jueves, 5 de octubre de 2017

En la Viña del Señor (Mateo 21,33-46). Domingo XXVII durante el año.




Una viña requiere mucho trabajo: cuidar cada planta, podar, regar, abonar la tierra, quitar malezas, curar enfermedades, proteger de plagas, hasta que llegue la hora de la vendimia y se puedan recoger los dulces frutos de la vid.
La Viña del Señor es su pueblo.
Con amor prodiga Dios los cuidados a los suyos, esperando recoger también en tiempo los frutos. Solo unidos a Jesús, vid verdadera, podremos producir lo que el Padre espera.
Comentario del Obispo de Melo, Mons. Heriberto Bodeant, al Evangelio según San Mateo (21,33-46) correspondiente al Domingo XXVII del Tiempo Ordinario, 8 de octubre de 2017.

“Tenemos un amigo que nos ama… su nombre es Jesús
Y estaremos en su Viña trabajando, en la viña del Señor…”
Esta es una canción que muchas veces he enseñado a los niños.
El estribillo dice: “estaremos en su viña trabajando, en la viña del Señor”
Todo va bien, hasta que se me ocurre preguntarles a los niños qué es una viña.
La mayoría de los niños del norte uruguayo no lo saben.
Nunca han visto un viñedo. Sí han visto un parral, pero no un viñedo.

Este domingo, en la Misa escuchamos dos lecturas que hablan de la Viña del Señor, ésa de donde se dice que “hay de todo”. “Hay de todo en la viña del Señor” o sea en este mundo de Dios.
Viendo esas lecturas, se me ocurrió preguntarme si yo mismo entendía qué significa una viña.
De niño, en campos de Río Negro, vi muchos trigales; hoy en Cerro Largo y Treinta y Tres veo arrozales, pero un viñedo es otra cosa.
El trigal se termina con la cosecha. Queda apenas el rastrojo…
Queda la tierra, para sembrar de nuevo y empezar un ciclo completo… o para plantar otra cosa.
Pero cuando termina la vendimia, la viña sigue allí. Hay que cuidar cada planta, hay que podar, regar si es necesario, abonar la tierra, quitar malezas, curar enfermedades, proteger de plagas…

La Biblia habla muchas veces de viñedos. A través de esas páginas nos damos cuenta de que un viñedo es un bien importante, un bien apreciado, porque se ha trabajado en él cada día para cuidarlo, a veces por generaciones dentro de una familia… como sigue sucediendo hoy.
El primer Libro de los Reyes cuenta la historia de Nabot, un hombre que fue asesinado porque no quería vender su viña al rey: “Guárdeme Dios de entregar la herencia de mis padres” decía el pobre hombre (1 Reyes 21,1-29). Su viña era un bien querido, que valía para él mucho más que el precio que pudieran pagarle.

La primera lectura de este domingo nos trae la “canción de la viña”, del profeta Isaías, que comienza describiendo los cuidados que el dueño ha dado a su viña y como ella sólo le ha dado frutos agrios.
Voy a cantar en nombre de mi amigo
la canción de su amor por su viña:
Mi amigo tenía una viña
en una loma fértil.
La cavó, la limpió de piedras
y la plantó con cepas elegidas;
edificó una torre en medio de ella
y también excavó un lagar.
El esperaba que diera dulces uvas,
Pero solo le dio frutos agrios.

¿Qué más se podía hacer por mi viña
que yo no lo haya hecho?
Si esperaba que diera uvas,
¿por qué dio frutos agrios?
El detalle está en que el dueño de la viña es Dios, y la viña es el pueblo que Él ha elegido… Dios reprocha a su pueblo su infidelidad y anuncia que dejará la viña sin protección y será devastada.

Jesús retoma en el evangelio el tema de esa canción, pero le da otro sentido, con esta parábola:
Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.
Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera.
Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: "Respetarán a mi hijo." Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: "Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia". Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.
Podemos leer esta parábola desde la condición humana. Una situación de toda época. Junto a quienes viven cada día de su trabajo honesto, están los que se apoderan de los bienes ajenos. Ya sea con violencia o bien con engaño, poseídos por la codicia, quieren construir su fortuna explotando o despojando a los otros, aún a los de su propia sangre, con el afán de tener más y más…

Pero Jesús quiere que veamos más allá de las relaciones humanas de envidias o malas ambiciones:
Porque el propietario de esta viña es Dios.
La viña es el pueblo que Dios ha elegido y protegido.
Los servidores enviados son los profetas.
El hijo es Jesús, ejecutado fuera de Jerusalén.

Dios ha enviado a su Hijo Jesús. Esa es la respuesta de Dios a la maldad de los hombres: enviar a su propio Hijo. La parábola se centra en esto: aceptar o rechazar a Jesús. Dejarlo de lado, o construir sobre Él nuestra vida.

Hubo en tiempos antiguos un pueblo elegido en el que nació el Hijo de Dios. “Vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron” dice el Evangelio según San Juan. Con todos aquellos que lo aceptaron y lo siguen aceptando, Jesús ha formado el nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia. Un pueblo sin fronteras, formado por «hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación» (Apoc 5,9). Un pueblo que tiene a Jesús como su piedra angular y del que Dios espera que rinda los frutos deseados.
Así vamos… peregrinos por la historia, tratando de ser fieles al Plan de Dios, aprendiendo la gran lección de cómo debe usarse la libertad. Pero… ¿Cómo vivir esa fidelidad? El mismo Jesús nos lo dice…

En el Evangelio según San Juan, en el capítulo 15, Jesús vuelve a traernos la imagen de la viña, o mejor de la vid, porque hay una sola Vid verdadera, que es Él mismo Jesús. Aquí el Padre no sólo es el dueño, sino también el viñador, que cuida personalmente de la vid… cada uno de los creyentes es un sarmiento, una rama que brota del pie de la vid, que es Jesús. Las ramas sólo pueden dar fruto si permanecen unidas a Él. El viñador poda las ramas para que puedan dar más fruto y corta las que están secas, las que se han separado…
En todo ese capítulo, resuena una palabra: permanecer.
Permanezcan en mí,
como yo permanezco en ustedes.
Así como el sarmiento no puede dar fruto
si no permanece en la vid,
tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid,
ustedes los sarmientos.
El que permanece en mí, y yo en él,
da mucho fruto,
porque separados de mí, nada pueden hacer.
(Juan 15, 4-5)

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