lunes, 31 de enero de 2022

Misa en la Capilla San Juan Bosco, Canelón Chico. Homilía.

En cuanto empezamos a leer algo sobre la vida de Don Bosco, nos encontramos con el sueño que tuvo a los nueve años. Un sueño que marcó profundamente su vida y que lo llevó a poner su camino bajo la guía de Jesús y de su Madre. (1)

Pensando en ese sueño tan especialmente inspirador, recordaba algunas canciones muy conocidas que también hablan de sueños… curiosamente, me encontré que más bien hablan de sueños, ilusiones, esperanzas que pueden quedar frustrados… La “Zamba de mi esperanza” habla del “sueño, sueño del alma / que a veces muere sin florecer…”. En “Río de los pájaros”, muy poéticamente se habla de “camalotes de esperanza / que se va llevando el río”.

Por eso, muchas veces no queremos hacernos ilusiones; borramos nuestros sueños y bajamos nuestras expectativas y esperanzas. A eso le llamamos realismo.

Sin embargo, es muy difícil vivir sin sueños y esperanzas. Sin ellos, la vida queda metida dentro de un pozo, en la penumbra o en la oscuridad… y cuando en esa situación no se ve una salida, entramos en la depresión.


Necesitamos los sueños que empiezan a darle forma a la esperanza. Don Bosco vio realizado su sueño y eso nos anima a soñar también nosotros.

Pero ¿cómo fue posible que ese sueño se realizara?
Leyendo los primeros pasos del joven Juan vemos que la vida no fue fácil para él. El Martirologio Romano, que resume en forma muy breve la vida de los santos, no deja de mencionar que tuvo “una niñez áspera”. Perdió muy temprano a su padre. En su mundo no se valoraba la lectura y el estudio a los que él se sentía llamado. Se le hizo necesario buscar los medios para realizar lo que había soñado e hizo para ello muchos sacrificios. Trabajó desde temprana edad en los establos de la familia Moglia, a 8 km de su pueblo. Más tarde, estuvo pidiendo limosna para poder pagar sus estudios en el seminario de Chieri, donde empezó la educación secundaria.

Entonces, una primera respuesta que podríamos dar a esa pregunta, cómo fue posible que el sueño de Don Bosco se realizara, la encontraríamos en su personalidad, su fuerza de voluntad, su espíritu de sacrificio, unido al apoyo de su madre y después de sacerdotes como san José Cafasso, que lo guiaron y aconsejaron.

Si bien esto es cierto, estaríamos leyendo la vida de san Juan Bosco de una forma recortada, sin tener en cuenta una dimensión mucho más profunda. No se trata de un sueño de realización personal, de un proyecto individual. Tampoco se trata de algo que pertenezca únicamente a esta vida y a este mundo. Se trata de un sueño que lo llama a poner su vida en manos de Dios. No es el sueño de un niño para su propia vida, sino el sueño de Dios para la vida de ese niño, que se hará hombre y llegará a ser el santo cuya vida hoy recordamos y celebramos con el corazón agradecido.

Es viéndolo desde esa perspectiva como podemos entender mejor porqué se realizó y se sigue realizando, el sueño de Don Bosco. Aquel sueño de niño, que él comprendió a su tiempo, encaminó su vida al servicio del proyecto de Dios, ubicó su vida en relación con el Plan de Salvación de Dios. De una manera especial, Dios le confió los jóvenes y, entre ellos, los jóvenes pobres, para que, por medio de la educación ofrecida, siempre con amor y suavidad, ellos pudieran desarrollar sus capacidades, vivir y trabajar dignamente y poner sus propias vidas en manos de Jesús y de María.

San Juan Bosco supo dar su “sí” al proyecto de Dios. Y ese “sí”, en el que, sin quitarle libertad, ya estaba presente la Gracia de Dios, abrió el camino para que el Espíritu Santo trabajara y moldeara su corazón de “Padre y maestro de la Juventud”. Ese corazón del que sale este consejo, que él escribió para sus hermanos salesianos, pero que todos podemos recoger y asumir cuando debemos actuar como educadores:

Decía Don Bosco en una de sus cartas:

“Mantengamos sereno nuestro espíritu, evitemos el desprecio en la mirada, las palabras hirientes; tengamos comprensión en el presente y esperanza en el futuro, como nos conviene a unos padres de verdad, que se preocupan sinceramente de la corrección y enmienda de sus hijos.”  (2)
En resumen: soñar, actuar; ¡siempre amar!… y confiar en Jesús y María.

Damos gracias por la presencia, el testimonio y el servicio de la Familia Salesiana en nuestra diócesis. Confiamos a la intercesión de su fundador a todos sus miembros y pedimos al Señor que envíe a los Salesianos de Don Bosco y a las Hijas de María Auxiliadora, así como a los numerosos laicos y laicas que participan con distintos grados de compromiso, firmes y santas vocaciones que continúen haciendo realidad en el mundo de hoy el sueño que Dios tuvo para Don Bosco, sus hijos e hijas. Así sea.

(1) Fue el primero de 159 sueños que se conocen.

(2) De las cartas de San Juan Bosco, presbítero, (Epistolario, Turín 1959, 4, 201-203). Oficio de Lecturas del 31 de enero.



domingo, 30 de enero de 2022

Papa Francisco: Mensaje con motivo de la 30a. Jornada Mundial del Enfermo.

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA XXX JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO


11 de febrero de 2022


«Sean misericordiosos así como el Padre de ustedes es misericordioso» (Lc 6,36).
Estar al lado de los que sufren en un camino de caridad
Queridos hermanos y hermanas:

Hace treinta años, san Juan Pablo II instituyó la Jornada Mundial del Enfermo para sensibilizar al Pueblo de Dios, a las instituciones sanitarias católicas y a la sociedad civil sobre la necesidad de asistir a los enfermos y a quienes los cuidan [1].

Estamos agradecidos al Señor por el camino realizado en las Iglesias locales de todo el mundo durante estos años. Se ha avanzado bastante, pero todavía queda mucho camino por recorrer para garantizar a todas las personas enfermas, principalmente en los lugares y en las situaciones de mayor pobreza y exclusión, la atención sanitaria que necesitan, así como el acompañamiento pastoral para que puedan vivir el tiempo de la enfermedad unidos a Cristo crucificado y resucitado. Que la XXX Jornada Mundial del Enfermo —cuya celebración conclusiva no tendrá lugar en Arequipa, Perú, debido a la pandemia, sino en la Basílica de San Pedro en el Vaticano— pueda ayudarnos a crecer en el servicio y en la cercanía a las personas enfermas y a sus familias.

1. Misericordiosos como el Padre


El tema elegido para esta trigésima Jornada, «Sean misericordiosos así como el Padre de ustedes es misericordioso» (Lc 6,36), nos hace volver la mirada hacia Dios «rico en misericordia» (Ef 2,4), que siempre mira a sus hijos con amor de padre, incluso cuando estos se alejan de Él. De hecho, la misericordia es el nombre de Dios por excelencia, que manifiesta su naturaleza, no como un sentimiento ocasional, sino como fuerza presente en todo lo que Él realiza. Es fuerza y ternura a la vez. Por eso, podemos afirmar con asombro y gratitud que la misericordia de Dios tiene en sí misma tanto la dimensión de la paternidad como la de la maternidad (cf. Is 49,15), porque Él nos cuida con la fuerza de un padre y con la ternura de una madre, siempre dispuesto a darnos nueva vida en el Espíritu Santo.

2. Jesús, misericordia del Padre


El testigo supremo del amor misericordioso del Padre a los enfermos es su Hijo unigénito. ¡Cuántas veces los Evangelios nos narran los encuentros de Jesús con personas que padecen diversas enfermedades! Él «recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas de los judíos, proclamando la Buena Noticia del Reino y sanando todas las enfermedades y dolencias de la gente» (Mt 4,23). Podemos preguntarnos: ¿por qué esta atención particular de Jesús hacia los enfermos, hasta tal punto que se convierte también en la obra principal de la misión de los apóstoles, enviados por el Maestro a anunciar el Evangelio y a curar a los enfermos? (cf. Lc 9,2).

Un pensador del siglo XX nos sugiere una motivación: «El dolor aísla completamente y es de este aislamiento absoluto del que surge la llamada al otro, la invocación al otro» [2]. Cuando una persona experimenta en su propia carne la fragilidad y el sufrimiento a causa de la enfermedad, también su corazón se entristece, el miedo crece, los interrogantes se multiplican; hallar respuesta a la pregunta sobre el sentido de todo lo que sucede es cada vez más urgente. Cómo no recordar, a este respecto, a los numerosos enfermos que, durante este tiempo de pandemia, han vivido en la soledad de una unidad de cuidados intensivos la última etapa de su existencia atendidos, sin lugar a dudas, por agentes sanitarios generosos, pero lejos de sus seres queridos y de las personas más importantes de su vida terrenal. He aquí, pues, la importancia de contar con la presencia detestigos de la caridad de Dios que derramen sobre las heridas de los enfermos el aceite de la consolación y el vino de la esperanza, siguiendo el ejemplo de Jesús, misericordia del Padre [3].  

3. Tocar la carne sufriente de Cristo


La invitación de Jesús a ser misericordiosos como el Padre adquiere un significado particular para los agentes sanitarios. Pienso en los médicos, los enfermeros, los técnicos de laboratorio, en el personal encargado de asistir y cuidar a los enfermos, así como en los numerosos voluntarios que donan un tiempo precioso a quienes sufren. Queridos agentes sanitarios, su servicio al lado de los enfermos, realizado con amor y competencia, trasciende los límites de la profesión para convertirse en una misión. Sus manos, que tocan la carne sufriente de Cristo, pueden ser signo de las manos misericordiosas del Padre. Sean conscientes de la gran dignidad de su profesión, como también de la responsabilidad que esta conlleva.

Bendigamos al Señor por los progresos que la ciencia médica ha realizado, sobre todo en estos últimos tiempos. Las nuevas tecnologías han permitido desarrollar tratamientos que son muy beneficiosos para las personas enfermas; la investigación sigue aportando su valiosa contribución para erradicar enfermedades antiguas y nuevas; la medicina de rehabilitación ha desarrollado significativamente sus conocimientos y competencias. Todo esto, sin embargo, no debe hacernos olvidar la singularidad de cada persona enferma, con su dignidad y sus fragilidades [4]. El enfermo es siempre más importante que su enfermedad y por eso cada enfoque terapéutico no puede prescindir de escuchar al paciente, de su historia, de sus angustias y de sus miedos. Incluso cuando no es posible curar, siempre es posible cuidar, siempre es posible consolar, siempre es posible hacer sentir una cercanía que muestra interés por la persona antes que por su patología. Por eso espero que la formación profesional capacite a los agentes sanitarios para saber escuchar y relacionarse con el enfermo .

4. Los centros de asistencia sanitaria, casas de misericordia


La Jornada Mundial del Enfermo también es una ocasión propicia para centrar nuestra atención en los centros de asistencia sanitaria. A lo largo de los siglos, la misericordia hacia los enfermos ha llevado a la comunidad cristiana a abrir innumerables “posadas del buen samaritano”, para acoger y curar a enfermos de todo tipo, sobre todo a aquellos que no encontraban respuesta a sus necesidades sanitarias, debido a la pobreza o a la exclusión social, o por las dificultades a la hora de tratar ciertas patologías. En estas situaciones son sobre todo los niños, los ancianos y las personas más frágiles quienes sufren las peores consecuencias. Muchos misioneros, misericordiosos como el Padre, acompañaron el anuncio del Evangelio con la construcción de hospitales, dispensarios y centros de salud. Son obras valiosas mediante las cuales la caridad cristiana ha tomado forma y el amor de Cristo, testimoniado por sus discípulos, se ha vuelto más creíble. Pienso sobre todo en los habitantes de las zonas más pobres del planeta, donde a veces hay que recorrer largas distancias para encontrar centros de asistencia sanitaria que, a pesar de contar con recursos limitados, ofrecen todo lo que tienen a su disposición. Aún queda un largo camino por recorrer y en algunos países recibir un tratamiento adecuado sigue siendo un lujo. Lo demuestra, por ejemplo, la falta de disponibilidad de vacunas contra el virus del Covid-19 en los países más pobres; pero aún más la falta de tratamientos para patologías que requieren medicamentos mucho más sencillos.

En este contexto, deseo reafirmar la importancia de las instituciones sanitarias católicas: son un tesoro precioso que hay que custodiar y sostener; su presencia ha caracterizado la historia de la Iglesia por su cercanía a los enfermos más pobres y a las situaciones más olvidadas [5]. ¡Cuántos fundadores de familias religiosas han sabido escuchar el grito de hermanos y hermanas que no disponían de acceso a los tratamientos sanitarios o que no estaban bien atendidos y se han entregado a su servicio! Aún hoy en día, incluso en los países más desarrollados, su presencia es una bendición, porque siempre pueden ofrecer, además del cuidado del cuerpo con toda la pericia necesaria, también aquella caridad gracias a la cual el enfermo y sus familiares ocupan un lugar central. En una época en la que la cultura del descarte está muy difundida y a la vida no siempre se le reconoce la dignidad de ser acogida y vivida, estas estructuras, como casas de la misericordia, pueden ser un ejemplo en la protección y el cuidado de toda existencia, aun de la más frágil, desde su concepción hasta su término natural.

5. La misericordia pastoral: presencia y cercanía


A lo largo de estos treinta años el servicio indispensable que realiza la pastoral de la salud se ha reconocido cada vez más. Si la peor discriminación que padecen los pobres —y los enfermos son pobres en salud— es la falta de atención espiritual, no podemos dejar de ofrecerles la cercanía de Dios, su bendición, su Palabra, la celebración de los sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y maduración en la fe [6]. A este propósito, quisiera recordar que la cercanía a los enfermos y su cuidado pastoral no sólo es tarea de algunos ministros específicamente dedicados a ello; visitar a los enfermos es una invitación que Cristo hace a todos sus discípulos. ¡Cuántos enfermos y cuántas personas ancianas viven en sus casas y esperan una visita! El ministerio de la consolación es responsabilidad de todo bautizado, consciente de la palabra de Jesús: «Estuve enfermo y me visitaron» ( Mt 25,36).

Queridos hermanos y hermanas, encomiendo todos los enfermos y sus familias a la intercesión de María, Salud de los enfermos. Que unidos a Cristo, que lleva sobre sí el dolor del mundo, puedan encontrar sentido, consuelo y confianza. Rezo por todos los agentes sanitarios para que, llenos de misericordia, ofrezcan a los pacientes, además de los cuidados adecuados, su cercanía fraterna.

A todos les imparto con afecto la Bendición Apostólica.

Roma, San Juan de Letrán, 10 de diciembre de 2021, Memoria de la Bienaventurada Virgen María de Loreto.

Francisco


[1] Cf. Carta al Cardenal Fiorenzo Angelini, Presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de los Agentes Sanitarios, con ocasión de la institución de la Jornada Mundial del Enfermo (13 mayo 1992).

[2] E. Lévinas, « Une éthique de la souffrance », en Souffrances. Corps et âme, épreuves partagées, J.-M. von Kaenel edit., Autrement, París 1994, pp. 133-135.

[3] Cf. Misal Romano, Prefacio Común VIII, Jesús, buen samaritano.

[4] Cf. Discurso a la Federación Nacional de los Colegios de Médicos y Cirujanos Dentales (20 septiembre 2019).

[5] Cf. Ángelus desde el Policlínico «Gemelli» de Roma (11 julio 2021).

[6] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 200.

viernes, 28 de enero de 2022

“El amor no pasará jamás” (1 Corintios 12,31 – 13,13). IV Domingo durante el año.

Cuando yo era párroco -lo fui por once años en Sagrado Corazón, Paysandú- muchas veces me tocó preparar junto con los novios la celebración de un matrimonio. Al proponerles distintas posibles lecturas, pude ver que la gran mayoría elegía el pasaje de la primera carta de San Pablo a los Corintios, conocido como el himno del amor, o himno de la caridad. Ese es el pasaje que aparece hoy en la segunda lectura. Sobre ese texto vamos a hacer hoy nuestra reflexión.

Hermanos:
Aspiren a los dones más perfectos. Y ahora voy a mostrarles un camino más perfecto todavía.
Así comienza esta lectura. Un comienzo al que prestarle atención, porque relaciona este pasaje con el anterior, que termina con una enumeración de dones o carismas:
el don de hacer milagros, el don de curar, el don de socorrer a los necesitados, el don de gobernar y el don de lenguas.
Pablo continúa diciendo “aspiren a los dones más perfectos”. El “camino más perfecto” que él quiere mostrar es el camino del amor.
Nueve veces aparece la palabra “amor” en este pasaje de Pablo. ¿De qué amor se trata? En su carta encíclica “Dios es amor”, el actual papa emérito Benedicto XVI nos dice que, en griego, la lengua en la que escribió san Pablo, había tres palabras distintas que se pueden traducir como “amor”. Ellas son eros, philia y agapé.
Eros se refería al amor entre hombre y mujer; philia, al amor de amistad, que en el evangelio de Juan expresa la relación entre Jesús y sus discípulos. El tercer término es agapé, un poco dejado de lado en el mundo griego, que el cristianismo recuperó para expresar la concepción bíblica del amor. Dice Benedicto XVI:
este vocablo expresa la experiencia del amor que ha llegado a ser verdaderamente descubrimiento del otro... el amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro… no se busca a sí mismo … sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca. (Deus Caritas est, 6)
Del griego agapé deriva nuestra palabra ágape, que todavía se usa como sinónimo de banquete; pero el ágape era la comida fraterna de los primeros cristianos. Ágape es la Eucaristía, donde el mismo Dios se ofrece como alimento y ágape era también el compartir fraterno de la comunidad, después de la Misa. Un compartir que, a veces, no se hacía en la forma debida, como reprocha Pablo a los Corintios, llamándolos a la conversión (1 Corintios 11,21)

apenas se sientan a la mesa, cada uno se apresura a comer su propia comida, y mientras uno pasa hambre, el otro se pone ebrio.

Pero vayamos a nuestro texto.

Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada.
“Si no tengo amor”… El amor es lo que da sentido a las buenas obras. Pablo retoma algunos de los carismas a los que había aludido: el don de lenguas, la profecía, la ayuda a los pobres… incluso la fe, no tienen sentido, no sirven de nada si falta el amor. En 2016 celebramos un año de la Misericordia, en el que muchas veces tratamos de poner en práctica las 14 obras de misericordia, corporales y espirituales. Cada una de ellas es un bien; pero solo el amor que se pone en ellas las hace obras de misericordia.
El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad.
El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
Recordemos lo que dijimos sobre el agapé. El amor que busca el bien del otro. Para nuestra mentalidad moderna, algunas de estas expresiones pueden ser rechinantes. Pero no confundamos amor con sumisión. Este amor no es debilidad; es fortaleza; por eso, todo lo soporta. No disculpa ni soporta desde el miedo, sino desde el valor para creer y esperar todo, aunque parezca que no se puede creer ni esperar nada. No es pasividad ante el mal. Toda esta carta es un grito de amor de Pablo hacia esa comunidad que, en muchos aspectos se ha apartado del camino de Jesús y a la que Pablo, con amor, quiere ayudar a convertirse, a volverse al Señor. Para una reflexión más detenida sobre este pasaje, aplicado al amor conyugal y familiar, les recomiendo el capítulo cuarto de Amoris Laetitia, “La alegría del amor”, del Papa Francisco.
El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá; porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras profecías, limitadas. Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo que es imperfecto.
El amor no pasará jamás. El verdadero amor, el agapé vivido en la verdad, la entrega y la generosidad no se extingue. Puede que un acto de amor no sea recibido o valorado por algunas de las personas a las que está dirigido, pero no se pierde, porque queda en la memoria de Dios, que no olvida ni siquiera a quien dio un vaso de agua a uno de los discípulos de Jesús (Marcos 9,41). En definitiva, el amor no puede pasar, porque “Dios es amor” (1 Juan 4,16).

Calendario litúrgico

31 de enero, San Juan Bosco. Fundador de los Salesianos y, junto con santa María Mazzarello, fundador de las Hijas de María Auxiliadora, las Salesianas. En nuestra diócesis está dedicada a él la capilla de Canelón Chico.

2 de febrero, Presentación del Señor. Cuarenta días después de Navidad, Jesús fue conducido al Templo por María y José, cumpliendo lo indicado por la Ley. Fue un encuentro con el pueblo creyente y gozoso, representado por los ancianos Simeón y Ana.
En este día recordamos también a la beata María Domenica Mantovani, fundadora de las Hermanitas de la Sagrada Familia, que están en Progreso. María Domenica será canonizada este año, el 15 de mayo.

3 de febrero, San Blas, obispo y mártir, invocado para la protección de las gargantas y 5 de febrero, Santa Águeda, virgen y mártir.

Amigas y amigos: esto es todo por hoy. Buena semana. Cuídense mucho y que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo, Amén.

jueves, 27 de enero de 2022

65 años del Monasterio Santa Clara de Asís, San José de Carrasco, Ciudad de la Costa.


Queridas hermanas, queridos hermanos:

Estamos reunidos para dar gracias al Señor por la presencia y la vida de las hermanas Clarisas en este monasterio dedicado, precisamente, a Santa Clara de Asís.

Se cumplen 65 años de la fundación de esta casa, acaecida en 1957, cuando San José de Carrasco pertenecía a la arquidiócesis de Montevideo y era su arzobispo Carlos María Barbieri, al año siguiente creado Cardenal. Cuatro años después fue creada la diócesis de Canelones y el 25 de marzo de 1962 llegó a estas tierras canarias su primer obispo, Mons. Orestes Nuti.

Aquí está, entonces, esta comunidad, que, desde su vida de humildad, silencio y oración es lámpara colocada sobre el candelero, para quien quiera recibir la luz de Cristo que desde aquí se irradia.
Allá por 1980, Mons. Nuti escribía unas reflexiones sobre la vida contemplativa, considerando el significado de su presencia en la diócesis.

El Obispo reafirmaba la vigencia de esta clase de vida, que 

“nos pone en guardia contra la tentación de un activismo fácil o superficial. Su testimonio profético nos recuerda a todos que más allá de este mundo hay otro; que más allá del actual está el Reino por venir; que los cristianos no debemos contentarnos con el mundo presente, aunque tengamos que mejorarlo; que el progreso humano y el desarrollo bajo todas sus formas y en todos los campos están ordenados y subordinados a un encuentro de la persona y de la comunidad humana con el Padre, en Cristo.”

Estas reflexiones del Obispo de Canelones, que tanto cariño tuvo por las comunidades contemplativas presentes en la diócesis, me hacen pensar en una necesidad grande que tenemos hoy: redescubrir que Dios tiene un proyecto de salvación para la humanidad y darle a ese plan y a quien lo realiza, su Hijo Jesucristo, el lugar centra en nuestra vida.

Así lo vivieron los santos, como el beato Charles de Foucauld, el hermanito Carlos, que este año será canonizado. Él decía 

"Tan pronto como yo creí que había un Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa sino vivir para Él".

En lugar de una vida ordenada y centrada por nuestra fe, aún entre nosotros, creyentes, la dispersión y la fragmentación caracterizan mucho de nuestra vida de hoy.
Dispersos en múltiples actividades, dispersos en la atención a muchos focos que nos reclaman o atraen, nuestra vida se va armando con pequeños fragmentos que no siempre encajan ni se conectan entre sí… 

Cuando el Plan de Dios deja de ser una referencia para nuestra vida, nuestra existencia corre el riesgo de desconfigurarse, desarmarse, deshacerse en un sinsentido cotidiano. Cuantas veces hemos llegado al final de un día intenso, lleno de actividades y encuentros, pero que, sin embargo, no nos damos tiempo para decantar todo eso, para poner las personas y los acontecimientos delante del Señor y reconocer su paso en nuestras vidas. No es de extrañar que esta falta de integración interior también se refleje en la fragmentación familiar y social.

El encuentro con Dios del hermanito Carlos, como el encuentro con el Señor que han vivido tantos hombres y mujeres santos, dio sentido y consistencia a su vida. Su humana fragilidad se volvió fortaleza: no una fuerza suya, sino la fuerza de Dios presente en cada uno de ellos, como lo experimentó san Pablo y escribió las palabras que escuchó del Señor: 

«Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad». 

Y agrega Pablo: 

“Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo.” (2 Corintios 12,9).

Volvamos a las reflexiones de Mons. Orestes.
Se preguntaba el Obispo ¿cuál es el aporte de las comunidades contemplativas a la pastoral diocesana?
La respuesta la buscó, en primer lugar, en la enseñanza del Concilio Vaticano II sobre la actividad misionera de la Iglesia. Dice el decreto Ad Gentes:

“Los Institutos de vida contemplativa tienen una importancia singular en la conversión de las almas por sus oraciones, obras de penitencia y tribulaciones, porque es Dios quien, por medio de la oración, envía obreros a su mies, abre las almas de los no cristianos, para escuchar el Evangelio y fecunda la palabra de salvación en sus corazones.” (AG 40).

Y agregaba Mons. Nuti, de su propia reflexión:

“creemos que una comunidad contemplativa es una célula viva dentro de nuestra Iglesia local de Canelones por su permanencia y estabilidad en la oración, su fidelidad en reunirse para celebrar los Sagrados Misterios, su empeño por formar una comunidad fraterna y acogedora donde todos los que lleguen al monasterio encuentren una buena acogida y una mirada de fe, algo así como el punto de vista de Dios sobre todo lo que se trate: la vida, la Iglesia, las realidades terrenas, los dolores, las situaciones difíciles”.

Como pastor que era, Mons. Orestes no ignoraba que la vida dentro del monasterio también tiene sus dificultades y decía:

“el mismo monasterio no puede estar exento de problemas, pero debe verlos a la luz de la fe y así podrá ayudar a sus hermanos que pasan por las mismas dificultades”.

Agradecidos, entonces, por la presencia, la vida y el testimonio de estas hermanas nuestras, las Clarisas, junto con todos los que estamos celebrando con ellas este aniversario, quiero animarlas a continuar fielmente, con ánimo renovado, todo aquello que hace parte de su vocación y que constituye una ayuda especial y de características únicas para la misión evangelizadora de la Iglesia. Así sea.

lunes, 24 de enero de 2022

San Francisco de Sales: apertura de año jubilar.

Homilía en la Misa celebrada en el Monasterio de la Visitación de Santa María,
Progreso, Canelones, 24 de enero de 2022.

“Los avestruces nunca vuelan; las gallinas vuelan, pero con pesadez, muy bajo y raras veces; las águilas, las palomas y las golondrinas vuelan muchas veces, con gran velocidad y muy alto.”
Estas observaciones, que podrían haber salido de la pluma de un escritor criollo como, por ejemplo, el Viejo Pancho, las encontramos en cambio en la Introducción a la Vida Devota, de san Francisco de Sales. Vamos a ir enseguida al asunto que quiere ilustrar con esas expresiones el fundador de las salesas. Solo detengámonos antes en ese lenguaje sencillo, ese ejemplo que todos podemos entender. Ahí está la voluntad de comunicar, de compartir lo que se ha aprendido tanto en el estudio como en la vida y, en especial, en la vida espiritual.

Porque de eso se trata. La Introducción a la Vida Devota quiere poner al alcance de los fieles un tesoro, aquel tesoro escondido en el campo por el que un hombre vendió todo, o la perla finísima, por la que el mercader vendió todas las otras para poder comprarla.

Francisco usa los tres tipos de aves para explicar tres grandes escalones en la vida espiritual.
Los avestruces son los pecadores sin conversión ni arrepentimiento. Si no cambian su vida, jamás volarán hacia Dios, porque su camino irá siempre en la tierra y por la tierra.
Las gallinas, las gallinas… -y a lo mejor nos sentimos tocados por esa comparación- son las personas buenas pero que todavía no han llegado a la verdadera devoción. Estas personas, dice Francisco, 

“vuelan alrededor de Dios con sus buenas obras, pero pocas veces, con lentitud y pesadez”.

Personas buenas, que tratan de no hacer mal a nadie, que no quieren ni seguir ni entrar en una vida de pecado, pero que, cuando se trata de hacer el bien… se mueven con lentitud y pesadez.
Ojo: son personas buenas, dice Francisco, porque tienen caridad. La caridad está presente en su vida; pero falta la devoción.

Entonces ¿qué es la devoción? Oímos a mucha gente decir, o uno mismo dice, “yo soy muy devoto de la Virgen de Lourdes” o “yo soy muy devoto del Padre Pío”. Yo entiendo que queremos decir que recurrimos a Nuestra Señora de Lourdes o a San Pío de Pietrelcina o a otro santo o a otra advocación mariana, con cierta frecuencia. Que los sentimos como protectores de nuestra vida, de nuestra familia. Vamos los 11 a la Gruta o el 23 a un grupo de oración. Todo eso está bien, siempre que eso complemente nuestra vida de fe; porque en el centro de la vida cristiana tiene que estar Jesucristo. La Santísima Virgen, los Santos están para ayudarnos a ir a Jesús, a escuchar y a poner en práctica su Palabra… y por allí nos vamos encaminando a lo que san Francisco de Sales llama “la verdadera devoción”. Él la explica así: 

“para ser devoto es necesario, además de tener caridad, ejercitarla con actividad y prontitud”.

Esto, dicho así, no parece tan difícil. Parece algo que se puede lograr con un poco de voluntad y de entusiasmo. Sin embargo, la verdadera devoción que propone Francisco no es un impulso que hace que, por una vez, realicemos con ganas una obra buena y después nos quedemos tranquilos en el gallinero.
Francisco nos describe la verdadera devoción como algo que impregna toda la vida de la persona, sea cual sea su estado de vida, su condición, su oficio. En cada persona tomará formas distintas, pero la base es la misma: es una disposición del alma para hacer siempre el bien, una y otra vez, con ganas, diligencia y prontitud.

La Introducción a la Vida Devota nos presenta un camino para el alma, un proceso que empieza por la purificación, por desprendernos de todo lo que pesa dentro de nosotros, de todo lo que hace que nos arrastremos y no podamos levantar vuelo. Alcanza con leer los títulos de algunos capítulos para darnos cuenta por dónde va esto:

Comenzar por la purificación del alma, pidiendo perdón por los pecados mortales, por medio del sacramento de la reconciliación. Desprendernos de cualquier afecto al pecado; porque no ayuda dejar de hacer lo que está mal, si seguimos recordándolo como algo que nos gustaría volver a hacer. Para esto, Francisco propone varias meditaciones que ayudan a ponernos en presencia de Dios considerando que somos sus creaturas y todo lo hemos recibido de Él. La purificación avanzará al ir desapegándonos no sólo de lo que está mal, sino también de las malas inclinaciones y de todo aquello que es inútil y peligroso para nuestra vida espiritual.

Toda esa purificación, desprendimientos, desapegos son como preparativos para el vuelo. Ir soltando lastre, liberándonos de todo lo que nos arrastra a llevar la vida del avestruz o, en el mejor caso, a quedarnos como gallinas, algunas veces volando, pero bajo y corto.

Entonces ¿cómo levantar vuelo? ¿cómo levantar el corazón a Dios? Mediante la oración y los sacramentos. Ese es el tema de la segunda parte de la Introducción. En el centro de la oración está la contemplación de la vida y de la pasión de Jesús. Dice Francisco:

“Contemplándolo con frecuencia, en la meditación, toda tu alma se llenará de Él; aprenderás su manera de conducirse, y tus acciones se conformarán con el modelo de las suyas.”

A continuación, sigue la presentación de un método para preparar y realizar esas meditaciones, así como varios consejos respecto a la participación en la Santa Misa, la comunión, la confesión, la veneración de la Virgen y de los Santos, la lectura de la Palabra de Dios y de buenos libros de espiritualidad.

La tercera parte está dedicada a las virtudes, comenzando por la paciencia, la humildad exterior e interior, la amabilidad, la dulzura, la obediencia, la castidad, la pobreza de espíritu, la verdadera amistad, la honestidad, el respeto a las personas y muchos consejos de distinto tipo. Finalmente, las dos últimas partes de la obra se titulan, respectivamente: “los avisos necesarios contra las tentaciones más ordinarias” y “Ejercicios y avisos para renovar el alma y confirmarla en la devoción”. O sea, prevenirse de los desvíos y fortalecerse en el camino.

No puedo dejar de mencionar que ayer, 23 de enero, se cumplieron 450 años del nacimiento de santa Juana Chantal, nacida en 1572. El 28 de diciembre de 1622, en la ciudad de Lyon, San Francisco de Sales, obispo de Annecy, entregó su alma a Dios. Este año se cumplirán 400 años de ese acontecimiento. Con ese motivo, comienza hoy un año jubilar para la Orden de la Visitación de Santa María, nuestras hermanas salesas, que se extenderá hasta el 28 de diciembre de este año.

De acuerdo con un decreto de la Penitenciaría Apostólica, será posible para las hermanas y los fieles “verdaderamente penitentes y movidos por la caridad” obtener la indulgencia plenaria para sí mismos o para las almas del purgatorio, cumpliendo lo siguiente:
-    Las tres condiciones acostumbradas: confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Santo Padre.
-    En lo que respecta al Uruguay, venir como peregrinos a esta capilla, participar en las celebraciones jubilares (como la de hoy) o, al menos, rezar ante la imagen del santo, concluyendo con el Padre Nuestro, el Credo e invocaciones a Santa María Virgen y a San Francisco de Sales.
-    Los ancianos, enfermos y personas que, por causa grave no puedan salir de su casa, pueden igualmente conseguir la indulgencia uniéndose espiritualmente a las celebraciones, ante una imagen del Santo, rechazando todo pecado, ofreciendo a Dios sus oraciones y sufrimientos y con la intención de cumplir las tres condiciones en cuanto les fuera posible.

Termino con las palabras con las que san Francisco de Sales cierra su Introducción a la vida devota

“¡Viva Jesús! al cual con el Padre y el Espíritu Santo, sea honor y gloria, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Así sea.”

jueves, 20 de enero de 2022

“Jesús se levantó para hacer la lectura” (Lucas 1,1-4;4,14-21). III Domingo durante el año.

 

Preparando estas reflexiones sobre la Palabra de Dios que escuchamos cada domingo, trato siempre de elegir un versículo que de algún modo resuma el mensaje de Jesús. La reflexión de hoy se podría haber titulado, por ejemplo, “El Espíritu del Señor está sobre mí” o bien “lo que acaban de oír se cumple hoy”. Sin embargo, elegí esa frase aparentemente tan simple, casi banal: “Jesús se levantó para hacer la lectura”.
La elegí porque es como un eco de la primera lectura, donde se nos cuenta que el sacerdote y escriba Esdras...

Leyó el libro … en presencia de los hombres, de las mujeres y de todos los que podían entender. Y todo el pueblo seguía con atención la lectura del libro de la Ley. (Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10)
Lo que nos relata este pasaje no es una reunión habitual, una reunión común, del Pueblo de Dios, en la que se leía y se comentaba la Palabra, sino una ocasión muy especial. Es la asamblea que se reúne en Jerusalén después de volver del cautiverio en Babilonia. Es el encuentro del pueblo con su tierra, sus raíces y su fe. La lectura no solo es seguida con atención, sino con profunda emoción:
todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la Ley.
Era un recomienzo conmovedor, después de un doloroso y largo período de exilio.

Yendo al evangelio nos encontramos, en cambio, en la reunión habitual del Pueblo de Dios, el sábado, en la sinagoga.
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí…».
Jesús se levantó, es decir, respetuosamente se puso de pie para hacer la lectura. La comunidad estaba reunida para escuchar la Palabra. Jesús, como lo hiciera siglos antes el sacerdote Esdras, la leyó para todos los que estaban allí.
En la sinagoga se encontraban los libros (en este caso, los rollos) que forman lo que hoy llamamos Antiguo Testamento o el libro de la Primera Alianza.
Cuando se menciona la Ley, no se está hablando solo de leyes o mandamientos. Era una forma de nombrar toda la Palabra de Dios, con la expresión “TANAJ”. En rigor, la Ley, en hebreo Torah, abarca los cinco primeros libros de la Biblia, atribuidos a Moisés. Otro grupo de libros está formado por los Nevi'im (los Profetas) y el tercer grupo por los Ketuvim, que significa “los escritos”.

Jesús leyó un pasaje del profeta Isaías. Cerró el libro, lo devolvió y se sentó para comentar la Palabra. Y lo primero que dijo fue:
«Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír».
El pasaje de Isaías leído por Jesús resume la misión del profeta.
Después de manifestar que el Señor lo ha ungido con su Espíritu, Isaías agrega:

Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres,
a anunciar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
a dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor.
Todo eso, expresa Jesús, se cumple en él, alcanza su plenitud. Al afirmar esto, Jesús se está manifestando a sí mismo como Buena Noticia, como Evangelio. Mateo, Marcos, Lucas y Juan no nos presentan “biografías” o “historias” de Jesús: en cambio, nos proponen el evangelio. Cada uno de ellos lo hace con su propia perspectiva, sus acentos, sus matices; pero se trata del evangelio: la buena noticia de Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, salvador.

Al declarar que en él se cumple lo expresado por el profeta, Jesús presentó su programa. Vino a liberar al ser humano de toda clase de esclavitudes, sufrimientos, opresiones y abusos. Él mismo será la luz que aleje de los corazones el sinsentido y la desesperanza. Él mismo será gracia y perdón para los pecadores arrepentidos. Liberándonos de todo lo que nos esclaviza, nos disminuye y nos deshumaniza, irá abriendo en nosotros la vida de Dios, haciendo presente su Reino y conduciéndonos hacia la vida definitiva, la vida eterna.

Jesús se levantó para leer a sus hermanos la Palabra de Dios, pero Él mismo es esa Palabra; la Palabra eterna del Padre que comunica y realiza la salvación para quienes la reciben. Y si las recibimos, también para nosotros esas palabras se cumplen hoy.

Santos de la semana

Este domingo 23 de enero, se cumplen 450 años del nacimiento de Santa Juana Chantal, cofundadora, junto con San Francisco de Sales, de la Orden de la Visitación de María, las hermanas salesas, que tienen un monasterio en nuestra diócesis, en la localidad de Progreso.

El lunes 24 celebramos la memoria de San Francisco de Sales, quien, además de fundar las salesas, inspiró a san Juan Bosco para crear los salesianos.
Habiendo entregado su alma a Dios el 28 de diciembre de 1621, Francisco recibió sepultura en su catedral de Annecy, en Francia, el 24 de enero de 1622. Se cumplen, pues, 400 años de ese acontecimiento. Ese aniversario ha motivado un año jubilar para las Salesas, que se inicia mañana y culminará el 28 de diciembre. Durante este año, participando de las distintas celebraciones jubilares en la capilla del monasterio o rezando ante una imagen de san Francisco de Sales y cumpliendo las debidas condiciones, los fieles podrán obtener la indulgencia plenaria para sí mismos o para las almas del Purgatorio.

La conversión de san Pablo es la fiesta litúrgica del martes 25. Recordamos como el apóstol, viajando hacia Damasco y maquinando amenazas de muerte contra los discípulos de Jesús, como el mismo lo refiere fue “alcanzado por Cristo Jesús” (Filipenses 3,12). A partir de allí iniciaría el camino que lo convirtió en el maestro insigne que interpretó la fe y la extendió a todas las gentes (cf. Prefacio de la solemnidad de San Pedro y San Pablo).

Al día siguiente de la conversión de san Pablo, el miércoles 26, celebramos la memoria de dos de sus discípulos, los santos Timoteo y Tito, que lo ayudaron en su ministerio y presidieron las Iglesias de Éfeso y de Creta, respectivamente. A ellos dirigió cartas que contienen sabias advertencias para los pastores, en vista de la formación de los fieles.

Finalmente, el viernes 28 recordamos a Santo Tomás de Aquino, sacerdote dominico, doctor de la Iglesia. Es el patrono de la parroquia de la localidad de Francisco Soca, que en otro tiempo tuvo el nombre de Mosquitos, por el arroyo que pasa junto a ella, pero que también fue conocida por el nombre del santo patrono. La parroquia suele celebrar su fiesta patronal en el mes de marzo.

Amigas y amigos, esto es todo por hoy. Sigamos cuidándonos. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amen.

jueves, 13 de enero de 2022

El primero de los signos de Jesús (Juan 2,1-11). II Domingo durante el año.

 

Un signo es un objeto o un ser vivo, un fenómeno natural o una acción, que, ya sea por alguna de sus características, o, simplemente, porque nos ponemos de acuerdo en darle un determinado significado, nos hace presente otra realidad: una idea, un sentimiento… incluso una advertencia de peligro, una necesidad de precaución o, incluso, una llamada a la acción. Los signos, por lo menos algunos de ellos, nos piden una respuesta, una actitud.

Este domingo leemos el pasaje del evangelio conocido como las bodas de Caná; muy recordado porque allí Jesús transforma agua en vino.

Estamos en el evangelio de Juan, en el que aparece con frecuencia la palabra “signo” para referirse a lo que los otros evangelios llaman “milagros”. Este episodio concluye así:

Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea.
Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en Él.
La expresión de Juan es muy solemne, indicándonos así que ha ocurrido algo importante. Juan nos dice que, a través de ese signo, Jesús manifestó su gloria; es decir, manifestó la presencia de Dios en Él, como Hijo de Dios. A partir de esa manifestación, sus discípulos creyeron en Él. El signo que realizó Jesús tuvo una respuesta: la fe de sus discípulos.

Cuando leemos con atención el evangelio de Juan, vemos que, muy a menudo, aparecen equívocos, es decir, situaciones en las que Jesús dice algo que tiene un significado profundo y el que lo escucha no entiende. En el diálogo con Nicodemo, Jesús le habla de “renacer de lo alto”, nacer de nuevo (Juan 3,3). Nicodemo parece interpretarlo literalmente y le pregunta si tiene que entrar por segunda vez al seno de su madre para volver a nacer (Juan 3,4). Cuando Jesús le habla a la Samaritana de “agua viva” (Juan 4,10), está significando el Espíritu Santo; pero la mujer le pide esa agua para no tener que venir todos los días al pozo (Juan 4,15).

Si esto sucede con las palabras, más aún con los signos. Podemos tenerlos a la vista, y quedarnos con lo que vemos, sin ir más allá; o podemos interpretarlos más profundamente, descubriendo una realidad que está más allá de lo sensible, pero que el signo nos ayuda a percibir.

Volvamos ahora a nuestro evangelio:
Se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos.
Tenemos un acontecimiento social, familiar: un casamiento. Se nos dice que la madre de Jesús estaba allí. Aunque después se da a entender que había sido invitada, no parece que ella fuera una invitada más, por eso de que “estaba allí”. Algo habría tenido que ver María con los novios; sería como una madrina o un familiar muy allegado. Después, se nos informa que “también fue invitado Jesús con sus discípulos”. Su presencia queda como en segundo plano. Hasta nos podríamos imaginar que María fue invitada primero y después le dijeron “que venga también tu hijo, con esos muchachos que están con él”.

Pronto nos damos cuenta de que María no está allí por estar.
Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino».
María está atenta a lo que está pasando y recurre a su hijo señalando la necesidad que se presenta. Notemos que no pide nada; solo indica: falta esto. Jesús entiende que le está haciendo un pedido y responde:
«Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía».
Recordemos lo que decíamos antes sobre los diálogos en el evangelio de Juan. Si María está pidiendo vino para que siga la fiesta, la respuesta humana quedaría en ese “¿y nosotros qué tenemos que ver?”, que es como decir “no nos corresponde hacer nada”. Humanamente, también Jesús podría haber dicho “voy a ver con los muchachos si podemos conseguir un poco de vino”. Pero Jesús, con razón, interpreta hondamente el pedido de su madre. Por eso dice “mi hora no ha llegado todavía”: “todavía no es la hora de manifestarme”.

Sin embargo, María está segura de lo que pide y dice a los servidores:
«Hagan todo lo que él les diga»
A continuación, se desarrolla el milagro o el signo, como lo llama Juan. Jesús hace llenar de agua seis grandes tinajas y pide que se le lleve la bebida al encargado del banquete. El encargado prueba y da su aprobación: es un buen vino, un vino muy bueno y por eso dice:
«Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento».
Las palabras del encargado son palabras sensatas, de un hombre experimentado en organización de fiestas. Está hablando con “el esposo”, es decir con el novio que acaba de casarse…  Podríamos quedarnos ahí, en un comentario muy humano. Sin embargo, a continuación de esto, Juan da su conclusión solemne: “Este fue el primero de los signos de Jesús… Así manifestó su gloria…”

El evangelista nos invita así a releer esta historia, empezando por las palabras del encargado. Porque ¿quién es, realmente, el esposo o novio al que se dirige? ¿quién es el que ha guardado el buen vino para ese momento de la fiesta? Un momento que, además, no es el final, ni mucho menos, dada la abundancia del buen vino.

Nuestra conclusión no puede ser otra que ésta: el novio o esposo es el mismo Jesús y el signo que ha realizado es una epifanía, una manifestación de Dios, en amor por su Pueblo.
En el libro de la primera alianza o antiguo testamento encontramos muchas veces que la alianza de Dios con su pueblo es representada como una boda. Así aparece en la primera lectura de hoy, del profeta Isaías:
Como un joven se casa con una virgen, así te desposará el que te reconstruye;
y como la esposa es la alegría de su esposo, así serás tú la alegría de tu Dios.
(Isaías 62, 1-5)
Los profetas anuncian también el reencuentro de la humanidad con Dios como una fiesta eterna, en la que no faltará el vino, vino bueno: “vinos añejados” (Isaías 25,6)

Aquella primera alianza de Dios con su Pueblo se había agotado. Se había terminado el vino. Las tinajas para la purificación estaban vacías. La acción de Jesús vendrá a ofrecer, ya no a un solo pueblo sino a toda la humanidad, una nueva y eterna alianza. Frente a una religión endurecida y vaciada de significado, él traerá la vida, la alegría y la esperanza.
El signo de Jesús pide una respuesta. Los discípulos la dieron: creyeron en Él.
Al final del evangelio de Juan leemos:
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos (…) Éstos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre. (Juan 20,30-31)
Renovemos hoy nuestra fe en Jesús, para que también nosotros tengamos Vida en Él. Que así sea.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

Santos de esta semana.

El 17 de enero celebramos la memoria de San Antonio Abad, menos conocido que el otro Antonio, San Antonio de Padua, pero mucho más antiguo: murió en el año 356.
Habiendo perdido a sus padres, distribuyó todos sus bienes entre los pobres siguiendo la indicación evangélica. Se retiró a vivir en soledad en Egipto, como eremita, llevando una vida de oración y ascesis. Fundó un monasterio, vivió en comunidad y volvió a retirarse a la soledad. Sostuvo a cristianos perseguidos por el emperador Diocleciano y apoyó a san Atanasio en la defensa de la fe frente al arrianismo. Reunió a tantos discípulos que mereció ser considerado padre de los monjes.

20 de enero: San Fabián, papa y mártir. Fue llamado al pontificado siendo un fiel laico. San Cipriano nos cuenta que condujo la Iglesia de modo irreprochable e ilustre y que su vida fue coronada con la palma del martirio, en el año 250, durante la persecución del emperador Decio.

El mismo día 20 recordamos a San Sebastián, mártir. Seguramente hemos visto muchas de las imágenes que lo representan atravesado por numerosas flechas que, sin embargo, no tocan órganos vitales. Oriundo de Milán, fue un soldado romano que se hizo cristiano y vivió su fe en tiempos de implacables persecuciones. Según una tradición, sobrevivió a las flechas y se presentó al emperador Maximiano, que lo creía muerto y que lo mandó azotar hasta morir.

El viernes 21 de enero celebramos la memoria de Santa Inés, virgen y mártir. El nombre Inés viene del latín Agnus que significa “cordero”. Era una adolescente que sufrió el martirio defendiendo su castidad, en la persecución de Diocleciano. Se la representa con la palma de los mártires y el cordero que alude tanto a su nombre como a su pureza.

Y esto es todo por hoy, amigas y amigos. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. 

jueves, 6 de enero de 2022

“Tú eres mi Hijo muy querido” (Lucas 3, 15-16. 21-22) Bautismo del Señor.


La filiación es un dato muy importante de nuestra identidad. En los certificados de nacimiento queda consignado de quién somos hijos.
Muchas de las personas que no han conocido a alguno o a ninguno de sus padres, aunque hayan sido adoptados por una familia que les ha brindado un gran cariño, tienen una espina clavada en el corazón: el deseo de saber quiénes fueron realmente sus progenitores, sus padres biológicos. Un deseo a veces vivido con el miedo de conocer una verdad que puede ser decepcionante, pero al mismo tiempo con la necesidad de resolver un enigma y quedar en paz.

Hoy celebramos la fiesta del Bautismo del Señor. Con ella cerramos el tiempo de Navidad e iniciamos el tiempo durante el año.
Los cuatro evangelistas nos dan referencias del bautismo de Jesús, en el marco de la actividad de Juan el Bautista; pero cada uno de ellos introduce algún detalle propio.

Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús.
Así comienza la narración de Lucas. Jesús llegó hasta Juan junto con todo el pueblo, que escuchaba el fuerte llamado a la conversión de aquel profeta. Al igual que el evangelista Juan, Lucas no dice que Jesús haya sido bautizado por el Bautista, como sí lo hacen Mateo y Marcos. De hecho, el bautismo parece haber sido más un gesto realizado colectivamente: un grupo grande de gente entraba al agua y, a la indicación del Bautista, se sumergían por un instante.
Con uno de esos grupos de pecadores arrepentidos que querían ser purificados por el agua, Jesús habría entrado al Jordán; pero su bautismo inmediatamente tomaría un giro diferente.
Y mientras estaba orando, se abrió el cielo…
Casi como de paso, Lucas nos presenta a Jesús orando. La oración es su comunicación con el Padre, y siempre precede acontecimientos decisivos de la vida de Jesús. Con frecuencia Lucas nos retrata a Jesús orando o animando a sus discípulos a hacerlo; luego, en los Hechos de los Apóstoles, aparece también la Iglesia en oración, sobre todo para buscar la voluntad de Dios. La vida de oración de Jesús y de la Iglesia primitiva nos invitan a hacer como ellos para conocer la voluntad del Padre y pedir las fuerzas necesarias para realizarla.

Así, mientras Jesús estaba orando, apareció la respuesta:
y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma.
Se oyó entonces una voz del cielo:
«Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección.»
La filiación de Jesús queda así de manifiesto. Él es el Hijo del Padre Dios; más aún, su Hijo “muy querido”, unido al Padre por una especial relación. En él reposa la plenitud del Espíritu Santo; por eso, había anunciado Juan:
«él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.»
Meditar sobre el bautismo de Jesús nos lleva a recordar nuestro propio bautismo y a profundizar en ese sacramento que hemos recibido.
El bautismo es el principal rito de la iniciación cristiana y nos abre la puerta hacia los demás sacramentos, comenzando por los que completan esa iniciación: la eucaristía y la confirmación.
Por medio del Bautismo quedamos unidos al Hijo de Dios. Eso nos hace hijos e hijas adoptivos del Padre, miembros del cuerpo de Cristo, templos del Espíritu Santo. De este modo, también para nosotros pueden resonar las palabras del Padre a Jesús, diciéndonos: “tú eres mi hijo muy querido”, “tú eres mi hija muy querida”. Por el Bautismo encontramos nuestra identidad más profunda, como hijos e hijas de Dios.

El Bautismo es el signo de nuestra pertenencia a la Iglesia, la comunidad de los discípulos de Jesús. Una pertenencia que estamos llamados a vivir de manera libre y consciente, buscando cada día, con la guía y con la fuerza del Espíritu Santo, conocer y seguir la voluntad del Padre en nuestra vida, como lo hizo Jesús, tal como nos lo transmitieron los apóstoles.

En la segunda lectura de hoy, de la carta de San Pablo a Tito, el bautismo se describe como un nuevo nacimiento.
[Dios] nos salvó, haciéndonos renacer por el bautismo y renovándonos por el Espíritu Santo. (Tito 2, 11-14; 3, 4-7)
Ser bautizado es participar de la muerte y resurrección de Cristo. Unirnos a su Pascua, a su paso de la muerte a la vida.
Las promesas bautismales comienzan con la renuncia a Satanás, a todas sus obras y a todas sus seducciones. El lenguaje puede parecer antiguo y hasta extraño… pero podemos entenderlo como un compromiso a rechazar el mal, el compromiso de no ser cómplices de la injusticia y la mentira, agentes de destrucción y muerte, sino de ser defensores de la vida, de la verdad, de la esperanza.
Las promesas continúan con la profesión de fe. Manifestamos nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y en la Iglesia. No es la fe en un ser abstracto, lejano e inmóvil, sino en un Dios cuyas tres personas inician nuestra historia humana e intervienen en ella: el Padre, como nuestro creador; el Hijo, nuestro redentor; el Espíritu Santo, obrando como santificador.

Dios no es ajeno al compromiso que asumimos en nuestras promesas bautismales. A través del bautismo nos entrega su Gracia. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios (cf Jn 1, 12-18), hijos adoptivos (cf Rm 8, 14-17), partícipes de la naturaleza divina (cf 2 P 1, 3-4), de la vida eterna (cf Jn 17, 3). (Catecismo, 1996)
La gracia es una participación en la vida de Dios. (Catecismo, 1997)

Está en nosotros, en el ejercicio de nuestra libertad, el recibir o rechazar ese auxilio y esa participación; sin embargo, no podemos llegar a Dios sin esa ayuda que Él mismo nos ofrece generosamente, sin la ayuda de su Gracia.

Concluyamos rezando juntos:

Dios todopoderoso y eterno,
que proclamaste a Cristo como Hijo tuyo muy amado,
cuando era bautizado en el Jordán,
y el Espíritu Santo descendía sobre él;
concede a tus hijos, renacidos del agua y del Espíritu,
perseverar siempre en el cumplimiento de tu voluntad.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.

Intención del Papa para enero: Educar para la fraternidad

En el mes de enero, el Papa Francisco nos propone el siguiente motivo de oración:

Recemos para que todas las personas que sufren discriminación y persecución religiosa encuentren en las sociedades en las que viven el reconocimiento de sus derechos y la dignidad que proviene de ser hermanos y hermanas.
Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Amén.