jueves, 25 de mayo de 2017

Papa Francisco: Comunicar esperanza y confianza en nuestros tiempos



San Francisco de Sales,
patrono de los periodistas


Cada año, en la fiesta de la Ascensión del Señor (en Uruguay, domingo anterior a Pentecostés, 28 de mayo de 2017), se celebra la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Esta jornada fue establecida por el Concilio Vaticano II, en el decreto Inter Mirifica, de 1963. Al igual que sus predecesores, el Papa Francisco ha escrito un mensaje para la jornada de este año, que se publica siempre el 24 de enero, fiesta de San Francisco de Sales, patrono de los periodistas.

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA 51 JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIAL
ES

«No temas, que yo estoy contigo» (Is 43,5)
Comunicar esperanza y confianza en nuestros tiempos

Gracias al desarrollo tecnológico, el acceso a los medios de comunicación es tal que muchísimos individuos tienen la posibilidad de compartir inmediatamente noticias y de difundirlas de manera capilar. Estas noticias pueden ser bonitas o feas, verdaderas o falsas. Nuestros padres en la fe ya hablaban de la mente humana como de una piedra de molino que, movida por el agua, no se puede detener. Sin embargo, quien se encarga del molino tiene la posibilidad de decidir si moler trigo o cizaña. La mente del hombre está siempre en acción y no puede dejar de «moler» lo que recibe, pero está en nosotros decidir qué material le ofrecemos. (cf. Casiano el Romano, Carta a Leoncio Igumeno).

Me gustaría con este mensaje llegar y animar a todos los que, tanto en el ámbito profesional como en el de las relaciones personales, «muelen» cada día mucha información para ofrecer un pan tierno y bueno a todos los que se alimentan de los frutos de su comunicación. Quisiera exhortar a todos a una comunicación constructiva que, rechazando los prejuicios contra los demás, fomente una cultura del encuentro que ayude a mirar la realidad con auténtica confianza.

Creo que es necesario romper el círculo vicioso de la angustia y frenar la espiral del miedo, fruto de esa costumbre de centrarse en las «malas noticias» (guerras, terrorismo, escándalos y cualquier tipo de frustración en el acontecer humano). Ciertamente, no se trata de favorecer una desinformación en la que se ignore el drama del sufrimiento, ni de caer en un optimismo ingenuo que no se deja afectar por el escándalo del mal. Quisiera, por el contrario, que todos tratemos de superar ese sentimiento de disgusto y de resignación que con frecuencia se apodera de nosotros, arrojándonos en la apatía, generando miedos o dándonos la impresión de que no se puede frenar el mal. Además, en un sistema comunicativo donde reina la lógica según la cual para que una noticia sea buena ha de causar un impacto, y donde fácilmente se hace espectáculo del drama del dolor y del misterio del mal, se puede caer en la tentación de adormecer la propia conciencia o de caer en la desesperación.

Por lo tanto, quisiera contribuir a la búsqueda de un estilo comunicativo abierto y creativo, que no dé todo el protagonismo al mal, sino que trate de mostrar las posibles soluciones, favoreciendo una actitud activa y responsable en las personas a las cuales va dirigida la noticia. Invito a todos a ofrecer a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo narraciones marcadas por la lógica de la «buena noticia».

La buena noticia

La vida del hombre no es sólo una crónica aséptica de acontecimientos, sino que es historia, una historia que espera ser narrada mediante la elección de una clave interpretativa que sepa seleccionar y recoger los datos más importantes. La realidad, en sí misma, no tiene un significado unívoco. Todo depende de la mirada con la cual es percibida, del «cristal» con el que decidimos mirarla: cambiando las lentes, también la realidad se nos presenta distinta.  Entonces, ¿qué hacer para leer la realidad con «las lentes» adecuadas?

Para los cristianos, las lentes que nos permiten descifrar la realidad no pueden ser otras que las de la buena noticia, partiendo de la «Buena Nueva» por excelencia: el «Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» (Mc 1,1). Con estas palabras comienza el evangelista Marcos su narración, anunciando la «buena noticia» que se refiere a Jesús, pero más que una información sobre Jesús, se trata de la buena noticia que es Jesús mismo. En efecto, leyendo las páginas del Evangelio se descubre que el título de la obra corresponde a su contenido y, sobre todo, que ese contenido es la persona misma de Jesús.

Esta buena noticia, que es Jesús mismo, no es buena porque esté exenta de sufrimiento, sino porque contempla el sufrimiento en una perspectiva más amplia, como parte integrante de su amor por el Padre y por la humanidad. En Cristo, Dios se ha hecho solidario con cualquier situación humana, revelándonos que no estamos solos, porque tenemos un Padre que nunca olvida a sus hijos. «No temas, que yo estoy contigo» (Is 43,5): es la palabra consoladora de un Dios que se implica desde siempre en la historia de su pueblo. Con esta promesa: «estoy contigo», Dios asume, en su Hijo amado, toda nuestra debilidad hasta morir como nosotros. En Él también las tinieblas y la muerte se hacen lugar de comunión con la Luz y la Vida. Precisamente aquí, en el lugar donde la vida experimenta la amargura del fracaso, nace una esperanza al alcance de todos. Se trata de una esperanza que no defrauda ―porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Rm 5,5)― y que hace que la vida nueva brote como la planta que crece de la semilla enterrada. Bajo esta luz, cada nuevo drama que sucede en la historia del mundo se convierte también en el escenario para una posible buena noticia, desde el momento en que el amor logra encontrar siempre el camino de la proximidad y suscita corazones capaces de conmoverse, rostros capaces de no desmoronarse, manos listas para construir.

La confianza en la semilla del Reino

Para iniciar a sus discípulos y a la multitud en esta mentalidad evangélica, y entregarles «las gafas» adecuadas con las que acercarse a la lógica del amor que muere y resucita, Jesús recurría a las parábolas, en las que el Reino de Dios se compara, a menudo, con la semilla que desata su fuerza vital justo cuando muere en la tierra (cf. Mc 4,1-34). Recurrir a imágenes y metáforas para comunicar la humilde potencia del Reino, no es un manera de restarle importancia y urgencia, sino una forma misericordiosa para dejar a quien escucha el «espacio» de libertad para acogerla y referirla incluso a sí mismo. Además, es el camino privilegiado para expresar la inmensa dignidad del misterio pascual, dejando que sean las imágenes ―más que los conceptos― las que comuniquen la paradójica belleza de la vida nueva en Cristo, donde las hostilidades y la cruz no impiden, sino que cumplen la salvación de Dios, donde la debilidad es más fuerte que toda potencia humana, donde el fracaso puede ser el preludio del cumplimiento más grande de todas las cosas en el amor. En efecto, así es como madura y se profundiza la esperanza del Reino de Dios: «Como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece» (Mc 4,26-27).

El Reino de Dios está ya entre nosotros, como una semilla oculta a una mirada superficial y cuyo crecimiento tiene lugar en el silencio. Quien tiene los ojos límpidos por la gracia del Espíritu Santo lo ve brotar y no deja que la cizaña, que siempre está presente, le robe la alegría del Reino.

Los horizontes del Espíritu   

La esperanza fundada sobre la buena noticia que es Jesús nos hace elevar la mirada y nos impulsa a contemplarlo en el marco litúrgico de la fiesta de la Ascensión. Aunque parece que el Señor se aleja de nosotros, en realidad, se ensanchan los horizontes de la esperanza. En efecto, en Cristo, que eleva nuestra humanidad hasta el Cielo, cada hombre y cada mujer puede tener la plena libertad de «entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia carne» (Hb 10,19-20). Por medio de «la fuerza del Espíritu Santo» podemos ser «testigos» y comunicadores de una humanidad nueva, redimida, «hasta los confines de la tierra» (cf. Hb 1,7-8).

La confianza en la semilla del Reino de Dios y en la lógica de la Pascua configura también nuestra manera de comunicar. Esa confianza nos hace capaces de trabajar ―en las múltiples formas en que se lleva a cabo hoy la comunicación― con la convicción de que es posible descubrir e iluminar la buena noticia presente en la realidad de cada historia y en el rostro de cada persona.

Quien se deja guiar con fe por el Espíritu Santo es capaz de discernir en cada acontecimiento lo que ocurre entre Dios y la humanidad, reconociendo cómo él mismo, en el escenario dramático de este mundo, está tejiendo la trama de una historia de salvación. El hilo con el que se teje esta historia sacra es la esperanza y su tejedor no es otro que el Espíritu Consolador. La esperanza es la más humilde de las virtudes, porque permanece escondida en los pliegues de la vida, pero es similar a la levadura que hace fermentar toda la masa. Nosotros la alimentamos leyendo de nuevo la Buena Nueva, ese Evangelio que ha sido muchas veces «reeditado» en las vidas de los santos, hombres y mujeres convertidos en iconos del amor de Dios. También hoy el Espíritu siembra en nosotros el deseo del Reino, a través de muchos «canales» vivientes, a través de las personas que se dejan conducir por la Buena Nueva en medio del drama de la historia, y son como faros en la oscuridad de este mundo, que iluminan el camino y abren nuevos senderos de confianza y esperanza.

Vaticano, 24 de enero de 2017
Francisco
 

martes, 23 de mayo de 2017

Ascensión de Cristo y ascensión humana. (Hechos 1,1-11)




El punto más alto de la tierra sobre el cual puede poner sus pies el hombre es la cumbre del monte Everest, a 8.848 m sobre el nivel del mar. Llegar hasta allí es un esfuerzo muy grande. Se corren serios peligros… y se necesita también pagar una considerable suma para contar con todo lo necesario: guías y provisiones, entre ellos, muy importante, el oxígeno suficiente para subir y poder bajar.
La ascensión de Jesús, que celebramos en este domingo, no tuvo lugar en un punto tan alto, pero eso no importa. Se trata de algo diferente. Ya no es poner los pies sobre el lugar más alto de la Tierra, del que en definitiva habrá que bajar; tampoco es elevarse en un avión o, más aún, en una nave espacial.
Jesús resucitado asciende “a lo más alto” no en términos físicos, medibles, sino al corazón de la Santísima Trinidad. Él, el Hijo eterno del Padre descendió a este mundo por su encarnación. Ahora sube hacia la Casa del Padre, llevando su humanidad, nuestra humanidad. Mons. Parteli, arzobispo de Montevideo en los años 70, tituló una de sus homilías “hay un hombre en el seno de Dios”. La ascensión es, en ese sentido, la culminación de la encarnación del Hijo de Dios. Se hizo hombre, sin dejar de ser Dios, y resucitado, junto al Padre, sigue siendo verdaderamente hombre.

La liturgia nos da el sentido de esta ascensión de Jesús:
“No lo hizo para apartarse
de la pequeñez de nuestra condición humana
sino para que lo sigamos confiadamente como miembros suyos,
al lugar donde nos precedió Él,
cabeza y principio de todos nosotros.”
La ascensión de Jesús es el inicio de la ascensión humana.
¿Desde dónde asciende Jesús?
No es lo mismo ascender a la cumbre del Everest desde el nivel del mar, que ir en helicóptero hasta uno de los campamentos intermedios y, desde allí, sí, emprender la subida a la cumbre, ahorrando mucho tiempo y esfuerzo.

La carta a los Filipenses nos dice que Jesús “se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor” y “se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz”. Es desde allí, desde esa condición de haberse hecho nada, de convertirse en nadie, que Jesús inicia su ascensión.

Entonces, ¿Cuán abajo puede estar una persona en este mundo, para iniciar desde allí su ascensión?
  • son todavía millones de personas en el mundo que sobreviven con menos de un dólar por día y esto da una pálida idea de todos los aspectos que hacen a su situación de pobreza extrema.
  • ¿Cuántos jóvenes y adultos son prisioneros de diversas adicciones, que quiebran sus vínculos y sus vidas mismas?
  • pensemos en las situaciones que nos presenta el evangelio: personas hambrientas, sedientas, sin vestido ni abrigo; enfermos, presos, refugiados, exiliados. Con todos ellos se identifica Jesús, el que “se anonadó a sí mismo”.
A todos ellos y a toda la humanidad Jesús quiere llevar hacia el Padre, en su ascensión.
Quiere llevarnos “a todos a participar, como hijos, en la vida del Dios vivo, Padre de todos los hombres”.

Esa es la cumbre de la ascensión humana: participar en la vida misma de Dios, llegar por Jesucristo, con Él y en Él, a entrar al seno de la Santísima Trinidad.

Hace 50 años, el beato Papa Pablo VI, recogiendo las reflexiones del P. Luis José Lebret y de otros pensadores cristianos, escribió una carta titulada “Populorum Progressio”, el progreso de los pueblos.
Allí, el Papa describe el desarrollo como el pasaje “de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas”. De esta forma describe Pablo VI este desarrollo, como ascensión o crecimiento en humanidad, desde una visión integral y no solo economicista del hombre:
  • “[Condiciones] menos humanas: las carencias materiales de los que están privados del mínimum vital y las carencias morales de los que están mutilados por el egoísmo.
  •  Menos humanas: las estructuras opresoras, que provienen del abuso del tener o del abuso del poder, de la explotación de los trabajadores o de la injusticia de las transacciones.
  • Más humanas: el remontarse de la miseria a la posesión de lo necesario, la victoria sobre las calamidades sociales, la ampliación de los conocimientos, la adquisición de la cultura.
  • Más humanas también: el aumento en la consideración de la dignidad de los demás, la orientación hacia el espíritu de pobreza (cf. Mt 5, 3), la cooperación en el bien común, la voluntad de paz.
  • Más humanas todavía: el reconocimiento, por parte del hombre, de los valores supremos, y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin.
  • Más humanas, por fin y especialmente: la fe, don de Dios acogido por la buena voluntad de los hombres, y la unidad en la caridad de Cristo, que nos llama a todos a participar, como hijos, en la vida del Dios vivo, Padre de todos los hombres.
Esta visión de desarrollo nos dice dos cosas: el valor del esfuerzo humano por superarse, por progresar; pero también nos recuerda que el progreso económico o técnico no es garantía de que nos hagamos verdaderamente más humanos. Como señalaba el P. Lebret en su libro titulado “La ascensión humana”: 
“el progreso técnico por muy valioso que sea corre el peligro de provocar retrocesos humanos si no se toman muchas precauciones para no comprometer la avanzada humana en todos los planos […] El progreso mecánico tiene sus peligros si no va acompañado del progreso espiritual”.
Después de la Ascensión celebraremos Pentecostés, la venida del Espíritu Santo. Que el Espíritu de Amor sople en nuestros corazones y los encuentre abiertos para que Él nos ayude a crecer en humanidad, de modo que podamos empezar a participar desde aquí, en el Espíritu, en la vida del Dios vivo, Padre de todos los hombres.

sábado, 20 de mayo de 2017

El Espíritu Paráclito (Juan 14,15-21).VI Domingo de Pascua.




“En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”. Junto con estas palabras, con las que iniciamos la Misa o un momento de oración, hacemos un gesto: la señal de la cruz. ¿Cuántas veces en el día lo hacemos? Mucha gente lo hace… a veces un poco apurada, a veces sin decir nada, a veces sin saber exactamente cómo hacerlo y muy posiblemente sin entenderlo.

Lo hacemos diciendo estas palabras y haciendo estos gestos: “En el nombre del Padre” tocando la frente; “Y del Hijo” tocando el pecho; “Y del Espíritu Santo” tocando los dos hombros, empezando por el izquierdo. Aunque no la nombramos, nuestro movimiento traza la cruz, en la que Jesús, el Hijo de Dios, hizo su entrega de amor por nosotros y por nuestra salvación.

En Grecia y otros países del Oriente de Europa, que pertenecen a la Iglesia Ortodoxa, esa última parte se comienza en el hombro derecho.

A veces se termina haciendo una cruz con los dedos y besándola, o poniendo la mano sobre el corazón, que es el centro de la persona, de donde sale nuestro “sí” a Dios.

Hacer la señal de la cruz o “santiguarse” es una manera de invocar a Dios, de poner en manos de Él nuestra jornada, lo que vamos a hacer, o el recuerdo de alguna persona querida. Hacerla al pasar delante de una Iglesia es reconocer que Dios está presente allí de una manera especial, sobre todo si allí hay un sagrario. Lo mismo delante del cementerio, al que antiguamente se le decía “camposanto”, lo que expresa que hay algo sagrado en ese lugar donde descansan los restos de nuestros muertos en espera de la resurrección.

Hacer la señal de la cruz no es –no debería ser nunca– un gesto supersticioso o mágico. Es expresar que estamos conscientes de que siempre estamos en la presencia de Dios.

Al “hacer la señal de la Cruz” nombramos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Los cristianos creemos en un solo Dios, pero que se manifiesta en esas tres personas.

No es difícil imaginar al Padre, verlo como el Creador… Dios es invisible, pero en nuestra imaginación podemos pintarlo como un anciano lleno de vigor, como lo hizo Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.

Menos trabajo nos da imaginar al Hijo, porque, siendo invisible, se hizo hombre. Tomó nuestra carne y el nombre de Jesús de Nazaret. Caminó por esta tierra, trabajó, compartió nuestra vida. Se hizo el rostro humano de la Misericordia de Dios, culminando la entrega de toda su vida con su muerte en la cruz. Resucitando, abrió para la humanidad el camino hacia Dios.

Ahora, cuando decimos “Espíritu Santo”, ya no es tan fácil imaginarlo… porque, ¿cómo podemos representar un Espíritu? En los evangelios se dice que en el Bautismo de Jesús el Espíritu Santo descendió “en forma de paloma” y, desde entonces, es así como se lo suele representar.

En el Evangelio que vamos a escuchar este domingo, Jesús anuncia la venida del Espíritu Santo.
Jesús se está despidiendo de sus discípulos, antes de su pasión, muerte y resurrección. Como todas las veces que una persona querida nos dice que se va, eso produce gran tristeza en los amigos de Jesús.

Sin embargo, Jesús promete que no los dejará solos y anuncia que les enviará “un paráclito”. Vamos a volver a hablar del Espíritu Santo en otro programa, pero hoy quiero detenerme en esa palabra rara.

“Paráclito” es una palabra griega (los evangelios, en la forma que los conocemos hoy, fueron escritos en griego). Entender esta palabra nos va a ayudar a entender un poco más quién es el Espíritu Santo y qué puede hacer por nosotros.

Vamos a empezar por la segunda parte de esa palabra paráclito: “clito”. Este “clito” viene de un verbo griego que significa “llamar”, llamar a alguien. Entonces, la primera cosa que nos dice esta palabra “paráclito” es que el Espíritu Santo es Alguien al que podemos llamar, al que podemos invocar cuando lo necesitamos.

La primera parte de “Paráclito”, es “Para”. Es el mismo “para” que encontramos en otra palabra griega: “paralelas”, y quiere decir “al lado”. Las líneas paralelas son las que van una al lado de la otra.

Entonces, lo que nos dice esta palabra “paráclito” es que el Espíritu Santo es el que podemos llamar para que esté a nuestro lado en el momento en que necesitamos apoyo, fortaleza, consuelo.

Pero la historia de esta palabra sigue, y vean por dónde. Cuando la Biblia se traduce al latín, Paráclito se convierte en Advocatus. “Ad”, al lado, como en “Adjunto”. Vocatus, llamado, como en “vocación”, que es el llamado que siente una persona en su vida.

De esa palabra latina “advocatus” viene nuestra palabra “abogado”. Si tenemos que recurrir a un abogado es porque nos hemos metido en algún problema, tenemos algún conflicto que hay que resolver legalmente… si hemos sufrido una injusticia, si nos sentimos indefensos, todos valoramos el encontrar un buen abogado que nos defienda, que nos acompañe, que nos dé confianza. Hay muchísimas películas donde aparecen el abogado y su defendido. Vemos como el abogado es el que habla por su cliente, el que dice, en nombre de su defendido “mi cliente se declara inocente”.

Los primeros cristianos nos han dejado el testimonio de haber sentido muy cerca al Espíritu Santo cuando eran perseguidos, cuando tenían que presentarse ante un tribunal solo por el hecho de ser cristianos. Ahí se hacían verdad las palabras de Jesús:
“cuando los lleven y los entreguen, no se preocupen de antemano por lo que van a decir (…) no son ustedes los que hablarán, sino el Espíritu Santo”. 
El Espíritu Santo hablaba como “abogado defensor”.

Dije testimonio de los primeros cristianos… pero sigue habiendo hoy mártires, es decir testigos. Lo ha recordado, hace poco el Papa Francisco, que ha hecho memoria
“de los nuevos mártires, de tantos cristianos asesinados por las desequilibradas ideologías del siglo pasado, y asesinados sólo porque eran discípulos de Jesús”.
Sigue diciendo el Papa:
“El recuerdo de estos heroicos testimonios antiguos y recientes nos confirma en la conciencia que la Iglesia es una Iglesia de mártires. Ellos han tenido la gracia de confesar a Jesús hasta el final, hasta la muerte. Ellos sufren, ellos dan la vida, y nosotros recibimos la bendición de Dios por su testimonio”. Y existen también, -agregó- tantos mártires escondidos, hombres y mujeres fieles a la fuerza humilde del amor, fieles a la voz del Espíritu Santo, que en la vida de cada día buscan ayudar a los hermanos y de amar a Dios sin reservas.” (Homilía en la Basílica de S. Bartolomé, 22.04.2017)

miércoles, 17 de mayo de 2017

"Cuidar la Casa Común es nuestra misión". Mensaje final del 32° Encuentro de Diócesis de Frontera.

32º Encuentro de Diócesis de Frontera

Bagé, Río Grande do Sul (Brasil) 15 al 17 de mayo de 2017

Mensaje Final

Cuidar la casa común es nuestra misión.

“Los vecinos se encuentran para reflexionar y compartir sobre modelos alternativos de desarrollo sustentable que garanticen el cuidado de la “casa común” para la vida digna de nuestros pueblos.” (cfr. Génesis 2,15; Sabiduría 11,22-12,2)

Llenos de gratitud hemos concluido nuestro encuentro de Diócesis de Frontera, en la ciudad de Bagé, en la región conocida como “Pampa Gaúcho”  cuyas características como ambiente o bioma, tuvieron lugar importante en nuestra reflexión.

Noventa participantes de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay hemos compartido, reflexionado, celebrado como vecinos y amigos en estos días nuestra fe y nuestro compromiso con el cuidado de la Casa Común.

Una vez más descubrimos la frontera como lugar, no de hostilidad, enfrentamiento o competencia, sino como espacio de encuentro, hospitalidad, fraternidad y descubrimiento de una identidad común y regional.

Asesores técnicos de Brasil y Argentina, nos han ayudado a ampliar nuestra mirada y nuestro pensamiento para percibir un horizonte global, aunque complejo y buscar las formas de acción local.

Nos presentaron aspectos e implicancias del desarrollo sustentable tanto en una perspectiva económica, social y ambiental, como bíblica, teológica, espiritual y pastoral. La visita al asentamiento “Hulha Negra” y la cooperativa COONATERRA de semillas agroecológicas BioNatur nos permitió conocer de forma viva y testimonial modos alternativos de desarrollo sustentable, acompañados por la Diócesis de Bagé, que manifiestan la viabilidad de iniciativas que abren a la esperanza.

El Obispo anfitrión Dom Gilio, nos recordó como el Papa Francisco en Laudato Sii nos hace ver que cuidar de la biodiversidad de la Tierra es una forma viva y eficaz de cumplir el mandamiento del amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Recibir ese mandamiento y vivirlo no nos priva de nuestra libertad, no nos esclaviza, no nos aliena, sino que abre caminos para la construcción de la felicidad personal y comunitaria y, no menos, hace feliz a Dios, creador de todas las creaturas.

Ponemos en manos de María la vida de nuestros pueblos y nuestra región. Que ella nos ayude a crecer como discípulos misioneros de Jesucristo, promotores de modelos alternativos que garanticen el cuidado de nuestra Casa Común, teniendo en vista la vida digna de nuestros pueblos.

Bagé, 17 de Mayo de 2017

Participantes de los siguientes países y diócesis:
Argentina: Diócesis de Concordia, Corrientes, Formosa y Goya.
Brasil: Diócesis de Bagé, Chapecó, Pelotas, Río Grande, Santa María, Santo Ângelo y Uruguaiana.
Paraguay: Diócesis de Encarnación.
Uruguay: Diócesis de Melo, Salto y Tacuarembó.

sábado, 13 de mayo de 2017

Capilla Nuestra Señora de Fátima, Villa Isidoro Noblía. Fiesta patronal en el Centenario de las apariciones.





Lectura del Libro del Apocalipsis (11,19a; 12,1-6a.10ab)
Se abrió en el cielo el santuario de Dios
y en su santuario apareció el arca de su alianza.
Después apareció una figura portentosa en el cielo:
Una mujer vestida de sol,
la luna por pedestal,
coronada con doce estrellas.
Apareció otra señal en el cielo:
Un enorme dragón rojo,
con siete cabezas y diez cuernos
y siete diademas en las cabezas.
Con la cola barrió del cielo un tercio de las estrellas,
arrojándolas a la tierra.
El dragón estaba enfrente de la mujer que iba a dar a luz,
dispuesto a tragarse el niño en cuanto naciera.
Dio a luz un varón,
destinado a gobernar con vara de hierro a los pueblos.
Arrebataron al niño y lo llevaron junto al trono de Dios.
La mujer huyó al desierto,
donde tiene un lugar reservado por Dios.
Se oyó una gran voz en el cielo:
«Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo».
Palabra de Dios.

Salmo Responsorial (Salmo 45,11-12.14-15.16-17)

R: Escucha e inclínate delante de tu Señor

¡Escucha, hija mía, mira y presta atención!
Olvida tu pueblo y tu casa paterna,
y el rey se prendará de tu hermosura.
Él es tu señor: inclínate ante él. R.

Embellecida con corales engarzados en oro
y vestida de brocado, es llevada hasta el rey.
Las vírgenes van detrás, sus compañeras la guían. R.

Con gozo y alegría entran al palacio real.
Tus hijos ocuparán el lugar de tus padres,
y los pondrás como príncipes por toda la tierra. R.

Lectura X del Santo Evangelio según San Juan (19:25-27)
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre
y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás,
y María Magdalena.
Jesús, viendo a su madre
y junto a ella al discípulo a quien amaba,
dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.»
Luego dice al discípulo:
«Ahí tienes a tu madre.»
Y desde aquella hora
el discípulo la recibió en su casa.
Palabra del Señor.

Homilía


Esta mañana, en la Misa de su peregrinación al Santuario de Fátima en Portugal, donde canonizó a los dos hermanitos Joaquina y Francisco Martos, dos de los tres videntes de la aparición, el Papa Francisco comenzó su homilía citando el libro del Apocalipsis, esta primera lectura que hemos escuchado.

Días atrás, preparándome para esta celebración, meditando en los mensajes de la Virgen hace cien años, yo también me acordaba del libro del Apocalipsis. He recordado como, cuando era niño, sentí muchísimo miedo cuando me encontré con esas páginas que anunciaban terribles catástrofes, pestes, guerras… leía un poquito, fascinado por esas imágenes, pero luego dejaba, asustado.

Necesité mucho tiempo para descubrir que el libro del Apocalipsis, una palabra que se ha convertido en sinónimo de “catástrofe”, pero que en realidad significa “revelación” era, ante todo, un libro de consuelo.

El Apocalipsis está dirigido a una comunidad cristiana perseguida, que ve el suelo regarse con la sangre de sus hermanos y hermanas, la sangre de los mártires. Los signos aterradores, el “dragón rojo” expresan realidades que van a ser derrotadas por el poder de Dios. El poder de Dios manifestado a través de muchos signos que reavivan la esperanza de los fieles.

De la misma manera, los mensajes, sobre todo los tres secretos, recibidos por los tres pastorcitos han suscitado también mucha inquietud, perturbación y temor. Es necesario que los sepamos leer también en clave de consuelo. Fueron escritos en un siglo que conoció grandes horrores, a través de dos guerras mundiales. Un siglo en el que el hombre creó y utilizó la terrible “espada de fuego” de las armas nucleares.

Uno de los signos de consuelo que aparecen sobre el telón de fondo de la locura de la autodestrucción humana es “la mujer vestida de luz”. María, envuelta en la luz del amor de Dios. El Papa Francisco ha remarcado ese signo del manto luminoso de la Virgen, que ha acompañado la visión de los tres pastorcitos y que vuelve a aparecer en el tercer mensaje como un signo de la misericordia de Dios manifestada a través de la Madre de su Hijo, nuestra Madre.

“Tenemos una Madre” ha dicho, sencillamente, Francisco, comentando las palabras de Jesús en el Evangelio según San Juan: “Aquí tienes a tu madre”. Tenemos una Madre, repetimos nosotros, convocados hoy por María. Ante todo, María, la Virgen madre del Señor, antes que cualquiera de las advocaciones con las que hoy la adornamos: desde Guadalupe, como originalmente iba a llamarse esta capilla, según refiere Mons. Cáceres, hasta Fátima, como efectivamente quedó y hace que estemos aquí este 13 de mayo.

“Tenemos una Madre” y venimos ante ella como peregrinos. Ella nos envuelve en su manto de luz. Ella nos conduce a Jesús, porque esa es su misión: llevarnos a su Hijo, llevarnos a escuchar su Palabra y a vivir y poner en práctica esa Palabra del Señor.
Llevarnos a Jesús es el profundo significado del anunciado triunfo del Inmaculado Corazón de María.

Vamos a detenernos en ese aspecto clave del mensaje de Fátima: “Mi corazón inmaculado triunfará”. Vamos a ir despacito para entender qué significa esto.

En primer lugar ¿qué es el corazón? En el lenguaje de la Biblia, el corazón significa el centro de la existencia humana. Es el lugar donde confluyen la razón, los sentimientos, la voluntad, el temperamento. Es allí donde la persona encuentra su unidad y construye la orientación interior que se expresa en su vida. De ahí sale que una persona sea “de buen corazón” o “de mala entraña”.

En segundo lugar ¿Qué significa corazón inmaculado? “Inmaculado” quiere decir, “sin mancha”. El corazón completamente limpio. No puede ser de otra manera el corazón de María, a la que llamamos “la Inmaculada”, “la purísima”. Ella fue concebida sin la mancha del pecado original, es decir, sin esa inclinación al mal que traemos en nuestro corazón desde el momento en que somos concebidos. María fue preservada del pecado original para ser la Madre del Hijo de Dios. Entonces, la inmaculada no puede sino tener un “corazón inmaculado”, un corazón limpio.

Jesús nos habla del corazón limpio cuando nos dice “Felices los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mateo 5,8). El corazón limpio (en María el corazón inmaculado) es el corazón que ha alcanzado una perfecta unidad interior. Es el corazón donde todo se orienta hacia Dios y por eso “ve a Dios”, como indica la bienaventuranza.

Precisamente porque el corazón de María está todo él orientado hacia Dios, Ella puede decir:
“He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1,38).
“Hágase”, “Fiat”, son el “Sí” de María. Ese “sí” se convierte en la palabra más importante que haya salido de ninguna persona humana en toda la historia. Es la palabra que hace posible la Encarnación y la Redención, por la presencia en el mundo del Dios-con-nosotros, de nuestro Señor Jesucristo.
El “Sí” a la voluntad de Dios que nace del corazón de María no es sólo el “Sí” de ese momento. Es el “Sí” a Dios de toda su vida. Es el “Sí” que anima toda la existencia de María.

La devoción al Inmaculado Corazón de María supone ante todo, ponernos en sintonía con esa actitud de Ella: darle nuestro “Sí” a Dios, un Sí que mueva, que enfoque toda nuestra vida hacia Él. Es un SÍ que nosotros quisiéramos dar completamente, pero en el que siempre nos encontraremos con nuestra fragilidad, con nuestras fallas, con nuestros pecados que enturbian y dividen nuestro corazón. Pero “Tenemos una Madre”. Tenemos en ella la Madre que sigue acompañándonos, animándonos, educándonos, llevándonos a Jesús, a su Palabra, a la Reconciliación, a la Eucaristía, para que nuestra vida se pueda unir cada día más a Él.

Finalmente, en tercer lugar, el anuncio del triunfo: “Mi Inmaculado Corazón triunfará”. Yo no puedo explicar esto mejor que como lo hizo hace años el entonces Cardenal Ratzinger, hoy Papa emérito Benedicto XVI, así que les dejo ahora sus palabras:

«Mi Corazón Inmaculado triunfará». ¿Qué quiere decir esto?
Que el corazón abierto a Dios, purificado por la contemplación de Dios, es más fuerte que los fusiles y que cualquier tipo de arma.
El fiat de María, la palabra de su corazón, ha cambiado la historia del mundo, porque ella ha introducido en el mundo al Salvador, porque gracias a este «sí» Dios pudo hacerse hombre en nuestro mundo y así permanece ahora y para siempre.
El maligno tiene poder en este mundo, lo vemos y lo experimentamos continuamente; él tiene poder porque nuestra libertad se deja alejar continuamente de Dios.
Pero desde que Dios mismo tiene un corazón humano y de ese modo ha dirigido la libertad del hombre hacia el bien, hacia Dios, la libertad hacia el mal ya no tiene la última palabra.
Desde aquel momento cobran todo su valor las palabras de Jesús: «ustedes padecerán tribulaciones en el mundo, pero tengan confianza; yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). El mensaje de Fátima –concluye el Cardenal- nos invita a confiar en esta promesa.

Volvamos ahora, para terminar, a las palabras de Francisco: “Tenemos una Madre”. Con confianza, acerquémonos a ella e imploremos junto al Santo Padre:

¡Salve, vida y dulzura, salve, esperanza nuestra,
Oh Virgen Peregrina, oh Reina Universal!

Desde lo más profundo de tu ser, desde tu Inmaculado Corazón,
mira los gozos del ser humano cuando peregrina hacia la Patria Celeste.

Desde lo más profundo de tu ser, desde tu Inmaculado Corazón,
mira los dolores de la familia humana que gime y llora en este valle de lágrimas.

Desde lo más íntimo de tu ser, desde tu Inmaculado Corazón,
adórnanos con el fulgor de las joyas de tu corona
y haznos peregrinos como tú fuiste peregrina.

Con tu sonrisa virginal, acrecienta la alegría de la Iglesia de Cristo.
Con tu mirada de dulzura, fortalece la esperanza de los hijos de Dios.
Con tus manos orantes que elevas al Señor,
une a todos en una única familia humana. Amén.

XXXVI Asamblea del CELAM, El Salvador, 9-12 de mayo 2017


El Cardenal Rubén Salazar, arzobispo de Bogotá, presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) lee el mensaje del Papa Francisco en la inauguración de la Asamblea del organismo en El Salvador.

miércoles, 10 de mayo de 2017

Mons. Gregorio Rosa Chávez: Mons. Romero es un ícono del pastor.




Mons. Heriberto Bodeant entrevista para Radio María Uruguay al Obispo auxiliar de San Salvador, Mons. Gregorio Rosa Chávez, que fue un cercano colaborador del Beato Óscar Romero.
Entrevista realizada el 10 de mayo de 2017, en el marco de la XXXVI Asamblea del CELAM, en San Salvador.
En esa asamblea se celebraron los cien años del nacimiento de Mons. Romero, que se cumplirán el 15 de agosto de este año.

miércoles, 3 de mayo de 2017

Bagé recibirá próximamente el 32° Encuentro de Diócesis de Frontera

"Cuidar la Casa Común es nuestra misión". Con esa lema, obispos, sacerdotes, religiosas y agentes pastorales de las Diócesis que comparten fronteras internacionales en Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, se encontrarán en Bagé, Río Grande do Sul, desde el lunes 15 al miércoles 17 de mayo.
De Uruguay suelen participar habitualmente en estos encuentros las Diócesis de Salto, Tacuarembó y Melo.

El tema general a tratar es "Los vecinos se encuentran para reflexionar y compartir sobre modelos alternativos de desarrollo sustentable que garanticen el cuidado de la «Casa Común» para la vida digna de nuestros pueblos". Como iluminación se toman dos textos libros, del libro del Génesis (2,15) y del libro de la Sabiduría (11,22 - 12,2).

Dos ponencias de expertos versarán sobre “As características do Bioma Pampa” e as iniciativas das Igrejas e da Sociedade na  preservação do mesmo”, por Frei Luis Carlos Susin, Franciscano y “Modelos de Desarrollo Sustentable” a cargo de un miembro de RAAD (Red Argentina de Ambiente y Desarrollo).

Los participantes tendrán también la posibilidad de conocer sobre el terreno experiencias de desarrollo sustentable, visitando los municipios de Candiota y Hulha Negra.

Como es característico de estos encuentros, distintas celebraciones irán marcando su desarrollo. El lunes, la Misa inaugural en la Catedral San Sebastián, presidida por el Obispo anfitrión, Dom Gilio Felicio; el martes, Misa preparada por los participantes de Uruguay, en la Capilla San José, contigua al salón de reunión. La Misa de clausura, en el Santuario Diocesano de Nuestra Señora Conquistadora, preparada por los participantes de Argentina y Paraguay.

martes, 2 de mayo de 2017

Empujados por el Espíritu para la Misión. Mensaje del Papa Francisco en la Jornada Mundial de oración por las Vocaciones.



MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA 54 JORNADA MUNDIAL
DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES
Empujados por el Espíritu para la Misión

Queridos hermanos y hermanas

En los años anteriores, hemos tenido la oportunidad de reflexionar sobre dos aspectos de la vocación cristiana: la invitación a «salir de sí mismo», para escuchar la voz del Señor, y la importancia de la comunidad eclesial como lugar privilegiado en el que la llamada de Dios nace, se alimenta y se manifiesta

Ahora, con ocasión de la 54 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, quisiera centrarme en la dimensión misionera de la llamada cristiana. Quien se deja atraer por la voz de Dios y se pone en camino para seguir a Jesús, descubre enseguida, dentro de él, un deseo incontenible de llevar la Buena Noticia a los hermanos, a través de la evangelización y el servicio movido por la caridad. Todos los cristianos han sido constituidos misioneros del Evangelio. El discípulo, en efecto, no recibe el don del amor de Dios como un consuelo privado, y no está llamado a anunciarse a sí mismo, ni a velar los intereses de un negocio; simplemente ha sido tocado y trasformado por la alegría de sentirse amado por Dios y no puede guardar esta experiencia solo para sí: «La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera» (Exht. Ap. Evangelium gaudium, 21).

Por eso, el compromiso misionero no es algo que se añade a la vida cristiana, como si fuese un adorno, sino que, por el contrario, está en el corazón mismo de la fe: la relación con el Señor implica ser enviado al mundo como profeta de su palabra y testigo de su amor.
Aunque experimentemos en nosotros muchas fragilidades y tal vez podamos sentirnos desanimados, debemos alzar la cabeza a Dios, sin dejarnos aplastar por la sensación de incapacidad o ceder al pesimismo, que nos convierte en espectadores pasivos de una vida cansada y rutinaria. No hay lugar para el temor: es Dios mismo el que viene a purificar nuestros «labios impuros», haciéndonos idóneos para la misión: «Ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado. Entonces escuché la voz del Señor, que decía: “¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?”. Contesté: “Aquí estoy, mándame”» (Is 6,7-8).

Todo discípulo misionero siente en su corazón esta voz divina que lo invita a «pasar» en medio de la gente, como Jesús, «curando y haciendo el bien» a todos (cf. Hch 10,38). En efecto, como ya he recordado en otras ocasiones, todo cristiano, en virtud de su Bautismo, es un «cristóforo», es decir, «portador de Cristo» para los hermanos (cf. Catequesis, 30 enero 2016). Esto vale especialmente para los que han sido llamados a una vida de especial consagración y también para los sacerdotes, que con generosidad han respondido «aquí estoy, mándame». Con renovado entusiasmo misionero, están llamados a salir de los recintos sacros del templo, para dejar que la ternura de Dios se desborde en favor de los hombres (cf. Homilía durante la Santa Misa Crismal, 24 marzo 2016). La Iglesia tiene necesidad de sacerdotes así: confiados y serenos por haber descubierto el verdadero tesoro, ansiosos de ir a darlo a conocer con alegría a todos (cf. Mt 13,44).

Ciertamente, son muchas las preguntas que se plantean cuando hablamos de la misión cristiana: ¿Qué significa ser misionero del Evangelio? ¿Quién nos da la fuerza y el valor para anunciar? ¿Cuál es la lógica evangélica que inspira la misión? A estos interrogantes podemos responder contemplando tres escenas evangélicas: el comienzo de la misión de Jesús en la sinagoga de Nazaret (cf. Lc 4,16-30), el camino que él hace, ya resucitado, junto a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), y por último la parábola de la semilla (cf. Mc 4,26-27).

Jesús es ungido por el Espíritu y enviado. Ser discípulo misionero significa participar activamente en la misión de Cristo, que Jesús mismo ha descrito en la sinagoga de Nazaret: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18). Esta es también nuestra misión: ser ungidos por el Espíritu e ir hacia los hermanos para anunciar la Palabra, siendo para ellos un instrumento de salvación.

Jesús camina con nosotros. Ante los interrogantes que brotan del corazón del hombre y ante los retos que plantea la realidad, podemos sentir una sensación de extravío y percibir que nos faltan energías y esperanza. Existe el peligro de que veamos la misión cristiana como una mera utopía irrealizable o, en cualquier caso, como una realidad que supera nuestras fuerzas. Pero si contemplamos a Jesús Resucitado, que camina junto a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-15), nuestra confianza puede reavivarse; en esta escena evangélica tenemos una auténtica y propia «liturgia del camino», que precede a la de la Palabra y a la del Pan partido y nos comunica que, en cada uno de nuestros pasos, Jesús está a nuestro lado. Los dos discípulos, golpeados por el escándalo de la Cruz, están volviendo a su casa recorriendo la vía de la derrota: llevan en el corazón una esperanza rota y un sueño que no se ha realizado. En ellos la alegría del Evangelio ha dejado espacio a la tristeza. ¿Qué hace Jesús? No los juzga, camina con ellos y, en vez de levantar un muro, abre una nueva brecha. Lentamente comienza a trasformar su desánimo, hace que arda su corazón y les abre sus ojos, anunciándoles la Palabra y partiendo el Pan. Del mismo modo, el cristiano no lleva adelante él solo la tarea de la misión, sino que experimenta, también en las fatigas y en las incomprensiones, «que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 266).

Jesús hace germinar la semilla. Por último, es importante aprender del Evangelio el estilo del anuncio. Muchas veces sucede que, también con la mejor intención, se acabe cediendo a un cierto afán de poder, al proselitismo o al fanatismo intolerante. Sin embargo, el Evangelio nos invita a rechazar la idolatría del éxito y del poder, la preocupación excesiva por las estructuras, y una cierta ansia que responde más a un espíritu de conquista que de servicio. La semilla del Reino, aunque pequeña, invisible y tal vez insignificante, crece silenciosamente gracias a la obra incesante de Dios: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo» (Mc 4,26-27). Esta es nuestra principal confianza: Dios supera nuestras expectativas y nos sorprende con su generosidad, haciendo germinar los frutos de nuestro trabajo más allá de lo que se puede esperar de la eficiencia humana.

Con esta confianza evangélica, nos abrimos a la acción silenciosa del Espíritu, que es el fundamento de la misión. Nunca podrá haber pastoral vocacional, ni misión cristiana, sin la oración asidua y contemplativa. En este sentido, es necesario alimentar la vida cristiana con la escucha de la Palabra de Dios y, sobre todo, cuidar la relación personal con el Señor en la adoración eucarística, «lugar» privilegiado del encuentro con Dios.

Animo con fuerza a vivir esta profunda amistad con el Señor, sobre todo para implorar de Dios nuevas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. El Pueblo de Dios necesita ser guiado por pastores que gasten su vida al servicio del Evangelio. Por eso, pido a las comunidades parroquiales, a las asociaciones y a los numerosos grupos de oración presentes en la Iglesia que, frente a la tentación del desánimo, sigan pidiendo al Señor que mande obreros a su mies y nos dé sacerdotes enamorados del Evangelio, que sepan hacerse prójimos de los hermanos y ser, así, signo vivo del amor misericordioso de Dios.

Queridos hermanos y hermanas, también hoy podemos volver a encontrar el ardor del anuncio y proponer, sobre todo a los jóvenes, el seguimiento de Cristo. Ante la sensación generalizada de una fe cansada o reducida a meros «deberes que cumplir», nuestros jóvenes tienen el deseo de descubrir el atractivo, siempre actual, de la figura de Jesús, de dejarse interrogar y provocar por sus palabras y por sus gestos y, finalmente, de soñar, gracias a él, con una vida plenamente humana, dichosa de gastarse amando.

María Santísima, Madre de nuestro Salvador, tuvo la audacia de abrazar este sueño de Dios, poniendo su juventud y su entusiasmo en sus manos. Que su intercesión nos obtenga su misma apertura de corazón, la disponibilidad para decir nuestro «aquí estoy» a la llamada del Señor y la alegría de ponernos en camino, como ella (cf. Lc 1,39), para anunciarlo al mundo entero.

Vaticano, 27 de noviembre de 2016
Primer Domingo de Adviento
Francisco