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viernes, 10 de mayo de 2024

“Anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Marcos 16,15-20). Ascensión del Señor.

Quiero comenzar con un saludo a todas las mamás, en su día. Felicitaciones para ellas y los invito a que también elevemos nuestras oraciones por las madres que están con nosotros y las que ya no están en la tierra, pero que seguimos llevando en nuestro corazón.

Celebramos hoy la Ascensión del Señor, con la cual el tiempo pascual va acercándose a su fin, que será con la solemnidad de Pentecostés, el próximo domingo. 

En este día, se celebra también la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Para este día el Papa Francisco ha entregado un mensaje titulado “Inteligencia artificial y sabiduría del corazón para una comunicación plenamente humana”. Una necesaria reflexión que nos recuerda que aunque las máquinas tienen “una capacidad inconmensurablemente mayor que los humanos para almacenar datos y correlacionarlos entre sí”, “corresponde al hombre, y sólo a él, descifrar su significado”, es decir, su sentido; en última instancia, solo el ser humano puede encontrar el sentido de su vida.

Sobre ese sentido, de alguna manera, nos ilumina esta solemnidad de la ascensión del Señor. El prefacio de esta Misa nos recuerda que Jesús ascendió a lo más alto del cielo, no para apartarse de la pequeñez de nuestra condición humana, sino para que lo sigamos confiadamente, como miembros suyos, al lugar donde nos precedió Él. La ascensión, pues, nos recuerda nuestro fin último: entrar a la vida de Dios. Ese peregrinar hacia la Casa del Padre es lo que da sentido a nuestra vida.

En este domingo nos reencontramos con el evangelio según san Marcos, después de algunos domingos con el evangelio de Juan.

El pasaje que leemos hoy es el final de este evangelio. Comienza la con aparición de Jesús resucitado a sus discípulos. Marcos es muy sobrio en sus relatos de las apariciones de Jesús. Aquí simplemente dice que Jesús “se apareció”: se hizo presente, de forma visible.

Lo que Marcos quiere destacar es lo que Jesús dice a sus discípulos. Ellos serán, a partir de ese momento, quienes continuarán la misión de Jesús en la Tierra. Les dice el Maestro:

Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. (Marcos 16,15-20)

Vayan por todo el mundo. Es el envío misionero, que hace de los discípulos “apóstoles”. “Apóstol” significa “enviado”. Este mandato de Jesús, desde entonces, ha movido el corazón de hombres y mujeres que han asumido la misión de llevar el Evangelio a quienes no lo han recibido, o no lo han recibido adecuadamente. Hay misioneros de Uruguay en otros continentes; hay misioneros de otros continentes en el Uruguay. Todos ellos han respondido al llamado de Jesús: “vayan por todo el mundo”.

Anuncien la Buena Noticia. Buena noticia es la expresión con la que podemos traducir la palabra evangelio. Anunciar el evangelio es lo que llamamos “evangelizar”. San Pablo VI, en su exhortación “Evangelii Nuntiandi”, nos dice:

“Evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar…” (Evangelii Nuntiandi, 14)

Anuncien la Buena Noticia a toda la creación. Ciertamente, solo el ser humano, dotado de razón y corazón, puede recibir en plenitud el anuncio del Evangelio. Pero el Evangelio toca a toda la creación, en la medida en que llama al hombre a un profundo cambio, que incluye no solo reordenar su relación con Dios, con los demás y consigo mismo, sino también con el conjunto de la Creación, asumiendo el cuidado de la Casa Común. Como dice el papa Francisco en su carta Laudato Si’, a los hombres de nuestro tiempo…

... les hace falta una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa; no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana. (Laudato Si', 217)

El que crea y se bautice se salvará. Se trata de creer en Jesucristo. Una fe que se vive a partir del renovado encuentro con Él, en la Palabra, en los Sacramentos, en la comunidad, en el pobre con que el mismo Jesús se identifica. El bautismo es puerta de la salvación: unión con Jesucristo muerto y resucitado, compromiso de seguir sus pasos a lo largo de toda la vida.

El que no crea, se condenará. El Concilio Vaticano II señaló el ateísmo como “uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo”, llamándonos a los creyentes a una seria reflexión y conversión, en la medida que esa negación de Dios, que puede tener distintas formas, puede ser en parte generada por los creyentes...

... en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión. (Gaudium et Spes, 19)

Por eso, las palabras de Jesús antes de subir a los cielos, vuelven a ponernos ante la misión, que continúa plenamente vigente. Nos llama a vivir “la dulce y confortadora alegría de evangelizar”, como dice el Papa Francisco:

Todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino «por atracción» (Evangelii Gaudium, 14).

Venimos de celebrar, por primera vez, la semana pasada, la memoria del beato Jacinto Vera. Su reliquia está recorriendo nuestra diócesis, siendo recibida con fe y devoción. Que el primer obispo del Uruguay, misionero infatigable, nos anime en la tarea evangelizadora, sabiendo que Dios, aunque seamos ancianos, nos hace siempre nuevos y nos abre horizontes, como lo hizo para Abraham y Sara, así como para Isabel y Zacarías. Así sea.

En esta semana

Luego de la visita a la Catedral de Canelones y a San Jacinto, la reliquia del beato Jacinto Vera visitará Pando, desde el martes 14 al martes 21.

Lunes 13: Nuestra Señora de Fátima. Fiesta patronal en varias capillas, entre ellas la de La Pedrera, en la parroquia de San Jacinto, que recibirá la visita de la reliquia, con Misa a las 16.

Martes 14: Celebramos a San Matías, apóstol; y también en este día, a Santa María Mazzarello, fundadora, con san Juan Bosco, de las Hijas de María Auxiliadora, de antigua y apreciada presencia en nuestra diócesis.

Miércoles 15: San Isidro, patrono de Las Piedras y de varias capillas, fiesta en muchas parroquias, como en Tala, donde estaré ese día a las 15 horas.

Jueves 16: la familia Orionita en Uruguay y Argentina celebra la memoria de San Luis Orione.

Sábado 18: conmemoración de la Batalla de Las Piedras y aniversario de la ordenación sacerdotal de Mons. Alberto Sanguinetti.

Amigas y amigos, el próximo Domingo celebraremos Pentecostés. Pidamos al Espíritu luz y fortaleza. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

Peregrinos de la Esperanza: Año Jubilar 2025. Presentación de la bula "La esperanza no defrauda" del Papa Francisco.

Ayer el Papa Francisco dio a conocer la bula «Spes non confundit», que significa «la esperanza no defrauda», expresión tomada de San Pablo (Romanos 5,5).

Para entender el significado de este llamado del Papa, el significado del Año Jubilar y las formas de vivirlo, Sebastián Sansón, periodista uruguayo de Vatican News, entrevista al P. Christian Sáenz SJ, Profesor de Historia de la Iglesia en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. 

miércoles, 8 de mayo de 2024

8 de mayo: Nuestra Señora del Luján.

Oración para pedir consuelo por intercesión de la Virgen. 

martes, 7 de mayo de 2024

lunes, 6 de mayo de 2024

Inteligencia artificial y sabiduría del corazón para una comunicación plenamente humana. Mensaje del Papa Francisco. 58 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales.

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA 58 JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Inteligencia artificial y sabiduría del corazón
para una comunicación plenamente humana

Queridos hermanos y hermanas:

La evolución de los sistemas de la así llamada "inteligencia artificial", sobre la que ya reflexioné en mi reciente Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, también está modificando radicalmente la información y la comunicación y, a través de ellas, algunos de los fundamentos de la convivencia civil. Es un cambio que afecta a todos, no sólo a los profesionales. La difusión acelerada de sorprendentes inventos, cuyo funcionamiento y potencial son indescifrables para la mayoría de nosotros, suscita un asombro que oscila entre el entusiasmo y la desorientación y nos coloca inevitablemente frente a preguntas fundamentales: ¿qué es pues el hombre? ¿cuál es su especificidad y cuál será el futuro de esta especie nuestra llamada homo sapiens, en la era de las inteligencias artificiales? ¿Cómo podemos seguir siendo plenamente humanos y orientar hacia el bien el cambio cultural en curso?

Comenzando desde el corazón

Ante todo, conviene despejar el terreno de lecturas catastrofistas y de sus efectos paralizantes. Hace un siglo, Romano Guardini, reflexionando sobre la tecnología y el hombre, instaba a no ponerse rígidos ante lo “nuevo” intentando «conservar un mundo de infinita belleza que está a punto de desaparecer». Sin embargo, al mismo tiempo de manera encarecida advertía proféticamente: «Nuestro puesto está en el porvenir. Todos han de buscar posiciones allí donde corresponde a cada uno […], podremos realizar este objetivo si cooperamos noblemente en esta empresa; y a la vez, permaneciendo, en el fondo de nuestro corazón incorruptible, sensibles al dolor que produce la destrucción y el proceder inhumano que se contiene en este mundo nuevo». Y concluía: «Es cierto que se trata, de problemas técnicos, científicos y políticos; pero es preciso resolverlos planteándolos desde el punto de vista humano. Es preciso que brote una nueva humanidad de profunda espiritualidad, de una libertad y una vida interior nuevas». [1]

En esta época que corre el riesgo de ser rica en tecnología y pobre en humanidad, nuestra reflexión sólo puede partir del corazón humano. [2] Sólo dotándonos de una mirada espiritual, sólo recuperando una sabiduría del corazón, podremos leer e interpretar la novedad de nuestro tiempo y redescubrir el camino de una comunicación plenamente humana. El corazón, bíblicamente entendido como la sede de la libertad y de las decisiones más importantes de la vida, es símbolo de integridad, de unidad, a la vez que evoca afectos, deseos, sueños, y es sobre todo el lugar interior del encuentro con Dios. La sabiduría del corazón es, pues, esa virtud que nos permite entrelazar el todo y las partes, las decisiones y sus consecuencias, las capacidades y las fragilidades, el pasado y el futuro, el yo y el nosotros.

Esta sabiduría del corazón se deja encontrar por quien la busca y se deja ver por quien la ama; se anticipa a quien la desea y va en busca de quien es digno de ella (cf. Sab 6,12-16). Está con los que se dejan aconsejar (cf. Prov 13,10), con los que tienen el corazón dócil y escuchan (cf. 1 Re 3,9). Es un don del Espíritu Santo, que permite ver las cosas con los ojos de Dios, comprender los vínculos, las situaciones, los acontecimientos y descubrir su sentido. Sin esta sabiduría, la existencia se vuelve insípida, porque es precisamente la sabiduría —cuya raíz latina sapere se relaciona con el sabor— la que da gusto a la vida.

Oportunidad y peligro

No podemos esperar esta sabiduría de las máquinas. Aunque el término inteligencia artificial ha suplantado al más correcto utilizado en la literatura científica, machine learning, el uso mismo de la palabra “inteligencia” es engañoso. Sin duda, las máquinas poseen una capacidad inconmensurablemente mayor que los humanos para almacenar datos y correlacionarlos entre sí, pero corresponde al hombre, y sólo a él, descifrar su significado. No se trata, pues, de exigir que las máquinas parezcan humanas; sino más bien de despertar al hombre de la hipnosis en la que ha caído debido a su delirio de omnipotencia, creyéndose un sujeto totalmente autónomo y autorreferencial, separado de todo vínculo social y ajeno a su creaturalidad.

En efecto, el hombre siempre ha experimentado que no puede bastarse a sí mismo e intenta superar su vulnerabilidad utilizando cualquier medio. Empezando por los primeros artefactos prehistóricos, utilizados como prolongación de los brazos, pasando por los medios de comunicación empleados como prolongación de la palabra, hemos llegado hoy a las máquinas más sofisticadas que actúan como ayuda del pensamiento. Sin embargo, cada una de estas realidades puede estar contaminada por la tentación original de llegar a ser como Dios sin Dios (cf. Gn 3), es decir, de querer conquistar por las propias fuerzas lo que, en cambio, debería acogerse como un don de Dios y vivirse en la relación con los demás.

Según la orientación del corazón, todo lo que está en manos del hombre se convierte en una oportunidad o en un peligro. Su propio cuerpo, creado para ser un lugar de comunicación y comunión, puede convertirse en un medio de agresión. Del mismo modo, toda extensión técnica del hombre puede ser un instrumento de servicio amoroso o de dominación hostil. Los sistemas de inteligencia artificial pueden contribuir al proceso de liberación de la ignorancia y facilitar el intercambio de información entre pueblos y generaciones diferentes. Pueden, por ejemplo, hacer accesible y comprensible una enorme riqueza de conocimientos escritos en épocas pasadas o hacer que las personas se comuniquen en lenguas que no conocen. Pero al mismo tiempo pueden ser instrumentos de “contaminación cognitiva”, de alteración de la realidad a través de narrativas parcial o totalmente falsas que se creen —y se comparten— como si fueran verdaderas. Baste pensar en el problema de la desinformación al que nos enfrentamos desde hace años en forma de fake news [3] y que hoy se sirve de deepfakes, es decir, de la creación y difusión de imágenes que parecen perfectamente verosímiles pero que son falsas (también yo he sido objeto de ello), o de mensajes de audio que utilizan la voz de una persona para decir cosas que nunca ha dicho. La simulación, que está a la base de estos programas, puede ser útil en algunos campos específicos, pero se vuelve perversa cuando distorsiona la relación con los demás y la realidad.

Ya desde la primera ola de la inteligencia artificial, la de los medios sociales, hemos comprendido su ambivalencia, dándonos cuenta tanto de sus potencialidades como de sus riesgos y patologías. El segundo nivel de inteligencia artificial generativa marca un salto cualitativo indiscutible. Por lo tanto, es importante tener la capacidad de entender, comprender y regular herramientas que en manos equivocadas podrían abrir escenarios adversos. Como todo lo que ha salido de la mente y de las manos del hombre, los algoritmos no son neutros. Por ello, es necesario actuar preventivamente, proponiendo modelos de regulación ética para frenar las implicaciones nocivas y discriminatorias, socialmente injustas, de los sistemas de inteligencia artificial y contrarrestar su uso en la reducción del pluralismo, la polarización de la opinión pública o la construcción de un pensamiento único. Así pues, renuevo mi llamamiento exhortando a «la comunidad de las naciones a trabajar unida para adoptar un tratado internacional vinculante, que regule el desarrollo y el uso de la inteligencia artificial en sus múltiples formas». [4]  Sin embargo, como en cualquier ámbito humano, la sola reglamentación no es suficiente.

Crecer en humanidad

Estamos llamados a crecer juntos, en humanidad y como humanidad. El reto que tenemos ante nosotros es dar un salto cualitativo para estar a la altura de una sociedad compleja, multiétnica, pluralista, multirreligiosa y multicultural. Nos corresponde cuestionarnos sobre el desarrollo teórico y el uso práctico de estos nuevos instrumentos de comunicación y conocimiento. Grandes posibilidades de bien acompañan al riesgo de que todo se transforme en un cálculo abstracto, que reduzca las personas a meros datos, el pensamiento a un esquema, la experiencia a un caso, el bien a un beneficio, y sobre todo que acabemos negando la unicidad de cada persona y de su historia, disolviendo la concreción de la realidad en una serie de estadísticas.

La revolución digital puede hacernos más libres, pero no ciertamente si nos dejamos atrapar por los fenómenos mediáticos hoy conocidos como cámara de eco. En tales casos, en lugar de aumentar el pluralismo de la información, corremos el riesgo de perdernos en un pantano desconocido, al servicio de los intereses del mercado o del poder. Es inaceptable que el uso de la inteligencia artificial conduzca a un pensamiento anónimo, a un ensamblaje de datos no certificados, a una negligencia colectiva de responsabilidad editorial. La representación de la realidad en macrodatos, por muy funcional que sea para la gestión de las máquinas, implica de hecho una pérdida sustancial de la verdad de las cosas, que dificulta la comunicación interpersonal y amenaza con dañar nuestra propia humanidad. La información no puede separarse de la relación existencial: implica el cuerpo, el estar en la realidad; exige poner en relación no sólo datos, sino también las experiencias; exige el rostro, la mirada y la compasión más que el intercambio.

Pienso en los reportajes de las guerras y en la “guerra paralela” que se hace mediante campañas de desinformación. Y pienso en cuántos reporteros resultan heridos o mueren sobre el terreno para permitirnos ver lo que han visto sus ojos. Porque sólo tocando el sufrimiento de niños, mujeres y hombres podemos comprender lo absurdo de las guerras.

El uso de la inteligencia artificial podrá contribuir positivamente en el campo de la comunicación si no anula el papel del periodismo sobre el terreno, sino que, por el contrario, lo respalda; si aumenta la profesionalidad de la comunicación, responsabilizando a cada comunicador; si devuelve a cada ser humano el papel de sujeto, con capacidad crítica, respecto de la misma comunicación.

Interrogantes para el hoy y para el mañana

Así pues, surgen espontáneamente algunas preguntas: ¿cómo proteger la profesionalidad y la dignidad de los trabajadores del ámbito de la comunicación y la información, junto con la de los usuarios de todo el mundo? ¿Cómo garantizar la interoperabilidad de las plataformas? ¿Cómo garantizar que las empresas que desarrollan plataformas digitales asuman la responsabilidad de lo que difunden y de lo cual obtienen beneficios, del mismo modo que los editores de los medios de comunicación tradicionales? ¿Cómo hacer más transparentes los criterios en los que se basan los algoritmos de indexación y desindexación y los motores de búsqueda, capaces de exaltar o cancelar personas y opiniones, historias y culturas? ¿Cómo garantizar la transparencia de los procesos de información? ¿Cómo hacer evidente la autoría de los escritos y rastreables las fuentes, evitando el manto del anonimato? ¿Cómo poner de manifiesto si una imagen o un vídeo retratan un acontecimiento o lo simulan? ¿Cómo evitar que las fuentes se reduzcan a un pensamiento único, elaborado algorítmicamente? ¿Y cómo fomentar, en cambio, un entorno que preserve el pluralismo y represente la complejidad de la realidad? ¿Cómo hacer sostenible esta herramienta potente, costosa y de alto consumo energético? ¿Cómo hacerla accesible también a los países en desarrollo?

A partir de las respuestas a estas y otras preguntas, comprenderemos si la inteligencia artificial acabará construyendo nuevas castas basadas en el dominio de la información, generando nuevas formas de explotación y desigualdad; o si, por el contrario, traerá más igualdad, promoviendo una información correcta y una mayor conciencia del cambio de época que estamos viviendo, favoreciendo la escucha de las múltiples necesidades de las personas y de los pueblos, en un sistema de información articulado y pluralista. Por una parte, se cierne el espectro de una nueva esclavitud, por la otra, una conquista de la libertad; por un lado, la posibilidad de que unos pocos condicionen el pensamiento de todos, por otro, la posibilidad de que todos participen en la elaboración del pensamiento.

La respuesta no está escrita, depende de nosotros. Corresponde al hombre decidir si se convierte en alimento de algoritmos o en cambio sí alimenta su corazón con la libertad, ese corazón sin el cual no creceríamos en sabiduría. Esta sabiduría madura sacando provecho del tiempo y comprendiendo las debilidades. Crece en la alianza entre generaciones, entre quienes tienen memoria del pasado y quienes tienen visión de futuro. Sólo juntos crece la capacidad de discernir, de vigilar, de ver las cosas a partir de su cumplimiento. Para no perder nuestra humanidad, busquemos la Sabiduría que es anterior a todas las cosas (cf. Si 1,4), la que pasando por los corazones puros hace amigos de Dios profetas (cf. Sab 7,27). Ella nos ayudará también a orientar los sistemas de inteligencia artificial a una comunicación plenamente humana.

Roma, en San Juan de Letrán, 24 de enero de 2024

FRANCISCO
 
[1] Cartas del Lago de Como, Pamplona 2013, 101-104.

[2] En continuidad con los Mensajes de las anteriores Jornadas Mundiales de las Comunicaciones Sociales, dedicadas a encontrar a las personas donde están y como son (2021), escuchar con los oídos del corazón (2022) y hablar con el corazón (2023).

[3] “La verdad os hará libres” (Jn 8, 32). Fake news y periodismo de paz. Mensaje de la 52 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2018 .

[4] Mensaje para la Celebración de la 57 Jornada Mundial de la Paz (1 enero 2024), 8.

Oración al beato Jacinto Vera.

Oración al beato Jacinto Vera, obispo.

Bienaventurado Jacinto,

Dios te dio un celo ardiente por la salvación del pueblo, 

un corazón grande y magnánimo, 

lleno de caridad, mansedumbre y bondad;

fuiste apóstol incansable, modelo de misioneros, 

padre de los pobres,

protector de las familias, formador del clero,

valiente defensor de la libertad religiosa de los hombres,

y de los derechos de Dios y de la Iglesia.

Guíanos con tus ejemplos, sostennos con tu intercesión,

ayúdanos en nuestras necesidades,

danos fortaleza y perseverancia en las virtudes,

enséñanos a ofrecer el culto agradable a Dios,

acompáñanos, para llevar una vida de fe, esperanza y caridad, 

que nos conduzca a gozar contigo de la eterna bienaventuranza,

en compañía de la Virgen María y de todos los santos, 

en la morada del Padre, por Jesucristo, en la unidad del Espíritu Santo,

por los siglos de los siglos. Amén.


Oración a Dios para pedir
la canonización del beato Jacinto Vera, obispo.


Dios, Padre nuestro,

te rogamos por tu amado Hijo Jesucristo

y por la intercesión de su Inmaculada Madre

que glorifiques tu Nombre en el Beato Jacinto

y le concedas ser reconocido entre tus santos,

para alabanza de tu gloria

y alegría del pueblo cristiano.

Dame, Señor, por su intercesión,

la gracia que humilde y devotamente te pido

[breve silencio para pedir la gracia deseada]

y ayúdame a conformar mi vida según tu voluntad.

Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Palabra de Vida, mayo 2024: “El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (Primera carta de Juan 4, 8)


En su carta, Juan se dirige a los cristianos de una comunidad de Asia Menor para alentarlos a renovar la comunión entre ellos, porque estaban divididos por diferentes doctrinas. El autor los exhorta a tener presente lo que fue proclamado “desde el principio” de la predicación cristiana y repite lo que los primeros discípulos vieron, oyeron y tocaron con sus manos en la convivencia con el Señor, para que esta comunidad pueda estar en comunión con ellos y, por lo tanto, también con Jesús y con el Padre [1].

“El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”

Para recordar la esencia de la revelación recibida, el autor subraya que en Jesús, Dios fue el primero en amarnos, asumiendo completamente la existencia humana con todos sus límites y sus debilidades. En la cruz, Jesús compartió y experimentó en su propia piel nuestra separación con el Padre. Al dar todo de sí mismo la corrigió con un amor ilimitado y sin condiciones. Nos demostró así qué es el amor que nos había enseñado con las palabras y la vida.

Por el ejemplo de Jesús se comprende que amar verdaderamente implica valentía, esfuerzo y el riesgo de tener que afrontar adversidades y sufrimientos. Pero quien ama de esa manera participa de la vida de Dios y experimenta su libertad y la alegría de quien se entrega.

“El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”

Conocer a Dios, que nos ha creado y nos conoce, es la verdad más profunda de todo y desde siempre el anhelo, acaso inconsciente, del corazón humano. Si él es amor, al amar como él podemos entrever algo de esa verdad. Podemos crecer en el conocimiento de Dios porque vivimos esencialmente su vida y caminamos tras su luz. Lo cual se cumple plenamente cuando el amor es recíproco. En efecto, si nos amamos los unos a los otros, “Dios permanece en nosotros” [2].

Sucede algo así como cuando los dos polos eléctricos se tocan y la luz se enciende e ilumina a su alrededor.

“El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”

Dar testimonio de que Dios es amor, afirmaba Chiara Lubich, es 
“la gran revolución que estamos llamados a ofrecer al mundo moderno, en extrema tensión, así como los primeros cristianos la presentaban al mundo pagano de entonces” [3].
¿Cómo hacerlo? ¿Cómo vivir este amor que viene de Dios? Aprendiendo de su Hijo a ponerlo en práctica, en especial 
“en el servicio a los hermanos, particularmente a quienes están cerca, comenzando por las pequeñas cosas, por los servicios más humildes. Nos esforzaremos, imitando a Jesús, en ser los primeros en amar, en el desapego de nosotros mismos, abrazando todas las cruces, pequeñas o grandes, que ello pueda comportar. De esa manera no tardaremos en llegar nosotros también a esa experiencia de Dios, a esa comunión con él, a esa plenitud de luz, de paz y de alegría interior, hacia donde quiere llevarnos Jesús” [4].

“El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”

Santa visita a menudo una residencia para ancianos. Un día, con Roberta, encuentra a Aldo, un hombre alto, culto, rico. Aldo encara a las dos jóvenes con una mirada oscura: “¿Por qué vienen aquí? ¿Qué quieren de nosotros? Déjennos morir en paz”. Santa no se amilana y le dice: “Estamos aquí por usted, para pasar algunas horas juntos, conocernos y llegar a ser amigos”. Al regresar otras veces, cuenta Roberta: “Ese hombre era particularmente reservado, se sentía muy abatido. No creía en Dios. Santa fue la única que logró entrar un poco en él, con delicadeza, escuchándolo por horas. Rezaba por él, y una vez se animó a regalarle un rosario, que él aceptó. Santa supo después que Aldo había muerto nombrándola. El dolor por su muerte lo atenuó saber que había fallecido serenamente, teniendo entre sus manos el rosario que un día ella le había regalado” [5].

Silvano Malini y equipo de Palabra de Vida

NOTAS

[1] 1 Juan 11,3
[2] 1 Juan 4,12
[3] Lubich C., Conversaciones con M. Vandeleene.
[4] Lubich C., Palabra de Vida, mayo 1991.
[5] Lubrano P., Un vuelo cada vez más alto, 2003 

sábado, 4 de mayo de 2024

viernes, 3 de mayo de 2024

3 de mayo - Santiago y San Felipe, apóstoles. Copatronos del Uruguay.

Palabra de Vida: “Yo haré todo lo que pidan en mi Nombre” (Juan 14,6-14)

Felipe, que, al igual que Pedro y Andrés, había nacido en Betsaida y era discípulo de Juan Bautista, fue llamado por el Señor para que lo siguiera. 

Santiago, por su parte, era hijo de Alfeo, de sobrenombre “Justo”, considerado en Occidente como el pariente del Señor, fue el primero que rigió la Iglesia de Jerusalén, y cuando se suscitó la controversia sobre la circuncisión, se adhirió al parecer de Pedro, para que no fuera impuesto a los discípulos venidos de la gentilidad aquel antiguo yugo. Muy pronto coronó su apostolado con el martirio (s. I).

Son copatronos del Uruguay, junto a la Virgen de los Treinta y Tres.

“Ámense los unos a los otros” (Juan 15,9-17). Domingo VI de Pascua.

Comentando el pasaje del evangelio de este domingo, se preguntaba una seguidora de este programa: “Entonces ¿éste sería el décimo primer mandamiento?”

Entiendo que cabe la pregunta, porque Jesús dice:

Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado. (Juan 15, 9-17)

Jesús habla claramente de un mandamiento, de un mandamiento suyo: “mi mandamiento”. Y le da una importancia especial: no dice “uno de mis mandamientos”, sino “mi mandamiento”. Le da un lugar central. 

Vamos a recordar de dónde viene lo de los diez mandamientos. En la primera alianza encontramos el Decálogo, es decir “las diez palabras”, lo que solemos llamar “los diez mandamientos”. Los encontramos dos veces: en el libro del Éxodo (20,1-17) y en el del Deuteronomio (5,6-22). 

En los cinco primeros libros de la Biblia, conocidos en conjunto como la Torá, es decir “la Ley”, hay muchos otros preceptos, en hebreo “mitzvot”, que, incluidos los diez, llegan a 613.

Sin embargo, los diez mandamientos se diferencian de los demás. Dios los reveló a su pueblo en la montaña santa y son el testimonio de la Alianza de Dios con su Pueblo. Dice el libro del Éxodo:

Cuando el Señor terminó de hablar con Moisés, en la montaña del Sinaí, le dio las dos tablas del Testimonio, tablas de piedra escritas por el dedo de Dios. (Éxodo 31,18)

Escritas por el dedo de Dios. Los otros preceptos se atribuyen a Moisés. Se reconoce en ellos la inspiración divina; pero aquí se subraya que “las diez palabras” vienen directamente de Dios mismo. Tienen una autoridad diferente, mayor, a la de los otros preceptos.

Tras esa primera alianza, tantas veces quebrantada por el Pueblo, Jesús llega para proponer una nueva y eterna alianza, para todos los pueblos de la tierra. En el marco de esa alianza, la antigua Ley será llevada a su plenitud, es decir a su sentido más profundo. Eso aparece claramente en el evangelio de San Mateo, donde Jesús dice:

No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. (Mateo 5,17)

A continuación, Jesús va comentando algunos de los mandamientos y mostrando como deben ser cumplidos no solo exteriormente, a la letra, sino, sobre todo, también con el corazón, en profundidad.

Asimismo tenemos que recordar la pregunta que se le hace a Jesús sobre cuál es el mandamiento más importante de la Ley (Mateo 22,36). Jesús recuerda dos preceptos. 

El amor a Dios:

Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. (Deuteronomio 6,5) 

Y el amor al prójimo:

Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (Levítico 19,18).

Pero Jesús une los dos mandamientos: “el segundo es semejante al primero”. Por eso, el Decálogo tiene que ser interpretado a la luz de este doble y único mandamiento del amor, que lleva a la plenitud la Ley. Así sentencia san Pablo:

El amor es la plenitud de la Ley (Romanos 13,10)

Muchos más podríamos agregar, ¡el amor a los enemigos…! Pero volvamos al evangelio de este domingo. Vuelve aquí un verbo que ya comentamos el domingo pasado: “permanecer”. Dice Jesús: 

«Como el Padre me amó, también Yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.» (Juan 15,9-17).

Esto nos da un contexto para entender que, aunque Jesús está hablando de “mandamiento”, esto es algo diferente… por eso no hablamos de un “mandamiento once”.

Es diferente, porque la fuerza de ese amor que Jesús nos llama a vivir, no viene de nosotros, viene de Él mismo, viene de su amor. Y su amor viene del Padre. Cuando Jesús dice “como el Padre me amó”, no está haciendo una comparación, como para que podamos seguir un ejemplo. Está diciendo “de la misma manera que el Padre me amó”, “con el mismo amor con que el Padre me amó”, así yo los he amado a ustedes. Y nos llama, ante todo, a permanecer en ese amor que viene del Padre a través de Él. 

Y aquí viene lo de los mandamientos: si cumplen mis mandamientos permanecerán en mi amor. Permaneceremos en el amor de Jesús en la medida en que amemos como Él mismo nos amó. Ahí está el mandamiento.

Pero el amor sobre el que va a insistir Jesús es el amor recíproco, el amor mutuo, porque está hablando a sus discípulos:

«Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que Yo les mando.  (…) Lo que Yo les mando es que se amen los unos a los otros.» (Juan 15, 9-17)

El amor recíproco tiene una paradoja. Por un lado, tiene algo de contrato, de pacto, de alianza: el hombre y la mujer que se unen en el sacramento del matrimonio prometen amarse mutuamente: “amarse y respetarse durante todos los días de su vida”. 

En algunas comunidades y movimientos católicos se ingresa haciendo ese pacto de amor recíproco con los demás miembros. 

Pero, en uno u otro caso, la paradoja está en que el amor que se da no está condicionado. Quien hace el pacto no puede pensar “yo prometo amarte si tú me amas… y si no cumples tu parte, entonces yo tampoco cumplo la mía”. Al hacer Alianza con su pueblo, Dios no condicionó su amor. Dios amó primero. Amarse unos a otros funciona si estoy dispuesto a amar primero, y no a esperar que el otro me ame. Leemos en la primera carta de Juan:

Nosotros amamos porque Dios nos amó primero. (1 Juan 4,19)

Pero ¿qué pasa si no encontramos amor? “Como el Padre me amó a mí, yo los he amado a Ustedes…” Dios nos ha amado primero. Si lo recordamos, si lo sentimos, si nos damos cuenta de esa realidad, podemos también nosotros amar primero.

Es la célebre frase de san Juan de la Cruz, en una de sus cartas:

“Adonde no hay amor, ponga amor, y sacará amor...”
(Carta a la M. María de la Encarnación, OCD, en Segovia, Madrid, 6 julio 1591)

Noticias

Hoy, Domingo 5, en la parroquia de San Jacinto, celebraremos en forma anticipada la memoria del beato Jacinto Vera, en la Misa de las 9 horas. A partir del martes 7 se iniciará la visita de la reliquia del beato en las diferentes capillas de la parroquia.

La reliquia ha estado visitando las comunidades de la parroquia de Canelones. Mañana, lunes 6, en la Catedral, celebraremos por primera vez la memoria de Jacinto Vera, que coincide con el primer aniversario de su beatificación. La Misa será a las 18:30. Los esperamos.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

miércoles, 1 de mayo de 2024

San José Obrero: Promover la vida, don de Dios (Génesis 1,26 - 2,3)

1 de mayo de 2024. Palabra de Vida.

San José Obrero, el carpintero de Nazaret, que con su trabajo remedió las necesidades de María y de Jesús e inició al Hijo de Dios en los trabajos de los hombres. Por esta razón, en este día, en el que se celebra la fiesta del trabajo en muchas partes del mundo, los obreros cristianos honran a san José como modelo y patrono suyo.

 

martes, 30 de abril de 2024

Palabra de Vida: “No se inquieten ni teman” (Juan 14,27-31a)

Martes de la V Semana de Pascua

30 de abril de 2024

Estas meditaciones están destinadas principalmente a las personas internadas en Fazenda de la Esperanza, (comunidad terapéutica para la recuperación de dependencias) pero todos podemos sacar algún provecho de ellas.


lunes, 29 de abril de 2024

30 de abril - 1° de mayo. Saludo de los Obispos uruguayos en el Día de los Trabajadores.

Conferencia Episcopal del Uruguay

Primero de Mayo: saludo de los Obispos uruguayos al mundo del Trabajo

En este día, los Obispos del Uruguay renovamos nuestro reconocimiento y gratitud hacia todos los hombres y mujeres del mundo del trabajo, cuyo esfuerzo cotidiano sustenta la vida en sociedad. Recordamos también al trabajador rural, cuyo día se celebra el 30 de abril; por eso saludamos especialmente a quienes, en la soledad de nuestros campos, a veces enfrentando condiciones climáticas adversas, aportan con su esfuerzo lo necesario para alimentar a nuestro pueblo y ayudan al crecimiento económico del país. Extendemos también nuestro aprecio a los emprendedores del agro y la industria, que pueden constituirse en verdaderos motores de riqueza, prosperidad y felicidad pública.

En este año electoral, que coloca en el horizonte importantes decisiones para el futuro de nuestra nación, nuestra Conferencia Episcopal se une al anhelo colectivo por un compromiso firme de los candidatos en la búsqueda del Bien y por un discernimiento consciente por parte de los votantes, valorando la promoción y el cuidado del trabajo.

El trabajo, en todas sus manifestaciones, sigue siendo un pilar fundamental de la existencia humana. No solo es el medio para asegurar el sustento diario, sino también el sendero que conduce a la realización personal y al bienestar colectivo. El reconocimiento de estos valores son el fundamento de una cultura del trabajo que, en algunos sectores de la sociedad, puede estar desvaneciéndose.

Hoy, la Inteligencia Artificial y otras innovaciones tecnológicas amenazan con reemplazar numerosos empleos, generando incertidumbre y desafíos para muchos trabajadores. En este contexto, instamos al Estado a promover activamente la creación de nuevos puestos de trabajo, fomentando la inversión y el desarrollo en diversas áreas de producción, asegurando al mismo tiempo una remuneración justa para todos los trabajadores.

El impulso hacia el progreso económico no puede desvincularse de la protección de los derechos básicos de los trabajadores y del cuidado de nuestra Casa común. Es crucial que cualquier avance en el ámbito laboral esté acompañado de medidas que salvaguarden la dignidad y el bienestar de todos los hombres y mujeres que contribuyen con su esfuerzo a la construcción del tejido social, en la mutua colaboración.

Hacemos un llamado a la unidad de los Orientales, recordando nuestras raíces y concretando en nuestras acciones los valores de “libertad, justicia y compasión” presentes “en el alma de nuestro pueblo”, como decíamos en un reciente mensaje. Más allá de nuestras diferencias, es esencial que nos unamos en la búsqueda del bien común, priorizando el bienestar de todos por encima de las ventajas personales. Solo así podremos construir una sociedad más justa, solidaria y próspera para las presentes y futuras generaciones.

Que este Día de los Trabajadores sea una oportunidad para reflexionar sobre nuestro compromiso con la dignidad del trabajo y la promoción del bienestar de todos los miembros de nuestra sociedad. Que la solidaridad y el respeto mutuo guíen nuestras acciones en este camino hacia un futuro más justo y equitativo para todos.

Confiamos a la intercesión de San José Obrero, patrono de los trabajadores y a nuestra patrona, la Virgen de los Treinta y Tres, los destinos de nuestra Patria y de cada una de las personas del mundo del trabajo.

Montevideo, 28 de Abril de 2024

+ Arturo Fajardo, Obispo de Salto, presidente de la CEU
+ Cardenal Daniel Sturla, Arzobispo de Montevideo, vicepresidente de la CEU
+ Heriberto Bodeant, Obispo de Canelones, secretario general de la CEU

viernes, 26 de abril de 2024

Palabra de Vida. “No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí” (Juan 14,1-6).

26 de abril de 2024.

Viernes de la IV semana de Pascua.

Estos comentarios son preparados, normalmente, para las meditaciones diarias de los jóvenes de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza, pero todos podemos sacar algún provecho de ellas.


“Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes”. (Juan 15,1-8). V Domingo de Pascua.

Quienes, como yo, crecimos circulando por las rutas de Río Negro, en el litoral uruguayo, nos acostumbramos al paisaje de los trigales… la tierra negra preparada, la llegada de la siembra, las plantitas verdes que van creciendo y espigando y los campos dorados a la hora de la cosecha.

Un día me encontré en un paisaje diferente, de campos anegados con plantas creciendo entre el agua, rodeados por una ingeniería de canales y taipas: los arrozales de Cerro Largo y Treinta y Tres.

Ahora hace tres años que vivo en Canelones y me gusta su paisaje de chacras, de tierra trabajada y cultivada, de huertos de frutales… pero los viñedos y sus hileras llaman siempre mi atención.

Las palabras de Jesús que nos presentan los evangelios están llenas de imágenes relacionadas a la ganadería, al pastoreo, como escuchamos el domingo pasado; pero las que han sido tomadas de la agricultura no se quedan atrás. Cereales como el trigo y otros similares, así como los viñedos, no eran paisajes ajenos a Jesús. No por casualidad nos dejó su presencia bajo los signos del pan y del vino que vienen de esos cultivos.

El domingo pasado Jesús se presentaba como el buen pastor. Hoy comienza diciéndonos:

“Yo soy la verdadera vid” (Juan 15,1-8)

Pensándolo un poco, no deja de ser una comparación un poco extraña… porque la imagen anterior, la del pastor es enormemente dinámica. El pastor que cuida sus ovejas, que las guía hasta las aguadas y los pastos verdes, que las defiende del lobo, que sale a buscar la que se ha perdido…

La vid, en cambio, es una planta, fijada al suelo por sus raíces. Es una imagen completamente distinta. 

Sin embargo, al igual que la figura del pastor recorre toda la Biblia como imagen de Dios que cuida a su pueblo, también la imagen de la vid está presente desde los primeros libros sagrados.

Mirando primero a la vida cotidiana, vemos que la viña era una propiedad especialmente valorada por la familia que la tenía. El primer libro de los Reyes nos cuenta la trágica historia de Nabot, que era dueño de un viñedo vecino al palacio real. El rey Ajab ofreció cambiársela por otra mejor, o pagarle su valor. 

Pero Nabot rechazó la oferta: «¡El Señor me libre de cederte la herencia de mis padres!». (1 Reyes 21,1-3). Para Nabot, la viña no era un medio de producción que puede ser intercambiado, incluso con una buena ganancia: era parte de su historia familiar, algo que lo unía a sus raíces… por eso no quería, no podía, desprenderse de ese bien, que esperaba transmitir un día a sus hijos. 

Jezabel, la malvada esposa del rey, enterada de la negativa, urde una trama que lleva a la muerte de Nabot y a la apropiación de su viña por el rey. Dios hará justicia, pero eso es otra historia.

Pero, más allá del valor que una viña podía tener para sus dueños, en la Biblia la viña es, ante todo, el pueblo de Dios, la Viña del Señor. Esa expresión nos ha quedado en un refrán que todavía usamos: “hay de todo en la viña del Señor”; o sea, hay de todo aún en su pueblo, donde puede darse una historia como la de Ajab, Jezabel y el pobre Nabot.

El salmo 80, que invoca a Dios como pastor, en otra parte lo llama a visitar su viña, es decir, a visitar a su pueblo:

“Vuélvete, Dios de los ejércitos, observa desde el Cielo y mira:
ven a visitar tu vid, la cepa que plantó tu mano.” (Salmo 80,15-16)

A poco que conozcamos la historia de la Salvación, es decir la historia de la relación de Dios con su Pueblo, vemos que ha sido una historia complicada, con muchos momentos en que el Pueblo rompió su alianza con Dios. El profeta Isaías recuerda uno de esos momentos en “la canción de la viña” (capítulo 5), que habla de una plantación que, a pesar de haber sido cuidada con mucha dedicación y cariño, no dio dulces uvas, sino frutos agrios, los frutos de la infidelidad.

Con este trasfondo se presenta Jesús como “la Vid verdadera”. Es que Él viene a restablecer la alianza de Dios con los hombres; no la primera, únicamente con el Pueblo de Israel, sino con toda la humanidad, con todos los pueblos de la tierra.

“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos”. (Juan 15,1-8)

En estas palabras Jesús establece su relación con nosotros y la de nosotros con él. Los sarmientos son las ramas de la vid, que solo pueden crecer recibiendo de ella la savia. Por eso, hay un verbo que se repite a lo largo de esta gran alegoría que presenta Jesús: permanecer.

Permanezcan en mí, como Yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
El que permanece en mí, y Yo en él, da mucho fruto (…)
Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca (…)
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. (Juan 15,1-8)

Permanecer tiene muchos significados. Puede entenderse como no moverse, quedarse siempre en el mismo lugar, mantener la misma actitud, no cambiar… Pero se trata de permanecer en Jesús. Esa fue la experiencia de los discípulos: estar con él. Detenerse con él, cuando había que hacer un alto en el camino y caminar con él, seguir a su lado cuando retomaba la marcha.

Pero fundamentalmente, se trata de permanecer más allá de todo lo que pueda pasar, porque es permanecer en su amor, sostenidos por su amor. Otra vez recurrimos a San Pablo, que nos habla desde su propia experiencia espiritual:

“Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Filipenses 4,13)

“Todo lo puedo”: todo lo bueno, todo lo que tengo que hacer en el seguimiento de Jesús, en el trabajo por su Reino. 

Permanecer en Jesús es vivir en la esperanza, una esperanza que está más allá de todas nuestras limitaciones humanas, más allá de nuestra vida misma, porque es una esperanza de eternidad. Permanecer en Jesús: desde ahora y para siempre.

Noticias

El próximo miércoles es primero de mayo, Día de los trabajadores y fiesta de San José Obrero. En nuestra Diócesis hay dos parroquias que lo tienen como patrono: Montes y Paso Carrasco. También las capillas de San José de los Troncos, en Canelones; San José de los Obreros, en Parque del Plata Norte y San José Obrero en Cassarino, parroquia de Joaquín Suárez.

El sábado 4 y domingo 5 se realizará en nuestra diócesis la colecta para el sostenimiento del Seminario. Agradezco a todos su colaboración.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. 

jueves, 25 de abril de 2024

San Marcos Evangelista. “Descarguen en Él todas sus inquietudes” (1Pedro 5,5b-14)

25 de abril de 2024.

Palabra de Vida.

Fiesta de san Marcos, evangelista, que en primer lugar siguió a san Pablo, en Jerusalén, en el trabajo apostólico y más adelante siguió los pasos de san Pedro, que lo llama su hijo. Se dice que su evangelio recogió la catequesis de Pedro a los romanos y que fue el quien instituyó la Iglesia de Alejandría (s. I). 

miércoles, 24 de abril de 2024

Palabra de Vida: Permanecer en la Luz (Juan 12,44-50)

Miércoles de la cuarta semana de Pascua.

24 de abril de 2024. 

martes, 23 de abril de 2024

Palabra de Vida: “Mis ovejas escuchan mi voz” (Juan 10,22-30)

Martes de la cuarta semana de Pascua.

23 de abril de 2024.

 

sábado, 20 de abril de 2024

Palabra de Vida: ¿A quién iremos? Él es nuestra Esperanza (Juan 6,60-69)


Sábado de la tercera semana de Pascua.
20 de abril de 2024.
Tomado del Papa Benedicto XVI, Spe salvi, Nº 31

 

“¡Levantemos el corazón!” Carta Pastoral del Obispo de Canelones con motivo del Año Vocacional Nacional.


2025 Año Jubilar “Peregrinos de Esperanza”
2024 Año de la oración, en preparación al Año Jubilar
2024 Año vocacional en Uruguay: “¡Ánimo, levántate, Él te llama!” (Marcos 10, 49)
2024 Visita de la reliquia del beato Jacinto Vera en la Diócesis de Canelones

“¡Levantemos el corazón!”

Carta Pastoral del Obispo de Canelones con motivo del Año Vocacional Nacional

1. Pongámonos en oración

Queridos diocesanos:

“¡Levantemos el corazón!” es la invitación que nos hace el sacerdote, al comenzar uno de los momentos más importantes de la Misa. “¡Lo tenemos levantado hacia el Señor!” es la respuesta de la comunidad. Levantar el corazón al Señor, levantar el corazón al Padre, es la actitud necesaria para quien quiera ponerse en oración.

El Papa Francisco nos invita a hacer de 2024 un año de oración en preparación al Jubileo de 2025. 

Los Obispos uruguayos hemos convocado a un año vocacional y en él la oración tiene un lugar central. Todos recordamos las palabras de Jesús:

“La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos.
Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.” 
(Mateo 9,37-38 y Lucas 10,2).

Ante la falta de obreros, el Señor nos exhorta a orar, a levantar el corazón hacia el dueño de los sembrados. Levantar el corazón al Padre.

2. Dejémonos urgir

En estos días los viñedos de Canelones y de algunos otros lugares del país están concluyendo los trabajos de la vendimia, no sin pasar por algunas dificultades. Muchos hombres y mujeres se han desplazado de un lugar a otro para sumarse a la recolección de los racimos.

La cosecha es una actividad que tiene su momento preciso. Y cuando llega ese momento, hay que recoger lo producido porque si no, se pierde.

Por eso cuando Jesús habla de cosecha, él siente esa urgencia. Si no hay obreros, hay almas que se pierden. Por eso nos urge a levantar el corazón a Dios y pedir que envíe trabajadores.

3. Oremos con la madre de Samuel…

En la Palabra de Dios encontramos muchos modelos de oración y de personas orantes. Los invito a que contemplemos la oración de una mujer: Ana, que encontramos al comienzo del primer libro de Samuel (1,1-18).

Ana es una mujer que sufre mucho, porque no ha podido tener hijos. En una peregrinación al santuario, ella “con el alma llena de amargura, oró al Señor y lloró desconsoladamente”; “oraba en silencio; sólo se movían sus labios, pero no se oía su voz”. Esto hizo pensar al sacerdote, que había estado observándola, que Ana estaba en estado de ebriedad y la increpó para que saliera del santuario.

Pero Ana pudo explicarse: esto “ha sido por el exceso de mi congoja y mi dolor”. El sacerdote, entonces, le dijo: “Vete en paz y que el Dios de Israel te conceda lo que tanto le has pedido”. Y así fue. Ana marchó en paz y su oración fue escuchada. Y fue la madre de quien sería el profeta Samuel.

Leamos despacio -luego- este comienzo del primer libro de Samuel. Dejémonos conmover por la súplica de Ana. Tal vez nuestros sentimientos no lleguen a esos extremos de amargura, desconsuelo, congoja, dolor… pero contemplando a Ana podemos también encontrarnos nosotros mismos, en algunas situaciones que vivimos.

4. … pidiendo hijos para el Uruguay y para la Iglesia

En Ana podemos encontrarnos como pueblo uruguayo que ve disminuidos sus hijos. Son los datos del Censo. El crecimiento de la población del Uruguay ha sido ínfimo y no se debe tanto al número de nacimientos, que ha decrecido, como a la llegada de inmigrantes, sobre todo de otros países de América Latina. En la esterilidad de Ana se refleja la esterilidad que va ganando a parte de nuestro pueblo, que, por distintas razones no llama a la vida nuevos hijos. Esto genera varios sentimientos que pueden no ser los mismos de Ana, pero son también de sufrimiento.

Y en Ana también podemos encontrarnos como Iglesia que peregrina en Uruguay. Sin negar signos de vida ni motivos de alegría, como se dio en muchas ocasiones el año pasado, con la beatificación de Jacinto Vera y en varios acontecimientos de la vida de nuestras diócesis, hay una realidad que nos interpela fuertemente, y es el decrecimiento de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. 

En este año, por primera vez en mucho tiempo, el Seminario Interdiocesano no recibió ningún ingreso. Desde hace tiempo los ingresos venían siendo muy pocos; pero este año el número fue cero. Aquí también se refleja la esterilidad de Ana. 

La Iglesia engendra menos hijos y eso también se refleja en las estadísticas. Disminución, desde hace años, del número de nuevos bautizados, de los niños en catequesis, de las confirmaciones, de la participación en la Misa dominical, de los matrimonios… Algunas comunidades escapan a esta realidad y están llenas de vida; pero muchas otras ven el paulatino envejecimiento de sus miembros que, poco a poco, van partiendo a la Casa del Padre dejando vacío un lugar que ya nadie ocupa.

Entonces, levantemos el corazón, cumplamos la indicación del Señor y elevemos nuestra oración al Padre. Ahora bien ¿Cómo pedir? ¿Qué pedir?

5. Oremos de verdad

¿Cómo pedir? De nuevo, contemplemos a Ana en su súplica. Ana no está “haciendo los deberes”. Está orando de verdad, abriendo su corazón delante del Señor, confiándose a Él, al Dios de Consuelo y de Misericordia. Podemos rezar de muchas maneras: desgranando las cuentas del Rosario, en adoración ante el Santísimo Sacramento, en la lectura orante de la Palabra de Dios, como comunidad reunida en la Eucaristía, en el comienzo o el final de una reunión pastoral. Puede ser la oración por las vocaciones, un Padrenuestro, un Avemaría o una oración espontánea. No faltarán propuestas de vigilias y otros momentos de oración que nos ofrecerá la Pastoral Vocacional… pero no puede faltar en ninguno de esos momentos nuestra confianza, nuestro corazón puesto en cada palabra que dirijamos al Señor, ya sea a solas con Él o como comunidad reunida en oración.

6. Pidamos obreros

¿Qué pedir? Pedir al Padre que envíe trabajadores, es lo que indica Jesús. Las oraciones que han sido preparadas para pedir por las vocaciones han ido incluyendo diferentes vocaciones de servicio y de consagración dentro de la Iglesia. Todos son “trabajadores” y todo hay que pedirlo: fieles laicos que vivan su compromiso cristiano en la Iglesia y en el Mundo; matrimonios que formen familias cristianas; misioneros, catequistas, ministros laicos; hombres y mujeres que se consagren a Dios en un carisma con los votos de pobreza, obediencia y castidad; diáconos permanentes, sacerdotes… Sentimos especialmente la falta de sacerdotes y de personas consagradas y por eso, en este año, queremos pedirlo fervorosamente.

7. Pidamos por nuestra comunidad

Sin embargo, la oración tal vez tiene que empezar pidiendo por la propia Iglesia, desde la comunidad de la que hacemos parte.

Que cada comunidad pida al Señor ser una comunidad orante y misionera, fraterna y servicial, donde cada persona sea importante, desde los más pequeños a los mayores en edad.

Una comunidad que se sienta en su conjunto responsable de la catequesis como introducción a la vida cristiana.

Una comunidad donde haya lugar para los niños, adolescentes y jóvenes. Los jóvenes necesitan espacio… y tiempo. Hay jóvenes en las parroquias donde hay adultos dispuestos a “perder el tiempo” con ellos, a escucharlos, a acompañarlos. Y allí donde hay jóvenes, llegan otros jóvenes.

8. Pidamos auténticas vocaciones

Las auténticas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada surgen en el seno de una comunidad viva, que no está cerrada sobre sí misma, sino atenta al anuncio del evangelio y al servicio de los pobres.

Son elementos a tener en cuenta en el discernimiento de las vocaciones de especial consagración: la participación consecuente en la vida de una comunidad, los vínculos sanos con los hermanos y hermanas, la actitud de servicio, junto con la vida espiritual y la oración personal. 

La respuesta al llamado es personal, tal como lo refleja la historia de la vocación de Samuel, el hijo de Ana (I Samuel, capítulo 3). Personal, pero no individualista, sino en el marco de una vida de familia, de comunidad, de pertenencia al Pueblo de Dios. Deben ser discernidas con mucho cuidado las presuntas vocaciones que aparecen como “sueltas”, sin el marco de una comunidad y que pueden responder más a una necesidad de protagonismo, a un falso mesianismo o aún a un narcisismo.

9. Crezcamos en la unión con Cristo Esposo

Es el momento de retomar la historia de Ana, ya que hemos mencionado a su hijo. El esposo de Ana se llamaba Elcaná y él tenía siempre con ella una atención especial “porque la amaba, aunque el Señor la había hecho estéril” (v. 5). Al regreso de su peregrinación, nos cuenta el libro de Samuel: 

“Elcaná se unió a su esposa Ana, y el Señor se acordó de ella. Ana concibió y a su debido tiempo dio a luz un hijo, al que puso el nombre de Samuel, diciendo: «Se lo he pedido al Señor».” (1,19-20). 

Cumpliendo su promesa, Ana llevó a Samuel, entregándolo a Dios para el servicio del templo. Más adelante Ana “concibió y dio a luz tres hijos y dos hijas. (2, 21)

No basta la oración de la mujer para que ella pueda ser madre. Si vemos a nuestra comunidad reflejada en la oración de Ana, para que su vientre sea fecundo nuestra comunidad ha de unirse a su esposo. Y el esposo es Cristo.

Cristo es el esposo que ama a la Iglesia, que entregó su vida por ella, como lo recuerda san Pablo a los Efesios:

“Maridos, amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla. El la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada” (Efesios 5, 25-27).

El mismo Pablo muestra su celo como amigo del Esposo, que quiere llevar ante Él una novia pura:

“Yo estoy celoso de ustedes con el celo de Dios, porque los he unido al único Esposo, Cristo, para presentarlos a él como una virgen pura” (2 Corintios 11, 2).

Como comunidad, necesitamos estar con el Esposo. Necesitamos estar con Jesús: en la escucha de su Palabra, en la oración, en los sacramentos, en el servicio al hermano pobre y necesitado, donde Él también está presente.

Creciendo cada día en la unión con Cristo, personalmente y en comunidad, el Señor nos dará 

“comunidades cristianas vivas, fervorosas y alegres, que sean fuentes de vida fraterna y que despierten entre los jóvenes el deseo de consagrarse a [Él] y a la evangelización” (Papa Francisco, Jornada mundial de oración por las vocaciones, 2017).

10. Recibamos la visita del beato Jacinto…

Para acompañarnos en la oración, visitará nuestras comunidades, a lo largo del año, una reliquia del beato Jacinto Vera. De esta forma sentiremos de nuevo la cercanía del antiguo párroco de Canelones, luego Obispo, que recorrió muchas veces nuestro departamento en sus visitas pastorales. Hagamos esto con tiempo, sin apuros, de modo que la reliquia pueda detenerse y ser motivo de reunión para la oración, no solo en las iglesias parroquiales, sino en cada capilla u oratorio, así como en los centros de educación católica, o en todo lugar donde sea oportuno y adecuado.

11. … y confiémonos a nuestra Madre.

El año vocacional culminará con la Peregrinación Nacional a la Virgen de los Treinta y Tres, en Florida, el domingo 11 de noviembre. De más está decir que estamos todos invitados a llegar ese día al altar de la Patria y unirnos allí en oración ante nuestra Madre.

Nos confiamos al Padre de la Iglesia que peregrina en Uruguay, el beato Jacinto Vera y a la Madre y patrona de nuestra Diócesis, Nuestra Señora de Guadalupe.

Hermanos y hermanas: ¡levantemos el corazón! Que el Señor reciba nuestras súplicas y derrame sobre nosotros su bendición.

+ Heriberto, obispo de Canelones
Canelones, Miércoles Santo, 27 de marzo de 2024. 

viernes, 19 de abril de 2024

Los "Retiros Parroquiales Juan XXIII" en Canelones volvieron... ¡y volverán!


Los Orígenes

El Movimiento de Retiros Parroquiales Juan XXIII surgió en 1973, en Puerto Rico, en la Diócesis de Arecibo, fundada por "el Papa Bueno" en 1960.
En el barrio de Sabana Hoyos había una capilla a la que acudía muy poca gente. Eso movió a un laico, Nelson Rivera Beauchamp, a buscar, con el apoyo de su párroco, alguna forma de acercar a los más alejados, especialmente los jóvenes. Así se hizo el primer retiro, en el galpón de una granja de cría de pollos, con 24 jóvenes, la mayoría de ellos drogadictos.
El Movimiento se fue configurando y extendiendo, primero por Puerto Rico y luego por varios países de América Latina y en los Estados Unidos. Su objetivo es "llamar a la conversión a las personas que están alejadas o al margen de la Iglesia" y su principal medio para ello son los retiros de tres días de duración: los "Retiros Parroquiales Juan XXIII".

La llegada a Canelones

En 2019 se realizaron los primeros retiros: uno de Hombres y otro de Mujeres, de forma simultánea, en Villa Guadalupe. Numerosos retiristas acudieron de distintos países para colaborar en esos comienzos. La continuidad quedó frustrada con la pandemia.

Y volvieron...

El año pasado, una delegación de retiristas vino a Canelones para entrevistarse con Mons. Heriberto. El Obispo los escuchó y los invitó a participar en una reunión del Consejo de Presbiterio, para presentar el proyecto. El párroco de Pando, el P. Luis Eduardo, se manifestó dispuesto a recibirlos.
Es así como el 13, 14 y 15 de abril diez Mujeres y diecinueve Hombres vivieron esta experiencia de encuentro con Jesucristo, que habla por medio de su Palabra y del testimonio de los hermanos.
Los y las participantes fueron acompañados por los y las retiristas "veteranos" que llegaron principalmente desde Colombia, pero también de Perú y los EE.UU. para apoyar el evento.

¡... Y volverán!

Para que no se enfríe lo que se ha comenzado, ya hay fecha reservada para el próximo Retiro, en Villa Guadalupe: viernes 29 de noviembre a domingo 1° de diciembre de este año.  

Palabra de Vida: Vivir en Jesús (Juan 6,51-59)

Viernes de la tercera semana de Pascua.

19 de abril de 2024. 

jueves, 18 de abril de 2024

«Doy mi vida por las ovejas» (Juan 10,11-18). IV Domingo de Pascua: Jesús, Buen Pastor.

Hoy se celebra en todo el mundo la Jornada de oración por las vocaciones sacerdotales, religiosas y de especial consagración. En Uruguay estamos en un Año Vocacional, pensando, especialmente, en esas vocaciones.

En el mundo, el número de sacerdotes viene bajando. A fines de 2022 había 407.730 presbíteros, para 1390 millones de católicos. Eso da un promedio de un sacerdote cada 3400 católicos. En relación a la población mundial hay, aproximadamente, un sacerdote católico cada 20.000 habitantes.

En Canelones sentimos la falta de sacerdotes. Nuestra diócesis tiene 34 parroquias y más de 100 capillas. Todas atendidas de alguna forma; pero 12 parroquias no cuentan con sacerdote residente. Los diocesanos son apenas 15 y los religiosos y misioneros otro tanto: 30 en total. 

Canelones tiene unos 600.000 pobladores. Eso da un sacerdote cada 20.000 habitantes, la misma proporción mundial. Claro que no todos los canarios son católicos. Las encuestas nos dicen que los que así se declaran son alrededor de un tercio de los habitantes. Eso da un sacerdote cada 6.600 fieles. 30 son pocos. Algunos ya son mayores. Varios tienen que cuidar su salud… Demos gracias por su presencia y por su entrega de cada día en el servicio a Dios en los hermanos.

Igual situación presentan las otras diócesis del Uruguay. Este año no hubo ningún ingreso al Seminario Interdiocesano. Allí hay 14 seminaristas. Uno solo de Canelones. Otras diócesis no tienen ninguno. Fue esa señal la que motivó este año vocacional.

El Pueblo de Dios vivió situaciones muy críticas, como la que se resume en el cántico de Azarías (Daniel 3,25-45). Allí se dice:

“Ya no hay más en este tiempo, ni jefe, ni profeta, ni príncipe, ni holocausto, ni sacrificio, ni oblación, ni incienso, ni lugar donde ofrecer las primicias, y así, alcanzar tu favor.” (38-39)

Exiliados en Babilonia, los israelitas ya no contaban con el templo y no podían ofrecer sacrificios. Pero ahí descubrieron un sacrificio mucho más valioso que el de terneros y ovejas. Reconocieron sus pecados, pidieron perdón y aprendieron a presentar como ofrenda su corazón contrito y su espíritu humillado:

“Que así sea hoy nuestro sacrificio delante de ti, y que nosotros te sigamos plenamente, porque no quedan confundidos los que confían en ti.” (40)

Aquel exilio terminó; los israelitas volvieron a su tierra y reconstruyeron el templo. Pero antes de volver a ofrecer sacrificios, se reencontraron con la Palabra de Dios. Volviendo a escuchar al Señor, renovaron su alianza con Él y recomenzaron su vida de fe. 

Momentos como el que vivimos nos llaman siempre a recomenzar, a volver de corazón a Jesús y a su Evangelio. Esa ha sido la forma en que la Iglesia ha superado las muchas crisis que se sucedieron a lo largo de dos milenios.

Por eso, hoy más que nunca, contemplemos a Jesús que nos dice:

«Yo soy el buen Pastor» (Juan 10,11-18)

Así se presenta Él, con una imagen que encuentra resonancias en toda la Biblia. 

Todos conocemos el salmo que comienza diciendo

“El Señor es mi pastor, nada me puede faltar” (Salmo 23,1)

Hay otro salmo, donde Dios es invocado de esta manera:

“Escucha, Pastor de Israel, tú que guías a José como a un rebaño (…)
reafirma tu poder y ven a salvarnos.” (Salmo 80, 2-3)

Los profetas recurrieron a la imagen del pastor para expresar la relación de Dios con su Pueblo. Isaías describe su ternura:

“Como un pastor, él apacienta su rebaño, lo reúne con su brazo; lleva sobre su pecho a los corderos y hace recostar a las que han dado a luz.” (Isaías 40,11)

Y el profeta Jeremías nos anima con esta promesa de Dios:

«Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas (…) Yo suscitaré para ellas pastores que las apacentarán.» (Jeremías 23,3-4)

En el pasaje del evangelio que escuchamos este año, Jesús explica qué significa ser el buen pastor. En primer lugar:

«El buen Pastor da su vida por las ovejas.» (Juan 10,11-18)

Se diferencia así del asalariado, que las abandona y huye ante el peligro.

Una segunda característica del buen Pastor es el conocimiento de los suyos:

«Conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí, como el Padre me conoce a mí y Yo conozco al Padre.» (Juan 10,11-18)

Ese conocimiento no es superficial. Jesús conoce el corazón humano:

“… no necesitaba que le informaran acerca de nadie: él sabía lo que hay en el interior del hombre.” (Juan 2,25)

En Jesús está ese conocimiento en profundidad… pero cuando él dice que sus ovejas lo conocen, nos está invitando a que eso se haga verdad para nosotros, a que lo conozcamos más y más cada día. Que crezcamos en la intimidad con Él, a partir de la escucha de su Palabra, de la oración y de los signos de su amor. Jesús pone un listón muy alto para medir ese mutuo conocimiento: “como el Padre me conoce a mí y Yo conozco al Padre”. No existe conocimiento más profundo, comunión más perfecta, que la que hay entre el Padre y el Hijo. Y A eso estamos llamados.

En tercer lugar, el buen pastor da su vida libremente, porque se trata de una entrega de amor. Amado por su Padre, amando al Padre y a sus hermanos, Jesús entrega su vida:

«El Padre me ama porque Yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre.» (Juan 10,11-18)

Recobrarla, recobrar la vida entregada, significa que el destino de aquel que da la vida no es la muerte, sino la vida en plenitud. Pero dar la vida es la condición para recuperarla. Así lo expresa Jesús en otro pasaje de este evangelio, cuando dice:

«El que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.» (Juan 12,25)

Todo esto que Jesús dice de sí mismo, se aplica al ministerio de los sacerdotes… Con toda nuestra indignidad y nuestra fragilidad humana, estamos llamados a ser presencia de Jesús Buen Pastor para nuestros hermanos. Esa es una de nuestras peticiones cuando rezamos y cuando pedimos que recen por nosotros: que podamos configurar nuestro corazón con el de Jesús, Buen Pastor.

Pero esto también se aplica a todos los fieles. San Juan Pablo II, en visita a una parroquia de Roma, decía:

“Cada cristiano, en virtud del bautismo, está llamado a ser él mismo un "buen pastor" en el ambiente en que vive. [En la familia] en la escuela, en el trabajo, en los lugares de juego y de tiempo libre, en los hospitales y donde se sufre, trate siempre cada uno de ser "buen pastor" como Jesús.” (6 de mayo de 1979).

Retiros Parroquiales Juan XXIII en Canelones

El fin de semana pasado volvieron a nuestra Diócesis los Retiros Parroquiales Juan XXIII, que se iniciaron antes de la pandemia. Villa Guadalupe recibió a estos hombres y mujeres que se animaron a encontrarse con Jesús a lo largo de tres días. Posiblemente se repitan antes de fin de año. Ya les contaremos.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Recemos hoy por los sacerdotes y por los jóvenes que están sintiendo el llamado de Jesús. Que tengan la valentía de escucharlo y de responderle. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. 

Palabra de Vida: Comprender la Palabra (Hechos 8,26-40)

Jueves de la tercera semana de Pascua.

18 de abril de 2024.

miércoles, 17 de abril de 2024

Canelones se prepara para recibir la reliquia del Beato Jacinto Vera.


A partir del miércoles 24 de abril, la reliquia del beato Jacinto Vera estará recorriendo las capillas de la parroquia catedral Nuestra Señora de Guadalupe. Visitará también las instituciones de Educación Católica.

La visita culminará con la celebración, por primera vez, de la Memoria del beato, en el primer aniversario de su beatificación, el 6 de mayo a las 18:30, en la iglesia Catedral.

Palabra de Vida: Vengan a Mí (Juan 6,35-40)


Miércoles de la tercera semana de Pascua.
17 de abril de 2024.
Ilustración: "Jesús Pan de Vida", obra de la artista argentina Elizabeth Alves.

lunes, 15 de abril de 2024

Palabra de Vida: Buscar el Pan de Vida (Juan 6,30-35)


Martes de la tercera semana de Pascua.
16 de abril de 2024.

domingo, 14 de abril de 2024

Libertad, justicia y compasión en el alma de nuestro pueblo. Mensaje de la Conferencia Episcopal del Uruguay.


Los Obispos del Uruguay queremos compartir estas reflexiones, en este tiempo electoral que se abre, para contribuir, desde nuestra perspectiva, al discernimiento de los fieles y de nuestras comunidades cristianas. 

Nuestro deseo es mirar más allá de las próximas instancias electorales; encontrar en nuestras raíces los valores que han forjado nuestra identidad nacional y  configuran el alma de nuestro pueblo. Asimismo queremos ayudar a valorar la importancia del sentido de la vida, compartir las problemáticas emergentes de nuestra realidad y animar a la búsqueda de esa verdad que da fundamento a la dignidad de toda persona humana y que nosotros encontramos en Jesucristo muerto y resucitado. 

1 – La alegría de ser uruguayos

Nos da alegría pertenecer a este pueblo, orientales o uruguayos. Habitamos en esta orilla del río Uruguay y del Plata que nos separa de nuestros hermanos argentinos y tenemos una frontera desdibujada con el otro coloso de nuestro continente, el hermano pueblo del Brasil. Sabemos que nuestra independencia fue fruto de un conjunto de factores que descubrimos en nuestra historia y que tuvieron en la “redota” de 1811, bautizada como “Éxodo del pueblo oriental”, un episodio clave donde se fue forjando una nueva nación, la conciencia de ser un pueblo que había elegido a su jefe, y que, a su modo, tenía una identidad propia. 

Este ser orientales y luego uruguayos tiene sus raíces en nuestra ubicación en la frontera de dos imperios, en la rivalidad de puertos, en la fertilidad de nuestros campos, en la riqueza ganadera que aportaron los españoles. Esta identidad se fue consolidando en las luchas de la independencia, en las gestas de nuestros héroes y también en los desencuentros y encuentros que marcaron desde el inicio nuestra historia. 

A la matriz india, con la contribución sustancial de los pueblos guaraní-misioneros, se sumaron los aportes españoles, la forzada llegada de africanos y, ya poco después de la independencia y durante un siglo, el arribo de inmigrantes de distintas partes de Europa, así como de pequeñas colonias de muy diversas naciones del mundo. Se fue conformando así nuestra identidad y nuestra idiosincrasia y, en medio del dolor de guerras civiles donde las fronteras se desdibujaban, se fue consolidando nuestro ser nacional. 

La Iglesia fue partera de la patria. Estuvo presente desde la llegada, hace 500 años, de los primeros españoles. Fue factor de civilización y progreso: desde el norte, con el influjo de las misiones jesuíticas y desde el sur con los franciscanos y dominicos haciendo los primeros intentos de reducciones, enseñando los rudimentos de la domesticación del ganado y de la agricultura, impulsando las primeras industrias, trayendo poco después las primeras escuelas y acompañando la vida de los pobladores que trajeron la cristiandad de matriz hispánica a nuestro suelo. 

En nuestra historia destaca la figura de José Artigas. Los orientales nos sentimos herederos de su legado. Fue un héroe derrotado y, sin embargo, lo reconocemos como quien dio cauce a los sentimientos e ideales que nos forjaron como pueblo, como nación. La herencia artiguista está imbuida de sentido cristiano: soberanía de los pueblos, libertad, justicia, compasión con los más pobres. Su figura destaca entre los héroes de América. Formado en la escuela franciscana de Montevideo, el espíritu de san Francisco lo acompañó desde la cuna. 

Herederos de Artigas, amantes de la libertad, hemos construido y, en estos últimos cuarenta años, consolidado, la democracia más plena de América Latina, el país con mejor distribución de la riqueza y con menor corrupción de nuestro sufrido continente. Sabemos que son muchos los desafíos que tenemos y sobre los que queremos decir nuestra palabra, pero no podemos dejar de sentir la alegría de ser uruguayos y de expresar nuestro amor a esta tierra y a nuestra gente. 

2 – Un país construido en base a acuerdos y diálogos

El epitafio de la tumba del Pbro. Dámaso Antonio Larrañaga en la catedral de Montevideo fue escrito por el Prof. Juan Pivel Devoto. Al final dice: “El culto a su memoria armoniza los sentimientos colectivos”. Larrañaga fue un hombre de su tiempo y un sacerdote cabal. Una figura estupenda que reunía en sí al ilustrado y al científico, al educador y al legislador, al hombre político y al formador de generaciones. Sus opciones políticas a lo largo de su vida son discutibles; pero su amor a la patria y a su gente, su pasión por el progreso de sus habitantes fue una constante. A su muerte, en 1848, el Uruguay naciente estaba en plena Guerra Grande. Se detuvieron las hostilidades para que, tanto el gobierno de la Defensa como el del Cerrito, pudieran rendir homenaje al primer Vicario Apostólico. 

Esta figura de nuestra historia, con sus generosos aportes y sus contradicciones, sin identificación partidaria, nos ayuda a levantar la mirada y percibir que en nuestra más profunda identidad como nación está el acordar, dialogar, llegar a consensos, amnistiar, perdonar, buscar lo mejor para el país y su gente. Nuestros conflictos y guerras civiles, algunos extremadamente duros, dejaron el dolorosísimo recuerdo del enfrentamiento entre hermanos y, al mismo tiempo, al llegar la paz, dieron lugar a que aflorara la magnanimidad, sin la cual es imposible la convivencia en una sociedad fracturada. 

Las rivalidades de nuestros caudillos dieron cauce también a estilos, modos de pensar y de actuar, miradas diversas sobre el mundo y nuestra historia, sensibilidades que tenían que ver con nuestra raíz más hispánica o más cosmopolita. En ese tiempo de fronteras no totalmente definidas, nuestros enfrentamientos se entremezclaban con los de nuestros vecinos; pero la identidad nacional se fue consolidando frente a los que dudaban de nuestra viabilidad. Los uruguayos fuimos, finalmente, capaces de ir delineando nuestros destinos y de ir afirmando nuestro ser nacional, abierto al flujo de inmigrantes que enriquecía nuestro andar. 

La Iglesia acompañó la marcha de nuestro país, primero como Iglesia oficial y luego a la intemperie con respecto al Estado. En 1878 se creó la diócesis de Montevideo y su primer obispo, el beato Jacinto Vera, fue el prototipo de la Iglesia consustanciada con el país, promotora de la paz, impulsora de la educación, servidora de los pobres, cercana a todos. 

En el Uruguay del siglo XX hubo pasos importantes de progreso económico y social, consolidación de las instituciones, avances en la legislación, desarrollo del movimiento sindical y sesenta años de paz. La Constitución conoció diversas reformas. Todas ellas se realizaron mediante acuerdos políticos. 

Las décadas del 60 y del 70 del siglo pasado estuvieron caracterizadas por el desencuentro entre los uruguayos: crisis económica y social, guerrilla, dictadura. Años de sufrimientos con heridas que siguen abiertas. El retorno a la democracia, en 1985, fue ampliamente celebrado por la mayoría de nuestro pueblo y abrió este tiempo marcado por la consolidación democrática, la rotación de los partidos en el poder y la diversidad de acuerdos que han ido pautando nuestro ser como nación. 

Cuando el pasado año 2023, a cincuenta años de la ruptura institucional, se realizaron diversos actos donde participaron el presidente de la república y ex presidentes de los distintos partidos, manifestando sus diversas visiones con respeto y cordialidad, vimos un reflejo del Uruguay que la gran mayoría de los orientales queremos: un país de cercanías, de acuerdos, de búsqueda del bien común, de respeto por el otro. 

“La paz es artesanal”, gusta decir el papa Francisco, indicando así que es una tarea que implica la participación de todos y un compromiso personal con su consolidación. Nunca nos arrepentiremos de los pasos que demos para buscar el encuentro, el acuerdo, y, si fuera necesario, el perdón. La magnanimidad es un atributo necesario a la hora de construir juntos un país. La paz social está en juego toda vez que expresamos con agresividad lo que pensamos y creemos, así como cuando juzgamos y condenamos las opiniones y visiones ajenas, movidos más por prejuicios que por sólidos argumentos.

Tenemos los fantasmas que vienen de nuestro pasado para recordarnos lo que es un Uruguay dividido; pero también la realidad de países donde el enfrentamiento es norma, que nos sirve de espejo de lo que no queremos ser. Por eso, frente a una nueva instancia electoral, la invitación que hacemos los obispos es recoger lo mejor de nuestra historia, levantar nuestra mirada y cuidar el alma del país

3 – Cuidar el alma del país: libertad, justicia y compasión. 

El Uruguay se ha ido formando desde diversas tradiciones, pero con una columna fundamental judeocristiana, hispánica e ilustrada, que configuró una sociedad horizontal, igualitaria, respetuosa del pluralismo. El alma de un país son los valores intangibles que dan sentido a los esfuerzos colectivos y que sostienen la convivencia y la construcción del futuro. Si esos valores se olvidan y se descuidan, se quita el fundamento que hace posible la construcción de una vida en común. 

La dignidad de la persona humana es el fundamento sobre el que se construye la vida de una sociedad que quiere respetar los derechos de las personas y es el criterio clave de todo proyecto cultural, social y económico. Encuentra su cimiento en la fe en Dios creador y es un patrimonio común de la humanidad. 

Los uruguayos cuidamos y defendemos la libertad, pero una libertad inseparable de la responsabilidad y de la justicia; porque, si se separan, la libertad deriva en individualismo feroz, en libertinaje sin más horizonte que el propio capricho y en una creciente desconfianza social. La confianza es fundamental para vivir juntos, aun con nuestras diferencias. La confianza hace posible la política, la economía y la vida cotidiana junto a otros. 

El ideario artiguista pone entre nosotros con fuerza el ideal de la justicia. Sabemos que se concretiza en la medida que una sociedad es capaz de realizar las condiciones que hacen posible a las personas y a las  comunidades desarrollar lo que se corresponde con su naturaleza y su vocación. 

La tradición judeocristiana construyó el valor de la compasión, del cuidado de los más pobres y los más vulnerables. Este patrimonio está en nuestra Constitución, en la Declaración Universal de Derechos Humanos y en las bases políticas de nuestra democracia. Una cultura del cuidado es la que hace que una sociedad proteja a los más débiles y respete la dignidad inviolable de todo ser humano, no solo auxiliando sus necesidades inmediatas sino ayudándoles a alcanzar los medios para su propio desarrollo. 

La protección de la vida está unida a la dignidad de toda persona humana y ha sido siempre un fundamento clave de nuestra civilización. Hoy, ya erosionado y relativizado, pone en peligro los cimientos de los derechos y del bien común. Porque si la vida de algunos vale menos, si se la puede descartar por no ser deseada o por considerarse inútil, ¿cómo se puede seguir protegiendo los derechos humanos, si aquellos que son fundamentales son relativizados al interés utilitarista de una cultura que desprecia la debilidad y la dependencia?

Uruguay ha sido siempre una sociedad solidaria que, bajo la avalancha cultural narcisista e individualista, corre el riesgo de perder su mayor riqueza: la calidad humana, que no olvida a los demás y siempre tiende la mano al que está necesitado. Solo apostando a mejorar humanamente podemos construir un futuro mejor para todos. 

4 – El sentido de la vida

El tiempo en que vivimos ha abandonado la pregunta por la verdad. Ante los límites y la complejidad del conocimiento humano, ha crecido el relativismo, no sólo en todas las áreas del conocimiento sino también, de forma especialmente preocupante, en la ética. Si nadie puede conocer la verdad ni poseerla, entonces solo resta que cada uno construya la suya y crea lo que le sea más útil para vivir mejor, desembocando así en un pragmatismo que deja la existencia sin un horizonte último, sin preguntas radicales. Sin embargo, nadie puede eludir la pregunta por la finalidad y el sentido de la vida, por la verdad de lo que somos. La búsqueda de la verdad no es una cuestión teórica, sino que se trata de lo que a todos nos afecta, porque se trata de la vida misma. A nadie le da lo mismo la verdad que la mentira en las cosas que le afectan vitalmente. 

La obsesión por la felicidad, reducida a bienestar físico y emocional, reduce el horizonte de la vida humana, estrecha la mirada y nos encierra en la búsqueda de satisfacciones inmediatas, que dejan cada vez más vacía la vida, en un círculo vicioso de consumo para escapar de la ausencia de sentido. 

El impacto de la Inteligencia Artificial (IA) en todos los aspectos de la vida (trabajo, educación, medicina, amistad, amor, política, economía y medio ambiente), crea una gran incertidumbre y nos obliga a repensar lo humano, a repensar lo que somos y qué queremos dejar a las generaciones futuras. La Inteligencia Artificial no es neutral. Así como es una ayuda que nos impresiona por su capacidad, también está llena de riesgos y peligros para la humanidad. Por eso, es preciso regularla; pero, sobre todo, discernir éticamente hacia dónde queremos encaminar la vida humana en todas sus dimensiones. 

La enorme extensión de las redes sociales, con todas sus posibilidades, ya muestra también su lado oscuro, especialmente en la vida de los niños y adolescentes expuestos irresponsablemente a ese universo virtual que les genera adicción, ansiedad y depresión. A pesar de las advertencias de organizaciones internacionales de pediatría y de especialistas en educación sobre el impacto negativo de las redes, no se ha tomado conciencia de los efectos que tienen en la salud mental. La repercusión que están teniendo en la vida social y política se vuelve un problema para las democracias actuales, cuando las redes exacerban la polarización y el aislamiento social. 

¿Qué hacemos frente a tanta soledad y falta de sentido de la vida en nuestra sociedad? El problema del suicidio no es solo una tragedia personal y familiar, sino un drama social y cultural del Uruguay. ¿Cómo ayudar hoy a vivir una vida con sentido? El sentido se recibe como un don, se busca entre los claroscuros de la existencia humana, se encuentra o nos encuentra cuando nos abrimos a su luz.  La verdad y el sentido no se fabrican, no se inventan; se reciben, se descubren.  

Lo que da sentido a la vida es un propósito, una vocación de entrega fuera de uno mismo. Lo que da sentido es una vida que se sabe amada incondicionalmente, intrínsecamente.  Es una vida que no se reduce a la mera satisfacción individual, sino que se sabe parte de una historia que la trasciende y cuando la persona mira su propio recorrido y descubre la huella que ha dejado, encuentra el hilo que le da significado.  Reconocer que la vida no es absurda, que no somos un accidente, sino que hemos sido pensados y creados por amor es un acto de fe, pero al mismo tiempo de una profunda razonabilidad. ¿Por qué buscar sentido si no lo hay? La vida misma se nos impone como una búsqueda de sentido. Los cristianos la encontramos en Jesucristo, Luz de nuestras vidas. 

La búsqueda del sentido de la vida no es solo una cuestión personal, sino una interpelación a la sociedad en todos sus ámbitos, incluyendo el de la política. La falta de respuestas consistentes trae consecuencias que están a la vista, en el deterioro de la vida de jóvenes y ancianos, en las familias destruidas por la violencia, en tanta soledad padecida aun entre quienes viven junto a otros. 

La familia y los centros educativos son el ámbito natural para despertar esta búsqueda y ayudar a dar respuestas. De ahí que el aporte más profundo de la educación no se agote en programas y competencias, sino en una formación integral de la persona de acuerdo a la convicción de sus padres, como garantiza la Constitución.   

5 - Algunos problemas emergentes 

A las situaciones de fondo que hemos planteado se suman las dificultades que, como sociedad, tenemos hoy frente a nuestros ojos de modo evidente y, más allá de las posturas políticas de cada uno, suponen desafíos que estamos llamados a afrontar con sentido de unidad porque los problemas que nos afligen no tienen color político. 

Aflora inmediatamente el problema de la seguridad pública que, sabemos, no tiene fácil solución. El número de homicidios no ha disminuido y golpea nuestra conciencia de un modo especial cuando se trata de niños asesinados o heridos por balas que no estaban destinadas a ellos, pero que segaron sus vidas. A la problemática social que está en el origen de muchos delitos se suma la plaga del narcotráfico en diversas escalas, que ha llevado a que en algunos barrios se viva una guerra de bandas con terribles consecuencias. 

Las cárceles están superpobladas y la situación en ellas es muy dura, como lo hace ver la cantidad de hechos de violencia que allí se suceden. Hay experiencias de reinserción de los que son liberados; pero parece poco frente a la población que, día a día, sale o entra a los centros penitenciarios.

Hay un núcleo de pobreza dura que nos interpela, sobre todo cuando ésta adquiere «rostro de niño». Los diversos gobiernos y muchos actores de la sociedad han hecho esfuerzos para combatirla; pero sigue habiendo un porcentaje de uruguayos que vive en condiciones indignas. No es sólo un tema de dificultades económicas sino también de oportunidades y de educación. 

Como otro signo que nos inquieta vemos que las personas en situación de calle han aumentado en número, no solo en la capital, sino también en ciudades del interior, caracterizándose por ser en su gran mayoría jóvenes adictos y personas con problemas de salud mental.

Esta realidad nos interpela a cambiar la cultura del descarte por la cultura de la compasión, a crear puentes de acercamiento para que la brecha no siga creciendo. Toca a las diversas instituciones de la sociedad trabajar por una ética de la equidad que genere nuevos puestos de trabajo y dé a la economía un rostro más humano. 

El flagelo de las adicciones ha entrado fuertemente en nuestra sociedad, porque ante el vacío existencial de la falta de sentido muchos hermanos buscan un escape. Las adicciones son múltiples. Suele relacionárselas con el consumo de alcohol y de otras drogas, que se sigue extendiendo; pero a éstas se suman otras, de apariencia inofensiva, como la hiper conexión a las redes y plataformas de juegos, que afectan especialmente a niños y jóvenes, alterando los vínculos familiares y rompiendo el tejido social. La extendida adicción a la pornografía causa también mucho daño, banalizando la sexualidad humana y desviándola de su sentido de expresión de un amor conyugal auténtico y fecundo.

La familia se ve afectada por la cultura individualista y la falta de un apoyo fuerte hacia ella, como establece el mandato constitucional. Hay una creciente dificultad en asumir compromisos de por vida. La realidad de la familia, basada en el matrimonio de un varón y una mujer con la mirada puesta en la transmisión de la vida, parece cosa del pasado. Disminuye la natalidad. Se posponen los hijos, perdiéndose a veces los tiempos de mayor fecundidad. Muchas veces parece no haber interés o deseo de traer hijos al mundo. No se tiene conciencia de lo que significa el aborto, cuya gravedad nuevamente señalamos como una herida profunda a nuestra conciencia moral como sociedad y cuyos números, fríamente publicados, no dejan de ser la “matanza de los inocentes” practicada ante la indiferencia de la mayoría. “Una sociedad sin niños, una sociedad que no protege la vida de los más indefensos, es una sociedad que pierde el sentido de la vida, se envejece, se entristece, se suicida”, decíamos hace cinco años. Se suma a esta realidad el proyecto de ley de eutanasia, que vuelve a poner sobre el tapete la posibilidad de que algunas vidas puedan ser consideradas descartables y no se asume el peso tremendo que se pone sobre la conciencia de aquellos que, disminuidos en sus fuerzas físicas por la enfermedad o la vejez, puedan sentirse una carga para su familia y para la sociedad.

El trabajo sigue siendo un pilar fundamental de la existencia humana, no solo para ganar su sustento cotidiano, sino como camino de realización personal, aunque preocupa, en algunos casos, la pérdida de una cultura del trabajo. Hoy la Inteligencia Artificial, como lo han sido tantos otros desarrollos de la tecnología, aparece como amenaza a los empleos de muchos. La preocupación por crear nuevos puestos de trabajo, debe llevar al Estado a seguir promoviendo la inversión y facilitar el desarrollo de las diferentes áreas de producción, pero también a cuidar los derechos básicos de los hombres y mujeres del trabajo, así como la protección de la Casa común. Muchas veces hemos expresado nuestro reconocimiento y gratitud a los trabajadores, que sostienen con su esfuerzo cotidiano el conjunto de la vida social. Pensamos también en los emprendedores del agro y de la industria, que pueden constituirse en verdaderos motores de riqueza, prosperidad y felicidad pública. 

El cuidado de la Casa común, al que nos invita el papa Francisco, y al que nos hemos referido, es una responsabilidad de todos, que tiene que ver con el presente y el futuro de la humanidad.  Sabemos que abarca diversos aspectos como la finitud de los recursos naturales, el cambio climático y el uso que hacemos de los bienes. También en nuestra realidad nos vemos enfrentados a situaciones preocupantes, que exigen una respuesta y compromiso para los que todos debemos educarnos.  

6 - Hacia una cultura del encuentro: construir puentes. 

Parece fundamental reconocer la libertad como don y tarea, como algo que se nos ha dado y que constituye el fundamento de nuestra dignidad. Esta libertad nos emplaza al profundo respeto del otro como persona humana; como misterio que no podemos manipular, porque constituye un fin en sí mismo desde su concepción hasta su muerte natural. Necesitamos recuperar la capacidad de admiración y el gozo de contemplar la belleza de la creación. Ser conscientes de que nuestra vida es un don nos ubica como administradores de la misma y no como sus dueños absolutos. 

La autonomía de la libertad encuentra su adecuado cauce en la relación interpersonal con el otro. Esa relación nos mueve a la equidad, fundamento de la justicia, y nos invita a la compasión, especialmente con los más vulnerables, quienes transitan sin ser vistos en una lógica de mercado puramente pragmática. De esta manera, libertad, justicia y compasión, se integran en un proceso que favorece la conversión del corazón y la construcción de la cultura del encuentro. 

Necesitamos priorizar el encuentro interpersonal, el respeto profundo a la dignidad de toda persona humana, y la configuración de una ética responsable para la construcción de la casa común. La persona descubre la felicidad en el descentramiento del yo, en el deslumbramiento que genera en ella misma la belleza del bien, en la alegría y plenitud que experimenta cuando es fiel a la suave voz de Dios que habla al interior de su conciencia. 

Para quienes vivimos la fe cristiana, más allá de nuestras contradicciones y pecados, esta marcha humana se hace escucha del Dios que nos habla y nos invita a descubrir, en su Hijo Jesucristo, el Camino, la Verdad y la Vida. Él es quien puede iluminar nuestro caminar personal y social. Es a partir de Cristo que el creyente discierne y elige en las distintas encrucijadas de la vida el rumbo que considera adecuado. 

“La política es una de las formas más elevadas de la caridad, porque sirve al bien común” ha dicho el papa Francisco. Mucho tenemos que agradecer a los políticos de nuestro país que eligen esta vocación o se sienten llamados a ella con el propósito de servir al bien común. Pero la actividad política no es solo para unos pocos. La política es el espacio de lo público, que se constituye en un espacio de todos, que a todos interesa y afecta. En la plaza pública se habla de lo que nos concierne y se apela a la razón de todos. En este espacio hay normas, leyes, reglas de juego que hay que respetar para el buen funcionamiento de la vida en común. Por esta razón, un católico está especialmente convocado a ocuparse de los asuntos públicos. A la fe cristiana, por estar fundada en Dios que se hace hombre, nada de lo humano le es ajeno. Nada de lo humano puede quedar fuera del compromiso cristiano con la vida. 

La comunidad política es auténtica cuando existen vínculos reales y solidarios, que van más allá de una superficial tolerancia o del cumplimiento formal de la ley. Necesitamos preguntarnos y respondernos sobre el por qué hacemos lo que hacemos; por qué es importante buscar el bien de los demás, respetarlos y defender su dignidad como personas. Saldremos adelante si podemos confiar en el otro y en las instituciones. 

En esta realidad política que es el Uruguay, los cristianos estamos llamados al compromiso y el primero de ellos es el de construir hoy puentes para que la sociedad no se fragmente en lo político y para que los hermanos que viven situaciones que tienden a marginarlos puedan vivir en una comunidad más integrada, que brinde oportunidades a todos sus habitantes, no sólo económicas o laborales, sino de realización personal, de una vida llena de sentido, de personas libres y responsables con el ánimo de dejar su huella de bien en su paso por el mundo y de estar abiertos a la trascendencia. 

Concluyendo

Esta reflexión quiere ayudarnos a mirar no sólo el episodio electoral de este año sino a observar con mayor profundidad nuestra realidad uruguaya. Desde nuestras raíces nos vienen elementos clave de lo mejor de nuestro ser como nación. Hay un alma del Uruguay a cuidar y, como cristianos, tenemos, sin duda, una responsabilidad en ello. La tradición artiguista resalta los elementos fundamentales de lo que es nuestro acervo como nación: el amor a la libertad, el sentido de la justicia y el espíritu de compasión. El vacío existencial que muchos hoy viven tiene su razón de ser en el oscurecimiento de la fe, en el cercenamiento de la dimensión espiritual, en el atractivo por el consumismo, muchas veces insatisfecho en la práctica. 

Los problemas emergentes que nos afligen, con su urgencia, nos hacen perder de vista, por momentos, las causas más profundas que son de orden espiritual, que tienen que ver con la falta de sentido de la vida. 

Inmersos como uruguayos en la pasión que suscita el año electoral, atentos y comprometidos en tantos campos de la vida social, recordamos, como cristianos, que nuestra patria final es el Cielo; pero este don exige a nuestra libertad el compromiso con el Amor que nos ha creado y redimido y que nos encamina hacia nuestra definitiva querencia, el lugar al que pertenece y en el que está llamado a habitar para siempre todo aquel que viene a este mundo: la Casa del Padre. 

Con cariño filial, invocamos a nuestra Madre: María, Virgen de los Treinta y Tres. Le pedimos que extienda su manto sobre todos sus hijos e hijas, naturales o inmigrantes que viven en esta tierra oriental, así como sobre quienes, dispersos en otros lugares del mundo, sienten que siguen perteneciendo a ella, para que crezcamos en el diálogo, el respeto, la confianza y la búsqueda del bien común, mientras peregrinamos hacia la Eternidad.

Los Obispos del Uruguay