Mons. Daniel Gil Zorrilla

Mons. Daniel Gil Zorrilla (1930-2008) In Memoriam

El domingo 7 de setiembre de 2008 falleció Mons. Daniel Gil Zorrilla SJ, Obispo emérito de Salto, Uruguay.
El 8 de octubre, a un mes y un día de su partida, inicié este blog con la intención, no sólo de guardar su memoria, sino, también, recogiendo el lema que orientó su vida, "Dar y Comunicar", crear un espacio para compartir búsquedas por los caminos del Espíritu.

En aquel momento yo era Obispo auxiliar de Salto. Habiendo sido ordenado por Mons. Gil, fui su colaborador directo en el Ministerio Episcopal hasta que fue aceptada su renuncia por razones de edad a la sede salteña.
El 13 de junio de 2009 fui nombrado Obispo de Melo. Dejé los caminos del Litoral Norte para recorrer los de la Cuchilla Grande, en el Este uruguayo. Continúa ahora este blog, bajo el título de "COMUNIÓN", recogiendo el nombre del boletín diocesano que buscaba acrecentar el vínculo que nos une a todos los cristianos, pero que queremos especialmente vivir en la Iglesia diocesana.

+ Heriberto A. Bodeant

Dar y comunicar

El lema de Mons. Gil, primer título de este blog, está tomado de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola:

[230] CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR.

Nota. primero conviene advertir en dos cosas:
La primera es que el amor se debe poner más en las obras que en las palabras.
[231] La 2ª, el amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante; de manera que si el uno tiene sciencia, dar al que no la tiene, si honores, si riquezas, y así el otro al otro.
San Ignacio de Loyola,
Ejercicios Espirituales

Autobiografía

Este año (2005) cumplo, el 10 de julio, 75 años de vida y, el 8 de setiembre, 50 años de mi entrada a la Compañía de Jesús, los Padres Jesuitas. Estas fechas que invitan a recordar; me dan oportunidad para hacer estas confidencias con los feligreses.
Dividiré esos primeros 25 años en pequeñas etapas, para irlos recordando.
1930-1937. Conchillas. La infancia en la campaña
Aunque nací en Montevideo, pasé la infancia en la campaña. Esos años son los que marcan la sicología de la personalidad para siempre. “La infancia es la patria”, dice un autor.
Conchillas es un pintoresco pueblito en el departamento de Colonia. Cerca está
Pueblo Gil. Era campaña “como la de antes”: sin policlínica, sin MEVIR, sin escuela, sin Comisaría; sin líneas de ómnibus; sin caminos pavimentados: se sembraba trigo, lino, maíz: girasol y otros cereales. Mucha agricultura, poca ganadería; y de forestación, sólo montes criollos junto al arroyo. La calidad de la gente de la zona era excelente: familias grandes, trabajadores, honrados…
Mi padre, Daniel, trabajaba un campo en Conchillas. Allí vivíamos también con mi madre, Blanca Catalina, mi hermano mayor Fernando y mi hermano menor Enrique.
Era una convivencia familiar muy intensa, en una casa de campaña, con las aventuras comunes de comadrejas, camoatíes, perros, caballos, etc.
Mi madre criaba pavos y los niños teníamos que darle de comer a los pavitos, rompiendo para ello los granos de maíz en una máquina moledora.
A fin de año nos pagaba con un pavo relleno con lo que nosotros queríamos. Le pedíamos que lo rellenara con carne, muchas pasas de uva y aceitunas.
Mi padre nos contaba las antiguas historias de la familia con episodios pintorescos vividos en esa misma casa de campaña, cuando las revoluciones del s. XIX en el Uruguay. Así fuimos compenetrándonos con la historia nacional y sus grandes gestas patrióticas.
Con mi hermano mayor salíamos a andar a caballo y galopando cuesta abajo se aflojó la cincha del mío, y caí al suelo estrepitosamente. Recuerdo como mi hermano volvió para atrás, me levantó y me animó a seguir cabalgando.
Mi hermano mayor tenía buena puntería con la escopeta e íbamos a acechar a los venados que tomaban agua en una lagunita del monte.
El hermano menor sólo participaba en algunos juegos menos peligrosos como era tirarnos dando vueltas de carnero en las enormes parvas que se hacían en la cosecha con la paja del trigo.
Nuestra madre nos mimaba haciéndonos choclos o boniatos asados en la cocina a leña, y también jalea de membrillo, y dulce de naranjas amargas. Nuestro plato favorito era lo que ella llamaba “arroz a la cubana”, que consistía en una montaña de arroz blanco en el centro del plato, con dos huevos fritos arriba y bananas fritas en los costados.
No había agua corriente ni luz eléctrica, ni radio ni televisor. Recuerdo cuando por primera vez mi padre trajo lo que era entonces una radio de galena, que era una piedrita que se pinchaba con una aguja que hacía de antena y se oían voces. Cuando llegaron más tarde las radios verdaderas, escuchábamos las radios de Buenos Aires, porque no había o no llegaban radios locales.
Los amigos eran los muchachos de los alrededores, familias que tenían hijos de nuestra misma edad, con los cuales jugábamos al fútbol o salíamos a bajar camoatíes, o íbamos a pescar a una laguna, donde no nos dejaban bañar porque era peligroso.
El sábado santo, que se llamaba Sábado de Gloria, se celebraba con un gran asado, al que venían todos los vecinos, y se adelantaba así el domingo de Gloria al sábado de Gloria. Nosotros participábamos acarreando la leña para el fuego.
Una vez al año venían parientes de Montevideo a visitarnos. Teníamos que mostrarles el campo, las ovejas. Nos divertía, sobre todo, hacer de toreros con un carnero malo que nos topaba.
1937-1942. Pocitos, Montevideo. Colegio Sagrada Familia
Como no había escuela en esa campaña fuimos a Montevideo. Mi abuela paterna vivía en Pocitos así que me tocó un barrio muy lindo y fuimos al colegio San Juan Bautista de los Hermanos de la Sagrada Familia. Nos prepararon para la primera comunión en la parroquia San Juan Bautista, con el P. Domingo Tamburini, que nos entretenía en la Misa contándonos cuentos, y por eso nunca faltábamos los domingos. La Misa era entonces en latín, de espaldas y allá lejos de los fieles. Por eso el cura nos hacía cuentos y nunca faltábamos.
En el colegio los hermanos nos ponían muchos deberes, nos enseñaron la historia de la salvación (antes se llamaba historia sagrada) y teníamos mucho deporte. Allí hice amistades que duran hasta hoy. Y guardo buenos recuerdos y gratitud a los Hermanos de la Sagrada Familia que nos hacían aprender también, cada día, unos versículos del Evangelio de memoria.
1943-1948. El Liceo Sagrado Corazón
Siguiendo a mi hermano mayor fui al Liceo Sagrado Corazón de los Padres Jesuitas. Con otro compañero salimos campeones de pelota, frontón, paleta. También teníamos cuadros de fútbol en el campeonato interno. Aumentó la formación religiosa, las lecturas, las actividades piadosas y sociales.
1948 fue un año importante porque saqué la Credencial Cívica, la Libreta de Conducir y tuve que decidir ir a la Universidad de la República, a la Facultad de Derecho. Muchas decisiones muy importantes, a los 18 años.
1948-1955. La Facultad de Derecho
Fueron cinco o seis años en la Facultad de Derecho. Por obra de la Providencia, fue una época gloriosa de la Facultad, con profesores brillantes. Estos años marcaron también mi ingreso a la Acción Católica universitaria. Nuevos amigos, inicio de militancia política, y mi primer trabajo asalariado. Mi primer sueldo alcanzaba para comprar una camisa.
1954-1955. Hacia el Noviciado
El Papa Pío XII había señalado 1954 como Año Mariano. Había muchos actos de devoción a la Virgen María, de los cuales yo participaba. Fue un año de conversión a la militancia eclesial gracias en gran parte a los buenos amigos de la Acción Católica. Mi primer director espiritual, el P. salesiano Agustín Mossman me planteó con claridad la opción vocacional, porque yo nunca había buscado la voluntad de Dios sobre mi vida. A partir de allí comencé a dudar si no sería que Dios quería que yo fuera sacerdote, como una mera posibilidad.
No volví más a hablar con ese sacerdote, pero seguí conversando con otro salesiano, el P. Fagalde, con quien tuve la conversación final después de decidirme a seguir el camino del sacerdocio. No conocía bien yo que era eso del sacerdocio, pero algunos amigos, antes que yo, habían ingresado a un lugar llamado “noviciado” para ser sacerdotes. Y allí me dirigí yo también, el 8 de setiembre de 1955. Ahí comenzó mi vida de jesuita.
Me da un poco de vergüenza cuando escucho a tantos hombres de mi edad contar que han tenido una existencia llena de sufrimiento y de dolencias. A mí me tocó bailar con la más linda. ¡Flor de vida vivida!
1955-1957. El Noviciado
Hice dos años de noviciado. El maestro era el P. Carlos Mullin, quien llegaría a ser Obispo de Minas. Los otros novicios eran cinco uruguayos y tres argentinos, porque por la revolución contra Perón habían ido a Montevideo.
El novicio nuevo que entraba tenía otro más viejo que lo apadrinaba y le enseñaba todas las cosas. A ése se lo llamaba el "ángel". Mi ángel fue quien años más tarde sería Mons. Luis Del Castillo. Fueron dos años de Eucaristía diaria y meditación de la Palabra de Dios y también de mes de Ejercicios Espirituales, mes de hospital, y peregrinación a pie a la Virgen de los Treinta y Tres en Florida.
Al terminar el noviciado hice los votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia y quedé pronto para pasar a la etapa siguiente de formación.
1958. Humanidades en Chile
La etapa siguiente al noviciado era estudios de Humanidades y Lenguas. Todo el grupo de novicios fue para Chile, en ferrocarril desde Buenos Aires. Como yo era el mayor, fui como jefe del grupo. La experiencia de la cordillera de los Andes fue impactante para todos. Estuvimos un año como "juniores" en un lugar llamado "Padre Hurtado". Fue un año de encuentro con la historia del arte, la música, el cine, el latín, el griego y el P. Hurtado, cuya figura gigantesca nos impresionó a todos.
Los sábados yo daba catecismo en una escuela fiscal (escuela pública). En las vacaciones fuimos a la cordillera y subí en alpargatas hasta 4.500 m. Los que íbamos desde la llanura no nos cansábamos de mirar aquellas montañas enormes.
Ese año hubo elecciones en Chile y resultó vencedor Alessandri, sobre Frei y Allende, en elecciones parecidas a las del Uruguay.
Terminado ese año de humanidades, artes y lenguas, estábamos listos para pasar a la próxima etapa.
1959-1861. Filosofía en Buenos Aires
Pasamos los Andes y volvimos a Buenos Aires. Cerca de Buenos Aires está San Miguel, donde los jesuitas tienen el Colegio Máximo, con sus facultades de filosofía y teología. Allí estudié tres años de filosofía. Éramos como 50 estudiantes de Argentina, Chile, Paraguay, Bolivia, Brasil, Perú y Uruguay. Fueron tres años de intensa actividad intelectual, recorriendo los profundos sistemas de pensamiento de los grandes maestros de la humanidad. Años que me sirvieron también para poner en orden las ideas aprendidas en los cinco años de la Facultad de Derecho.
En Miguel Ángel Fiorito SJ encontré un gran maestro, que no sólo me enseñó a pensar correctamente, sino que me puso en contacto con la gran tradición de Santo Tomás de Aquino y también me ayudó a profundizar en la tradición eclesial del discernimiento espiritual. En 1961 terminé los estudios filosóficos, con mi tesina "La luz del entendimiento agente como clave de la antropología de Santo Tomás".
Las actividades deportivas eran intensas, sobre todo fútbol. Pastoralmente daba catequesis en dos escuelas y a los alumnos de la escuela de suboficiales "Sargento Cabral" del Ejército Argentino en Campo de Mayo.
1962-1965. Teología
Después del trieno de la licenciatura en filosofía, vinieron cuatro años más de licenciatura en Teología, ahí mismo en San Miguel. Ya conocía los barrios de alrededor, y estuve encargado de dos barrios grandes que estaban en formación: Santa Brígida y Sarmiento. Podíamos "hacer pastoral" sólo sábados y domingos, aunque nos escapábamos algún otro día de la semana. Allí había gente que se estaba haciendo su casa. Me hice amigo de unas cuantas familias: italianos recién llegados de la guerra, correntinos...
Tuve grandes profesores, tanto en filosofía como en Teología, y compañeros de estudio fueron los padres benedictinos que llegaban de Europa para formar el monasterio de Los Toldos. Muchos otros religiosos y seminaristas de diferentes diócesis vivían también con nosotros.
Hacíamos vacaciones en Córdoba, y algunos días libres íbamos en bicicleta hasta cerca de Luján.
Tuve compañeros que hoy son obispos en Argentina: Mons. Jorge Casaretto, obispo de San Isidro, y los Jesuitas Mons. Jorge Mario Bergoglio, Cardenal de Buenos Aires, Mons. Joaquín Piña, obispo de Puerto Iguazú, Mons. Jorge Lugones, obispo de Orán.
También llegaban al Máximo de visita, de vez en cuando, dos obispos uruguayos muy queridos: Mons. Alfredo Viola y Mons. Marcelo Mendiharat.
Esos años fueron muy importantes por el estudio de la Sagrada Escritura y de los misterios de la vida cristiana. También fueron años de turbulencia política en la Argentina y conocí personalmente a quien me impresionó como un gran político: Arturo Frondizi, que fue presidente entre 1958 y 1962.
1964. Ordenación sacerdotal
El 19 de diciembre de 1964 tras ocho días de Ejercicios Espirituales fui ordenado subdiácono, diácono y presbítero, en tres días sucesivos, según la usanza de los jesuitas de aquella época. Los jesuitas uruguayos nos ordenamos en Uruguay, en Montevideo, Iglesia del Sagrado Corazón.
Después de ordenado, ese verano, estuve en la Parroquia San Ignacio en Villa Dolores. En 1965 reanudé el último año de Teología en San Miguel. Culminé mi licenciatura con una tesina sobre "Teología de lo político". Comenzamos los ministerios sacerdotales, especialmente en las parroquias cercanas de San Miguel, Morón y Moreno.
Gracias al P. Fioritto, yo estuve dando ejercicios espirituales, sobre todo a estudiantes de la Universidad de La Plata, durante todos estos años de formación. En esos cinco o seis años dando EE.EE. me supervisaba y aprendía con ese gran maestro que fue el P. Fioritto.
Durante la Teología dediqué los veranos a ir a Montevideo para terminar los estudios de abogacía que concluyeron en 1966. Desde 1949 a 1954, frecuenté la Facultad de Derecho, en esa época con magníficos profesores y di casi todos los exámenes. Al entrar al noviciado, todavía me faltaban seis materias, que fui aprobando en los veranos del 60 para adelante. Tuve excelentes compañeros. Recuerdo la Acción Católica de estudiantes de Derecho y también estaban en esa época en la Facultad un grupo muy inteligente que el entonces presidente de la República. Luis Batlle Berres, se llevó como colaboradores al diario Acción: Zelmar Michelini, Maneco Flores Mora, Paz Aguirre. También estaba Raúl Sendic y otros compañeros que posteriormente tendrían gran figuración política: Luis A. Lacalle, Guillermo García Costa, Ariel Collazzo.
Siendo estudiante trabajé en algunos consultorios jurídicos y también en el estudio de unos abogados de la Ciudad Vieja, haciendo práctica y experiencia de la profesión. Pero después de recibido, nunca más trabajé en cosas de la profesión.
1966-1967. Joven sacerdote en Montevideo
Aunque me había preparado para trabajar en la Universidad, sin embargo los superiores me encaminaron al Seminario Mayor Interdiocesano, que en esa época estaba en Toledo. Allí conocí varias generaciones de seminaristas, que después fueron sacerdotes compañeros: Pepe Bonifacino entre ellos. También daba clases en un Liceo que había en el Seminario y colaboraba en algunas parroquias y en la cárcel de Miguelete en Montevideo.
Cuando los jesuitas dejaron el Seminario, fui a vivir a la Casa de Ejercicios San Ignacio en Larrañaga y Caiguá (hoy calles L. A. de Herrera y Vaz Ferreira), junto a la Parroquia Sagrada Familia, pero los fines de semana atendía la comunidad criolla de la Parroquia de Fátima en el Cerro, que era la parroquia preferencial de los lituanos.
En esos años colaboré en la fundación de un instituto de formación teológica y espiritual para religiosas, llamado "Mater Ecclesia".
También daba clases en el entonces Instituto Teológico del Uruguay para los seminaristas.
1967. Tercera probación en Mar del Plata
La última etapa de la formación de los jesuitas es vulgarmente llamada "la tercera probación" y me tocó hacerla en Mar del Plata, Argentina, de febrero a noviembre. Agarré todo el invierno, hasta con pingüinos en la playa, que son muy lentos caminando, pero rapidísimos cuando entran al agua.
Éramos un grupo de argentinos y uruguayos. Había también dos estadounidenses con los que hice muchas caminatas presenciando sus muchos asombros: "¡Aquí no hay negros!".
1968-1970. Roma
Al comenzar 1968 se me planteó la posibilidad de hacer el doctorado en Teología en Europa. Yo quería ir a Innsbruck, pero no sabía alemán, así que acabé yendo a Roma y el viaje fue así:
En Montevideo tomé un barco para Génova, con un pasaje que me consiguió un compañero jesuita. El barco fue por Buenos Aires, Bahía Blanca, Río de Janeiro, Cádiz, Barcelona y finalmente Génova. Viajaban 800 emigrantes italianos que volvían a Italia en el "primo viaggio del ricordo" (primer viaje del recuerdo).
Llegué el 8 de octubre a Roma, bajo una lluvia torrencial y una gran consolación, que desde entonces yo llamo "consolación romana", porque cada vez que llego a Roma me viene la misma consolación. En la residencia donde estaba, éramos cien jesuitas jóvenes, todos estudiando. Tuve compañeros de la India, China, Canadá, EE.UU., España, México, Argentina, Corea.
En la Facultad de Teología de la Universidad Gregoriana elegí mi patrón de tesis: el director del Instituto de Espiritualidad; un jesuita francés, especialista en historia de la espiritualidad, el P. Gervais Dumeige que me ayudó a elegir el tema de la tesis doctoral y después me enseñó el método de investigación y de redacción con su típica claridad francesa y me acompañó esos dos años con mucha paciencia y caridad.
Para escribir la tesis me fui a Loyola, en España, donde pasé cuatro meses y realicé todo el trabajo. De paso conocí la tierra de San Ignacio de Loyola y el país vasco, con un clima veraniego espectacular y muchas horas de luz solar.
Escribí 743 páginas, y al regresar a Roma, el P. Dumeige me pidió que pusiera todo aquello en sólo 100.
Entonces, en Roma, ya en octubre, me fui de capellán de unas hermanas benedictinas en la costa del mar, donde, en un mes puse todo en 110 páginas, con un nuevo esquema. Esas hermanas vivían al pie de un cerro, en un lugar llamado San Felice Circedo, que ahora era un cerro, pero dos mil años antes era una isla, donde estaba la maga Circe y por donde pasó Odiseo.
Presenté la tesis "La consolación sin causa precedente" y la defendí según los usos universitarios de la época y me dispuse a volver al Uruguay.
Una agencia de viajes de los Focolares me consiguió un billete de tren con grandes descuentos para hacer un viaje circular por toda Europa, y esa fue mi despedida del viejo continente.
Al pasar por Lourdes le pedí a la Virgen para dejar el cigarrillo que me estaba haciendo un mal espantoso y, efectivamente, desde ese mismo día nunca más fumé.
Finalmente, desde Génova, tomé el barco de vuelta para Montevideo.
1971-1983. De regreso en Montevideo
Nuevamente en Montevideo, estuve dando clases de teología en el ITU y dando EE.EE. en todas partes, mientras colaboraba nuevamente en la parroquia de Fátima en el Cerro. Con otros compañeros iniciamos un centro de formación teológica para laicos, que todavía está funcionando en Montevideo.
Viajaba mucho a campaña y también por Argentina, Brasil y Paraguay. Mi actividad preferente era dar conferencias o cursos de teología, tandas de EE.EE. y algunos encuentros de estudio o convivencia con otros jesuitas.
Tuve oportunidad en esos años de conocer bastante sobre la Iglesia en Brasil. También en el litoral argentino y en Paraguay. Vine varias veces a dar EE.EE. a los sacerdotes de Concordia.
1980. Valladolid
Como fruto de tantos cursos y ejercicios que daba, había desarrollado muchos temas de discernimiento espiritual y el entonces P. provincial de los jesuitas, Miguel Artola, me dijo que los pusiera por escrito en un libro. En medio de las ocupaciones que tenía me resultaba imposible sentarme a escribir. Entonces surgió la posibilidad, invitado por los jesuitas de la provincia de Castilla, de ir a Valladolid en el verano pues me recibirían en el Colegio de Valladolid que estaba de vacaciones de verano. Así estuve junio y julio gozando de la hospitalidad de los PP. castellanos y pude escribir lo que me habían mandado.
Visité a mi hermano Enrique que estaba en Suecia, lo que me permitió asomarme a esa sociedad tan sorprendente para nosotros.
Al regreso en Montevideo, seguí con las ocupaciones de siempre y comencé con la Misa de niños, llamada también misa "Tachín-Tachín" los domingos de mañana en la capilla San Alejandro, en el Buceo, que pertenecía a la parroquia San Juan Bautista de Pocitos.
Me pasaba unas tres horas entre las confesiones a los niños y la misa.
Enero 1983. Llamado a ser Obispo de Tacuarembó
El verano de 1983, en enero, tenía mi agenda en la mano y la miraba con placer porque tenía programado todo el año con actividades que me resultaban estimulantes y agradables: ir al Congo, en África, a dar Ejercicios Espirituales (EE.EE.) y cursos de Teología en Kinshasha. Los Jesuitas habían abierto una Facultad para lengua francesa en África Occidental. Después, estadía en Roma, en Madrid, en varios puntos de Sudamérica, siempre con algunos días de descanso en mi casa en Montevideo. Podía pensar “mi vida está bien planificada”.
Estando en La Floresta, casa de vacaciones de los jesuitas, fui caminando en peregrinación a Nuestra Señora de Las Flores, en su santuario junto a la estación La Floresta y le pedí a la Virgen la plenitud de la santidad sacerdotal. En realidad, deseaba ser un sacerdote santo, incluso muy santo.
Pocos días después me llegó sorpresivamente esta novedad de la Divina Providencia: me llaman de la Nunciatura Apostólica y cuando fui, el Nuncio muy seriamente me dice "el Santo Padre lo ha elegido para Obispo de Tacuarembó", lo cual me movió el piso y quedé estupefacto. Le dije al Nuncio que quería consultar con un sacerdote amigo que era mi confesor habitual y este sacerdote me dijo que sí que aceptara. Me puse en las manos del Señor y acepté. Con lo cual, comenzaba una nueva y larga etapa de mi vida.
1983. Obispo de Tacuarembó
El 10 de abril de 1983 fui consagrado Obispo. Me fui inmediatamente para Tacuarembó, a vivir en el Obispado que había construido Mons. Parteli y que estaba dejando vacío Mons. Balaguer.
Recorrí la Diócesis de Tacuarembó y Rivera. Saludé a los curas, a quienes conocía de antes porque les había dado algunos cursitos y EE.EE.
En esa diócesis estuve seis años, gozando de la amistad de muchos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos. La gente del Norte, cordial y sincera, me regaló seis años de mucha felicidad.
Recuerdo con especial afecto las semanas que pasaba conviviendo en parroquias rurales, como Vichadero, Caraguatá y Minas de Corrales. También recuerdo el ambiente binacional tan agradable del clero de Rivera y Sant’Ana do Livramento que ya habían iniciado lo que llamaban una “pastoral internacional”. Muchos viajes a Río Grande do Sul me fueron haciendo conocer la realidad eclesial de los “gaúchos” y la amistad fraterna de varios obispos de R. Grande.
Mons. Parteli, fundador de la diócesis y Mons. Cáceres, vecino de Melo, me ayudaron en todo momento con su amistad y sus sabios consejos.
Cuando el Papa vino a Salto, estuve en la concelebración y le regalé a Juan Pablo II un poncho de lana cruda, del mejor artesano de Tacuarembó, que el Papa recibió con cariño. Me tocó concelebrar al lado de Mons. Nicolini, a quien vi en mal estado de salud. Murió pocas semanas después, y esa muerte de Mons. Nicolini, que era el Obispo Coadjutor, desencadenó en gran medida el que yo fuera trasladado de Tacuarembó a Salto.
Salto, 1989, hasta...
El Nuncio me dijo que el Santo Padre quería que yo viniera a Salto, y aquí vine. El 1º de julio de 1989 asumí en la catedral esta querida Diócesis. Luego tuve la fortuna de recorrerla toda con Mons. Mendiaharat, quien me fue instruyendo sobre la realidad de cada zona que visitábamos y con su conocida sabiduría me trasmitía la historia pastoral de esta Diócesis.
Estos 17 años los hemos vivido juntos, de modo que no tengo nada nuevo para contarles a Uds., pero, igual que en Tacuarembó, han sido 17 años de felicidad. Evidentemente, en estos 17 años ocurrieron también sucesos dolorosos, que forman parte de la vida del Obispo, pero que pude vivir siempre acompañado por la sabiduría y la comprensión de sacerdotes y fieles.
Pastoralmente hablando, ha sido un beneficio muy grande seguir el curso de la historia de los Planes Pastorales que la diócesis ya había tenido y que han continuado estos años.
Clericalmente hablando, pude aprovechar la amistad y la cercanía de sacerdotes santos y excelentes como Mons. Mendiharat, Mons. Irurueta, los Pbros. Anselmo Spada, Hugo Caballero, Emilio Ghidotti y el Presbiterio en general que me trató muy bien.
Los sacerdotes jóvenes eran la esperanza de Mons. Nicolini, que había pensado para ellos una formación más esmerada en el exterior. Gracias a Dios, pude cumplir los deseos de Mons. Nicolini y unos cuantos pudieron hacer estudios en Europa y en otros lugares, con gran provecho, no sólo para ellos, sino para toda la diócesis hasta el día de hoy.
Otro deseo de Mons. Nicolini y de Mons. Mendiharat era el fomento de las vocaciones sacerdotales, que pudo ser cultivado intensamente en la Casa de discernimiento vocacional “Mons. Nicolini” en la ciudad de Paysandú, en la cual tanto trabajaron varios sacerdotes, especialmente el P. Carlos Silva. Por esa Casa pasaron los tres sacerdotes recientemente ordenados: Guillermo, Ariel y Tito.
21 de julio de 2004
El miércoles 21 de julio a las 6:00 horas tuve dos infartitos cerebrales pequeños, pero con dos hemorragias cerebrales no tan pequeñas, en la parte de atrás del cráneo, a la derecha. A mí me dijeron que eso ordinariamente causa la muerte, pero yo no me morí, si no, hubiera pasado del sueño a la otra vida sin darme cuenta. Nada de dolor, ni mareo, ni nada.
Unas horas después, los curas me encontraron acostado al lado de la cama y pensaron que me había caído. En realidad yo me había acostado en el suelo. No me caí nada.
Mis hermanos
Mi hermano mayor murió en julio del 2004 en Buenos Aires y quedan cuatro sobrinos, uno de ellos sacerdote de la diócesis de Moreno.
Mi hermano menor vive en Villa Argentina, cerca de Montevideo. Tiene seis hijos y varios nietos y bisnietos. Al menos una vez al año me reúno con la familia de mi hermano mayor y con la familia de mi hermano menor.
La última etapa
El 10 de julio de 2005 cumplí 75 años y comencé “la última etapa de mi vida”. Sin acento fúnebre; sin lamentación, simplemente otra etapa, presumiblemente la última. En el Uruguay la vida promedio del sacerdote es de 70 años.
Me gusta proyectar, programar la vida, siempre lo hice. Y siempre se cumplió aquello de “del hombre es hacer planes y proyectos, pero el Señor conduce los pasos” así que no tenía muchas ganas de hacer proyectos, sino de ponerme a la escucha del Padre, a ver qué quiere ahora para mí. Así decidí: unas buenas vacaciones, dar vuelta la hoja y comenzar lo nuevo mirando y escuchando. El Padre se reveló con varios prodigios de su Providencia.
Epílogo
Daniel Gil Zorrilla SJ falleció en Salto el domingo 7 de setiembre de 2008, ya como Obispo emérito. Sus restos descansan en el Panteón Diocesano del Cementerio de Salto.

8 de setiembre de 2008, Catedral de Salto
Homilía del P. Fernando Pigurina


Exequias de Mons. Daniel Gil Zorrilla, obispo emérito de Salto

Daniel Gil Zorrilla, Obispo Emérito de Salto
AMDG.
QEPD.
Dios lo tenga en su Gloria

Tejer un panegírico en la última hora, una oración fúnebre complaciente, no era el estilo de Daniel. Vivió la contradicción de su fidelidad, la pasión dura de Cristo en el discernimiento de la voluntad del Padre. Vivió los conflictos que ésta le suscitaba. Vivió los límites y las pequeñas grandes alegrías reconciliadoras que Dios nos ofrece cada día.
Un día como hoy - un 8 de septiembre de 1955, hace 53 años - definía Daniel Gil Zorrilla su vida, entrando en el noviciado de los Jesuitas. Ayer definió el Señor su existencia llamándolo al noviciado de la vida eterna, para mayor gloria de Dios.
San Pablo, cuyo año estamos celebrando, nos dice en su carta a los Romanos, que acabamos de escuchar: «Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor» (Rom 14,7-9).
Y así, creo, que Daniel quiso que fuera. Estará contento con este día, porque era un día anhelado: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia» (Flp.1,21) decía el Apóstol. Así lo testimoniaron sus enfermeras en el CTI en estos días cuando en algunos momentos les decía «yo me quiero ir pero no para mi casa ni para el piso...»
Ese anhelo intenso anidaba en el corazón de Daniel, desde siempre; porque su profundo amor por Dios ya se lo había hecho saber: no hay felicidad mayor. «Para Vos nací Señor… nos hiciste para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que te encuentra definitivamente».
Ese corazón de Daniel, nuestro querido Padre y Pastor, que quiso peregrinar en su última hora con la comunidad de Bella Unión para celebrar a su Patrona Santa Rosa y que, sin saberlo quizás, ya iniciaba así su último trayecto hacia la Casa del Padre.
Preparaba, en estos días, ansiosamente su último viaje a Roma, donde había recibido siempre lo que él llamaba su «consolación romana», y con todos los Obispos uruguayos, quería ir a visitar al Vicario de Cristo. Y por el mismo camino el Buen Jesús lo conducía ya a la Jerusalén Celestial.
A las tres de la tarde, («la misma hora que Jesús», como me señalaron algunos) del Día del Señor, su itinerante corazón escuchó la llamada más hermosa «Ven, siervo bueno y fiel, entra al descanso de tu Señor».
Una llamada que el Dios de la Vida había iniciado un lejano 10 de julio de 1930 cuando nacía en Montevideo, para vivir sus primeros años «en la patria de su infancia» en Conchillas, en «una campaña como la de antes» como él decía: «sin policlínica, sin MEVIR, sin escuela, sin Comisaría, sin líneas de ómnibus, sin caminos pavimentados, con mucha agricultura, montes criollos junto al arroyo y gente buena, familias grandes y trabajadoras».
Recorrió un largo camino, que ahora es imposible recrear acabadamente, pero que es necesario esbozar aunque sea para reconocer las huellas de su tiempo entre nosotros.
A los 7 años se va al Colegio de la Sagrada Familia en Pocitos, en Montevideo, y allí recibe la Primera Comunión con el P. Domingo Tamburini que los entretenía en la Misa contándoles cuentos y por eso nunca faltaban. Allí aprendió, seguramente, la forma de lo que años más tarde sería su Misa «Tachín-Tachín» que celebraba con suma felicidad en la Capilla San Alejandro, ya sacerdote; o su incansable habilidad para entretener a los niños con la magia de sus manos cada vez que visitaba una Parroquia. Fue niño entre los niños y disfrutó de ello. Tuvo las cadencias del Reino de las que habla el Evangelio en la matriz de una inteligencia profunda y cultivada. ¡Qué raro de encontrar y a la vez, permítanme, en cierta forma, qué parecido a Marcelo en eso!
Cultivó en esa época amistades que conservaba hasta ahora, hizo deportes con entusiasmo, y conservaba un recuerdo de gratitud hacia los Hermanos de la Sagrada Familia que les hacían aprender, cada día, unos versículos del Evangelio de memoria.
Siguiendo a su hermano mayor se fue al Liceo Sagrado Corazón de los Padres Jesuitas, fue creciendo y madurando su formación humana y religiosa. Ingresó más tarde en la Facultad de Derecho y comenzó a participar de la Acción Católica universitaria. Conoció nuevos amigos, se inició en la militancia política y tuvo su primer trabajo asalariado cuyo primer sueldo le alcanzó para comprar una camisa.
En 1954, Año Mariano señalado por Pío XII, recibe de su primer director espiritual, el Padre Salesiano Agustín Mossman el planteo claro de la opción vocacional «porque yo nunca había buscado la voluntad de Dios sobre mi vida», dice. «A partir de allí comencé a dudar si no sería que Dios quería que yo fuera sacerdote». Luego, será con el P. Fagalde, otro hijo de Don Bosco, con quien tendrá su conversación final después de decidirse a seguir el camino del sacerdocio, ingresando al noviciado de los Jesuitas el 8 de septiembre de 1955. Fecha en la que celebró sus 50 años de vida consagrada, distinto de todos, que celebran en la fecha de sus primeros votos.
«Me da un poco de vergüenza - decía - cuando escucho a tantos hombres de mi edad contar que han tenido una existencia llena de sufrimiento y dolencias. A mí me tocó bailar con la más linda. ¡Flor de vida vivida». Si parece escuchárselo... ¡tenía esas expresiones floridas cada tanto!
De allí en más comenzó el largo camino de formación, la de los Jesuitas de la Compañía de Jesús, acompañado, en los primeros tiempos, de su querido maestro de entonces, el P. Carlos Mullin que luego fuera Obispo de Minas.
Humanidades en Chile y Filosofía en Buenos Aires donde conoció al P. Ángel Fiorito SJ que lo ayudó a pensar en el cauce de la rica tradición de la Iglesia y a profundizar, con espíritu ignaciano, en el discernimiento espiritual que fue, en lo medular, el horizonte dinámico de su vida, la fuerza que lo condujo.
La Teología en San Miguel, los compañeros de camino de esa honda experiencia y años turbulentos en la Argentina que le tocó vivir, para ser finalmente ordenado sacerdote el 19 de diciembre de 1964.
Culminó su licenciatura en teología con un trabajo sobre «Teología de lo político» («¡qué raro!» dirán algunos; no los que lo conocían). En 1966 culminó también sus estudios de abogacía en la Universidad de la República. Aquí prosiguió su vida en el Seminario Mayor Interdiocesano, en Toledo, colaborando en algunas parroquias y en la cárcel de Miguelete. Estuvo, también en la fundación del Instituto de formación teológica y espiritual para religiosas llamado "Mater Ecclesiae" y daba clases en el entonces Instituto Teológico del Uruguay.
Su última etapa de formación, la llamada «tercera probación» la hizo en Mar del Plata y de allí se encaminó a Roma, en barco, a donde llegó un lluvioso 8 de octubre donde recibió su primera y gran «consolación romana» que tanto añoraba. Profundizó sus estudios con el Director del Instituto de Espiritualidad de la Facultad de Teología de la Universidad Gregoriana, el jesuita francés, P. Gervais Dumeige. En Loyola escribió su tesis doctoral sobre «La consolación sin causa precedente» que luego tuviera, junto con sus otros escritos, especialmente sobre el discernimiento espiritual y la teología de los signos de los tiempos, importante repercusión académica y espiritual.
Vuelto a nuestras tierras en 1971, dedicó la mayor parte de su tiempo a la predicación de Ejercicios y a la formación de sacerdotes y religiosos recorriendo Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay en continuos viajes que combinaba con su actividad pastoral en la Parroquia de Fátima en el Cerro de Montevideo. Con un grupo de compañeros fundó, también, un centro de formación teológica para laicos en Montevideo manifestando así, en todo, la inquietud permanente por hacer accesible a todos la posibilidad de crecer en una fe madurada en las grandes corrientes del pensamiento y tradición de la Iglesia.
En enero de 1983, estando en La Floresta le pide a la Virgen la plenitud de la santidad sacerdotal. «Quería ser un sacerdote santo, incluso muy santo» contaba, pero, o no sabía lo que pedía o el Espíritu Santo ya le había tomado la palabra de otra manera, lo cierto es que a los pocos días el Nuncio Apostólico lo convocaba para decirle «muy seriamente» que el Santo Padre lo había elegido para Obispo de Tacuarembó, sede que había quedado vacante luego de la renuncia de Mons. Balaguer. Habiendo consultado a un sacerdote confesor y amigo, dijo «sí», aceptando aquella voluntad de Dios en su vida.
En ese tiempo fue que lo empecé a conocer. A los pocos días, como Obispo electo, vino a predicarnos los primeros Ejercicios del año a los seminaristas, con los cuales ya estaba comprometido de antes. Era mi primer año, mi primera semana de Seminario y en la escalera de la Casa Nazaret, en Montevideo, me topé con aquel hombre que llevando una cruz en el pecho, me dijo, sencillamente «qué tal, soy Daniel Gil».
Recuerdo el estupor y el desconcierto de algunos formadores de Seminario de entonces por su vocabulario desenvuelto y su forma originalísima de predicarnos aquellos días. Recuerdo alguna conversación que tuve ahí con él sobre la grandeza y el valor de la vida contemplativa. Y recuerdo también clarísimamente su ordenación en la Iglesia del Sagrado Corazón de la calle Soriano el 10 de abril de ese año y cómo ante aquella multitud, entre otras cosas, declaró su amor y agradecimiento por lo que habían significado las religiosas en su vida. Aquello me quedó grabado porque después con los años vi la verdad de aquellas palabras en el testimonio de reconocimiento de la mujer religiosa en la vida de la Iglesia que profesó, día a día, seguramente porque había leído con claridad el significado, el valor y la belleza que esa consagración tiene como anticipo del Reino.
Me decía una religiosa ayer: «en los últimos años supo ser abuelo… venía, nos acompañaba, nos escuchaba, rezaba con nosotras»… y los que compartimos otros tiempos con él en la Curia lo escuchamos hablar de sus «nietitas», las aspirantes y postulantes a las que prodigaba todo su cariño, les compraba dulce de leche o compartía gratuitamente con ellas su tiempo, su oración o sus confidencias espirituales. Una forma de expresar algo del Reino que se insinúa en la vida de la Iglesia como una parte del ciento por uno que el Señor siempre quiere regalarnos, como esos gozos de Dios que anuncian un Cielo nuevo y una Tierra nueva.
Como Obispo de Tacuarembó, ninguno de nosotros duda, cuántas y profundas alegrías tuvo y tampoco él cuando dice «en esa diócesis estuve seis años, gozando de la amistad de muchos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos. La gente del Norte, cordial y sincera, me regaló seis años de mucha felicidad. Recuerdo con especial afecto las semanas que pasaba conviviendo en parroquias rurales, como Vichadero, Caraguatá y Minas de Corrales».
Pero lo esperaba Salto, y tras haber aceptado la renuncia de Mons. Marcelo Mendiharat, el Santo Padre Juan Pablo II lo llamó al servicio pastoral de esta Diócesis que asumió el 1º de julio de 1989, en esta Catedral, como cuarto Obispo de Salto.
Los que lo conocimos íntimamente sabemos del desgarrón que le significó aceptar este paso de aquella Diócesis que tanto amaba a ésta, la nuestra, tan distinta en muchos aspectos, y que le comportaba tantos desafíos. Pero escuchamos también aquel día en este mismo lugar sus palabras de compromiso «los voy a querer con alma y vida» o mejor, traducido: «voy a aceptar esto tan difícil que se me propone y voy a caminar con ustedes a pesar de lo que sé que me va a costar, porque sé y creo que esto es lo que Dios quiere en esta hora y en este tiempo para mí y para ustedes».
Si alguien quiere descifrar a Mons. Daniel Gil, que empiece por aquí… reconozca a un hombre de Dios que quiso siempre, aún en el conflicto o la perplejidad, hacer la Voluntad de Dios y vivirla hasta sus últimas consecuencias. Vivió para ello, se educó para ello, lo enseñó y, más allá de todo, lo quiso transmitir con toda la fuerza de su vida entregada.
Por eso el Evangelio de hoy, la Palabra viva de Dios nos habla de esa voluntad irrenunciable de amor de Dios por nosotros en la vida de Jesús de Nazareth, que ha venido «no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 6,37-40) y que esa voluntad es «que no se pierda nada de lo que me dio», «sino que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna».
Este era Daniel, en lo más profundo de su ser. Un buscador de Dios, sin lirismos, un hombre acuñado en la forja cotidiana de ese discernimiento por vivir la Voluntad de Dios. Lo hacía y lo decía hasta en una forma que a muchos de nosotros nos resultaba contrastante y radicalmente «peligrosa». La llevaba hasta los últimos vericuetos del Plan Pastoral Diocesano y muchas veces su convicción era tal que originaba y originó conflictos y rispideces. En la administración de la Diócesis, en la Economía, donde me tocó acompañarlo de cerca, cortaba grueso, y en ciertas ocasiones no admitía medias tintas. Así también en muchas de las decisiones que le tocó tomar iba contra corriente e impulsó aspectos de la vida diocesana, como la formación de los sacerdotes jóvenes en el exterior, que fueron motivo de muchas controversias. El empeño constante por las vocaciones lo llevó a fundar la Casa Nicolini en Paysandú y sentar allí una base para el discernimiento y formación de los futuros presbíteros que no fue sin dificultades.
Era un gran lector. Había que entrar en su cuarto y ver sus libros, subrayados, comentados… No era para florearse. Unía a su aguda inteligencia un fino sentido del humor. Fue confesor de muchos y todos dicen que buen confesor. No se escandalizaba. Era padre y Pastor.
Ciertamente que para él, jesuita y hombre de Ejercicios, no fue fácil la vida entre nosotros. Las dimensiones de nuestras parroquias, el ajetreo diario en ellas, nuestra manera de ser como clero en este litoral norte. Nuestros laicos y religiosos, acostumbrados todos, como estábamos, a una Iglesia «de trinchera» en muchos aspectos, no íbamos a tener una vida fácil juntos, lo sabíamos; pero hay que decir con total verdad que no sólo se esforzó por querernos y comprendernos, sino que, y a pesar de todo, lo hizo. Plantó su corazón aquí. No se quería ir.
Gracias a Marcelo y a él tuvimos, desde el inicio, el testimonio de dos pastores que recorrieron juntos la Diócesis compartiendo su visión sobre ella y acomodando los caminos de una transición serena. Es cierto: hubo momentos difíciles, incomprensiones mutuas e incertidumbres; pero caminamos juntos, el rumbo se mantuvo… Descubrió, en tantas instancias, el valor de lo que veníamos haciendo y lo impulsó. Animó el camino de las comunidades y los ministerios laicales, promovió la pastoral bíblica y contribuyó a seguir desarrollando nuestro Plan Pastoral.
Su cordialidad en el "mano a mano", su cercanía en tantas cosas, su buen humor, junto con su hondo sentido de Dios nos hicieron bien. Hice con él algunos viajes, era un buen compañero de camino. Siempre contaba divertido como, en Alemania, en la Marienplatz de Munich, él se esforzaba por cultivar mi sentido de la belleza arquitectónica de la Plaza dedicada a la Virgen, y yo por proponerle que fuéramos a tomar cerveza alemana y salchichas.
Se apresuró a destinarme a una Parroquia, preocupado por mi vida sacerdotal, porque si no el nuevo Obispo me iba a seguir teniendo en la Curia. En atención, quizás a que, con Enrique Correa, fuimos los primeros sacerdotes que ordenó en la diócesis. Estoy seguro que rezaba por sus sacerdotes. Sé que los defendía a muerte en ciertas circunstancias.
Por su familia, hermanos, sobrinos y cuñadas tenía un amor entrañable. Esperaba con ansia que pasara la Navidad para poder ir a su encuentro en el mes de enero; a Buenos Aires o a Montevideo o cuando venía su hermano y cuñada a pasar unos días con él aquí. Se ocupaba de ellos. Los quería. A su sobrino sacerdote, Fernando, cuyas hazañas en la historia o en la montaña siempre contaba o últimamente del buen vino que estaba haciendo.
Su lema era «Dar y comunicar» tomado de la «Contemplación para alcanzar Amor» de los Ejercicios de San Ignacio que dice: «el amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante; de manera que si el uno tiene ciencia, dar al que no la tiene, si honores, si riquezas, y así el otro al otro». ¡De amar se trataba y se trata la cosa! ¡Siempre lo supo!
Y así, dando y comunicando, su vida ha sido. Tenía esa visión sobrenatural de las cosas que sólo tienen los que tienen anclado el corazón en Cristo. Tenía esa radicalidad que sólo tienen aquellos cuyo «sí es sí» y cuyo «no es no».
Quiero tener especialmente presente, al terminar, a todos los que han estado cerca de él en este tiempo. En particular a las Siervas de María, que sé que lo quisieron bien y lo cuidaron con buen amor y buen humor cristiano, quiero agradecer en nombre de la Diócesis por todo el cuidado y cariño que se le ha prodigado. Mons. Daniel Gil, nuestro Padre, Obispo y Pastor, no se merecía menos.
Que el Señor lo tenga en su Gloria y lo reciba en su Paz.
Daniel: que la Santísima Virgen, en este día en que conmemoramos su Natividad, te conduzca a celebrar tu pascua en la Pascua de Cristo en el Banquete Celestial. Daniel, descansa en paz.