viernes, 28 de febrero de 2020

“Si tú eres Hijo de Dios…” (Mateo 4,1-11). Primer domingo de Cuaresma.




“El carnaval es fiesta alegre y popular… popular”
De mi pueblo (José María Santini) [1]
Mis primeros recuerdos de Carnaval son de muy niño, en Young, mi pueblo. Mi tío Andrés me llevaba al “corso”. Gran aglomeración de gente en la calle principal. No había gradas ni desfile. Todos nos movíamos por la calle y las anchas veredas, en la zona del viejo cine Atenas. Había un tablado, pero apenas recuerdo vagamente a la murga “Los Loco’el año” porque todo empezaba muy tarde y yo me dormía y mi tío me llevaba a casa a babuchas… yo era bien chiquito.

¿Qué era lo entretenido entonces, si no había desfile y yo me dormía antes que empezara el espectáculo del tablado? Pues los “máscaros”, los disfrazados. No eran muchos, pero sí los suficientes para que se notaran entre la gente. Yo los buscaba con la mirada. Trataba de adivinar de qué estaban disfrazados… en realidad, el disfraz consistía en ponerse ropa llamativa y, sobre todo, una máscara que hacía a la persona irreconocible. Por allí se te acercaba un máscaro y te asustaba, o con una voz fingida te saludaba “¿cómo andás Betín?” (Creo que eran mis primas mayores, las hijas de tío Andrés, que no salían con su papá y conmigo porque iban disfrazadas).

Los orígenes del carnaval se pueden encontrar en las fiestas griegas del dios Dionisios, al que los romanos llamaron Baco… pero hay festejos parecidos en civilizaciones más antiguas. Fue tal vez en la Edad Media donde el carnaval, llamado “la fiesta de los locos” comenzó a estar relacionado a un momento especial de la vida de los creyentes: el tiempo de cuaresma. Todavía hoy nuestro calendario establece esa relación: al lunes y martes de carnaval, días feriados, sigue en la Iglesia el “miércoles de ceniza”, comienzo de la cuaresma. Y desde esa fecha, variable, porque se fija de acuerdo con el calendario lunar, se determina en qué momento se celebra la Semana Santa que en el almanaque civil uruguayo es “Semana de Turismo”.

¿Cómo se relacionaban carnaval y cuaresma? Como dos momentos opuestos. Cuaresma: tiempo de ayuno, oración, ayuda a los más pobres. Carnaval: despedida festiva antes de comenzar los ayunos y la abstinencia, que están expresados en su nombre, que viene del italiano carnevale, palabra que unía carne levare, “dejar la carne”, que es lo que se iba a hacer al terminar un tiempo y empezar el otro.

Con los años muchas cosas cambian de significado. La Cuaresma sigue empezando el miércoles de ceniza, pero el carnaval, sobre todo en Uruguay, continúa. La forma de celebrar la fiesta popular ha ido cambiando. Seguramente también cambió mucho en mi pueblo, como en todo el Uruguay.
El evangelio de este domingo nos presenta la confrontación de Jesús con un “máscaro” peligroso; un personaje que muchas veces ha recurrido a la careta, al disfraz, al engaño, escondiendo sus verdaderas intenciones. El evangelio de Juan lo llama “el padre de la mentira” (Juan 8,44). El relato evangélico nos invita a contemplar no sólo las tentaciones que Satanás presentó a Jesús, sino cómo esas tentaciones nos tocan también a nosotros.

No sé si “tentación” significa hoy lo mismo para todo el mundo. No lo creo. Muchas personas ven la tentación como algo que puede ser hasta positivo: algo atractivo que aparece en el horizonte de nuestra vida, algo que no deja de ser un bien.
“Vio que el árbol era apetitoso para comer, agradable a la vista y deseable para adquirir discernimiento” 
dice el relato de la primera tentación en el libro del Génesis.

El vendedor espera que su producto sea tentador, porque es -o pretende que sea- algo bueno. Sin embargo, alcanzar ese posible bien tiene un precio, exige un sacrificio. A veces, incluso, seguir la tentación significa cambiar el rumbo de la vida. ¿Será para bien? ¿Será un verdadero bien?

¿Por dónde van las tentaciones que Satanás le presenta a Jesús?
«Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes.»
«Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito:
    "Dios dará órdenes a sus ángeles,
    y ellos te llevarán en sus manos
    para que tu pie no tropiece con ninguna piedra"».
«Te daré todo esto, si te postras para adorarme.»
Todas las tentaciones pueden resumirse en una: hacer que Jesús abandone la voluntad del Padre. Jesús es el Hijo de Dios que se ha hecho hombre. Ha venido a este mundo para realizar el proyecto del Padre, para hacer su Voluntad. La voluntad del Padre, lo he repetido muchas veces, es que todas las personas se salven, que la humanidad llegue a una plena reconciliación con Dios, que cada ser humano entre finalmente a compartir la vida divina.

Jesús desenmascara las tentaciones y derrota al tentador.
“La risa, la vida, la felicidad son máscaras sueltas, y siempre se van… siempre se van”
De mi pueblo (José María Santini) [1]
La primera lectura, del libro del Génesis, nos trae el relato de la primera tentación, en la que el tentador sale vencedor sobre la pareja humana.
“Serán como dioses” 
fue la promesa del padre de la mentira.

Ser como dioses… una promesa de conocimiento total, de vida y felicidad eternas. En cambio, encontraron las tinieblas, el sinsentido, el dolor y la muerte que nos acompañan hasta hoy.
Muchas veces caemos en la tentación de creernos dioses, inexpugnables, invencibles… impunes… y nos encontramos con nuestra fragilidad. Hemos olvidado o, peor, hemos rechazado nuestra condición de criaturas. No nos reconocemos hijos y por tanto tampoco nos reconocemos hermanos con los demás.

Caemos en la tentación
 “de pensar que somos nosotros quienes damos origen a nuestra vida, mientras que en realidad nace del amor de Dios Padre, de su voluntad de dar la vida en abundancia (cf. Jn 10,10)”, 
como dice el Papa Francisco en su mensaje de Cuaresma 2020.

Caemos en la tentación de poner todo nuestro empeño en la satisfacción de nuestros deseos; nos dejamos arrastrar a un consumismo sin límites, a la búsqueda permanente de la autosatisfacción… hundiéndonos en el vacío y en el egoísmo.

En la Cuaresma todo nos está diciendo “tú eres hijo de Dios”: “¡Vuélvete a Dios!”
"Hay una voz en todo: vuélvete a Dios"
Vuélvete a Dios (P. Osvaldo Catena) [2]
Nos dice también Francisco en su mensaje de Cuaresma de este año:
“No dejemos pasar en vano este tiempo de gracia, con la ilusión presuntuosa de que somos nosotros los que decidimos el tiempo y el modo de nuestra conversión a Él.”
Tú eres hijo de Dios. Vuélvete al Padre Dios. Abandona al padre de la mentira, que te dejará en la orfandad. Vuélvete al Padre de la misericordia.

Busca a tus hermanos y hermanas. Acércate a tu familia, a tu comunidad. Acércate a quienes necesitan tu cariño y tu ayuda.
¡Vuélvete a Dios! ¡de corazón!
Todo te está diciendo: ¡Vuélvete a Dios!
Vuélvete a Dios (P. Osvaldo Catena) [2] 
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que en este tiempo de Cuaresma Dios nos haga oír su voz y que la escuchemos con el corazón abierto.

Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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NOTA: ¿Donde encontrar las canciones?

[1] Los Hermanos Santini - De mi Pueblo. MACONDO - GAM 530 - 1970. Grupo duraznense.
https://www.youtube.com/watch?v=aDgA-z1vB-s&t=150s

[2] Grupo Pueblo de Dios - Cantemos hermanos con amor. Cuaresma y Semana Santa.
https://grupopueblodedios.org/musicaTracks.php?id=116

miércoles, 26 de febrero de 2020

En camino al V Congreso Eucarístico: renovación de nuestra Fe. Carta de los Obispos del Uruguay.

Carta de los Obispos del Uruguay invitando a la renovación de la fe y a expresarla en la Santa Misa con la profesión del Credo Niceno-Constantinopolitano

Miércoles de Ceniza, 26 de febrero de 2020

Queridos hermanos en Cristo Jesús:

La gracia  y la luz del Espíritu de la verdad desciendan sobre todos ustedes.

En la celebración de noviembre pasado, a los pies de la Virgen de los Treinta y Tres, luego de renovar la consagración a Santa María, Madre de Dios, invitamos a todos los católicos que peregrinan en el Uruguay al V Congreso Eucarístico Nacional, que tendrá lugar en el mes de octubre de 2020 en Montevideo.

Deseamos que este encuentro nacional sea la culminación de un camino que recorramos juntos este año.  El tema del Congreso es: “La Eucaristía: sacrificio de Cristo que salva el mundo”, que se expresa en el lema: "Tomen y coman: mi cuerpo entregado por ustedes".

Desde la entrega de Jesús y su ofrenda, centramos el objetivo que procuramos alcanzar: la renovación de le fe del pueblo de Dios que peregrina en Uruguay, de modo especial en el misterio eucarístico.

La fe cristiana, la fe católica, no son unos sentimientos, ni unas ideas sueltas, sino que es el acceso a la plenitud de la realidad, de la verdad, a Dios mismo, al Padre, por Cristo en el Espíritu Santo. Esta fe que cada uno profesa, la recibe, la proclama y la vive en la fe de la Iglesia Católica.

Por eso, la fe católica, que se formula en distintas afirmaciones, es una. La unidad de la fe se expresa en las oraciones que llamamos “credo”, porque comienzan con la palabra ‘creo’, es decir, afirmo como verdadero, porque Dios lo ha revelado. Los credos  son llamados también ‘símbolo de la fe’, en el sentido que reúnen en un conjunto lo principal de la realidad revelada que creemos.

El Credo llamado apostólico, más breve, es el propio de la liturgia bautismal, y ha de ser mantenido para la profesión de fe de los catecúmenos.

Para ayudar a la renovación de la fe y a su profundización los Obispos del Uruguay decidimos que a partir del Domingo de Pentecostés de 2020, en todas las Misas en que esté señalada la profesión de fe ésta se haga con el Símbolo o Credo Niceno-constantinopolitano.

El empleo permanente del Credo Niceno en la misa tiene varias razones, de las cuales queremos compartir las principales.

1) Este símbolo desarrolla más algunas dimensiones de la realidad de la fe, verdades muy importantes que han de ser conocidas explícitamente y creídas por el Pueblo de Dios, en particular Jesucristo Hijo Eterno del Padre, la divinidad del Espíritu Santo, las notas de la verdadera Iglesia. (1)

2) El Credo Niceno es el propio de la Liturgia Eucarística. Cuando se introdujo el Símbolo en la Misa se realizó por razones pastorales, para afirmar la fe del Pueblo cristiano y fundar en  ello una rica catequesis. Se eligió el Credo Niceno-constantinopolitano por su uso universal de la Iglesia en oriente y occidente, para evitar los errores o las omisiones en el reconocimiento de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, Hijo eterno junto al Padre, y ofrecer una expresión más acabada de la divinidad de Cristo. Hoy en día, nuestro pueblo tiene grandes carencias en el conocimiento de la fe, nos urge una reevangelización fundada en la verdad de Cristo y su obra, de la Santísima Trinidad y su comunicación en la Santa Iglesia.

Creemos que estos ejemplos son suficientes para comprender la finalidad pastoral y evangelizadora de la proclamación del Credo Niceno-constantinopolitano en las misas de los domingos y las solemnidades.

Con la misma intención pastoral, durante los 50 días de la Pascua, procuraremos una renovación  de la fe, siguiendo las afirmaciones de este símbolo.

Esta etapa de nuestro camino común hacia el Congreso Eucarístico culminará con una Solemne Renovación de la Profesión de fe, con el rezo o canto del Credo Niceno-Constantinopolitano a realizarse en cada parroquia del país el Domingo de Pentecostés.

De allí en adelante se rezará este Credo en la Misa, aunque por cierto se puede y se recomienda que ya sea proclamado.

Contamos con la colaboración de todos, sacerdotes, religiosos y religiosas, catequistas, padres de familia, para que sea éste un bello camino de crecimiento de la fe y también para el pequeño esfuerzo de ir memorizando las palabras.

Con el deseo de que este año sea propicio para la renovación de la fe y la profundización en la vida eucarística de nuestra Iglesia, nos ponemos bajo el amparo de María, la Virgen de los Treinta y Tres, que es para nosotros Capitana, para vencer en el combate de la fe, y guía de nuestros pensamientos, palabras y obras.

Los bendecimos de corazón

Los Obispos del Uruguay


(1)
  • La divinidad de Jesucristo es la intención primera del Credo Niceno. Por eso afirma el nacimiento antes de todos los siglos, que es engendrado no creado,  consubstancial – de la misma naturaleza del Padre -, que todo fue hecho por medio de Él. Es bueno notar que es frecuente que haya fieles que al decir Jesús es Hijo de Dios lo entiendan de modo subordinado o aun empezando a existir en la encarnación. Las afirmaciones de Nicea ayudan a un encuentro con el Cristo verdadero Dios y verdadero hombre; así da su real valor a su revelación, su muerte y resurrección.
  • La personalidad y divinidad del Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, con quienes recibe la misma adoración y gloria es parte de lo integrado al Credo constantinopolitano para confesar plenamente a la tercera persona de la Trinidad.
  • La naturaleza de la Iglesia, con sus notas de unicidad, santidad, catolicidad  apostolicidad.
  • También para ayudar a la respuesta agradecida de la fe, este Credo señala la motivación de la obra suprema de Cristo: ‘por nosotros los hombres y  por nuestra salvación’, ‘por nuestra causa’.
CREDO NICENO-CONSTANTINOPOLITANO

Creo en un solo Dios;
Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra,
de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor, Jesucristo,
Hijo único de Dios,
 nacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios de Dios, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
de la misma naturaleza del Padre,
por quien todo fue hecho;
que por nosotros, los hombres,
y por nuestra salvación, bajó del cielo,

y por obra del Espíritu Santo
se encarnó de María, la Virgen,
y se hizo hombre;

y por nuestra causa fue crucificado
en tiempos de Poncio Pilato;
padeció y fue sepultado,

y resucitó al tercer día,  según las Escrituras,
y subió al cielo,
 y está sentado a la derecha del Padre;

y de nuevo vendrá con gloria
para juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo,
Señor y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo,
recibe una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas.

Creo en la Iglesia,
que es una santa, católica y apostólica.

Confieso que hay un solo Bautismo
para el perdón de los pecados.

Espero la resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro. Amén.

lunes, 24 de febrero de 2020

«En nombre de Cristo les pedimos que se reconcilien con Dios» (2 Co 5,20). Mensaje de Francisco para la Cuaresma.


MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA CUARESMA 2020

«En nombre de Cristo les pedimos
que se reconcilien con Dios»
 (2 Co 5,20)


Queridos hermanos y hermanas:

El Señor nos vuelve a conceder este año un tiempo propicio para prepararnos a celebrar con el corazón renovado el gran Misterio de la muerte y resurrección de Jesús, fundamento de la vida cristiana personal y comunitaria. Debemos volver continuamente a este Misterio, con la mente y con el corazón. De hecho, este Misterio no deja de crecer en nosotros en la medida en que nos dejamos involucrar por su dinamismo espiritual y lo abrazamos, respondiendo de modo libre y generoso.

1. El Misterio pascual, fundamento de la conversión

La alegría del cristiano brota de la escucha y de la aceptación de la Buena Noticia de la muerte y resurrección de Jesús: el kerygma. En este se resume el Misterio de un amor «tan real, tan verdadero, tan concreto, que nos ofrece una relación llena de diálogo sincero y fecundo» (Exhort. ap. Christus vivit, 117). Quien cree en este anuncio rechaza la mentira de pensar que somos nosotros quienes damos origen a nuestra vida, mientras que en realidad nace del amor de Dios Padre, de su voluntad de dar la vida en abundancia (cf. Jn 10,10). En cambio, si preferimos escuchar la voz persuasiva del «padre de la mentira» (cf. Jn 8,45) corremos el riesgo de hundirnos en el abismo del sinsentido, experimentando el infierno ya aquí en la tierra, como lamentablemente nos testimonian muchos hechos dramáticos de la experiencia humana personal y colectiva.

Por eso, en esta Cuaresma 2020 quisiera dirigir a todos y cada uno de los cristianos lo que ya escribí a los jóvenes en la Exhortación apostólica Christus vivit: «Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez» (n. 123). La Pascua de Jesús no es un acontecimiento del pasado: por el poder del Espíritu Santo es siempre actual y nos permite mirar y tocar con fe la carne de Cristo en tantas personas que sufren.

2. Urgencia de conversión

Es saludable contemplar más a fondo el Misterio pascual, por el que hemos recibido la misericordia de Dios. La experiencia de la misericordia, efectivamente, es posible sólo en un «cara a cara» con el Señor crucificado y resucitado «que me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20). Un diálogo de corazón a corazón, de amigo a amigo. Por eso la oración es tan importante en el tiempo cuaresmal. Más que un deber, nos muestra la necesidad de corresponder al amor de Dios, que siempre nos precede y nos sostiene. De hecho, el cristiano reza con la conciencia de ser amado sin merecerlo. La oración puede asumir formas distintas, pero lo que verdaderamente cuenta a los ojos de Dios es que penetre dentro de nosotros, hasta llegar a tocar la dureza de nuestro corazón, para convertirlo cada vez más al Señor y a su voluntad.

Así pues, en este tiempo favorable, dejémonos guiar como Israel en el desierto (cf. Os 2,16), a fin de poder escuchar finalmente la voz de nuestro Esposo, para que resuene en nosotros con mayor profundidad y disponibilidad. Cuanto más nos dejemos fascinar por su Palabra, más lograremos experimentar su misericordia gratuita hacia nosotros. No dejemos pasar en vano este tiempo de gracia, con la ilusión presuntuosa de que somos nosotros los que decidimos el tiempo y el modo de nuestra conversión a Él.

3. La apasionada voluntad de Dios de dialogar con sus hijos

El hecho de que el Señor nos ofrezca una vez más un tiempo favorable para nuestra conversión nunca debemos darlo por supuesto. Esta nueva oportunidad debería suscitar en nosotros un sentido de reconocimiento y sacudir nuestra modorra. A pesar de la presencia —a veces dramática— del mal en nuestra vida, al igual que en la vida de la Iglesia y del mundo, este espacio que se nos ofrece para un cambio de rumbo manifiesta la voluntad tenaz de Dios de no interrumpir el diálogo de salvación con nosotros. En Jesús crucificado, a quien «Dios hizo pecado en favor nuestro» (2 Co 5,21), ha llegado esta voluntad hasta el punto de hacer recaer sobre su Hijo todos nuestros pecados, hasta “poner a Dios contra Dios”, como dijo el papa Benedicto XVI (cf. Enc. Deus caritas est, 12). En efecto, Dios ama también a sus enemigos (cf. Mt 5,43-48).

El diálogo que Dios quiere entablar con todo hombre, mediante el Misterio pascual de su Hijo, no es como el que se atribuye a los atenienses, los cuales «no se ocupaban en otra cosa que en decir o en oír la última novedad» (Hch 17,21). Este tipo de charlatanería, dictado por una curiosidad vacía y superficial, caracteriza la mundanidad de todos los tiempos, y en nuestros días puede insinuarse también en un uso engañoso de los medios de comunicación.

4. Una riqueza para compartir, no para acumular sólo para sí mismo

Poner el Misterio pascual en el centro de la vida significa sentir compasión por las llagas de Cristo crucificado presentes en las numerosas víctimas inocentes de las guerras, de los abusos contra la vida tanto del no nacido como del anciano, de las múltiples formas de violencia, de los desastres medioambientales, de la distribución injusta de los bienes de la tierra, de la trata de personas en todas sus formas y de la sed desenfrenada de ganancias, que es una forma de idolatría.

Hoy sigue siendo importante recordar a los hombres y mujeres de buena voluntad que deben compartir sus bienes con los más necesitados mediante la limosna, como forma de participación personal en la construcción de un mundo más justo. Compartir con caridad hace al hombre más humano, mientras que acumular conlleva el riesgo de que se embrutezca, ya que se cierra en su propio egoísmo. Podemos y debemos ir incluso más allá, considerando las dimensiones estructurales de la economía. Por este motivo, en la Cuaresma de 2020, del 26 al 28 de marzo, he convocado en Asís a los jóvenes economistas, empresarios y change-makers, con el objetivo de contribuir a diseñar una economía más justa e inclusiva que la actual. Como ha repetido muchas veces el magisterio de la Iglesia, la política es una forma eminente de caridad (cf. Pío XI, Discurso a la FUCI, 18 diciembre 1927). También lo será el ocuparse de la economía con este mismo espíritu evangélico, que es el espíritu de las Bienaventuranzas.

Invoco la intercesión de la Bienaventurada Virgen María sobre la próxima Cuaresma, para que escuchemos el llamado a dejarnos reconciliar con Dios, fijemos la mirada del corazón en el Misterio pascual y nos convirtamos a un diálogo abierto y sincero con el Señor. De este modo podremos ser lo que Cristo dice de sus discípulos: sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-14).

Roma, junto a San Juan de Letrán, 7 de octubre de 2019
Memoria de Nuestra Señora, la Virgen del Rosario

Francisco

jueves, 20 de febrero de 2020

“Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores” (Mateo 5,38-48). VII Domingo del tiempo durante el año, ciclo A.






  • Amar y ser amado… puede ser que alguien no lo exprese en esas palabras, pero ahí está la aspiración más profunda de un corazón humano, aquella que da plenitud a la vida.
  • Amar sin ser correspondido… algo de lo que es capaz un espíritu romántico, que lleva dentro un poderoso sentimiento que, sin embargo, no encontrará la respuesta soñada.
  • Amar a quien me odia o me ha hecho daño… una locura, una relación patológica, un trastorno, como el síndrome de Estocolmo, que aparece en la persona secuestrada y que consiste en una especie de enamoramiento de sus captores.
Jesús enseña que los dos mandamientos más importantes de la Ley consisten en el amor a Dios y al prójimo. El amor al prójimo se expresa en obras de misericordia. Hay corazones que se cierran al hermano necesitado, pero es difícil no conmoverse ante quien está atravesando una situación totalmente inhumana. El amor se manifiesta cuando no se queda en el sentimiento de compasión, sino que pasa a la acción.

Esta enseñanza de Jesús tiene un importante apoyo en la Palabra de Dios. En el Antiguo Testamento o libro de la Primera Alianza, con frecuencia se menciona el trío de pobres que todos podían encontrar en su camino: el huérfano, la viuda y el extranjero. Insistentemente, los profetas llaman a ayudar a esas personas que están desamparadas. Cuando Jesús habla del amor al prójimo o cuando cuenta la parábola del buen samaritano está dentro de esa corriente.

Este domingo, sin embargo, el Evangelio nos presenta palabras de Jesús aún más exigentes:
Ustedes han oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo» y odiarás a tu enemigo. Pero Yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque Él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
“Amarás a tu prójimo”, como decíamos antes, aparece claramente en la Ley de Dios; dos veces en el libro del Levítico (19,18 y 19,34). En cambio, la expresión que cita Jesús, “odiarás a tu enemigo” no aparece en la Escritura. Posiblemente era algo que enseñaba algún maestro o un dicho popular que Jesús recoge. Lejos del mundo bíblico, La República de Platón, siglo IV antes de Cristo, recoge frases comunes de los griegos de aquel tiempo que iban en ese sentido:
“Es natural que cada cual ame a los que tenga por buenos y odie a los que juzgue perversos”;
la justicia es
“hacer beneficios a los amigos y daño a los enemigos”.
¿Quién era “el enemigo” para los oyentes de Jesús?
En primer lugar, los pueblos con los que tuvieron diferentes conflictos a lo largo de su historia:
  • los egipcios, que los esclavizaron
  • los pueblos vecinos: amalecitas, amonitas, filisteos, moabitas. Eran pueblos que adoraban a otros dioses y representaban una doble amenaza para el Pueblo de Dios: contagiarlos de sus creencias y costumbres opuestas a los de los israelitas y, por otro lado, la lucha por la posesión de la tierra.
  • los sucesivos imperios que fueron conquistando su territorio: asirios, persas, griegos seléucidas, romanos…
La suerte de los israelitas en los enfrentamientos con sus enemigos iba en relación con su fidelidad a la alianza con Dios. Cada vez que abandonaban a Dios, eran derrotados.

En segundo lugar, estaba el enemigo de adentro, el enemigo “íntimo”. Como sucede en cualquier sociedad, a veces surgía la enemistad entre vecinos y aún entre parientes. Algunos salmos son testigos de eso:
Señor, muchos son mis enemigos (…) Pero tú eres mi escudo protector… (Salmo 3)
A veces se trata de falsos amigos, que se dieron vuelta:
“Los traté como si fueran mis hermanos;
 compartí su dolor como por un amigo o un hermano (…)
Pero cuando me vi en dificultades,
se juntaron en mi contra y trataron de destrozarme. (Salmo 35,14-15)
“No permitas que estos enemigos mentirosos sigan burlándose de mí.” (Salmo 35,19)
El rey Saúl tuvo envidia del joven David e intentó varias veces matarlo. Lo persiguió obligándolo a andar permanentemente huyendo y escondiéndose. (1 Samuel 18:1-30; 19:1-18)

Sin embargo, Dios no justifica la venganza. Precisamente, la primera vez que aparece el mandamiento del amor al prójimo dice así:
'No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Levítico 19,18)
El mismo David tuvo en sus manos la posibilidad de matar a Saúl, que quedó totalmente indefenso ante él, y le perdonó la vida (1 Samuel 24).

Tampoco hay que entender que todo extranjero era considerado enemigo por el hecho de serlo. La segunda mención del amor al prójimo en la Biblia refiere directamente al extranjero:
Cuando un extranjero resida con ustedes en su tierra, no lo maltratarán. El extranjero que resida con ustedes les será como uno nacido entre ustedes, y lo amarás como a ti mismo, porque ustedes fueron extranjeros en la tierra de Egipto. (Levítico 19,33-34)
Jesús culmina sus palabras diciendo:
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.
Jesús está en el empeño de llevar la Ley de Dios a su plenitud. Y su plenitud está en el amor. Los intentos de detener el mal con el mal, la agresión con más agresión, solo han engendrado una creciente espiral de violencia.

Amar al enemigo no significa que lo introduzcamos entre nuestros amigos íntimos. El amor al enemigo comienza por reconocerlo como humano, como alguien que tiene seres queridos, que tiene, como nosotros, un profundo deseo de felicidad. Es alguien que fue también creado por el Padre Dios; creado para la vida plena. El mal que haya podido hacer y los errores de su pensamiento no borran su dignidad de persona. El diálogo, el reencuentro, la reconciliación son posibles en la medida en que los adversarios puedan reconocerse unos a otros en su común dignidad de seres humanos.

Amigas y amigos, muchas veces nos cerramos a la posibilidad del perdón. El Padre Dios está siempre dispuesto a perdonarnos y a darnos una nueva posibilidad de vivir en amistad con Él. Jesús nos llama a hacer nuestros esos sentimientos de Dios Padre en nuestra relación con los demás. Esto solo será posible si lo recibimos como un don de Dios, que nos llegará a través de la oración, la meditación de la Palabra y el encuentro con Jesús en el sacramento de la Reconciliación y en la Eucaristía.
Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

miércoles, 12 de febrero de 2020

“No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mateo 5,17-37) VI Domingo durante el año, ciclo A






“Hacer las cosas por cumplir” es una expresión que usamos, a veces, para decir que algo no se hizo bien o que se hizo lo menos posible. Terminar un trabajo “por cumplir” puede dejar una sensación de liberación… pero no da la satisfacción de quien ha realizado algo que ha valido la pena.
Visitar a alguien “por cumplir” puede hasta hacerse desagradable… se habla, pero no se dice nada, nada que importe. Se sale con sensación de vacío.
Muchas veces “hacemos por cumplir” aquellas cosas a las que estamos obligados. No tenemos más remedio. Hay leyes que cumplimos con ese espíritu. Lo hacemos porque no queremos sufrir las consecuencias, pero no porque nos convenzan. A veces, se busca establecer exactamente qué es lo mínimo para cumplir la ley, pero ni un poquito más allá.

Hay personas, en cambio, que son sumamente escrupulosas. Para ellas cumplir significa hacer todo lo que hay que hacer, con sumo cuidado, sin olvidar ningún detalle.

En algún programa anterior hicimos referencia a los numerosos preceptos que se encuentran en la Biblia, en hebreo los mitzvot. Incluyendo los diez mandamientos, que tienen claramente un lugar central, hay 613 preceptos distribuidos en el Pentateuco, es decir, los cinco primeros libros de la Biblia.
En tiempos de Jesús, los rabinos o maestros judíos estudiaban con especial atención cada uno de los mitzvá, sobre todo para orientar a las personas que querían cumplir la Ley de Dios. Los integrantes del movimiento de los Fariseos se caracterizaban por su intención de cumplir con muchísimo cuidado cada uno de esos preceptos, sin olvidar el más pequeño. Para ellos, cumplir los mitzvot les valía estar justificados ante Dios. Se consideraban así hombres justos, hombres que viven en la justicia de Dios.

Muchas veces Jesús se enfrentó a los fariseos. Ellos acusaban a Jesús por no cumplir varios preceptos: él y sus discípulos no respetaban normas de pureza (que hoy serían simples reglas de higiene, como lavarse las manos); pero, sobre todo, le reprochaban no respetar el sábado, haciendo curaciones y milagros en el sagrado día de Reposo.

Jesús llamó a los fariseos “guías ciegos”. Una expresión muy dura, porque ellos pretendían ser modelos para los hombres de su tiempo y, como lo reconoció Jesús, recorrían “mar y tierra para hacer un prosélito” (Mateo 23,15) es decir, para convencer a alguien de unirse a su grupo y hacer lo mismo que ellos.

Todo esto lo debemos tener como telón de fondo para escuchar el evangelio del próximo domingo. Jesús comienza diciendo:
No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: Yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.
Les aseguro que no quedarán ni una i ni una coma de la Ley sin cumplirse, antes que desaparezcan el cielo y la tierra.
El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.
Estas palabras de Jesús parecen estar en sintonía con lo que enseñaban los fariseos: cumplir los mandamientos, hasta el más pequeño y enseñar a otros a hacer lo mismo.
Sin embargo, ningún fariseo se atrevería siquiera a plantearse la posibilidad de que alguien venga a abolir la Ley, por más que después diga que ha venido a darle cumplimiento. Cuando Jesús dice “yo no he venido a abolir la ley” está manifestando una autoridad que no tiene un simple maestro. Para quienes todavía no reconocen en él al Mesías, al Hijo de Dios, esas palabras son inadmisibles.

Jesús se distancia rápidamente de los fariseos. Su discurso continúa así:
Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.
Desde su bautismo, en el que Jesús dijo “es conveniente que cumplamos toda justicia”, la justicia y su cumplimiento aparecen como eje del programa de Jesús.
El cumplimiento del que habla Jesús al decir “no he venido a abolir la Ley sino a llevarla a su cumplimiento” no es un “hacer los cosas por cumplir” o “por obligación”. Se trata no solamente de cumplir con todo cuidado la letra de la Ley, sino también de cumplir su espíritu.
A veces, cuando se discuten las leyes de un Estado, alguien busca indagar qué es lo que estaba en la mente, en la intención de los legisladores, para asegurar una mayor fidelidad a la ley. Cuando se trata de la Ley de Dios, el legislador es Dios mismo. Jesús, Hijo de Dios, viene a manifestar la voluntad de su Padre, para que la Ley alcance su verdadero cumplimiento.

Para explicar esto de forma práctica, Jesús pone varios ejemplos.
Lo hace a partir de tres de los diez mandamientos y agrega también algunos consejos para practicar la verdadera justicia de Dios.
Los tres mandamientos que toma Jesús son:
-    No matarás (Éxodo 20,13)
-    No cometerás adulterio (Éxodo 20,14)
-    No tomarás en falso el nombre de Yahveh tu Dios (Éxodo 20,7)
Al que Jesús alude cuando dice:
-    «No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor».
Jesús señala que esos tres mandamientos muchas veces son obedecidos en la letra; pero su cumplimiento va mucho más allá.
El va introduciendo cada uno de esos mandamientos con la expresión
“Ustedes han oído que se dijo a los antepasados:”
Pero después de recordar cada mandamiento, agrega:
“Pero Yo les digo”
Entonces… No basta con no haber matado a nadie: hay que sacarse del corazón todo rencor, todo deseo de muerte, toda ira contra el hermano… el mismo hecho de insultar al otro equivale a matarlo.
No basta con no cometer adulterio físicamente: la infidelidad comienza en el corazón, se expresa en la mirada:
El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón.
Hoy Jesús nos diría que las relaciones virtuales, a través de una pantalla, con personas desconocidas… ya son infidelidad.
Con respecto a los juramentos, Jesús dice:
no juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies (…) Cuando ustedes digan «sí», que sea sí, y cuando digan «no», que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno.
Amigas y amigos: en este mismo evangelio de Mateo, Jesús nos dice “mi yugo es suave y mi carga liviana” (11,30). Al llamarnos a entrar en el espíritu de la Ley Él no quiere abrumarnos sino conducirnos en la Voluntad del Padre, donde encontramos la plenitud de la vida.
Animémonos a buscar cada día el camino de Jesús para encontrar nuestra paz y poder llevarla a los demás.
Gracias por su atención, que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

miércoles, 5 de febrero de 2020

Sal de la tierra, luz del mundo (Mateo 5,13-16). V Domingo del Tiempo durante el año.






Según la Organización Mundial de la Salud, las enfermedades cardiovasculares son una de las principales causas de muerte en el mundo. También en el Uruguay. En esas enfermedades, la hipertensión arterial es un importante factor de riesgo. El menor consumo de sodio reduce significativamente la tensión arterial en los adultos. El sodio no solo se encuentra en la sal de mesa, cloruro de sodio, sino también en gran variedad de alimentos naturales y, en cantidades mucho mayores, en los alimentos procesados. El retiro de la sal y los condimentos salados de la mesa de los restaurantes y las etiquetas que advierten sobre el exceso de sodio en los alimentos buscan hacer más saludable nuestra vida. Se trata de no exceder los 5 gramos diarios de sodio.

La sal común es hoy considerada un enemigo del hombre, pero conoció épocas gloriosas… fue tan valiosa que llegó a utilizarse como forma de pago y así quedó en la palabra latina salarium, de donde deriva la nuestra: salario. Su valor no era solo dar sabor, sino también su utilidad en la conservación de alimentos. Uruguay tuvo saladeros de carne, que fueron sustituidos por los frigoríficos, que hicieron posible la conservación y el transporte en frío.
“Ustedes son la sal de la tierra”
dice hoy Jesús a sus discípulos. Una pequeña cantidad de sal realza el sabor. El exceso no solo es dañino para la salud, sino que mata el sabor propio de cada alimento, al punto que ya no es posible reconocerlo. La misión de los discípulos de Jesús es, como la sal, dar sabor, un particular sabor a la vida.
Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres, 
continúa diciendo Jesús. La sal no pierde su sabor, pero es el sabor lo que le da valor. Si lo perdiera, ya no serviría para nada.

¿Cuál es el sabor que aportan los discípulos a la tierra?
Hace muchos años, en Francia, un grupo de universitarios, entre los que se encontraba una uruguaya, visitó el monasterio trapense de Nuestra Señora de las Nieves, en Ardèche. El monje que los recibió les presentó la rutina diaria de la comunidad, con sus tiempos de oración, trabajo, comidas y descanso. Todo cuidadosamente pautado. Mientras los jóvenes intentaban imaginar esas jornadas aparentemente tediosas, tan diferentes a las suyas, el monje los sorprendió diciendo: “Aquí no hay un día igual al otro. Yo nunca me aburro. No dejo de sorprenderme cada mañana”. En aquella vida que parecía rutinaria e insípida, él sabía encontrar cada día lo extraordinario, descubrir los signos de Dios que llaman a la gratitud, a la conversión o simplemente a la alabanza. Su vida estaba llena de sabor y su testimonio fue la pizca de sal que alegró la jornada de aquellos estudiantes.

Una pizca, un poquito… algo parecido decía sobre el testimonio una voluntaria de Pastoral de la salud que visitaba frecuentemente un hospital. “La fe la llevo como un perfume -decía-. Si una se perfuma demasiado, el olor es invasivo y provoca rechazo. En cambio, si una se pone la cantidad justa, el aroma llega suavemente y otra mujer te pregunta “¿qué estás usando?”. Puede ser que la imagen sea femenina, pero no olvidemos que san Pablo le decía a los Corintios
“somos el buen olor de Cristo” (2 Corintios 2,15).
La luz que brilla en las tinieblas es un tema recurrente en la Palabra de Dios. De hecho, la luz aparece al comienzo mismo del relato de la creación del mundo, en los primeros versículos de la Biblia:
En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas. Dijo Dios:
«Haya luz», y hubo luz. (Génesis 1,1-3)
La Pascua de Israel, la intervención liberadora de Dios que ocurrió en la noche, es celebrada en luna llena, que brilla en la oscuridad. Dice el salmo:
«Toquen la trompeta por la luna nueva, por la luna llena, que es nuestra fiesta» (Salmo 80, 4).
Dios mismo es anunciado como luz:
Dios es luz, y no hay tinieblas en él. (1 Juan 1,5)
Jesús se manifestó a sus discípulos diciendo:
Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas,
sino que tendrá la luz de la vida. (Juan 8,12)
Por eso impresiona que Él nos diga ahora
Ustedes son la luz del mundo.
Los discípulos estamos llamados a ser en este mundo la luz de Cristo. ¿Cómo podemos hacer esto?
Jesús sigue explicándose, con dos imágenes muy distintas: la ciudad y la lámpara.
No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa.
Para los oyentes de Jesús, la ciudad construida sobre el monte fácilmente se identifica con Jerusalén. Dice el salmo:
Grande es el Señor y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios,
su monte santo, altura hermosa, alegría de toda la tierra: (Salmo 48,2-3)
La iglesia, la comunidad de los discípulos de Jesús, es la Nueva Jerusalén.
Allí donde hay una comunidad, por pequeña que sea, está la Iglesia, puesta (y expuesta) a la vista de todos.
Los miembros de un grupo, de una comunidad eclesial de base, de un movimiento, de una capilla, de una parroquia, de una diócesis, tenemos que preguntarnos ¿cómo puede mi comunidad ser luz?
No se trata de brillar en forma vacía, por apariencias exteriores (Jesús es muy duro con los que hacen las cosas “para ser vistos”) sino ser una comunidad que irradie luz por la forma en que vive y celebra su fe. Una comunidad que recibe y sale al encuentro, una comunidad atenta y solidaria con lo que sucede entre sus miembros y en el mundo al que ha sido enviada.

La imagen de la lámpara que se pone en el candelero, una imagen hogareña, nos sugiere otra forma u otro espacio para ser luz: en nuestra vida personal, en nuestras relaciones humanas. La comunidad no puede iluminar si, en su vida cotidiana, sus miembros ocultan la luz que han recibido. Jesús concluye:
Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.
En esas obras brilla la luz. La primera lectura, del profeta Isaías, es orientadora:
si ofreces tu pan al hambriento
y sacias al que vive en la penuria,
tu luz se alzará en las tinieblas
y tu oscuridad será como el mediodía.
Amigas y amigos, todos podemos ser sal y luz de la tierra, a partir de nuestro encuentro con Jesús, Luz del Mundo. Dejémoslo entrar en nuestra vida. Busquémoslo en el Evangelio, en los sacramentos, en la comunidad.
Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

Ver también el comentario publicado en 2007 (ciclo A)
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