sábado, 8 de julio de 2017

Descansar en Jesús (Mateo 11,25-30). XIV Domingo del Tiempo Ordinario






Hay muchas formas de cansancio… el cansancio físico y el cansancio mental son los que más conocemos. Cuando no sobrepasan ciertos límites, se arreglan descansando. El sueño reparador nos deja como nuevos. A veces, en el día, alcanza con un cambio de actividad.

Pero hay cansancios que van más allá. Desde hace años nos hemos acostumbrado a convivir con lo que, en forma negativa, llamamos estrés … en realidad, el estrés es una reacción del organismo, una especie de aceleración intensa que nos ayuda a enfrentar una situación difícil, una amenaza, una exigencia. El problema está cuando lo que es bueno para un plazo corto, se instala, como una aceleración permanente… entonces vivimos en ansiedad, irritabilidad, enojo… y luego, un total agotamiento.

Roberto Almada, un médico psiquiatra, desde hace poco también sacerdote, miembro del movimiento de los Focolares, escribió un libro titulado “El cansancio de los buenos”. En él analiza lo que se llama el burn out, o “síndrome del quemado”, que alcanza, a veces en forma trágica, a personas que están en el campo del servicio al prójimo: personal de la salud, de la educación, del trabajo social; también sacerdotes, religiosas… personas que, en esa situación, pierden la motivación que ha orientado su vida y comienzan a hacer su tarea de una forma rutinaria, tediosa, despersonalizada; se culpabilizan, se frustran… para finalmente abandonar todo o enfermarse al punto de ya no ser capaces de hacer nada, porque nada tiene sentido. Han perdido lo fundamental: lo que da sentido a la vida.

Podríamos decir, entonces, que junto al cansancio físico y al cansancio mental, hay también un cansancio espiritual.

Lo veo muchas veces en las personas que dicen cosas como “no sé para que trabajé, para que me sacrifiqué… no entiendo por qué me va mal, si siempre traté de hacer las cosas bien… no entiendo qué hice mal… no sé lo que está pasando, por qué el mundo está así… se han perdido todos los valores…”

De una manera magistral describe una de las formas de cansancio espiritual el novelista católico francés Georges Bernanos, en su “Diario de un curato de campaña” o "Diario de un cura rural":
Me repito a menudo que el mundo se halla consumido por el tedio (l’ennui). Claro que hay  que reflexionar un poco para darse cuenta de ello, pues no se comprende de buenas a primeras. El aburrimiento es algo semejante al polvo. Vamos y venimos sin verlo, respirándolo, comiéndolo y bebiéndolo. Es tan fino, tan tenue, que ni siquiera cruje al ser masticado. Sin embargo, basta detenerse unos instantes para que recubra el rostro, el  cuerpo, las manos. Hay que moverse sin cesar para sacudir esa lluvia de ceniza y acaso sea ésta la causa de que el mundo se halle tan agitado.
(…)
El tedio lo devora todo ante nuestra vista y nos sentimos incapaces de hacer nada. Acaso algún día nos alcance el contagio y descubramos en nosotros mismos ese cáncer. Es posible vivir mucho tiempo teniéndolo latente en el interior.
Es verdad que muchas veces tenemos que ser sinceros con nosotros mismos y no cerrar los ojos ante nuestros propios errores y pecados, que pueden haber sido causa de situaciones que estamos viviendo. Ubicar toda la culpa en los demás y pretender que no tenemos nada que ver con lo que pasa suele ser negación, autoengaño.

Pero también es verdad que muchas veces nos preguntamos de qué sirve haber sido honestos, haber sido fieles, haber cumplido la palabra, haber dicho la verdad… es decir, haber creído en determinados valores, haber apostado por ellos y ver cómo para mucha gente no significan nada.

En el Evangelio que escuchamos este domingo, Jesús dice una palabra especialmente consoladora:
“Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y Yo los haré descansar.”
Jesús se hace cargo de la situación que estamos viviendo, de esa aflicción, de ese agobio espiritual, de esa desilusión y nos promete alivio y descanso.

En el mensaje de la Biblia, el descanso y la promesa del descanso tienen un lugar muy importante. Tan importante, que se dice que el mismo Dios “descansó” al terminar su obra creadora. Eso es interesante, porque no podemos imaginar que Dios se canse… cansarse es humano, cansarse no es divino.

El descanso de Dios es contemplar su obra. Dios ha creado el universo como obra de su amor y disfruta en la contemplación de su creación. En el relato de la creación cada día concluye con esta expresión: “y vio Dios que era bueno”, es decir, que lo que había creado era bueno. Y al sexto día, cuando concluye su obra creando al varón y a la mujer, sube la nota: “y vio Dios que era muy bueno”.

El séptimo día, el sábado, Dios descansó. Y a partir de ahí entregó al hombre ese día para su descanso. No sólo para el descanso físico o mental: también para el descanso espiritual. Para el encuentro con Dios, para el encuentro con los afectos: con la familia, con los amigos…

Con la Resurrección de Jesús, ese descanso del sábado se continúa y culmina en el Domingo, primer día de la semana, Día del Señor.

Pero así como Dios al final de cada día se detiene a contemplar su obra, también nosotros necesitamos, cada día, ese tiempo de reposo, de meditación, de oración, de desconexión de todo lo que nos dispersa, para conectarnos con nosotros mismos, con quienes queremos… y con Dios.

Cuando rezamos por una persona que ha fallecido, pedimos “por su eterno descanso”. Mirando al descanso de Dios, no creo que lo que nos espere sea una especie de “sueño eterno”, donde apenas sobreviva el alma como una sombra, aletargada e inconsciente, como creían los griegos. Jesús nos ha prometido “vida eterna”, “vida en plenitud”.

Cuando en nuestro camino por la vida logramos de verdad “descansar en Jesús”, estamos pregustando, saboreando por un momento, esa eternidad junto a Él.

Sin embargo, mientras caminamos por esta vida, no olvidemos el llamado que Dios hace por medio del profeta Jeremías:
“Así dice el Señor: Párense en los caminos y miren. Pregunten por los senderos antiguos cuál es el buen camino, y vayan por él; y encontrarán descanso para sus almas”. (Jeremías 6,16)
El texto sigue, diciendo que la respuesta de la gente fue “no vamos”.
Hoy, es el mismo Jesús quien nos dice “vengan a mí y encontrarán descanso”… ¿vamos?

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