domingo, 22 de noviembre de 2020

Misa - Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo

 

Celebrada en la capilla Santa Teresita, perteneciente a la parroquia Catedral, en la ciudad de Melo.

Homilía

Celebramos este domingo la solemnidad de nuestro Señor Jesucristo, rey del universo. Con ella se cierra el año litúrgico. El próximo domingo estaremos iniciando un nuevo ciclo, con el primer domingo del tiempo de Adviento.

El título de esta fiesta señala algo grande… es una solemnidad, es decir, una Misa que se marca con algunas características especiales, aunque en esta transmisión mantenemos la sencillez con que venimos haciendo estas celebraciones.

El pasaje del evangelio de san Mateo que hemos escuchado tiene también un comienzo impresionante:

“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia”.

El “Hijo del hombre” es ese título que ha tomado Jesús, de una antigua profecía que se cumple en Él.

Se habla de su venida en la gloria. Es el Señor resucitado, que sigue siendo hombre verdadero, pero ya no es aquel que algunos testigos vieron en la cruz, tan desfigurado que ya no parecía un ser humano… ahora está en su cuerpo glorificado y aparece su otra realidad. Él, hombre verdadero, es también verdadero Dios.

Dice también el evangelio que viene rodeado de “todos los ángeles”. No de algunos ángeles: de todos, de toda esa corte celestial que está en la presencia de Dios.

Se anuncia que “se sentará en su trono glorioso”. El trono que le corresponde como rey; pero no cualquier rey, sino el único rey de todo el universo.

Y esta presentación termina diciendo “todas las naciones serán reunidas en su presencia”. Esto es, toda la humanidad, delante del hijo de Dios, para el juicio final.
Muchos artistas han imaginado este cuadro imponente y lo han plasmado en lo mejor de su arte. Pero nadie puede representar aquello que el ojo humano no vio y, entonces, nos quedamos cortos para expresar en lenguaje humano -el arte es también un lenguaje- la realidad de Dios.

No está mal que pensemos en la enorme distancia que hay entre Dios y el hombre. Un abismo. Sin embargo, el Hijo de Dios, el enviado del Padre, quiso cruzar ese abismo y hacerse uno de los nuestros. Y eso tiene para nosotros muchas consecuencias como vamos a ver al meditar esta parábola del juicio de las naciones.

Lo primero que podemos observar es que ése que está sentado en su trono glorioso, ese rey tan poderoso, nos dice que pasó hambre, que tuvo sed, que estuvo sin abrigo, preso, enfermo… Esa afirmación hace que todos le pregunten “¿cuándo te vimos así?”.

La respuesta del rey da a entender claramente que todo lo que hicimos o lo que dejamos de hacer con el más pequeño de sus hermanos, lo hicimos o lo dejamos de hacer con él.

Esto nos recuerda que el Rey, el Hijo de Dios, se hizo nuestro hermano. Está en su trono glorioso, pero sigue siendo nuestro hermano. Y es un hermano que se preocupa especialmente por sus hermanos más chicos, por sus hermanitos.

Pienso en esas historias de patio de escuela donde hay un chiquito al que los compañeros de clase más grandes se dedican a molestar, a hacerle bromas pesadas… hasta que aparece el hermano mayor y a partir de ahí no vuelven a meterse con el chiquito.

Entonces, un primer pensamiento que podemos tener es… ojo con lo que hacemos con el hermano más chico, porque Jesús es el hermano mayor que está mirando cómo nos portamos con el más chico, porque puede usar todo su poder para castigar al que le haga mal y para premiar al que lo ayude. Nuestra actitud frente a los hermanos más chicos, pobres, vulnerables, está bajo el juicio de Dios.

Un segundo pensamiento que podemos tener es que el rey es nuestro hermano. Él cuida de nosotros. Cuanto más frágiles seamos, más nos cuida. Es un pensamiento consolador, que nos invita a reconocer nuestra propia pobreza, nuestra fragilidad, a no sentirnos más que los otros.

Volvemos a leer el texto y nos podemos detener en otro detalle. Nadie se había dado cuenta de que el más pequeño era hermano del rey: ni aquellos que lo ayudaron, ni los que fueron indiferentes. Eso trae la pregunta que ya mencionamos “¿cuándo te vimos así?”.

La parábola es un llamado no sólo a hacer algo por el hermano necesitado, sino también a darnos cuenta, a ver lo que está delante de nuestros ojos. Ese es el mensaje de aquella canción que dice “Con nosotros está y no lo conocemos, con nosotros está: su nombre es el Señor”. Es un llamado a reconocer al hermanito del rey, y a reconocer al mismo rey, al mismo Señor, presente en él.

Y podemos seguir dando vueltas a este evangelio. Si reconozco a Jesús presente en el hermano, hay todavía otro paso que puedo dar… reconocer a Jesús presente en mí. “¿Dónde está Dios?” preguntaba otra canción: y la respuesta era “Dios está en ti”. Esa presencia de Dios en ti y en mí, en cada uno de nosotros, es lo que nos compromete y transforma nuestras vidas.

No nos quedemos únicamente con la imagen de Jesucristo, rey del universo, sentado en su trono glorioso, allá, lejos de todos nosotros… Desde el momento en que se encarnó en el seno de María, se unió a todos nosotros y vive y actúa en cada uno de nosotros si lo reconocemos como rey. Si dejamos que él guíe nuestra vida.

Venimos de celebrar, el domingo pasado, la cuarta jornada mundial de los pobres. Su lema, “Tiende tu mano al pobre” nos da una indicación práctica. Tender la mano a otro, no es simplemente “darle algo”. Es darse, darse uno mismo. Hacer posible que haya encuentro.
Decía el papa Francisco en un mensaje para la fiesta de san Cayetano:

“A veces yo le pregunto a alguna persona:
- ¿Usted da limosnas?
Me dicen: “Sí, padre”.
- Y cuando da limosnas, ¿mira a los ojos de la gente que le da las limosnas?
- “Ah, no sé, no me di cuenta”.
- “Entonces no lo encontró. Le tiró la limosna y se fue. Cuando usted da limosna, ¿toca la mano o le tira la moneda?”
- “No, le tiro la moneda”.
- Y no lo tocaste, y si no lo tocaste, no te encontraste con él”.
Lo que Jesús nos enseña es primero a encontrarnos, y en el encuentro, ayudar.”
Hasta ahí las palabras de Francisco.

Y nosotros podemos pensar… en este tiempo, ¿cómo vivir ese encuentro, cada uno detrás de una mascarilla, sin tocarnos…? Lo primero es reconocer al hermano que está allí. A partir de ahí, a partir del momento en que lo reconozco como hermano, siempre habrá una forma en que nos podamos encontrar y entonces, ayudar. Y encontrándonos y ayudando, encontraremos a Jesús. Que así sea.

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