Octava de Navidad.
martes, 31 de diciembre de 2024
Palabra de Vida. Somos hijos de Dios. Juan 1,1-18.
Octava de Navidad.
domingo, 29 de diciembre de 2024
Diócesis de Canelones: inauguración del Año Jubilar. Homilía de Mons. Heriberto.
Parroquia Sagrada Familia, Sauce, Canelones |
Queridos hermanos y hermanas:
En la pasada nochebuena, en la basílica de San Pedro, el Papa Francisco abrió la Puerta Santa, dando comienzo al Jubileo del año 2025, que se extenderá hasta la solemnidad de la Epifanía, el 6 de enero de 2026.
Hoy, fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, se abre el año jubilar en cada una de las diócesis del mundo. Por ser hoy también la fiesta patronal de esta comunidad parroquial de Sauce, decidimos abrirlo aquí, en el centro geográfico de la diócesis.
No se abre en ningún otro lugar, salvo en Roma, otra puerta santa; pero tenemos que recordar que hay una puerta siempre abierta para llegar a Dios y es el mismo Jesús, que nos ha dicho:
“Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará” (Juan 10,9).
Ordinariamente, es decir, en forma habitual, la Iglesia celebra cada 25 años un Año Jubilar. El último jubileo ordinario fue el del año 2000, aunque el cambio de milenio lo convirtió en un Gran Jubileo, como lo soñó san Juan Pablo II, desde el momento en que asumió, en 1979, la cátedra de San Pedro.
Ha habido también Jubileos extraordinarios, como el de la Misericordia, en 2015-2016. Al convocarlo, el papa Francisco nos llamaba a contemplar en el rostro de Jesucristo “el rostro de la misericordia”, ya que “quien lo ve a Él ve al Padre” (cfr Jn 14,9), pues Jesús con su palabra, sus gestos y toda su persona nos revela la misericordia de Dios.
El Jubileo tiene profundas raíces bíblicas. El Pueblo de Dios, el antiguo Israel, celebraba cada siete años un “año sabático”: el séptimo. Al cabo de siete “semanas de años”, es decir, es decir, 49 años, en el año 50, se celebraba un gran Jubileo. Tanto en los años sabáticos como en ese año jubilar se debía dejar en libertad a los esclavos, remitir las deudas y dar descanso a la tierra (cf. Levítico, 25).
El pasaje del libro de Isaías que Jesús lee en la sinagoga de Nazaret (Lucas 4) es el anuncio de un Año Santo:
“El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor…” (Isaías 61,1-2a).
Terminada la lectura, Jesús comenzó a hablar diciendo:
"Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír" (Lucas 4,21).
Así como Él es la puerta de salvación, siempre abierta para quien quiera entrar, Él ofrece siempre la misericordia de Dios, en el espíritu del Año Jubilar. Lo anunciado por el profeta se cumple plenamente en Él. Es Él quien inaugura el tiempo de gracia, el tiempo de la misericordia.
El lema del jubileo de 2015-2016 fue “Misericordiosos como el Padre”. Un llamado no solo a recibir la misericordia, sino también a ofrecerla, a darla, a extenderla. Pero eso solo es posible si se ha experimentado, si se ha recibido la misericordia del Padre, como el publicano que oraba golpeándose el pecho en el fondo del templo, o el hijo pródigo que recibió el abrazo del Padre cuando, arrepentido, regresó a la casa.
El lema de este año jubilar es “peregrinos de esperanza”. Reconocernos como peregrinos es reconocernos como personas que estamos en camino hacia la eternidad. Aunque no nos desplacemos de un lugar a otro, somos peregrinos en el tiempo, que esperamos llegar a la Casa del Padre, a nuestro hogar definitivo.
Las peregrinaciones que podamos hacer, como la de la Sagrada Familia, que iba todos los años a Jerusalén, como nos cuenta el evangelio de hoy… las grandes peregrinaciones que suelen organizarse en los jubileos a Tierra Santa, a Roma, a los grandes santuarios marianos; o en Uruguay al Verdún o a la Virgen de los Treinta y Tres; o las que podemos hacer sin salir de nuestra diócesis, en los lugares que han sido indicados… esas peregrinaciones son imagen de la peregrinación de nuestra vida y la llegada al lugar santo anticipo de la llegada al Cielo, como nos lo ha hecho sentir el salmo, un salmo de peregrinación: “felices los que habitan en tu Casa, Señor” (antífona del Salmo responsorial).
Estas peregrinaciones podemos hacerlas personalmente, en familia, en grupo, en comunidad… pueden estar muy preparadas o pueden ser una sencilla visita, siempre con el corazón bien dispuesto. Como sea; lo importante es que las vivamos como miembros de la Iglesia peregrina, orando y caminando hacia Cristo, puerta de salvación; haciendo penitencia, rezando por nuestra propia conversión y la de todos los pecadores y recordando en la oración a nuestros hermanos difuntos.
El jubileo es una ocasión para recibir indulgencia plenaria para sí mismo o para una persona fallecida. Vamos a explicar esto, pero quisiera recordar algo que está primero. Lo primero es recibir el perdón por mis pecados y para eso está el sacramento de la Reconciliación. El pecado grave me priva de la comunión con Dios y me hace incapaz de participar de la vida eterna. Por medio de la confesión, hecha con sincero arrepentimiento, recibo el perdón de mis culpas. Eso es lo primero.
Sin embargo, el pecado deja en mí una mancha que todavía es necesario purificar, sea en esta vida o después de la muerte, durante un tiempo, en lo que llamamos Purgatorio. Y es ahí donde llega la indulgencia, que es la remisión de esa pena temporal, de ese tiempo de purificación. La indulgencia puede ser parcial, por una parte de ese tiempo de purificación o puede ser indulgencia plenaria, es decir, por todo ese tiempo. Si la obtenemos para un alma del purgatorio, eso significaría la terminación de ese tiempo y la entrada al Cielo, a estar ya para siempre junto a Dios. Si hay muchas personas por las que quiero pedir esa indulgencia plenaria, puedo repetir esos gestos en toda oportunidad que se presente en este año.
Para recibir la indulgencia plenaria, con ocasión de una peregrinación o visita a un lugar sagrado, o en la participación de esta Misa de hoy, es necesario cumplir tres condiciones:
- comulgar
- y rezar por las intenciones del Santo Padre.
El Jubileo, tiempo de misericordia, es ocasión de conversión y eso ha de llevarnos a una celebración profunda del sacramento de la Reconciliación. La confesión, la comunión y la oración no son pasos de un trámite que hay que cumplir y ya está. El jubileo nos invita a preparar bien esos momentos, todos ellos, empezando por una buena confesión, con una revisión cuidadosa de mi vida, de mi relación con Dios y con el prójimo, con un arrepentimiento sincero y el desapego del pecado.
¿Qué sucede para las personas que se encuentran en situaciones por las cuales no pueden recibir la absolución ni pueden comulgar? Recordemos esta enseñanza del papa Francisco:
“Se trata de integrar a todos, se debe ayudar a cada uno a encontrar su propia manera de participar en la comunidad eclesial, para que se sienta objeto de una misericordia «inmerecida, incondicional y gratuita».” (Amoris Laetitia, 297).
Y también Juan Pablo II, refiriéndose a quienes están en esas situaciones:
“que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida. Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios. La Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza.” (Familiaris Consortio, 84).
Yo he sido testigo del camino de personas que vivieron esa realidad dolorosa con humildad, con obediencia a Dios y a la Iglesia y que un día pudieron volver a participar plenamente de los sacramentos.
Queridos hermanos y hermanas, hoy contemplamos a la Sagrada Familia en su peregrinación a Jerusalén. Nos ponemos bajo la protección de Jesús, María y José para que ellos nos guíen y acompañen en la peregrinación de este Año Jubilar y en la peregrinación de toda nuestra vida. Que así sea.
Parroquia Sagrada Familia, Sauce, domingo 29 de diciembre de 2025.
sábado, 28 de diciembre de 2024
Fiesta de la Sagrada Familia: PEREGRINOS EN JERUSALÉN. “Él regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos”. (Lucas 2,41-52)
Hoy se abre el Año Jubilar en cada una de las diócesis católicas del mundo.
El lema elegido para este Año Santo es “Peregrinos de Esperanza”.
Desde esa perspectiva, podemos detenernos en el primer versículo del evangelio de hoy:
Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre… (Lucas 2,41-42)
Lo que hacían anualmente José y María, la costumbre en la que introdujeron a Jesús cuando cumplió 12 años, era una peregrinación.
Hay lugares donde podemos peregrinar cada año; pero el año santo nos llama especialmente a peregrinar.
La peregrinación es una manifestación presente en muchas religiones. Es el viaje a un lugar sagrado y se hace como acto de piedad, adoración, purificación, penitencia, acción de gracias. Muchas veces está relacionado con el cumplimiento de una promesa.
En Uruguay, país más bien laico, poco religioso, la peregrinación a la Virgen del Verdún o a la Virgen de los Treinta y Tres muestran, sin embargo, un aspecto diferente de la espiritualidad de nuestro pueblo.
En la India, millones de personas peregrinan al río Ganges, en cuyas aguas realizan ritos de purificación. Los musulmanes tienen como precepto la peregrinación a la Meca al menos una vez en la vida.
En el siglo IV, una peregrina cristiana llamada Egeria nos dejó sus memorias de viaje en Tierra Santa, una peregrinación que seguimos haciendo los cristianos. Desde la Edad Media, se fue afianzando el camino de Santiago y la peregrinación a Roma para visitar las catacumbas así como las tumbas de los santos apóstoles Pedro y Pablo. Muchos siglos antes, los israelitas peregrinaban al Templo de Jerusalén en determinadas fiestas del año. En eso encontramos a los padres de Jesús, llevando por primera vez a su hijo, que está entrando en la adolescencia.
Para el Pueblo de Dios, la peregrinación evoca en primer lugar el largo caminar, de 40 años, a través del desierto, desde su liberación de la esclavitud en Egipto, la Pascua judía, hasta la llegada a la Tierra Prometida.
Precisamente, en el relato del evangelio de hoy, la Sagrada Familia está peregrinando en la fiesta de la Pascua, de la Pascua de Israel.
La peregrinación supone al menos un trayecto a pie. Caminar una distancia larga supone esfuerzo, sacrificio y eso hace parte del peregrinar. Pero no es simplemente un esfuerzo físico. Para darle sentido, la peregrinación debe irse acompasando con distintos momentos de oración, preparando el espíritu para lo que se vivirá a la llegada.
El salmo que encontramos entre las lecturas de hoy, expresa el deseo del peregrino por llegar al templo:
¡Qué amable es tu Morada, Señor del Universo!
Mi alma se consume de deseos por los atrios del Señor;
mi corazón y mi carne claman ansiosos
por el Dios viviente. (Salmo 83, 2-3)
El peregrino va acicateado por el deseo de llegar, consciente de que va a un lugar sagrado, donde encontrará de un modo especial la presencia de Dios.
La peregrinación es imagen del camino de la vida humana. Somos peregrinos. Aunque podamos aquí aquerenciarnos, aferrarnos a nuestro lugar en el mundo, sabemos que esa morada es temporal. No tenemos aquí nuestra casa definitiva. Peregrinamos hacia la casa del Padre; no ya al templo de piedra, como el de Jerusalén, sino a aquel donde llegó Cristo, como dice la carta a los Hebreos:
Cristo, en efecto, no entró en un Santuario erigido por manos humanas –simple figura del auténtico Santuario– sino en el cielo, para presentarse delante de Dios en favor nuestro. (Hebreos 9,24)
La peregrinación es, también, seguimiento de Cristo. Los discípulos iban con él a todas partes, a veces encontrando la hospitalidad de los amigos, pero otras veces durmiendo al descampado. A una persona que no parece consciente de eso y manifiesta que está dispuesto a seguirlo donde fuera que vaya, Jesús le responde:
«Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza». (Mateo 8,20)
Pero el seguimiento de Cristo no se reduce a caminar con Él. El seguimiento es un discipulado, en el que se va aprendiendo del Maestro una forma de vida. Más aún, Jesús mismo se hace camino para que en Él vayamos al Padre.
«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí» (Juan 14,6)
La peregrinación no es un camino individual. Es posible peregrinar solo, pero, aún así, el peregrino cristiano hace su camino en comunión con la Iglesia. Por eso es bueno peregrinar en comunidad, en grupo, en familia (como la Sagrada Familia) haciendo más visible el caminar como miembros de la Iglesia peregrina. La peregrinación es también imagen de la comunidad cristiana, que marcha en caravana, sin dejar atrás a los que no tienen las fuerzas para una marcha rápida ni dejar que algunos se adelanten hasta el punto de que se pierdan de vista y entonces la unidad se rompa.
En esta semana
Recibimos la Jornada Nacional de la Juventud en Pando. Se realizaron Cursillos de Cristiandad, Retiros Parroquiales Juan XXIII y la jornada diocesana de adolescentes.
Celebramos la ordenación sacerdotal de Sergio Genta.
Estos y muchos otros son motivos para dar gracias al Señor, que sigue haciéndose presente en la vida de nuestras comunidades.
El miércoles, primer día del año, octava de Navidad, celebramos a Santa María Madre de Dios y la cincuenta y ocho Jornada Mundial de oración por la Paz, con el lema «Perdona nuestras ofensas: concédenos tu paz», lema en consonancia con el llamado a la conversión y a la reconciliación propios del Año Jubilar.
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que reciban el 2025 en el espíritu del Año Santo, de modo que sea un tiempo de gracia y paz. Y que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Los Santos Inocentes. Ser esperanza en medio del dolor. 1 Juan 1,5-2,2
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viernes, 27 de diciembre de 2024
San Juan, apóstol y evangelista. Ver y creer. Juan 20,2-8
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jueves, 26 de diciembre de 2024
San Esteban, protomártir. Testimoniar la fe. Hechos 6,8-10;7,54-59.
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miércoles, 25 de diciembre de 2024
Palabra de Vida: El Amor habitó entre nosotros. Juan 1,1-18.
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martes, 24 de diciembre de 2024
Palabra de Vida: Preparar la fiesta para Jesús. Lucas 1,67-79
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sábado, 21 de diciembre de 2024
Palabra de Vida: Feliz el que cree con Esperanza. Lucas 1,39-45
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“Se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”. (Lucas 1,39-45). IV Domingo de Adviento.
Cuando creemos en la promesa que alguien nos hace, esa creencia despierta nuestras esperanzas y nos moviliza. No cualquier promesa: la promesa de algo que responde a nuestros anhelos. No cualquier persona: sino alguien que juzguemos digno de confianza.
Hay una bonita canción que dice “Yo creo en las promesas de Dios”. No hay promesa mejor ni nadie más digno de confianza.
Hoy nos encontramos con dos madres, María e Isabel, que han creído en la promesa de Dios. Las dos están “en dulce espera”, como suele decirse. Isabel ya pensaba que no tendría un hijo, pero Dios la sorprendió y concibió, con su esposo Zacarías, al futuro Juan el Bautista.
María, comprometida con José, no había tenido relación con ningún hombre; pero también la sorprende Dios engendrando en ella a Jesús, el salvador.
El evangelio nos presenta el feliz encuentro de estas dos mujeres. Es un pasaje muy breve, pero vale la pena detenerse en cada detalle.
En el pasaje anterior, María había recibido el anuncio del ángel Gabriel: ella había sido elegida como madre del Salvador. Se produjo entonces un breve diálogo. María preguntó cómo sucedería eso. El ángel se lo explicó y le informó también que Isabel, pariente de María, considerada estéril, estaba en su sexto mes de embarazo, “porque no hay nada imposible para Dios” (Lucas 1,37).
María dio su consentimiento, diciendo: “Yo soy la servidora del Señor. Que se haga en mí según tu palabra”. El ángel se marchó y entonces…
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. (Lucas 1,39)
A partir de este versículo, el papa Francisco suele referirse a María como “nuestra Señora de la prontitud”. En el mismo sentido, san Ambrosio hace este comentario:
Desde que lo supo, María, no por falta de fe en la profecía, no por incertidumbre respecto al anuncio, no por duda acerca del ejemplo indicado por el ángel, sino con el regocijo de su deseo, como quien cumple un piadoso deber, presurosa por el gozo, se dirigió a las montañas.
“Presurosa por el gozo” y presurosa por la voluntad de servir, de ayudar a su pariente anciana con su avanzado embarazo, María va al lugar donde viven Isabel y su esposo.
Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Apenas ésta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: (Lucas 1,40-42a)
El futuro Juan el Bautista profetiza: salta dentro del seno de su madre, porque ha reconocido la presencia del salvador.
Isabel devuelve el saludo. Notemos que habla “llena del Espíritu Santo”, de modo que sus palabras son también proféticas:
«¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor.» (Lucas 1,42-45)
“Feliz de ti por haber creído”. La palabra griega que aquí se traduce como “feliz” es “makaria”, que también podemos traducir como “bienaventurada”, porque ésa es la palabra que utiliza Jesús en sus bienaventuranzas. San Juan Pablo II, comentando este pasaje, decía que “La primera bienaventuranza que se menciona en los evangelios está reservada a la Virgen María”, por su total entrega a Dios y la plena adhesión a su voluntad, por medio de su “sí” pronunciado en el momento de la Anunciación.
¿Qué es lo que ha creído María? María ha creído que se cumplirá lo que le fue anunciado de parte del Señor. Y ahí volvemos a nuestro punto de partida. La fe y la confianza de María en el cumplimiento de la promesa no es solo de ella. El niño que comienza a formarse en ella es el Mesías anunciado, el Salvador prometido por Dios. La fe de María es como el vértice de la fe de su Pueblo a lo largo de la historia. Sí, ella puede haber sido sorprendida por ser elegida, pero no por lo que iba a acontecer a través de ella. Ella hace parte del Pueblo de la promesa, del Pueblo que ha esperado, transmitiendo esa esperanza de generación en generación.
Nosotros entraremos pronto al Año Jubilar 2025, que el papa Francisco ha convocado con el lema “Peregrinos de esperanza”. En su bula “Spes non confundit”, con la que convoca al jubileo, el santo Padre nos recuerda que:
... el Espíritu Santo, con su presencia perenne en el camino de la Iglesia, es quien irradia en los creyentes la luz de la esperanza. Él la mantiene encendida como una llama que nunca se apaga, para dar apoyo y vigor a nuestra vida. La esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino: “¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo?”
La escena de la visitación está llena del Espíritu. Es el Espíritu Santo quien ha engendrado a Jesús, el Hijo de Dios, en el seno de María. Es el Espíritu quien hace saltar de alegría al futuro Juan el Bautista. Isabel habla llena del Espíritu Santo. Jesús, en el vientre de María, es la esperanza del mundo. Ella lo lleva como Madre de la Esperanza.
Solo ella ha tenido el privilegio de ser un sagrario viviente, en el sentido de llevar corporalmente al Hijo de Dios. Sin embargo, toda alma creyente concibe y engendra la Palabra de Dios. Por la fe, Cristo es fruto de todos, de todos aquellos que, como María, de verdad han creído en la promesa de Dios. Si es así, también nosotros podemos recibir, en unión con María, las palabras de Isabel:
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor. (Lucas 1,45)
En esta semana
El próximo miércoles es Navidad. En la Misa de Nochebuena, en Roma, el Papa Francisco abrirá la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro, dando inicio al Año Santo, el Año Jubilar 2025. En las diócesis, en todo el mundo, el Jubileo se inaugurará el domingo 29, fiesta de la Sagrada Familia. En nuestra diócesis de Canelones, esa celebración tendrá lugar en la ciudad de Sauce, cuya parroquia estará ese día en fiesta patronal, desde las 10 de la mañana, con procesión y Misa. Todos aquellos que deseen acompañarnos y recibir la bendición apostólica para obtener indulgencia plenaria, son bienvenidos.
Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que tengan una muy Feliz y Santa Navidad, con la bendición de Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
jueves, 19 de diciembre de 2024
Palabra de Vida: “El Señor... decidió librarme de lo que me avergonzaba ante los hombres” (Lucas 1,5-25)
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Palabra de Vida: “No hay nada imposible para Dios” (Lucas 1,26-38)
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miércoles, 18 de diciembre de 2024
Palabra de Vida: “Dios con nosotros” (Mateo 1,18-24)
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martes, 17 de diciembre de 2024
lunes, 16 de diciembre de 2024
Peregrinos de Esperanza: el Jubileo en la Diócesis de Canelones.
sábado, 14 de diciembre de 2024
“Viene uno que es más poderoso que yo”. (Lucas 3,2b-3.10-18). 3er Domingo de Adviento.
15 de Diciembre de 2024, Tercer domingo de adviento
“Viene uno que es más poderoso que yo”. (Lucas 3,2b-3.10-18)
¿Qué hacer? Es una pregunta que una persona puede hacerse de muchas maneras.
Se puede hacer desde la total disponibilidad. Vengo a dar una mano, en un momento en que hay mucho trabajo y estoy a lo que me pidan, dispuesto a ponerle ganas… “¿Qué puedo hacer?”
En el otro extremo, la pregunta puede estar cargada con un sentimiento de impotencia, cuando todo se ha intentado y nada ha dado resultado. Pero sin querer bajar los brazos, preguntamos: “¿Qué más se puede hacer?”
El evangelio nos cuenta que a Juan el Bautista la gente le preguntaba “¿Qué debemos hacer?”
La pregunta del qué hacer toma otro sentido. Al agregar ese “qué debemos” está pidiendo una orientación para la vida.
¿Cuál es el marco en que le hacen esa pregunta al Bautista? La gente llegaba donde él estaba predicando. De esa predicación se nos presenta un resumen:
[Juan el Bautista] comenzó a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. (Lucas 3,2b)
En pasajes anteriores vemos que el discurso de Juan era fuerte, advirtiendo de la llegada inminente, muy pronto, del juicio de Dios:
«El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles; el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego». (Lucas 3,9)
En ese contexto viene la pregunta: “¿Qué debemos hacer?”
La pregunta llega desde tres grupos diferentes de personas y variadas son también las respuestas, aunque esas respuestas son útiles para todos, especialmente la primera.
A la gente, a la multitud, que le pregunta “¿Qué debemos hacer?” Juan responde:
«El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto». (Lucas 3,11)
Es un llamado a estar atento a la necesidad del prójimo, las necesidades más básicas, como el alimento y el vestido. Un llamado a compartir los bienes. Más adelante, en el mismo evangelio de Lucas, encontramos la parábola del rico y el pobre Lázaro, que nos pone frente a las consecuencias de prestar o no atención al pobre y de compartir o no los bienes más elementales.
Un segundo grupo que pregunta es el de los publicanos, recaudadores de impuestos. Eran considerados pecadores públicos, porque cobraban intereses. Los jefes de los publicanos adelantaban al Estado lo que debía recaudarse y luego cargaban fuertes intereses sobre la gente. A ellos Juan el Bautista les dice:
«No exijan más de lo estipulado» (Lucas 3,13)
Es decir, no abusen, no exploten a la gente… Zaqueo y Mateo, publicanos, se convirtieron y siguieron a Jesús.
El tercer grupo que pregunta qué debe hacer es el de los soldados. La respuesta de Juan es:
«No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo». (Lucas 3,14)
Los tiempos no han cambiado. Las necesidades humanas más básicas siguen insatisfechas para muchas personas. Los funcionarios están tentados por diferentes formas de abuso de poder en beneficio propio. La corrupción existe desde tiempos antiguos.
Las acciones concretas que Juan propone ante la pregunta “¿qué debemos hacer?” tienen un objetivo: reencaminar la vida hacia Dios.
Juan une esto a un gesto religioso: el bautismo, que no es todavía el bautismo cristiano, pero tampoco una purificación meramente ritual, exterior. Es, como dice el Evangelio “un bautismo de conversión”, de cambio de vida, “para el perdón de los pecados”… perdón que solo puede otorgar Dios y que llegará a través de aquel “más poderoso” que Juan, es decir, Jesús.
De las exhortaciones a un cambio de vida, Juan pasa a un anuncio. La gente estaba en expectativa respecto a la figura de Juan. Veían su espíritu profético, la autoridad con que llamaba a la conversión y se preguntaban si no sería el Mesías.
Juan sale al paso de esos interrogantes y anuncia:
«Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible». (Lucas 3,16-17)
“Uno que es más poderoso que yo”. Ése es el Mesías. Juan, con profunda humildad, se confiesa servidor indigno y anuncia dos aspectos fundamentales de la obra del Mesías.
En primer lugar, el bautismo en el Espíritu Santo y en el fuego. El bautismo que trae Jesús lleva el Espíritu Santo al corazón y a la vida del creyente.
Hay muchas interpretaciones sobre el significado del fuego. En la otra obra de Lucas, los Hechos de los Apóstoles, el fuego está identificado con el Espíritu Santo, tal como aparece en Pentecostés:
Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo… (Hechos 2,3-4)
El otro aspecto de la obra del Mesías que destaca Juan es el juicio, expresado a través de dos imágenes: el granero, donde se guardará el fruto, es decir, aquellos que reciben a Jesús y dan frutos de conversión y el fuego, donde se quemará la paja: aquellos que rechazan a Jesús y persisten en la maldad.
Este domingo nos invita a la apertura de corazón a Jesús que viene a nosotros, con un deseo sincero de conversión, expresado en acciones concretas. También nos llama a considerar las graves consecuencias del rechazo. Cada uno se juega su futuro en la decisión que tome ante el anuncio del Bautista. Decir que “no” es decidir por sí mismo la eterna separación de Dios y, por tanto, la autonegación de un futuro de vida en Dios.
El año jubilar que comenzará pronto nos recuerda que somos “peregrinos de esperanza”. Nuestras decisiones pueden ir cambiando a lo largo de nuestra vida. Por eso, el llamado a la conversión se repite una y otra vez, para que volvamos de corazón al Señor. Que así suceda en este adviento.
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Palabra de Vida: Vivir la profecía y la esperanza. Eclesiástico 48,1-4.9-11.
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viernes, 13 de diciembre de 2024
Palabra de Vida: Librarse de la insatisfacción, amando. Mateo 11,16-19
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“Yo soy la siempre Virgen María, madre del verdadero Dios por quien se vive”. Homilía en la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe.
Imagen de la Virgen de Guadalupe en la Catedral de Canelones |
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos hoy a la patrona de nuestra diócesis, en esta catedral que es también el santuario nacional dedicado a ella.
Volvamos a escuchar algunas de las palabras con las que Nuestra Señora de Guadalupe se dirigió a san Juan Diego. Me detengo en esta frase, breve, pero que invita a detenerse y a meditar sobre cada una de sus palabras:
“Yo soy la siempre Virgen María, madre del verdadero Dios por quien se vive”.
“Yo soy...”
Recuerdo a una abuela, muy mayor, que ya no podía recordar ni siquiera lo que había ocurrido un momento atrás. Su nieta, una niña pequeña, la visitaba y la abuela, dulcemente le preguntaba: “¿Quién eres tú?”.
La nieta le decía “Yo soy … (y ahí agregaba su nombre)”. Pero no pasaba mucho tiempo antes de que la abuela volviera a preguntar, con la misma dulzura: “¿Quién eres tú?”
Cuando nos encontramos con una persona con la que se comienza a entablar una relación, esperamos o pedimos que nos diga quién es.
María se adelanta a la pregunta y dice “Yo soy”. Así, en primera persona, inicia su presentación y agrega: “la siempre Virgen”.
“... la siempre Virgen...”
No es su nombre, pero es una condición única, que identifica. No porque fuera la única mujer que haya conservado su virginidad a lo largo de la vida, sino porque, habiendo dado a luz, permanece Virgen. La siempre Virgen.
No se trata únicamente de la virginidad física, corporal, sino de una plena virginidad, también espiritual, que se expresa en la plena disponibilidad al proyecto de Dios. Y aquí tenemos un primer llamado, el llamado a nuestra propia disponibilidad para servir al Señor.
“... María...”
Aparece su nombre. El dulce nombre de María. El nombre que muchas mujeres llevan y también algunos varones, a continuación del nombre masculino. Un nombre que evoca a la madre, a la protectora, a la auxiliadora y que se une a sus numerosas advocaciones. No nos cansemos nunca de invocarla.
“... madre del verdadero Dios...”
“Madre de Dios”. En los Evangelios es llamada “la madre de Jesús”. Inspirada por el Espíritu Santo, santa Isabel la llama “la madre de mi Señor”, como acabamos de escuchar, ya desde antes del nacimiento de su Hijo.
Algo que nos recuerda que, llevando a Jesús en su seno, ella ya es madre. La vida humana comienza en la concepción. Ya hay vida humana en el seno de una madre, antes de su nacimiento. Sigamos cuidando y defendiendo esa vida.
Es madre del Señor, de nuestro Señor, porque el hijo engendrado en ella, por obra del Espíritu Santo, es el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad: Dios Hijo.
La expresión “Madre de Dios”, en griego Théotokos, nos llega del Concilio de Éfeso, celebrado en el año 649.
Pero en su aparición en el Tepeyac la Virgen agrega una palabra muy importante. No solo dice “Madre de Dios”, sino “Madre del verdadero Dios”. Juan Diego es un indio chichimeca. Su conversión y su bautismo eran relativamente recientes. La conquista de México había ocurrido diez años antes de las apariciones, en 1521. La Virgen estaba dando su mensaje a un pueblo que había abandonado sus antiguos dioses, para abrazar la fe en el Dios verdadero.
Al presentarse como madre “del verdadero Dios”, la Virgen confirma a Juan Diego en su fe, su fe en el Dios verdadero. Nosotros podríamos escuchar esto con algo de condescendencia, como diciendo “sí, claro, ellos necesitaban que les recordaran cuál es el Dios verdadero”. Sin embargo, no viene mal para nosotros pensar en el Dios verdadero, sumergirnos en su misterio inagotable, esa realidad que siempre podemos conocer un poco más. Pero también porque, a veces, nosotros nos hacemos nuestra propia imagen de Dios: “yo creo a mi manera”; o bien nos fabricamos otro tipo de ídolos, que ocupan el lugar que solo corresponde al verdadero Dios. Recojamos, pues, en el corazón, esas palabras de la Madre de Dios.
"... por quien se vive"
Finalmente, María se presenta como “madre del verdadero Dios por quien se vive”. Esa expresión llega a nosotros como un eco de las palabras de Jesús, Buen Pastor, en el evangelio según san Juan: “yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia” (Juan 10,10).
El Hijo de Dios es el que viene a traer Vida a la humanidad caída. A levantarla para que pueda llegar a la vida divina, a la vida eterna.
Pero hay todavía otro eco que podría sentir alguien que había llegado a presenciar sacrificios humanos, ofrecidos a esos “dioses” que reclamaban vidas a cambio de sus dones.
El Hijo de Dios no solo entrega el don de la Vida, sino que lo hace dando su propia vida. Tres veces lo repite Jesús en el capítulo 10 de san Juan: “doy mi vida”.
Es Él mismo Hijo de Dios quien es para nosotros Palabra de Vida y Pan de Vida, que alimentan nuestra fe en cada Eucaristía, haciendo crecer la semilla de Vida eterna sembrada desde el bautismo en nuestro corazón.
1531-2031. 500 años del acontecimiento guadalupano
América Latina está caminando hacia la celebración del quinto centenario de las apariciones de la Virgen, que se cumplirán dentro de siete años, en 2031. Se habla de los 500 años del acontecimiento guadalupano; las apariciones son el hecho puntual; el acontecimiento es todo lo que ese hecho desencadenó y sigue movilizando en la Iglesia y en el mundo.
2025: "Peregrinos de Esperanza"
Hoy estamos a las puertas del Año Santo 2025, convocado por el Papa Francisco bajo el lema “Peregrinos de Esperanza”.
Luego de que el Papa celebre en Roma la inauguración del Jubileo, el domingo 29 de diciembre, fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, cada una de las diócesis del mundo hará su propia apertura del año jubilar.
En nuestra diócesis, esa inauguración tendrá lugar en la Parroquia Sagrada Familia de Sauce, ubicada en el centro geográfico de la diócesis. Comenzará a las 10 de la mañana, con una procesión y, a continuación la Santa Misa. Al final de la Misa se impartirá la bendición apostólica, que, cumpliendo con los requisitos habituales, permitirá recibir indulgencias. Estamos todos invitados a unirnos a esta celebración. Oportunamente anunciaremos otros momentos de celebración, así como lugares a los que cada comunidad parroquial, o grupos, o personas que lo hagan individualmente, puedan acercarse como peregrinos para obtener indulgencias durante el año.
De la mano de Nuestra Señora de Guadalupe, animémonos a peregrinar en este año jubilar, como testigos de la Esperanza y de la Misericordia de Dios, uno de cuyos más altos signos lo encontramos en el rostro y en el nombre de María, que vuelve a decirnos:
“No se inquiete tu corazón ni te turbe cosa alguna. ¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”
jueves, 12 de diciembre de 2024
Nuestra Señora de Guadalupe. “Mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador” (Lucas 1,39-48)
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miércoles, 11 de diciembre de 2024
Palabra de Vida: "Los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas" (Isaías 40,25-31)
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martes, 10 de diciembre de 2024
Palabra de Vida: “Preparen... el camino del Señor” (Isaías 40,1-11).
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sábado, 7 de diciembre de 2024
Palabra de Vida: Preparar la Navidad, viviendo la Esperanza. Isaías 30,19-21.23-26.
7 de diciembre de 2024.
Reflexión tomada de S. Juan Pablo II, Audiencia General, 17 de diciembre de 2003.
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viernes, 6 de diciembre de 2024
TAMBIÉN AQUÍ ESTOY CONTIGO. Día 4. Novena de Nuestra Señora de Guadalupe. Catedral de Canelones.
En este cuarto día de nuestra Novena, nos acompañaron las Hermanas Clarisas Capuchinas Sacramentarias: Hna. Olga, superiora y Hna. María Teresa. Ellas pertenecen al monasterio Santa Clara de Asís que se ubica en el Paraje Echeverría, en las proximidades de Canelones.
Parte de la comunidad está integrada por uruguayas y otra parte por mexicanas.
Las dos hermanas, de diferentes maneras, se refirieron a lo que había significado dejar México y decir adiós a la Guadalupana que, sin embargo, las esperaba aquí.
La novena continúa con alguna variación de horarios.
Día 5 - sábado 7 a las 19 horas, Misa presidida por el P. Néstor, vicario de la Catedral.
Día 6 - domingo 8 a las 10:30 horas, Misa presidida por el P. Renzo, párroco de la Catedral.
Día 7 - lunes 9 a las 18 horas, Padres Misioneros Servidores de la Palabra, mexicanos, de la parroquia Santa María de los Ángeles en San José de Carrasco.
Día 8 - martes 10 a las 18 horas, Misioneros Servidores de la Palabra.
Día 9 - miércoles 11 a las 18 horas, P. Alberto, Franciscano de María.
Inmaculada Concepción de María. “Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo” (Lucas 1,26-38).
Grande. Hijo del altísimo. Así será llamado Jesús, el hijo de María. Sin embargo, esos grandes títulos, que reflejan lo que Jesús es realmente, quedarán como escondidos por muchos tiempo. Primero, en los años de Nazaret, donde Jesús será conocido como “el hijo del carpintero”, en referencia a José, el esposo de su madre y luego él mismo será “el carpintero”. Jesús pasará a ser “el maestro” cuando forme un grupo de discípulos que lo siguen. Algunos comienzan a ver en él al Cristo, el Mesías prometido y lo llaman “Hijo de David”. Pero solo a la luz de la Resurrección podrá ser comprendida la grandeza de Jesús, el Hijo de Dios, el Hijo del Altísimo.
La solemnidad que celebramos hoy, Inmaculada Concepción de María, nos dice mucho sobre la Madre de Jesús, sobre su hijo y sobre nuestra vocación cristiana.
Vayamos al relato del Evangelio.
El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.» (Lucas 1,26-38)
Dos veces se repite que María era virgen y ella misma lo confirmará después.
La escena que relata el evangelio tiene lugar en la casa de María, como diríamos hoy, “en la escena privada” y no en un espacio público. Así se producen muchas veces los grandes llamados de Dios. La privacidad y la intimidad dan aquí espacio para el encuentro y el diálogo que hacen posible una respuesta libre y consciente.
El saludo del ángel tiene ecos del Antiguo Testamento: “el Señor está contigo” era la forma de saludar a quienes eran llamados por Dios para una misión. Sin embargo, hay una expresión inédita. El ángel la llama “llena de gracia”. Eso provoca el asombro de María:
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. (Lucas 1,26-38)
¿Qué significa “llena de gracia”? Llena de gracia significa que en María no hay maldad: es sin pecado, sin mancha, que es lo que significa la palabra “inmaculada”. Todos nosotros venimos al mundo con una mácula, una mancha, la del pecado original. El Bautismo lava esa mácula. Creemos, en la fe católica, que
“La santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano” (Pío IX, bula Ineffabilis, 1854).
El pecado original es la ruptura de la humanidad con Dios en los comienzos. El varón y la mujer, seducidos por el tentador, desconfían de las intenciones de Dios hacia ellos y creen en la falsa promesa: “ustedes serán como dioses” (Génesis 3,5). Ser como dioses, endiosarse, buscar la propia gloria… nada de eso hay en María.
Las personas “privilegiadas” muchas veces se creen por encima de los demás. Sin embargo, ¿cómo se siente María? ¿Cómo se ve ella misma? El saludo del ángel la enaltece, pero no es así como ella se siente, enaltecida, sino desconcertada. No comprende. Se asombra. Se siente pequeña y por eso atrae la mirada de Dios. En su humildad ella sabe que todo lo recibe de Dios. No se esconde de Él; al contrario, confía plenamente en Dios. Por eso no puede sorprendernos que su “sí” se exprese de esta manera:
«Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.» (Lucas 1,26-38)
Así se define María: servidora. Ella es “llena de gracia”, preservada del pecado original, con motivo de su especial misión: ser la madre del Hijo de Dios. Todo en ella está orientado hacia ese Hijo. No podemos separar a la Madre del Hijo ni al Hijo de la Madre. Desde la Cruz, el Hijo nos indica que ella es también nuestra Madre. Ella será muchas veces el camino para que lleguemos al reencuentro con su Hijo: “A Jesús por María”, como dice un viejo lema de la vida cristiana.
¿Qué nos dice el Evangelio de hoy sobre el Hijo de María?
«Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.» (Lucas 1,26-38)
María llevará en su seno a un hijo y lo dará a luz. Será su hijo, el hijo de María. Se llamará Jesús, que significa “Dios salva”. “Será llamado Hijo del Altísimo”, es decir, Hijo de Dios, del Dios Altísimo. Recibirá el trono de David, su padre… ¿por qué “David, su padre”? El evangelio nos ha dicho antes que María estaba comprometida con José, de la familia de David. José recibirá como padre al hijo de María, haciéndolo así de la familia de David.
La casa de Jacob sobre la que reinará eternamente es el Pueblo de Israel, las doce tribus surgidas a partir de los doce hijos de Jacob. Pero ese reino es para siempre, no tendrá fin. La casa de Jacob abarca mucho más que el Pueblo de Israel, incluyendo en el Pueblo de Dios a los creyentes “de toda raza, lengua, pueblo y nación” como culminación de la historia, final de los tiempos. La vida del Hijo de Dios hecho hombre, la vida del Salvador entre nosotros, se inicia a partir del sí de María.
En la Iglesia, en la comunidad creyente, María es la persona humana que ocupa el lugar más alto y a la vez el más cercano a nosotros (LG 54). Desde esa cercanía, nos alienta en nuestro caminar, en nuestro seguimiento de Jesús, en todas nuestras luchas. Su confianza en Dios, su humildad, nos alientan a cultivar en nosotros esas mismas actitudes, abriéndonos a la gracia, a la acción del Espíritu Santo. En definitiva, María nos anima a desear y buscar la santidad a la que todos estamos llamados, cada uno en las diferentes condiciones, ocupaciones y circunstancias de la vida, siendo testigos del amor con que Dios amó al mundo (cf. LG 32; 39; 41).
En esta semana
- Lunes 9: San Juan Diego Cuauhtlatoatzín
- Jueves 12, Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de nuestra Diócesis. En la Catedral, rosario, procesión y Misa. Es también patrona de tres capillas en Solymar Norte, Toledo y Barros Blancos.
- Viernes 13, Santa Lucía. Fiesta patronal en la capilla a ella dedicada en la ciudad de Santa Lucía. Misa a las 18 horas.
- Ese mismo día, en Pando, a las 18 horas: bendición de un cuadro que enmarca la imagen de la Virgen de los Treinta y Tres, custodiada por la primera santa uruguaya, Francisca Rubatto y nuestro primer obispo, el beato Jacinto Vera.
- Sábado 14, San Juan de la Cruz, presbítero.
Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.