sábado, 31 de diciembre de 2022

Dios-Amor en el centro. Benedicto XVI (In memoriam)

 



Deus cáritas est: “Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”  (1 Jn 4,16). Con esta cita de la primera carta de san Juan inició su primera encíclica, su primer gran mensaje a los fieles católicos, el Papa Benedicto XVI, en la primera Navidad de su pontificado, en el año 2005.

Después de tanto tiempo al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, para la que nombrado por san Juan Pablo II en 1981, no hubiera sorprendido que su primer mensaje se refiriera al tesoro de la Fe. Ese mensaje llegaría ya terminado su pontificado, con la firma del Papa Francisco, que hizo algunos aportes al escrito que el ya entonces Papa emérito puso en sus manos. La encíclica fue publicada con el título de Lumen fidei, “La luz de la Fe”.

Así pues, Benedicto XVI quiso iniciar su pontificado poniendo en el centro a Dios amor: la verdad fundamental sobre Dios, la que tenemos que recordar ante todo y poner siempre en el centro; porque solo desde el amor de Dios es posible comprender por qué y para qué hemos sido creados, hemos sido redimidos y somos santificados.

Ha partido un gran teólogo, un buscador de la verdad, un “cooperador de la Verdad”, como decía ya su lema episcopal y luego papal; pero su servicio a la verdad estuvo también en su docencia, en su manera de transmitir el conocimiento que años de estudio y años de oración y de escucha de la Palabra de Dios le habían dado. Sus homilías eran breves y mostraban un gran cuidado por expresarse con sencillez y claridad. Compararlo con san Juan Pablo II es… es imposible. Al mismo tiempo que se percibía la gran sintonía entre ellos, había un enorme contraste entre el Papa polaco, con su manera tan natural y tan propia de comunicarse con la multitud y la presencia pequeña y aparentemente tímida del Papa alemán… 

Sin embargo, en la Jornada Mundial de la Juventud en Sidney, en la vigilia de oración, cuando Benedicto XVI invitó a los jóvenes a dejar los ruidos exteriores e interiores para adorar a Jesús presente en el Santísimo Sacramento, a sus palabras siguió un imponente silencio: el silencio de más de medio millón de jóvenes en oración.

Ha entrado en el descanso de Dios un trabajador de esfuerzo constante y sostenido, representado por la curiosa imagen que aparece en su escudo, de un oso cargando una maleta en el lomo. Se trata del oso de San Corbiniano, un obispo misionero alemán del siglo VIII. En uno de sus viajes misioneros, un oso atacó y mató la mula que llevaba el equipaje del obispo. Entonces, san Corbiniano ordenó al oso llevar esa carga para poder continuar su viaje. Aunque también dio interpretaciones más profundas de ese signo, hablando del peso de la vida, y citando comentarios de san Agustín sobre los salmos, Benedicto decía que así, como ese oso, se veía él, como una “bestia de carga” de la Iglesia, con su trabajo al servicio de Dios y de todo su Pueblo.

Su renuncia, el 11 de febrero de 2013, sorprendió a todo el mundo, a cercanos y a extraños. Fue un acto de valentía y un gesto profético, que le ganó el respeto de creyentes y no creyentes. Algunos de estos últimos, que pudieron estar entre los que, al comienzo de su pontificado, lo llamaron con hostilidad “el pastor alemán” reconocieron la señal que daba un hombre que no se guiaba por el espíritu del mundo, donde tantos se aferran tenazmente al poder, sino por el Espíritu de Dios, en el que cada acción encuentra su sentido en el Amor y en la entrega.

Papa emérito Benedicto XVI: gracias por tus enseñanzas, gracias por tu testimonio de fe, de amor y de esperanza. Que el Señor te reciba, te dé el descanso eterno y brille para ti la luz perpetua. Amén.

+ Heriberto Bodeant, Obispo de Canelones.


Ante el fallecimiento de Benedicto XVI, los Obispos del Uruguay invitan al recuerdo agradecido y a la oración por su descanso eterno.


Conferencia Episcopal del Uruguay (CEU)

31 de diciembre de 2022.

El Papa emérito Benedicto XVI ha entregado hoy su alma a Dios.

Invitamos a todos los fieles catòlicos de Uruguay a unirnos en la oración por su descanso eterno y a recordar con gratitud sus enseñanzas y el testimonio de su vida de generosa entrega hasta el momento final.

Por los Obispos del Uruguay,

+ Arturo Fajardo, obispo de Salto, presidente.

+ Cardenal Daniel Sturla, arzobispo de Montevideo, vicepresidente.

+ Heriberto Bodeant, obispo de Canelones, secretario general.

viernes, 30 de diciembre de 2022

Obispos del Uruguay invitan a orar por Benedicto XVI.


Conferencia Episcopal del Uruguay

Montevideo, 29 de diciembre de 2022.

Los Obispos del Uruguay nos unimos al llamado del Papa Francisco: “Oremos juntos por el Papa Emérito Benedicto XVI, que en el silencio sigue rezando por la Iglesia. Pidamos al Señor que lo consuele y lo sostenga en este testimonio de amor a la Iglesia, hasta el final”.

Recordamos con gratitud el pontificado del Papa emérito así como las ocasiones en que recibió a nuestra Conferencia Episcopal. Oremos por él. En nombre de los Obispos del Uruguay,

+ Arturo Fajardo, Obispo de Salto, Presidente de la CEU

jueves, 29 de diciembre de 2022

“Que el Señor te bendiga y te proteja” (Números 6,22-27). Santa María, Madre de Dios.

Amigas y amigos: feliz y bendecido año nuevo para cada uno de ustedes y sus familias.

Ocho días después de Navidad, celebramos a Santa María como Madre de Dios, en griego Theotokos, (Θεοτόκος) que significa literalmente “la que dio a luz a Dios”. Ese título fue reconocido en el año 431 por el Concilio de Éfeso. Se cuenta que el pueblo salió a la calle para festejarlo gritando: “Theotokos, Theotokos”.

También en este día, desde 1968, como fue establecido por San Pablo VI, la Iglesia celebra la Jornada Mundial de la Paz. En esta quincuagésima sexta jornada el Papa Francisco ha emitido un mensaje y ha propuesto como lema “Nadie puede salvarse solo. Recomenzar desde el COVID-19 para trazar juntos caminos de paz”.

La Palabra de Dios que escuchamos este domingo tiene en cuenta el comienzo del año, pidiendo el don de la paz como bendición de Dios. Al mismo tiempo, nos lleva de nuevo al pesebre a contemplar, con ojos asombrados, al niño con su madre.

Para nuestra reflexión de hoy, vamos a tomar la primera lectura, del libro de los números.

Es un pasaje breve, pero muy significativo, en el que Dios habla sobre la bendición de los sacerdotes al pueblo. Escuchemos como comienza:

El Señor dijo a Moisés: 

«Habla en estos términos a Aarón y a sus hijos: Así bendecirán a los israelitas» 

Aquí se establece una cadena de comunicación: Dios habla a Moisés, para que él transmita lo que Dios dice a Aarón y a sus hijos.

Aarón era el hermano de Moisés y junto con sus hijos cumplía la función sacerdotal en el pueblo de Israel.

La Palabra de Dios se dirige a Moisés porque él es el conductor que Dios eligió para liberar a su pueblo de la esclavitud y llevarlo a la Tierra Prometida. Por eso Dios se comunica directamente con Moisés y él transmite al Pueblo lo que Dios le ha indicado. A la muerte de Moisés se escribe: 

“Nunca más surgió en Israel un profeta igual a Moisés, con quien el Señor hablaba cara a cara. (Deuteronomio 34,10).

Vamos a retener esa expresión “cara a cara”, porque la vamos a reencontrar.

Dios sigue hablando a Moisés y le comunica la fórmula de la bendición que, primero en las celebraciones en el desierto y luego al final de las celebraciones en el templo, los sacerdotes usarán para bendecir al pueblo. Para dar la bendición, los sacerdotes tenían que extender las manos sobre el pueblo, pronunciando la fórmula sagrada. Antes de entrar en el contenido de la bendición, veamos como termina este pasaje. Dios concluye explicando cuál es la función de los sacerdotes.

«Que ellos invoquen mi Nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré»

Los sacerdotes invocan a Dios; pero es Dios quien bendice. Los sacerdotes tienen -seguimos teniendo- una función de mediación.

Y ahora sí, escuchemos la fórmula de la bendición:

"Que el SEÑOR te bendiga y te proteja. 
Que el SEÑOR haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia. 
Que el SEÑOR te descubra su rostro y te conceda la paz." 

Aquí entendemos que quiere decir “invocar el nombre del Señor”. El nombre de Dios, YAHVEH, aparece tres veces. A nosotros hoy no nos llama la atención esto de nombrar a Dios. ¿Cuántas veces, a lo largo del día, lo hacemos los creyentes? Pero el israelita tiene muy presente el mandamiento que dice: “No pronunciarás en vano el nombre del Señor, tu Dios” (Éxodo 20,7). 

Para no incurrir en esa falta, los miembros del Pueblo de Dios preferían nunca nombrar a Dios. Eso quedaba reservado a los sacerdotes en el momento de la bendición.

La primera petición de la bendición es que “el Señor te bendiga y te proteja”. “Bendecir” significa “decir bien”. No se trata de “hablar bien” de los demás, sino de decir para ellos una palabra de bien, de pedir que Dios diga sobre ellos su Palabra, porque la Palabra de Dios crea, hace realidad aquello que nombra.

En las dos peticiones siguientes se hace referencia al rostro de Dios: que Dios haga brillar su rostro sobre ti, que te descubra su rostro.

Es una petición muy especial, por varias razones.

Primero: ¿qué quiere decir ver el rostro de Dios? Leímos que Moisés hablaba con Dios “cara a cara” ¿qué quiere decir eso? La pregunta cabe porque Dios es un ser espiritual. No tiene rostro; más aún, no tiene cuerpo… en la Capilla Sixtina, Miguel Ángel pintó la creación del hombre y allí aparece Dios con figura humana, representado como un anciano fuerte que extiende su mano para dar vida a su creatura. Esa, como tantas otras, es una figuración, una manera de representar lo invisible.

Pedir que Dios nos muestre su rostro, decir que Dios habla con alguien cara a cara, son expresiones humanas para comunicar una experiencia espiritual para la que no hay palabras que puedan describirla. Esa experiencia de encuentro con Dios se traduce con expresiones que evocan el encuentro entre personas humanas. Más aún, Dios dice 

«tú no puedes ver mi rostro, porque ningún hombre puede verme y seguir viviendo» (Éxodo 33,20)

Por eso, pedir que el Señor nos muestre su rostro es pedir que, de alguna manera, Dios “nos visite” y experimentemos su presencia y su cercanía y que vivamos ese encuentro no de una forma banal, sino con toda reverencia y asombro ante su misterio. En estos días de Navidad, estamos recordando y celebrando que Dios nos muestra finalmente su rostro, en un rostro humano: el rostro del niño de Belén. El rostro de la Misericordia.

Que te muestre su gracia, que te conceda la paz, son otras dos peticiones. La gracia es el amor gratuito de Dios, es el regalo de su amor, que se nos da como un llamado a una unión más profunda con Él. La paz, shalom, es una dimensión fundamental de la vida humana, sin la cual ésta pierde su sentido. Shalom es plenitud, es decir, lo que hace que todo esté completo, que nada falte. No es “el orden establecido”, con su inestable equilibrio basado en las armas y el miedo. Es un don que Dios ofrece al mundo por medio de su Mesías, por medio de su hijo Jesucristo. Implica la ausencia de guerra y violencia pero es, sobre todo, un estado de justicia y fraternidad que viene de Dios mismo.

Amigas y amigos, por todo esto que hemos reflexionado, antes de terminar con un breve anuncio, quiero pedir a Dios la bendición para todos ustedes, a lo largo de este nuevo año. 

El Señor esté con ustedes.
Dios Padre, fuente y principio de todo bien, les conceda su gracia, derrame sobre ustedes una abundante bendición y los conserve sanos y salvos durante todo este año. R. Amén.
Él los mantenga íntegros en la fe, les conceda una esperanza generosa, y los haga perseverar en la caridad. R. Amén.
Él guíe en la paz las acciones de ustedes, escuche siempre sus plegarias y los conduzca a la vida eterna. R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y permanezca para siempre. R. Amén.

Avisos

El próximo viernes, 6 de enero, celebramos la Epifanía del Señor, que es día de precepto.
Yo presidiré dos Misas: 
  • en Canelones, de mañana, a las 10 y 30 y 
  • en Atlántida, de tarde, a las 19 horas. Gracias, amigas y amigos. 
Que 2023 sea para todos un año de gracia y bendición. 

jueves, 22 de diciembre de 2022

“Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. (Juan 1,1-18). Natividad del Señor.

Amigas y amigos: muy feliz Navidad.

Estamos conmemorando el nacimiento de Jesús, no solo como el recuerdo de un acontecimiento histórico, sino buscando vivirlo hoy como un verdadero acontecimiento de nuestra vida, ofreciendo como pesebre nuestro propio corazón.

Hoy les propongo acercarnos a Jesús a través de algunos de los diferentes títulos que se le dan en los evangelios, hasta llegar al que nos presenta el evangelio de hoy: la Palabra o, como se solía traducir, “el Verbo”.

El domingo pasado escuchamos como un ángel se apareció en sueños a José indicándole, entre otras cosas, que él debía dar un nombre al hijo de María. Poner el nombre a un niño, para un hombre, significaba reconocer a ese niño como hijo suyo, a todos los efectos. El hijo de María sería, para todo el vecindario de Nazaret, el hijo de José, el carpintero.

Pero no fue José quien eligió el nombre; el ángel le indicó cómo debía llamarlo y porqué:

Le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados (Mateo 1,18-24)

El nombre de Jesús, en efecto, significa “Dios salva”. En consonancia con eso, en el evangelio que leemos en la Misa de Nochebuena, el ángel anuncia a los pastores:

Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. (Lucas 2,1-14)

Tenemos ahí tres títulos: “Señor”, que hace referencia a la naturaleza divina; “Salvador”, en directa relación con el nombre de Jesús: “Dios salva”. “Mesías”, que, en hebreo, significa “ungido”. Vamos a detenernos un poco en ese título.

Los elegidos por Dios para una misión, como los reyes y los sacerdotes recibían una unción con aceite. Una escena típica de esto en la Biblia es la unción del futuro rey David por el profeta Samuel.

El ungido recibía de Dios el Espíritu Santo para guiarlo, animarlo y fortalecerlo en su misión. Esto lo significamos hoy con el Sacramento de la Confirmación.

Pero cuando en las acciones y las palabras de alguien se manifestaba también el Espíritu Santo, esa persona era considerada “ungida” aunque no hubiera pasado por el rito del aceite. Esto es lo que sucedía con los profetas.

La unción daba un carácter sagrado a la persona que la había recibido. Si un hombre como el rey Saúl, que había sido ungido, obraba mal, los creyentes mantenían el respeto a su condición. Varias veces el rey Saúl intentó matar a David, que le estaba haciendo sombra. Sin embargo, aunque David tuvo más de una oportunidad de matar a Saúl, siempre mantuvo el respeto y decía 

“¡Líbreme el Señor de atentar contra su ungido!” (1 Samuel 26,11)

En ningún lugar se dice que Jesús haya sido “ungido”, es decir, que se haya derramado aceite sobre su cabeza. De hecho, el fue concebido “por obra y gracia del Espíritu Santo”; el Espíritu Santo está en él desde siempre. Sin embargo, hay un momento en que la presencia del Espíritu en Jesús se manifiesta públicamente: cuando es bautizado por Juan en el Jordán.

Pero Jesús no es uno más de tantos ungidos, de tantos “mesías” enviados por Dios para salvar a su pueblo en un momento determinado. Jesús es EL Mesías, EL Salvador definitivo enviado por Dios. 

Y demos un paso más con este título: Mesías es la palabra hebrea; pero esa palabra se traduce al griego como Cristo, y ahí tenemos el gran título de Jesús: él es EL Cristo, EL Mesías, EL Salvador.

Estaba anunciado que el Mesías sería “Hijo de David”, es decir, descendiente de Jesé, padre del rey David. Así dice el profeta Isaías:

Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor (Cf. Isaías 11,1-10, 1ª lectura, II Domingo de Adviento)

José, al poner nombre a Jesús, asumió la paternidad legal del hijo de María y lo incorporó a la familia de David, a la que José pertenecía.

El evangelio del domingo pasado nos decía también que con el nacimiento de ese niño se cumpliría lo anunciado por el profeta Isaías y el niño sería llamado “Emanuel”, que significa “Dios con Nosotros”. De “Emanuel” deriva el nombre Manuel. En Perú, en Navidad, se canta y se festeja al “niño Manuelito”, algo que nos confunde un poco a los que no conocemos la costumbre; pero no es otro que el niño Jesús, el Emanuel.

Más títulos… son muchísimos. El discípulo Natanael, en su primer encuentro con Jesús, le dice:

«Rabbí, tú eres el hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». (Juan 1,49)

“Rabbí” significa “Maestro” y no nos vamos a detener mucho en ese título común al de todos aquellos que reunían discípulos. 

“Rey de Israel” está en relación con “Mesías” e “Hijo de David”. De otra forma, ese título va a aparecer en un cartel sobre la cruz de Jesús: “Rey de los Judíos”. 

“Hijo de Dios” expresa el ser más profundo de Jesús: es EL Hijo de Dios. Sin embargo, fue largo el camino para que los cristianos llegaran a comprender y a formular lo que significa esto.

Curiosamente, muchas veces Jesús utilizaba para referirse a sí mismo, el título de “Hijo del hombre”. Ese título se refiere a una profecía del libro de Daniel:

Vi que venía sobre las nubes del cielo como un Hijo de hombre; él avanzó hacia el Anciano y lo hicieron acercar hasta él. Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas. Su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido. (Daniel 7,13-14) 

Cuando Jesús es detenido y llevado ante el Sumo Sacerdote, éste le pregunta: «¿Eres el Mesías, el Hijo de Dios bendito?». Jesús le responde:

«Así es, yo lo soy: y ustedes verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo». (Marcos 14,62)

En el Evangelio de Juan, el Bautista presenta a Jesús como 

“el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1,29)

Llamar a Jesús “cordero” lo asimila a una de las víctimas presentadas para los sacrificios en el templo de Jerusalén. Pero él no es un cordero más: es “el cordero de Dios”, la víctima presentada por Dios mismo para que le fuera ofrecida; más aún, para que se ofreciera a sí misma.

El primer título de Jesús que presenta Juan es muy distinto: la Palabra. Así comienza el evangelio de Juan:

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. (Juan 1,1-18)

Presentar a Jesús como Palabra que ya está en el principio, conecta este comienzo con el inicio de la Biblia, donde leemos: 

“Al principio Dios creó el cielo y la tierra” (Génesis 1,1)

Dios creó; Dios crea por medio de su palabra. Cada paso de la creación tiene la expresión “Dios dijo”… Cada una de las cosas que Dios dice, se hace.

Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. (Juan 1,1-18)

Esa Palabra creadora, que estaba junto a Dios y era Dios, fue enviada al mundo:

“Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. (Juan 1,14)

Ése es el misterio de la Navidad. La presencia del Emanuel, el Dios con nosotros, que tomó nuestra carne, nuestra condición humana, incluyendo la muerte, pero no el pecado.

Esa es la presencia que celebramos en esta Navidad: el Hijo de Dios, el Mesías, el Cristo, el Salvador. En él encontramos el perdón, la paz y la alegría.

En él vivamos una Feliz Navidad, con la bendición de Dios todopoderoso:

Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. 

miércoles, 21 de diciembre de 2022

Nochebuena 2022: hace 250 años, José Artigas y sus hermanos recibieron el sacramento de la Confirmación. (Prof. Daniel Torena)

“Casa de Artigas” reconstruida en 1927. Sauce, Canelones.

El Capitán de los Reales Cuerpos de Milicias de Caballería de la Gobernación de Montevideo Don Martín José Artigas, ilustre miembro del Cabildo de la Ciudad de Montevideo, ocupó por muchos años altos cargos como alcalde, alguacil mayor y regidor. Fue un gran emprendedor y pionero, como propietario de la estancia del “Sauce–Solo”, por su casamiento con Francisca Arnal Rodríguez Camejo, criolla nacida en Montevideo, como Don Martín Artigas. Ella era heredera universal de los bienes de su padre, Don Pascual Arnal, canario de origen. 

Don Martín había heredado otra estancia de su padre, el famoso Capitán de Milicias de Caballos Corazas, Don Juan Antonio Artigas, fundador de Montevideo y miembro del Primer Cabildo. Poseía el título honorífico hereditario de “hijodalgo” o hidalgo; tenía una gran estancia en la región de Pando (que iba desde Pando, por todo Barros Blancos hasta la Escuela Militar de Aeronáutica) y otra en la costa del Río de la Plata, por su esposa, de la familia Carrasco. La familia Artigas era profundamente devota y practicante de los ritos y sacramentos de la Iglesia Católica. Don Juan Antonio Artigas y su hijo Don Martín Artigas eran miembros de la “Venerable Orden Tercera de la Merced”. Los Artigas tenían en sus propiedades rurales oratorios consagrados y en la campaña se mantenían todos los ritos de la Iglesia adaptados a la realidad de una campaña oriental despoblada. 

La oración diaria era común en la familia. En el Sauce, Don Martín había llevado a sus hijos varones a trabajar, desde niños, para que conocieran la dura vida del campo y aprendieran la labranza de la tierra y la cría de ganado, combinando con los tiempos de estudios con los Padres Franciscanos, que tenían un colegio en Montevideo. Diariamente en la mañana, al levantarse, se rezaba una oración (también al medio día y a la noche) y luego desayunaban abundantemente con leche, huevos, pan casero o galleta de campaña hecha al horno cuando iba su madre, que les dejaba galletas como tortillas para varios días, manteca y queso también elaborado por su madre y en alguna oportunidad con chocolate, como dice el historiador W. Reyes Abadie, lo que era un lujo. La carne al mediodía (y se dejaba algo para la noche) era la comida diaria, cocinada a leña, en el fogón de la casa acompañada con verduras de la huerta familiar (papas, zapallos, tomates, maíz y algunos frutales).

Toda la familia trabajaba en la huerta, en especial el padre y sus hijos varones, así como en el ordeñe y la cría del ganado. Don Martín fue un pionero en la región del actual Departamento de Canelones, creando el primer tambo, que fue el primero de la Gobernación de Montevideo, por sus características. En la estancia del Sauce se criaba ganado lechero y se hacía manteca casera y algunos quesos, además de producir leche para el consumo familiar. Se complementaba con la cría de ganado para carne y cuero y cultivos de verduras y hortalizas para el consumo de la familia. Así, con duro trabajo, se lograba el mantenimiento de las necesidades de la familia Artigas-Arnal, en un ambiente de espiritualidad y religiosidad impulsada por su padre, que además también buscaba que sus hijos se interesaran por la lectura de temas históricos, literarios y de las ciencias naturales.

Dando cumplimiento a las normas establecidas por la Iglesia, Don Martín, estando con sus cuatro hijos varones en la estancia del “Sauce-Solo”, resolvió llevar a sus hijos varones para que recibieran el Sacramento de la Confirmación. El 24 de diciembre de 1772, en la Nochebuena de ese año, llevó a Nicolás, José Gervasio, Manuel Francisco y Pedro Ángel a la estancia de Don Melchor de Viana, vecino de los Artigas, en las cercanías del Arroyo Pando. La estancia tenía una pequeña Capilla consagrada y allí se realizó la ceremonia religiosa donde en esa Nochebuena del 24 de diciembre de 1772, el futuro Prócer de la Patria recibió el sacramento de la Confirmación junto a sus hermanos y las hijas de Esteban Artigas, estanciero del lugar, hermano de Don Martín Artigas.

José Gervasio tenía ocho años de edad cuando recibió el sacramento en la “Capilla de Pando o del Arroyo Pando” (la localidad de Pando es muy posterior a 1783). La región del Arroyo Pando y del Arroyo del Sauce dependían del entonces “Curato de Las Piedras”, a su vez dependiente de la Iglesia Matriz de Montevideo. No existía tampoco la Parroquia ni Pueblo de San Isidro de Las Piedras, que se iniciará a partir de 1786. La primera Parroquia que se creó luego de la Iglesia Matriz de Montevideo fue la de Nuestra Señora de Guadalupe de los Canelones, el 28 de julio de 1775. De ella dependerían después otras capillas y vice parroquias como la de Las Piedras y San Juan Bautista de Santa Lucía. Sauce y su región pasó a depender de Las Piedras y ésta de Guadalupe después de 1775.

La descripción del niño José Gervasio Artigas, cuando recibió la confirmación, era la de un niño fuerte de ojos azules y cabello casi rubio. Toda su vida, el futuro General en Jefe de los Orientales, Don José Artigas, será un cristiano practicante de los ritos de la Iglesia y devoto de la Virgen del Carmen hasta su partida a la casa del Padre Celestial, el 23 de setiembre de 1850 en el Paraguay.

Prof. Mag. Daniel Torena.

Fuentes:

Archivo Artigas, Tomo l, del Archivo General de la Nación Montevideo. Edición 1943.
Archivo de la Iglesia Matriz de Montevideo.
Archivo de la Parroquia de San Isidro de Las Piedras.
Apolant, Alejandro. “Génesis de la Familia Uruguaya”, IV Tomos. Montevideo, 1975.
Menéndez, Elisa. “Antes de 1810”. Montevideo, 1953.

sábado, 17 de diciembre de 2022

Jacinto Vera, nuestro obispo gaucho, será beato.


Mensaje de los obispos del Uruguay 

Sábado 17 de diciembre de 2022

Queridos hermanos:

Con inmensa alegría los obispos de Uruguay les queremos comunicar una feliz noticia: hoy, el Papa Francisco aprobó un milagro obtenido por la intercesión del Venerable Mons. Jacinto Vera, nuestro primer obispo, lo que habilita su próxima beatificación. 

Es un motivo de júbilo y gratitud para todo el Uruguay. Misionero y apóstol de la ciudad y la campaña, recorrió tres veces todo el país. Socorrió a los heridos de las guerras civiles y encabezó misiones de paz. Padre de los pobres, amigo de sus sacerdotes, fue promotor del compromiso de los cristianos laicos en la vida de la sociedad de la época. Promovió la educación y la prensa católica. Fundó el seminario para la formación de los sacerdotes. Promovió la llegada de numerosas congregaciones religiosas a nuestras tierras, para servir a nuestra gente (vascos, salesianos, salesianas, dominicas, vicentinas, capuchinos, jesuitas, entre otros). 

Guio a nuestra Iglesia en tiempos difíciles, llevó la frescura de vida y de gracia del Evangelio a todos sin distinción. Al final de sus días, Don Jacinto cosechó una admiración unánime de la sociedad de su época, aún de sus mismos adversarios, como quedó plasmado en los homenajes tributados a su muerte.  

Su próxima beatificación nos impulsa a renovar nuestro impulso misionero y nuestro deseo de servir al país y a su gente.

Con nuestra bendición, 

Los obispos del Uruguay

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¿Qué significa ser beato en la Iglesia católica?

El término beato (del latín beatus) significa feliz o bienaventurado. La Iglesia nos enseña que los beatos ya gozan en el cielo de la presencia de Dios e interceden por nosotros, peregrinos aún en este mundo. La beatificación es el último paso previo a la canonización, es decir, al momento en que la Iglesia reconoce y declara que una persona es santa.

El beato llega al “honor de los altares”. Sus imágenes pueden ser veneradas en las Iglesias. Se celebra su memoria litúrgica; es decir, habrá un día en el año que será su día de fiesta. En general se toma el día de su muerte, llamado dies natalis, el día de su nacimiento a la Vida Eterna. En ese día, en la misa y otras se le recordará especialmente, como se hace con los santos.     

¿Cómo un beato pasa a ser santo?

Si para la beatificación es necesario que haya habido un milagro atribuido a la intercesión del venerable, lo que se necesita para la canonización es que se verifique un segundo milagro, ocurrido después del anuncio de la beatificación.

El milagro ocurrido por intercesión de Jacinto Vera

El milagro reconocido por el papa Francisco es la curación rápida, duradera y completa de una niña de 14 años ocurrida el 8 de octubre de 1936. La niña se llamaba María del Carmen Artagaveytia Usher. Era hija del Dr. Mario Artagaveytia, reconocido médico cirujano, y de Renée Usher. Después de una operación de apendicitis sufrió una infección que se fue agravando hasta llegar a una situación desesperada. Los mejores médicos de la época la atendieron, pero no lograban su mejoría. Recordemos que no existía aún la penicilina. La niña sufría fuertes dolores y su vida parecía acercarse al final. 

Un tío de la niña, Rafael Algorta Camusso, le llevó una estampa con una reliquia del siervo de Dios Jacinto Vera y le pidió a la niña que se la aplicara a la herida y que tanto ella como su familia rezaran con toda confianza pidiendo la curación por intercesión del siervo de Dios. Esa misma noche cesaron los dolores, se terminó la fiebre y a la mañana siguiente la niña se sentía completamente bien. La curación fue rápida y completa, científicamente inexplicable, comprobada por su padre y por el médico que la atendía, el Dr. García Lagos. María del Carmen Artagaveytia vivió hasta los 89 años, falleciendo en 2010. 

En 2017 se retomó el estudio de este caso, que había sido presentado al poco tiempo de la curación. Se realizó un exhaustivo informe médico, que luego fue analizado por una junta médica en el Vaticano. Ante el tribunal formado para estudiar el presunto milagro, sus hijos declararon que conocían el hecho desde siempre, por el testimonio de su madre. Aportaron diversos elementos y recuerdos, entre otros, que su madre tuvo toda la vida en su mesita de luz la estampa con la reliquia de Mons. Jacinto Vera que había colocado en su herida.

Breve biografía

Don Jacinto Vera nació el 3 de julio de 1813 en un barco, en el Océano Atlántico, frente a las costas de Brasil, cuando su familia se dirigía a Uruguay desde las Islas Canarias. De joven trabajó en el campo con los suyos, en Maldonado y en Toledo. Descubrió su vocación a los 19 años. Incorporado al ejército fue licenciado por el Gral. Oribe para que pudiera continuar sus estudios sacerdotales. A falta de formación en Uruguay, se trasladó a Buenos Aires para estudiar. Celebró allí su primera misa, el 6 de junio de 1841. 

Fue teniente cura y luego párroco de la Villa de Guadalupe de Canelones durante 17 años. El 4 de octubre de 1859 fue nombrado vicario apostólico del Uruguay. Todavía en ese cargo recibió la ordenación episcopal en la Iglesia Matriz de Montevideo el 16 de julio de 1865. Participó del Concilio Vaticano I en 1870. En 1878 fue creada la Diócesis de Montevideo, que abarcaba todo el Uruguay y pasó a ser su primer obispo, el 13 de julio de 1878. 

Murió durante una misión que realizaba en Pan de Azúcar, el 6 de mayo de 1881. En su sepelio un joven Juan Zorrilla de San Martín resumió el sentir de muchos: 
“... las lágrimas en este momento inundan mi alma y el alma del pueblo uruguayo, enlutado y consternado… ¡Padre! ¡Maestro! ¡Amigo! … Señores, hermanos, pueblo uruguayo: el santo ha muerto.”
Se realizó una suscripción popular para erigirle el monumento fúnebre donde reposan sus restos en la catedral de Montevideo. En poco tiempo se reunió el dinero necesario y el monumento se inauguró en el primer aniversario de su muerte. La consigna fue que todos pusieran lo mismo: un centésimo; para que así pobres y ricos pudieran participar del mismo modo. 

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IV Domingo de Adviento (2022)
“Él salvará a su Pueblo de todos sus pecados” (Mateo 1,18-24)
Una reflexión sobre el Evangelio de este domingo, AQUÍ.

jueves, 15 de diciembre de 2022

“Él salvará a su Pueblo de todos sus pecados” (Mateo 1,18-24). IV domingo de Adviento.

Amigas y amigos, llegamos a la última semana del Adviento. El próximo domingo ya será Navidad. Hoy leemos en el evangelio de san Mateo el relato de la anunciación; pero no la anunciación a María, que está en el evangelio de Lucas, sino la anunciación a san José.

Para entender mejor lo que dice este relato, recordemos cómo se celebraba el matrimonio entre los israelitas de aquel tiempo. 

Esto se hacía en dos pasos: primero, delante de testigos, los novios daban su consentimiento; segundo, el marido recibía en su casa a la mujer.

Estos dos pasos estaban a veces muy separados en el tiempo, ya que el primero podía y solía hacerse cuando la muchacha tenía 12 o 13 años. Cada uno seguía viviendo en su casa hasta el segundo momento. ¿Podían tener relaciones en ese tiempo intermedio? Legalmente eran esposo y esposa, pero no estaban viviendo juntos. En algunas regiones se aceptaba esa convivencia, en otras no. Tanto Mateo como Lucas nos dicen que María era virgen y, por lo tanto, ella no estaba teniendo esa convivencia con José. Habían dado el primer paso, pero faltaba el segundo: José no la había recibido en su casa.

Vayamos al texto:

Jesucristo fue engendrado así:
María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. (Mateo 1,18-24)
A José le llega la noticia de que María está embarazada. ¿Cuál es su reacción?
José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. (Mateo 1,18-24)

¿Qué significa que José era un hombre justo? Podríamos traducirlo diciendo que era “un hombre de Dios”, “un hombre santo”; porque el hombre justo, para los israelitas, es el hombre que se deja guiar en la vida por la Ley de Dios. Esto es mucho más que cumplir exteriormente una serie de preceptos. Es una adhesión profunda a Dios y a su Palabra, de modo que impregnen toda la vida de la persona. El salmo 1 nos da una buena definición del hombre justo:

Se complace en la ley del Señor y la medita de día y de noche (Salmo 1,2)

Notemos que no dice simplemente “cumple la ley del Señor”: se complace significa que encuentra su felicidad en vivir de acuerdo con la ley de Dios. Es significativo también “la medita de día y de noche”. La persona justa interioriza la ley de Dios, busca entrar en su esencia, en su sentido más profundo. 

José se encuentra ante un dilema. Él y María no han convivido y María está embarazada. Ese hijo no es suyo. El consentimiento que José y María se han dado es sagrado y esa realidad desconcertante que ha aparecido lo ha roto. José entiende que no puede dar el segundo paso de su matrimonio, es decir, recibir a María en su casa.

Pero no es solo eso: la ley habilita a José a rechazar públicamente a María, lo que equivale a denunciarla por adulterio, con todas las terribles consecuencias que eso tendría para ella (Cf. Deut 22,20-21). José elige otro camino, que está en el espíritu de la ley: la misericordia. “Abandonarla en secreto” no significa que José desaparezca, sino que rompe el contrato matrimonial inicial sin hacer una manifestación pública que exponga a María.

Lo que José no puede ver todavía es que en su vida y en la de María ha entrado el proyecto de Dios que necesita no solo de la colaboración de María, como Madre de su Hijo, sino también la cooperación de José.

Según nos cuenta san Lucas, María recibió el anuncio del ángel de que iba a ser madre del Hijo de Dios estando bien despierta y tomando la palabra para dar su asentimiento:

«Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho» (Lucas 1,38)

Para José, el anuncio llegará de otra manera:

Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros». (Mateo 1,18-24)

Habiendo recibido en sueños este anuncio, José no responde con palabras, sino poniendo en obra lo que se le ha pedido:

Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa. (Mateo 1,18-24)

De esta forma se completa el matrimonio de José y María. A los ojos de los hombres, ellos son esposo y esposa, y el niño que espera María es el hijo de José. Así será conocido Jesús por sus vecinos: “el hijo del carpintero”.

El ángel no solo le ha hablado a José de recibir a María en su casa, sino que le ha señalado una tarea propia del padre: José es quien pondrá el nombre de Jesús al hijo que dará a luz María. Poner el nombre a un niño recién nacido es la forma en que un padre reconoce a ese hijo como suyo, aunque no sea su padre biológico. Es un acto de reconocimiento, que lo hace su padre legal.

Pero no es José quién decide qué nombre llevará el niño. El nombre indicado es Jesús, en hebreo “Yeshuá”. Yeshuá en una forma abreviada de Yehoshuá, es decir, Josué, el nombre del sucesor de Moisés. El significado original del nombre era “Yahveh ayuda”; en tiempos del evangelista Mateo, Yeshuá pasó a significar "Dios salva”.

El nombre de Jesús, pues, es un anuncio de su misión, y así lo explica Mateo: “porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados”.

Ese pueblo llamado a la salvación es la humanidad entera, como en la visión que nos presenta el libro del Apocalipsis:

Miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con fuerte voz: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero». (Apocalipsis 7,9-10)

Jesús, “Dios salva”, ha venido a salvar a la humanidad entera de todos sus pecados. En su exhortación “Reconciliación y penitencia”, san Juan Pablo II hablaba de “un mundo en pedazos”, en el que se enfrentan naciones contra naciones, los derechos humanos fundamentales son conculcados, la libertad de personas y colectividades es reprimida, campean la violencia y el terrorismo, la discriminación racial, cultural y religiosa; y se ensancha la brecha entre ricos y pobres. Todas estas heridas que arrastra la humanidad, dice el santo Papa, tienen su raíz en una herida en lo más íntimo del hombre. Y concluye:

“Nosotros, a la luz de la fe, la llamamos pecado; comenzando por el pecado original que cada uno lleva desde su nacimiento como una herencia recibida de sus progenitores, hasta el pecado que cada uno comete, abusando de su propia libertad.” (Reconciliación y Penitencia, 2)

El nombre de Jesús es, pues, anuncio de salvación para una humanidad que, a pesar de sus avances en el plano del conocimiento y la tecnología, camina muchas veces sin rumbo porque se encabalga en una falsa autosuficiencia y se cierra al mensaje del Salvador. 

Que en esta Navidad y en cada celebración de los misterios de Cristo, todos los creyentes unamos nuestras oraciones y nuestros esfuerzos para que se cumpla la palabra de la Escritura: “Todos los hombres verán la Salvación de Dios” (Lucas 3,6).

Gracias amigas y amigos. Buena semana, en preparación a la Navidad. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. 

lunes, 12 de diciembre de 2022

Ordenación Diaconal de Néstor Rosano: “Jesús pasó haciendo el bien, y curando a todos” (Hch,10,38)

Homilía de Mons. Heriberto 

“Jesús pasó haciendo el bien, y curando a todos” (Hch,10,38)

Ese es el lema que Néstor ha elegido para su ordenación diaconal.

Esas palabras están tomadas de la predicación del apóstol Pedro en casa del centurión Cornelio y forman parte del anuncio del núcleo central de nuestra fe a un grupo de paganos; anuncio que tiene su punto culminante en la referencia a la muerte y resurrección del Señor, de la que Pedro se manifiesta testigo junto con otros elegidos. No es menor considerar que este momento es una novedad en la predicación apostólica, que comenzará a dirigirse no ya solo al Pueblo de la Primera Alianza, sino a toda la humanidad, destinataria del mensaje de salvación.

Diácono significa “servidor” y quien recibe este grado del sacramento del orden está llamado a identificarse día a día con Cristo 

“que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mateo 20,28). 

En esas palabras del Señor comprendemos la dimensión más honda de su servicio. "Servir y dar su vida" no son acciones sucesivas, como si dijéramos “primero sanó enfermos, perdonó pecados, anunció el Reino de Dios, etc. y, luego entregó su vida en la cruz”. La entrega del Señor en la Cruz está en continuidad con su vida de servicio; es la culminación de una entrega de vida que comienza ya desde su encarnación, cuando 

“Él, que era de condición divina (…) se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor” (cf. Filipenses 2,6-7).

Podemos así decir que toda la vida de Jesús, desde su encarnación hasta su último suspiro en la cruz es entrega y servicio. Para Él, pues, servir no fue una serie de actividades realizadas en algunos momentos, a modo de quien que, por ejemplo, dedica unas horas en la semana a realizar una tarea voluntaria, como llevar comida a personas en situación de calle o visitando ancianos u otros servicios a la comunidad; actividades, por supuesto, todas muy encomiables. Pero la vida de Jesús está de tal modo unificada, que cada momento de su vida se hace servicio, se hace entrega, se hace comunicación del amor y de la misericordia del Padre. Una entrega libre. Libre, la entrega de Jesús y libre también la entrega de su Madre.

Si la Santísima Virgen, como venimos de recordar el pasado día ocho, solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, fue 

“preservada de todo pecado (…) en atención a los méritos de la muerte redentora de Cristo” (Oración colecta) 

ese don particular que el Padre le otorgó a fin de preparar a su Hijo “una digna morada” (íb.) no significa que, llegado el momento, ella actuara como si hubiese sido programada para ello y no tuviera nada que decidir. María se hace servidora por su decisión. Si ella se refiere a sí misma como ”esclava” es porque ella misma se ha entregado a Dios como tal. San Bernardo nos hace contemplar ese momento de decisión, del cual están pendientes Adán, Abraham, David, los otros patriarcas. Todo el mundo, dice San Bernardo, postrado a sus pies, espera el “sí” de María. Tras el silencio, tan breve como interminable, ella manifiesta: 

“Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1,38)

El Hijo de Dios verá en su Madre a esa humilde servidora. No solo servidora en la gestación, el alumbramiento y el cuidado maternal de un niño pequeño, sino  caminando a lo largo de su vida con su Hijo, guardando y meditando en su corazón cada nuevo misterio. Fue así aprendiendo a continuar entregando a su Hijo al mundo, hasta acompañarlo en la entrega final de la cruz, uniendo al corazón traspasado por la lanza, su propio corazón traspasado por la espada del dolor.

Querido Néstor: el sacramento que vas a recibir, en tu camino al sacerdocio, te une a Cristo Servidor y, al unirte a Él, particularmente en estas vísperas de Nuestra Señora de Guadalupe, te acerca espiritualmente a su Madre, la que sabe partir sin demora para acudir donde se la necesita, la que acompaña a su Hijo crucificado y a todos los crucificados de hoy; la humilde servidora convertida en Reina del Cielo, que intercede por nosotros para que no nos falte el consuelo y la alegría de la fe y que nos recuerda permanentemente, como a Juan Diego: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”.

Hermanos y hermanas muy queridos, dejémonos todos mirar hoy por la Madre del Señor, que nos envuelve en su ternura y juntos, dentro de instantes, imploremos su intercesión y la de todos los santos para que Néstor pueda vivir en profundidad e integridad su ministerio, de modo que toda su vida se vaya haciendo signo de Cristo Servidor.

Iglesia Catedral - Santuario Nacional - Nuestra Señora de Guadalupe, 
Canelones, 11 de diciembre de 2022.



Jornada Diocesana de las Familias.


El encuentro se realizó en Villa Guadalupe, durante la mañana y tarde del domingo 11 de diciembre de 2022 y asistieron más de 30 personas. Siete parroquias estuvieron presentes: Catedral, Sauce, Pando, San José de Carrasco, Shangrilá, Solymar y Suárez. También hubo participantes de Montevideo para presentar algunos temas.

La jornada comenzó con un tiempo de exposición y adoración del Santísimo Sacramento. 

Luego se realizó un taller sobre "El perdón en la familia", orientado por Teresa y Carlos, matrimonio que participó en el encuentro Mundial de Familias.

Después del almuerzo, se expuso la experiencia de trabajo de matrimonios vinculados a los Misioneros Servidores de la Palabra (San José de Carrasco y Shangrilá), por Timoteo y Elsa Trinidad, Daniel y Loana.

Seguidamente tuvimos el testimonio del movimiento Encuentros Matrimoniales, a través de Mónica y Daniel, Luci Machiarena y Ricardo Figueroa (Montevideo). 

Posteriormente, el Pbro. Luis Eduardo Ríos presentó "La oración en la familia". 

Tuvimos la visita del Presidente de la Comisión Nacional de Pastoral de la Familia y de la Vida, Mons. Fabián Antúnez, obispo de San José de Mayo y de los secretarios ejecutivos de la Comisión, Lucía y Fernando. Con ellos, en plenario, dimos una mirada a la Pastoral Familiar en nuestra Diócesis y en el país. Hubo interés por las instancias diocesanas y nacionales que pueda haber en el futuro y quedó planteada la idea de constituir una Comisión Diocesana de Pastoral Familiar en la que puedan encontrarse los distintos movimientos y propuestas de trabajo en relación con matrimonios y familias.

Más tarde, Augusto, de Sauce, nos habló de la actividad de Madrinas por la Vida en la diócesis. 

Un matrimonio de Suárez llegó sobre el final del encuentro, compartiendo su experiencia de un programa sobre familia en Radio María e invitando a todos los presentes a participar

Finalizamos la jornada con el Rosario de las Familias. 

Durante el día nos acompañó nuestro Obispo, Mons. Heriberto Bodeant y el Vicario Pastoral y párroco de Solymar, Pbro. Washington Cabrera. También estuvieron las Hermanas Laura y Claudia y el P. Pedro, los tres Misioneros Servidores de la Palabra.

Fue un encuentro muy rico, donde la experiencia de fe y vida de nuestras familias así como las diferentes propuestas pastorales nos enriquecieron a todos.

viernes, 9 de diciembre de 2022

9 de diciembre: San Juan Diego Cuauhtlatoatzin

Según una tradición bien documentada, San Juan Diego nació en 1474 en Cuauhtitlán, entonces reino de Texcoco, perteneciente a la etnia de los chichimecas. Se llamaba Cuauhtlatoatzin, que en su lengua materna significaba «Águila que habla», o «El que habla con un águila».

Ya adulto y padre de familia, atraído por la doctrina de los Frailes Franciscanos llegados a México en 1524, recibió el bautismo junto con su esposa María Lucía. Celebrado el matrimonio cristiano, vivió castamente hasta la muerte de su esposa, fallecida en 1529. Hombre de fe, fue coherente con sus obligaciones bautismales, nutriendo regularmente su unión con Dios mediante la eucaristía y el estudio del catecismo.

El 9 de diciembre de 1531, mientras se dirigía a pie a Tlatelolco, en un lugar denominado Tepeyac, tuvo una aparición de María Santísima, que se le presentó como «la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios». La Virgen le encargó que en su nombre pidiese al Obispo de la ciudad de México, el franciscano Juan de Zumárraga, la construcción de una iglesia en el lugar de la aparición. El Obispo no aceptase la idea, pero la Virgen pidió a Juan Diego que insistiese. Al día siguiente, domingo, el indio volvió a encontrar al Prelado, quien lo examinó en la doctrina cristiana y le pidió pruebas objetivas en confirmación del prodigio.

El 12 de diciembre, martes, mientras Juan Diego se dirigía de nuevo a la Ciudad, la Virgen se le volvió a presentar y lo consoló, invitándolo a subir hasta la cima de la colina de Tepeyac para recoger flores y traérselas a ella. No obstante la fría estación invernal y la aridez del lugar, Juan Diego encontró unas flores muy hermosas. Una vez recogidas las colocó en su tilma y se las llevó a la Virgen, que le mandó presentarlas al Sr. Obispo como prueba de veracidad. Una vez ante el obispo, el indio abrió su tilma y dejó caer las flores. Ante el asombro de todos, en el tejido apareció, inexplicablemente impresa, la imagen de la Virgen de Guadalupe, que desde aquel momento se convirtió en el corazón espiritual de la Iglesia en México.

Juan Diego, movido por una tierna y profunda devoción a la Madre de Dios, dejó los suyos, la casa, los bienes y su tierra y, con el permiso del Obispo, pasó a vivir en una pobre casa junto al templo de la «Señora del Cielo». Su preocupación era la limpieza de la capilla y la acogida de los peregrinos que visitaban el pequeño oratorio que se levantó.

En espíritu de pobreza y de vida humilde Juan Diego recorrió el camino de la santidad, dedicando mucho de su tiempo a la oración, a la contemplación y a la penitencia. Dócil a la autoridad eclesiástica, tres veces por semana recibía la Santísima Eucaristía.

En la Misa de beatificación, el 6 de mayo de 1990, San Juan Pablo II dijo que «las noticias que de él nos han llegado elogian sus virtudes cristianas: su fe sencilla, nutrida en la catequesis y acogedora de los misterios; su esperanza y confianza en Dios y en la Virgen; su caridad, su coherencia moral, su desprendimiento y pobreza evangélica. Llevando vida de ermitaño, aquí junto al Tepeyac, fue ejemplo de humildad».

Juan Diego, laico fiel a la gracia divina, gozó de tan alta estima entre sus contemporáneos que éstos acostumbraban decir a sus hijos: «Que Dios os haga como Juan Diego». Circundado de una sólida fama de santidad, murió en 1548. Su memoria, siempre unida al hecho de la aparición de la Virgen de Guadalupe, ha atravesado los siglos, alcanzando la entera América, Europa y Asia. Fue canonizado por San Juan Pablo II, en su visita a la Ciudad de México, el 31 de julio de 2002

En Canelones

En la capilla del Santísimo Sacramento de la Iglesia Catedral de Canelones, Santuario Nacional de Nuestra Señora de Guadalupe, hay una pintura que representa a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin.

Referencias

Sitio web de la Santa Sede: San Juan Diego Cuauhtlatoatzin








Palabra de Vida, diciembre 2022: «Confíen en el Señor para siempre, porque el Señor es una Roca eterna» (Isaías 26, 4).

«Confíen en el Señor para siempre, porque el Señor es una Roca eterna» (Is 26, 4).

La Palabra de vida que queremos vivir en este mes está tomada del Libro del profeta Isaías, un texto extenso y rico, muy apreciado por la tradición cristiana, ya que contiene páginas muy queridas, como el anuncio del Enmanuel, el «Dios con nosotros» (cf. Is 7, 14; Mt 1, 23), o también la figura del Siervo de dolores (cf. Is 52, 13 - 53, 12), que hace de fondo a los relatos de la pasión y muerte de Jesús.

Este versículo forma parte de un canto de agradecimiento que el profeta pone en boca del pueblo de Israel una vez terminada la terrible prueba del exilio, cuando por fin van a volver a Jerusalén. Sus palabras abren los corazones a la esperanza, porque la presencia de Dios al lado de Israel es fiel, inquebrantable como la roca; Él mismo sostendrá cualquier esfuerzo del pueblo en la reconstrucción civil, política y religiosa.

Derrocará la ciudad que se cree «excelsa» (cf. Is 26, 5) porque no está construida según el proyecto de amor de Dios, mientras que la que está construida sobre la roca de la cercanía a Él gozará de paz y prosperidad.

«Confíen en el Señor para siempre, porque el Señor es una Roca eterna»

¡Qué actual es esta necesidad de estabilidad y de paz! También nosotros, personalmente y colectivamente, estamos pasando por momentos oscuros de la historia que amenazan con aplastarnos bajo el peso de la incertidumbre y el miedo al futuro.

¿Cómo superar la tentación de dejarnos abatir por las dificultades del presente, de encerrarnos en nosotros mismos y cultivar sentimientos de sospecha y desconfianza hacia los demás? 

Para los cristianos, la respuesta es ciertamente «reconstruir» ante todo, con valentía, la relación de confianza con Dios, que en Jesús se hizo nuestro prójimo por los caminos de la vida, incluidos los más oscuros, estrechos y escarpados.

Pero esta fe no significa quedarse esperando pasivamente. Al contrario, requiere trabajar activamente para ser protagonistas creativos y responsables en construir una «nueva ciudad» fundada en el mandamiento del amor recíproco. Una ciudad con las puertas abiertas, que acoge a todos, sobre todo «a los pobres y oprimidos» (cf. Is 26, 6), los predilectos del Señor desde siempre.

Y por este camino estamos seguros de contar con la compañía de muchos hombres y mujeres que cultivan en el corazón los valores universales de la solidaridad y la dignidad de cada persona, respetando también la creación, nuestra «casa común».

«Confíen en el Señor para siempre, porque el Señor es una Roca eterna» 

En el pueblo murciano de Aljucer (España), toda una comunidad está volcada en construir relaciones de fraternidad mediante formas de participación abierta e inclusiva.

Cuentan: «En el verano de 2008 fundamos una asociación cultural con el objetivo de desarrollar actividades de distinto tipo, tanto por iniciativa nuestra como en colaboración con otras asociaciones del territorio, para promover espacios de diálogo y proyectos humanitarios internacionales. Por ejemplo, desde el principio promovemos una cena solidaria anual para el proyecto Fraternity with Africa, para financiar becas para jóvenes africanos que se comprometen a trabajar en su país durante al menos cinco años. Son cenas que reúnen a unas 200 personas y en las que colaboran comercios y asociaciones.

Estamos muy satisfechos de trabajar desde hace años con otra asociación. Juntos organizamos un evento anual abierto a personalidades del mundo de la cultura, música, pintura y literatura, pero también a exponentes de la política, la economía y la medicina. Para todos ellos es una ocasión para compartir sus experiencias y las motivaciones más profundas de sus acciones» (1).

«Confíen en el Señor para siempre, porque el Señor es una Roca eterna» 

Estamos a la espera de la Navidad. Preparémonos acogiendo desde ya mismo a Jesús en su Palabra. Esta es la roca sobre la que construir también la ciudad de los hombres: 

«Encarnémosla, hagámosla nuestra, experimentemos cuánta potencia de vida libera si la vivimos, en nosotros y a nuestro alrededor. Enamorémonos del Evangelio hasta dejarnos transformar en él y derramarlo sobre los demás. […] Así ya no viviremos nosotros, sino que en nosotros se formará Cristo. Nos sentiremos libres de nuestro yo, de nuestros límites, de nuestras esclavitudes; y además veremos estallar la revolución de amor que Jesús, libre de vivir en nosotros, provocará en el tejido social del que formamos parte» (2).

Letizia Magri

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(1)  Experiencia tomada de la web www.focolare.org.

(2)  C. LUBICH, Palabra de vida, septiembre 2006, en Ciudad Nueva n. 434 (8-9/2000), p. 23.


jueves, 8 de diciembre de 2022

“La Buena Noticia es anunciada a los pobres” (Mateo 11,2-11). III Domingo de Adviento, Gaudete.


Este domingo está marcado en la Diócesis de Canelones por dos acontecimientos:
Durante el día, el encuentro diocesano de las familias, en Villa Guadalupe y en la tarde, a las 18 horas, la ordenación diaconal del seminarista Néstor Rosano, ya en vísperas de la fiesta de la patrona de la Diócesis, la Virgen de Guadalupe.

Con esos dos motivos de alegría y esperanza, nos acercamos hoy a la Palabra de Dios en el evangelio según san Mateo. Volvemos a encontrar aquí a san Juan Bautista. El domingo pasado lo escuchamos cuando predicaba en el desierto, llamando a la conversión. Ahora Juan ha salido de la escena. El rey Herodes lo ha encerrado en la fortaleza de Maqueronte. Desde allí, Juan ha oído hablar de la actividad de Jesús. 

Uno podría pensar que Juan, en su prisión, recibiría esas noticias como un gran consuelo. No olvidemos que, según cuentan los cuatro evangelios él fue quien bautizó a Jesús en el Jordán y vio descender el Espíritu Santo sobre él. Esa manifestación del Espíritu señala que Jesús es el Cristo, el ungido de Dios, el Mesías anunciado por los profetas como el salvador definitivo. 
Sin embargo, Juan el Bautista parece tener dudas. Eso se desprende de lo que nos cuenta el evangelio:
Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?» (Mateo 11,2-11)
La pregunta de Juan puede interpretarse de esta manera: ¿eres tú el Cristo, el Mesías, o sea, el que había de venir, o eres un profeta más que está anunciando la venida del Mesías, y, por lo tanto, tenemos que seguir esperando?
¿Por qué Juan tiene esas dudas?
Al parecer, lo que está haciendo Jesús no se corresponde con lo que Juan esperaba del Mesías.
En verdad, en algunas cosas hay claras coincidencias: los dos llaman a la conversión. 
“Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mateo 3,2) 
predicaba Juan; 
“Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mateo 4,17)
predicará luego Jesús .

Las palabras son exactamente las mismas, pero están dichas con una actitud diferente.
Juan habla de un juicio inminente, un juicio que se viene encima: habla de la ira de Dios que se acerca, el hacha clavada en la raíz del árbol para cortarlo enseguida, si no produce buen fruto… 

En cambio, aunque no lo ha mencionado todavía, Jesús se siente enviado como el profeta Jonás (cf. Mateo 12,29; 16,4) que igual que el Bautista anunciaba un juicio, llamando a la conversión, incluso con tono amenazador, pero, y aquí está la diferencia, abriendo un espacio de tiempo: un tiempo que la misericordia de Dios ofrece a los hombres para que puedan arrepentirse, pedir perdón y enmendar su conducta.
Pero no se trata solo de esa muestra de la paciencia de Dios; la misericordia de Dios se pone en obra sin demora, sin esperar nada y viene a sanar las heridas del cuerpo y del alma del hombre. En su respuesta a Juan, Jesús le manifiesta que él está haciendo lo que se había anunciado del Mesías. En efecto, como nos recuerda la primera lectura de Hoy, el profeta Isaías había anunciado:
se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos;
el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo.
(Isaías 35, 1-6a.10)
Y de esta manera responde Jesús a los discípulos de Juan:
«Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!» (Mateo 11,2-11)
Como decíamos, el énfasis de Juan estaba en el juicio que vendría a destruir el mal y quienes lo realizaban. 
En su momento, también Jesús hablará del juicio; pero antes Él presenta la obra de Dios como sanación y salvación. Las múltiples cegueras y sorderas del hombre, todas las formas de parálisis del cuerpo y del alma; las lepras que deforman, desfiguran y aíslan… la muerte y la muerte en vida que muchos sufren. El mensaje  de Jesús no es de amenaza: es evangelio, es decir, buena noticia, que quiere despertar en el hombre alegría y esperanza para volverlo a Dios, para llevarlo a la conversión. No en vano este tercer domingo de adviento es llamado “Gaudete”: una invitación a participar de la alegría de la Salvación en el encuentro con el Señor que viene a nosotros.

Sigue diciendo Jesús: la buena noticia de la salvación es anunciada a los pobres. 
El evangelio de Mateo que estamos leyendo habla de los pobres en su sentido más amplio, abarcando todas las formas de pobreza: desde el que pasa hambre y sed y no tiene casa ni abrigo, al que se ha hecho “pobre de espíritu”, desapegándose de las riquezas materiales.

Finalmente, Jesús dice: “feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo”. Esas palabras parecen estar dirigidas al Bautista, como un llamado a no escandalizarse de la acción de Jesús. Jesús está realizando las obras propias del Mesías. Él es el Mesías. Ya vino. No hay que esperar a otro. Juan necesita recapacitar, comprender y abrirse a la profunda novedad del Evangelio.

Y no solo Juan: también nosotros, en este domingo de Adviento, estamos llamados a recibir con alegría y esperanza el mensaje de Jesús. A reconocer sus obras en nosotros y en nuestro tiempo. No sería difícil ponernos en la actitud de quienes esperan el juicio y la destrucción sobre todos los autores del mal; sin embargo, el Evangelio nos llama a mirar con compasión el caminar sin rumbo de una humanidad que ha perdido muchos valores, que se ha metido en terrenos fangosos, pero donde hay hombres y mujeres que escuchan a Jesús y lo siguen y donde hay otras muchas personas que están esperando la Palabra de Jesús, su evangelio, que todavía no han recibido ni conocen. Y no pensemos en lejanas tierras de misión… esas personas pueden estar muy cerca de nosotros. Recemos juntos:
Dios y Padre nuestro, 
que acompañas bondadosamente a tu pueblo
en la fiel espera del nacimiento de tu Hijo, 
concédenos festejar con alegría su venida
y alcanzar el gozo que nos da su salvación. 
Por Jesucristo, nuestro Señor. 

En esta semana

  • Lunes 12: celebramos a la patrona de Nuestra Diócesis. Nuestra Catedral es el santuario nacional de Nuestra Señora de Guadalupe.
  • Martes 13: Santa Lucía, virgen y mártir, que da nombre a uno de los ríos más importantes del Uruguay y a la ciudad que se encuentra a su orilla, donde hay una capilla dedicada a la santa.
  • Miércoles 14: San Juan de la Cruz, gran santo contemplativo de la orden de los carmelitas.

Colecta del Fondo Común Diocesano

Este domingo, en las parroquias de nuestra diócesis, se realizará la colecta del Fondo Común Diocesano, destinada en esta ocasión a costear los diferentes servicios que se prestan desde la Curia Diocesana, servicios necesarios para el funcionamiento de la Diócesis. En las imágenes vemos a algunas de las personas que trabajan en las oficinas del Obispado. Les agradezco desde ya su generoso aporte.

Y esto es todo por hoy, amigas y amigos. Nos queda aún otro domingo de Adviento y, dentro de quince días, celebraremos la Navidad. Que, en medio de todos los ajetreos de fin de año, hagamos tiempo para preparar nuestro corazón como el pesebre que pueda recibir al niño Jesús. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

Una voz grita en el desierto: “Preparen el camino del Señor” (Mateo 3,1-12) II Domingo de Adviento.

 

Una voz grita en el desierto: “Preparen el camino del Señor”
(Mateo 3,1-12, citando Isaías 40,3)

Los modernos estadios con aire acondicionado pueden dar otra sensación, pero Catar, hoy centro de atención de los aficionados al fútbol, es un país ubicado en pleno desierto. 
El desierto nos evoca grandes extensiones de arena y rocas con poquísimos pobladores; altas temperaturas (aunque en algunos lugares bajan drásticamente en la noche).
La voz que aparece hoy gritando en el desierto es la de Juan el Bautista. El desierto en que se encuentra está muy cerca de la ciudad de Jerusalén, al otro lado del río Jordán.
La elección del lugar y del río no son casuales.
El desierto evoca el camino que durante 40 años recorrió el pueblo de Israel desde Egipto, donde estaba sometido a la esclavitud, hasta Palestina, la tierra prometida, la tierra de la libertad. La salida de Egipto estuvo marcada por el cruce del mar Rojo; la entrada a la nueva tierra, por el cruce del río Jordán.
El desierto evoca el tiempo en que el pueblo fue conociendo a su Dios:
Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud. (Éxodo 20,2)
Es el Dios liberador, que conduce, educa y cuida a su pueblo. El Dios que hace alianza, un compromiso mutuo con Israel:
Haré de ustedes mi Pueblo y yo seré su Dios. (Éxodo 6,7)
Para los israelitas, volver al desierto, aquello a lo que los está llamando el Bautista, es volver al comienzo de su relación con Dios. Volver a la alianza, volver al cumplimiento de los mandamientos.
Se trata de entrar en el silencio del desierto para escuchar la voz de Dios. Separándose de los ruidos cotidianos, el pueblo puede reconocer su alejamiento de Dios, sus pecados, sus errores, y disponerse a recomenzar.
«Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca.» (Mateo 3,1-12)
Eso proclama Juan el Bautista.
Juan no solo predica con la palabra. Su presencia es la de un hombre que vive una vida austera, con una indumentaria que recuerda a los antiguos profetas:
Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. (Mateo 3,1-12)
Con atuendo semejante se describe en el Segundo Libro de los Reyes al profeta Elías: 
“un hombre con un manto de piel y con un cinturón de cuero ajustado a la cintura” (2 Reyes 1,8)
Así pues, Juan se encuentra en un lugar inhóspito, pero significativo; tiene un aspecto extraño, pero evoca al gran profeta Elías, cuyo regreso era esperado; presenta un mensaje exigente… pero el pueblo ha esperado esta manifestación del Espíritu de Dios y por eso lo recibe y responde a su predicación:
La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. (Mateo 3,1-12)
Hay quienes se acercan e inclusive piden ser bautizados, pero su corazón no está dispuesto. Son los fariseos y saduceos, dos movimientos de la época entre los que se encuentran algunos de los dirigentes del pueblo. Juan no ve en ellos una recta intención. ¿Por qué quieren el bautismo? ¿Por ganar la simpatía de la gente? ¿Por las dudas, en caso de que Juan sean un verdadero profeta? Juan los increpa duramente:
«Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión» (Mateo 3,1-12)
Convertirse, cambiar de mentalidad, volver el corazón hacia Dios no puede quedarse en un buen pensamiento o en un lindo sentimiento; la verdadera conversión produce frutos.
Preparar el camino del Señor es mirar el camino que vamos haciendo en nuestra vida. A veces vamos, día a día, en un trillo cómodo pero engañoso, detrás de los ídolos que nos hemos construido y que hemos colocado en el lugar del Dios verdadero. El camino del egoísmo, de la falsedad y del engaño, del éxito a toda costa, de la avaricia, de la opresión y manipulación de los más débiles, del placer convertido en meta suprema. Preparar el camino del Señor es hacer una nueva ruta para nuestra vida por la que ir hacia Dios y encontrar que Él viene hacia nosotros.
El llamado a la conversión tiene un motivo: el Reino de los Cielos, el Reino de Dios está cerca. Esa cercanía no se da en el tiempo, es decir, Juan no está anunciando que algo sucederá pronto, sino que es la cercanía en el espacio, la vecindad. Jesús lo dirá explícitamente: 
“El Reino de Dios está entre ustedes” (Lucas 17,21). 
Y es el mismo Jesús quien hace presente en su persona, el Reino de Dios.
El Reino continuará en la eternidad, más allá de esta vida temporal que conocemos; pero ya está presente en medio de nosotros, con todo su poder espiritual. Allí donde es recibido con fe y humildad, llegan la alegría, la paz y el amor.
El bautismo de Juan en el Jordán no es todavía el bautismo cristiano; es el signo que realiza un pueblo que quiere recuperar las raíces de su fe y por eso, como sus antepasados, se sumerge en las aguas del río; pero no para atravesarlo y entrar a la tierra prometida, sino para purificarse, liberarse del pecado y entrar al Reino de Dios. 
Que este Adviento nos ayude a encontrar nuestro propio desierto, es decir el lugar donde podamos escuchar la voz de Dios llamándonos a la conversión y a renovar con Él, como miembros de su Pueblo, la Iglesia, nuestra adhesión a la Nueva Alianza sellada con la sangre de Jesús. Recemos juntos:
Dios todopoderoso y rico en misericordia,
que nuestras ocupaciones cotidianas
no nos impidan acudir presurosos al encuentro de tu Hijo,
para que, guiados por tu sabiduría divina,
podamos gozar siempre de su compañía.
Por el mismo Cristo, nuestro Señor. Amén.

Encuentro nacional de la vida contemplativa femenina

Retomando una vieja tradición uruguaya, 25 monjas, miembros de seis comunidades, se encontraron el sábado pasado en el monasterio Santa María Madre de la Iglesia, de las monjas benedictinas.
Carmelitas de Florida y Montevideo, Salesas, Clarisas Franciscanas, Clarisas Capuchinas y las dueñas de casa, todas de Canelones, compartieron un encuentro de reflexión y oración, acompañadas por Mons. Luis Eduardo González, obispo auxiliar de Montevideo, además de quien les habla.
En esta semana
  • Hoy, domingo 4, por la tarde, se reúne en Sauce la asamblea diocesana sinodal, preparando el aporte de nuestra diócesis en la etapa continental del Sínodo 2023-2024.
  • El martes 6 recordamos a san Nicolás de Bari, Obispo, de quien derivó la figura folklórica del “Papá Noel”.
  • Miércoles 7: San Ambrosio, obispo y doctor de la Iglesia. En ese día, en 1943, Vísperas de la Inmaculada fue fundado el Movimiento de los Focolares.
  • Jueves 8: Inmaculada Concepción de María. Fiesta patronal de Pando y de algunas capillas de la Diócesis. También los salesianos recuerdan su fundación, en 1859.
  • Viernes 9: San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el joven indio a quien se le apareció la Virgen María, venerada luego bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe.
  • Sábado 10: Nuestra Señora de Loreto, patrona de los aviadores. Declaración universal de los Derechos Humanos, 1948. En el Santuario de la Virgen de las Flores, en La Floresta, desde las 16:30, convivencia por la Paz, recibiendo la Luz de Belén, tradición del Movimiento Scout.
  • Y el domingo 11: Encuentro diocesano de las familias y ordenación diaconal de Néstor Rosano.
Y esto es todo por hoy. Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.