaria, al servicio de la Vida y de la Esperanza en las diferentes culturas, en vista del Reino definitivo”. El fundador se inspiró en la figura de San Ignacio de Antioquía, obispo mártir del siglo I. Fue importante también la perspectiva de la Nueva Evangelización abierta por san Juan Pablo II y el caminar de la Iglesia en América Latina, particularmente con la Conferencia de Puebla (1979) con su énfasis en "Comunión y Participación". La Familia Ignaciana está presente en Brasil, en la Diócesis de Baurú (Estado de San Pablo), en Italia (Diócesis de Sulmona-Valva).

La Parroquia de Río Branco está conformada por ocho comunidades: en la ciudad, Inmaculada Concepción, San José Obrero, San Alberto y Beato Óscar Romero – Mártires Latinoamericanos; las otras cuatro en Laguna Merín, Poblado Uruguay, Sarandí de Barcelo y Plácido Rosas. Hay también una comunidad de religiosas, Misioneras de la Doctrina Cristiana, con muchos años de presencia y arraigo, y dos colegios católicos: Nuestra Señora de las Mercedes y Santa Ángela. Desde fines de 2010 la parroquia estaba a cargo del Pbro. Walter Aguirre, el “Padre Nacho”, quien pasará a desempeñar otros servicios pastorales residiendo en la ciudad de Melo.

viernes, 17 de marzo de 2017

Dame de esa agua (Juan 4, 5-42). III Domingo de Cuaresma.





Nuestra historia de hoy comienza junto a un pozo. Un pozo de donde se saca agua para beber, para cocinar, para el aseo. Un pozo que nos podemos imaginar con todo lo necesario para sacar el agua: la roldana, la cadena, el balde. Pero en este pozo no hay nada de eso. Sólo el brocal. Y el agua está allá, muy abajo, muy lejos del alcance de la mano.

Junto a ese pozo se ha sentado un hombre que ha llegado caminando. Es mediodía, hace calor, está cansado y tiene sed. Ese hombre es Jesús. Viene viajando –a pie– desde Jerusalén hasta Galilea con sus discípulos, que siguieron hasta el pueblo para conseguir comida. Este grupo de judíos, Jesús y sus discípulos, están pasando en una zona habitada por otro pueblo: los samaritanos. Judíos y samaritanos no se llevan bien… no se hablan. Los dos pueblos adoran al mismo Dios, pero discrepan en muchas cosas de su religión.

Jesús no puede sacar agua y es improbable que alguien venga a buscar agua justo a esa hora donde el sol cae a plomo.Sin embargo, alguien llega hasta el pozo. Una mujer, porque eso es parte de su tarea cotidiana: ir a buscar agua. Y tiene lo necesario para sacar agua del pozo. Es un poco extraño que vaya a esta hora. Es que tal vez no quiere encontrarse con nadie. Tal vez se siente señalada por las otras mujeres del pueblo porque ella ha ido pasando de hombre en hombre.

Blanes: La Samaritana
Un pequeño paréntesis. Entre los años 1860-1864 Juan Manuel Blanes, nuestro gran pintor, tiene una beca para estudiar pintura en Italia. En esos años Blanes pinta a la Samaritana. Se la imagina entre soñadora y coqueta, con un toque desvergonzado en el vestido.

A esta mujer que llega al pozo, Jesús le pide que le dé de beber. Mientras le da el agua, la mujer mira a Jesús con picardía y le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?»

Así comienza un diálogo que quedará registrado en el capítulo 4 del Evangelio según san Juan. Es un diálogo donde la sed y el agua van cambiando de significado. Jesús, el hombre sediento, pide beber del agua del pozo.

Pero en la vida de esta mujer hay una sed que no se apaga. Una profunda sed de ser feliz. La samaritana ha perseguido la felicidad, ha ido de hombre en hombre pero sigue insatisfecha. Este hombre que ha aparecido junto al pozo le despierta tal vez la misma ilusión que ha tenido con otros. Pero este hombre es diferente.

Este hombre con sed, que le ha pedido agua, le ofrece “Agua viva”: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva»

La mujer sigue hablando con un poco de picardía: «No tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo?»

Jesús se explica: « el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna». (Jn 4,13-14)

La mujer cambia de tono, y ahora es ella la que le pide a Jesús:
«dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla».

Pero Jesús le da un nuevo giro a la conversación. Le dice: « llama a tu marido y vuelve acá». «No tengo marido» responde la mujer. Ante esas palabras, Jesús le dice algo sorprendente: «Bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad».

Jesús crece en la consideración de la mujer que le dice «veo que eres un profeta», es decir, un hombre de Dios. La conversación sigue sobre temas religiosos… dónde se adora a Dios, hasta que la mujer le dice a Jesús lo que ella cree y espera: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo. Cuando venga, nos lo explicará todo»

Entonces Jesús se presenta: «Yo soy, el que habla contigo». Frente a estas palabras, la mujer hace algo sorprendente: deja su cántaro con el agua que había sacado y se va corriendo al pueblo.

Ella, que se escondía de la gente, ella que era mirada por los hombres como una mujer “fácil”, va a hablar con los hombres a decirles «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho.¿No será el Cristo?»

Los hombres escuchan a la mujer y van. Y encuentran a Jesús. Y creen en Él. Y le dicen a la mujer «Ya no creemos por tus palabras; nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo»

Este es uno de los muchos encuentros de Jesús con una persona a la que ese encuentro le cambia la vida.

Un cristiano es, ante todo, una persona que ha encontrado a Jesucristo vivo, como lo encontró la samaritana. Ella creyó y se hizo discípula. Ella compartió lo que había encontrado y se hizo discípula misionera. A partir del encuentro de Jesús, todo en su vida se reubica. Se reubica en su relación con Dios, en su relación consigo misma, en su relación con los demás. Todo lo empieza a ver de otra manera. Tal vez mañana la vuelta al pozo sea diferente: no a la hora donde no viene nadie, sino a la hora donde puede encontrarse con los demás.

La mujer ha escuchado a Jesús decir “Yo soy”. En los próximos domingos volveremos a escuchar a Jesús hablar así: “Yo soy la luz del mundo”, “Yo soy la Resurrección y la vida”. Pero aquí Jesús ha dicho algo muy simple “Yo soy el que habla contigo”. Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre. El hombre que habla con los hombres y con las mujeres.

Decía el Papa Benedicto: “«quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada – absolutamente nada – de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera…
¡No tengan miedo de Cristo!
Él no quita nada y lo da todo.
Quien se da a Él, recibe el ciento por uno».  

Y Francisco agrega: “Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría que trae el Señor». Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y “Cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús,descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos.”

jueves, 9 de marzo de 2017

Su rostro resplandecía como el sol (Mateo 17,1-9). II Domingo de Cuaresma, ciclo A

Aelbrecht Bouts, La Transfiguración
Finales del Siglo XV




“Teléfono descompuesto”, “diálogo de sordos”, malentendidos… son algunas de las formas en las que expresamos nuestros problemas de comunicación. Estas dificultades contrastan con todas las posibilidades que hoy nos brinda la tecnología para comunicarnos, aún con quienes están a miles de kilómetros.

¿Qué se necesita para comunicarnos bien entre dos personas? Antes que nada dos cosas: la voluntad de decir lo que de verdad queremos decir y la voluntad de entender realmente lo que el otro nos dice.
Escribir un mensaje breve es todo un arte. Si no ponemos cuidado al escribir, si no leemos lo que escribimos antes de enviarlo, muchas veces, del otro lado, alguien tiene que descifrar o adivinar lo que quisimos poner. Por otra parte, quien lee tiene que tomarse el tiempo necesario, que no necesita ser mucho, para leer con cuidado todo lo que está escrito. Si no, tenemos intercambios como éste:

- te paso a buscar a las tres.
- bárbaro ¿a qué hora pasás?

Chistes aparte, cuando lo escrito toca nuestros sentimientos, caben muchas interpretaciones. Nos parece que quien escribió eso que leemos puede estar muy enojado… ¡pero eso es lo que nos imaginamos! ¿Será así?

Grabar un mensaje de voz ya es otra cosa. La expresión de la voz trasmite afecto o resentimiento, serenidad o enojo, confianza o inseguridad…

Pero cuando nos encontramos cara a cara, ahí tenemos la plena expresión de la persona, reflejada no sólo en sus palabras, no sólo en la expresión de su voz, sino en sus gestos y sobre todo en su rostro, que expresa muchos estados de ánimo y emociones. “Tu cara lo dice todo”, le manifestamos a una persona que se expresa vivamente sin decir nada.

Este domingo escuchamos en cada misa el pasaje del Evangelio de San Mateo que nos cuenta un episodio llamado “la transfiguración de Jesús”. Se nos cuenta que Jesús subió a un monte, con tres de sus discípulos: Pedro, Santiago y Juan.

En presencia de ellos, Jesús se transfiguró: “Sus vestiduras se volvieron blancas como la luz”; pero además, “su rostro resplandecía como el sol”.

¿Qué es lo que está expresando ese rostro resplandeciente de Jesús? Aquí podríamos decir “su cara lo dice todo”. Para entenderlo, pensemos en todas las veces que vemos en una foto un rostro sonriente, feliz. por ejemplo el rostro de un niño sonriente, alegre, confiado… Lo que nos podemos preguntar es ¿qué es lo que está viendo ese niño? ¿Qué es lo que tiene delante? Seguramente, ante él hay una persona querida, que inspira esos sentimientos que se reflejan en su rostro. Puede ser la persona que esté tomando la foto u otra persona querida que esté allí delante del niño y que lo hace sonreír. Esa persona que está delante del niño, que nosotros no vemos, hace que algo muy profundo salga de adentro de ese niño y se exprese en su rostro: alegría, confianza, amor.

Así también, tenemos que imaginarnos delante del rostro resplandeciente de Jesús, el rostro de su Padre. Jesús contempla el resplandor de la gloria del Padre y su propio rostro resplandece. Ese resplandor de Jesús no es un reflejo. Como lo sintetiza el Papa Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret:
“Jesús resplandece desde el interior.
No sólo recibe la luz, sino que Él mismo es Luz de Luz”.
Veamos rápidamente algunos detalles.
  • La subida a un monte es una forma simbólica de ascensión espiritual, de “subir” al encuentro con Dios. Ese es el sentido de la peregrinación al Verdún y de nuestra peregrinación a la Cruz del Cerro Largo, que haremos próximamente.
  • Los tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan, son de los primeros llamados, muy cercanos a Jesús. Son los mismos que después lo acompañarán más de cerca en el huerto de Getsemaní, pero se dormirán sin poder velar con Él en la noche en que fue entregado.
  • Junto a Jesús aparecen Moisés y Elías. Ambos representan dos aspectos fundamentales de la Palabra de Dios en el Antiguo Testamento. Ellos hablan con Jesús, y hablan de Jesús. Su presencia allí nos está diciendo como tenemos que interpretar las Sagradas Escrituras: no podemos entenderlas totalmente si no las entendemos a partir de Cristo porque ellas nos hablan de Cristo. A la vez, leyéndolas de esa forma conoceremos más profundamente a Cristo, porque como decía San Jerónimo “ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo”.
Pero, en definitiva ¿por qué Jesús ha hecho esto? Todo esto está dentro de un marco: el camino de Jesús va hacia la pasión y la cruz. Jesús ha anunciado:
«el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas;
lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles,
y se burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán y lo matarán,
y a los tres días resucitará.»”
(Marcos 10,33-34).
Y aquí volvemos al rostro de Jesús. En la cruz ese rostro se verá de una forma completamente distinta, como lo anunció, siglos antes, el profeta Isaías:
“tenía el rostro tan desfigurado,
que apenas parecía un ser humano,
y por su aspecto,
no se veía como un hombre”
(Isaías 52,14). 
Es el rostro de Jesús crucificado, cubierto de sangre, sudor y polvo. Pero ese no será el final. El rostro de Jesús volverá a estar resplandeciente en la resurrección.

Nos dice el prefacio de la Misa de este domingo:
Cristo “después de anunciar su muerte a los discípulos
les reveló el esplendor de su gloria en la montaña santa
para mostrar, con el testimonio de la Ley y los Profetas
que por la pasión debía llegar a la gloria de la resurrección”
Con el anuncio de su muerte y su resurrección, Jesús no sólo le está diciendo a sus discípulos hacia dónde va Él. Nos dice también hacia dónde vamos nosotros. San Pablo lo expresa muy bien: “Cristo transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa” (Filipenses 3,21). La gloria resplandeciente del cuerpo de Jesús es la misma que él quiere compartir con todos los bautizados en su Muerte y Resurrección. Ése es el destino que Dios prepara a la humanidad y hacia allí nos conduce Jesús. Por eso, la palabra final es la voz del Padre:
“Este es mi Hijo muy amado,
en quien tengo puesta mi complacencia;
escúchenlo”.

lunes, 6 de marzo de 2017

Reliquia de San Juan Pablo II visitará próximamente Melo

Juan Pablo II acompañado por Mons. Roberto Cáceres llega al estrado de la
Explanada de la Concordia donde ofrecerá su mensaje al mundo del trabajo.
El lunes 27 de marzo está prevista la llegada a la Catedral de Melo de una reliquia de San Juan Pablo II. Llegará desde Minas hacia las 10:30 de la mañana y será llevada de regreso a las 17 horas.
La reliquia es presentada por la Madre Adela Galindo, Fundadora de las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María, una congregación religiosa que está abriendo una comunidad en el Santuario de la Virgen del Verdún. Más adelante daremos otros detalles de esta visita.

viernes, 3 de marzo de 2017

Prepara tu alma para la prueba. Mateo 4,1-11. I Domingo de Cuaresma, ciclo A.

Tierra Santa: Monte de la Tentación




“Si quieres servir al Señor, prepara tu alma para la prueba”
(Eclesiástico 2,1)
Estos días de carnaval me han hecho recordar una canción del brasileño Chico Buarque que comienza diciendo “Nao existe pecado do lado do baixo do equador” (no existe pecado del lado de abajo del ecuador). La frase sugiere un “vale todo”, un desenfreno que viene asociado a los días de carnaval.

Sin embargo, tradicionalmente al lunes y martes de carnaval sigue el miércoles de ceniza, con su ritual y sus llamados fuertes: “recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás”; “conviértete y cree en el Evangelio”. Porque el pecado sí existe. Lamentablemente, pero existe. Basta ver las muchas formas de avaricia, envidia, ira, soberbia, gula, pereza, lujuria… por decirlo así, con los siete pecados capitales.

El miércoles de ceniza nos ha llamado a los cristianos a entrar en un tiempo de moderación, de revisión de vida, de examen de conciencia y penitencia, preparándonos a la celebración de la muerte y resurrección de Jesús, la gran fiesta de la Pascua.

En este primer domingo de Cuaresma, el Evangelio nos traslada al desierto. Presenciamos las tentaciones a las que se enfrenta Jesús. Esas tentaciones no vienen de su interior. No nacen de pensamientos o sentimientos de Jesús. Hay una presencia maligna frente a Él: el diablo, el tentador. Diablo viene del griego “diábolos” que significa “el que lanza algo entre otros”. Por eso es el que divide, el que separa, el que busca provocar que las personas tomen decisiones que los separen entre sí y que los separen de Dios. Por eso, cuando la gente se divide, se pelea, se enemista, decimos “el diablo metió la cola”.

Ese ser maligno aparece en la primera lectura que escuchamos este domingo en el libro del Génesis. La primera pareja humana vivía en total armonía. Armonía con Dios, armonía entre ellos, armonía de cada uno consigo mismo, armonía con el resto de la Creación.

Ahí el tentador aparece con una pregunta aparentemente inocente: “¿así que Dios les ordenó que no comieran de ningún árbol del jardín?”. Empezamos mal. Esa no es la orden de Dios. El diablo está tratando de confundir. Y cuando se le responda que no es así, sino que Dios sólo ha prohibido comer de un árbol, porque si comen su fruto “quedarán sujetos a la muerte”, el diablo responde: “No, no morirán… se les abrirán los ojos, serán como dioses”.

Ese es el trabajo del tentador. Quiere hacerlos desconfiar de Dios, desconfiar del plan de Dios. Le dice al ser humano “no, no es así… Dios te quiere engañar… Dios no quiere que seas feliz… no quiere que seas como él”.

Y así es como “El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador” (CIC 397). Ahí está la raíz del pecado. A partir de esa desconfianza, la vida de la humanidad se descarrila, porque se aparta del Creador. El hombre se olvida o pretende olvidarse de dónde viene. El ser humano, nosotros, no somos el resultado de unos cambios accidentales que se dieron en la materia y por casualidad dieron origen a la vida. Somos el resultado de la voluntad amorosa y creadora de Dios. Dios nos ha dado una increíble capacidad. Nos ha hecho capaces de crear muchas cosas. Somos creadores, y eso nos puede hacer sentir como dioses… pero somos criaturas.

En el Evangelio, Jesús se enfrenta al tentador, pero no solo esta vez. Las tentaciones seguirán presentes a lo largo de toda su vida. Dentro de poco más de un mes, en la Semana Santa, estaremos recordando la última batalla de Jesús contra el maligno, en el huerto de los olivos donde Jesús ofreció “ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte” y  “fue escuchado por su actitud reverente” (Hebreos 5,7).

En su oración al Padre, Jesús dice: “Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lucas 22,42).
Jesús, resistiendo al tentador, es el hombre nuevo que permanece fiel, allí donde el primer hombre cayó. Jesús es el servidor de Dios totalmente obediente a la voluntad divina.

¿Cómo es posible que Jesús haga eso? ¿Cómo es posible que salga vencedor? A veces podríamos pensar que para Jesús rechazar la tentación es fácil: “por algo era el Hijo de Dios”. Pero Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre. Y eso lo hace frágil. En el Evangelio vemos muchas veces el poder de Jesús: pero no debemos olvidar su fragilidad: tiene hambre, tiene sed, se cansa… y en la cruz lo veremos sufrir y morir. Pero por su fidelidad pasará la prueba. La victoria de Jesús sobre el tentador en el desierto es un anticipo de la victoria de la Pasión, donde su obediencia y su amor al Padre y a los hombres llega a su punto más alto. (cfr. CIC 539)

El sabio Ben Sirá, autor de un libro de la Biblia que conocemos como el “Eclesiástico” nos dice: “si quieres servir al Señor, prepara tu alma para la prueba” (Eclesiástico 2,1)

Muchas cosas han ayudado a Jesús, pero hay dos muy importantes, que nosotros también podemos tener en cuenta.

Primero: saber y recordar de dónde vengo realmente.
Jesús no se ha olvidado de dónde viene. El diablo mismo se lo recuerda, pero como poniéndolo en duda, pidiéndole pruebas. Dice el diablo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna».
Finalmente, el Diablo abandona ese camino y le ofrece a Jesús “todos los reinos del mundo y su gloria” diciéndole: «Todo esto te daré si postrándote me adoras».
Jesús sabe bien que Él viene del Padre Dios que lo ha enviado. Él ha recibido todo del Padre. Traicionarlo, hubiera sido desmentir todo el amor que el Padre le ha dado. Aunque el camino aparezca oscuro, confuso, angustiante, Jesús confía en el Padre.

Y nosotros ¿de dónde venimos realmente?
Nosotros también somos hijos de Dios. Él nos ha dado la vida. De Él venimos. Confiando en Él, con la fuerza del Espíritu Santo, podemos permanecer fieles. Fieles a la pareja, a nuestros padres, a nuestros hijos, a la amistad, a nuestro pueblo, a toda enseñanza honesta, a todo buen ejemplo que hayamos recibido.

Segundo: Jesús no se olvida de donde viene, pero, tampoco se olvida a dónde va. Él vuelve al Padre. Vuelve a Dios. No deja que le cierren el camino a casa. No se pierde, aunque la noche esté cerrada. Por eso, en la Cruz podrá decir, antes de expirar: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23,46).

Nuestra vida no va para cualquier lado. La historia de la humanidad no va a la deriva.
Aún en medio de tantos desastres y tanta violencia Dios va llevando el hilo de la historia. El Reino de Dios se hace presente en la historia de los hombres discreta pero realmente.

Con esa convicción podremos recorrer estas semanas de Cuaresma, camino que nos ayuda a alivianar el alma y el corazón de todo lo que no me deja seguir a Jesús con libertad y podemos decir, con el autor de la carta a los Hebreos (12,1-2):
“también nosotros (…) sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, (…) soportó la cruz (…) y está sentado a la diestra del trono de Dios.”

miércoles, 1 de marzo de 2017

Jornada de oración por las víctimas de abusos

El Papa Francisco ha pedido que este Miércoles de Ceniza sea también una jornada penitencial de oración por las víctimas de abusos sexuales cometidos por sacerdotes y personas consagradas de la Iglesia. Ofrecemos para esta jornada esta oración de sanación y el documento emitido por la Conferencia Episcopal del Uruguay en abril del año pasado.

Dios de amor infinito,
siempre bondadoso, siempre fuerte,
siempre presente, siempre justo:
Tú diste a tu único Hijo
para salvarnos por la sangre de su cruz.

Jesús Bueno, pastor de paz,
une a tu propio sufrimiento
el dolor de todos quienes han sido heridos
en cuerpo, mente y espíritu
por aquellos quienes traicionaron
la confianza puesta en ellos.

Oye nuestro llanto mientras sufrimos
por el daño causado a nuestros hermanos y hermanas.
Infunde sabiduría en nuestras oraciones,
alivia nuestros corazones intranquilos con la esperanza,
endereza los espíritus tambaleantes con fe:
Muéstranos el camino hacia la justicia y la entereza,
danos la luz de la verdad y cúbrenos con tu misericordia.

Espíritu Santo, consolador de corazones,
cura las heridas de tu pueblo
y rescátanos de nuestra dispersión.
Danos valentía y sabiduría, humildad y gracia
para que así actuemos con justicia
y encontremos paz en ti.
Te lo pedimos por Cristo, Nuestro Señor. Amén.

Perdón y Compromiso:
Los obispos católicos ante los abusos sexuales de menores
por parte de sacerdotes y consagrados  

Los obispos desde hace cuatro años hemos venido prestando especial atención a este tema. Primero elaboramos, con la ayuda de profesionales expertos, el Protocolo de acción frente a denuncias de abuso sexual a menores por parte de clérigos. El año pasado recibimos a los miembros del equipo de prevención de abusos de la Iglesia de Chile, que está integrado por sacerdotes, psicólogos y abogados, y estamos abocados a la creación de una comisión para la prevención de abusos en nuestra Iglesia.

A su vez, cada congregación religiosa e instituto de vida consagrada ha elaborado su propio protocolo para atender denuncias contra sus miembros.

Pedimos perdón a las personas que han sufrido abusos por parte de algunos clérigos y religiosos en nuestro país. Sentimos dolor y vergüenza ya que son personas que habiendo prometido servir a Dios y al prójimo, cometieron actos aberrantes.

Todos saben que, desgraciadamente, hechos como estos, se denuncian de unos años a esta parte en diversos países, y en todos los estratos de la sociedad. Pero de ningún modo se puede justificar que ocurran en la Iglesia. Hacemos nuestras las palabras que Benedicto XVI dirigió a los autores de hechos similares: “traicionaron la confianza depositada en ustedes por padres que les confiaron a sus hijos. Deben responder de ello ante Dios todopoderoso y ante los tribunales debidamente constituidos”.

Frente a las denuncias de casos de personas dañadas, reiteramos nuestra firme disposición a recibirlas, escucharlas y acompañarlas, investigando y procediendo con rigor de acuerdo al  Protocolo antes mencionado. También manifestamos nuestra total disponibilidad para colaborar con la justicia.

Reconocemos al mismo tiempo la generosidad de la gran mayoría de sacerdotes y consagrados que a diario entregan su vida al servicio del prójimo. Reafirmamos el valor de la consagración a Dios mediante el celibato, que la Iglesia mantiene, como un modo especial de seguimiento de los discípulos de Jesús.

Nuestra diaria tarea nos pone en contacto con la fragilidad humana. Somos conscientes de las miserias propias y ajenas, y de la necesidad de la ayuda de Dios y el apoyo de los hermanos que nos sostengan. Así podremos superar desgaste y fragilidades. La fidelidad del cristiano, en cualquier opción de vida, es un don y también una responsabilidad.

Nos comprometemos a seguir examinando con cuidado las motivaciones y aptitudes de los futuros sacerdotes, y también en la adecuada formación para la prevención de quienes colaboran en las comunidades, instituciones u obras sociales eclesiales.

Los obispos de la Conferencia Episcopal del Uruguay
Florida, 12 de abril de 2016.

Mensaje de Cuaresma 2017 del Papa Francisco (audio, voz humana)

La Palabra es un don. El otro es un don. Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2017.


MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA CUARESMA 2017

La Palabra es un don. El otro es un don

Queridos hermanos y hermanas:
La Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar (cf. Homilía, 8 enero 2016).
La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna. En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia. En concreto, quisiera centrarme aquí en la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (cf. Lc 16,19-31). Dejémonos guiar por este relato tan significativo, que nos da la clave para entender cómo hemos de comportarnos para alcanzar la verdadera felicidad y la vida eterna, exhortándonos a una sincera conversión.
1. El otro es un don
La parábola comienza presentando a los dos personajes principales, pero el pobre es el que viene descrito con más detalle: él se encuentra en una situación desesperada y no tiene fuerza ni para levantarse, está echado a la puerta del rico y come las migajas que caen de su mesa, tiene llagas por todo el cuerpo y los perros vienen a lamérselas (cf. vv. 20-21). El cuadro es sombrío, y el hombre degradado y humillado.
La escena resulta aún más dramática si consideramos que el pobre se llama Lázaro: un nombre repleto de promesas, que significa literalmente «Dios ayuda». Este no es un personaje anónimo, tiene rasgos precisos y se presenta como alguien con una historia personal. Mientras que para el rico es como si fuera invisible, para nosotros es alguien conocido y casi familiar, tiene un rostro; y, como tal, es un don, un tesoro de valor incalculable, un ser querido, amado, recordado por Dios, aunque su condición concreta sea la de un desecho humano (cf. Homilía, 8 enero 2016).
Lázaro nos enseña que el otro es un don. La justa relación con las personas consiste en reconocer con gratitud su valor. Incluso el pobre en la puerta del rico, no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de vida. La primera invitación que nos hace esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido. La Cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo. Cada uno de nosotros los encontramos en nuestro camino. Cada vida que encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor. La Palabra de Dios nos ayuda a abrir los ojos para acoger la vida y amarla, sobre todo cuando es débil. Pero para hacer esto hay que tomar en serio también lo que el Evangelio nos revela acerca del hombre rico.
2. El pecado nos ciega
La parábola es despiadada al mostrar las contradicciones en las que se encuentra el rico (cf. v. 19). Este personaje, al contrario que el pobre Lázaro, no tiene un nombre, se le califica sólo como «rico». Su opulencia se manifiesta en la ropa que viste, de un lujo exagerado. La púrpura, en efecto, era muy valiosa, más que la plata y el oro, y por eso estaba reservada a las divinidades (cf. Jr 10,9) y a los reyes (cf. Jc 8,26). La tela era de un lino especial que contribuía a dar al aspecto un carácter casi sagrado. Por tanto, la riqueza de este hombre es excesiva, también porque la exhibía de manera habitual todos los días: «Banqueteaba espléndidamente cada día» (v. 19). En él se vislumbra de forma patente la corrupción del pecado, que se realiza en tres momentos sucesivos: el amor al dinero, la vanidad y la soberbia (cf. Homilía, 20 septiembre 2013).
El apóstol Pablo dice que «la codicia es la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10). Esta es la causa principal de la corrupción y fuente de envidias, pleitos y recelos. El dinero puede llegar a dominarnos hasta convertirse en un ídolo tiránico (cf. Exh. ap. Evangelii gaudium, 55). En lugar de ser un instrumento a nuestro servicio para hacer el bien y ejercer la solidaridad con los demás, el dinero puede someternos, a nosotros y a todo el mundo, a una lógica egoísta que no deja lugar al amor e impide la paz.
La parábola nos muestra cómo la codicia del rico lo hace vanidoso. Su personalidad se desarrolla en la apariencia, en hacer ver a los demás lo que él se puede permitir. Pero la apariencia esconde un vacío interior. Su vida está prisionera de la exterioridad, de la dimensión más superficial y efímera de la existencia (cf. ibíd., 62).
El peldaño más bajo de esta decadencia moral es la soberbia. El hombre rico se viste como si fuera un rey, simula las maneras de un dios, olvidando que es simplemente un mortal. Para el hombre corrompido por el amor a las riquezas, no existe otra cosa que el propio yo, y por eso las personas que están a su alrededor no merecen su atención. El fruto del apego al dinero es una especie de ceguera: el rico no ve al pobre hambriento, llagado y postrado en su humillación.
Cuando miramos a este personaje, se entiende por qué el Evangelio condena con tanta claridad el amor al dinero: «Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24).
3. La Palabra es un don
El Evangelio del rico y el pobre Lázaro nos ayuda a prepararnos bien para la Pascua que se acerca. La liturgia del Miércoles de Ceniza nos invita a vivir una experiencia semejante a la que el rico ha vivido de manera muy dramática. El sacerdote, mientras impone la ceniza en la cabeza, dice las siguientes palabras: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás». El rico y el pobre, en efecto, mueren, y la parte principal de la parábola se desarrolla en el más allá. Los dos personajes descubren de repente que «sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él» (1 Tm 6,7).
También nuestra mirada se dirige al más allá, donde el rico mantiene un diálogo con Abraham, al que llama «padre» (Lc 16,24.27), demostrando que pertenece al pueblo de Dios. Este aspecto hace que su vida sea todavía más contradictoria, ya que hasta ahora no se había dicho nada de su relación con Dios. En efecto, en su vida no había lugar para Dios, siendo él mismo su único dios.
El rico sólo reconoce a Lázaro en medio de los tormentos de la otra vida, y quiere que sea el pobre quien le alivie su sufrimiento con un poco de agua. Los gestos que se piden a Lázaro son semejantes a los que el rico hubiera tenido que hacer y nunca realizó. Abraham, sin embargo, le explica: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces» (v. 25). En el más allá se restablece una cierta equidad y los males de la vida se equilibran con los bienes.
La parábola se prolonga, y de esta manera su mensaje se dirige a todos los cristianos. En efecto, el rico, cuyos hermanos todavía viven, pide a Abraham que les envíe a Lázaro para advertirles; pero Abraham le responde: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen» (v. 29). Y, frente a la objeción del rico, añade: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto» (v. 31).
De esta manera se descubre el verdadero problema del rico: la raíz de sus males está en no prestar oído a la Palabra de Dios; esto es lo que le llevó a no amar ya a Dios y por tanto a despreciar al prójimo. La Palabra de Dios es una fuerza viva, capaz de suscitar la conversión del corazón de los hombres y orientar nuevamente a Dios. Cerrar el corazón al don de Dios que habla tiene como efecto cerrar el corazón al don del hermano.
Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo. El Señor ―que en los cuarenta días que pasó en el desierto venció los engaños del Tentador― nos muestra el camino a seguir. Que el Espíritu Santo nos guíe a realizar un verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los hermanos necesitados. Animo a todos los fieles a que manifiesten también esta renovación espiritual participando en las campañas de Cuaresma que muchas organizaciones de la Iglesia promueven en distintas partes del mundo para que aumente la cultura del encuentro en la única familia humana. Oremos unos por otros para que, participando de la victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a los débiles y a los pobres. Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de la alegría de la Pascua.
Vaticano, 18 de octubre de 2016
Fiesta de san Lucas Evangelista
.
Francisco