domingo, 29 de noviembre de 2020

Misa - Primer Domingo de Adviento

 

Celebrada en la capilla San Juan Bautista, Obra Social Salesiana Picapiedras, Parroquia Santo Domingo Savio y San Carlos Borromeo, Melo.

Homilía

29 de noviembre. Se termina el penúltimo mes del año y este año 2020, este tan particular 2020, está ya cerca de su final. Se va a completar así la quinta parte del siglo; se van a cumplir los primeros 20 años de este siglo XXI. 

Hace ya mucho tiempo que la humanidad viene haciendo una vida cada vez más acelerada.
El desarrollo de los medios de comunicación y de transporte fue acortando los tiempos para que llegara a su destino un viajero o un mensaje… En tiempos de la diligencia, cuando la posta del Chuy era lo que es hoy la terminal de Melo, el viaje de Montevideo a nuestra ciudad podía durar más de doce horas; pero la diligencia era mucho más rápida que la carreta. Luego, el tren y después el ómnibus fueron acortando esos tiempos.
En cuanto a los mensajes, hoy que el teléfono es un artículo en la cartera de la dama y en el bolsillo del caballero, pronto a establecer una comunicación inmediata con cualquier lugar del planeta, es extraño recordar aquella época en que se pedía a la telefonista una comunicación a otra ciudad, una llamada de “larga distancia” y nos daban dos horas de demora, tiempo que se reducía a la mitad si se pedía “urgente”.
Sí, la vida de la humanidad se ha acelerado y eso hace que nos cueste esperar. ¿Por qué hay que esperar? ¿Por qué no lo podemos tener o no lo podemos hacer ya, ahora?

Un santo filósofo de la antigüedad, san Severino Boecio, enseña que la vida eterna es la posesión total, simultánea y perfecta de una vida interminable. Dicho de otra forma, tener todo, absolutamente todo, simultáneamente. Completamente, sin que falte nada… La aceleración de la vida nos hace vivir la ilusión de que todo es posible… y, sin embargo, no tardamos en encontrarnos con los límites. No todo está a nuestro alcance. Algunas cosas serán siempre inalcanzables; otras podrán llegar, pero solo con esfuerzo y paciencia…
La pandemia nos ha recordado a los seres humanos que vivimos en el tiempo, no en el instante de la eternidad. Que no podemos tener lo que queremos sin esperar. Si hemos olvidado lo que es esperar, tenemos que aprender a esperar. Aprender a esperar sin desesperación ni desesperanza: aprender a esperar con esperanza.

De eso se trata el adviento, este tiempo con el comenzamos un nuevo año litúrgico.
El domingo pasado, con la solemnidad de Cristo Rey, cerramos un ciclo.
Hoy, con el primer domingo de Adviento, abrimos uno nuevo.
En el evangelio, Jesús nos hace ver que la espera no es una actitud pasiva. Es una actitud vigilante. Es una preparación para recibir al que viene, al que va a llegar.
Jesús compara esa espera con la de los servidores que están en expectativa por el regreso de su señor.
El día y la hora del regreso no están marcados, pero cada uno tiene una tarea. No se quedan esperando sentados, porque cada uno tiene algo para hacer. No algo para entretenerse, sino algo importante que tienen que cumplir.

Con esta parábola, Jesús anuncia su segunda venida.
Es la segunda, porque la primera fue su encarnación en el seno de María y su nacimiento en Belén. El Hijo de Dios vivió, hecho hombre, entre nosotros y, luego de su muerte y resurrección volvió junto al Padre.  Como decimos en el credo de nuestra fe: “de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin”.
Entre la primera venida y esa segunda, que significará el final de los tiempos, Jesucristo sigue viniendo a nosotros.
Estamos invitados a reconocerlo “en cada persona y en cada acontecimiento”.
Eso sólo es posible si estamos atentos.
¿Cómo reconocer a Jesús? Lo estamos esperando… pero ¿si viene y no lo reconocemos?

Es curioso, pero no siempre vemos lo que está delante de nuestros ojos. O, por lo menos, no vemos todo lo que está ante nuestra vista. Nuestro cerebro selecciona lo que nos interesa. Se focaliza en lo que nos gusta ver, en lo que queremos ver. En estos tiempos de mascarilla, hay personas que reconocemos fácilmente, a pesar de que parte de su cara esté cubierta… son aquellas que conocemos bien. En cambio, nuestra mirada no se detiene en personas que no conocemos o que nos resultan indiferentes.

De la misma forma actúa nuestro corazón. Algunas personas y algunos acontecimientos llaman nuestra atención; otros no… entonces ¿hacia dónde se mueve nuestro corazón?
¿Nos dejamos atraer por el ruido del mundo, por el entretenimiento superficial? ¿Nos dejamos envolver por el brillo aparente, que solo esconde el vacío?
Si queremos reconocer a Jesús que viene en cada persona y en cada acontecimiento… ¿dónde tenemos que poner nuestra mirada? ¿hacia qué o hacia quienes se orienta nuestro corazón?

El domingo pasado, en la parábola del juicio final, Jesús nos decía: “lo que ustedes hicieron con cada uno de mis pequeños hermanos ustedes lo hicieron conmigo”.
Ahí tenemos una pista importante… la pregunta es ¿está nuestra mirada y nuestro corazón atento a los hermanitos de Jesús?
¿Quiénes son esos hermanos de Jesús con los que me cruzo cada día? ¿Quiénes son los más frágiles, los más vulnerables, los más necesitados? ¿quiénes son los que más están sufriendo en esta pandemia? ¿cómo puedo ayudarlos?
A eso nos invita este tiempo de Adviento.

Vivir este encuentro con Jesús nos prepara para la celebración de la Navidad.
Allí vamos a hacer memoria del que nació en un pesebre, en un lugar donde se guardaban los animales.
No podemos pretender adorar al Dios que se hizo hombre naciendo de manera tan humilde, si no lo hemos reconocido y ayudado en los humildes de nuestro tiempo.

En la primera lectura, Isaías nos dice que Dios sale al encuentro de los que practican la justicia y se acuerdan de sus caminos.

La nueva encíclica del papa Francisco, Fratelli tutti, puede servirnos como manual para recorrer el adviento practicando la justicia y recordando los caminos de Dios. Francisco nos invita, en el espíritu del evangelio, a construir una humanidad más fraterna, en la que haya pan, trabajo y techo para todos; en la que nadie sufra discriminaciones por ningún motivo. Esa humanidad es la que Dios quiere y nos pide que colaboremos en realizarla. ¿Seremos capaces de actuar?

San Pablo, en la segunda lectura, nos dice que Dios nos ha enriquecido con toda clase de dones, en la palabra y en el conocimiento. Estos tiempos que transitamos necesitan palabras positivas, palabras de reconciliación. Palabras que unan y no palabras que dividan. Palabras que traigan paz y serenidad, frente a los arranques de ira. Palabras de consuelo, de aliento y esperanza…

Dios nos ha dado a conocer su amor, nos ha hecho saber que todos somos sus hijas e hijos, que todos somos hermanos y hermanas y que quiere que toda la humanidad llegue a compartir su vida, su vida divina, para siempre.
Al don del conocimiento, al don de la palabra, pidamos que se agregue el don de hacer: cuidar unos de otros, cuidar la tierra que nos da alimento, cuidar, sobre todo, de los más necesitados. Esos son los caminos de Dios de los que nos habla Isaías.

Ese es el camino que estamos llamados a recorrer en este Adviento: hoy y siempre. Que así sea.

viernes, 27 de noviembre de 2020

¡Estén prevenidos! (Marcos 13,33-37). Primer domingo de Adviento.

“El tiempo que va pasando”


“El tiempo que va pasando / como la vida no vuelve más…”
Tal vez los más jóvenes no reconozcan esos versos, pero la gente de mi generación recordará haberlos cantado, porque hacen parte de “Zamba de mi esperanza”, pieza obligada para quienes se iban iniciando en el canto y acompañamiento con guitarra.

Esa experiencia del tiempo que pasa, inevitablemente, corresponde a lo que los griegos expresaban con la palabra “chronos”, que era, además, el nombre del dios que personificaba el tiempo. La compañera de Chronos era Ananké, a su vez, personificación de lo inevitable.
Del griego cronos nos vienen palabras como cronológico, crónica y cronista, que hacen referencia al orden de los acontecimientos en el tiempo, el relato de eventos históricos o de actualidad y a la persona que reúne y narra esos sucesos.

Los griegos, sin embargo, tenían otra palabra con la que se nombraba el tiempo, pero con un sentido distinto. Esa palabra era “kairós” y designaba un momento especialmente oportuno y favorable, un regalo de los dioses que el hombre debía aprovechar.

Kairós: tiempo de salvación


Para el pueblo israelita, el pueblo de la primera Alianza y para la fe cristiana, el tiempo tiene un significado distinto. No es solo una sucesión de eventos, sino que está pautado por el encuentro entre Dios que se revela y el hombre que peregrina en la historia. El tiempo bíblico es tiempo de Dios, es historia de salvación.

Cuando el libro de la primera alianza o antiguo testamento fue traducido al griego, los traductores encontraron interesante la palabra kairós y su significado y la emplearon repetidamente para expresar el tiempo de salvación. En los escritos del nuevo testamento, “kairós” se volvió recurrente.

Una gran parte de los libros de la Biblia son históricos. Hay, inclusive, un libro que se llama “Crónicas”. Pero ninguno de esos libros es propiamente una crónica, aunque nos relaten una sucesión de eventos, porque siempre está detrás la fe de una comunidad que interpreta los acontecimientos con la luz del Espíritu Santo, descubriendo en ellos la manifestación de Dios, Señor del tiempo:

Porque mil años delante de tus ojos
Son como el día de ayer, que pasó,
Y como una de las vigilias de la noche. (Salmo 90,4)
A veces se piensa en el profeta como alguien que predice el futuro. No es así. El profeta contempla los acontecimientos pasados y presentes, así como los que anuncia para el futuro, interpretándolos a la luz de Dios. El profeta señala el kairós, el tiempo favorable, el tiempo en el que Dios ofrece al hombre, de un modo especial, su amor y su misericordia.

La plenitud de los tiempos

Con el recuerdo siempre renovado de las distintas intervenciones de Dios en la historia de la salvación, se fue formando la expectativa de una intervención grandiosa de Dios en la historia de los hombres. El Pueblo de Dios esperaba la llegada del Mesías, que se impondría sobre las fuerzas del mal e instauraría el Reino de Dios. Esa era la gran expectativa en tiempos de Jesús, expresada en los últimos escritos del Antiguo Testamento y en las creencias de diferentes movimientos religiosos dentro del judaísmo que se preparaban para ese acontecimiento final.

El cristianismo trae una gran novedad: finalmente, el tiempo se ha cumplido y el gran acontecimiento es la encarnación del Hijo de Dios:

al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (Gálatas 4,4)
Ese acontecimiento inicia un nuevo kairós, el kairós definitivo. El misterio pascual de Cristo es la hora decisiva de ese tiempo.
En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos (Romanos 5,6)
Desde su encarnación hasta su resurrección, toda la vida de Jesús es acontecimiento de salvación. Todo eso hace parte de su primera venida, de su venida “en la carne”, como recuerda el primer prefacio de este tiempo de adviento:
Él vino por primera vez en la humildad de nuestra carne,
para realizar el plan de redención trazado desde antiguo,
y nos abrió el camino de la salvación;
La primera venida nos pone en tensión hacia la segunda, tal como continúa diciendo el mismo prefacio:
para que, cuando venga por segunda vez
en el esplendor de su grandeza,
podamos recibir los bienes prometidos
que ahora aguardamos en vigilante espera.

Tiempo de Adviento

Este domingo iniciamos un nuevo año litúrgico. El año litúrgico, en la Iglesia Católica, es el ciclo anual en el que celebramos el misterio de Cristo, es decir la obra salvadora del Hijo de Dios. Está dividido en cinco tiempos, que abarcan varias semanas cada uno: Adviento y Navidad, Cuaresma y Pascua. El tiempo ordinario o tiempo durante el año se distribuye en el resto del calendario. Cada tiempo tiene sus acentos, su fuerza. Como decíamos hace poco los obispos uruguayos, “siempre es tiempo de Dios”, pero en cada tiempo el llamado de Dios se presenta en forma distinta, tocando las diferentes circunstancias de nuestra vida.

En el año litúrgico el domingo tiene un lugar principal. Es el día de la resurrección, el primer día de la semana (aunque se viva como el último, con la expresión “fin de semana”). Cada domingo leemos la Palabra de Dios organizada en tres ciclos: el A, con el evangelio de Mateo, el B, con el de Marcos y el C, con el de Lucas. El evangelio según san Juan se distribuye dentro de los tres ciclos. Con el Adviento de este año comenzamos el ciclo B, de modo que Marcos será nuestro guía para la celebración del Misterio de Cristo.

Adviento significa “venida”. ¿A qué venida se refiere? A veces, de manera un poco rápida, se define el Adviento como el tiempo de preparación a la Navidad, celebración de la primera venida de Cristo. No es exactamente así. El Adviento tiene dos partes bien definidas. La primera nos invita a poner la mirada en la segunda venida de Cristo. La otra parte, desde el día 17 de diciembre, nos encamina hacia la Navidad.

Vayamos ahora a este primer domingo de Adviento, donde aparece claramente la orientación hacia la segunda venida de Cristo.

Marcos 13: discurso escatológico

El evangelio que escuchamos este domingo es el final del capítulo 13 de san Marcos. Antes de entrar en nuestra lectura de hoy, veamos de qué trata este capítulo. Marcos 13 es conocido como el “discurso escatológico”. Escatológico viene del griego ἔσχᾰτος (éschatos) que significa último y λόγος (logos): ‘estudio’. La escatología es el tratado sobre las cosas últimas, tanto las que se refieren al destino final del universo y de la totalidad de la humanidad, como al estado de cada persona humana después de la muerte.

El discurso está puesto en boca de Jesús, aunque no es seguro que allí esté recogida directamente una enseñanza del maestro, sino, más bien, la reflexión de la comunidad a la que está vinculado Marcos. Tiene muchos parecidos con la literatura del judaísmo de la época, muy marcada por la espera del Mesías y del juicio de las naciones. Sin embargo, forma parte del Evangelio y, por lo tanto, se reconoce en el discurso la inspiración del Espíritu Santo, en respuesta a nuevas situaciones y a momentos críticos de la comunidad, al parecer en tiempos del emperador Calígula (años 37-41). Los judíos habían derribado un altar pagano en Yamnia, y el emperador mandó hacer en el templo de Jerusalén un altar a Zeus, lo que constituye una terrible profanación del lugar sagrado. Había todavía comunidades cristianas que permanecían vinculadas al judaísmo y al templo, por lo que estos hechos las afectaban también.

El capítulo 13 comienza con el comentario lleno de admiración por el templo de parte de uno de los discípulos. A ese comentario Jesús responde drásticamente:

No quedará piedra sobre piedra (13,2)
Pedro y Andrés, Santiago y Juan, es decir, los primeros cuatro discípulos, interrogan a Jesús aparte de los demás:
«Dinos cuándo sucederá eso, y cuál será la señal de que todas estas cosas están para cumplirse». (13,4)
Jesús da una serie de advertencias sobre falsas presencias suyas y de señales que no serán definitivas, tales como guerras, terremotos y hambre…
Las situaciones críticas -como la pandemia que estamos atravesando- se prestan a interpretaciones religiosas extremas de parte de grupos sectarios o dan origen a la formación de esas sectas. El discurso busca alejar el interés por los aspectos llamativos y centrar la atención de los discípulos sobre lo más importante.
Les anuncia que sufrirán persecuciones, pero también que
es preciso que antes sea proclamada la Buena Nueva a todas las naciones (13,10)
Anuncia otros signos, más inminentes, pero, nuevamente, advierte sobre la presencia de falsos cristos y falsos profetas y, entonces, finalmente:
verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria (13,26)
Ése es, propiamente, el anuncio de la segunda venida de Jesús. Pero…
de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre. (13,32)
Al negarse a dar a conocer el día y la hora, el discurso escatológico previene la acción de quienes buscan atemorizar a la gente y manipularla.
El miedo no es lo que debe ocupar el corazón de los discípulos, sino la actitud de vigilancia, la preparación. Precisamente, porque nadie conoce el día y la hora, viene al caso la parábola con la que Jesús nos invita a estar atentos, en vigilia, prevenidos.

“¡Estén prevenidos!”

“¡Estén prevenidos!”: tres veces repite Jesús esa advertencia, en relación con su segunda venida. Lo hace por medio de una parábola que dirige a los cuatro discípulos, pero que, al final, extiende como mandato a todos:

«Tengan cuidado y estén prevenidos, porque no saben cuándo llegará el momento. Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela.
Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos.
Y esto que les digo a ustedes, lo digo a todos: ¡Estén prevenidos!». (Marcos 13,33-37)
La espera no es pasiva. Tampoco se trata de ocuparse de algo como para entretenerse o “matar el tiempo”. El Señor “asigna a cada uno su tarea”. Recordemos la parábola de los talentos, que comentamos hace poco. Todo lo que somos y tenemos lo debemos a Dios y a Él debemos rendir cuentas. Estar prevenido es tener esa conciencia. En cambio, está dormido el que vive ajeno a Dios, en una falsa autosuficiencia, como si todo dependiera únicamente de él mismo.
“Recuerde el alma dormida / avive el seso y despierte…”,
escribía el caballero Jorge Manrique a la muerte de su padre, a fines del siglo XV. Son palabras que Manrique dirige a sus lectores, pero, ante todo, se dirige a sí mismo, porque la muerte de su padre lo ha despertado de su inconsciencia y lo ha sacado de su vida superficial. Sus coplas pueden ser un buen manual para el adviento.

En tiempos de Jesús, la noche estaba dividida en tramos de tres horas cada uno, tal como los menciona la parábola: el atardecer, la media noche, el canto del gallo y el inicio de la mañana. Así se establecían los turnos de guardia. Hacer una guardia supone despertarse y disponerse a estar en vela hasta que llegue el relevo. Jesús pide a sus discípulos tener esa misma actitud con su vida, vigilar su propio corazón para que se mantenga fiel al Señor, en su puesto y en su tarea.

Tenemos que esperar la segunda venida de Cristo en su doble dimensión: la que nos toca directamente a cada uno, en el encuentro personal al término de nuestra vida y la que vivirá la humanidad al final de los tiempos. Esperar en la confianza de que este mundo creado y redimido por Dios no se quedará en el vacío ni prisionero de un tiempo interminable, pero sin alcanzar la plenitud de la eternidad. Dios, por Jesucristo, consumará la historia como solo Él sabe hacerlo y no como los poderosos de este mundo, que navegan en el tiempo que no vuelve más.
La esperanza cristiana que nos trae el Adviento es esta: todo acabará bien, en las manos de Dios.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Nuevamente les invito a colaborar en las canastas que estamos preparando para entregar en Navidad a algunas familias de nuestra diócesis. Pueden ver los detalles al pie de este vídeo. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana, si Dios quiere.

domingo, 22 de noviembre de 2020

Misa - Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo

 

Celebrada en la capilla Santa Teresita, perteneciente a la parroquia Catedral, en la ciudad de Melo.

Homilía

Celebramos este domingo la solemnidad de nuestro Señor Jesucristo, rey del universo. Con ella se cierra el año litúrgico. El próximo domingo estaremos iniciando un nuevo ciclo, con el primer domingo del tiempo de Adviento.

El título de esta fiesta señala algo grande… es una solemnidad, es decir, una Misa que se marca con algunas características especiales, aunque en esta transmisión mantenemos la sencillez con que venimos haciendo estas celebraciones.

El pasaje del evangelio de san Mateo que hemos escuchado tiene también un comienzo impresionante:

“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia”.

El “Hijo del hombre” es ese título que ha tomado Jesús, de una antigua profecía que se cumple en Él.

Se habla de su venida en la gloria. Es el Señor resucitado, que sigue siendo hombre verdadero, pero ya no es aquel que algunos testigos vieron en la cruz, tan desfigurado que ya no parecía un ser humano… ahora está en su cuerpo glorificado y aparece su otra realidad. Él, hombre verdadero, es también verdadero Dios.

Dice también el evangelio que viene rodeado de “todos los ángeles”. No de algunos ángeles: de todos, de toda esa corte celestial que está en la presencia de Dios.

Se anuncia que “se sentará en su trono glorioso”. El trono que le corresponde como rey; pero no cualquier rey, sino el único rey de todo el universo.

Y esta presentación termina diciendo “todas las naciones serán reunidas en su presencia”. Esto es, toda la humanidad, delante del hijo de Dios, para el juicio final.
Muchos artistas han imaginado este cuadro imponente y lo han plasmado en lo mejor de su arte. Pero nadie puede representar aquello que el ojo humano no vio y, entonces, nos quedamos cortos para expresar en lenguaje humano -el arte es también un lenguaje- la realidad de Dios.

No está mal que pensemos en la enorme distancia que hay entre Dios y el hombre. Un abismo. Sin embargo, el Hijo de Dios, el enviado del Padre, quiso cruzar ese abismo y hacerse uno de los nuestros. Y eso tiene para nosotros muchas consecuencias como vamos a ver al meditar esta parábola del juicio de las naciones.

Lo primero que podemos observar es que ése que está sentado en su trono glorioso, ese rey tan poderoso, nos dice que pasó hambre, que tuvo sed, que estuvo sin abrigo, preso, enfermo… Esa afirmación hace que todos le pregunten “¿cuándo te vimos así?”.

La respuesta del rey da a entender claramente que todo lo que hicimos o lo que dejamos de hacer con el más pequeño de sus hermanos, lo hicimos o lo dejamos de hacer con él.

Esto nos recuerda que el Rey, el Hijo de Dios, se hizo nuestro hermano. Está en su trono glorioso, pero sigue siendo nuestro hermano. Y es un hermano que se preocupa especialmente por sus hermanos más chicos, por sus hermanitos.

Pienso en esas historias de patio de escuela donde hay un chiquito al que los compañeros de clase más grandes se dedican a molestar, a hacerle bromas pesadas… hasta que aparece el hermano mayor y a partir de ahí no vuelven a meterse con el chiquito.

Entonces, un primer pensamiento que podemos tener es… ojo con lo que hacemos con el hermano más chico, porque Jesús es el hermano mayor que está mirando cómo nos portamos con el más chico, porque puede usar todo su poder para castigar al que le haga mal y para premiar al que lo ayude. Nuestra actitud frente a los hermanos más chicos, pobres, vulnerables, está bajo el juicio de Dios.

Un segundo pensamiento que podemos tener es que el rey es nuestro hermano. Él cuida de nosotros. Cuanto más frágiles seamos, más nos cuida. Es un pensamiento consolador, que nos invita a reconocer nuestra propia pobreza, nuestra fragilidad, a no sentirnos más que los otros.

Volvemos a leer el texto y nos podemos detener en otro detalle. Nadie se había dado cuenta de que el más pequeño era hermano del rey: ni aquellos que lo ayudaron, ni los que fueron indiferentes. Eso trae la pregunta que ya mencionamos “¿cuándo te vimos así?”.

La parábola es un llamado no sólo a hacer algo por el hermano necesitado, sino también a darnos cuenta, a ver lo que está delante de nuestros ojos. Ese es el mensaje de aquella canción que dice “Con nosotros está y no lo conocemos, con nosotros está: su nombre es el Señor”. Es un llamado a reconocer al hermanito del rey, y a reconocer al mismo rey, al mismo Señor, presente en él.

Y podemos seguir dando vueltas a este evangelio. Si reconozco a Jesús presente en el hermano, hay todavía otro paso que puedo dar… reconocer a Jesús presente en mí. “¿Dónde está Dios?” preguntaba otra canción: y la respuesta era “Dios está en ti”. Esa presencia de Dios en ti y en mí, en cada uno de nosotros, es lo que nos compromete y transforma nuestras vidas.

No nos quedemos únicamente con la imagen de Jesucristo, rey del universo, sentado en su trono glorioso, allá, lejos de todos nosotros… Desde el momento en que se encarnó en el seno de María, se unió a todos nosotros y vive y actúa en cada uno de nosotros si lo reconocemos como rey. Si dejamos que él guíe nuestra vida.

Venimos de celebrar, el domingo pasado, la cuarta jornada mundial de los pobres. Su lema, “Tiende tu mano al pobre” nos da una indicación práctica. Tender la mano a otro, no es simplemente “darle algo”. Es darse, darse uno mismo. Hacer posible que haya encuentro.
Decía el papa Francisco en un mensaje para la fiesta de san Cayetano:

“A veces yo le pregunto a alguna persona:
- ¿Usted da limosnas?
Me dicen: “Sí, padre”.
- Y cuando da limosnas, ¿mira a los ojos de la gente que le da las limosnas?
- “Ah, no sé, no me di cuenta”.
- “Entonces no lo encontró. Le tiró la limosna y se fue. Cuando usted da limosna, ¿toca la mano o le tira la moneda?”
- “No, le tiro la moneda”.
- Y no lo tocaste, y si no lo tocaste, no te encontraste con él”.
Lo que Jesús nos enseña es primero a encontrarnos, y en el encuentro, ayudar.”
Hasta ahí las palabras de Francisco.

Y nosotros podemos pensar… en este tiempo, ¿cómo vivir ese encuentro, cada uno detrás de una mascarilla, sin tocarnos…? Lo primero es reconocer al hermano que está allí. A partir de ahí, a partir del momento en que lo reconozco como hermano, siempre habrá una forma en que nos podamos encontrar y entonces, ayudar. Y encontrándonos y ayudando, encontraremos a Jesús. Que así sea.

viernes, 20 de noviembre de 2020

"Con el más pequeño de mis hermanos" (Mateo 25,31-46). Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.

Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y Él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. (Mateo 25,31-46)

Con este cuadro impresionante comienza Jesús la parábola del juicio final, uno de los más conocidos pasajes del evangelio de san Mateo. Algunas veces se lo alude simplemente como “Mateo 25”, a pesar de que en ese capítulo del primer evangelio hay, antes, otras dos parábolas.

Leemos este pasaje en el marco de la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, rey del Universo, celebración con la que concluye el año litúrgico.

Vamos a detenernos en esa escena inicial, para luego ver cómo se desarrolla el juicio y cuál es el criterio con que el rey separa los dos grupos.

“El Hijo del hombre”

Jesús comienza diciendo “cuando el Hijo del hombre venga”. “El Hijo del hombre” es una expresión que Jesús utiliza para referirse a él mismo. Aparece 82 veces en los evangelios. Tiene dos significados: el más simple es equivalente a la forma en que hoy, un hablante de castellano usaría para hablar de sí mismo en tercera persona. En vez de decir, en primera persona, por ejemplo “bueno, lo que yo haría…” dice, en tercera persona “bueno, lo que uno haría…”.
El segundo significado es el que nos interesa, porque es un título que Jesús se da, haciendo referencia al libro de Daniel:

Yo seguía contemplando en las visiones de la noche: Y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre. Se dirigió hacia el Anciano y fue llevado a su presencia.
A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás.
(Daniel 7,13-14)
El libro de Daniel fue escrito entre los años 167 y 164 antes de Cristo, en tiempo de persecución para los hebreos. Muchos pasajes son de estilo apocalíptico. Presentan una revelación (eso es lo que quiere decir “apocalipsis”) una revelación que ofrece consuelo y esperanza a un pueblo que sufre.
El comienzo del relato de Jesús está emparentado, pues, con el libro de Daniel, por ese título de “el Hijo del hombre”.

Cuando venga en su gloria

Jesús dice “cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria”. Esto es una referencia a la segunda venida de Cristo. La primera fue en la carne, es decir, cuando el Hijo de Dios se hizo hombre, se encarnó en el seno de María. Al venir en la carne, el Hijo de Dios se hizo uno de nosotros. No era apariencia, sino realidad. “El verbo se hizo carne” (Juan 1,14) dice el evangelista san Juan. Asumió nuestra naturaleza humana. Sigue siendo Dios, es Dios verdadero, pero esa realidad quedó como escondida, aunque se manifestaba con algunos destellos que permitían vislumbrar el misterio de Dios en el hombre Jesús de Nazaret.
La venida en la gloria significa que ahora es patente, es completamente visible la realidad total del Hijo de Dios. “Dios verdadero de Dios verdadero”… pero, al mismo tiempo, verdadero hombre. Es interesante recordar aquí estas palabras de Isaías:

He aquí que prosperará mi Siervo, será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera. Así como se asombraron de él muchos - pues tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre, ni su apariencia era humana - otro tanto se admirarán muchas naciones; ante él cerrarán los reyes la boca... (Isaías 52,13-15)
El que viene en la gloria es el que pasó por la pasión y la cruz, sometido a un sufrimiento que le hizo hasta perder la apariencia de hombre. Ahora se presenta resucitado y deja a todos mudos, porque no hay palabras para expresar lo que ven.

“Rodeado de todos los ángeles”

Viene en su gloria “rodeado de todos los ángeles”. Los ángeles son seres espirituales, creados por Dios y que, a partir de su creación, respondiendo al amor de su Creador, entran a compartir su eternidad. Se señala que están presentes todos los ángeles.
Hay acontecimientos de los que nadie puede quedar fuera. Pensemos en momentos importantes de la vida familiar, cuando esperamos para empezar hasta que llegue el que viene rezagado… aquí no hay ningún ángel que quede ocupado en otras cosas: esto es el juicio de las naciones. Esto es lo que está representado en el pórtico principal de la catedral Notre Dame de París.

“Se sentará en su trono glorioso”

También el trono es glorioso. Es el trono de un rey, pero no cualquier rey: este rey es Dios. Como leímos ya en el libro de Daniel: “A él se le dio imperio, honor y reino” (7,14). Es el Padre Dios, “el Anciano” que menciona Daniel, quien lo ha dado a su Hijo.

Sentado el Hijo del Hombre en su trono glorioso, rodeado de todos los ángeles, comienza una sesión solemne.

“Todas las naciones serán reunidas en su presencia”

Antes se mencionaba a todos los ángeles. Ahora, son todas las naciones. Nadie está fuera de este juicio. En el Credo, decimos, anunciando la segunda venida de Cristo y el juicio: “De nuevo vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin”. Todos comparecen delante del trono del rey eterno.

Hasta aquí todo viene con una solemnidad extraordinaria. La gente del tiempo de Jesús que hubiera tenido la oportunidad de estar en la corte de un rey podría haber visto un espectáculo semejante, con el rey sentado en su trono, rodeado de toda su corte, todos espléndidamente vestidos y enjoyados. Pero ese cuadro es quebrado por una imagen que comienza a cambiar el escenario: 

“Él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda”.

El pastor

Se compara al rey con un pastor que organiza su rebaño de ovejas y cabras. Ovejas a la derecha, cabras a la izquierda. Pongámonos en el lugar de los oyentes de Jesús -no olvidemos que él está contando una parábola-. Jesús los llevó por un momento al final de los tiempos, a la gran liturgia del Cielo, frente al mismo trono de Dios. En la mente de los escuchas podría haberse dibujado la imagen de la corte de un gran rey. Pero ahora Jesús trae una imagen conocida y querida: el pastor. Lleva a su pueblo a recordar sus raíces más profundas, sus orígenes como pueblo de pastores. A recordar también las veces en que Dios se proclamó pastor de su pueblo. La primera lectura nos presenta una de esas intervenciones de Dios, que puede ser el trasfondo de esta parábola:

Así habla el Señor:
¡Aquí estoy Yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas…
(Ezequiel 34, 11-12. 15-17)
Y, al final de esta lectura, el anuncio:
así habla el Señor: «Yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y chivos».
(Ezequiel 34, 11-12. 15-17)
Luego de esta primera lectura, la liturgia nos coloca, casi como una respuesta, la antífona del salmo 22:
El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.
El Hijo del hombre, el rey sentado en su trono de Gloria, es el Buen Pastor.
La imagen nos lo acerca, pero el anuncio nos infunde respeto: “voy a juzgar”.
Viene a la memoria la antífona:
“En Tu juicio, Señor, acuérdate de la misericordia”
(Laudes, viernes Semana II, antífona 2)

El juicio

El juicio es completamente expeditivo. No hay acusaciones ni defensas, ni se interroga a testigos. Todos los hechos son de pleno conocimiento del Rey. En base a esos hechos, tomará su decisión:

Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: «Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver».
Antes de escuchar la respuesta de este grupo, veamos qué le dice el rey al otro:
Luego dirá a los de su izquierda: «Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron»
Benditos y malditos. Bendición y maldición no son un capricho de Dios. Ha sido puesto a nuestra elección. Leemos en el libro del Deuteronomio:
Pongo hoy por testigos contra ustedes al cielo y a la tierra: te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia. (Deuteronomio 30,19)
Ahora bien: ¿dónde se jugó esa elección? Aquel rey, sentado en su trono de gloria, que se ha manifestado también como el pastor de su pueblo, habla de la actitud que tuvieron los hombres frente a sus padecimientos. Ha sufrido hambre y sed, ha pasado sin techo ni abrigo, ha estado enfermo o preso. Quienes eligieron el camino de la bendición, lo socorrieron. Quienes, en cambio, no lo ayudaron, eligieron el otro camino.

Sin embargo, unos y otros se hacen la misma pregunta:
Los justos le responderán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?»
Y el Rey les responderá: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo».
[Los otros], a su vez, le preguntarán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?»
Y Él les responderá: «Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo».

“El más pequeño de mis hermanos”.

“El más pequeño de mis hermanos”. Ahí está la clave. Suena muy solemne y está bien que suene así, porque lo que hagamos o lo que dejemos de hacer con el más pequeño de los hermanos del rey determina nuestra suerte…

Pero ¿cómo se expresa cada uno de nosotros cuando habla de “el más pequeño de mis hermanos”? Decimos más bien: “mi hermanito”, “mi hermano más chico” … Uno se imagina un muchacho grande cuidando a su hermanito (o a su hermanita) llevándolo en brazos, enseñándole a caminar…
¿Qué hace ese muchacho grande cuando alguien se mete con el más chico? ¿Acaso no lo defiende?
El rey nos señala que en cada una de esas personas vulnerables, frágiles, carenciadas… pobres, allí está su hermanito. El rey mira por él. Quiere protegerlo. Y mira cómo actuamos nosotros con su hermano más chico. Es un llamado de atención que nos hace el evangelio: “elige la bendición, elige la vida… cuida de mi hermanito, cuida de mi hermanita”.

“Señor ¿cuándo te vimos…?"

Es curioso: nadie reconoció al hermanito del rey. No lo reconocieron los que no lo ayudaron, pero tampoco los que se ocuparon de él. Aquí hay otro llamado de atención: mira quién está ante tus ojos. Mira más allá de lo que ves. Mira en profundidad. Ahí está el hermano del rey. Más aún: el rey está presente en él.

Esa mirada en profundidad te tiene que hacer descubrir algo más. Aquí no se trata de dos familias: por un lado, la familia del rey con su hermano más chico y por otro lado tu familia… Aquí hay una sola familia. El rey es tu hermano. Su hermanito, su hermanita son también tus hermanos. Entonces, no se trata de socorrerlo para escapar del castigo. Se trata de socorrerlo porque es tu hermano y está en necesidad. Se trata de vivir de verdad la hermandad, la fraternidad, la conducta que debe haber entre hermanos.

En el encuentro

Me queda todavía una inquietud. Todo esto del “hermanito”, del “hermano más chico” puede sonar muy paternalista. La asistencia al que está en situación de necesidad se puede transformar en asistencialismo, es decir, crear una relación de dependencia del que no tiene respecto al que tiene. Crear una relación basada únicamente en pedir y recibir, donde el que tiene mira al que no tiene, no como una persona, sino como el objeto de su ayuda. Y el que no tiene mira al que tiene como el objeto de su demanda. La asistencia, la ayuda -lo ha señalado más de una vez el papa Francisco- tiene un marco necesario: el encuentro. El encuentro entre personas, no entre máscaras. No entre personajes: entre personas.

En situaciones de emergencia de toda una sociedad o de una familia o una persona en particular, la urgencia es asistir… pero por allí tiene que empezar a encaminarse también la promoción humana, esa serie de acciones que ayudan al crecimiento y desarrollo de las capacidades de las personas… y desde la promoción, caminar a la solidaridad, donde, desde el encuentro, pueden ayudarse mutuamente quienes sufren las mismas carencias y necesidades.

Y mi última observación. Jesús no dice “lo que hicieron por el más pequeño de mis hermanos”. Ese por indicaría que nosotros hicimos algo y que él simplemente lo recibió. Jesús dice “lo que hicieron con el más pequeño de mis hermanos”. Ahí está el encuentro. Se trata de ver que hacemos junto con él, como nos involucramos los dos en resolver su necesidad.

En la próxima Navidad, desde distintas parroquias y obras sociales de nuestra Diócesis vamos a hacer entrega de canastas navideñas a hogares a los que suele entregárseles alguna ayuda. A quienes viven en Cerro Largo y Treinta y Tres y quieran colaborar con esta iniciativa, les pedimos el aporte de alimentos no perecederos.
Los lugares y horarios están indicados abajo.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Sigamos cuidándonos y cuidando a los demás. La próxima semana iniciamos nuestra reflexión ya en un nuevo año litúrgico, con el primer domingo de Adviento. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana, si Dios quiere.

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CANASTAS NAVIDEÑAS. En la diócesis de Melo estamos organizando la entrega de canastas navideñas a algunas familias. Para ello, los invito a colaborar con alimentos no perecederos, entre los que se puede incluir también algún pan dulce. Les agradezco entregarlos en estas direcciones y horarios:

EN LA CIUDAD DE MELO
en el Obispado, Av. Brasil 829, lunes a viernes, de 14 a 18.

EN LA CIUDAD DE TREINTA Y TRES, Colegio Nuestra Sra. de los Treinta y Tres,
calle Pablo Zufriategui 285, de lunes a viernes de 7:30 a 17:00 hs.

En otros lugares de la diócesis: ofrecerlo a las respectivas parroquias.

A los muchos amigos de otros lugares del Uruguay y de otros países: seguramente encontrarán otras formas de vivir la solidaridad.

 

domingo, 15 de noviembre de 2020

Misa - Domingo 15 de noviembre de 2020 - Domingo XXXIII durante el año.

 

Homilía 

Queridas hermanas, queridos hermanos:

El próximo domingo es la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, rey del Universo.
Ese domingo concluye el año litúrgico y el domingo siguiente estaremos comenzando el tiempo de Adviento.

Los últimos tres domingos de este tiempo: el domingo pasado, este domingo y la fiesta de Cristo Rey nos ponen en una perspectiva: el final de los tiempos, la hora del juicio, el día en que Jesucristo vendrá para juzgar a los vivos y a los muertos, como decimos en el credo de nuestra fe.

En esa misma perspectiva nos pone san Pablo, que en la segunda lectura nos advierte: “el Día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche … ustedes no viven en las tinieblas para que ese Día los sorprenda como un ladrón: todos ustedes son hijos de la luz, hijos del día… permanezcamos despiertos y seamos sobrios.”

El domingo pasado celebramos en Uruguay la fiesta de la Virgen de los Treinta y Tres, patrona de nuestra patria. Si no se hubiera dado esa coincidencia, habríamos escuchado la parábola de las vírgenes prudentes y las vírgenes necias, una parábola que concluye con la advertencia de Jesús: manténganse en vela, estén despiertos y atentos, porque nadie sabe el día ni la hora.

El próximo domingo escucharemos la parábola del juicio final, que concluye con aquello de que lo hicimos o dejamos de hacer por los hermanos necesitados lo hicimos o lo dejamos de hacer al mismo Jesús.

Este domingo escuchamos la parábola de los talentos.
Talento, en el lenguaje de hoy, es un don, una capacidad especial que tiene una persona.
En la antigüedad el talento era una medida de peso para metales preciosos. Según las regiones pesaba entre 25 y 37 kilos. Nos damos cuenta de que ese peso en oro, o aún en plata, tiene un valor importante, de modo que un solo talento ya es mucho dinero.

Este hombre, del que habla la parábola, les dejó a sus tres servidores grandes cantidades de dinero. Cantidades diferentes, pero, como decíamos, aún aquel al que se le entregó solo un talento recibió mucho.
Los talentos representan la misión que cada uno de nosotros ha recibido en la vida. Nuestra vida, la vida de cada persona, tiene un propósito, tiene una razón de ser.
Muchas veces pensamos en la misión como aquello que Dios nos pide.

Sin embargo, antes de pensar en lo que Dios nos pide, tenemos que mirar a lo que Dios nos da. Antes de pedirnos nada, Dios da. Incluso podríamos decir: “Dios no pide: Dios da”.

Los talentos, pues, son lo que Dios nos ha dado. Son las posibilidades, las capacidades que tenemos. Dios no nos entrega los talentos para tenerlos como un adorno, como un decorado de nuestra vida, sino para desarrollarlos, haciendo de ellos el cauce que nos permite vivir el amor a Dios y al prójimo.

Por eso, el tercer servidor hizo algo terrible: cavó un pozo y enterró su talento. Y eso es lo que le devolvió al señor cuando regresó.
Puede parecernos que no es tan grave: después de todo, no lo perdió y devolvió lo que había recibido.

Sin embargo, imaginemos esto: un día una persona que nos aprecia mucho nos trae un regalo y nosotros, sin más, sin darle las gracias, lo recibimos y, sin abrirlo siquiera, lo colocamos dentro de un mueble y, otro día, cuando vuelve esa persona le devolvemos el paquete, tal como lo recibimos… sería algo muy ofensivo ¿verdad?

El hombre que recibió el talento, en lugar de agradecer y reconocer el don que había recibido, lo escondió y lo dejó inactivo.
Por eso tenemos que entender que el talento enterrado es un rechazo al don de Dios, lo que es también un rechazo a su amor. Y, todavía más… si el talento recibido es el camino a través del cual yo estoy llamado a vivir el amor al prójimo, al rechazarlo estoy también cerrándome al hermano.
Por eso, a la llegada del Señor este servidor que enterró el talento va a ser enviado fuera.
Estas tres parábolas que encontramos en el capítulo 25 de Mateo: las vírgenes necias, los talentos y el juicio final, tienen un fuerte acento de advertencia, de aviso sobre nuestra responsabilidad con la propia vida, ante Dios y ante los hombres.

En este domingo anterior a Cristo Rey se celebra, desde 2017, por iniciativa del papa Francisco, la Jornada Mundial de los Pobres. El mensaje de Francisco para esta jornada tiene como título “Tiende tu mano al pobre”, inspirado en un pasaje del libro del Eclesiastés (cf. Si 7,32).

Tender la mano al pobre no es simplemente extender la mano para darle algo.
Tender la mano, dar una mano, es darnos nosotros mismos.
Es compartir el don que hemos recibido.
Es dar de nuestro talento.
La primera lectura nos presenta el retrato de la mujer perfecta. Allí, junto con todos los talentos que aplica en sus diferentes tareas, se anota también que ella “Abre su mano al desvalido y tiende sus brazos al indigente.”
Francisco recuerda muchas manos tendidas en este tiempo de pandemia: las manos de todos los que están en el cuidado de la salud, las manos de todos los voluntarios que socorren a personas en situación de calle, las manos de aquellos que prepararon y distribuyeron comida, las manos de aquellos que siguieron trabajando en servicios esenciales. Como una conclusión, el papa dice:

“Tiende la mano al pobre” es, por lo tanto, una invitación a la responsabilidad y un compromiso directo de todos aquellos que se sienten parte del mismo destino. Es una llamada a llevar las cargas de los más débiles, como recuerda san Pablo: «Mediante el amor, pónganse al servicio los unos de los otros. Porque toda la Ley encuentra su plenitud en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. [...] Lleven las cargas los unos de los otros» (Ga 5,13-14; 6,2).

En definitiva, estamos llamados a poner al servicio de los demás el talento que hemos recibido: esa es nuestra responsabilidad. Pero, entre “los demás” hay algunos que tienen preferencia. Francisco nos presenta tres ejemplos que da el autor del libro del Eclesiastés:
«No evites a los que lloran» (7,34). «No dejes de visitar al enfermo» (7,35).
Y, por supuesto, el que da título al mensaje: “Tiende la mano al pobre” (7,32)
El próximo domingo, Jesús nos recordará que todo lo que hacemos por el hermano con hambre, con sed, sin abrigo, enfermo o preso, lo hacemos por él mismo.

Sin miedo, reconozcamos y aceptemos los talentos que Dios nos ha entregado. Sean muchos o pocos, se pueden acrecentar si los ponemos en práctica con amor. Pidamos al Señor sabiduría para reconocerlos y fortaleza para realizarlos. Que así sea.

viernes, 13 de noviembre de 2020

“Tuve miedo y fui a enterrar tu talento” (Mateo 25,14-30). Domingo XXXIII durante el año. IV Jornada Mundial de los Pobres.

Wolfgang Amadeus Mozart fue ese extraordinario talento que se manifestó desde una edad muy temprana. A los cinco años componía e interpretaba piezas musicales, para asombro y deleite de las cortes europeas.

Contemplando a un pequeño en brazos de su madre, Saint-Exupéry, el autor de “El principito”, pensó “cada niño recién nacido es una hermosa promesa de vida”. Sin embargo, pensó también, pocas serían las posibilidades de que esa promesa se realizara, de que ese niño encontrara el maestro que le ayudara a cultivar y desarrollar sus talentos. En aquel vagón de tercera, cruzando en tren un país de oriente, el escritor francés miró los rostros de los desarrapados pasajeros entre los que se encontraba aquella familia y sintió angustia. Por aquel niño, que difícilmente escaparía a un destino miserable y por Mozart, a quien vio “un poco asesinado en cada uno de esos hombres”[1].

No todos los talentos se pierden. No siempre es asesinado Mozart. Sin embargo, la parábola de los talentos, que escuchamos este domingo, nos recuerda que, a veces, los dones no se desarrollan por falta de posibilidades, sino porque quien los ha recibido se cierra sobre sí mismo y entierra así una posibilidad que se pierde para siempre.

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Antes de entrar en esta parábola, vamos a situarnos en el contexto del evangelio de Mateo y en el itinerario de estos últimos domingos del año litúrgico.

¿Cuál es el recorrido que hemos venido haciendo domingo a domingo?

Jesús ha llegado a Jerusalén en la que será su última visita. Allí mantiene disputas con los Sumos Sacerdotes, los Ancianos y los maestros de la Ley, así como con los fariseos, herodianos y saduceos, en un clima de trampas y amenazas que desembocará en la pasión y en la cruz.

Todo esto lo hemos visto durante cinco domingos: el último de septiembre y los cuatro domingos de octubre.

Fecha

Domingos
durante el año

 

Evangelio
de Mateo

27.sep.2020

XXVI

Con los sumos sacerdotes y los ancianos:
“los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios”

21,28-32

04.oct.2020

XXVII

Con los sumos sacerdotes y los ancianos:
“el Reino de Dios les será quitado”

21,33-46

11.oct.2020

XXVIII

Con los sumos sacerdotes y los ancianos:
“los invitados no eran dignos”

22,1-14

18.oct.2020

XXIX

Con los herodianos: “el impuesto al César”

22,15-21

25.oct.2020

XXX

Con los fariseos: “el mandamiento más grande”

22,34-40

En noviembre hubo dos interrupciones, porque en los dos primeros domingos tuvimos las solemnidades de Todos los Santos y de la Virgen de los Treinta y Tres, respectivamente.

Fecha

Domingos
durante el año

 

Evangelio
de Mateo

01.nov.2020

XXXI

A los discípulos: los escribas y los fariseos “no hacen lo que dicen”
TODOS LOS SANTOS

23,1-12

08.nov.2020

XXXII

Parábola de las vírgenes prudentes
y las vírgenes necias
VIRGEN DE LOS TREINTA Y TRES

25,1-13

 

Nos faltó, entonces, leer un pasaje del capítulo 23 de Mateo, donde Jesús aconseja a sus discípulos no obrar como los fariseos, que “no hacen lo que dicen”.

Del capítulo 23, la liturgia pasa directamente al capítulo 25, donde encontramos tres parábolas que hacen referencia a la segunda venida de Cristo y al juicio final.

Fecha

Domingos
durante el año

 

Evangelio

de Mateo

08.nov.2020

XXXII

Parábola de las vírgenes prudentes
y las vírgenes necias
VIRGEN DE LOS TREINTA Y TRES

25,1-13

15.nov.2020

XXXIII

Parábola de los talentos
Jornada mundial de los pobres

25,14-30

22.nov.2020

XXXIV

Juicio final
Nuestro Señor Jesucristo, rey del Universo

25,31-46

La primera de esas parábolas, la de las cinco vírgenes prudentes y las cinco necias se hubiera leído el domingo pasado, pero, como ya dijimos, tuvimos allí la celebración de la Virgen de los Treinta y Tres, de modo que este domingo leemos la segunda de las tres parábolas.

Este domingo se celebra también la Jornada Mundial de los Pobres, instituida por el papa Francisco. Esta celebración no cambia las lecturas del día, pero sí le da un color especial, que también consideraremos.

Finalmente, el próximo domingo, 22 de noviembre tendremos la solemnidad de Jesucristo, rey del Universo. Allí leeremos la tercera parábola del capítulo 25. Es el último domingo del año litúrgico y el domingo siguiente dará comienzo el tiempo de Adviento y, por lo tanto, un nuevo ciclo, en el que nos acompañará el evangelio según san Marcos.

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Hecho este repaso, podemos darnos cuenta de que la liturgia no nos presenta ninguna lectura tomada del capítulo 24, que es el contexto inmediato del capítulo 25.

Veamos, entonces, de qué trata ese capítulo.

El capítulo 24 comienza con el anuncio de la destrucción del templo de Jerusalén.

Jesús dice a sus discípulos:

“Les aseguro que no quedará aquí piedra sobre piedra” (24,2)

El anuncio de Jesús provoca la pregunta de los suyos:

«Dinos cuándo sucederá eso, y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo» (24,3)

Jesús indica varios signos que anunciarán su venida, pero pone el énfasis en la actitud con que se le debe esperar:

«Velen, pues, porque no saben qué día vendrá su Señor» (24,42)

Ése va a ser también el énfasis de la primera de las tres parábolas del capítulo 25:

“Velen, pues, porque no saben ni el día ni la hora” (25,13)

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Así llegamos, entonces, a la parábola de los talentos.

El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes.

Siempre tenemos que recordar el comienzo de la parábola, porque ahí Jesús define qué es lo que quiere transmitir. Se trata de dar a conocer qué es el Reino de los Cielos, como dice Mateo o el Reino de Dios, como dice Lucas.

Las parábolas son comparaciones que hace Jesús: “El Reino de los Cielos es como…”

Notemos que Jesús nunca dice algo así como “El Reino de los Cielos es un lugar…” No.

Veamos de qué habla cada una de las parábolas de Mateo que comienzan diciendo “El reino de los Cielos es como… es semejante a…”

  • Un hombre que sembró buena semilla en el campo (el trigo y la cizaña: 13,24)
  • Un grano de mostaza (13,31)
  • La levadura (13,33)
  • Un tesoro escondido (13,44)
  • Un mercader que busca perlas finas (13,45)
  • Una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases (13,47)
  • Un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores (18,23)
  • Un propietario que salió a contratar obreros para su viña (20,1)
  • Un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo (22,2)
  • Diez vírgenes con lámparas de aceite que se preparan para recibir al novio (25,1)

Hay otras parábolas, pero éstas, como decíamos, son las que explícitamente comienzan con “El Reino de los Cielos es como…”

Los temas de las parábolas son diferentes, pero en todas ellas hay movimiento, hay cambio y, sobre todo, un resultado final: la semilla de mostaza se convierte en un gran arbusto y la levadura fermenta toda la masa; el hombre se queda con el tesoro y el mercader con la perla finísima; los obreros de la última hora reciben por gracia su salario entero; la cizaña y los peces malos son echados fuera y lo mismo le sucede al que no quiso perdonar a su compañero, a los invitados que no fueron, al que entró sin traje de fiesta, o las que no mantuvieron sus lámparas encendidas. Las parábolas ponen a las personas ante una decisión. Están invitados a entrar al Reino a través de un camino de conversión y de apertura al amor de Dios que llama a todos, empezando por los pobres y los pecadores.

La parábola de los talentos nos presenta a un hombre que sale de viaje. Ese viaje tiene retorno, en un tiempo indeterminado. Sus servidores reciben importantes cantidades del patrimonio de su señor y quedan con la misión de administrarlo debidamente.

A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió.

Tal vez convenga empezar por recordar qué es un talento. Ya hablamos de eso cuando comentamos la parábola de los dos deudores. (“Perdonar de corazón al hermano”)

Allí decíamos:

“El talento no era una moneda, sino un determinado peso en plata. Había distintos tipos de talento, según las regiones del mundo antiguo; pero el menor era de 25 kilos de plata.
Para que tengamos una idea, hoy un kilo de plata vale algo más de 800 dólares. Con esa cotización, un talento, UNO SOLO, valdría unos 20.000 dólares.”

Si, en cambio, tomamos otro tipo de talento, podemos llegar hasta 37 kilos, pero, además, si el metal es oro, en lugar de plata, el valor aumenta muchísimo. Hoy, un kilo de oro se cotiza en casi 60.000 dólares. Multiplicado por 37… nos da más de dos millones de dólares.

Todo esto es para que entendamos que, en cualquier caso, un solo talento es una cantidad de dinero que puede ir desde algo ya significativo hasta una suma astronómica…

Aquí conviene recordar las parábolas del tesoro y la perla fina. Jesús no tiene problemas en comparar la realidad espiritual del Reino con valores materiales. El Reino es algo enormemente valioso. Pero recibirlo implica una responsabilidad: vivir y anunciar el Evangelio. El discípulo de Jesús tiene que dar testimonio del Evangelio con su vida. En la vida de todos los días, con sus contradicciones, sus tensiones y sus conflictos.

En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor.

Aparecen inmediatamente las diferentes actitudes. Los dos primeros servidores tomaron en serio el encargue del señor. No así el tercero. Pretendió quedar bien con Dios asumiendo una actitud mezquina y encerrándose en su propio mundo. No había conocido realmente a Dios. No concebía sino un Dios que se mueve entre recompensas y castigos. Notemos como lo describe en su respuesta:

«Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!»

El tercer servidor no comprendió el mensaje del evangelio. Es el hombre que reduce el tesoro de la fe a unas normas religiosas puntuales y formales, que él pretende cumplir. Sin embargo, los que viven a su alrededor no cuentan. Tal vez hasta tiene miedo de que si los deja entrar en su vida lo harían salir del camino que se ha propuesto y le impedirían cumplir con lo que él estima que son sus obligaciones de creyente. El tercer servidor no quiso arriesgarse y por eso devolvió exactamente lo mismo que había recibido.

Su conducta hace que quede separado del resto.

Los otros dos servidores reciben su recompensa:

«entra a participar del gozo de tu señor»

Él, en cambio, recibirá un trato totalmente distinto:

«Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes»

El Padre de Jesús no se cansa de amar. Su amor es a la vez gratuito y exigente. Desborda nuestros egoísmos y nuestras falsas seguridades. El talento que nos ha sido entregado, la luz de la fe, no puede ser guardado como un objeto inmóvil e intocable. La fe es vida que se expresa en amor y entrega al otro, porque “es siempre tiempo de amar”, como dice el reciente mensaje de los Obispos uruguayos. Amar es lo contrario de encerrarse y enterrar los dones recibidos. Más aún, es dar la posibilidad al otro de que encuentre y realice su talento. La posibilidad de que Mozart no muera, la posibilidad de que se realice en cada niño la promesa de vida que trae al nacer.

Amar es arriesgar. Como dice el papa Francisco en “La alegría del Evangelio”:

“prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. (…) Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida.” (EG 49)

La cuarta jornada mundial de los pobres nos abre a esa perspectiva. “Tiende tu mano al pobre” es el título del mensaje que Francisco nos entregó este año. En la primera lectura de hoy encontramos esa actitud en la mujer laboriosa, dotada de muchos talentos, que

Abre su mano al desvalido y tiende sus brazos al indigente. (Proverbios 31,10-13. 19-20. 30-31)

El próximo domingo, la parábola del juicio final nos ayudará a seguir reflexionando sobre esto. Mientras tanto, miremos el tiempo difícil en el que seguimos transitando. No dejemos de participar, de la manera en que nos sea posible, en acciones solidarias hacia aquellos que, nuevamente, están experimentando dificultades en esta pandemia. Hagámoslo y participaremos del gozo de nuestro Señor.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Sigamos cuidándonos y cuidando unos de otros.

Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana, si Dios quiere.



[1] Antoine de Saint-Exupéry, "Tierra de hombres". La expresión fue retomada después por otro escritor francés, Gilbert Cesbron, en su novela “Están asesinando a Mozart” y por el cantante Yves Du Teil, en su canción “Pour les enfants du monde entier” (Por los niños del mundo entero).