domingo, 15 de noviembre de 2020

Misa - Domingo 15 de noviembre de 2020 - Domingo XXXIII durante el año.

 

Homilía 

Queridas hermanas, queridos hermanos:

El próximo domingo es la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, rey del Universo.
Ese domingo concluye el año litúrgico y el domingo siguiente estaremos comenzando el tiempo de Adviento.

Los últimos tres domingos de este tiempo: el domingo pasado, este domingo y la fiesta de Cristo Rey nos ponen en una perspectiva: el final de los tiempos, la hora del juicio, el día en que Jesucristo vendrá para juzgar a los vivos y a los muertos, como decimos en el credo de nuestra fe.

En esa misma perspectiva nos pone san Pablo, que en la segunda lectura nos advierte: “el Día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche … ustedes no viven en las tinieblas para que ese Día los sorprenda como un ladrón: todos ustedes son hijos de la luz, hijos del día… permanezcamos despiertos y seamos sobrios.”

El domingo pasado celebramos en Uruguay la fiesta de la Virgen de los Treinta y Tres, patrona de nuestra patria. Si no se hubiera dado esa coincidencia, habríamos escuchado la parábola de las vírgenes prudentes y las vírgenes necias, una parábola que concluye con la advertencia de Jesús: manténganse en vela, estén despiertos y atentos, porque nadie sabe el día ni la hora.

El próximo domingo escucharemos la parábola del juicio final, que concluye con aquello de que lo hicimos o dejamos de hacer por los hermanos necesitados lo hicimos o lo dejamos de hacer al mismo Jesús.

Este domingo escuchamos la parábola de los talentos.
Talento, en el lenguaje de hoy, es un don, una capacidad especial que tiene una persona.
En la antigüedad el talento era una medida de peso para metales preciosos. Según las regiones pesaba entre 25 y 37 kilos. Nos damos cuenta de que ese peso en oro, o aún en plata, tiene un valor importante, de modo que un solo talento ya es mucho dinero.

Este hombre, del que habla la parábola, les dejó a sus tres servidores grandes cantidades de dinero. Cantidades diferentes, pero, como decíamos, aún aquel al que se le entregó solo un talento recibió mucho.
Los talentos representan la misión que cada uno de nosotros ha recibido en la vida. Nuestra vida, la vida de cada persona, tiene un propósito, tiene una razón de ser.
Muchas veces pensamos en la misión como aquello que Dios nos pide.

Sin embargo, antes de pensar en lo que Dios nos pide, tenemos que mirar a lo que Dios nos da. Antes de pedirnos nada, Dios da. Incluso podríamos decir: “Dios no pide: Dios da”.

Los talentos, pues, son lo que Dios nos ha dado. Son las posibilidades, las capacidades que tenemos. Dios no nos entrega los talentos para tenerlos como un adorno, como un decorado de nuestra vida, sino para desarrollarlos, haciendo de ellos el cauce que nos permite vivir el amor a Dios y al prójimo.

Por eso, el tercer servidor hizo algo terrible: cavó un pozo y enterró su talento. Y eso es lo que le devolvió al señor cuando regresó.
Puede parecernos que no es tan grave: después de todo, no lo perdió y devolvió lo que había recibido.

Sin embargo, imaginemos esto: un día una persona que nos aprecia mucho nos trae un regalo y nosotros, sin más, sin darle las gracias, lo recibimos y, sin abrirlo siquiera, lo colocamos dentro de un mueble y, otro día, cuando vuelve esa persona le devolvemos el paquete, tal como lo recibimos… sería algo muy ofensivo ¿verdad?

El hombre que recibió el talento, en lugar de agradecer y reconocer el don que había recibido, lo escondió y lo dejó inactivo.
Por eso tenemos que entender que el talento enterrado es un rechazo al don de Dios, lo que es también un rechazo a su amor. Y, todavía más… si el talento recibido es el camino a través del cual yo estoy llamado a vivir el amor al prójimo, al rechazarlo estoy también cerrándome al hermano.
Por eso, a la llegada del Señor este servidor que enterró el talento va a ser enviado fuera.
Estas tres parábolas que encontramos en el capítulo 25 de Mateo: las vírgenes necias, los talentos y el juicio final, tienen un fuerte acento de advertencia, de aviso sobre nuestra responsabilidad con la propia vida, ante Dios y ante los hombres.

En este domingo anterior a Cristo Rey se celebra, desde 2017, por iniciativa del papa Francisco, la Jornada Mundial de los Pobres. El mensaje de Francisco para esta jornada tiene como título “Tiende tu mano al pobre”, inspirado en un pasaje del libro del Eclesiastés (cf. Si 7,32).

Tender la mano al pobre no es simplemente extender la mano para darle algo.
Tender la mano, dar una mano, es darnos nosotros mismos.
Es compartir el don que hemos recibido.
Es dar de nuestro talento.
La primera lectura nos presenta el retrato de la mujer perfecta. Allí, junto con todos los talentos que aplica en sus diferentes tareas, se anota también que ella “Abre su mano al desvalido y tiende sus brazos al indigente.”
Francisco recuerda muchas manos tendidas en este tiempo de pandemia: las manos de todos los que están en el cuidado de la salud, las manos de todos los voluntarios que socorren a personas en situación de calle, las manos de aquellos que prepararon y distribuyeron comida, las manos de aquellos que siguieron trabajando en servicios esenciales. Como una conclusión, el papa dice:

“Tiende la mano al pobre” es, por lo tanto, una invitación a la responsabilidad y un compromiso directo de todos aquellos que se sienten parte del mismo destino. Es una llamada a llevar las cargas de los más débiles, como recuerda san Pablo: «Mediante el amor, pónganse al servicio los unos de los otros. Porque toda la Ley encuentra su plenitud en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. [...] Lleven las cargas los unos de los otros» (Ga 5,13-14; 6,2).

En definitiva, estamos llamados a poner al servicio de los demás el talento que hemos recibido: esa es nuestra responsabilidad. Pero, entre “los demás” hay algunos que tienen preferencia. Francisco nos presenta tres ejemplos que da el autor del libro del Eclesiastés:
«No evites a los que lloran» (7,34). «No dejes de visitar al enfermo» (7,35).
Y, por supuesto, el que da título al mensaje: “Tiende la mano al pobre” (7,32)
El próximo domingo, Jesús nos recordará que todo lo que hacemos por el hermano con hambre, con sed, sin abrigo, enfermo o preso, lo hacemos por él mismo.

Sin miedo, reconozcamos y aceptemos los talentos que Dios nos ha entregado. Sean muchos o pocos, se pueden acrecentar si los ponemos en práctica con amor. Pidamos al Señor sabiduría para reconocerlos y fortaleza para realizarlos. Que así sea.

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