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viernes, 31 de mayo de 2024

“El Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas” (Lucas 1,39-56). Visitación de la Virgen María.

Palabra de Vida, 31 de mayo de 2024.

Homilía en el Monasterio de la Visitación,
Progreso, Diócesis de Canelones, Uruguay.

“María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.”

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, aquí, desde este rinconcito de Canelones, en este Monasterio, celebramos la solemnidad de la Visitación de la Santísima Virgen María a su prima Santa Isabel.

Es una fiesta de toda la Iglesia, pero aquí, además de unirnos a todo el Pueblo de Dios que en el mundo celebra este misterio, estamos en la fiesta patronal del monasterio y de la orden de la Visitación.

El evangelio según san Lucas nos presenta el encuentro entre dos madres. Cada una de ellas ha recibido una especial bendición divina.

Isabel, anciana y estéril, por la intervención de Dios, espera un hijo de su esposo Zacarías.

Desde Nazaret de Galilea, un lugar ignoto, de donde se piensa que difícilmente salga algo bueno, viene María, una jovencita que, por obra y gracia del Espíritu Santo, lleva en su seno al Salvador.

¿Qué impulsa a María a dirigirse resueltamente a casa de su prima?

Junto al anuncio de que María iba a ser madre del Hijo de Dios, el ángel Gabriel ha dicho que Isabel se encontraba en su sexto mes de embarazo.

María no duda en acudir a casa de Isabel, que es su pariente y que, seguramente, tendrá una gran necesidad de ayuda en los tres meses que le quedan de espera.

Sin embargo, no son solo los motivos del parentesco y de la caridad los que llevan a María a casa de Isabel y Zacarías.

María llega como misionera, mujer que lleva la presencia de Dios a esa casa. La presencia de Dios, de esa forma nueva: la del Hijo de Dios encarnado, la del Dios-con-nosotros.

Aquí está patente “la alegría del evangelio” de la que suele hablar el Papa Francisco.

El niño que espera Isabel salta de alegría al percibir la presencia del niño que espera María.

El espíritu de María -lo dice ella misma- se estremece de alegría:

“Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador”.

Es la alegría de ver cómo Dios cumple sus promesas, extiende su misericordia de generación en generación y se acuerda siempre de su amor.

El canto de María está llamado a ser el canto de toda la humanidad, en la medida en que llegue a reconocer la acción salvadora de Dios.

Sin esperar que eso sea pronto, ha de ser nuestro canto hoy, nuestra alabanza en el reconocimiento de todas las maravillas que Dios va obrando en nuestra vida, aún en las pequeñas cosas de cada día. Cada uno de nosotros puede y necesita encontrar la manera de decir “Mi alma canta la grandeza del Señor”.

María se hace misionera al compartir el Evangelio, la Buena Noticia que ha recibido.

Para recibir esa noticia, se hizo antes discípula; la primera discípula que se ha dispuesto a recibir la Palabra de Dios en su corazón. No sólo la Palabra, en cuanto comunicación de Dios, sino a Aquel que es la Palabra, el Verbo, que se ha hecho carne en ella.

Discípula y misionera, María recibe y entrega la Palabra de Dios convertida en su propia palabra, porque el Verbo se hace hijo de María.

Santa Teresa de Calcuta, meditando sobre la visitación, veía su aplicación en la vida de las Misioneras de la Caridad: 

“María, por el misterio de la anunciación y de la visitación, representa la vida que nosotras debemos llevar: en primer lugar, ella ha recibido a Jesús en su existencia; a continuación, ella comparte lo que ha recibido”.

Compartir la buena noticia es el mandato que sigue san Pablo: 

“Si anuncio el Evangelio, no lo hago para gloriarme: al contrario, es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Corintios 9,16)

Anunciar el Evangelio no es una tarea reservada a los misioneros: es la misión de cada bautizado. Cada uno lo hará según su carisma y su propia capacidad de anunciar a Cristo en su vida diaria: en el medio en el que vive, a través de su vida familiar, laboral o social, en su vocación laical, religiosa o sacerdotal.

Que el Señor nos sostenga en el empeño de seguir el ejemplo de la Virgen María: estar disponibles para recibir la Palabra de Dios y llevarla con alegría y entusiasmo a quienes la necesitan. Así sea. 

+ Heriberto, Obispo de Canelones

jueves, 30 de mayo de 2024

Palabra de Vida: “¡Ánimo, levántate! Él te llama” (Marcos 10,46-52)

Jueves de la VIII semana del Tiempo durante el año.

30 de mayo de 2024

“Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino”. Estar ciego, en el lenguaje bíblico, no es solo una condición física, sino, sobre todo, una condición espiritual. La escritura abunda en ejemplos de ceguera espiritual, muchas veces unida a la sordera, también espiritual, como leemos en Isaías:

“¡Oigan, ustedes, los sordos; ustedes, los ciegos, miren y vean! ¿Quién es ciego, sino mi servidor y sordo como el mensajero que yo envío? … Tú has visto muchas cosas, pero sin prestar atención…” (Isaías 42,18-20)

Y dice Jesús de los fariseos:

“son ciegos que guían a otros ciegos. Pero si un ciego guía a otro, los dos caerán en un pozo” (Mateo 15,14).

Pero los mismos discípulos tenían a menudo dificultad para creer en las palabras de Jesús, porque su espíritu estaba oscurecido y se dejaban llevar por los pensamientos de los hombres. 

Ciegos estaban los ojos de los discípulos de Emaús, que no pudieron reconocer a Jesús resucitado caminando con ellos. Mientras escuchaban su palabra, sentían arder sus corazones, pero todavía no podían verlo plenamente. Lo reconocieron cuando partió el pan. Curiosamente, a partir de allí dejaron de ver físicamente su presencia, pero su corazón quedó iluminado.

Jesús se presenta como luz del mundo (Juan 8,12) y advierte a sus discípulos: 

«La luz está todavía entre ustedes, pero por poco tiempo. Caminen mientras tengan la luz, no sea que las tinieblas los sorprendan: porque el que camina en tinieblas no sabe a dónde va. Mientras tengan luz, crean en la luz y serán hijos de la luz». (Juan 12,35-36).

La luz de Cristo se nos infunde mediante la fe. Esta es la virtud fundamental que abre los ojos del alma para recibir a Cristo, para recibir su persona y su verdad, la verdad que él nos ha revelado.

En los evangelios, Jesús devuelve la vista a varios ciegos. Muchos de ellos solo pedían la curación de su ceguera física. 

Esto me hace pensar en esos adultos que nos piden hoy el bautismo porque sienten que les falta, que deberían recibirlo, pero que no han encontrado todavía a Jesús. Hay una fe incipiente, una creencia en Dios, un Dios vislumbrado pero no conocido.

En Bartimeo, el ciego de nuestro evangelio de hoy, hay una percepción que le permite enterarse de que es Jesús quién está pasando. Su grito tiene ya una expresión de fe: “Hijo de David, ten piedad de mí”, un reconocimiento del Mesías esperado por Israel.

Nosotros, que vemos físicamente, aunque cerremos los ojos, a plena luz del día percibimos, a través de nuestros párpados, que estamos en la luz y no en la oscuridad. De la misma manera Bartimeo siente algo, una especie de resplandor, al paso de Jesús; siente la confianza de que él puede cambiar su condición.

A la pregunta de Jesús “¿Qué quieres que haga por ti?”, Bartimeo responde «Maestro, que yo pueda ver.»

La respuesta suena para nosotros básica y simple. Bartimeo, sufriendo su ceguera física, quiere salir de ella. 

Pero Jesús ve más allá. La confianza de Bartimeo es el comienzo de la fe.

Tal vez Bartimeo no lo sabe o no lo percibe totalmente, pero el resplandor que ha llegado a su corazón es el llamado de Dios “a pasar de las tinieblas a su luz admirable”, como dice la carta de Pedro.

Jesús sí lo sabe; reconoce la fe de Bartimeo y le da mucho más de lo que él ha pedido. «Vete, tu fe te ha salvado.» 

Bartimeo ha pasado, de ser un mendigo ciego, a ser un hombre iluminado en cuerpo y alma, que pasa a seguir a Jesús.

Desde esta perspectiva podemos releer las palabras iniciales de la primera lectura, que parecen dirigidas especialmente a los neófitos: “Como niños recién nacidos, deseen la leche pura de la Palabra, que los hará crecer para la salvación”.

Especialmente dirigidas para quienes comienzan a caminar en la fe, como Bartimeo, pero no exclusivamente. Valen también para quienes hace mucho tiempo comenzamos este camino, porque seguimos necesitando “crecer para la salvación”. Y aunque podamos gustar de alimento sólido -recordemos las expresiones de san Pablo, “Los alimenté con leche y no con alimento sólido, porque aún no podían tolerarlo” (1 Corintios 3,2), siempre es bueno volver a gustar la frescura de “la leche pura de la Palabra”, que nos recuerda el comienzo, el llamado primero, la voz que vuelve a decirnos: “ánimo, levántate, él te llama”, para que dejemos cualquier clase de penumbras que en el momento puedan envolvernos y volvamos siempre, de nuevo, a la luz del resucitado. Así sea.

miércoles, 29 de mayo de 2024

Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. “Esto es mi cuerpo… ésta es mi sangre” (Marcos 14,12-16.22-26).

El Evangelio de este domingo comienza contándonos el momento en que los discípulos de Jesús le preguntan dónde quiere que le preparen la comida pascual. La cena pascual, para los israelitas, es el memorial de la liberación de la esclavitud y la salida de Egipto: la Pascua de Israel, la gran intervención salvadora de Dios en favor de su pueblo. 

La comida principal de esa cena era el cordero, que, en tiempos de Jesús se llevaba al templo para ser sacrificado por los sacerdotes y luego cada familia lo asaba y comía en su casa, siguiendo un detallado ritual. Seguramente Jesús había celebrado esa comida con sus discípulos en los años anteriores; pero ésta era una ocasión muy especial, aunque los discípulos no lo sabían, porque sería la última cena de Jesús con ellos. La cena en que aquella comida pascual daría paso a la Eucaristía.

A la pregunta de sus discípulos, Jesús responde:

«Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: el Maestro dice: "¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?" Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario.» (Marcos 14, 12-16. 22-26)

Meditando sobre este pasaje del evangelio, el Papa Francisco se detiene en el cántaro de agua que llevaba aquel hombre. Para celebrar la Eucaristía, dice el Papa, es necesario primero 

“reconocer nuestra sed de Dios, sentirnos necesitados de Él, desear su presencia y su amor. El drama de hoy -podemos decir- es que a menudo la sed ha desaparecido. Pero donde haya un hombre o una mujer con un cántaro de agua -pensemos en la samaritana- el Señor se puede revelar como aquel que da la Vida Nueva, presencia de amor que da sentido y dirección a nuestra peregrinación terrena (Papa Francisco, 6 de junio de 2021).

Presencia de amor… el domingo pasado, con motivo de la solemnidad de la Santísima Trinidad, recordábamos la hermosa y consoladora promesa de Jesús: 

“Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28,20). 

Decíamos que esa presencia nos llegaba, sobre todo, por la acción del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es Dios que se da a nosotros, que viene para habitar dentro de nosotros, como lo expresa san Pablo: 

¿No saben que sus cuerpos son templo del espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios? (1 Corintios 6,19) 

Es también por la acción del Espíritu Santo que Jesús se hace presente a través de los sacramentos, muy especialmente el de la Eucaristía, el Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, la fiesta de hoy. Basta escuchar con atención lo que reza el sacerdote cuando celebra la Misa, en el momento de la consagración:

“Señor (…) te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu
de manera que se conviertan para nosotros 
en el Cuerpo + y la Sangre de Jesucristo, nuestro Señor” (Plegaria Eucarística II)

“De manera que se conviertan…” En la fe católica creemos que en el pan y en el vino de esa manera consagrados, se hace realmente presente el cuerpo y sangre de Cristo. El pan y el vino conservan sus propiedades; no cambia su gusto ni su apariencia, pero se convierten: cambia su substancia. Cambia la esencia de lo que tenemos sobre el altar y de lo que, luego, permanecerá en el sagrario. Así resume la fe de la Iglesia el Concilio de Trento:

“… por la consagración del pan y del vino se opera la conversión de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo, nuestro Señor, y de toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación”. (Catecismo de la Iglesia Católica, 1376).

Es por eso que damos culto a la Eucaristía, exponiendo a la adoración de los fieles el Santísimo Sacramento, en el que Cristo está realmente presente. A lo largo de los siglos, muchos han vivido y expresado profundamente su fe en la presencia de Jesús. En los últimos años, en el Uruguay y en otros lugares del mundo, hay nuevos adoradores que han reconocido su sed de Dios y se ponen de rodillas ante el Santísimo Sacramento. 

Muchos de ellos son jóvenes, que viven allí su encuentro con Jesús y han aprendido a gustar esta forma de oración. Entre los grupos de adoradores hay también personas que, por diversas razones y situaciones, no pueden recibir la comunión; pero que encuentran un gran consuelo y una gran paz de rodillas frente a Jesús.

Ahora… esta manera de orar, ¿no corre el riesgo de convertirse en un puro acto individualista, que pretende establecer una conexión Dios y yo, yo y Dios, olvidándome de mis hermanos?

Ese riesgo podría darse en cualquier forma de oración personal, o incluso cuando rezamos a coro los avemarías del rosario o los salmos de la liturgia de las horas, si nos olvidamos de que estamos rezando con toda la Iglesia, con toda la comunidad de los creyentes y que, en el centro de nuestra oración, pedimos que se haga la voluntad de Dios, que venga su Reino, que todos los hombres y mujeres que habitan este mundo encuentren el camino de la salvación que el Señor nos ofrece.

A través de la contemplación de Jesús en la Eucaristía, nos abrimos a reconocer sus otras presencias: en cada persona con hambre, con sed, con frío, desamparada, enferma, presa…

Chiara Lubich, la fundadora del movimiento de los Focolares, invita a reconocer a Jesús abandonado, Jesús crucificado, en toda persona que sufre. Porque no olvidemos que Jesús no nos habla simplemente de su cuerpo y su sangre: habla de su cuerpo entregado, es decir, librado al sacrificio, a la muerte por nosotros; nos habla de su sangre derramada, es decir, que ha salido de sus venas, que ya no circula llevando la vida a su cuerpo, sino que se derrama para comunicarnos su vida:

Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos.» 
(Marcos 14, 12-16. 22-26)

El próximo viernes es el día del Sagrado Corazón de Jesús. Uniendo la reflexión de hoy con esa fiesta cercana, los invito a terminar escuchando esta oración de un gran adorador eucarístico: san Carlos de Foucauld, el Hermanito Carlos:

“Corazón Sagrado de Jesús, 
gracias por el don eterno de la Sagrada Eucaristía: 
gracias por estar de esta manera 
siempre con nosotros, 
siempre ante nuestros ojos, 
cada día en nosotros… 
gracias por darte, entregarte, 
abandonarte así 
todo entero 
a nosotros…”
(San Carlos de Foucauld, el Hermanito Carlos. 
Meditación, Beni-Abbés, 20 abril 1905)

Amigas y amigos, gracias por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. 

martes, 28 de mayo de 2024

Palabra de Vida: “Ustedes recibirán en este mundo el ciento por uno” (Marcos 10,28-31)

Martes de la VIII semana del Tiempo durante el año.

28 de mayo de 2024

#PalabraDeVida

sábado, 25 de mayo de 2024

Palabra de Vida: Ver en los niños signos de esperanza (Marcos 10,13-16)

Sábado de la VII semana durante el año.

25 de mayo de 2024.

(S. Juan Pablo II, Carta a los Niños en el Año de la Familia, 1994)

 

Santísima Trinidad: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28,16-20)

El domingo pasado concluyó el tiempo pascual, los cincuenta días que van desde el domingo de la Resurrección de Jesús al domingo de Pentecostés. Durante siete semanas contemplamos a Jesús resucitado, haciéndose presente entre sus discípulos, enviándolos en misión y entregándoles el don del Espíritu Santo: impulso, fuerza y luz que haría posible y sostendría el esfuerzo misionero.

Concluyó el tiempo pascual, pero eso no significa que dejemos de costado la Pascua, como diciendo “bueno, hasta el año que viene…” No es así. La muerte y resurrección de Jesús, el misterio Pascual, están siempre en el centro de nuestra fe. De hecho, en los acontecimientos de cada día, aun en los que parecen menos significativos, se nos hace presente la Pascua y podemos vivirlos uniéndonos espiritualmente a la muerte y resurrección de Cristo. Todo eso lo llevamos y lo ofrecemos en la Misa de cada domingo, nuestra pascua dominical.

Y sí… concluyó el tiempo pascual, pero seguimos de fiesta. Este domingo, la Santísima Trinidad; el domingo que viene Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo y el viernes 7 de junio, el Sagrado Corazón de Jesús.

El evangelio de este domingo vuelve a ponernos ante Jesús resucitado, muy poco antes de subir al Padre. Es el momento en que deja a los apóstoles las últimas indicaciones:

«Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que Yo les he mandado.» (Mateo 28,16-20)

Los envía a bautizar, como dice un padre de la Iglesia:

“… en la profesión de fe en el Creador, en el Hijo único y en el Don” (San Hilario de Poitiers).

El Don es como llama San Hilario al Espíritu Santo, subrayando que nos es dado como un regalo, un regalo que recibimos en nuestro corazón. Así lo expresa la fórmula que se emplea en el sacramento de la Confirmación: “Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo”.

Volviendo a nuestro evangelio, luego de dar sus instrucciones a los apóstoles, Jesús agrega una promesa, que es el título de nuestra reflexión. Una hermosa promesa, que siempre tenemos que recordar:

«Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mateo 28,16-20)

La pregunta que podemos hacernos es cómo se realiza esa presencia de Jesús.

Él vive. Está entre nosotros. Lo decimos con convicción, pero también decimos, al confesar nuestra fe: “está sentado a la derecha del Padre”.

A partir de su encarnación, el Hijo de Dios se hizo presente en este mundo: “habitó entre nosotros” (Juan 1,14) o, mejor todavía, “acampó entre nosotros”, “puso su tienda (ἐσκήνωσεν, eskenosen) entre nosotros” y experimentó la muerte. Su tienda, es decir, su cuerpo semejante al nuestro, fue clavado en la cruz.

«Levantan y enrollan mi vida como una tienda de pastores.
Como un tejedor, devanaba yo mi vida, y me cortan la trama».
(Cántico de Ezequías, Isaías 38,12)

Resucitado, vencedor de la muerte, Jesús subió al cielo, llevando nuestra humanidad al seno de la Santísima Trinidad.

Cuando decimos “está entre nosotros” no significa que continúe aquí su presencia corporal. Ya no está aquí el hombre que recorría Judea, Samaría y Galilea con su grupo de discípulos anunciando el Reino de Dios. Presencia humana, siempre localizada: siempre en algún lugar, pero nunca en todas partes.

Es el Don, el Espíritu Santo, quien continúa la presencia de Jesús resucitado entre nosotros. Más aún: siendo inseparables las tres personas de la Santísima Trinidad, con el Espíritu, llegan el Padre y el Hijo a habitar en nuestra alma. De esa forma, se va realizando en cada creyente el proceso que lo lleva a participar de la vida divina, de la vida de Dios. Porque ése es el proyecto de Dios para nosotros, que se puede definir con una palabra que puede asustarnos, porque nos queda muy grande: la divinización, nuestra divinización, a partir de la unión con Dios.

Eso no tiene nada que ver con “sentirnos unos dioses” ni pretender ser tratados como tales… no seríamos más que unos miserables ídolos, pretendiendo ocupar el lugar de Dios. Una tentación en la que todos podemos caer.

¿Qué es, entonces, esa divinización? No se trata de un esfuerzo del hombre pretendiendo llegar, a través de ritos o purificaciones, a una vida superior. El ser humano ha sido creado por Dios, es una criatura. Como criatura, no puede llegar a ser como su creador, no puede llegar a ser como Dios.

La divinización es un don de Dios. Es Dios quien comunica, quien comparte, quien pone en común con el hombre su vida divina.

Dios no tiene más que un Hijo eterno: Cristo. Muchas veces nos referimos a él diciendo “el hijo único de Dios”. Pero Dios, en Cristo, por el Bautismo, nos adopta como hijos.

Ese es el comienzo de la divinización. Los seres humanos nos vamos divinizando por participación. Así podemos recibir como don todo lo que hay en la vida de Dios: libertad, santidad, justicia, amor… pero no de la forma deslavada en que las vivimos los seres humanos, en nuestra imperfección, con nuestros esfuerzos siempre insuficientes, sino por el don de Dios que nos va transformando, en la medida en que nos vamos dejando transformar por Él, hasta llegar a compartir la eternidad de Dios, a vivir en sociedad con la Santísima Trinidad.

Eso es lo que hace el Espíritu Santo en nosotros, actuando como maestro interior que nos ayuda a comprender y a practicar la Palabra de Jesús y que nos va santificando por su acción a través de los Sacramentos, fuente de Gracia, fuente de vida divina para nosotros.

La solemnidad de la Santísima Trinidad nos anima a reavivar nuestra fe y a profundizar nuestra relación con las tres personas divinas, especialmente con el Espíritu Santo, presencia de Dios en nuestro corazón; de modo que empecemos a vivir ya, aquí, la vida que Dios tiene preparada para nosotros en la eternidad, una vida sumergida y movida por el amor de Dios. El próximo domingo, al hablar del Santísimo cuerpo y sangre de Cristo, seguiremos esta reflexión.

En esta semana

Miércoles 29, Recordamos al Papa San Pablo VI. (Calendario litúrgico de algunas Conferencias Episcopales del Cono Sur).

Viernes 31, Celebramos la visitación de la Virgen María. Fiesta patronal en el Monasterio de las Salesas y aniversario de la ordenación sacerdotal de Mons. Hermes Garín.

Sábado 1, memoria de San Justino, mártir.

Domingo 2, solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que descienda sobre Ustedes la bendición de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. 

viernes, 24 de mayo de 2024

María Auxiliadora, San Juan Bosco y el Papa Pío VII

La advocación de “María Auxiliadora” o “María, auxilio de los cristianos” está profundamente unida a la familia salesiana. Sin embargo, se sabe que ese título o esa forma de invocarla a la Madre de Dios viene desde mucho antes.

Batalla de Lepanto, de Lucas Valdés.
Iglesia de Santa María Magdalena, Sevilla
En lo alto, la Virgen del Rosario

Recibió especial impulso con el Papa San Pío V, después de la batalla de Lepanto, que se libró el 7 de octubre de 1571, entre una flota cristiana europea y la flota del Imperio Otomano. De ese acontecimiento histórico surge la memoria de Nuestra Señora del Rosario, que se celebra el 7 de octubre. Nuestra Señora del Rosario suele ser representada con una túnica de color rojo o rosa viejo y un manto azul: los colores que tomará también la Auxiliadora.

Papa Pío VII, de Jacques-Louis David
Pontífice desde el 14 de marzo de 1800,
hasta su muerte, el 20 de agosto de 1823

Pero ¿cómo se establece la fecha del 24 de mayo, para la conmemoración de la Auxiliadora? Eso se lo debemos al Papa Pío VII y a las peripecias que vivió en tiempos de Napoleón Bonaparte.

Arresto del Papa Pío VII en el Quirinal
durante la noche del 5 al 6 de julio de 1809. Museo Chiaramonti.

Sin entrar en detalles ni razones, que demandarían explicaciones complejas, el hecho es que en 1808 el papa fue hecho prisionero por Napoleón y permaneció detenido en Savona y luego en Fontainebleau. No nos imaginemos que el papa estaba encadenado y arrojado en una miserable mazmorra a pan y agua, porque no fue así. Fue huésped en cómodas residencias… de las que no podía salir y, aunque podía cumplir algunas de sus funciones, no lo podía hacer cabalmente, no lo podía hacer con libertad.

En 1814, con la primera derrota de Napoleón, el papa fue liberado y emprendió un triunfal viaje de regreso a Roma, visitando a su paso numerosos santuarios marianos, agradeciendo a la Virgen por su liberación.

24 de mayo de 1814: regreso del papa Pío VII a Roma.

El 24 de mayo, sí: el 24 de mayo de 1814 entró a Roma.

Pero el período napoleónico no había concluido. El emperador regresó de su exilio, reorganizó su ejército y comenzó a amenazar de nuevo a Europa. Por su seguridad, el papa dejó Roma.

El 7 de julio de 1815, ya derrotado definitivamente Napoleón en Waterloo, Pío VII estableció la fiesta de María Auxiliadora, fijando como fecha para celebrarla el aniversario de su primera llegada a Roma, es decir, el 24 de mayo.

Todo esto puede parecernos muy lejano en el tiempo. Sin embargo, no lo era para san Juan Bosco. El fundador de los salesianos nació el 16 de agosto de 1815: poco más de un mes después de que el papa estableciera la fiesta de la Auxiliadora. 

El niño Juan Melchor Bosco y mamá Margarita

El niño Juan Melchor creció en el marco de las primeras celebraciones de aquella fiesta, los 24 de mayo de cada año,  cuando aún se recordaban las tribulaciones vividas por el papa, que fue también el papa de su niñez, ya que Pío VII murió cuando el niño Juan Melchor tenía ocho años.

Cincuenta años después, en el año 1865 y a pedido de Don Bosco, Tomás Andrés Lorenzone pintó el cuadro que sería instalado en la Basílica de María Auxiliadora, en Turín. 

Basílica de María Auxiliadora, Turín, Italia

De allí surge la imagen de la auxiliadora que nos es más familiar. Su vestimenta tiene, como hemos dicho, los colores de la Virgen del Rosario; sostiene al niño Jesús en su mano izquierda y en la derecha lleva el cetro, símbolo del Mesías al que ella ha dado a luz. Tanto la madre como el hijo están coronados.

El cuadro se completa con numerosos ángeles, los Doce Apóstoles, los cuatro evangelistas y San Pablo. Pero todos esos detalles los podemos apreciar en el video que hemos colocado arriba.

Nos ponemos bajo el amparo de María Auxiliadora, en la confianza de que ella nos conducirá siempre a su Hijo y nos animará a escuchar y a poner en práctica su palabra.

miércoles, 22 de mayo de 2024

22 de mayo: Santa Rita de Casia

Oración

Oh Dios omnipotente,
que te dignaste conceder
a Santa Rita tanta gracia,
que amase a sus enemigos y
llevase impresa en su corazón
y en su frente la señal de tu pasión,
y fuese ejemplo digno de ser imitado
en los diferentes estados de la vida cristiana.
Concédenos, por su intercesión,
cumplir fielmente las obligaciones
de nuestro propio estado
para que un día podamos
vivir felices con ella en tu reino.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén.  

Palabra de Vida: “Si Dios quiere, viviremos y haremos” (Santiago 4,13-16)

Miércoles de la VII semana durante el año.

22 de mayo de 2024.

 

martes, 21 de mayo de 2024

Palabra de Vida: “Acérquense a Dios” (Santiago 4,1-10)

Martes de la VII semana durante el año.

21 de mayo de 2024. 

lunes, 20 de mayo de 2024

20 de mayo: ¿Dónde están? Un silencio que espera respuesta.


Pensando en esta fecha, he intentado hacer una relectura de una tradición católica que tiene claras raíces bíblicas: las siete obras de misericordia corporales (hay otras siete, espirituales, pero aquí interesan las primeras, una en particular).

Quien lea el listado de las obras de misericordia corporales reconocerá el trasfondo del capítulo 25 de san Mateo, donde Jesús recibe a quienes ayudaron con misericordia a los hermanos y hermanas pobres y necesitados, con quienes Jesús se identifica.

Esa lista incluye alimentar al hambriento, dar agua al sediento, alojar al forastero, vestir al desnudo, así como visitar a los enfermos y a los presos. A quienes cumplieron esas acciones, Jesús les dice: “a mí me lo hicieron”. 

A esas seis obras se agrega una que no menciona el texto de Mateo: dar sepultura a los muertos. Su fundamento bíblico lo encontramos en el libro de Tobías. Allí se nos cuenta de un hombre llamado Tobit que, exiliado en Babilonia, arriesgaba su vida por enterrar a sus compatriotas asesinados, cuyos cuerpos habían sido abandonados en la calle. En los evangelios vemos la preocupación de muchos por dar a Jesús digna sepultura, aunque sin saber que pronto esa tumba quedaría vacía. 

Sepultar a los muertos es, como mínimo, un gesto de respeto hacia los restos de las personas que nos fueron queridas. Permite mantener su memoria en una forma pública y visible. Hace parte del duelo por la pérdida y es, muchas veces, una forma de consuelo.

Por eso es un derecho reconocido y reclamado en el texto bíblico y también, en un marco cultural diferente, en los poemas homéricos.

Hay cuerpos que no han sido propiamente sepultados, sino escondidos. Por eso, sigue vigente la pregunta que nos convoca hoy: “¿dónde están?”. Una pregunta que no se hace grito, sino silencio: un silencio que espera respuesta.

Saludo a los participantes de la celebración ecuménica de este día y me uno a sus oraciones. Que el Señor los bendiga.

+ Heriberto Bodeant, obispo de Canelones.

20 de Mayo de 2024

Nota. El 20 de mayo de 1976 fueron secuestrados y asesinados en Buenos Aires cuatro uruguayos: los legisladores Héctor Gutiérrez Ruiz y Zelmar Michelini y los militantes políticos Rosario Barredo y William Whitelaw. Desde hace años se realiza cada 20 de mayo una Marcha del Silencio, reclamando la aparición de los restos de personas que fueron detenidas y desaparecidas durante la dictadura en Uruguay (1973-1984) así como la actuación de la justicia.

María, Madre de la Iglesia (Lunes después de Pentecostés).

Memoria de María, Madre de la Iglesia.

Oración del Papa Francisco, de la Encíclica Lumen fidei (29 de junio de 2013).

 

sábado, 18 de mayo de 2024

Palabra de Vida. Pedir el Espíritu Santo, guardián de la Esperanza (Juan 21,19-25)

Sábado después de la Ascensión.

18 de mayo de 2024.

Tomado de S. Juan Pablo II, Carta Encíclica Dominum et Vivificantem, Nº 67 

jueves, 16 de mayo de 2024

Palabra de Vida. "Que todos sean uno" (Juan 17,1b.20-26)

Jueves después de la Ascensión.

16 de mayo de 2024. 

Pentecostés: “Reciban al Espíritu Santo” (Juan 20,19-23)


Cerca de la ciudad de Frankfurt, en Alemania, se encuentra la sede de ACN, una fundación pontificia que se dedica a ayudar a la Iglesia en situaciones de emergencia, graves carencias o persecución. ACN es la sigla, en inglés, de Ayuda a la Iglesia en Necesidad. Entre muchas otras cosas, ACN publica y distribuye un librito conocido como “La Biblia del Niño”, que contiene partes de la Escritura que pueden usarse como apoyo para la catequesis. Aquí nos ha llegado, naturalmente, en español; pero las lenguas en que se edita son numerosas y no siempre las más conocidas… existe, por supuesto, en inglés, francés, alemán… pero también en lenguas africanas, americanas y asiáticas. Una manera de prolongar en el mundo de hoy el acontecimiento de Pentecostés: que cada persona pueda oír y entender la Palabra de Dios en su propia lengua.

Cincuenta días después del domingo de Resurrección, culminación de la Semana Santa, llega el domingo de Pentecostés, con el que concluye el tiempo pascual. Celebramos la venida del Espíritu Santo, inauguración del tiempo de la Iglesia, en continuidad con la misión de Cristo.

Pero no pensemos que el Espíritu Santo ha estado ausente durante esos cincuenta días. Al contrario: ha estado presente. El Espíritu Santo es el gran don pascual, el gran regalo que nos es dado por la muerte y resurrección de Cristo.

Así, el evangelio de Juan nos presenta a Jesús resucitado, el día mismo de su resurrección, y nos dice que:
“… sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo»” (Juan 20,19-23)
El Espíritu, entonces, está en los discípulos desde su primer encuentro con el resucitado. Pentecostés es el momento en que, ya sin la presencia visible de Jesús, el Espíritu se manifiesta a través de los signos del viento y el fuego e impulsa a los discípulos a salir hacia el mundo a dar testimonio de Cristo:
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse. (Hechos de los apóstoles 2,1-11)
Hay un gran contraste entre esa comunidad que sale y se expresa, con el grupo de discípulos al que Jesús se había aparecido el primer día:
estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús (Juan 20,19-23)
El Espíritu anima al anuncio, a la misión. Es el mandato que Jesús deja antes de su ascensión, como veíamos el domingo pasado: 
“Vayan por todo el mundo, anuncien la buena nueva a toda la Creación…” (Marcos 16,15-20)
Pero hay otro aspecto importante de la manifestación del Espíritu Santo en Pentecostés:
Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. (Hechos de los apóstoles 2,1-11)
El Espíritu descendió sobre el conjunto de los discípulos, pero también sobre cada uno: “las lenguas como de fuego… descendieron por separado sobre cada uno de ellos”, pero “todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (Hechos de los apóstoles 2,1-11).

El Espíritu da un don a cada uno y, al mismo tiempo, reúne a todos en unidad. El Espíritu crea, a la vez, la diversidad y la unidad en la Iglesia. Pero esta diversidad no dispersa, no disgrega, sino que enriquece la unidad.

El acontecimiento de Pentecostés suele ponerse en contraste con el episodio de la torre de Babel. Los hombres quisieron construir una torre muy alta, para escalar los cielos. Cayeron en la antigua y siempre presente tentación humana: “ser como dioses”. El relato bíblico, que recoge y reinterpreta una antigua leyenda, nos dice que Dios: 
“confundió la lengua de los hombres y los dispersó por toda la tierra.” (Génesis 11,9).
Los hombres comenzaron a hablar lenguas diferentes y ya no pudieron entenderse entre sí. La confusión llevó a la dispersión.

En cambio, la acción del Espíritu permite que los hombres de diferentes lenguas entiendan con claridad el testimonio de los apóstoles. Ya no hay confusión, sino admiración, asombro. La unidad que habían sentido los discípulos reunidos, se extiende ahora a sus oyentes, sin destruir su diversidad, sino, por el contrario, reconociéndola y valorándola.

Unidad y diversidad generan tensión y ponen a la Iglesia frente a dos tentaciones, como señala el Papa Francisco en una homilía de hace algunos años. Una tentación es la de buscar la diversidad sin unidad. Allí la Iglesia se divide, se partidiza. Se forman grupos enfrentados entre sí, que se miran unos a otros con actitud cerrada y excluyente.

La otra tentación es la unidad sin diversidad, la uniformidad, la obligación de hacer todo juntos y todo igual… 

Frente a esas tentaciones, está la acción del Espíritu. En su carta a los Gálatas, san Pablo habla de las obras de la carne y los frutos del Espíritu. Entre las primeras, que podríamos llamar también “frutos del mal espíritu”, Pablo menciona:
“… enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias…” (Gálatas 5, 16-25)
Notemos que esas son actitudes que destruyen o lastiman gravemente, la unidad, tanto dentro de la comunidad eclesial como en cualquier grupo humano donde se rompe de esa forma la armonía y se hace imposible llevar adelante un buen propósito. 

Con una invitación a la oración cerraba Francisco esa homilía:
Nuestra oración al Espíritu Santo consiste entonces en pedir la gracia de aceptar su unidad, una mirada que abraza y ama, más allá de las preferencias personales, a su Iglesia, nuestra Iglesia; de trabajar por la unidad entre todos, de desterrar las murmuraciones que siembran cizaña y las envidias que envenenan, porque ser hombres y mujeres de la Iglesia significa ser hombres y mujeres de comunión; significa también pedir un corazón que sienta la Iglesia, madre nuestra y casa nuestra: la casa acogedora y abierta, en la que se comparte la alegría multiforme del Espíritu Santo. (4 de junio de 2017)
Orar, porque el Espíritu no actúa desde afuera sino dentro del corazón. Por eso, abrámosle la puerta para que entre, como viento y fuego que nos sanan y purifican y nos impulsan a seguir de verdad a Jesús en su Iglesia.

En esta semana

Martes 21 - San Cristóbal Magallanes, presbítero, y compañeros, mártires.
Miércoles 22 – Santa Rita de Cascia
Viernes 24 – María Auxiliadora
Sábado 25 – Santa Magdalena Sofía Barat

Continúa la visita de la reliquia del beato Jacinto Vera en nuestra diócesis, ocasión para encontrarse en comunidad, invitar a otras personas y orar, especialmente por las vocaciones sacerdotales y religiosas.

Gracias amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. 

miércoles, 15 de mayo de 2024

sábado, 11 de mayo de 2024

viernes, 10 de mayo de 2024

“Anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Marcos 16,15-20). Ascensión del Señor.

Quiero comenzar con un saludo a todas las mamás, en su día. Felicitaciones para ellas y los invito a que también elevemos nuestras oraciones por las madres que están con nosotros y las que ya no están en la tierra, pero que seguimos llevando en nuestro corazón.

Celebramos hoy la Ascensión del Señor, con la cual el tiempo pascual va acercándose a su fin, que será con la solemnidad de Pentecostés, el próximo domingo. 

En este día, se celebra también la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Para este día el Papa Francisco ha entregado un mensaje titulado “Inteligencia artificial y sabiduría del corazón para una comunicación plenamente humana”. Una necesaria reflexión que nos recuerda que aunque las máquinas tienen “una capacidad inconmensurablemente mayor que los humanos para almacenar datos y correlacionarlos entre sí”, “corresponde al hombre, y sólo a él, descifrar su significado”, es decir, su sentido; en última instancia, solo el ser humano puede encontrar el sentido de su vida.

Sobre ese sentido, de alguna manera, nos ilumina esta solemnidad de la ascensión del Señor. El prefacio de esta Misa nos recuerda que Jesús ascendió a lo más alto del cielo, no para apartarse de la pequeñez de nuestra condición humana, sino para que lo sigamos confiadamente, como miembros suyos, al lugar donde nos precedió Él. La ascensión, pues, nos recuerda nuestro fin último: entrar a la vida de Dios. Ese peregrinar hacia la Casa del Padre es lo que da sentido a nuestra vida.

En este domingo nos reencontramos con el evangelio según san Marcos, después de algunos domingos con el evangelio de Juan.

El pasaje que leemos hoy es el final de este evangelio. Comienza la con aparición de Jesús resucitado a sus discípulos. Marcos es muy sobrio en sus relatos de las apariciones de Jesús. Aquí simplemente dice que Jesús “se apareció”: se hizo presente, de forma visible.

Lo que Marcos quiere destacar es lo que Jesús dice a sus discípulos. Ellos serán, a partir de ese momento, quienes continuarán la misión de Jesús en la Tierra. Les dice el Maestro:

Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. (Marcos 16,15-20)

Vayan por todo el mundo. Es el envío misionero, que hace de los discípulos “apóstoles”. “Apóstol” significa “enviado”. Este mandato de Jesús, desde entonces, ha movido el corazón de hombres y mujeres que han asumido la misión de llevar el Evangelio a quienes no lo han recibido, o no lo han recibido adecuadamente. Hay misioneros de Uruguay en otros continentes; hay misioneros de otros continentes en el Uruguay. Todos ellos han respondido al llamado de Jesús: “vayan por todo el mundo”.

Anuncien la Buena Noticia. Buena noticia es la expresión con la que podemos traducir la palabra evangelio. Anunciar el evangelio es lo que llamamos “evangelizar”. San Pablo VI, en su exhortación “Evangelii Nuntiandi”, nos dice:

“Evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar…” (Evangelii Nuntiandi, 14)

Anuncien la Buena Noticia a toda la creación. Ciertamente, solo el ser humano, dotado de razón y corazón, puede recibir en plenitud el anuncio del Evangelio. Pero el Evangelio toca a toda la creación, en la medida en que llama al hombre a un profundo cambio, que incluye no solo reordenar su relación con Dios, con los demás y consigo mismo, sino también con el conjunto de la Creación, asumiendo el cuidado de la Casa Común. Como dice el papa Francisco en su carta Laudato Si’, a los hombres de nuestro tiempo…

... les hace falta una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa; no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana. (Laudato Si', 217)

El que crea y se bautice se salvará. Se trata de creer en Jesucristo. Una fe que se vive a partir del renovado encuentro con Él, en la Palabra, en los Sacramentos, en la comunidad, en el pobre con que el mismo Jesús se identifica. El bautismo es puerta de la salvación: unión con Jesucristo muerto y resucitado, compromiso de seguir sus pasos a lo largo de toda la vida.

El que no crea, se condenará. El Concilio Vaticano II señaló el ateísmo como “uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo”, llamándonos a los creyentes a una seria reflexión y conversión, en la medida que esa negación de Dios, que puede tener distintas formas, puede ser en parte generada por los creyentes...

... en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión. (Gaudium et Spes, 19)

Por eso, las palabras de Jesús antes de subir a los cielos, vuelven a ponernos ante la misión, que continúa plenamente vigente. Nos llama a vivir “la dulce y confortadora alegría de evangelizar”, como dice el Papa Francisco:

Todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino «por atracción» (Evangelii Gaudium, 14).

Venimos de celebrar, por primera vez, la semana pasada, la memoria del beato Jacinto Vera. Su reliquia está recorriendo nuestra diócesis, siendo recibida con fe y devoción. Que el primer obispo del Uruguay, misionero infatigable, nos anime en la tarea evangelizadora, sabiendo que Dios, aunque seamos ancianos, nos hace siempre nuevos y nos abre horizontes, como lo hizo para Abraham y Sara, así como para Isabel y Zacarías. Así sea.

En esta semana

Luego de la visita a la Catedral de Canelones y a San Jacinto, la reliquia del beato Jacinto Vera visitará Pando, desde el martes 14 al martes 21.

Lunes 13: Nuestra Señora de Fátima. Fiesta patronal en varias capillas, entre ellas la de La Pedrera, en la parroquia de San Jacinto, que recibirá la visita de la reliquia, con Misa a las 16.

Martes 14: Celebramos a San Matías, apóstol; y también en este día, a Santa María Mazzarello, fundadora, con san Juan Bosco, de las Hijas de María Auxiliadora, de antigua y apreciada presencia en nuestra diócesis.

Miércoles 15: San Isidro, patrono de Las Piedras y de varias capillas, fiesta en muchas parroquias, como en Tala, donde estaré ese día a las 15 horas.

Jueves 16: la familia Orionita en Uruguay y Argentina celebra la memoria de San Luis Orione.

Sábado 18: conmemoración de la Batalla de Las Piedras y aniversario de la ordenación sacerdotal de Mons. Alberto Sanguinetti.

Amigas y amigos, el próximo Domingo celebraremos Pentecostés. Pidamos al Espíritu luz y fortaleza. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

Peregrinos de la Esperanza: Año Jubilar 2025. Presentación de la bula "La esperanza no defrauda" del Papa Francisco.

Ayer el Papa Francisco dio a conocer la bula «Spes non confundit», que significa «la esperanza no defrauda», expresión tomada de San Pablo (Romanos 5,5).

Para entender el significado de este llamado del Papa, el significado del Año Jubilar y las formas de vivirlo, Sebastián Sansón, periodista uruguayo de Vatican News, entrevista al P. Christian Sáenz SJ, Profesor de Historia de la Iglesia en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. 

miércoles, 8 de mayo de 2024

8 de mayo: Nuestra Señora del Luján.

Oración para pedir consuelo por intercesión de la Virgen. 

martes, 7 de mayo de 2024

lunes, 6 de mayo de 2024

Inteligencia artificial y sabiduría del corazón para una comunicación plenamente humana. Mensaje del Papa Francisco. 58 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales.

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA 58 JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Inteligencia artificial y sabiduría del corazón
para una comunicación plenamente humana

Queridos hermanos y hermanas:

La evolución de los sistemas de la así llamada "inteligencia artificial", sobre la que ya reflexioné en mi reciente Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, también está modificando radicalmente la información y la comunicación y, a través de ellas, algunos de los fundamentos de la convivencia civil. Es un cambio que afecta a todos, no sólo a los profesionales. La difusión acelerada de sorprendentes inventos, cuyo funcionamiento y potencial son indescifrables para la mayoría de nosotros, suscita un asombro que oscila entre el entusiasmo y la desorientación y nos coloca inevitablemente frente a preguntas fundamentales: ¿qué es pues el hombre? ¿cuál es su especificidad y cuál será el futuro de esta especie nuestra llamada homo sapiens, en la era de las inteligencias artificiales? ¿Cómo podemos seguir siendo plenamente humanos y orientar hacia el bien el cambio cultural en curso?

Comenzando desde el corazón

Ante todo, conviene despejar el terreno de lecturas catastrofistas y de sus efectos paralizantes. Hace un siglo, Romano Guardini, reflexionando sobre la tecnología y el hombre, instaba a no ponerse rígidos ante lo “nuevo” intentando «conservar un mundo de infinita belleza que está a punto de desaparecer». Sin embargo, al mismo tiempo de manera encarecida advertía proféticamente: «Nuestro puesto está en el porvenir. Todos han de buscar posiciones allí donde corresponde a cada uno […], podremos realizar este objetivo si cooperamos noblemente en esta empresa; y a la vez, permaneciendo, en el fondo de nuestro corazón incorruptible, sensibles al dolor que produce la destrucción y el proceder inhumano que se contiene en este mundo nuevo». Y concluía: «Es cierto que se trata, de problemas técnicos, científicos y políticos; pero es preciso resolverlos planteándolos desde el punto de vista humano. Es preciso que brote una nueva humanidad de profunda espiritualidad, de una libertad y una vida interior nuevas». [1]

En esta época que corre el riesgo de ser rica en tecnología y pobre en humanidad, nuestra reflexión sólo puede partir del corazón humano. [2] Sólo dotándonos de una mirada espiritual, sólo recuperando una sabiduría del corazón, podremos leer e interpretar la novedad de nuestro tiempo y redescubrir el camino de una comunicación plenamente humana. El corazón, bíblicamente entendido como la sede de la libertad y de las decisiones más importantes de la vida, es símbolo de integridad, de unidad, a la vez que evoca afectos, deseos, sueños, y es sobre todo el lugar interior del encuentro con Dios. La sabiduría del corazón es, pues, esa virtud que nos permite entrelazar el todo y las partes, las decisiones y sus consecuencias, las capacidades y las fragilidades, el pasado y el futuro, el yo y el nosotros.

Esta sabiduría del corazón se deja encontrar por quien la busca y se deja ver por quien la ama; se anticipa a quien la desea y va en busca de quien es digno de ella (cf. Sab 6,12-16). Está con los que se dejan aconsejar (cf. Prov 13,10), con los que tienen el corazón dócil y escuchan (cf. 1 Re 3,9). Es un don del Espíritu Santo, que permite ver las cosas con los ojos de Dios, comprender los vínculos, las situaciones, los acontecimientos y descubrir su sentido. Sin esta sabiduría, la existencia se vuelve insípida, porque es precisamente la sabiduría —cuya raíz latina sapere se relaciona con el sabor— la que da gusto a la vida.

Oportunidad y peligro

No podemos esperar esta sabiduría de las máquinas. Aunque el término inteligencia artificial ha suplantado al más correcto utilizado en la literatura científica, machine learning, el uso mismo de la palabra “inteligencia” es engañoso. Sin duda, las máquinas poseen una capacidad inconmensurablemente mayor que los humanos para almacenar datos y correlacionarlos entre sí, pero corresponde al hombre, y sólo a él, descifrar su significado. No se trata, pues, de exigir que las máquinas parezcan humanas; sino más bien de despertar al hombre de la hipnosis en la que ha caído debido a su delirio de omnipotencia, creyéndose un sujeto totalmente autónomo y autorreferencial, separado de todo vínculo social y ajeno a su creaturalidad.

En efecto, el hombre siempre ha experimentado que no puede bastarse a sí mismo e intenta superar su vulnerabilidad utilizando cualquier medio. Empezando por los primeros artefactos prehistóricos, utilizados como prolongación de los brazos, pasando por los medios de comunicación empleados como prolongación de la palabra, hemos llegado hoy a las máquinas más sofisticadas que actúan como ayuda del pensamiento. Sin embargo, cada una de estas realidades puede estar contaminada por la tentación original de llegar a ser como Dios sin Dios (cf. Gn 3), es decir, de querer conquistar por las propias fuerzas lo que, en cambio, debería acogerse como un don de Dios y vivirse en la relación con los demás.

Según la orientación del corazón, todo lo que está en manos del hombre se convierte en una oportunidad o en un peligro. Su propio cuerpo, creado para ser un lugar de comunicación y comunión, puede convertirse en un medio de agresión. Del mismo modo, toda extensión técnica del hombre puede ser un instrumento de servicio amoroso o de dominación hostil. Los sistemas de inteligencia artificial pueden contribuir al proceso de liberación de la ignorancia y facilitar el intercambio de información entre pueblos y generaciones diferentes. Pueden, por ejemplo, hacer accesible y comprensible una enorme riqueza de conocimientos escritos en épocas pasadas o hacer que las personas se comuniquen en lenguas que no conocen. Pero al mismo tiempo pueden ser instrumentos de “contaminación cognitiva”, de alteración de la realidad a través de narrativas parcial o totalmente falsas que se creen —y se comparten— como si fueran verdaderas. Baste pensar en el problema de la desinformación al que nos enfrentamos desde hace años en forma de fake news [3] y que hoy se sirve de deepfakes, es decir, de la creación y difusión de imágenes que parecen perfectamente verosímiles pero que son falsas (también yo he sido objeto de ello), o de mensajes de audio que utilizan la voz de una persona para decir cosas que nunca ha dicho. La simulación, que está a la base de estos programas, puede ser útil en algunos campos específicos, pero se vuelve perversa cuando distorsiona la relación con los demás y la realidad.

Ya desde la primera ola de la inteligencia artificial, la de los medios sociales, hemos comprendido su ambivalencia, dándonos cuenta tanto de sus potencialidades como de sus riesgos y patologías. El segundo nivel de inteligencia artificial generativa marca un salto cualitativo indiscutible. Por lo tanto, es importante tener la capacidad de entender, comprender y regular herramientas que en manos equivocadas podrían abrir escenarios adversos. Como todo lo que ha salido de la mente y de las manos del hombre, los algoritmos no son neutros. Por ello, es necesario actuar preventivamente, proponiendo modelos de regulación ética para frenar las implicaciones nocivas y discriminatorias, socialmente injustas, de los sistemas de inteligencia artificial y contrarrestar su uso en la reducción del pluralismo, la polarización de la opinión pública o la construcción de un pensamiento único. Así pues, renuevo mi llamamiento exhortando a «la comunidad de las naciones a trabajar unida para adoptar un tratado internacional vinculante, que regule el desarrollo y el uso de la inteligencia artificial en sus múltiples formas». [4]  Sin embargo, como en cualquier ámbito humano, la sola reglamentación no es suficiente.

Crecer en humanidad

Estamos llamados a crecer juntos, en humanidad y como humanidad. El reto que tenemos ante nosotros es dar un salto cualitativo para estar a la altura de una sociedad compleja, multiétnica, pluralista, multirreligiosa y multicultural. Nos corresponde cuestionarnos sobre el desarrollo teórico y el uso práctico de estos nuevos instrumentos de comunicación y conocimiento. Grandes posibilidades de bien acompañan al riesgo de que todo se transforme en un cálculo abstracto, que reduzca las personas a meros datos, el pensamiento a un esquema, la experiencia a un caso, el bien a un beneficio, y sobre todo que acabemos negando la unicidad de cada persona y de su historia, disolviendo la concreción de la realidad en una serie de estadísticas.

La revolución digital puede hacernos más libres, pero no ciertamente si nos dejamos atrapar por los fenómenos mediáticos hoy conocidos como cámara de eco. En tales casos, en lugar de aumentar el pluralismo de la información, corremos el riesgo de perdernos en un pantano desconocido, al servicio de los intereses del mercado o del poder. Es inaceptable que el uso de la inteligencia artificial conduzca a un pensamiento anónimo, a un ensamblaje de datos no certificados, a una negligencia colectiva de responsabilidad editorial. La representación de la realidad en macrodatos, por muy funcional que sea para la gestión de las máquinas, implica de hecho una pérdida sustancial de la verdad de las cosas, que dificulta la comunicación interpersonal y amenaza con dañar nuestra propia humanidad. La información no puede separarse de la relación existencial: implica el cuerpo, el estar en la realidad; exige poner en relación no sólo datos, sino también las experiencias; exige el rostro, la mirada y la compasión más que el intercambio.

Pienso en los reportajes de las guerras y en la “guerra paralela” que se hace mediante campañas de desinformación. Y pienso en cuántos reporteros resultan heridos o mueren sobre el terreno para permitirnos ver lo que han visto sus ojos. Porque sólo tocando el sufrimiento de niños, mujeres y hombres podemos comprender lo absurdo de las guerras.

El uso de la inteligencia artificial podrá contribuir positivamente en el campo de la comunicación si no anula el papel del periodismo sobre el terreno, sino que, por el contrario, lo respalda; si aumenta la profesionalidad de la comunicación, responsabilizando a cada comunicador; si devuelve a cada ser humano el papel de sujeto, con capacidad crítica, respecto de la misma comunicación.

Interrogantes para el hoy y para el mañana

Así pues, surgen espontáneamente algunas preguntas: ¿cómo proteger la profesionalidad y la dignidad de los trabajadores del ámbito de la comunicación y la información, junto con la de los usuarios de todo el mundo? ¿Cómo garantizar la interoperabilidad de las plataformas? ¿Cómo garantizar que las empresas que desarrollan plataformas digitales asuman la responsabilidad de lo que difunden y de lo cual obtienen beneficios, del mismo modo que los editores de los medios de comunicación tradicionales? ¿Cómo hacer más transparentes los criterios en los que se basan los algoritmos de indexación y desindexación y los motores de búsqueda, capaces de exaltar o cancelar personas y opiniones, historias y culturas? ¿Cómo garantizar la transparencia de los procesos de información? ¿Cómo hacer evidente la autoría de los escritos y rastreables las fuentes, evitando el manto del anonimato? ¿Cómo poner de manifiesto si una imagen o un vídeo retratan un acontecimiento o lo simulan? ¿Cómo evitar que las fuentes se reduzcan a un pensamiento único, elaborado algorítmicamente? ¿Y cómo fomentar, en cambio, un entorno que preserve el pluralismo y represente la complejidad de la realidad? ¿Cómo hacer sostenible esta herramienta potente, costosa y de alto consumo energético? ¿Cómo hacerla accesible también a los países en desarrollo?

A partir de las respuestas a estas y otras preguntas, comprenderemos si la inteligencia artificial acabará construyendo nuevas castas basadas en el dominio de la información, generando nuevas formas de explotación y desigualdad; o si, por el contrario, traerá más igualdad, promoviendo una información correcta y una mayor conciencia del cambio de época que estamos viviendo, favoreciendo la escucha de las múltiples necesidades de las personas y de los pueblos, en un sistema de información articulado y pluralista. Por una parte, se cierne el espectro de una nueva esclavitud, por la otra, una conquista de la libertad; por un lado, la posibilidad de que unos pocos condicionen el pensamiento de todos, por otro, la posibilidad de que todos participen en la elaboración del pensamiento.

La respuesta no está escrita, depende de nosotros. Corresponde al hombre decidir si se convierte en alimento de algoritmos o en cambio sí alimenta su corazón con la libertad, ese corazón sin el cual no creceríamos en sabiduría. Esta sabiduría madura sacando provecho del tiempo y comprendiendo las debilidades. Crece en la alianza entre generaciones, entre quienes tienen memoria del pasado y quienes tienen visión de futuro. Sólo juntos crece la capacidad de discernir, de vigilar, de ver las cosas a partir de su cumplimiento. Para no perder nuestra humanidad, busquemos la Sabiduría que es anterior a todas las cosas (cf. Si 1,4), la que pasando por los corazones puros hace amigos de Dios profetas (cf. Sab 7,27). Ella nos ayudará también a orientar los sistemas de inteligencia artificial a una comunicación plenamente humana.

Roma, en San Juan de Letrán, 24 de enero de 2024

FRANCISCO
 
[1] Cartas del Lago de Como, Pamplona 2013, 101-104.

[2] En continuidad con los Mensajes de las anteriores Jornadas Mundiales de las Comunicaciones Sociales, dedicadas a encontrar a las personas donde están y como son (2021), escuchar con los oídos del corazón (2022) y hablar con el corazón (2023).

[3] “La verdad os hará libres” (Jn 8, 32). Fake news y periodismo de paz. Mensaje de la 52 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2018 .

[4] Mensaje para la Celebración de la 57 Jornada Mundial de la Paz (1 enero 2024), 8.

Oración al beato Jacinto Vera.

Oración al beato Jacinto Vera, obispo.

Bienaventurado Jacinto,

Dios te dio un celo ardiente por la salvación del pueblo, 

un corazón grande y magnánimo, 

lleno de caridad, mansedumbre y bondad;

fuiste apóstol incansable, modelo de misioneros, 

padre de los pobres,

protector de las familias, formador del clero,

valiente defensor de la libertad religiosa de los hombres,

y de los derechos de Dios y de la Iglesia.

Guíanos con tus ejemplos, sostennos con tu intercesión,

ayúdanos en nuestras necesidades,

danos fortaleza y perseverancia en las virtudes,

enséñanos a ofrecer el culto agradable a Dios,

acompáñanos, para llevar una vida de fe, esperanza y caridad, 

que nos conduzca a gozar contigo de la eterna bienaventuranza,

en compañía de la Virgen María y de todos los santos, 

en la morada del Padre, por Jesucristo, en la unidad del Espíritu Santo,

por los siglos de los siglos. Amén.


Oración a Dios para pedir
la canonización del beato Jacinto Vera, obispo.


Dios, Padre nuestro,

te rogamos por tu amado Hijo Jesucristo

y por la intercesión de su Inmaculada Madre

que glorifiques tu Nombre en el Beato Jacinto

y le concedas ser reconocido entre tus santos,

para alabanza de tu gloria

y alegría del pueblo cristiano.

Dame, Señor, por su intercesión,

la gracia que humilde y devotamente te pido

[breve silencio para pedir la gracia deseada]

y ayúdame a conformar mi vida según tu voluntad.

Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Palabra de Vida, mayo 2024: “El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (Primera carta de Juan 4, 8)


En su carta, Juan se dirige a los cristianos de una comunidad de Asia Menor para alentarlos a renovar la comunión entre ellos, porque estaban divididos por diferentes doctrinas. El autor los exhorta a tener presente lo que fue proclamado “desde el principio” de la predicación cristiana y repite lo que los primeros discípulos vieron, oyeron y tocaron con sus manos en la convivencia con el Señor, para que esta comunidad pueda estar en comunión con ellos y, por lo tanto, también con Jesús y con el Padre [1].

“El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”

Para recordar la esencia de la revelación recibida, el autor subraya que en Jesús, Dios fue el primero en amarnos, asumiendo completamente la existencia humana con todos sus límites y sus debilidades. En la cruz, Jesús compartió y experimentó en su propia piel nuestra separación con el Padre. Al dar todo de sí mismo la corrigió con un amor ilimitado y sin condiciones. Nos demostró así qué es el amor que nos había enseñado con las palabras y la vida.

Por el ejemplo de Jesús se comprende que amar verdaderamente implica valentía, esfuerzo y el riesgo de tener que afrontar adversidades y sufrimientos. Pero quien ama de esa manera participa de la vida de Dios y experimenta su libertad y la alegría de quien se entrega.

“El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”

Conocer a Dios, que nos ha creado y nos conoce, es la verdad más profunda de todo y desde siempre el anhelo, acaso inconsciente, del corazón humano. Si él es amor, al amar como él podemos entrever algo de esa verdad. Podemos crecer en el conocimiento de Dios porque vivimos esencialmente su vida y caminamos tras su luz. Lo cual se cumple plenamente cuando el amor es recíproco. En efecto, si nos amamos los unos a los otros, “Dios permanece en nosotros” [2].

Sucede algo así como cuando los dos polos eléctricos se tocan y la luz se enciende e ilumina a su alrededor.

“El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”

Dar testimonio de que Dios es amor, afirmaba Chiara Lubich, es 
“la gran revolución que estamos llamados a ofrecer al mundo moderno, en extrema tensión, así como los primeros cristianos la presentaban al mundo pagano de entonces” [3].
¿Cómo hacerlo? ¿Cómo vivir este amor que viene de Dios? Aprendiendo de su Hijo a ponerlo en práctica, en especial 
“en el servicio a los hermanos, particularmente a quienes están cerca, comenzando por las pequeñas cosas, por los servicios más humildes. Nos esforzaremos, imitando a Jesús, en ser los primeros en amar, en el desapego de nosotros mismos, abrazando todas las cruces, pequeñas o grandes, que ello pueda comportar. De esa manera no tardaremos en llegar nosotros también a esa experiencia de Dios, a esa comunión con él, a esa plenitud de luz, de paz y de alegría interior, hacia donde quiere llevarnos Jesús” [4].

“El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”

Santa visita a menudo una residencia para ancianos. Un día, con Roberta, encuentra a Aldo, un hombre alto, culto, rico. Aldo encara a las dos jóvenes con una mirada oscura: “¿Por qué vienen aquí? ¿Qué quieren de nosotros? Déjennos morir en paz”. Santa no se amilana y le dice: “Estamos aquí por usted, para pasar algunas horas juntos, conocernos y llegar a ser amigos”. Al regresar otras veces, cuenta Roberta: “Ese hombre era particularmente reservado, se sentía muy abatido. No creía en Dios. Santa fue la única que logró entrar un poco en él, con delicadeza, escuchándolo por horas. Rezaba por él, y una vez se animó a regalarle un rosario, que él aceptó. Santa supo después que Aldo había muerto nombrándola. El dolor por su muerte lo atenuó saber que había fallecido serenamente, teniendo entre sus manos el rosario que un día ella le había regalado” [5].

Silvano Malini y equipo de Palabra de Vida

NOTAS

[1] 1 Juan 11,3
[2] 1 Juan 4,12
[3] Lubich C., Conversaciones con M. Vandeleene.
[4] Lubich C., Palabra de Vida, mayo 1991.
[5] Lubrano P., Un vuelo cada vez más alto, 2003 

sábado, 4 de mayo de 2024

viernes, 3 de mayo de 2024

3 de mayo - Santiago y San Felipe, apóstoles. Copatronos del Uruguay.

Palabra de Vida: “Yo haré todo lo que pidan en mi Nombre” (Juan 14,6-14)

Felipe, que, al igual que Pedro y Andrés, había nacido en Betsaida y era discípulo de Juan Bautista, fue llamado por el Señor para que lo siguiera. 

Santiago, por su parte, era hijo de Alfeo, de sobrenombre “Justo”, considerado en Occidente como el pariente del Señor, fue el primero que rigió la Iglesia de Jerusalén, y cuando se suscitó la controversia sobre la circuncisión, se adhirió al parecer de Pedro, para que no fuera impuesto a los discípulos venidos de la gentilidad aquel antiguo yugo. Muy pronto coronó su apostolado con el martirio (s. I).

Son copatronos del Uruguay, junto a la Virgen de los Treinta y Tres.

“Ámense los unos a los otros” (Juan 15,9-17). Domingo VI de Pascua.

Comentando el pasaje del evangelio de este domingo, se preguntaba una seguidora de este programa: “Entonces ¿éste sería el décimo primer mandamiento?”

Entiendo que cabe la pregunta, porque Jesús dice:

Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado. (Juan 15, 9-17)

Jesús habla claramente de un mandamiento, de un mandamiento suyo: “mi mandamiento”. Y le da una importancia especial: no dice “uno de mis mandamientos”, sino “mi mandamiento”. Le da un lugar central. 

Vamos a recordar de dónde viene lo de los diez mandamientos. En la primera alianza encontramos el Decálogo, es decir “las diez palabras”, lo que solemos llamar “los diez mandamientos”. Los encontramos dos veces: en el libro del Éxodo (20,1-17) y en el del Deuteronomio (5,6-22). 

En los cinco primeros libros de la Biblia, conocidos en conjunto como la Torá, es decir “la Ley”, hay muchos otros preceptos, en hebreo “mitzvot”, que, incluidos los diez, llegan a 613.

Sin embargo, los diez mandamientos se diferencian de los demás. Dios los reveló a su pueblo en la montaña santa y son el testimonio de la Alianza de Dios con su Pueblo. Dice el libro del Éxodo:

Cuando el Señor terminó de hablar con Moisés, en la montaña del Sinaí, le dio las dos tablas del Testimonio, tablas de piedra escritas por el dedo de Dios. (Éxodo 31,18)

Escritas por el dedo de Dios. Los otros preceptos se atribuyen a Moisés. Se reconoce en ellos la inspiración divina; pero aquí se subraya que “las diez palabras” vienen directamente de Dios mismo. Tienen una autoridad diferente, mayor, a la de los otros preceptos.

Tras esa primera alianza, tantas veces quebrantada por el Pueblo, Jesús llega para proponer una nueva y eterna alianza, para todos los pueblos de la tierra. En el marco de esa alianza, la antigua Ley será llevada a su plenitud, es decir a su sentido más profundo. Eso aparece claramente en el evangelio de San Mateo, donde Jesús dice:

No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. (Mateo 5,17)

A continuación, Jesús va comentando algunos de los mandamientos y mostrando como deben ser cumplidos no solo exteriormente, a la letra, sino, sobre todo, también con el corazón, en profundidad.

Asimismo tenemos que recordar la pregunta que se le hace a Jesús sobre cuál es el mandamiento más importante de la Ley (Mateo 22,36). Jesús recuerda dos preceptos. 

El amor a Dios:

Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. (Deuteronomio 6,5) 

Y el amor al prójimo:

Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (Levítico 19,18).

Pero Jesús une los dos mandamientos: “el segundo es semejante al primero”. Por eso, el Decálogo tiene que ser interpretado a la luz de este doble y único mandamiento del amor, que lleva a la plenitud la Ley. Así sentencia san Pablo:

El amor es la plenitud de la Ley (Romanos 13,10)

Muchos más podríamos agregar, ¡el amor a los enemigos…! Pero volvamos al evangelio de este domingo. Vuelve aquí un verbo que ya comentamos el domingo pasado: “permanecer”. Dice Jesús: 

«Como el Padre me amó, también Yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.» (Juan 15,9-17).

Esto nos da un contexto para entender que, aunque Jesús está hablando de “mandamiento”, esto es algo diferente… por eso no hablamos de un “mandamiento once”.

Es diferente, porque la fuerza de ese amor que Jesús nos llama a vivir, no viene de nosotros, viene de Él mismo, viene de su amor. Y su amor viene del Padre. Cuando Jesús dice “como el Padre me amó”, no está haciendo una comparación, como para que podamos seguir un ejemplo. Está diciendo “de la misma manera que el Padre me amó”, “con el mismo amor con que el Padre me amó”, así yo los he amado a ustedes. Y nos llama, ante todo, a permanecer en ese amor que viene del Padre a través de Él. 

Y aquí viene lo de los mandamientos: si cumplen mis mandamientos permanecerán en mi amor. Permaneceremos en el amor de Jesús en la medida en que amemos como Él mismo nos amó. Ahí está el mandamiento.

Pero el amor sobre el que va a insistir Jesús es el amor recíproco, el amor mutuo, porque está hablando a sus discípulos:

«Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que Yo les mando.  (…) Lo que Yo les mando es que se amen los unos a los otros.» (Juan 15, 9-17)

El amor recíproco tiene una paradoja. Por un lado, tiene algo de contrato, de pacto, de alianza: el hombre y la mujer que se unen en el sacramento del matrimonio prometen amarse mutuamente: “amarse y respetarse durante todos los días de su vida”. 

En algunas comunidades y movimientos católicos se ingresa haciendo ese pacto de amor recíproco con los demás miembros. 

Pero, en uno u otro caso, la paradoja está en que el amor que se da no está condicionado. Quien hace el pacto no puede pensar “yo prometo amarte si tú me amas… y si no cumples tu parte, entonces yo tampoco cumplo la mía”. Al hacer Alianza con su pueblo, Dios no condicionó su amor. Dios amó primero. Amarse unos a otros funciona si estoy dispuesto a amar primero, y no a esperar que el otro me ame. Leemos en la primera carta de Juan:

Nosotros amamos porque Dios nos amó primero. (1 Juan 4,19)

Pero ¿qué pasa si no encontramos amor? “Como el Padre me amó a mí, yo los he amado a Ustedes…” Dios nos ha amado primero. Si lo recordamos, si lo sentimos, si nos damos cuenta de esa realidad, podemos también nosotros amar primero.

Es la célebre frase de san Juan de la Cruz, en una de sus cartas:

“Adonde no hay amor, ponga amor, y sacará amor...”
(Carta a la M. María de la Encarnación, OCD, en Segovia, Madrid, 6 julio 1591)

Noticias

Hoy, Domingo 5, en la parroquia de San Jacinto, celebraremos en forma anticipada la memoria del beato Jacinto Vera, en la Misa de las 9 horas. A partir del martes 7 se iniciará la visita de la reliquia del beato en las diferentes capillas de la parroquia.

La reliquia ha estado visitando las comunidades de la parroquia de Canelones. Mañana, lunes 6, en la Catedral, celebraremos por primera vez la memoria de Jacinto Vera, que coincide con el primer aniversario de su beatificación. La Misa será a las 18:30. Los esperamos.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

miércoles, 1 de mayo de 2024

San José Obrero: Promover la vida, don de Dios (Génesis 1,26 - 2,3)

1 de mayo de 2024. Palabra de Vida.

San José Obrero, el carpintero de Nazaret, que con su trabajo remedió las necesidades de María y de Jesús e inició al Hijo de Dios en los trabajos de los hombres. Por esta razón, en este día, en el que se celebra la fiesta del trabajo en muchas partes del mundo, los obreros cristianos honran a san José como modelo y patrono suyo.