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San Agustín: "Comprender para creer y creer para comprender" |
Queridos hermanos y hermanas:
Avanzamos en este Año de la fe, llevando en el corazón la esperanza
de volver a descubrir cuánta alegría hay en el creer, y en encontrar el
entusiasmo de comunicar a todos las verdades de la fe. Estas verdades no
son un simple mensaje sobre Dios, una información particular acerca de
Él. Sino que expresan el acontecimiento del encuentro de Dios con los
hombres, encuentro salvífico y liberador, que cumple con las
aspiraciones más profundas del hombre, su anhelo de paz, de fraternidad,
de amor. La fe conduce a descubrir que el encuentro con Dios mejora,
perfecciona y eleva lo que es verdadero, bueno y bello en el hombre. Es
así que, mientras Dios se revela y se deja conocer, el hombre llega a
saber quién es Dios y, conociéndolo, se descubre a sí mismo, su propio
origen, su destino, la grandeza y la dignidad de la vida humana.
La fe permite un conocimiento auténtico de Dios, que implica a toda
la persona: se trata de un "saber", un conocimiento que le da sabor a la
vida, un nuevo gusto de existir, una forma alegre de estar en el mundo.
La fe se expresa en el don de sí mismo a los demás, en la fraternidad
que se vuelve la solidaria, capaz de amar, venciendo a la soledad que
nos pone tristes. Es el conocimiento de Dios mediante la fe, que no es
solo intelectual, sino vital; es el conocimiento de Dios-Amor, gracias a
su mismo amor.
Después el amor de Dios nos hace ver, abre los ojos, permite conocer
toda la realidad, más allá de las estrechas perspectivas del
individualismo y del subjetivismo que desorientan las conciencias. El
conocimiento de Dios es, por tanto, experiencia de fe, e implica, al
mismo tiempo, un camino intelectual y moral: profundamente conmovido por
la presencia del Espíritu de Jesús en nosotros, podemos superar los
horizontes de nuestro egoísmo y nos abrimos a los verdaderos valores de
la vida.
Hoy en esta catequesis, quisiera centrarme sobre la racionalidad de
la fe en Dios. Desde el principio, la tradición católica ha rechazado el
llamado fideísmo, que es la voluntad de creer en contra de la razón.
Credo quia absurdum
(creo porque es absurdo) no es una fórmula que interprete la fe
católica. De hecho, Dios no es absurdo, cuanto más es misterio. El
misterio, a su vez, no es irracional, sino sobreabundancia de sentido,
de significado y de verdad.
Si, observando el misterio, la razón ve oscuro, no es porque no haya
luz en el misterio, sino más bien porque hay demasiada. Al igual que
cuando los ojos del hombre se dirigen directamente al sol para mirarlo,
solo ven la oscuridad; pero ¿quién diría que el sol no es brillante, aún
más, fuente de luz? La fe permite ver el "sol", Dios, porque es la
acogida de su revelación en la historia y, por así decirlo, recibe
realmente todo el brillo del misterio de Dios, reconociendo el gran
milagro: Dios se ha acercado al hombre, se ha dado para que acceda a su
conocimiento, consintiendo el límite de su razón como creatura (cf.
Conc. Vat. II, Const. Dogm. Dei Verbum, 13).
Al mismo tiempo, Dios, con su gracia, ilumina la razón, abre nuevos
horizontes, inconmensurables e infinitos. Por eso, la fe es un fuerte
incentivo para buscar siempre, a no detenerse nunca y a no evadir nunca
el descubrimiento inagotable de la verdad y de la realidad. Es falso el
prejuicio de algunos pensadores modernos, según los cuales la razón
humana estaría bloqueada por los dogmas de la fe. Es todo lo contrario,
como los grandes maestros de la tradición católica lo han demostrado.
San Agustín, antes de su conversión, busca con mucha ansiedad la
verdad, a través de todas las filosofías disponibles, encontrándolas
todas insatisfactorias. Su investigación minuciosa racional es para él
una significativa pedagogía para el encuentro con la Verdad de Cristo.
Cuando dice, "comprender para creer y creer para comprender" (Discurso
43, 9: PL 38, 258), es como si estuviera contando su propia experiencia
de vida. Intelecto y fe, de frente a la revelación divina no son
extraños o antagonistas, sino son las dos condiciones para comprender el
significado, para acoger el mensaje auténtico, acercándose al umbral
del misterio. San Agustín, junto a muchos otros autores cristianos, es
testigo de una fe que es ejercida con la razón, que piensa y nos invita a
pensar. Sobre este camino, san Anselmo dirá en su
Proslogion que la fe católica es
fides quaerens intellectum,
donde la búsqueda de la inteligencia es un acto interno al propio
creer. Será especialmente santo Tomás de Aquino –sólido en esta
tradición--, quien hará frente a la razón de los filósofos, mostrando
cuánta nueva y fecunda vitalidad racional deriva del pensamiento humano,
en la introducción de los principios y de las verdades de la fe
cristiana.
La fe católica es, pues, razonable y brinda confianza también a la
razón humana. El Concilio Vaticano I, en la Constitución dogmática
Dei Filius,
dijo que la razón es capaz de conocer con certeza la existencia de Dios
por medio de la vía de la creación, mientras que solo corresponde a la
fe la posibilidad de conocer "fácilmente, con absoluta certeza y sin
error" (DS 3005) la verdad acerca de Dios, a la luz de la gracia. El
conocimiento de la fe, más aún, no va contra la recta razón. El beato
Papa Juan Pablo II, en la encíclica
Fides et ratio, resumió:
"La razón del hombre no queda anulada ni se envilece dando su
asentimiento a los contenidos de la fe, que en todo caso se alcanzan
mediante una opción libre y consciente" (n. 43). En el irresistible
deseo por la verdad, solo una relación armoniosa entre la fe y la razón
es el camino que conduce a Dios y a la plenitud del ser.
Esta doctrina es fácilmente reconocible en todo el Nuevo Testamento.
San Pablo, escribiendo a los cristianos de Corinto, sostiene, como hemos
escuchado: "Mientras los judíos piden signos y los griegos buscan
sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para
los judíos, locura para los gentiles" (1 Cor. 1, 22-23). De hecho, Dios
ha salvado al mundo no con un acto de fuerza, sino a través de la
humillación de su Hijo único: de acuerdo a los estándares humanos, el
modo inusual ejecutado por Dios,contrastacon las exigencias de la
sabiduría griega.
Sin embargo, la cruz de Cristo tiene una razón, que san Pablo llama:
ho lògos tou staurou, "la palabra de la cruz" (1 Cor. 1,18). Aquí, el término
lògossignifica
tanto la palabra como la razón, y si alude a la palabra, es porque
expresa verbalmente lo que la razón elabora. Por lo tanto, Pablo ve en
la Cruz no un evento irracional, sino un hecho salvífico, que tiene su
propia racionalidad reconocible a la luz de la fe. Al mismo tiempo,
tiene tal confianza en la razón humana, hasta el punto de asombrarse por
el hecho de que muchos, a pesar de ver la belleza de la obra realizada
por Dios, se obstinan a no creer en Él. Dice en la Carta a los Romanos
"Porque lo invisible [de Dios], es decir, su poder eterno y su
divinidad, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras" (1,20).
Así, incluso san Pedro exhorta a los cristianos de la diáspora a
adorar "al Señor, Cristo, en sus corazones, siempre dispuestos a dar
respuesta a todo el que les pida razón de su esperanza" (1 Pe. 3,15). En
un clima de persecución y de fuerte necesidad de dar testimonio de la
fe, a los creyentes se les pide que justifiquen con motivaciones sólidas
su adhesión a la palabra del Evangelio; de dar las razones de nuestra
esperanza.
Sobre esta base que busca el nexo profundo entre entender y creer,
también se funda la relación virtuosa entre la ciencia y la fe. La
investigación científica conduce al conocimiento de la verdad siempre
nueva sobre el hombre y sobre el cosmos, lo vemos. El verdadero bien de
la humanidad ,accesible en la fe, abre el horizonte en el que se debe
mover su camino de descubrimiento.Por lo tanto, deben fomentarse, por
ejemplo, la investigación puesta al servicio de la vida, y que tiene
como objetivo erradicar las enfermedades. También son importantes las
investigaciones para descubrir los secretos de nuestro planeta y del
universo, a sabiendas de que el hombre está en la cumbre de la creación,
no para explotarla de modo insensato, sino para cuidarla y hacerla
habitable.
Es así como la fe, vivida realmente, no está en conflicto con la
ciencia, más bien coopera con ella, ofreciendo criterios básicos que
promuevan el bien de todos, pidiéndole que renuncie solo a aquellos
intentos que, oponiéndose al plan original de Dios, puedan producir
efectos que se vuelvan contra el hombre mismo. También por esto es
razonable creer: si la ciencia es un aliado valioso de la fe para la
comprensión del plan de Dios en el universo, la fe permite al progreso
científico actuar siempre por el bien y la verdad del hombre,
permaneciendo fiel a este mismo diseño.
Por eso es crucial para el hombre abrirse a la fe y conocer a Dios y
su designio de salvación en Jesucristo. En el Evangelio, se inaugura un
nuevo humanismo, una verdadera "gramática" del hombre y de toda
realidad. El Catecismo de la Iglesia Católica lo afirma: "La verdad de
Dios es su sabiduría que rige todo el orden de la creación y del
gobierno del mundo. Dios, único Creador del cielo y de la tierra (cf.
Sal. 115,15), es el único que puede dar el conocimiento verdadero de
todas las cosas creadas en su relación con Él" (n. 216).
Esperamos entonces que nuestro compromiso en la evangelización ayude a
dar una nueva centralidad del Evangelio en la vida de tantos hombres y
mujeres de nuestro tiempo. Y oramos para que todos encuentren en Cristo
el sentido de la vida y el fundamento de la verdadera libertad: sin
Dios, de hecho, el hombre se pierde.
Los testimonios de aquellos que nos han precedido y han dedicado sus
vidas al Evangelio lo confirma para siempre. Es razonable creer, está en
juego nuestra existencia. Vale la pena gastarse por Cristo, solo Él
satisface los deseos de verdad arraigados en el alma de cada hombre:
ahora, en el tiempo que pasa, y en el día sin fin de la beata Eternidad.
Gracias.