miércoles, 31 de enero de 2024

“Todo lo que hagan, háganlo con amor.” (1 Corintios 16, 14). Palabra de Vida, febrero 2024.

Este mes nos dejamos iluminar por la palabra y la experiencia del apóstol Pablo, como lámpara para nuestros pasos (1) (2).

Nos anuncia, como a los cristianos de Corinto, un mensaje enérgico: el corazón del Evangelio es la caridad, el ágape, el amor desinteresado entre los hermanos.

Nuestra Palabra de Vida forma parte de la conclusión de esta carta, en la que la caridad es abundantemente recordada y explicada en todos sus matices: es paciente, no tiene en cuenta el mal recibido, se regocija con la verdad, no busca el propio interés … (3).

El amor recíproco vivido de esta manera en la comunidad cristiana es bálsamo para las divisiones que siempre amenazan y es signo de esperanza para toda la humanidad.

“Todo lo que hagan, háganlo con amor.”

Impresiona que Pablo –en el texto griego– nos exhorta a actuar “estando en el amor”, como si indicara una condición estable, un habitar en Dios, que es Amor.

En efecto, ¿cómo podríamos amarnos recíprocamente y amar a cada persona con esta actitud si no reconociéramos que somos los primeros en ser amados por Dios, incluso en nuestra fragilidad?

Esta renovada conciencia es la que nos permite abrirnos sin miedo a los demás para comprender las necesidades y ponernos junto a ellos, compartiendo bienes materiales y espirituales.

Miremos cómo hizo Jesús; él es nuestro modelo.

Siempre fue el primero en entregarse: “La salud de los enfermos, el perdón de los pecadores, la vida de todos nosotros. Al instinto egoísta opone la generosidad, a sus propias necesidades opone la atención al otro; a la cultura del poseer, la del dar. No importa si podemos dar mucho o poco. Lo importante es cómo lo donamos, cuánto amor ponemos incluso en un pequeño gesto de atención hacia el otro. El amor es esencial, así sabremos acercarnos al prójimo solamente en una actitud de escucha, de servicio, de disponibilidad. ¡Qué importante es tratar de ser el amor frente a cada uno! Encontraremos el camino directo para llegar hasta el corazón y aliviarlo” (4).

“Todo lo que hagan, háganlo con amor.”

Esta Palabra nos enseña a acercarnos a los demás con respeto, sin falsedades, con creatividad, dando lugar a sus mejores aspiraciones, para que cada uno aporte su propia contribución al bien común.

Nos ayuda a valorar cada ocasión concreta de nuestra vida cotidiana: desde las tareas de casa o en los diferentes trabajos en la oficina o en la escuela, como así también en los compromisos de responsabilidad en lo civil, político y religioso. Todo puede transformarse en servicio atento y cuidadoso (5).

Podríamos imaginar un mosaico del Evangelio vivido en la simplicidad.

Dos padres de familia escriben: “Cuando una vecina de casa, que estaba angustiada, nos dijo que su hijo estaba en la cárcel, aceptamos ir a visitarlo. Ayunamos el día antes en la esperanza de recibir la gracia para poder decirle algo útil. Después nos hicimos cargo de pagar para que quedara libre”.

Un grupo de jóvenes de Buea (Camerún sudoccidental) organizó un pedido de bienes y fondos para ayudar a los que habían tenido que irse de sus lugares por la guerra en curso. Visitaron a un hombre que había perdido un brazo durante la fuga. Convivir con esta desgracia era para él un gran desafío, porque sus costumbres habían cambiado drásticamente. “Nos dijeron que nuestra visita le dio esperanza y confianza, que sintió el amor de Dios a través de nosotros”, cuenta Regina. Agrega Marita: “Después de esto estamos convencidos de que ningún don, por pequeño que sea, si está realizado con amor necesita más, el amor mueve al mundo”.

Patricia Mazzola y equipo de Palabra de Vida

Notas

(1) Este mes la Palabra de vida que proponemos es la misma que un grupo de cristianos de diferentes iglesias de Alemania eligieron para todo el año.
(2) Salmo 119, 105.
(3) Cf. Capítulo 13.
(4) C. LUBICH, Palabra de vida, octubre 2006.
(5) Ibid.


jueves, 25 de enero de 2024

Haití: liberadas las seis religiosas y las otras tres personas secuestradas.

 

Casa de las Religiosas de Santa Ana en Puerto Príncipe
(25 de enero de 2024) Fueron liberadas hoy las seis religiosas de la congregación de Santa Ana secuestradas días pasados, junto a otras personas, en la ciudad de Puerto Príncipe, capital de Haití.

El arzobispo May Leroy Mésidor transmitió el agradecimiento de la Iglesia haitiana a todos los que ayudaron con su oración y de otras formas.

El episodio puso aún más en evidencia el crecimiento de la violencia en este país y el hecho de que las pandillas, a las que se atribuyen alrededor de 2.500 secuestros el año pasado, controlan la mayor parte de la capital.

miércoles, 24 de enero de 2024

“¡Da órdenes a los espíritus impuros, y éstos le obedecen!” (Marcos 1,21-28). IV Domingo durante el año.

Una de las cosas que a veces se le pregunta a personajes famosos es cómo es un día típico en su vida. A veces, un periodista es invitado por alguna de esas personalidades a acompañarlo a lo largo de una jornada y verlo con sus propios ojos. Son esas notas que suelen llamarse “un día en la vida de fulano de tal”.

Algo así hace san Marcos, llevándonos en el primer capítulo de su evangelio a seguir a Jesús a lo largo de una jornada completa. Tan completa, que nos va a llevar dos programas: el de hoy y el del próximo domingo.

No se trata de un día cualquiera de la semana. Es un sábado. Para los israelitas, un día sagrado, en que se detiene el trabajo, se evitan los esfuerzos físicos y se busca el encuentro con Dios. Por eso, la jornada de Jesús comienza en la sinagoga.

Cuando llegó el sábado, fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. (Marcos 1,21-28)

Predicar, enseñar, es la actividad constante de Jesús. Lo hacía los sábados en la sinagoga, donde un maestro como él podía ser invitado a dirigirse a la asamblea; pero lo hacía también en las calles y en las plazas; en todo lugar donde pudiera reunirse un grupo de gente a escucharlo.

Jesús no dejó nada escrito. Los evangelios recogen sus palabras, que los discípulos oyeron muchas veces y guardaron en su corazón. El domingo pasado escuchamos una síntesis de la predicación de Jesús: 

«El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia»  (Marcos 1,15).

Hoy vemos cómo los oyentes se asombran de la autoridad con que Jesús enseña. Autoridad, no autoritarismo. Jesús no está imponiendo lo que enseña. Lo que sucede es que todos perciben que enseña de una manera diferente de como lo hacían los escribas, los conocedores de la Ley de Dios. Ellos citaban a otros autores para fundamentar sus comentarios. Jesús, en cambio, tiene autoridad plena. Enseña algo nuevo, algo que nunca había sido presentado de esa manera. Eso es lo que comentan quienes lo escuchan:

¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad… ! (Marcos 1,21-28)

La reunión en la sinagoga podría haber terminado allí, con la gente saliendo satisfecha y admirada por las palabras de Jesús y su manera de enseñar. Pero, entonces, se produce un incidente que va a revelar que la autoridad de Jesús va mucho más lejos de lo que ellos pensaban hasta el momento.

Marcos nos cuenta que en la sinagoga había un hombre poseído por un espíritu impuro. Otras traducciones dicen “un espíritu inmundo”. Inmundo es un adjetivo que a veces usamos para describir algo muy desagradable: “un olor inmundo”, o incluso el muy mal carácter de una persona: “¡qué tipo inmundo!”. Un ambiente o una persona con los que no se puede estar. 

En el lenguaje bíblico, lo impuro o lo inmundo es lo que no puede presentarse ante Dios. Si una persona se encontraba en una situación de impureza, debía purificarse antes de ir a la sinagoga o al templo. Pero un hombre poseído por un espíritu inmundo no se puede purificar a sí mismo. El hombre comienza a gritar y no es él quien habla, sino esa presencia maligna que lo domina:

«¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? 
Ya sé quién eres: el Santo de Dios». (Marcos 1,21-28)

El demonio hace dos preguntas y una afirmación, que tiene ya dentro la respuesta a las preguntas. Jesús es el Santo de Dios y, por eso, no quiere nada con él. Son dos reinos en lucha: el Reino de Dios y el reino de Satanás. Pero no es un enfrentamiento entre dos poderes semejantes, que compiten entre sí. Jesús y Satanás están en planos completamente diferentes. La fuerza de Jesús es creadora, sanadora, liberadora. La fuerza de Satanás es destructora, enfermante, esclavizante. Entre uno y otro no puede haber más que oposición. 

Jesús lo increpó, diciendo: «Cállate y sal de este hombre». El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre. (Marcos 1,21-28)

Jesús ha venido a destruir los espíritus contrarios a Dios. En la acción de Jesús se cumple la sentencia dada por Dios al tentador, la antigua serpiente, de la que nos habla el libro del Génesis:

Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. 

Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón (Génesis 3,15)

Ese linaje de la mujer, esa descendencia que vence a la serpiente es Jesús y toda la Iglesia, que es su cuerpo, de la que es madre y modelo la Madre de Jesús, la Inmaculada, a la que se representa aplastando la serpiente con su pie.

Todos aquellos que escucharon a Jesús y luego lo vieron liberar a aquel hombre encadenado por Satanás, quedaron aún más admirados de su autoridad:

Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!» Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea. (Marcos 1,21-28)

Amigas y amigos: el mal existe. A veces toma la apariencia de bien y es capaz de seducirnos y esclavizarnos. En esos momentos, nuestro corazón es como la sinagoga de Cafarnaúm, un lugar de batalla. No miremos al mal que nos atrae y quiere encadenarnos, sino a la presencia de Jesús. Volvamos una y otra vez a su Evangelio, que, con su autoridad nos despierta, nos levanta y nos libera, para que retomemos el camino del bien.

Con la liberación de este hombre y el mayor asombro de la multitud, concluye la primera parte de la jornada de Jesús. ¿Cómo continúa? Lo veremos el próximo domingo.

Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

24 de enero, CELAM, pedido de oración por religiosas y otras personas secuestradas en Haití.

Hermanas de Santa Ana en Haití
El pasado viernes 19 de enero, seis religiosas fueron secuestradas por delincuentes armados en Haití. El crimen tuvo lugar en la capital, Puerto Príncipe, a plena luz del día. Las seis hermanas se dirigían a una universidad cuando su autobús fue abordado por bandidos armados. Las seis mujeres y los otros dos ocupantes del vehículo, una joven y el conductor, fueron llevados a un lugar no revelado por los criminales.

El secuestro de las religiosas de la congregación de Santa Ana ha sido confirmado tanto por la arquidiócesis local como por la Conferencia Haitiana de Religiosos, que representa a las órdenes religiosas en el país. Ambos han lamentado el terrible suceso.

Haití está atravesando un período de caos y criminalidad en los últimos años, en el que bandas armadas se han apoderado de sectores enteros de la ciudad de Puerto Príncipe. La Iglesia también se ha visto afectada por la inseguridad. En 2022 una misionera italiana, la hermana Luísa Del’Orto fue asesinada y cinco sacerdotes fueron secuestrados, y en 2023 fueron secuestrados otros dos sacerdotes. Todos los sacerdotes fueron liberados tiempo después.

El papa Francisco mencionó el incidente durante el rezo del Ángelus del pasado domingo, diciendo: «Con dolor he recibido la noticia del secuestro, en Haití, de un grupo de personas, entre ellas seis religiosas: al pedir encarecidamente su liberación, rezo por la concordia social en el país y llamo a todos a poner fin a las violencias, que tanto sufrimiento causan a esa querida población”.

La presidencia del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) ha escrito una carta a Mons. Max Leroys Mésidor, arzobispo de Puerto Príncipe y presidente de la Conferencia Episcopal de Haití, en la que expresa su consternación y tristeza, se une al pedido de libertad para las personas secuestradas y se une a la jornada de oración convocada para este 24 de enero. El mensaje finaliza diciendo "Que Ntra. Sra. del Perpetuo Socorro, patrona de Haití, proteja a quienes están padeciendo esta situación y mueva los corazones de aquellos que tienen la responsabilidad de cambiarla".
 

domingo, 21 de enero de 2024

Con el P. Miguel Sastre, en Madrid.

 

El P. Miguel a la puerta de entrada del templo.

Desde hace unos veinte años, el P. Miguel Sastre, originariamente del clero de Canelones, pasó a la arquidiócesis de Madrid, donde fue durante mucho tiempo capellán de hospital y desde hace unos tres años es párroco de la Crucifixión del Señor, una parroquia que se encuentra en el barrio Latina de la capital de España.

Por allí pasé el sábado 20 y domingo 21 de enero.

"Imagínate", dice el P. Miguel, "en una parroquia con este título la fiesta patronal sería el Viernes Santo". Pronto me aclara que la comunidad hace su fiesta en otro momento del año. La parroquia vecina está dedicada a la Resurrección del Señor.

La Crucifixión es una parroquia con mucha presencia de América Latina. "El arzobispo pidió a los párrocos que en los Consejos Parroquiales cuidáramos de que hubiera al menos una persona de América Latina. En este caso, tal vez yo tendría que cuidar que haya al menos alguna persona española". Pero las hay, por supuesto. 

En la parroquia tiene también los domingos su Misa otra comunidad, la de los emigrantes rumanos. Un sacerdote rumano celebra la Misa y da la catequesis en ese idioma, para niños que no siempre tienen deseos de conservar la lengua de sus padres... historias de emigrantes.

El sábado fuimos a cenar con una familia hondureña, que celebraba el cumpleaños de su hijo (19). Yo temía encontrarme con una ruidosa fiesta juvenil, pero no fue así. Me encontré con una celebración en familia: los padres, una tía, la novia y su hermana, un amigo... y el P. Miguel y el Obispo que estaba de visita. Pasamos un buen momento con una linda familia.

El domingo al mediodía, la parroquia tuvo en la Misa no solo al Obispo visitante, sino también a un coro "rociero" (por la Virgen del Rocío), que animó los cantos de la Misa. El coro se llama "Los Romeros de Santana" y son de la parroquia San Buenaventura de Vallecas. Eran amigos de un sacerdote fallecido que estuvo en la Crucifixión y vinieron a cantar en esa Misa que se celebró por su descanso eterno.

Aquí está el video de la Misa:

miércoles, 17 de enero de 2024

“Conviértanse y crean en la Buena Noticia”. (Marcos 1,14-20). Tercer domingo durante el año.

Amigas y amigos, un cordial saludo desde el santuario de Nuestra Señora de Fátima, en Portugal, donde he llegado en peregrinación con otros hermanos obispos.

Hemos estado rezando a la Virgen pidiendo su intercesión por nuestro mundo y nuestro Uruguay, por toda la Iglesia Católica y por nuestra Iglesia diocesana de Canelones y, especialmente, por tantos de ustedes que piden oraciones tanto por sí mismos como por sus amigos y familiares en situaciones de dificultad, dolor, enfermedad o duelo. Que María reciba todas nuestras oraciones y las presente ante su Hijo y que Él conceda a cada cual las gracias que verdaderamente necesite.

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Hace quince días recordábamos el bautismo de Jesús. El domingo pasado, el llamado de los primeros discípulos, en el particular enfoque que le da el evangelio según san Juan.

Hoy, el evangelio según san Marcos, que será aquel que escucharemos más a menudo en este año, nos presenta el comienzo de la misión de Jesús:

Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia». (Marcos 1,14-20)

Juan el Bautista había sido arrestado por el rey Herodes. No saldría vivo de la prisión. Jesús tomó prudente distancia. Abandonó Judea, cruzó Samaría y llegó a Galilea, la provincia más al norte de su tierra. Allí había vivido Jesús la mayor parte de su vida, en la aldea de Nazaret. Pero no es allí hacia donde dirige sus pasos, sino a Cafarnaúm, pueblo de pescadores en la costa del mar de Galilea. Es allí que comienza a predicar. El evangelista Marcos tiene una gran capacidad de síntesis. En una sola frase reúne cuatro aspectos muy importantes de la predicación de Jesús: el tiempo, el Reino, la conversión, la fe.

“El tiempo se ha cumplido”. ¿De qué tiempo hablamos? Recordemos: los evangelios nos han llegado escritos en griego. En esa lengua hay dos palabras para decir tiempo: cronos y Kairós. De cronos nos vienen palabras conocidas: cronología, cronómetro, sincronización… cronos es el tiempo contado y medido: siglos, años, meses, semanas, días, horas, minutos, segundos…

Kairós no es el tiempo en cuanto cantidad, sino en cuanto calidad. Es el tiempo oportuno, el tiempo adecuado para lo que hay que hacer. El libro del Eclesiastés, que señala que hay un tiempo para cada cosa, también utiliza la palabra Kairós en su traducción del hebreo al griego:

Hay un tiempo para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol:
un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado… (Eclesiastés/Cohelet 3,1-2)

Cuando Jesús dice “el tiempo está cumplido”, no está hablando de un plazo cronológico que ha llegado a su término. Lo que él quiere hacer ver es que se está en el momento oportuno, el momento que no hay que dejar pasar… pero ¿por qué? ¿qué es lo que está sucediendo?

“El Reino de Dios está cerca”. La llegada del Reino de Dios: ése es el acontecimiento. El Reino es el gran tema de la predicación de Jesús. Está presente en sus parábolas, que suelen comenzar con aquello de “el Reino de Dios se parece a…”. Está presente en la promesa de las bienaventuranzas, en la primera y en la última, abrazando todo el conjunto:

“… a ellos les pertenece el Reino de los Cielos” (Mateo 5,3.10)

Pero no tenemos que separar las dos cosas. El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca. Dios ha enviado al mundo a su Hijo y su Reino se ha hecho más cercano que nunca. Se ha cumplido el tiempo de salvación porque ha llegado Jesús. Seguir a Jesús es entrar en el Reino de Dios y el Reino encuentra su plena realización en la persona del mismo Jesús. Es por medio de Él que el Reino se hace presente, que está cerca o, más aún, “está en medio de ustedes” (Lucas 17,20).

Pero si Dios ofrece la salvación y Él mismo hace el tiempo oportuno, la salvación no es automática. La salvación es un don del amor de Dios ofrecido a la libertad humana. Y por eso es necesaria la siguiente palabra: "Conviértanse".

La conversión es la respuesta libre de la persona humana al amor de Dios. ¿Qué es la conversión? Lo primero que suele entenderse por conversión es dejar de hacer lo que está mal. Me doy cuenta de que estoy haciendo algo que daña a los demás y los hace sufrir, que incluso me daña a mí mismo y me digo “tengo que dejar de hacer eso” y hago el esfuerzo. Tratar mejor a los demás, no quedarme con lo que no es mío, no mentir, luchar contra una adicción… etcétera.

En el evangelio, la palabra que se traduce como “conversión” significa “cambio de mentalidad”. Puede parecer menos que lo anterior, pero no lo es, si lo entendemos bien. Se trata de cambiar de mentalidad para cambiar de vida. No seguir más una mentalidad que lleva a afirmarse uno mismo contra los demás y hasta contra Dios. No seguir la mentalidad “mundana”, sino buscar el modelo que nos da Dios, que es Jesús; que es lo que Jesús hizo y enseñó. Entonces, la conversión sí, es dejar el mal, pero, al mismo tiempo y con mucha fuerza, abrazar el bien, hacer el bien. Precisamente, así resume Pedro la vida de Jesús: “Él pasó haciendo el bien” (Hechos 10,38).

“Crean en la buena noticia”. Así termina la frase que resume la predicación de Jesús: “crean en el evangelio”. Es el llamado a la fe, a abrirse al don de la fe. No es solo creer en las palabras de Jesús, creer lo que Él dice. Es creer en Él mismo, en su persona. Pero creer no es solo mirarlo a Él, sino mirar la realidad a través de sus ojos. Mirar al mundo, mirar a la gente, mirar los acontecimientos, con los ojos de Jesús. “Ver a cada uno de mis hermanos como tú mismo los ves”, se pide en una vieja oración.

Este pasaje del evangelio termina con el llamado a los primeros cuatro discípulos, pescadores del mar de Galilea: Pedro y Andrés, Santiago y Juan.

Jesús les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres». Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron. (Marcos 1,14-20)

Conmueve ver la decisión con que los cuatro siguieron a Jesús: de inmediato dejaron todo y lo siguieron. El evangelio del domingo pasado nos habla de un encuentro anterior. Tal vez así se preparó esta decisión. Puede ser. Como sea que haya sido, los cuatro pescadores reconocieron que ése era el momento, el Kairós, el tiempo de Dios, y no dudaron.

Amigas y amigos: no dejemos de estar atentos; no dejemos pasar a Jesús sin recibirlo. Su presencia es oportunidad, tiempo de salvación, manifestación del amor de Dios, que espera nuestra respuesta de amor.

Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. 

domingo, 14 de enero de 2024

Desde Medellín: votos temporales de una joven canaria con las Hermanitas de la Anunciación. Homilía de Mons. Heriberto.

Hermanita Silvana
Siguiendo su vocación, Silvana Pereyra, oriunda de nuestra Diócesis, después de un año de postulantado y dos años de noviciado, hizo el pasado sábado 13 sus votos temporales por tres años, en las Hermanitas de la Anunciación, congregación colombiana, fundada por la beata Berenice Duque.
Junto a ella hizo también sus primeros votos otra novicia, la Hermanita Hasley, colombiana y fueron también admitidas al noviciado las Hermanitas Cindy e Indurfay, también de Colombia. 
Desde Uruguay viajaron para acompañar a Silvana en este importante paso de su vida su madre Elisabeth y su hermana Tamara, los Padres Washington Cabrera, Renzo Siri y Hernán David Gómez, junto a Mons. Heriberto.
Nuestro Obispo presidió la celebración de la Eucaristía en la Casa Madre de las Hermanitas en la ciudad de Medellín y esta fue su homilía.

Queridos hermanos, hermanas… y hermanitas:

Es para mí una gran alegría acompañarlos hoy en esta celebración tan significativa para todos los que estamos aquí reunidos.

Ante todo, porque estamos en la arquidiócesis de Medellín, quiero tener presente a su pastor, Mons. Ricardo Tobón, con quien nos conocemos desde hace años y nos tenemos mutua estima. Es a él a quien, en primer lugar, le correspondería estar aquí y por eso quiero expresar mi respeto y comunión con él.

En los últimos días, en la Misa diaria, venimos oyendo en la primera lectura pasajes del primer libro de Samuel. Es un libro hermoso, que incluye el relato de la vocación del joven Samuel, a quien Dios llama por su nombre y quien, con la orientación del sacerdote, puede finalmente responder “habla, Yahvé, que tu siervo escucha”. Ese pasaje se leyó hoy en la ceremonia para la entrada al noviciado de las hermanitas Cindy e Indurfay.

Hoy, en el evangelio, escuchamos de María otra respuesta, similar en su disponibilidad:

“Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu palabra” y en la carta a los Hebreos, escuchamos la palabra que resume la vida de Jesús: “aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.

Las dos hermanitas que ingresan hoy al noviciado y las hermanitas Hasley y Silvana, que harán en el marco de esta Eucaristía sus primeros votos, pueden sentirse muy confortadas para estos grandes pasos en sus vidas por esas respuestas del profeta Samuel, de la Santísima Virgen y del mismísimo Señor Jesús ante el Padre.

Sin embargo, yo quiero volver al comienzo del libro de Samuel y traer a la memoria otro personaje, que bien puede representar a muchas personas que están hoy aquí, familiares de las nuevas profesas y novicias. Pienso en cuatro mamás y dos papás, en hermanos y hermanas, así como en otros familiares; algunos presentes físicamente, otros presentes con el corazón y la oración, acompañando a estas jóvenes.

La persona que yo quiero recordar es otra madre, la madre del profeta Samuel. Su nombre: Ana.
Ana fue una mujer que sufrió mucho. Después de estar casada por algunos años, no había podido tener hijos y esa era la razón de su dolor.
En su desesperación, ella entró a un santuario a orar. Un santuario, como el lugar en el que nos encontramos hoy.
Se nos cuenta que “con el alma llena de amargura, oró al Señor y lloró desconsoladamente”. Oró y lloró. 
También hizo una promesa: “Señor, si miras la miseria de tu servidora y te acuerdas de mí, si no te olvidas de tu servidora y le das un hijo varón, yo lo entregaré al Señor para toda su vida”.

Esta historia sucedió hace tres mil años, mil años antes del nacimiento de Jesucristo.
Sin embargo, es también una historia de hoy, que sigue tocando el corazón de quienes la leemos. Toca el corazón de toda mujer que, como Ana, desea intensamente tener un hijo y no puede.

Pero, también, me hace pensar en algunos pueblos de la tierra, y el Uruguay se cuenta entre ellos, en los que cada vez son menos los niños que nacen. Y me dicen que aquí, en Colombia, poco a poco va pasando lo mismo. Menos nacimientos.

Me hace pensar en la Iglesia Madre, que tiene el deseo de darle a Dios hijos por medio del bautismo, que en algunas comunidades ya no es un pedido tan frecuente; no solo porque nacen menos niños, sino porque se ha enfriado o abandonado la fe.

Me hace pensar en las diócesis escasas de sacerdotes y en las comunidades de vida consagrada que sienten la falta de vocaciones.

Podemos pensar también en la oración de Madre Berenice en los comienzos de las Hermanitas: no tanto para pedir nuevas vocaciones, que sí se presentaban, sino implorando por un pesebre, por una casa cuna, donde esas jóvenes pudieran nacer a la vida consagrada a la que Dios las llamaba. Seguimos contando, hoy más que nunca, con su intercesión para que haya jóvenes que sigan naciendo a la vida de hermanitas de la Anunciación y de las otras congregaciones que ella fundó.

Tres milenios después de aquella oración de Ana, seguimos recordando la fe con que ella oró entre lágrimas, y su testimonio nos anima a seguir cumpliendo el mandato de Jesús: “rueguen al dueño del campo que envíe obreros para la cosecha”; oren por las vocaciones. 

Por todas las vocaciones. Y no hay que olvidar que esa oración de Ana fue escuchada. Dios le dio el hijo que había pedido y ella entregó a Dios lo que Dios le dio. Entregar sus hijos a Dios, es lo que están haciendo hoy las mamás y los papás.

Y Dios seguirá dando hijos a los esposos que se abren a la vida y seguirá dando hijos a la Iglesia y seguirá dando personas que se consagrarán a él. Dios escuchó a Ana. Ana, que había llorado de dolor, volvió a llorar, pero de alegría. Nuestro Señor escucha y escuchará la oración confiada de las familias, de las comunidades y de toda la Iglesia. Y nosotros nos alegrarnos con el “Sí” de las que han sido llamadas. Hoy podemos llorar de alegría.

Seguiremos orando por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada; pero recuerdo también lo que decía un viejo párroco a sus fieles empeñados en un lindo proyecto para la comunidad. Él los invitaba a rezar pero también les decía: “Dios ayuda a los que rezan… y trabajan”. Rezar siempre, y ante todo; pero también trabajar.

Pero una vocación no es un producto. Cada vocación es un misterio. Un llamado de Dios que llega a través de una mediación: una familia abierta a la voluntad de Dios para sus hijos e hijas; una comunidad parroquial en la que se vive la fe en la celebración, el anuncio y el servicio; una comunidad religiosa que vive en fidelidad a su carisma…

Allí está el trabajo; no solo el de una buena promotora vocacional, sino también el de la comunidad y el de la familia en la que se hace posible que una joven pueda preguntarse qué llamado tiene Dios para ella y sentir la libertad para poder responder por sí misma.

Responder con libertad.
Solamente la persona que es llamada puede responder al Señor.
Solo Samuel podía decir “habla, Señor, que tu siervo escucha”. Nadie podía responder por él, aunque él mismo estuviera presente.
Solo María podía decir “yo soy la servidora del Señor…”. Nadie podía responder por ella, sino ella misma.
Solo Jesús podía decirle al Padre “que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Ese “sí”, expresado de diferentes maneras; ese “sí” libre, no se puede dar superficialmente, o en un momento de entusiasmo y exaltación. Ese “sí” se da de corazón, con toda el alma, con la disposición de seguir al Señor por donde Su Voluntad quiera llevarnos. Ese “Sí” se da con plena conciencia de la propia fragilidad, y se da confiando en la fidelidad del Señor que llama. Es su amor lo que sostiene a todos los que ponemos nuestra confianza en Él.

Con esa libertad y esa confianza dio su “Sí” Madre Berenice. Como Santa Teresa de Calcuta y otras santas fundadoras, ella sintió “la llamada dentro de la llamada”, una vocación dentro de su vocación a la vida religiosa, un “Sí” que se hizo cada día más profundo.

Pero no es necesario hacerse fundadora para profundizar el “Sí” que Silvana y Hasley van a dar hoy. Cada hermanita, empezando por las que han vivido más años, les podrá decir a ellas dos y a las que sigan viniendo, cómo volvieron a decir “Sí” cada día de su vida. 

Indurfay y Cindy, hace un momento, antes de la Misa, ustedes manifestaron estar dispuestas, con la gracia de Dios, a experimentar la vida religiosa, siguiendo a Cristo Crucificado en la pobreza, la obediencia y la castidad, al servicio de la Iglesia y del anuncio del evangelio, en el carisma de las Hermanitas de la Anunciación.

Hasley y Silvana, al terminar esta homilía, me corresponderá preguntarles sobre su disposición de entregarse sin reservas a Dios, por la profesión religiosa en las Hermanitas de la Anunciación. Luego, las confiaremos a la intercesión de la Virgen Santísima y de todos los santos, para finalmente escuchar sus votos temporales de castidad, pobreza y obediencia según las Constituciones de las Hermanitas.

Y Madre Berenice nos sigue dando el testimonio de su fidelidad y confianza, con María, en el Sagrado Corazón de Jesús. Fidelidad y confianza que no se quebró ni en las horas más oscuras de dolor e incomprensión, cuando fue alejada de la obra que apenas se iniciaba; luego, cuando fue apartada de la obra que Dios había consolidado con ella como privilegiado instrumento y en los años finales, haciéndose cada día más pequeñita físicamente, más “hermanita” y a la vez más grande como Madre que bendecía y sigue bendiciendo a sus hijas. 

Indurfay y Cindy, Hasley y Silvana: que el Señor, que las llamó y comenzó en ustedes su obra, él mismo la siga llevando a cabo, transformándolas cada día más en Hostias Vivas. Y que ustedes, siguiendo a Jesús por el camino de Madre Berenice, encuentren su felicidad en conocer y realizar la Voluntad de Dios. Así sea.

miércoles, 10 de enero de 2024

75 años del primer Cursillo de Cristiandad.

 

Los participantes del primer Cursillo

El 10 de enero de 1949, en el Monasterio San Honorato, en la isla de Mallorca (Baleares, España) culminó el primer Cursillo de Cristiandad, que se había iniciado el día 7. 

Hablamos de primer Cursillo de Cristiandad específicamente reconocido como tal, ya que hubo varios antecedentes que cuajaron en esta experiencia de 1949. Esos antecedentes se desarrollaron en el marco de la preparación de Jóvenes de Acción Católica para una gran peregrinación a Santiago de Compostela, en 1948, Año Santo Compostelano.

Los frutos de los Cursillos hicieron que, pronto, esta realidad eclesial se extendiera a toda España y de allí al mundo. Así llegó también a la Diócesis de Canelones.

Eduardo Bonnín Aguiló

En el grupo de iniciadores de Cursillos de Cristiandad se reconoce especial importancia a un laico, Eduardo Bonnín Aguiló (1917-2008), al entonces Obispo de Mallorca, Juan Hervás y Benet (1905-1982) y a Monseñor Sebastián Gayá Riera (1913-2007).  

El Movimiento de Cursillos de Cristiandad (MCC) es un Movimiento eclesial de difusión mundial que actúa en el interior de la Iglesia Católica, sintiéndose vocacionado a participar activamente en la gran misión del anuncio de la Buena Nueva del Evangelio a través de un método propio kerygmático. En palabras de Juan Pablo II, este método de Cursillos es “un instrumento suscitado por Dios para el anuncio del Evangelio en nuestro tiempo”. Este instrumento de evangelización ha creado multitud de núcleos de cristianos que viven y conviven lo fundamental cristiano y se esfuerzan por fermentar de Evangelio los ambientes. Millones de cristianos renovados en un Cursillo de Cristiandad, o que tuvieron en él su primer encuentro con Cristo, han revitalizado instituciones y movimientos y han logrado animar cristianamente los ambientes donde se desenvuelven.


 

“Hemos encontrado al Mesías”. (Juan 1,35-42). II Domingo durante el año.

Las lecturas de este domingo se abren con el hermoso relato de la vocación de Samuel. Ana, la madre de Samuel, no podía tener hijos, lo que la hacía sufrir enormemente. En visita al templo donde se guardaba el Arca de la Alianza, estuvo rezando fervorosamente, pidiendo a Dios ese hijo anhelado. Cuando Samuel nació, Ana decidió darle a Dios lo que Dios le había dado y, cuando el niño creció lo suficiente, lo llevó para que estuviera al servicio del santuario.

Samuel dormía en el templo. Una noche escuchó la voz de Dios, llamándolo por su nombre. Pensando que lo llamaba el sacerdote se presentó ante él

«Aquí estoy, porque me has llamado.» (Samuel 3, 3b-10.19)

El sacerdote le dijo que no lo había llamado.

Esto sucedió tres veces. A la tercera, el sacerdote comprendió que era Dios quien llamaba al jovencito y le dijo lo que debía responder:

«Habla, Señor, porque tu servidor escucha.» (Samuel 3, 3b-10.19)

Así respondió Samuel a su vocación. Su madre lo había entregado al servicio de Dios; pero Samuel debía dar su propia respuesta. Fue una respuesta generosa, que hizo de Samuel un verdadero “hombre de Dios”. Por su parte, Dios nunca lo abandonó. La lectura de hoy concluye diciendo:

Samuel creció; el Señor estaba con él, y no dejó que cayera por tierra ninguna de sus palabras. (Samuel 3, 3b-10.19)

Este relato de la vocación de Samuel nos prepara para escuchar el evangelio, donde hay otra historia vocacional: el llamado de los primeros discípulos de Jesús, en el evangelio según san Juan. En esta historia hay algunas frases, en boca de distintos personajes; frases que, por sí solas, podrían ser todo un tema a desarrollar.

La primera de esas frases la dice san Juan Bautista, a dos de sus discípulos, señalando a Jesús:

«Este es el Cordero de Dios». (Juan 1,35-42)

Quienes participamos habitualmente en la Misa estamos acostumbrados a oír esa expresión, justo antes de la comunión: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Felices los invitados a la cena del Señor”.

Pero este relato está al comienzo del evangelio. Falta mucho para la primera Misa, es decir, la última cena de Jesús.

¿Qué evocaba el cordero para los israelitas? El cordero era un animal utilizado en los sacrificios. En la Pascua de Israel, en tiempos de Jesús, las familias llevaban al templo los corderos que eran sacrificados allí y luego, en cada casa, preparados y comidos en la cena pascual. Entre otros animales que podían ser sacrificados en distintas ocasiones, muchos elegían, igualmente, un cordero.

Dentro de esa multitud de ovinos sacrificados año a año, el Bautista presenta uno solo: “el” cordero. No es uno de tantos; es el definitivo. Y es así, porque no es el que lleva una familia o un oferente, sino porque es el cordero “de Dios”, es decir, el que Dios provee. “Dios proveerá” había dicho Abraham a su hijo Isaac, cuando éste le preguntó por la víctima que, según le había dicho su padre, iban a sacrificar. Dios proveyó para Abraham; pero su don se desbordó, porque, en Jesús, presentó “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, es decir, la víctima ofrecida en sacrificio por la humanidad entera.

¿Hasta dónde entendieron todo esto aquellos discípulos? Tal vez no mucho en ese momento, pero comenzaron a caminar detrás de Jesús. Y aquí aparece otra palabra importante, una pregunta, que les hace Jesús al ver que lo siguen:

¿Qué quieren? (Juan 1,35-42)

Se cuenta que en los monasterios, cuando había un novicio, es decir, un joven que quería seguir también esa forma de vida, se le encargaba a un monje mayor preguntarle cada tanto al novicio “¿a qué viniste?”.

La pregunta de Jesús y la pregunta del monje invitan a quien está en búsqueda a tomar con profundidad una decisión, a no responder como fruto de un entusiasmo superficial. ¿Qué quieres? ¿A qué viniste? ¿Qué estás buscando? ¿Estás buscando a Dios o te estás buscando a ti mismo? ¿Quieres servir a Dios o quieres ver el modo de servirte de Él?

Los discípulos responden con otra pregunta:

«Rabbí -que significa Maestro- ¿dónde vives?» (Juan 1,35-42)

Sí, es a ti al que estamos buscando. ¿Dónde vives, dónde te encontramos? ¿Dónde estás hoy? ¿Dónde podemos escucharte, recibirte, servirte?

Jesús los invitó a seguir adelante:

«Vengan y lo verán», les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde. (Juan 1,35-42)

El detalle de la hora, “las cuatro de la tarde” habla de un recuerdo grabado en el corazón, un indicio de que ese momento quedó atesorado en la memoria. Este encuentro convirtió a los discípulos de Juan en discípulos de Jesús. En Jesús, ellos encontraron lo que buscaban. No encontraron “algo” sino que encontraron a Alguien, y ese encuentro cambió totalmente el sentido de su vida. De aquel encuentro ellos salieron convencidos y así lo transmitieron a sus amigos:

«Hemos encontrado al Mesías» (Juan 1,35-42)

El bautista lo llamó “el Cordero de Dios”; ellos lo presentan como “el Mesías”, es decir, el Ungido, el Cristo: el salvador prometido por Dios a Israel. 

Para muchos, el Mesías iba a ser el gran caudillo que condujera a Israel a vencer a sus enemigos. No era esa la forma en que Jesús entendía su misión. El sería el Mesías sufriente: “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” a través de su sacrificio, a través de su entrega de amor en la cruz.

Samuel, de quien hablábamos al principio, respondió al llamado de Dios cuando aprendió a reconocer su voz.

No siempre ha sido tan fácil responder al llamado de Dios. A veces se lo percibe como invasivo, como algo que viene a cortar nuestras aspiraciones, nuestros proyectos… A veces provoca miedo; nos desacomoda y parece exigirnos más allá de nuestras fuerzas…

Pero la llamada de Dios viene de su amor. Es un acto de su amor. 

Eso es lo que tenemos que encontrar: el amor detrás de cada llamada.

Y solo será posible responder a esa llamada desde el amor, y así poder decir a todos aquellos que queremos: “he encontrado el amor de Dios”, “he encontrado a Dios”, “he encontrado a Jesús”; “hemos encontrado al Mesías”.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. 

jueves, 4 de enero de 2024

“Tú eres mi hijo muy querido” (Marcos 1,7-11). Bautismo del Señor.

En estos días, que para muchos son de vacaciones, puede venir bien reencontrarnos con los entrañables personajes de Mafalda. Recuerdo una conversación de ella con su amigo Manolito. Mafalda le dice:

Más que personas, somos una decisión de nuestros padres, Manolito ¿Te das cuenta? ¿Si ellos no hubieran querido tener hijos, nosotros ¡chau! No nacíamos nunca.

A lo que responde Manolito, cada vez más alterado:

¡¿Cómo nunca?! ¡¿Cómo nunca?! ¡A mí, cuando se me pone una idea no hay quién me la saque! ¿Me oís?

¡Y si mis padres no hubieran querido tener hijos!... ¡Peor para ellos!

¡Porque hoy yo tendría otros padres, otro nombre y otra cara! ¡Pero que nacía, nacía!

Mafalda ha dicho algo que es verdad: venir al mundo nunca es una decisión personal. Hay quienes dicen, a veces con cierta rebeldía: “a mí nadie me preguntó si yo quería nacer”, sobre todo cuando sentimos que se nos ponen límites... sin embargo, poco a poco podemos ir madurando y tomando una decisión libre: aceptar la vida; más aún, recibirla como un don… y esto puede dar un giro en nuestra relación con quienes nos engendraron, nos recibieron, nos dieron los primeros cuidados y fueron acompañando nuestro crecimiento. Reconocer a nuestros padres nos lleva a reconocernos como hijos. Todos los seres humanos somos hijos; y si acaso nuestros padres biológicos no fueron quienes nos tomaron en sus brazos, estamos aquí porque hubo un papá y o una mamá del corazón, que nos recibieron como hijos y nos dieron su amor. 

En mi primer año de trabajo en escuela primaria, un alumno de cuarto año me sorprendió diciéndome, sin que viniera al caso: 

“Maestro, todos somos hermanos por parte de Dios ¿no verdá?”

Pues sí… todos somos hermanos porque todos somos hijos de Dios. Dios está en el origen de la existencia de toda criatura… desde las microscópicas amebas hasta las inmensas ballenas, pasando por los perros y gatos que se hacen parte de nuestra familia. 

Pero Dios es Padre de cada ser humano. Y quien dice “padre” habla de una relación única de ese padre con cada uno de sus hijos e hijas. Cada uno de nosotros es querido, es amado por Dios. 

Y aquí se puede trasladar aquello de si yo quería nacer, a esta otra pregunta: “Dios ¿por qué me has creado? ¿Por qué me pusiste aquí?” Un interrogantes que se hace angustioso cuando brota del dolor, del sufrimiento… Y, sin embargo, aún desde allí es posible encontrar el amor del Padre Dios, que atraviesa la oscuridad, que rompe las tinieblas y toca con su luz a quien lo invoca desde lo profundo. El “sí” de la fe reconoce a Dios como Padre, mi padre, nuestro padre, origen y fundamento de nuestra existencia.

Hoy celebramos la fiesta del Bautismo de Jesús. En el evangelio, escuchamos la voz del Padre que se dirige a él:

“Tú eres mi hijo muy querido; en ti tengo puesta toda mi predilección” (Marcos 1,7-11)

La manera en la que el Padre se dirige a Jesús marca esa relación única con él. Efectivamente, Jesús es, con perdón de la palabra difícil, el “unigénito”, el hijo único del Padre. Pero aquí no estamos hablando de relaciones humanas. Estamos hablando con lenguaje humano, pero de relaciones divinas, estamos hablando, con lenguaje humano, de las personas de la Santísima Trinidad: el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo.

Pero, entonces ¿por qué decimos que somos hijos de Dios? Porque eso es lo que Dios quiere que lleguemos a ser:

“… a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios” (Juan 1,12)

Los que creen en su nombre: los que creen en Jesucristo, Palabra eterna del Padre. 

Y leemos, también, en la primera carta de Juan:

“¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. (…) desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía.” (1 Juan 3,1-2)

El hecho de que Jesús fuera bautizado provocó muchas preguntas en los primeros tiempos del cristianismo. El bautismo de Juan era un bautismo de conversión, para el perdón de los pecados. En Jesús, Hijo de Dios, no había pecado… ¿qué sentido tenía que se bautizara? Sin embargo, los cuatro evangelios refieren que Jesús fue bautizado por Juan el Bautista y fue allí donde se produjo su manifestación como Hijo de Dios, en la que se escuchó la voz del Padre y la presencia del Espíritu Santo se hizo perceptible.

Más aún, el Bautista señaló la diferencia fundamental entre su bautismo y el que luego ordenará Cristo:

“Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero Él los bautizará en el Espíritu Santo” 
(Marcos 1,7-11)

En las oraciones que hacen referencia a nuestro bautismo, la liturgia nos presenta distintos aspectos de su significado.

Por el bautismo 

  • Recibimos el perdón de los pecados, somos purificados y consagrados.
  • Somos sepultados con Cristo en su muerte, para resucitar con él a la Vida nueva. 
  • Es un nuevo nacimiento, un renacer.
  • Somos incorporados a Cristo como miembros de su cuerpo, que es la Iglesia. 
  • Por esa unión con Cristo, somos hechos hijos adoptivos del Padre.

Pero, así como no es posible lo que pretendía Manolito, es decir, nacer por su propia voluntad (“pero que yo nacía, nacía”), tampoco uno puede hacerse cristiano por sí mismo.

Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy (Salmo 2,7)

dice uno de los salmos. Ser cristiano es un don, que está antes de cualquier cosa que podamos hacer. Para ser cristianos debemos renacer con un nuevo nacimiento. Este es el sentido del bautismo. Con nuestra fe podemos ir al encuentro con Cristo, pero sólo él puede hacernos cristianos. Sólo él puede dar respuesta a ese deseo nuestro, a esa voluntad: el poder de llegar a ser hijos de Dios, que nosotros, por nosotros mismos, no tenemos.

Con esta fiesta del bautismo del Señor concluye el tiempo de Navidad y comienza el tiempo durante el año, por el que transitaremos en los próximos domingos, hasta el 14 de febrero, miércoles de ceniza, que marcará el comienzo de la Cuaresma.

Hoy es un día para recordar nuestro bautismo; no tanto la ceremonia, de la que tal vez haya algunas fotos, sino, sobre todo, de la realidad de la gracia recibida, de ese sello que Dios puso en nuestro corazón y que nos llama a recordar que somos sus hijos e hijas en Cristo y a buscar vivir, cada día más, de forma coherente con lo que somos y lo que estamos llamados a ser.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

lunes, 1 de enero de 2024

“Amarás al Señor, tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo.” (Lucas 10, 27). Palabra del Mes, Movimiento de los Focolares.

La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos (que en el hemisferio norte se celebra del 18 al 25 de enero y en el sur coincide con la semana anterior a la fiesta de Pentecostés) (1) ofrece este año como punto de partida para la reflexión la frase citada, que encuentra su origen en el Antiguo Testamento (2). En su camino hacia Jerusalén, Jesús es detenido por un doctor de la Ley que le pregunta: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?” (3). Se inicia así un diálogo y Jesús responde con una contrapregunta: “¿Qué está escrito en la Ley?” (4), provocando la respuesta del interlocutor: el amor a Dios y el amor al prójimo en su conjunto son considerados la síntesis de la Ley y de los Profetas.

“Amarás al Señor, tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo.”

“¿Y quién es mi prójimo?”, continúa el doctor de la Ley. El Maestro le responde contándole la parábola del buen samaritano. No refiere las diferentes tipologías de personas que pueden representar al prójimo, sino que describe la actitud de profunda compasión que debe animar todas nuestras acciones. Somos nosotros mismos quienes debemos hacernos “prójimos” de los demás. La pregunta que tenemos que plantearnos es: “Y yo, ¿de quién soy prójimo?”. 

Tal como hizo el samaritano, debemos ocuparnos de los hermanos cuyas necesidades conocemos, dejarnos implicar sin temor hasta el fondo de las situaciones que se presentan y tener un amor que se preocupa por ayudar, sostener, dar ánimo a todos.

Hay que ver en los demás un otro yo y hacer con ellos lo que haríamos con nosotros mismos. Se trata de la así llamada “regla de oro” presente en todas las religiones. Gandhi la explica de manera eficaz: 

“Tú y yo somos una sola cosa. No puedo hacerte mal sin herirme a mí mismo” (5).

“Amarás al Señor, tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo.”

Escribe Chiara Lubich: 

“Si nosotros permanecemos indiferentes o resignados frente a la necesidad de nuestro prójimo, tanto en el plano material como de los bienes espirituales, no podemos decir que amamos al prójimo como a nosotros mismos. No podemos decir que lo amamos como lo hizo Jesús. En una comunidad que quiera inspirarse en el amor que nos enseñó Jesús, no puede haber lugar para las desigualdades, los desequilibrios, las marginaciones, las desatenciones. Mientras veamos como a un extraño a nuestro prójimo, alguien que molesta nuestra tranquilidad, que incomoda nuestros proyectos, no podremos decir que amamos a Dios con todo nuestro corazón” (6).

“Amarás al Señor, tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo.”

La vida es lo que nos sucede en el presente. Reconocer a quien está cerca de nosotros, saber escuchar al otro puede abrir hendijas interesantes y poner en movimiento iniciativas no previstas. Así le pasó a Victoria:

“En la iglesia me impresionó la bellísima voz de una mujer africana sentada a mi lado. La felicité y le propuse que se uniera al coro de la parroquia. Nos detuvimos a conversar. Es una religiosa de Guinea Ecuatorial de paso por Madrid. En su instituto acogen a recién nacidos abandonados, a los que acompañan hasta su mayoría de edad tanto en los estudios universitarios o en el aprendizaje de un oficio. El taller de sastrería está bien encaminado pero no son suficientes las máquinas de coser.
Me ofrezco para ayudarla a conseguir otras máquinas, confiando en Jesús, convencida de que me escuchaba y me impulsaba a amar sin cálculos.
Uno de mis amigos conoce a un artesano, feliz de ayudarnos en esta cadena de amor. Se ocupa de arreglar ocho máquinas y encuentra otra de planchado. Una pareja de conocidos se ofrece para llevarlas hasta Madrid, cambiando el destino de sus vacaciones y recorriendo casi mil kilómetros. Así, las “máquinas de la esperanza” llegan por mar hasta Malabo, a través de las peripecias de un largo viaje. En Guinea no pueden creerlo y nos agradecen emocionados”.

Patricia Mazzola y equipo de Palabra de Vida

Notas

(1) En el hemisferio norte esta Palabra de vida es la misma que un grupo de cristianos de diferentes iglesias de Alemania han elegido para vivir durante todo el año. Los textos fueron preparados por un grupo ecuménico de Burkina Faso.
(2) Cf. Deuteronomio 6, 4-5 y Levítico 19, 18.
(3) Lucas 10, 25.
(4) Lucas 10, 26.
(5) C. LUBICH, El arte de amar.
(6) Ibíd.