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viernes, 4 de octubre de 2024

“No conviene que el hombre esté solo”. (Génesis 2,18). XXVII domingo durante el año.


El 26 de octubre de 1907, el Parlamento uruguayo aprobó la ley 3.245, que establecía el divorcio. Ya existía en Uruguay, desde 1885, el matrimonio civil obligatorio para quienes, además, desearan celebrar el sacramento del matrimonio. Mucha agua ha corrido desde entonces bajo los puentes. Hoy puede decirse que hay menos divorcios que en otros tiempos, pero es que ya muchas parejas tampoco se casan. El escasísimo crecimiento de nuestra población nos hace ver, también, que son pocos los niños que nacen…

Las lecturas de hoy nos invitan a contemplar el proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia y a recibir esas palabras no como un regaño o una imposición de normas, sino como 
Evangelio, es decir, buena noticia, que llama a la humanidad a una plenitud de vida en Dios.

El relato del evangelio comienza con una pregunta que los fariseos dirigen a Jesús:
«¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?» (Marcos 10,2)
Como podemos ver, la pregunta se plantea solo desde el varón hacia la mujer y no viceversa. Jesús responde con una pregunta:
«¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?» (Marcos 10,3)
La respuesta que recibe Jesús es precisa:
«Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella». (Marcos 10,4)
Efectivamente, así dice el libro del Deuteronomio, atribuido a Moisés:
Si un hombre se casa con una mujer, pero después le toma aversión porque descubre en ella algo que le desagrada, y por eso escribe un acta de divorcio, se la entregará y la despedirá de su casa. (Deuteronomio 24,1)
Era una sociedad donde la mujer dependía totalmente del hombre. Una sociedad donde una viuda era considerada de las personas más pobres, precisamente porque había quedado sin el sostén de su esposo. En ese marco, la obligación del marido de entregar un acta de divorcio buscaba, en cierto modo, proteger a la mujer, salvando su honor y dejándola en libertad para contraer un nuevo matrimonio y salir de una situación de indefensión.

Sin embargo, Jesús va a plantear las cosas desde otro punto de vista, remitiéndose al proyecto original de Dios:
«Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, "Dios los hizo varón y mujer". "Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne". De manera que ya no son dos, "sino una sola carne". Que el hombre no separe lo que Dios ha unido» (Marcos 10,5-9)
La “dureza del corazón” no se refiere solo a una falta de sentimientos del hombre respecto a su mujer, sino al corazón endurecido por la desobediencia a la Ley de Dios. Jesús se remite al comienzo de la creación, que muestra el proyecto de Dios, estableciendo el matrimonio de un hombre con una mujer, que se hacen “una sola carne”. 

Esto de “carne” no se refiere únicamente al cuerpo. Carne, en el lenguaje bíblico, engloba la totalidad de la persona humana, pero acentuando su fragilidad: “la carne es débil”. 

“El Verbo se hizo carne”: el Hijo de Dios se hizo hombre, asumiendo nuestra fragilidad; no en el pecado, pero sí frente al dolor y la muerte. Por eso, el hombre y la mujer, al hacerse uno, se confortan mutuamente, se dan fuerzas, se sostienen uno al otro.

Al concluir “que el hombre no separe lo que Dios ha unido”, Jesús proclama la indisolubilidad del matrimonio, la permanencia de ese vínculo. El matrimonio es una vocación a la comunión, para toda la vida, en el amor recíproco de esposo y esposa, amor fecundo coronado con los hijos.

Así entendido, el matrimonio no es creación del hombre, sino creación de Dios, una especial manifestación del amor de Dios por su pueblo. Es un ideal de vida y por eso requiere una gracia especial del Señor, que lleva a la Iglesia a considerar el matrimonio como un sacramento. 
Sostener esa unión a lo largo de toda la vida requiere también un cuidado: hay que custodiarla, cultivarla y atenderla, también con la oración. Como en toda relación, no faltan las dificultades y problemas, pero la gracia del Señor viene en ayuda de la fragilidad humana.

Todo esto, como asumimos desde el principio, al hablar de la ley del divorcio, es algo cada vez más extraño a la mentalidad de nuestro tiempo, que privilegia lo inmediato y a la que le cuesta pensar en compromisos para toda la vida. Pero hay que pensar que la ruptura, o la inexistencia, del vínculo matrimonial o los cambios de pareja, tienen muchas veces efectos negativos que recaen sobre los más débiles e indefensos de la familia: los niños, los ancianos, los enfermos. Por eso, aunque hay situaciones muy complejas que deben mirarse con misericordia, no debe desconsiderarse la riqueza de una decisión que une de por vida y que hace del esposo y la esposa “una sola carne”.

El sacramento del matrimonio es signo de la unión entre Cristo y la Iglesia. Contemplando el misterio de la Iglesia unida a Cristo y haciéndose con él “una sola carne”, los esposos cristianos pueden comprender el misterio del matrimonio y su fundamento en Cristo.

“No conviene que el hombre esté solo”, poníamos como título, citando la primera lectura. El ser humano ha sido creado para la comunión. Cada persona humana es imagen de Dios y Dios no es soledad: es comunión de amor de tres personas divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Hay muchas formas de vivir la comunión a la que hemos sido llamados. El matrimonio es una de ellas. La plenitud de la comunión se alcanzará en la unión con Dios en la eternidad.

Mientras tanto, la comunidad cristiana tiene el deber materno de sostener y promover el amor y la comprensión entre sus hijos. Más aún, frente a aquellos pequeños y débiles que sufren por la falta de cariño familiar, la comunidad debe ofrecer un complemento de amor.

Más que en ninguna otra parte, en la Iglesia debe estar la respuesta a las palabras del Génesis: “no conviene que el hombre esté solo”. Siendo la Iglesia la familia de Dios y la familia de todos, nadie en ella puede estar ni sentirse solo.

Fiesta diocesana

Una ocasión de no sentirnos solos y de fortalecer nuestros vínculos de comunión, la tenemos el próximo domingo, 13 de octubre, en el que celebraremos nuestra fiesta diocesana. Desde las 10 de la mañana esperamos a los fieles de todas las parroquias de nuestra Diócesis en Villa Guadalupe. Comenzaremos con el rezo del Rosario, luego vendrá el almuerzo con lo que llevemos, un buen tiempo de recreación y culminaremos con la Misa que comenzará hacia las 16 horas. Los esperamos.

En esta semana

Lunes 7, Nuestra Señora del Rosario, patrona del colegio de Estación Atlántida.
Jueves 10, san Daniel Comboni. Gran misionero italiano que fundó una congregación dedicada especialmente a la evangelización de África, pero que luego llegó también a América. Los Misioneros y Misioneras Servidores de la Palabra tienen a un sacerdote comboniano como su fundador.
Viernes 11, memoria de san Juan XXIII, papa. Convocó al Concilio Vaticano II y trabajó y oró por la paz en el mundo. Él fue quien creó la diócesis de Canelones y nombró a su primer obispo, Monseñor Orestes Santiago Nuti.
Sábado 12, Nuestra Señora del Pilar, patrona del barrio La Pilarica en Las Piedras y de la Diócesis de Melo. En Brasil, en este día se celebra nuestra Señora Aparecida.
También en ese día recordamos al beato Carlos Acutis, que será canonizado durante el Jubileo del año próximo.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

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