domingo, 30 de agosto de 2020

Misa - Domingo 30 de agosto - XXII durante el año



Celebrada en la Capilla de la Anunciación, Bañados de Medina, Cerro Largo. Territorio de la parroquia Catedral Nuestra Señora del Pilar y San Rafael, Catedral de Melo.

sábado, 29 de agosto de 2020

“Comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén” (Mateo 16,21-27). XXII Domingo durante el año.







Se acercaba el verano y la pequeña población de la costa se preparaba para recibir a los turistas, deseosos de bañarse en sus playas. El Dr. Stockmann, médico del pueblo, había descubierto que las aguas estaban contaminadas por varios desagües que se vertían en ellas. La confrontación entre esa verdad incómoda y los intereses de comerciantes y autoridades llevó al doctor a encontrarse en medio de una asamblea que lo declaró “Un enemigo del pueblo”. Así tituló el dramaturgo Henrik Ibsen esta historia de un profeta de la ciencia que defendía lo que había descubierto frente a quienes querían ocultarlo y sufrió, por ello, toda clase de escarnios y estuvo a punto de abandonar el lugar que lo vio nacer y donde vivía con su familia.

Rechazos aún mayores encontraron los profetas de Israel cuando, como enviados de Dios, sus mensajes sacudían el piso de los poderosos o, más aún, tocaban a todo el pueblo que se había apartado de Dios por su conducta.
El profeta Elías debió huir de la furia de Jezabel, la esposa del rey Ajab, que quería matarlo (1 Reyes 19,1-4) después de que el profeta increpara a todo el pueblo por abandonar a Yahveh y derrotara a los sacerdotes de Baal (1 Reyes 18,1-46).
El profeta Amós, que denunciaba las injusticias de su tiempo, fue rechazado por Amasías, sacerdote del santuario de Betel, que pretendió despedirlo:
“Vete, vidente; huye a la tierra de Judá; come allí tu pan y profetiza allí” (Amós 7,12).
Isaías encontró la negativa del rey Ajaz, que no quería recibir de parte de Dios un signo, como le indicaba el profeta. Isaías le respondió
“¿Les parece poco cansar a los hombres, que cansan también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo va a darles una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel”. (Isaías 7,13-14).
Pero el gran rechazado fue el profeta Jeremías, al punto que los capítulos 36 al 45 de su libro suelen ser llamados “la pasión de Jeremías”.
El rey Yoyaquim quemó sus escritos (36,22-25). El rey Sedecías lo mantuvo detenido en el patio de la guardia (37,21). Los oficiales del ejército pidieron su muerte, porque desmoralizaba a los guerreros (38,4). Jeremías fue bajado a un aljibe lleno de barro (38,6) y a duras penas se libró de morir allí.
Después de la caída de Jerusalén en manos de los babilonios, junto con los que, en contra de la voluntad de Yahveh (42,10) querían abandonar Israel, fue forzado a emigrar a Egipto (43,5-6).

Jeremías es el protagonista de la primera lectura de este domingo. En este pasaje él abre a Dios su corazón, presentando su propia lucha interior.
Comunicar la Palabra de Dios lo coloca en una situación muy ingrata:
Soy motivo de risa todo el día, todos se burlan de mí.
la palabra del Señor es para mí oprobio y afrenta todo el día.
Por eso se resiste a continuar en su misión:
No lo voy a mencionar, ni hablaré más en su Nombre.
Pero no puede…
había en mi corazón como un fuego abrasador, encerrado en mis huesos:
me esforzaba por contenerlo, pero no podía.
Así podemos entender las primeras palabras que Jeremías dirige a Dios en este pasaje:
¡Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir!
¡Me has forzado y has prevalecido!
El profeta no puede callar lo que el Señor le ha enviado a anunciar.

Teniendo en cuenta este marco que nos da la primera lectura, vayamos al evangelio; pero, antes, recordemos el del domingo pasado, primera parte de este relato. Ante la pregunta de Jesús a sus discípulos
“Y ustedes ¿quién dicen que soy?”, 
Simón Pedro respondió
“Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”. 
El relato concluyó diciéndonos que Jesús
“ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que Él era el Mesías”.

En el pasaje que leemos hoy, Jesús hace un anuncio importante. Estamos a mitad del evangelio de Mateo y estas palabras de Jesús le dan a su trayectoria un giro totalmente inesperado para los discípulos.
Para ellos, hasta ahora todo venía bien. Jesús era escuchado con admiración. Curaba enfermos, expulsaba demonios. Muchos lo buscaban y querían verlo. Pensaban que era un profeta. Con mentalidad de nuestro tiempo, diríamos que Jesús estaba teniendo éxito. Los discípulos sabían que Él era el Mesías. Seguramente les sorprendió la orden de Jesús de no decírselo a nadie, pero eso podría ser una estrategia… esperar el mejor momento para hacer esa manifestación que, seguramente, movilizaría a todos lo que esperaban al Mesías que libraría a Israel y restauraría el antiguo reino.

El anuncio de Jesús, en cambio, va totalmente en otra dirección:
Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.
Este “comenzó” nos habla de un principio, pero también de algo que continuará. Éste es el primero de tres anuncios que se encuentran en Marcos, Mateo y Lucas. Veamos que dicen los dos siguientes:

Yendo un día juntos por Galilea, les dijo Jesús: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán, y al tercer día resucitará». Y se entristecieron mucho. (Mateo 17,22-23)

Cuando iba subiendo Jesús a Jerusalén, tomó aparte a los Doce, y les dijo por el camino:
“Miren que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para burlarse de él, azotarlo y crucificarlo, y al tercer día resucitará”. (Mateo 20,17-19)

Notemos que el anuncio siempre está dirigido “a sus discípulos” y a ellos solamente. Jesús no está con la multitud, sino con aquellos que lo han acompañado todo el tiempo desde el comienzo de su misión y que lo han reconocido como el Mesías.
Otro detalle importante: cuando Jesús dice que “será entregado”, esa voz pasiva está indicando que es el Padre Dios quien entregará a su Hijo.

“debía ir a Jerusalén”.
Jesús dice esto en Cesarea de Filipo, al norte del mar de Galilea, a unos 234 km de Jerusalén, siguiendo rutas actuales. Hay por delante un largo viaje, que tendrá sus etapas.
Es atravesando Galilea que Jesús hará el segundo anuncio de su pasión y, ya cerca de Jerusalén, el tercero.

“sufrir mucho… ser condenado a muerte”
Más que en otros evangelios, en el evangelio de Mateo, varias veces hace Jesús referencia a la persecución y muerte sufrida por los profetas:
- Ya hay una referencia en las bienaventuranzas:
“Alégrense… pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a ustedes” (Mateo 5,12 y Lucas 6,23)
- Jesús experimentó el rechazo de los suyos en Nazaret, mencionado en los cuatro evangelios:
«Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio». (Mateo 13,57; Marcos 6,4; Lucas 4,24 y Juan 4,44). 
Lucas agrega que, además, intentaron matarlo:
“se llenaron de ira… y, levantándose, lo arrojaron fuera de la ciudad, y lo llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarlo” (Lucas 4,28-29)
- Ya en Jerusalén, Jesús increpa a los fariseos:
“Ustedes dicen: “¡Si nosotros hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos tenido parte con ellos en la sangre de los profetas!" Con lo cual atestiguan contra ustedes mismos que son hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmen también ustedes la medida de sus padres! (Mateo 23,30-31)
- Pero Jesús no se detiene ahí y sigue diciéndoles:
«¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo van a escapar a la condenación de la gehenna? Por eso, he aquí que yo envío a ustedes profetas, sabios y escribas: a unos los matarán y los crucificarán, a otros los azotarán en sus sinagogas y los perseguirán de ciudad en ciudad, para que caiga sobre ustedes toda la sangre inocente derramada sobre la tierra, desde la sangre del inocente Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien mataron entre el Santuario y el altar. Yo les aseguro: todo esto recaerá sobre esta generación» (Mateo 23,33-36 - Lucas 11,47-51)

- Todavía hace Jesús una referencia a Jerusalén:
“¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados!” (Mateo 23,37).

resucitar al tercer día
Puede sorprendernos que los discípulos no reparen en que Jesús no sólo anuncia su pasión y su muerte, sino también que debía resucitar al tercer día.
Muchos estudiosos de la Biblia se inclinan a pensar que ese anuncio no estaba en las palabras originales de Jesús, sino que es un agregado de la comunidad cristiana que se ha formado, precisamente, a partir de la resurrección de Jesús.
También puede explicarse que el anuncio del sufrimiento y de la muerte son como un gran imán que atrae toda la atención y no permite reparar en ese final que abre a una esperanza.

...de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas
Jesús se refiere al Sanedrín, suprema autoridad del pueblo judío.
Inicialmente, el Sanedrín estaba formado por dos grupos. Uno era el de los ancianos, que pertenecían a la aristocracia laical y solían ser dueños de grandes propiedades.
El otro era el de los sumos sacerdotes, la aristocracia sacerdotal, que ocupaban los cargos principales dentro de la jerarquía. Estos dos grupos eran afines al partido de los saduceos, que había aceptado como rey a Herodes el Grande (el de la época del nacimiento de Jesús) y luego a la autoridad romana.
Por influencia del movimiento de los fariseos se había agregado un tercer grupo, cuya denominación en griego es grammateus, que viene de gramma y significa letra, escrito, libro. En castellano grammateus se traduce de distintas maneras: escribas, letrados, doctores, maestros de la Ley. Es siempre el mismo grupo de personas, afín al movimiento de los fariseos. Muchas veces se los nombra juntos: “los escribas y los fariseos”. La forma en que los fariseos practican la religión judía, observando estrictamente la Ley, los hizo rechazar como rey a Herodes y tampoco aceptan la dominación romana. Esto los enfrenta a los saduceos.
Los fariseos son los principales adversarios de Jesús. Le hacen toda clase de acusaciones (lo llaman endemoniado) tratan de tenderle trampas (preguntas para ponerlo a prueba) e incluso conspiraron para terminar con su vida (Mateo 12,14). Para ellos Jesús tiene palabras muy duras.

«Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá».
El anuncio del sufrimiento y la condena a muerte motiva una reacción de Pedro:
Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo:
«Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá».

La respuesta de Jesús es tajante:
«¡Retírate, vete detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».

Esta respuesta nos lleva al comienzo del evangelio, donde Jesús rechaza al tentador diciéndole:
¡Vete, Satanás! 
Ὕπαγε  Σατανᾶ
Hypage Satana (Mateo 4,10)
Para responderle a Pedro, Jesús utiliza el mismo verbo
“vete”
Ὕπαγε
pero agrega algo muy importante:
“vete detrás de mí”
Ὕπαγε ὀπίσω μου
Hypage opisō mou (Mateo 16,23).

A Satanás, Jesús le dice que se vaya, que desaparezca, que salga de allí.
A Pedro, aunque Jesús lo llama “Satanás”, le dice que vaya detrás de él, es decir, que se ponga en su lugar de discípulo; en fin: que debe seguir a Jesús y no interponerse, no ser un obstáculo.
(obstáculo = skandalon, σκάνδαλον, de donde viene nuestra palabra “escándalo”)

¿Por qué Jesús se enoja de esta manera con Pedro?
Cuando Jesús anuncia su muerte, no sólo está asumiendo que eso es lo que ha sucedido con los profetas. Jesús ve que es voluntad del Padre que él vaya a Jerusalén. Cuando Pedro pretende cerrarle ese camino, Jesús le dice:
tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.
¿Cuáles son los pensamientos de los hombres? Recordemos las expectativas que creaba Jesús en alguna gente:
Después de la multiplicación de los panes, algunos pretendieron
“tomarlo por la fuerza para hacerlo rey” (Juan 6,15)
Los peregrinos de Emaús le dicen al propio Jesús resucitado, al que no reconocen:
“nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel” (Lucas 24,21)

Para Jesús, lo que él ha anunciado es el pensamiento de Dios, la voluntad de Dios.
¿Por qué Jesús considera que su muerte es voluntad del Padre?

En el mundo religioso de Jesús se consideraba que la muerte de determinadas personas, en determinadas condiciones, tenía un valor expiatorio, es decir, obtenía de Dios el perdón de sus pecados. Un criminal condenado a muerte podía expiar sus pecados arrepintiéndose y ofreciendo su propia vida: “que mi muerte sirva para expiación de todos mis pecados”. La muerte del justo, la muerte de los testigos de la fe tenía valor expiatorio en beneficio de otros (siempre que éstos se arrepintieran de sus faltas).
Jesús era consciente de que, como mensajero de Dios, podía esperar una muerte violenta.
Pero sabe también que su muerte tendría ese valor expiatorio en beneficio de los hombres.
Jesús conoce el capítulo 53 del libro de Isaías, donde se presenta la figura del “servidor sufriente”. Tomemos de allí solo dos versículos:
El primero nos dice que el Servidor obtendrá el perdón (justificará) a muchos a través de su sufrimiento (soportará):
“mi Servidor justificará a muchos y soportará las culpas de ellos” (Isaías 53,11)
El segundo nos habla de lo que acontecerá al final con el Servidor, después de pasar por su sufrimiento.
“mi Servidor, será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera” (Isaías 52,13)

En la última cena, con sus palabras sobre el pan y el vino:
“mi cuerpo, entregado por ustedes”;
“mi sangre, derramada … para perdón de los pecados”
Jesús vuelve a anunciar su pasión, pero también da su interpretación de lo que Él va a atravesar: esa entrega que él va a vivir es “por ustedes”, “por muchos, para perdón de los pecados”; es decir, “por nosotros y por nuestra salvación”.
La muerte de Jesús, en el marco de la ley romana, fue una ejecución, por medio de una horrible e infamante tortura. Jesús transformó su muerte en un sacrificio, una ofrenda de amor, donde Él, como único y verdadero sacerdote, ofrendó al Padre su propia vida en expiación por nuestros pecados.

El que quiera seguirme
Después de responderle a Pedro, Jesús se vuelve a sus discípulos y les dice:
«El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque él que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.»
Si el camino de Jesús conduce a la pasión y a la cruz, seguirlo significa que también el discípulo debe estar dispuesto a cargar con su propia cruz, es decir, a recorrer en la vida un camino en el que puede ser tratado como ese condenado a muerte que pasa llevando sobre sus hombros el madero y al que todos miran con desprecio. Jesús no puede ahorrarle esos duros trances a quienes se hagan sus mensajeros, pero puede ayudarlos revelándoles el sentido del sufrimiento. Es lo que han sufrido los profetas. Por eso, desde el comienzo dice Jesús que ese sufrimiento tendrá una recompensa:
Bienaventurados serán cuando los injurien, y los persigan y digan con mentira toda clase de mal contra ustedes por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en los Cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a ustedes. (Mateo 5,11-12)

Amigas y amigos: Jesús no está invitando a seguirlo por un camino que lleva hacia el dolor y la muerte. Está llamando a seguirlo por un camino que lleva a la Vida. Sí, es un camino donde hay que renunciar a sí mismo, donde hay que cargar con la cruz, pero que no termina en el vacío, sino en la vida junto a Dios. Un camino que Él recorrió primero. Jesús no manda a nadie al frente para quedarse atrás. No les dice a los discípulos “vayan, que yo ya voy”. No. Él va adelante y nos anima a seguirlo.

Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga. Sigamos cuidando unos de otros y hasta la próxima semana si Dios quiere.

domingo, 23 de agosto de 2020

jueves, 20 de agosto de 2020

«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mateo 16,13-20). Domingo XXI durante el año.







“La Reina reina, pero no gobierna” (The Queen reigns but she does not rule). Así explican los ingleses su sistema político. Quien gobierna es el primer ministro y llega a ese cargo con el apoyo de la mayoría del Parlamento.
Además del Reino Unido, varios países europeos tienen ese sistema de monarquía parlamentaria: España, Bélgica, Holanda, Suecia, Noruega…
Desde nuestra América republicana, miramos con extrañeza esas formas diferentes de organización estatal y nos cuesta a veces entender su funcionamiento y su razón de ser, sobre todo cuando vemos a las figuras reales hacer cosas poco dignas.

Con parlamento o sin parlamento, hubo reyes que tuvieron -y en algunos países siguen teniendo- un poder absoluto o al menos una cuota importante de poder. Pero el rey no puede hacer todo. Tiene que delegar funciones y, así, a lo largo de la historia, muchos reyes compartieron su poder con una persona de su confianza a la que hicieron su mano derecha como primer ministro o canciller. A veces esos personajes llegaron a hacerse con el poder del rey y a destronarlo. Otras veces se excedieron y actuaron en detrimento del pueblo y traicionando al propio rey… algunos, en cambio, fueron buenos consejeros y colaboradores. Como siempre, hay de todo en la viña del Señor.

En la primera lectura de este domingo nos encontramos con un episodio que acontece bajo el reinado de Ezequías, rey de Judá, en el siglo VIII antes de Cristo. El antiguo reino de David estaba dividido en dos: al norte, Israel, con capital en Samaría y al sur, Judá, con capital en Jerusalén. Hacia el año 729 a. C., los asirios conquistaron el reino del Norte y avanzaron sobre el sur. Jerusalén estuvo a punto de caer, pero algo obligó a los asirios a retirarse. El profeta Isaías vio en eso la intervención de Dios. Sin embargo, aunque Jerusalén se salvó, el reino quedó en ruinas. Isaías transmite un llamado al pueblo a hacer penitencia:
Aquel día, el Señor de los ejércitos
convocaba al llanto y al luto,
a raparse la cabeza y vestirse de sayal.
(Isaías 22,12)
Sin embargo, el pueblo no reconoció la acción salvadora de Dios y en lugar de penitencia y ayuno…
lo que hubo fue jolgorio y alegría,
matanza de bueyes y degüello de ovejas,
comer carne y beber vino:
«¡Comamos y bebamos, que mañana moriremos!» (Isaías 22,13)
Detrás de esa actitud equivocada del pueblo, estaba el primer ministro, llamado Sebná. Un personaje que, en ese momento de crisis, se estaba haciendo construir un mausoleo de piedra, ubicado en un lugar alto.
Frente a todo esto, Isaías anuncia la voluntad de Dios, y aquí comienza nuestra primera lectura:
Así habla el Señor a Sebná, el mayordomo de palacio:
Yo te derribaré de tu sitial y te destituiré de tu cargo.
Sebná será destituido. Se le quitarán los símbolos de su poder y serán entregados al candidato que Dios pondrá en su lugar.
Aquel día, llamaré a mi servidor
Eliaquím, hijo de Jilquías;
lo vestiré con tu túnica,
lo ceñiré con tu faja,
pondré tus poderes en su mano,
y él será un padre para los habitantes de Jerusalén
y para la casa de Judá.
“Será un padre…” es lo que Dios espera de este servidor. Que cuide del pueblo que se le ha confiado. Y ahora viene un detalle importante, porque nos prepara para lo que escucharemos en el Evangelio:
Pondré sobre sus hombros
la llave de la casa de David:
lo que él abra, nadie lo cerrará;
lo que él cierre, nadie lo abrirá.
Lo clavaré como una estaca
en un sitio firme,
y será un trono de gloria
para la casa de su padre.
La llave expresa el poder que se le confía al nuevo mayordomo o ministro, para el servicio de todo el pueblo. Es poder de abrir o cerrar, es decir, de dejar algo libre, accesible para todos, o prohibido, cerrado para todos. Se habla también de firmeza, como una estaca clavada en un terreno firme.

Como lo hemos dicho otras veces, la primera lectura nos da un telón de fondo para la comprensión del evangelio. Este episodio de entrega de una llave y de cierto poder, junto con la referencia a la solidez, a la consistencia, nos invitan a prestar atención a lo que Jesús le dirá a Pedro. De abrir y cerrar, vamos a pasar a atar y desatar y de la estaca firme a la roca…

Antes de todo eso, vamos a ver dónde estamos. El domingo pasado acompañamos a Jesús en su encuentro con la mujer cananea en la región de Tiro y Sidón, tierras del Líbano. Ahora, salteando algunos pasajes del evangelio, lo encontramos otra vez en tierra extranjera:
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo…
Cesarea de Filipo se encontraba a unos 45 kilómetros al norte del mar de Galilea sobre el río Jordán, en las alturas del Golán, zona actualmente disputada entre Israel y Siria. El nombre de la ciudad homenajea al César, es decir, al emperador romano y al rey Herodes Filipo, que tiene el título de “Tetrarca”. Lucas lo menciona cuando ubica en el tiempo la predicación de Juan el Bautista:
En el año quince del imperio de Tiberio César,
siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y
Herodes [Antipas] tetrarca de Galilea;
[Herodes] Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y
Lisanias tetrarca de Abilene… (Lucas 3,1)
Herodes Antipas y Herodes Filipo son hijos de Herodes el Grande, que fue el rey de Judea en tiempos del nacimiento de Jesús, y había sido puesto allí por Augusto, el primer emperador romano. A la muerte de Herodes el reino se repartió entre tres de sus hijos:
  • Arquelao recibió Judea. Mateo lo menciona en tiempos de la infancia de Jesús: “Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes” (Mateo 2,22). Pero en tiempos de la vida pública de Jesús ya no está Arquelao. Judea es una provincia del Imperio y el gobierno está a cargo del procurador romano Poncio Pilato.
  • Herodes Antipas recibió Galilea y Perea y es él quien ordenará la muerte de Juan el Bautista.
  • A Herodes Filipo le tocó Iturea y Traconítida y allí construyó Cesarea de Filipo.
La ciudad se encontraba en una zona pagana, donde existió un templo al dios Pan, cuyas ruinas pueden verse hoy.
Y volvemos a nuestro evangelio. En ese lugar extranjero, alejado de su pueblo, Jesús se encuentra con sus discípulos y les pregunta:
«¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?»
Jesús está haciendo lo que hoy llamaríamos un sondeo de opinión, una encuesta, una investigación sobre su imagen. Estamos a mitad del evangelio de Mateo. Jesús tiene ya una notoria actuación pública, con dichos y hechos. Ha alcanzado cierta fama. La gente habla sobre él. ¿Qué dice la gente?
«Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas».
Sea cuál sea la respuesta que tomemos, en el fondo todas dicen lo mismo: para la gente Jesús es un profeta.
Algunos piensan que es Juan el Bautista, que a esta altura ya ha muerto, pero que habría vuelto a la vida.
Elías fue un profeta muy importante (ver I Reyes capítulos 17-21; II Reyes capítulos 1-2). En el segundo libro de los Reyes (II Reyes 2,11) se cuenta como Elías fue llevado al cielo en un carro de fuego. El profeta Malaquías (Malaquías 3,23-24) anuncia el regreso de Elías. Por boca del profeta, dice Dios:
Yo les voy a enviar a Elías, el profeta, antes que llegue el Día del Señor, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia sus hijos y el corazón de los hijos hacia sus padres, para que yo no venga a castigar el país con el exterminio total.
Un poco más adelante, Jesús se referirá a este anuncio:
Sus discípulos le preguntaron: «¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elías debe venir primero?»
Respondió él: «Ciertamente, Elías ha de venir a restaurarlo todo. Les digo, sin embargo: Elías vino ya, pero no lo reconocieron, sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos».
Entonces los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista. (Mateo 17,10-13)
Jeremías es otro profeta particularmente recordado. En su tiempo experimentó un gran rechazo y lloró sobre la ciudad de Jerusalén. Su figura anticipa la pasión de Jesús, pero todavía no hemos llegado allí.
La gente, pues, pensaba bien de Jesús. Sin embargo, lo interpretaban desde el pasado. Lo veían como uno más en la línea, en la sucesión de hombres enviados por Dios a su Pueblo para corregirlo, para volverlo a Dios. Esa interpretación en referencia al pasado les impide ver lo nuevo que Jesús trae.

Ahora Jesús quiere saber qué piensan sus discípulos. Ellos han estado con él, lo han acompañado, lo han visto actuar, lo han escuchado, han podido hacerle preguntas y pedirle explicaciones…
«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?»
Leyendo el evangelio de Mateo vemos como los discípulos han ido haciendo un camino en la fe.
Ya vimos cómo, la primera vez que Jesús calmó una tempestad, ellos se preguntaban:
“¿Quién es éste, que hasta el mar y el viento le obedecen?
La segunda vez, se postraron ante él y dijeron:
“Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios”
Parecería que a Jesús no le ha bastado con aquella respuesta.

Es que conocer la identidad de Jesús no es simplemente una cuestión de información, de saber algo sobre él. Conocer a Jesús lleva a tomar una posición con respecto a él.

Cuando encontramos a alguien que no conocemos, pero nos damos cuenta de que es un personaje importante y finalmente averiguamos quién es, ese conocimiento nos lleva, en algunos casos a acercarnos, en otros a mantener prudente distancia y algunas veces a alejarnos completamente.
Esa actitud está también unida a creer o no creer que el personaje en cuestión es realmente quien dice o quien parece ser.
Quienes reconocen a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios, quieren estar con él.
Quienes no lo reconocen lo consideran un impostor y lo rechazan.
¿Cuál fue la respuesta de los discípulos?
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».

Mesías es una palabra hebrea que en griego se traduce como Cristo y significa “ungido”, es decir, aquel que ha sido ungido por Dios para una misión. Los reyes y los sacerdotes eran ungidos con aceite. Los profetas eran considerados ungidos por Dios, porque en ellos se manifestaba el espíritu de Dios.
Simón Pedro reconoce a Jesús como EL Mesías, es decir, no uno más de tantos “ungidos”, reyes, sacerdotes, profetas, que ha habido en el pueblo de Dios, sino aquel que viene a realizar de forma definitiva la salvación de Dios. El Mesías no viene para salvar al Pueblo de una amenaza circunstancial, sino para obrar la salvación de Dios para todos y para todos los tiempos.
Este Mesías es también EL Hijo de Dios. No UN hijo de Dios, sino EL Hijo. Tiene con Dios una relación única, que nadie más ha tenido.
Y es el Hijo de Dios Vivo, del Dios Viviente. Pedro contrapone así al Dios verdadero, que vive y da vida, con los ídolos de piedra o madera, dioses sin vida.

El título de Mesías es correcto, pero siempre coloca a Jesús en un problema. ¿Cómo se entiende su mesianismo, la misión del Mesías? Muchos israelitas, entre ellos sus propios discípulos, esperan que el Mesías restaure el antiguo reino de Israel.
Recordemos los pedidos de dos discípulos de sentarse a la derecha y a la izquierda de Jesús en su Reino (Mateo 20,21). Estaban pidiendo ser los primeros colaboradores del rey: a la derecha el primer ministro, digamos el jefe de gabinete y a la izquierda, el segundo… tal vez, el administrador, el ministro de hacienda.

Jesús habla permanentemente del Reino de Dios, el Reino de los Cielos, pero sus oyentes siguen entendiéndolo, muchas veces, como un reino de este mundo.

Como veremos el próximo domingo, Jesús le va a manifestar a sus discípulos la forma en que realizará su misión como Mesías, que será a través del sufrimiento y de la muerte. Por eso este episodio terminará con una prohibición que podría parecernos extraña:
Jesús ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que Él era el Mesías.

Pero hasta aquí vamos bien. Jesús le dice a Pedro:
Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.
Feliz: dichoso, bienaventurado (Μακάριος makarios). Jesús usa la misma palabra que empleó en el comienzo del sermón del monte: felices los pobres, felices los afligidos, felices… “feliz de ti, Simón Pedro”.

¿Por qué feliz, por qué bienaventurado? Porque Pedro ha recibido una gracia especial.
Lo que ha dicho viene del Padre. El Padre se lo ha revelado y Pedro ha aceptado esa verdad. Pedro expresa su fe. Como decíamos, conocer la identidad de Jesús va seguido de una toma de posición respecto a Él. La posición de Pedro es de adhesión a la persona de Jesús.

Pedro se ha expresado con convicción, con firmeza y Jesús le va a dar una misión especial:
yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.
Aquí reencontramos lo que aparecía en la primera lectura.
De la estaca clavada sobre suelo firme pasamos a la firmeza de la roca.
De la llave del palacio, a las llaves del Reino de los Cielos, del Reino de Dios.
Del abrir y cerrar, al atar y desatar.
Jesús, el rey, hace participar a Pedro de su poder.
Pero no olvidemos qué clase de rey es Jesús… es el rey servidor:
“el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”. (Mateo 20,28)
Como al mayordomo de palacio del rey Ezequías, el poder se le entrega a Pedro para el servicio, para que sea “un padre” para su pueblo.

Así lo comprendió Pedro, que se presenta como
“servidor (δοῦλος, doulos) y apóstol” (2 Pedro 1,1)
Y aconseja
Que cada cual ponga al servicio (διακονοῦντες diakonountes) de los demás la gracia que ha recibido. (1 Pedro 4,10)

Esa es la misión que Pedro transmite a sus sucesores, la misión que hoy tiene el Papa Francisco.

Pero la respuesta de Pedro a la pregunta de Jesús no es algo que le concierne solo a él y a sus sucesores. Quien responde de esa forma, quien cree así en Jesucristo, no puede sino tomar la decisión de seguir los pasos de Jesús en su amor por toda la humanidad y en particular por la humanidad sufriente.

Entonces… ¿Quién es Jesús para nosotros hoy? ¿tenemos una respuesta gastada, que ya no nos mueve o, por el contrario, sentimos, al responder, que Jesús es realmente el centro de nuestra vida, que nos moviliza y nos exige desde su amor?

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que el Señor los bendiga. Sigamos cuidando unos de otros y hasta la próxima semana si Dios quiere.

lunes, 17 de agosto de 2020

Padre Julián Zini (1939-2020). Adiós, Paí Julián, adiós, chamigo.

Padre Julián Zini (1939-2020)
Hasta que el pueblo las canta
las coplas, coplas no son
y cuando las canta el pueblo
ya nadie sabe el autor.
Estos versos de Manuel Machado (hermano de Antonio) se hicieron verdad para el P. Julián Zini, que partió ayer, a los 80 años, a la Casa del Padre. Sacerdote de la Diócesis de Goya, Corrientes, escribió la letra de muchas canciones que se cantan en las comunidades de Argentina y Uruguay.

Lo primero que conocí de él fue precisamente una canción, cuando todavía no sabía ni el nombre de su autor. Fue el P. Jorge Techera quien nos la hizo escuchar en un encuentro de jóvenes, allá por el año 75, en los comienzos de la Pastoral Juvenil. Jorge la llamaba "la zamba del pellejo" y comenzaba así: "Qué triste debe ser llegar a viejo / con el alma y las manos sin gastar / qué triste integridad la del pellejo / que nunca se jugó por los demás...".

Como zamba, la encontré en esta versión de Jorge Suligoy, con su título "Qué triste y qué lindo":



Pero también la encontré con ritmo de polka paraguaya o galopa en la versión de Los de Imaguaré.




Los de Imaguaré los conocí ya estando en el seminario por la canción "Compadre ¿qué tiene el vino?", a ritmo de chamamé; pero todavía no sabía de Julián Zini, autor de la letra.

Días después de mi ordenación, en setiembre de 1986, acompañé hasta Corrientes al P. Jorge Armand. Este otro Jorge es un sacerdote francés que estuvo muchos años en Young y volvió para estar en mi ordenación y para visitar a un compañero de su diócesis que estaba en Corrientes. En el viaje encontré, en una estación de servicio en la ruta, una cassette de "Los de Imaguaré": "Memoria de la sangre" (que me compré... todavía la tengo... y funciona). Allí estaba "Compadre, ¿qué tiene el vino?" y ahí descubrí que esa letra y algunas otras eran de Julián Zini.



En el año 1992 empezaron los encuentros de Diócesis de Frontera, organizados por las Diócesis de Uruguaiana, Concordia y Salto. Yo no participé desde el principio, pero me enganché en el encuentro que se hizo en Concordia en 2002: “Los vecinos se encuentran para compartir las nuevas situaciones de pobreza en la región y su influencia en la cultura y religiosidad de nuestros pueblos”. Precisamente, con el tema de "religiosidad de nuestros pueblos" vino la participación de Julián, que no fue una simple charla sobre el tema, sino una combinación de exposición alternada con poesía y canto (él recitaba, pero iba acompañado por un guitarrista y una cantora) y con la imagen de la Virgen de Itatí en un lugar destacado.

Sus letras tuvieron dos vertientes que, como la divinidad y la humanidad de Jesús, se pueden distinguir pero no separar, porque tienen el mismo lenguaje en música y palabras: las canciones que hablaban de la vida y la cultura popular, donde la fe estaba siempre presente y las canciones para la liturgia, donde la vida y la cultura del pueblo expresaban esa fe... "Avío del alma" habla de la madre que prepara el bolso ("el avío") para el hijo que parte rumbo a Buenos Aires... y de la abuela que le hace presente otro avío: el avío del alma, el equipaje que se lleva en el corazón:
Sepa que en su alma lleva usté otro avío
que es como una herencia de amor familiar;
se lo dio su gente, su pago querido,
y en su sangre joven se ha de retornar.
(...)
Le hablo de esa mano tendida y abierta,
con el gesto antiguo de la caridad,
mano de CHAMIGO que se da sin vueltas,
del que abre la puerta y ofrece su pan...
Avío del alma hecho de franqueza,
sencillez, respeto, hombría y lealtad...
Ya ve, siendo pobre, lleva una riqueza;
recuerde: se aumenta, compartiéndola.




Desde las Comunidades Eclesiales de Base se difundieron muchas de las canciones de Julián: "Signo de esperanza / causa de alegría / con Doña María y un Jesús pascual"




"Qué lindo llegar cantando / a tu casa Padre Dios / y hermanados en el canto comenzar nuestra oración..."


"Y es que Dios es Dios-familia / Dios amor, Dios Trinidad / de tal palo, tal astilla / somos su comunidad".



Y hay muchas más... es solo ponerse a buscar...


En 2017 participó en Bagé en el 32° encuentro de Diócesis de Frontera. Allí nos dejó este poema, que todavía está esperando encontrar la música que está encerrada en sus palabras. Gracias, Julián... tus canciones seguirán vivas entre nosotros.

Young, Río Negro: cien años de mi pueblo... un poco de historia y mucho de recuerdos.

Estación de Young
Los comienzos
 
El 3 de agosto de 1910 se inauguró la estación Young, en la línea de trenes Algorta-Fray Bentos. Se llamó así en homenaje al ingeniero Carlos Young, que realizó el trazado de la vía.
Había en la zona una escuela, la Nro. 17 de Río Negro, fundada en 1899 por el inspector Domingo de Arce, de quien lleva hoy el nombre. Allí cursé 5° y 6° año en 1965 y 1966. Había también dos comercios y nada más. Sin embargo, Young era ya "encrucijada de caminos", como recuerda la zamba que compuso Susana Anselmi (ver abajo el vídeo). Las actuales rutas 3 (calle Montevideo) y 25 (18 de julio, paralela a la vía férrea) siguen la huella de aquellos viejos caminos.
En torno a la estación, a uno y otro lado de la vía, se fue formando una población que, hacia 1920, mereció ser reconocida como pueblo, lo que fue establecido por ley N.º 7.256, del 17 de agosto de 1920. Había entonces unos 1.200 habitantes.

Pequeña y cosmopolita

Ese mismo año, el 20 de octubre, nació en Loredo, Asturias, una niña llamada María del Carmen Fernández Alonso, que a los 12 años vino a Uruguay y, por muchas vueltas de la vida, llegó a ser, desde 1953, "la" Nurse en el Hospital de Young y, poco después, mi mamá.
Se construyó en aquellos años la capilla Sagrado Corazón de Jesús; Young estaba en el territorio de la parroquia de Fray Bentos y allí llegó muchas veces Mons. Stigliani, el párroco. En 1941 la capilla pasó a ser parroquia, abarcando una importante área del departamento de Río Negro.
En 1954, el 12 de julio, después de un noviazgo relativamente breve, María del Carmen ("la" Nurse) y Heriberto Simón Bodeant, nacido en Piñera (Paysandú) se casaron y pasaron a vivir en la casa que ya alquilaba María del Carmen, en 18 de Julio casi Artigas, frente a la vía, entre las casas de los Safir (que tenían tienda) y los Princisgh... una pequeña muestra de los variados orígenes de los younguenses. Desde niño me familiaricé, junto con los apellidos criollos, con apellidos italianos, alemanes, ingleses, escoceses, polacos, rumanos, búlgaros, rusos, yugoslavos (croatas), "turcos" (libaneses), judíos, árabes...

"¡El ten, el ten!"

Cuando yo nací, en 1955, Young era todavía pueblo, pero ya muy cerca de ser declarado "villa", lo que sucedió en 1958, por ley 12.515, del 14 de agosto.
La vía atravesaba el centro del pueblo, a lo largo. Los trenes pasaban frecuentemente y, en mis primeros años eran motivo para que yo me despertara y exclamara "¡el ten, el ten!"... y mis papás me envolvían en una frazada y me sacaban a contemplar el paso de la larga hilera de vagones, tirados por una locomotora a vapor.
El paso de los trenes se fue reduciendo con el tiempo. Durante muchos años, el pueblo tuvo en su centro una larga franja de pastizales y chilcas que lo afeaban bastante... hoy está transformada en un largo parque, un área verde que ojalá siga siendo siempre un pulmón para la ciudad.

A clase

En 1959 se creó el Colegio San Vicente de Paúl y allí hice un año de Jardinera. En 1960, como todavía no tenía la edad para entrar a primer año, pasé a la única escuela pública que contaba con una "Jardinera": la N° 34. Allí hice después 1° y 2°.
En 1963, Young fue declarada "ciudad", por ley 13.167. Yo estaba en 3er. año de escuela, mi primer año en la Escuela N° 52, una escuela rural que había sido trasladada a Young y solo tenía hasta cuarto año, que cursé en 1964, para pasar después a la 17. Recuerdo bien los festejos de "Young ciudad" y durante mucho tiempo tuve en mi pieza un banderín conmemorativo. Ese fue el año en que, en los Estados Unidos, fue asesinado el presidente Kennedy. Recuerdo la primera página del diario, con su foto en color... empezaba a tener idea del mundo.
En 1964 fue el bicentenario del nacimiento de Artigas y fue otro año de festejos en los que me tocó participar en el grupo de abanderados, porque los de cuarto éramos la clase mayor de la 52. Acto en la plaza Artigas, alrededor de esa figura amigable, a pie, sombrero en mano, que todavía sigue allí, presidiendo desde el centro ese espacio.

El domingo

En 1965, tiempos del Padre Domingo Oviedo, hice mi Primera Comunión y poco después recibí la Confirmación, con Monseñor Marcelo Mendiharat. No recuerdo cuando empecé a ir a Misa. Desde niño era parte de mi vida, los domingos de mañana. El P. Oviedo nos leía en Misa pasajes de documentos del Concilio Vaticano II y así empecé a enterarme de cosas que estaban pasando en la Iglesia.
El mediodía en casa era un día de familia. El día en que mamá cocinaba (los demás días comía en el Hospital) y había que ir a buscar a papá, que se quedaba trabajando en su taller de bicicletas. Comían con nosotros la tía Eleodora, hermana de papá y el tío Toto. La tía traía el postre: su "tocino del cielo" y el dulce de leche que ella también hacía y le poníamos arriba. La clasificación "exceso de azúcares" es poco para expresar lo que era aquella combinación riquísima.
Los domingos de tarde no nos perdíamos la "matiné" del cine Atenas: de 14 a 18, dos películas...

El Liceo

En 1967 ingresé al Liceo, hoy Liceo N° 1 Mario W. Long (que fue mi profesor de química). En 1968 se celebraron los 25 años del Liceo. Se había iniciado como Liceo popular, es decir, no desde la educación pública, directamente, sino como resultado del movimiento generado por algunos profesionales, docentes y vecinos que querían dar a los jóvenes la posibilidad de recibier educación secundaria. Para los festejos, la directora, Doña Mercedes Irigoyen, compuso una pegadiza marchita que cantamos, de la que recuerdo la frase "festejemos con emoción / ya que 25 años cumple el Liceo de nuestro amor".

En 1970 fue el cincuentenario de Young como pueblo. Me impresiona pensar que han pasado 50 años... Yo estaba ya en cuarto año de Liceo y recuerdo también los festejos.

"No te olvidés del pago..."

De cuarto año de Liceo pasé, en 1971, en la forma que entonces era posible, a primer año de magisterio. Así salí por primera vez de Young para vivir en otra ciudad, en Paysandú. No era la primera vez que salía de casa: mi madre tenía hermanas en Montevideo, en Fray Bentos y cerca de Sarandí del Yi y muchas veces en vacaciones o por otros motivos estuvimos con ella y mis hermanos (papá se quedaba en casa trabajando) pasando unos días en uno y otro lugar.
Seguía viniendo a Young los fines de semana y en vacaciones.

El viejo de geografía

Recibido de maestro en diciembre de 1974 empecé a trabajar como adscripto en el "Liceo Nuevo", hoy Liceo N° 2 "Timbó", que funcionaba como anexo del hoy Liceo N° 1. Hice suplencias de idioma español y tuve también horas de geografía... Apenas tenía 20 años, pero, una vez, acercándome a mi grupo oí decir "Ahí viene el viejo de geografía". Era yo.

Sin dejar el Liceo, en 1977 ingresé a primaria. Tuve un interinato en la Escuela 43, la única de la que no había sido alumno (todavía no estaba en Young cuando yo era niño). En 1978 y 1979 trabajé ya como efectivo en la 52. En esos tres años tuve cuarto, tercero y segundo... de modo que "iba para atrás"... En 1980, para sorpresa de algunos, renuncié a todos mis cargos e ingresé al Seminario interdiocesano en Montevideo... pasando los años, en el "nuevo templo" de Young, el 27 de setiembre de 1986, fui ordenado sacerdote. Y ahí empezó lo que un día me trajo hasta Melo.

De recuerdos y caminos...

"De recuerdos y caminos / un horizonte abarqué / lejos se fueron mis ojos / como rastreando el ayer" (Atahualpa Yupanqui)
Mis padres murieron hace algunos años, los hermanos nos fuimos dispersando: solo uno queda en el pago. Alguna vez encuentro la forma de cruzar por la ruta 3 o por la 25 y paso a saludarlo y me pongo al día con el paisaje de mi pueblo, que siempre me muestra algún cambio, casi siempre para mejorar.

Escribiendo estos recuerdos me vienen al corazón montones de historias y de nombres... familiares, amigos, compañeros de clase, maestros, profesores, personajes del pueblo, sucesos... Nombres y rostros que recuerdo con cariño y, en otros casos, con otra comprensión de algunas cosas que el niño o el joven no podía entender. Muchas cosas para seguir pensando y recordando... algunas pueden ser tristes o dolorosas, pero hoy es un día solo para buenos recuerdos.

domingo, 16 de agosto de 2020

jueves, 13 de agosto de 2020

Mujer, ¡qué grande es tu fe! (Mateo 15,21-28). Domingo XX durante el año.







El pasado 4 de agosto, el Líbano se convirtió en centro de la atención mundial a causa de la terrible explosión que sucedió en el puerto de Beirut, dejando al menos 154 muertos y más de 5.000 heridos.
Terrible tragedia en un sufrido país, enclavado en una de las regiones más conflictivas del mundo y que todavía sufre las consecuencias de una desgarradora guerra civil.
La noticia, que de por sí toca la sensibilidad de cualquier ser humano, repercutió especialmente en Uruguay, donde hay una significativa comunidad de origen libanés.
Los primeros emigrantes llegaron a esta tierra hacia 1860, cuando el Líbano era parte del Imperio Otomano, por lo que los libaneses han sido, incluso hasta hoy, popularmente llamados “los turcos”.
También están en nuestra diócesis y muchos de ellos han sido y son puntales en la vida de parroquias de Melo y Fraile Muerto.

El evangelio de este domingo nos lleva al Líbano de la antigüedad, la tierra de los fenicios.
Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón.
Tiro y Sidón son dos antiguas ciudades que están en el territorio del Líbano actual.
Ambas se encuentran sobre el mar Mediterráneo y al sur de la capital: Tiro, a 70 km de Beirut y Sidón a mitad de camino entre ambas.

Jesús se ha alejado así de Galilea, de los dominios del rey Herodes, una región que se ha vuelto peligrosa desde la ejecución de Juan el Bautista y la conspiración de algunos fariseos para acabar con Jesús.
Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar.
Canaán es el antiguo nombre de la franja que se encuentra entre el río Jordán y el mar Mediterráneo.
La mayor parte de ese territorio corresponde actualmente al Estado de Israel, pero también sur del Líbano y partes de Siria, Jordania y los territorios de Palestina.

Canaán fue la tierra a la que Dios prometió llevar a su pueblo tras liberarlo de la esclavitud en Egipto:
he decidido sacarlos de la tribulación de Egipto al país de los cananeos, los hititas, los amorreos, perizitas, jivitas y jebuseos, a una tierra que mana leche y miel (Éxodo 3,17)
Al llegar finalmente a la tierra prometida, los israelitas trabaron una conflictiva relación con los otros pueblos, que adoraban otros dioses y no reconocían a Yahveh, el Dios único de Israel. Los dioses de los pueblos vecinos eran una tentación y por eso el pueblo de Dios fue llamado, desde su entrada en la tierra, a servir solo a Yahveh:
«… aparten los dioses del extranjero que hay en medio de ustedes e inclinen su corazón hacia Yahveh, Dios de Israel». (Josué 24,23)
“Canaán” y “cananeo” pasó de denominar una tierra y un pueblo, a nombrar a quien creía en falsos dioses. Llamar “cananeo” a un israelita era acusarlo de haber sido infiel a Yahveh. Así lo hizo el joven Daniel al interrogar al falso testigo que había acusado a una mujer inocente:
… mandó traer al otro y le dijo: “¡Raza de Canaán, que no de Judá; la hermosura te ha descarriado y el deseo ha pervertido tu corazón! …” (Daniel 13,56)
¿Qué grita, entonces, esta mujer, esta hija de Canaán?
¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí!
“Señor” es el título que dan a Jesús quienes le hacen una petición, como el leproso que dice:
“Señor, si quieres, puedes limpiarme” (Mateo 8,2)
O el centurión que pide la curación de su servidor:
«Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos». (Mateo 8,6)
La cananea llama “Señor” a Jesús en todos los momentos en que se dirige a él; pero también le da un título que tiene un sentido particular: lo llama
“Hijo de David”
Hijo de David, descendiente de David, es el título del Mesías, el salvador que Dios enviaría a su pueblo. Un título que Jesús acepta con reservas, porque supone una concepción demasiado humana del Mesías y de su misión. En boca de la cananea, este título muestra un conocimiento de la fe de Israel y el reconocimiento de Jesús como ese Mesías prometido.

Nos choca la respuesta de Jesús, que es el silencio, ante la súplica de la mujer. ¿Dónde está el Jesús compasivo y misericordioso, que no escucha a una madre que implora de esta manera?
¡Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio!
La aparente indiferencia de Jesús ante los persistentes gritos de la mujer hace que los discípulos reaccionen:
«Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos».
La respuesta parece venir más del fastidio por los gritos que de la compasión por la mujer y su hija. Sin embargo, el verbo que se traduce aquí como “atiéndela” significa también atender a una súplica, conceder una gracia. Los discípulos están intercediendo ante Jesús por la mujer.
A este pedido de los suyos, Jesús responde:
«Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel»
Esto no es nuevo. Ya Jesús, al enviar en misión a los doce, les había dicho:
No tomen camino de gentiles ni entren en ciudad de samaritanos; diríjanse más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. (Mateo 10,5-6)
El plan de Dios tiene etapas. La meta es abrazar a toda la humanidad, pero el primer paso es el anuncio del Reino de Dios al Pueblo que ha vivido en espera del Mesías: el pueblo de Israel.
Muchos de sus miembros se han dispersado y algunos se han apartado de Dios: son las ovejas perdidas. Todavía no es la hora de anunciar la salvación a los pueblos que adoran otros dioses.
La mujer insiste:
¡Señor, socórreme!
Aparece aquí una dura respuesta de Jesús, que sigue desconcertándonos:
«No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros».
“Perros” es la palabra con que los israelitas designaban a esos pueblos que adoraban otros dioses. El mismo Jesús había dicho:
“No den a los perros lo que es santo, ni tiren sus perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen con sus patas, y volviéndose contra ustedes, los despedacen” (Mateo 7,6)
Al decir “cachorros”, Jesús suaviza la expresión insultante… tal vez hay también en su tono de voz, en su manera de decirlo, algo que alienta a la mujer a seguir insistiendo, si es que algo así le hacía falta:
«¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!»
Es que también Jesús había dicho:
“Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá”. (Mateo 7,7-8)
Jesús ha visto desde el principio la fe de esta mujer, pero la ha provocado a que insistiera, a que luchara, a que su fe se fuera mostrando en su profundidad, hasta vencer su resistencia:
«Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!»
Al igual que el Centurión, el hombre pagano que no se considera digno de que Jesús entre en su casa (Mateo 8,5-13), la mujer cananea se considera inferior a los israelitas; pero ambos reconocen en Jesús una bondad que supera los límites de ese pueblo y ambos recibirán de Jesús lo que piden.
San Agustín ve en esta mujer una representación de la Iglesia, es decir, el nuevo pueblo de Dios, con miembros de toda raza, pueblo y nación.
“Vean, hermanos, de qué modo se recomienda sobre todo la humildad a partir de esta mujer que era una cananea, es decir, que provenía del paganismo y era un arquetipo, o sea una figura de la Iglesia”
Finalmente… el ruego insistente de esta madre nos recuerda el episodio de las Bodas de Caná, donde la Madre de Jesús intercede ante su Hijo para que intervenga en esa fiesta donde se ha terminado el vino. Jesús responde con reticencia:
"Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Todavía no ha llegado mi hora " (Juan 2,4)
La intercesión de María acelera la manifestación de Jesús como Salvador.

Amigas y amigos, en esta hora de la humanidad, confiémonos una vez más a la Madre de Dios, que ruega constantemente por nosotros. Digamos, con el Papa Francisco:
Madre de Dios y Madre nuestra, implora al Padre de misericordia que esta dura prueba termine y que volvamos a encontrar un horizonte de esperanza y de paz. Como en Caná, intercede ante tu Divino Hijo, pidiéndole que consuele a las familias de los enfermos y de las víctimas, y que abra sus corazones a la esperanza.
Oh, María, Consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, haz que Dios nos libere con su mano poderosa de esta terrible epidemia y que la vida pueda reanudar su curso normal con serenidad.
Nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh, clementísima, oh, piadosa, oh, dulce Virgen María! Amén.
Gracias, amigas y amigos, por su atención. Sigamos cuidando unos de otros. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

domingo, 9 de agosto de 2020

viernes, 7 de agosto de 2020

«Tranquilícense, soy Yo; no teman» (Mateo 14,22-33). Domingo XIX durante el año.






La historia de la humanidad es, en gran medida, una historia de supervivencia… no solo a epidemias y pandemias, sino también frente a una naturaleza a la que el hombre ha debido adaptarse y que muchas veces lo ha golpeado con fuerzas tremendas: rayos, huracanes, terremotos, volcanes.
Pueblos de la antigüedad adoraron esas potencias como dioses. Religiones politeístas adjudicaron cada una de esas fuerzas a alguna divinidad y buscaron la forma de apaciguarlas a través de sacrificios; en algunos momentos, incluso, sacrificios humanos.

En la religión de Israel, la gran religión monoteísta, esas fuerzas no fueron divinizadas, pero sí puestas en relación con Dios y sus manifestaciones, las teofanías.
Así encontramos en el libro del Éxodo el momento en que Dios entrega a Moisés las tablas de la Ley con los diez mandamientos. En la historia del Pueblo de Dios, esto no es un episodio más. Fue el momento en que Dios selló su alianza con el pueblo. Dice el libro del Éxodo:
Al tercer día, al rayar el alba, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte y un poderoso resonar de trompeta; y todo el pueblo que estaba en el campamento se echó a temblar.
Entonces Moisés hizo salir al pueblo del campamento para ir al encuentro de Dios, y se detuvieron al pie del monte.
Todo el monte Sinaí humeaba, porque Yahveh había descendido sobre él en el fuego. Subía el humo como de un horno, y todo el monte retemblaba con violencia.
El sonar de la trompeta se hacía cada vez más fuerte; Moisés hablaba y Dios le respondía con el trueno. (Éxodo 19,16-19)
Teniendo presente este texto, leamos la primera lectura de este domingo. Es un momento en que Dios se manifiesta al profeta Elías… pero, atención: en ESE momento ¿dónde está Dios, y dónde NO está Dios?
Habiendo llegado Elías a la montaña de Dios, el Horeb, entró en la gruta y pasó la noche. (…) El Señor le dijo: «Sal y quédate de pie en la montaña, delante del Señor».
Y en ese momento el Señor pasaba.
Sopló un viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave. Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta. (1 Reyes 19, 9. 11-13a)
¡Qué contraste! ¿verdad? Dios manifestándose de dos formas muy diferentes. Para Moisés y el pueblo: truenos, relámpagos, fuego, humo, terremoto. Para Elías, nada de eso. Los grandes fenómenos ocurren también frente a Elías, pero Dios no está en ellos, sino en la brisa suave. Dios no está encerrado en ninguna forma de manifestación. Puede ser encontrado en circunstancias muy diferentes… pero para encontrarlo es necesario hacer lo que se le pidió a Elías: salir de la gruta; más aún, salir de sí mismo, salir de los propios preconceptos, salir de nuestra manera de pensar que “tendría que ser así y no de otra forma”.

Hay momentos en que necesitamos ser enardecidos, momentos en que necesitamos ser sostenidos y momentos en que necesitamos ser pacificados. Pero, sobre todo, necesitamos ver a Dios, sentir su presencia siempre, más allá de cada momento o cada forma de manifestación y para eso tenemos que salir y estar abiertos a encontrarlo.

Como siempre, la primera lectura nos da una clave o telón de fondo para la escucha del evangelio.

Jesús hizo subir a sus discípulos a una barca para cruzar a la otra orilla del Mar de Galilea. Él se quedó en tierra y subió al monte a orar. Al atardecer, Jesús continuaba su comunicación con el Padre, pero para los discípulos la navegación estaba siendo dificultosa:
La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra.
Mateo ya nos había contado un episodio parecido, aunque más fuerte:
…se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas (Mateo 8,24)
La amenaza era mucho más que un viento fuerte; pero Jesús iba con los discípulos, aunque dormido. Los discípulos lo despertaron:
«¡Señor, sálvanos, que perecemos!» (Mateo 8,25)
Jesús calmó la tempestad y esto provocó una reacción de los discípulos: una pregunta.
«¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?» (Mateo 8,27)
“¿Quién es éste?”. Este primer episodio de los discípulos en barca está contado en el capítulo 8 de Mateo. Los discípulos estaban empezando a conocer a Jesús. Lo que sucedió los dejó “maravillados” y llenos de interrogantes.
Nuestro evangelio, el pasaje de este domingo, está tomado del capítulo 14. Ya hay más camino del grupo de discípulos con Jesús. La tormenta no es tan grande; pero, de todos modos, les impide avanzar. No pueden ir donde Jesús los ha enviado.
Aquí no hay manifestaciones de temor con respecto a la tormenta. El temor lo provoca el mismo Jesús, que va hacia ellos caminando sobre el agua. Los discípulos se atemorizan porque no lo reconocen… se ponen a gritar: “Es un fantasma”.
Jesús se da a conocer:
«Tranquilícense, soy Yo; no teman».
Eso debería haber bastado; pero Pedro pide una prueba:
«Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua».
Jesús le toma la palabra, lo invita a acercarse y Pedro comienza a caminar sobre el agua:
Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame». Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?»
Jesús no se hace presente para suprimir las dificultades ni las oscuridades de la vida, sino para ofrecer la confianza que permite avanzar en medio de ellas.
«Tranquilícense, soy Yo; no teman».
Pedro dudó porque dejó de mirar a Jesús y su mirada quedó atrapada por el viento y el oleaje.
La expresión de Jesús “hombre de poca fe” no debe ser entendida como el reproche que descalifica y que hunde. Jesús no dejó que Pedro se hundiera en las aguas y no va a dejar que su fe se hunda.. El reproche y la pregunta son una invitación a seguir creciendo, a fortalecer la fe que es, ante todo, confianza en Jesús; confianza para caminar sobre el agua.

El final de este pasaje del evangelio es especialmente alentador, porque nos muestra que los discípulos, aún con todas sus dificultades, han crecido en la fe.
Si antes vimos que el episodio del capítulo 8 terminaba con una pregunta, “¿Quién es éste?”, ahora tenemos una respuesta:
“…se postraron ante Él, diciendo: «Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios»”.
Amigas y amigos, pidamos al Señor seguir creciendo en nuestra fe y así ser capaces de reconocerlo a su paso por nuestra vida. Reconocerlo cuando está en la tormenta y cuando está en la brisa suave… dejarnos encender por su amor cuando nuestro corazón está frío y dejar que nos apacigüe cuando nos perturban malos sentimientos.
Gracias por su atención. Sigamos cuidando unos de otros.
Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

miércoles, 5 de agosto de 2020