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jueves, 16 de mayo de 2024

Pentecostés: “Reciban al Espíritu Santo” (Juan 20,19-23)


Cerca de la ciudad de Frankfurt, en Alemania, se encuentra la sede de ACN, una fundación pontificia que se dedica a ayudar a la Iglesia en situaciones de emergencia, graves carencias o persecución. ACN es la sigla, en inglés, de Ayuda a la Iglesia en Necesidad. Entre muchas otras cosas, ACN publica y distribuye un librito conocido como “La Biblia del Niño”, que contiene partes de la Escritura que pueden usarse como apoyo para la catequesis. Aquí nos ha llegado, naturalmente, en español; pero las lenguas en que se edita son numerosas y no siempre las más conocidas… existe, por supuesto, en inglés, francés, alemán… pero también en lenguas africanas, americanas y asiáticas. Una manera de prolongar en el mundo de hoy el acontecimiento de Pentecostés: que cada persona pueda oír y entender la Palabra de Dios en su propia lengua.

Cincuenta días después del domingo de Resurrección, culminación de la Semana Santa, llega el domingo de Pentecostés, con el que concluye el tiempo pascual. Celebramos la venida del Espíritu Santo, inauguración del tiempo de la Iglesia, en continuidad con la misión de Cristo.

Pero no pensemos que el Espíritu Santo ha estado ausente durante esos cincuenta días. Al contrario: ha estado presente. El Espíritu Santo es el gran don pascual, el gran regalo que nos es dado por la muerte y resurrección de Cristo.

Así, el evangelio de Juan nos presenta a Jesús resucitado, el día mismo de su resurrección, y nos dice que:
“… sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo»” (Juan 20,19-23)
El Espíritu, entonces, está en los discípulos desde su primer encuentro con el resucitado. Pentecostés es el momento en que, ya sin la presencia visible de Jesús, el Espíritu se manifiesta a través de los signos del viento y el fuego e impulsa a los discípulos a salir hacia el mundo a dar testimonio de Cristo:
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse. (Hechos de los apóstoles 2,1-11)
Hay un gran contraste entre esa comunidad que sale y se expresa, con el grupo de discípulos al que Jesús se había aparecido el primer día:
estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús (Juan 20,19-23)
El Espíritu anima al anuncio, a la misión. Es el mandato que Jesús deja antes de su ascensión, como veíamos el domingo pasado: 
“Vayan por todo el mundo, anuncien la buena nueva a toda la Creación…” (Marcos 16,15-20)
Pero hay otro aspecto importante de la manifestación del Espíritu Santo en Pentecostés:
Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. (Hechos de los apóstoles 2,1-11)
El Espíritu descendió sobre el conjunto de los discípulos, pero también sobre cada uno: “las lenguas como de fuego… descendieron por separado sobre cada uno de ellos”, pero “todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (Hechos de los apóstoles 2,1-11).

El Espíritu da un don a cada uno y, al mismo tiempo, reúne a todos en unidad. El Espíritu crea, a la vez, la diversidad y la unidad en la Iglesia. Pero esta diversidad no dispersa, no disgrega, sino que enriquece la unidad.

El acontecimiento de Pentecostés suele ponerse en contraste con el episodio de la torre de Babel. Los hombres quisieron construir una torre muy alta, para escalar los cielos. Cayeron en la antigua y siempre presente tentación humana: “ser como dioses”. El relato bíblico, que recoge y reinterpreta una antigua leyenda, nos dice que Dios: 
“confundió la lengua de los hombres y los dispersó por toda la tierra.” (Génesis 11,9).
Los hombres comenzaron a hablar lenguas diferentes y ya no pudieron entenderse entre sí. La confusión llevó a la dispersión.

En cambio, la acción del Espíritu permite que los hombres de diferentes lenguas entiendan con claridad el testimonio de los apóstoles. Ya no hay confusión, sino admiración, asombro. La unidad que habían sentido los discípulos reunidos, se extiende ahora a sus oyentes, sin destruir su diversidad, sino, por el contrario, reconociéndola y valorándola.

Unidad y diversidad generan tensión y ponen a la Iglesia frente a dos tentaciones, como señala el Papa Francisco en una homilía de hace algunos años. Una tentación es la de buscar la diversidad sin unidad. Allí la Iglesia se divide, se partidiza. Se forman grupos enfrentados entre sí, que se miran unos a otros con actitud cerrada y excluyente.

La otra tentación es la unidad sin diversidad, la uniformidad, la obligación de hacer todo juntos y todo igual… 

Frente a esas tentaciones, está la acción del Espíritu. En su carta a los Gálatas, san Pablo habla de las obras de la carne y los frutos del Espíritu. Entre las primeras, que podríamos llamar también “frutos del mal espíritu”, Pablo menciona:
“… enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias…” (Gálatas 5, 16-25)
Notemos que esas son actitudes que destruyen o lastiman gravemente, la unidad, tanto dentro de la comunidad eclesial como en cualquier grupo humano donde se rompe de esa forma la armonía y se hace imposible llevar adelante un buen propósito. 

Con una invitación a la oración cerraba Francisco esa homilía:
Nuestra oración al Espíritu Santo consiste entonces en pedir la gracia de aceptar su unidad, una mirada que abraza y ama, más allá de las preferencias personales, a su Iglesia, nuestra Iglesia; de trabajar por la unidad entre todos, de desterrar las murmuraciones que siembran cizaña y las envidias que envenenan, porque ser hombres y mujeres de la Iglesia significa ser hombres y mujeres de comunión; significa también pedir un corazón que sienta la Iglesia, madre nuestra y casa nuestra: la casa acogedora y abierta, en la que se comparte la alegría multiforme del Espíritu Santo. (4 de junio de 2017)
Orar, porque el Espíritu no actúa desde afuera sino dentro del corazón. Por eso, abrámosle la puerta para que entre, como viento y fuego que nos sanan y purifican y nos impulsan a seguir de verdad a Jesús en su Iglesia.

En esta semana

Martes 21 - San Cristóbal Magallanes, presbítero, y compañeros, mártires.
Miércoles 22 – Santa Rita de Cascia
Viernes 24 – María Auxiliadora
Sábado 25 – Santa Magdalena Sofía Barat

Continúa la visita de la reliquia del beato Jacinto Vera en nuestra diócesis, ocasión para encontrarse en comunidad, invitar a otras personas y orar, especialmente por las vocaciones sacerdotales y religiosas.

Gracias amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. 

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