martes, 27 de junio de 2017

A 222 años de la fundación de Melo.


Palabras del Obispo de Melo en el acto conmemorativo de la fundación de la ciudad, comienzo de las obras en la Plaza de la Concordia (recuerdo de la visita de Juan Pablo II) homenaje al Prof. Jorge Boerr.

Las intenciones del fundador

El 7 de mayo de 1795, Agustín de la Rosa escribió al Virrey Pedro Melo, recomendando “el establecimiento de poblaciones en el rincón de la frontera” como medio de
“asegurar las fértiles campiñas de la otra banda [es decir, de esta Banda Oriental] teniendo siempre a raya la nación fronteriza [Portugal] (…) arreglar enteramente aquellos campos para limpiarlos de ladrones facinerosos y contrabandistas (…) reducir los ganados a rodeo (…) y (…) asegurar la inmensa riqueza de esta Provincia en los ramos de cueros, carnes saladas y sebo”.
Sigue diciendo el fundador de Melo:
“Mientras no se adopte el sistema de poblar la frontera y repartir los campos en suertes de estancias es imposible disipar todos los desórdenes” 
y agrega:
“Proporcionar al hombre intereses propios y proporcionarle los modos de asegurarlos y disfrutarlos con tranquilidad son los dos puntos en que conviene fijarse para reducirlo al trabajo, a la Sociedad, al comercio, a la industria y a todo cuanto puede apetecerse para hacerlo útil”.

El capitán español no piensa sólo en aquellos que cuentan con medios para establecerse. Pide al Virrey que se revise la forma en que se entregan los campos
“porque careciendo los más de fondos solo logran establecer estancia los acaudalados, avasallando y precisando a los pobres a que los sirvan por el triste interés de un conchavo o a que, y es lo más común, se abandonen al robo y al contrabando, donde hallan firmes apoyos para subsistir”. 
No será Agustín de la Rosa quien pida “que los más infelices sean los más privilegiados”, pero adelanta esa preocupación, al tiempo que piensa en lo que también se podría resumir como “el fomento de la campaña y seguridad de sus hacendados”, objetivo del reglamento artiguista de 1815.

El mensaje de san Juan Pablo II

193 años y un día después, el 8 de mayo de 1988, en la explanada de la Concordia, frente a un numeroso público entre el que se contaba el presidente Julio María Sanguinetti, san Juan Pablo II entregaba desde Melo, para todo el Uruguay, su mensaje al mundo del trabajo. El Papa presentó la visión cristiana del trabajo, “una dimensión fundamental de la existencia humana sobre la tierra”, a través de la cual el hombre continúa desarrollando la obra del Creador “avanzando cada vez más en el descubrimiento de los recursos y de los valores encerrados en todo lo creado”.
“Por medio del trabajo, [decía el visitante] la persona se perfecciona a sí misma, obtiene los recursos para sostener a su familia, y contribuye a la mejora de la sociedad en la que vive. Todo trabajo es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación, y cualquier trabajo honrado es digno de aprecio.”
Se extendió luego el Papa sobre la construcción de “una civilización del trabajo”, con estas palabras:
“ideal que está al alcance de una sociedad como la vuestra, hondamente arraigada en su histórica vocación cristiana y con un hondo sentido de la justicia y de la igualdad entre los hombres”, pero que también requiere “espíritu de sacrificio, espíritu de colaboración y solidaridad. Sobre todo, su realización exige un esfuerzo educativo de las jóvenes generaciones en las virtudes del trabajo y en la práctica de la espiritualidad que le es propia”.

Deja finalmente,
“una invitación al diálogo sereno entre los que sustentan opiniones diversas acerca de las posibles soluciones de los problemas que hay que resolver”.

Como recuerdo de la visita de Juan Pablo II quedó en el Cerro Largo una cruz, que mira y abraza el campo de Arbolito, donde hace 120 años orientales se enfrentaron en combate fratricida. La Cruz que el Papa bendijo desde el aire, está allí como un llamado permanente al reencuentro, a la reconciliación y a la búsqueda de caminos pacíficos para resolver nuestros conflictos y nuestras diferencias en la procura del bien público.

Se iniciarán ahora los trabajos en la explanada de la Concordia, como otro lugar de recuerdo de aquella visita. Concordia: un nombre que también hace a esa búsqueda de unidad de los corazones en pro del bien común.

Con el paso de los años, el recuerdo de la visita del Papa a Melo no se desvanece, sino que va adquiriendo su verdadera y profunda dimensión. En Cerro Largo y Treinta y Tres –porque esta visita no sólo fue a la ciudad de Melo, sino a la Diócesis de Melo, que abarca ambos departamentos– los católicos nos sentimos naturalmente comprometidos a mantener vivo ese recuerdo. Creemos, sin embargo, que en el legado de esa visita hay muchos valores en los que podemos encontrarnos, desde diferentes creencias o convicciones, todos los que buscamos lo que José Artigas llamaba “la pública felicidad”.

Recuerdo de un hombre bueno: el Prof. Jorge Boerr

Debo aquí trasmitir el saludo, desde Montevideo, de Mons. Roberto Cáceres, que se hace así presente en el homenaje a su amigo, el Prof. Jorge Boerr Leites.

Quiero terminar con una palabra sobre el ciudadano a quien Melo homenajea hoy. Lo conocí a poco de llegar a Melo. Coincidimos en algún acto público. Nadie nos presentó. Él se acercó a mí, me saludó y empezamos a conversar. No supe en ese momento de las convicciones del Prof. Boerr. Lo que me llegó de sus palabras es que me encontraba hablando, con un hombre, como diría Antonio Machado “en el buen sentido de la palabra: bueno”. Un hombre bueno. Un hombre de encuentro. Mucho tiempo después supe que era Colorado. Eso me generó mucho respeto, porque ¡hay que ser colorado en Cerro Largo! Y también ser un católico en el Partido Colorado. Se necesita mucha convicción para ambas cosas; pero esa convicción, él la supo vivir en el respeto, en el diálogo y en el servicio al bien común. Me siento privilegiado y agradecido por haberlo conocido y poder decir hoy al menos una palabra sobre él. Muchas gracias.

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