Fiesta de Santa Margarita María en el Monasterio de la Visitación de María, Salesas, en Progreso, Canelones.
Homilía de Mons. Heriberto.
El pasado 27 de diciembre se cumplieron trescientos cincuenta años de aquel día en que, en el monasterio de Paray-le-Monial, una joven visitandina oraba en silencio, arrodillada, dentro de una fría capilla de piedra.
Esto de la fría capilla de piedra no es una descripción poética. La piedra es fría, y el mes de diciembre en el hemisferio norte es el comienzo del invierno. En diciembre, en Paray-le-Monial, la temperatura mínima es cero grados y, durante el día, sube hasta una máxima de 8 grados… En eso hay que pensar cuando decimos “una fría capilla de piedra”.
Aquella joven monja era Margarita María Alacoque. Las hermanas de su comunidad no veían en ella nada especial. Una religiosa que llevaba una vida normal, a veces, sí, un poco estresada, como diríamos hoy. Así, pues, algunas hermanas la veían bien y la apoyaban. Otras la encontraban algo extraña, tal vez un poco nerviosa… pero eso era lo visible.
La niñez de Margarita estuvo marcada por algunos acontecimientos dolorosos: la muerte de su padre, cuando ella tenía 8 años; el cambio de situación familiar, viviendo con la familia de su padre, donde su madre fue bastante relegada; una enfermedad especialmente dolorosa…
Muchas cosas difíciles pueden acontecernos. Sucede. Lo importante es como las vivimos. Ella las vivió consolada por su deseo de entrega al Señor y una especial confianza en la Madre de Jesús. En su corazón anidaba un sentimiento profundo, una esperanza, una búsqueda de Dios, no como un ser abstracto, lejano, riguroso, sino en su Hijo, en su Palabra hecha carne.
Aquella fría madrugada, antes de la salida del sol (eran los días más cortos del año), en su oración detuvo su mirada en el crucifijo que estaba sobre el altar. En la penumbra sintió algo… vio algo… ¡vio a alguien! “Este es el corazón de Jesús”.
Ella dudó sobre lo que está viendo y se preguntaba si se habría dormido, si habría estado soñando… pero se dio cuenta de que no solo estaba viendo, sino que sintió que sobre ella se posaba una mirada, que era mirada con ternura. Estaba bajo la mirada de amor de Jesús.
De la visión surgió una voz que le dijo: “He aquí el Corazón que te ha amado tanto”.
Ella se siguió preguntando sobre lo que estaba sucediendo ¿era real? ¿estaba viendo el corazón de Jesús? Seguramente, los santos lo han visto. Pero, pensaba ella, yo no soy una santa. Pero lo veo. Claro que Él puede hacer lo que quiera, incluso con una pecadora como yo, escribirá ella después.
Durante las semanas y los meses siguientes a aquel 27 de diciembre de 1673, la hermana Margarita María tendría varias visiones del Sagrado Corazón de Jesús en la capilla del monasterio.
De su visión, ella describía un corazón herido y sangrante, con llamas, rodeado por una corona de espinas rematada por una cruz.
Esas visiones tan fuertes la animaban, pero también la confundían. Algunas veces Jesús se le presentaba con instrucciones muy precisas: “Honra mi Sagrado Corazón el primer viernes de cada mes. Dile a tus hermanas que hagan lo mismo”.
Jesús también le pidió que comunicara su deseo de que se instituyera una fiesta en honor de su Corazón después del Corpus Christi.
La vida de la joven monja se trastocó, al pasar a compartir con sus hermanas una experiencia vivida en la intimidad. Encontró reacciones diversas. Curiosidad de algunas, plena certeza de otras, pero también incredulidad de terceras. Su superiora no sabía qué pensar. ¿Qué era Margarita? ¿Una joven santa o una joven complicada? ¿O las dos cosas al mismo tiempo?
Buscando ayuda, la superiora se dirigió a un joven sacerdote jesuita, Claudio La Colombière, confiando en su prudencia y su discernimiento para ayudar a la hermana a discernir el sentido de sus visiones.
El relato de Margarita mostró que el contenido de las visiones era coherente con la fe de la Iglesia, las Escrituras y la Tradición. En ese sentido no había “novedades”, es decir, no había elementos extraños, fantasiosos. La esencia del mensaje era: “Jesús me ama. Nos ama a todos. Quiere que lo amemos y que nos amemos todos”.
Es lo que nos dice el apóstol san Juan:
“amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (I Juan 4,7-8).
Pero Jesús le pedía que difundiera su mensaje.
Pensemos con qué facilidad enviamos hoy cualquier mensaje, ya sea en texto, en audio o video… (lo que no quiere decir que siempre se lea, se escuche o se vea y, todavía, que se entienda y realmente llegue al corazón). Cuanto bien puede hacer un buen mensaje, enviado oportuna y mesuradamente…
En aquellos tiempos, un mensaje se difundía a través de la predicación y de la imprenta. Imprenta: no solo de libros: cien años antes de las visiones de Margarita, san Francisco de Sales imprimía sus homilías, su predicación, en pequeños folletos y los distribuía casa por casa en la ciudad de Thonon, donde algunas personas tenían prohibido ir a escucharlo.
Pero una monja de clausura no podía hacer fácilmente publicaciones, y no podía en absoluto salir a predicar ni a distribuir volantes. Jesús le dijo a Margarita María que le pidiera al padre La Colombière que predicara el mensaje. Así se convirtió él en el gran apóstol del Sagrado Corazón, a través de sus homilías, retiros y escritos, difundiendo esta devoción por toda Francia y más allá.
Las visiones de Margarita María fueron ocurriendo hasta la octava de Corpus Christi del año 1675, entre el 13 y el 20 de junio de aquel año. Es por eso que hasta junio del año que viene estaremos conmemorando este Tricentésimo quincuagésimo aniversario. En Paray-Le-Monial se celebra un año jubilar que concluirá el 27 de junio, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Un jubileo que se ubica en el marco del Año Santo 2025.
Las revelaciones recibidas por Santa Margarita María acontecieron en un momento en que se sentía una gran necesidad de humanizar la vida privada, familiar, social y política de la humanidad. Hablar de “humanizar” puede parecer algo secular, desprendido de Dios. No es así como lo entendemos desde la fe. La persona humana se humaniza cuanto mejor se realiza en ella la imagen del Creador, que “creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer”, como dice el libro del Génesis (1, 27).
Ese programa, ese designio de Dios, ese plan de salvación sigue manteniendo esa meta, en lucha con la deshumanización significada en la violencia, la guerra, y los más diversos flagelos que resquebrajan la vida familiar, social y política, sumados al egoísmo, la indiferencia y el olvido de los más frágiles de la sociedad… y todas las pinceladas que queramos agregar al cuadro de las miserias de la humanidad.
Ante todo esto, que tantas veces nos desborda y desanima, desde el evangelio, desde el corazón mismo de Jesús, vuelve a resonar, una y otra vez, su llamado: “Vengan a mí”.
“Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” (Mateo 11,28).
Aquí venimos, Señor, de la mano de la humilde servidora a la que elegiste para comunicarle, en aquella fría capilla de piedra, el fuego de tu amor. Nos confiamos a la intercesión de Santa Margarita María y de aquella a la que le diste por maestra: tu Santísima Madre, para poder crecer cada día en humanidad, a tu imagen y semejanza, y así llegar un día a participar de tu vida divina. Por eso, te pedimos, hoy más que nunca: “Señor Jesús, haz nuestro corazón semejante al tuyo”. Así sea.
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